viernes, 12 de febrero de 2016

Mariposas negras para un asesino. Premio UNA-Palabra 2004. Cuarta entrega.


(Mariposas negras para un asesino. Premio UNA-Palabra 2004)
Cuarta entrega.
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    Llovió esa noche, temporal anunciaba el Instituto de Meteorología. Henry dejó el vehículo estacionado cerca del Bar Morazán. Necesitaba  un trago de whisky o de cerveza para poder digerir  los sucesos de la última semana: eran  incidentes que le envolvían y le apretaban el cerebro en una secuencia de imágenes que no podía apartar de su mente.
Entró al bar. No había nadie conocido. 
 Siempre había pensado en la lucidez macabra y a veces casi diabólica que le producía el alcohol. 
Empezó con un par de cervezas y, mientras más se embriagaba, miraba hacia la calle las formas sombrías y  extrañas de las  retorcidas siluetas de los árboles sembrados cuarenta años atrás. No podía dejar de pensar que allí, en las sombras, en un San José nocturno estaba un ser abominable. Sabía que los crímenes de La Bella sin Marcas y de La  Parturienta no iban a ser los únicos y que la orgía de sangre iba a continuar.   
    Al filo de la medianoche  pagó la cuenta. Tambaleante se dirigió al Molokai. Ahora lo sintió con más fuerza: alguien espiaba detrás de las sombras, detrás de los muros y de los vitrales. Más que una persona era una fuerza, un poder magnético y eléctrico que recorría toda su piel. No le dio importancia.
Al llegar, unas cuantas putas conversaban en la “barra”, al verlo se lanzaron hacia Henry como quienes  miran a una presa herida. No les dio  oportunidad que se sentaran a su lado,  las increpó con gesto serio y pocas palabras que esa madrugada no quería  compañía. Las mujeres se fueron... Henry miró en derredor: más allá del bar, llovía a cántaros y alguien vigilaba...



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 Henry, se levantó despacio de la cama. Imaginó que posiblemente Ernesto estaría llevando a cabo una minuciosa investigación: primero entre los prostíbulos de mayor categoría de San José y luego seguiría con las madamas más influyentes y conectadas con los círculos políticos y las clases poderosas del país. Segundo: que  bajaría como un minero del pecado en los estratos inferiores del proxenetismo, la pedofilia,  del pederasta, de los travestis,  y de las drogas, mundillos  que  Ernesto conocía al dedillo.
-Y es que la prostitución y el mundo de la droga, han aumentado en un cien por cien desde que vos dejaste el Organismo, abundan en San José. Henry, vos no te lo podés imaginar-, le  comentó con un semblante molesto, el último día que lo visitó. 
Como a las cuatro de la tarde llamó al bufete: decía que estaba fuera de San José. Que se encontraba con unos clientes italianos en el Golfo de Nicoya, finiquitando la venta de unas tierras para un proyecto hotelero.
Después que dio instrucciones a Rosarito, Henry respiró hondo,  llamó a Quique: quería visitar un bar gay.

Hotmail III.... diciembre de 1999.
Querida Guillermina: ayer estuve de nuevo con Kiara  en los campos universitarios de la Universidad de Costa Rica, fue como volver al pasado porque años atrás estuve estudiando en este centro de enseñanza. Tampoco que una es bruta a lo yegua. Ahora estoy en la Ulacit y espero terminar Administración de Empresas, la carrera que empecé en la de Costa Rica.
Le dije que tenía antojo de ir por San Pedro. Además, le comenté que como ella es mi confidente de amores frustrados, prohibidos, deseados, no deseados, comerciales, y otros más, la cosa iba para rato. Ella sonrió, siempre sonríe a mis ocurrencias.
Lo que  no sabe – porque  inventé un amor imaginario, un amor pasajero de weekend- es que ella me vuelve loca.
No es que yo sea lesbiana lesbiana pero me agrada más de la cuenta.
Yo lucho con todas mis fuerzas sobre este sentimiento que siempre me he negado, ha sido inútil. No acaba de llamar por teléfono  y se me quiere salir el corazón. Siento un dulce desconsuelo mezclado con una gran alegría, se me oprime todo el pecho, deseo llorar y hasta la voz se me quiebra.
Tengo que hacer un gran esfuerzo para que ella  no lo note.
He llegado a la conclusión para bien o para mal mío que todo este rollo es algo superior a mi propia naturaleza.
Al principio no lo quería aceptar y pensaba que era pura admiración, que veía en Kiara a mi hermana mayor que no tuve – debo aclarar que mi amiga tiene 29 años- pero comencé a darme cuenta que mi fascinación hacia su persona iba más allá, que ese estupor de cómo bailaba en el hot tube era deseo puro. De golpe  negué aquel sentimiento; lo que me convenció de mis inclinaciones hacia ella fue una noche:  me desperté asustada, había soñado que estábamos en una enorme cama, nos besábamos, nos mordíamos las orejas furiosamente hasta hacernos sangrar. Kiara me introducía su lengua húmeda en mi boca y yo la recibía sedienta de ella. Y al contrario de sentir repulsión por aquel sueño,  desperté decepcionada  que fuera pura ilusión y que  entonces, los besos apasionados eran invención de mi cerebrito.
Ella no se ha dado cuenta o si lo sabe disimula muy bien.  Siento como si este amor fuera un gusanito en mi interior que me está matando lentamente, que está carcomiendo mi voluntad.

Ahora, que vive  sola en Barrio Amón,  por lo menos una vez por semana me dice que la acompañe, que le da miedo estar tantos días  sin compañía. Ya esto te lo había comentado  y quiero reiterártelo porque para mí es un reto estar junto a ella sin tocarla, sin acariciarla. Al principio yo no quería acompañarla, sabía que iba a ser una verdadera tortura...  Será que una es masoquista y acepté. 
Y allí estaba yo mirando a mi amiga salir de la ducha en paños menores, espiándola sin que ella lo notara, mirando su cuerpo salvajemente bronceado, salvajemente semi desnudo, en microscópica ropa interior.
A mí  me mata, me vuelve loca todo, todo, lo de esta mujer.
Física y espiritualmente es perfecta.
¿Qué más podría decir de esta amiga que me tiene dando vueltas?
No tengo tiempo y mañana te cuento lo que pasó en el campus universitario.
Saludos. Jackie.


CAPÍTULO II
EL ÁNGEL ANTE EL ESPEJO

A Quique siempre le gustaron las mujeres bellas. Desde su adolescencia pasaba horas mirando películas de actrices que eran su ideal de mujer, o recortaba fotografías de revistas rosas, en donde se anunciaba la última película de alguna diva que estuviese pasando por un buen momento. Pero, sus favoritas eran las divas del pasado, por ejemplo: de la Mansfield, le agradaba su voluptuoso cuerpo  como de esas diosas antiguas de la fecundidad talladas en piedra; de la Garbo, le fascinaba su misteriosa imagen de femme fatale, sin dejar de lado - por supuesto - su voz gruesa, enigmática, en las escenas de amor, o era abandonada por el galán de turno en su última película.
La Garbo -decía -tiene algo de andrógino, que me seduce.
De Bette Davis era lo contrario: sus ojos  de un azul profundo y su frágil cuerpo lo hacían  temblar de emoción, adoraba  su figura de gorrioncillo herido. Diferente le sucedía con  la Crawford- y no estamos hablando de la modelo, sino de Joan-, su porte de mujer de clase alta envuelta en sus abrigos de pieles  lo enloquecía por completo.

    Al principio  le era algo divertido, y como un día le  confesó a Fernando: “existen personas  que coleccionan estampillas, yo colecciono “imágenes”.
Después, la diversión pasó a ser obsesión. Llegó un día que tenía en su haber cientos de casetes en donde atesoró por largos años su fantasía de coleccionista.
    Pero, esa afición o ese comportamiento fue paulatino, acomodándose en una rutina y en una elaboración mental o intelectual que no tenía nada de sicótico. Su obsesión era su transfiguración en mujer, el irse despojando  de todo rasgo masculino. En aquellas divas encontró el ideal de mujer hecho realidad, o la realidad de la mujer hecha idealización. Al final no sabía diferenciar una de la otra,  ¿importaba acaso eso?
Obsesión  que compartía  con  los Caballeros de la Media Luna, -grupo selecto de amigos-en su casa. Y entonces, no podía faltar  en las fiestas, el famoso concurso de adivinanzas de títulos de películas antiguas, en donde cada uno de los invitados se maquillaban haciendo lucir como ellas en el rol principal de las heroínas,  y  en esto Quique no tenía rival: era la Reina... pero  los concursos habían acontecido después que sus padres fallecieran, después que Enrique marchó a Europa y regresó; ahora en el presente, en los noventas.
   
     Con la muerte de sus padres, la comunicación entre sus dos hermanas  y él - doce y diez años mayores -, se redujo a los días festivos de fin de año y uno que otro compromiso social con la familia.
    La casa paterna se la dejó, dando a cambio a sus hermanas dos propiedades en las afueras  de la ciudad. Porque Quique, se declaraba un animal de asfalto, un animal de ciudad.  Siempre aborreció el campo, para lo cual tenía una frase con las personas que estuvieran en desacuerdo: “el campo es para las bestias, yo soy hombre, necesito de mis congéneres, por eso vivo en la ciudad”.

    Su holgada posición económica hizo que llevara una vida licenciosa, abundante en algunas cosas y carente en otras. Ave nocturna, se le podía mirar en la Palace, la Perla, el Imán, Chelles, y otros bares más de la capital hasta el amanecer. Todas las noches  salía  con sus amigos: Los Caballeros de la Media Luna por los alrededores de la Clínica Bíblica o iba al centro del San José nocturno. Porque –y a pesar de su familia- Enrique Lara Gutiérrez era decididamente homosexual.
    Su descubrimiento y aceptación no le fue fácil sino que,  un día  quedó convencido que aquella fijación con las mujeres hermosas no era atracción sexual sino que él Enrique quería ser ella o ellas, que su excitación era la necesidad de mirar en sus cuerpos una simetría de curvas y de líneas  que siempre  envidió.
    Ahora, entendía el por qué  en su adolescencia, se escondía detrás de la puerta de baño en la casa de sus padres vestido con las prendas íntimas de sus hermanas y que en varias ocasiones sintió una erección. Pero, no era sexualidad masculina, sino atracción de mirarse así  ante  el espejo: mujer.
   
 En plena juventud le agradó más de un chico: era ese acercamiento entre admiración y deseo de estar con aquella persona, juntos, cada vez más juntos, hasta que sucedió lo que tenía que suceder: Enrique, Quique para los allegados, tuvo su primera experiencia sexual y claro está no con una mujer sino con un compañero del  colegio.
    En el gimnasio del cole “papis” al terminar un partido de basket -diría a sus allegados en una de sus tantas fiestas que daba en su casa ubicada entre Barrio Amón y el Barrio Otoya-ahí fue donde perdí mi virginidad... y la perdió esa “ricura de chico que era Roberto”, porque ahora ni re-ga-la-do - y decía esto último con su voz femenina haciendo las pausas necesarias para afirmar su dicho  acompañado por último  de una risita chillona  la cual trataba de ahogar tapándose la boca con su dos manos.
   
 Para Quique aquella aceptación de su homosexualidad no fue tan fácil para su familia ni para él. Fue  una especie de transformación hacia un mundo que abría sus puertas y que solo algunos podían atravesar como su amigo Roberto. Pero, Roberto se fue, sus padres que eran diplomáticos en Costa Rica,  hicieron maletas  porque el Gobierno de su país lo mandaba a Sudamérica a hacerse cargo de una embajada. Y Quique quedó en  el más absoluto de los ostracismos sentimentales: lloró a “moco tendido” por varias semanas hasta que poco a poco fue resignándose a un sentimiento de impotencia ante la ausencia de su primer amor.
    Y en el Colegio, no tuvo más remedio que soportar esa soledad y ese distanciamiento de sus compañeros que no estaban seguros de su  “masculinidad”   porque, Enrique comenzó a mostrar unos ademanes  más delicados a la hora de hablar y aunque deseaba evitar no los podía reprimir.
Unicamente Fernando se  mantuvo incólume, firme, penitente ante los cambios de su amigo.  En aquella época, se murmuró de una relación homosexual entre ambos y que Fernandito y Quique siempre negaron.
     Al concluir la secundaria, Quique entró a la Universidad para  estudiar Arquitectura. Pero, aquel año sus padres murieron en un accidente de tránsito,  y entonces, debastado por la muerte de sus progenitores, Enrique decidió que lo mejor  era hacer un viaje por Europa y aprender  lo relacionado con el mundo del maquillaje y corte de cabello en hombre y mujer. En síntesis, ser un profesional de la Belleza.
    Ahora a los cuarenta y tres años “Enrique” para la “clase alta de San José” era el “peinador” de moda, el hombre “chic”.
   
En una hermosa y vieja residencia en Barrio Amón -cerca del edificio del Instituto Nacional de Seguros-instaló su elegante Clínica de Belleza. La casa era de ladrillo y pintada en tonos pasteles por dentro  lo que daba un aire de paz y tranquilidad al visitante. Una vez puesto el primer pie en la casa  -y no como en la mayoría de los Institutos de Belleza-el de Quique era bastante amplio y con un sinnúmero de afiches alusivos a la estética en mujeres como en hombres: en ellos se  miraban bellos cuerpos; más que mujeres eran náyades contemporáneas no saliendo como en las míticas historias de un río o de un lago sino de una piscina olímpica con el cuerpo  bronceado y sin un gramo de grasa.
En otros carteles, se veía  algún imberbe haciendo un esfuerzo sobrehumano para imitar al hombre maduro: con un vestido entero impecable uno tenía que adivinar  lo que promocionaba realmente: si su traje, su corte de cabello, o unos anteojos sport  que lucía en su mano derecha, mientras su corbata - posiblemente de seda florentina - se elevaba a pocos centímetros de su pecho  pareciendo saludar a los curiosos que miraban el afiche.
Igualmente en el  gran salón, el Foro de la Belleza y de los imposibles rostros hechos realidad, era asistido por varios “empleados”, que seguían un ritmo de trabajo dirigido por el mismo Quique, que con señas o un simple murmullo a sus oídos les iba indicando a sus acólitos-peinadores, si estaba bien o mal la limpieza facial o el corte  del cabello. Pero, lo más “chic” del  lugar era el salón de “estar”, el de la espera: allí se podía escuchar desde el murmullo de una cita de infidelidad vía celular hasta el último chisme gritado: que la esposa del embajador X  andaba con un estudiante de medicina;  pasando -como lógico debe  suponerse- por el desfile de marcas en pantalones y  calzado traído de New York o de Europa, sin faltar los comentarios de los últimos perfumes franceses.
    Adornando el salón de “estar” al fondo un jardín interior con grandes helechos y una fuente arabesca traía cierto frescor hacia el salón principal. Cerca del jardín interior un pequeño vestíbulo hacía de biblioteca y oficina con una gigantesca pecera de varios metros de largo y de alto, en la cual jugueteaban peces tropicales y que por efectos de las luces rojas, azules y verdes imitaba un arrecife de coral y que él, Quique, se hizo construir para  las horas de descanso, para escuchar a su querido Brahms.
    En síntesis,  Quique  tenía éxito con su profesión, y  se rozaba con la clase alta que lo vio nacer y crecer.

     Y “Quique- -como le decían en el Inner Circle cariñosamente -tenía un mundo que  pocos conocían: se sentía atraído irresistiblemente por los hombres menores de edad. En ocasiones,  después de una gran fiesta en su casa - y quedaban los del Inner Circle - hablaba de sus travesuras allá por los barrios del sur, por los alrededores de la Zona Fantasma, cerca de la Torre de los Desechos:
-Ustedes no saben el chiquillo que me “levanté” la semana pasada, -decía casi en un ataque de histeria y levantando la voz, una voz entrecortada con algo de sadismo-... pobreciiiito... íbamos en el carro para el motel, yo lo miraba de reojo y hasta que temblaba el chiquillo, - hacía una pausa y reía histéricamente. Y sus amigotes alababan entonces con gritería y risas las andanzas de Quique.
Porque ellos los del Inner Circle, los Caballeros de la Media Luna, eran una especie de club que no cualquiera podía entrar, era la estratificación social de la homosexualidad high, y trataban a estos profesionales del sexo como los hombres heterosexuales tratan a las rameras: objeto de deseo, comercio de carne fácil.
   
    Pero, no  siempre sus correrías fueron a pedir de boca  por los alrededores del Pacífico, “los barrios del sur” la “Clínica Bíblica” y la Zona Fantasma, porque una noche había sido detenido por una radiopatrulla y pasado a las celdas del Organismo de Investigaciones Criminales. Fue gracias a la intervención oportuna de Henry  De Quincey – en esa época jerarca supremo del Organismo de Investigaciones Criminales- que Quique, era puesto a “caminar” como se dice en la jerga policial.
    Fue así que conoció  a Henry  De Quincey, pero esto fue mucho antes que los padres de Quique murieran y  que Enrique se fuera a Europa.
Jamás podría olvidar la primera vez que vio a Henry  De Quincey:  con más de dos horas en las celdas del Organismo a Quique lo pasaron  al cuarto piso del Ministerio Público, directamente a la oficina de Henry.
    El frío de la madrugada y el silencio en el edificio le causó una gran impresión.   Esperó el ascensor con los oficiales, leyó en una plaquita al fondo del pasillo: “morgue judicial  ala oeste”  Se imaginó  él en aquellas planchas frías y de acero inoxidable  y el asistente de patología iniciando la autopsia.

    Buenas noches jefe, - exclamaron los dos oficiales del Organismo después de haber tocado la puerta y de escuchar: “está abierto, pasen”-. Era Henry que con camisa blanca, de mangas arrolladas y el nudo de la corbata flojo revisaba documentación interna. Ya su calvicie era incipiente, se le podía notar cada vez que bajaba y movía la cabeza buscando en el escritorio los papeles que lo tenían ocupado.
-A ver güevoncito, ¿con que seduciendo a carajillos de catorce años, no te da vergüenza? Mirá, yo no tengo nada en contra de los playos... pero eso de estar buscando a menores de edad, es como dicen - y esto último lo murmuraba revisando un file  sin levantar la cabeza del escritorio- tocarle los huevos al águila, ¿me entendés?
A lo que  Enrique le  respondió:
-Sí señor, mire usted yo le puedo explicar...  Henry le interrumpió:
-No me tenés nada que explicar. A mí no me tenés que justificar si andás por allí, por la Clínica Bíblica  buscando hombres jovencitos con tacones altos y con peluca o con vestido de noche con lentejuelas. Ese es tu problema o esa es tu vida. A mí me da igual, que pasés en tu vehículo y le digás como a las once de la noche a un travestido, a un homosexual: - “!ay mi amooor que animalón se le va a salir por esos calzones, qué rico!”, -te repito esa es tu vida y vos la vivís como mejor te parezca.
Y en aquella ocasión antes de iniciar la última frase lo miró fijamente a los ojos:
-Pero, que no vengás aquí otra vez porque andás seduciendo carajillos,  eso sí que no te lo voy a perdonar, - hizo una pausa oxigenó sus pulmones y continuó -:
-Porque  si me entero de nuevo que andás persiguiendo “carajillos”, te parto el culo, ¿ me entendés? 
-Sí, licenciado-  murmuró nervioso y humillado Quique -,  y Henry antes que  Quique cerrara la puerta  añadió:
- Y mirá no me digás licenciado porque no lo soy, ahora andate.
   
    Pasaron varios años y aquella frase de Enrique de sumisión ante Henry de “sí licenciado” se hizo realidad.  De Quincey  Acosta se licenciaba en Derecho  y dejaba el Organismo de Investigaciones Criminales. Con más de 30 años de servicio al Poder Judicial, obtenía una pensión y empezaba una nueva etapa en su vida como profesional en Derecho.

    Cincuentón, sin hijos y sin esposa, Henry llevaba una vida sin mayores preocupaciones que las del mismo litigio.
    Fue así que un día, un colega lo llamó a su bufete para decirle que no podía llevar un sucesorio.

-Mirá Henry,  -le comentó el colega- los herederos son tres hijos, de buena familia, gente de clase alta, adinerados, respecto a tus honorarios no vas a tener ningún problema.

     Días posteriores a la  conversación de Henry con su colega, llegaron al bufete los tres herederos. De Quincey quedó anonadado al mirar a Enrique Lara  conocido en el mundo artístico y de los gay como Quique. Evidentemente Enrique al verlo lo reconoció, igual le sucedió a Henry. De Quincey evitó mirar de frente a Enrique en toda la reunión y al responder preguntas de los herederos se dirigía a la hermana mayor.
    Y... a la hora de despedirse sucedió lo inevitable: en medio del apretón de manos que le daba Enrique, este le murmuró con una voz de profundo agradecimiento:
-¿Licenciado, no se acuerda usted de mí?
Abochornado sin tener razón para ello y, sin embargo, así era, De Quincey no atinó a decir palabras,  el diálogo le pareció una eternidad,  sintió que se sonrojaba e inmediatamente Enrique interrumpió:
 -¿Se acuerda?, en el Organismo de investigaciones Criminales porque... -y Henry sin saber  cómo iba a concluir la frase de Quique atropelladamente se adelantó-:
-¿cómo?, ahh, sí muchacho, con razón tu cara me era tan familiar, sí, sí, sí, fue..... pusiste una denuncia de un robo, de una billetera con tus documentos, claro que me acuerdo, le decía esto De Quincey apretándole la mano y ya con cierto aire de complicidad con Enrique y no porque hubiera cambiado su posición respecto a los pederastas sino para evitarle a las dos hermanas cualquier dolor o indiscreción que podría  malograr- incluso los jugosos honorarios que ya  imaginaba en su cuenta bancaria. Pero, esto  pasó quizá más de un lustro atrás,  antes que la vida por extrañas circunstancias los fuera a unir de nuevo.

Hotmail IV... diciembre de 1999.
Guillermina antes de empezar a contar lo que sucedió en la “U” me siento obligada a cerrar una serie de rasgos de mi amiga Kiara, rasgos físicos y morales. Ahí voy: lo primero que me llamó la atención  fue su voz de colegiala. Lo más interesante es que a pesar de su timbre  juvenil, nada que ver con su madurez. Ella es una persona con temple, carácter y decisión.  De su estatura debo confesar que es bajita: escaso 1:57 cm, pero ojo, bien empacada, porque posee una cintura delgada, y unas bien formadas caderas  con unas piernas bastante moldeadas.
Igual que muchas de nosotras estudia en una universidad privada como te comenté en mi carta anterior. Ella dice que este asunto de los topless y de “dama de compañía” con  gringos, es algo pasajero, que es para sacar adelante el estudio, que no se va a pasar toda la vida baboseando y puteando de bar en bar o de night club en night club.
Decía, que ayer fuimos a los campus universitarios.  Me encantó porque no había  gente.  Entramos al campus y todo a nuestro alrededor  parecía que giraba con una paz como muy pocas veces había sentido por aquellos corredores. La tarde estaba espléndida, fría y con celajes hermosísimos.
Comenzamos a caminar por el antiguo edificio de Estudios Generales, no deseaba entrar en “el tema de mis amores”  y sin embargo, había comenzado a disminuir el paso, buscaba un asiento para  sentarnos. Pero, no fue necesario, porque antes de encontrar un asiento, me dijo que si no quería hablar de mis royos sentimentales- porque me veía muy meditabunda y nerviosa- que no lo hiciera. Yo, me quedé sin contestarle por unos segundos, ella hizo lo mismo, me miró a los ojos, tomó mi mano y me la apretó un poquito como  cómplice de mi indecisión y de seguido me susurró:
- Jackie, si estás de acuerdo  vamos a la “Guevara” a tomarnos un café. Ahora que pasé estaba completamente vacía y tal vez allí te animés... 
Asentí con la cabeza mientras la miraba a sus ojos verdes.

Retardé la verdadera conversación, entretanto Kiara le daba vuelta con la cucharita al café y encendía un cigarro.
No sé cómo tomé fuerzas y mirándola fijamente a los ojos con una taquicardia  que me quería reventar el corazón  le dije: “me gustas y te deseo”. Justifiqué, le señalé que yo nunca había tenido relaciones lesbianas. Todo a mi alrededor desapareció por espacio de un minuto o quizá dos, mi retina solo fijaba un objeto: la cara de mi amiga. Estaba ebria de terror, atolondrada y una vez que comencé a hablar de mis sentimientos no paré: cada palabra como en un mecanismo involuntario me empujaba a otra palabra, era como una especie de engranaje que puesto a caminar era imposible detener. La sangre me golpeó con fuerza la cara, la sentí encendida... ya no me importaba nada.
Fue  horrible desnudarme  de repente, sin ningún indicio que las cosas iban a tener buen final pero, lo tenía que hacer. Hablaba y sentía un gran alivio de lo que decía. Me invadía un calor tibio en el pecho y mi corazón se evaporaba en espirales a cada frase mía. Le confesé mi tortura de verla desnuda salir del baño, de las veces que habíamos dormido en la misma habitación –aunque en camas separadas- y en medio de la madrugada contemplaba su cuerpo semicubierto por las sábanas.
Me miró seria y no dijo nada, luego volvió a mirarme y sonrió. En esos instantes no sabía si se burlaba de mí o era una sonrisa de aceptación a la infantil confesión. Estrechó  mis manos en las suyas, me las apretó levemente y exclamó:
-Tan loca que sos. Debemos de darnos tiempo, eso es todo.
Luego, acercó su boca a mi cara y me dió un beso húmedo cerca de la comisura de mis labios, esos besos término medio: mitad cachete y mitad boca.

Esto que te cuento fue en días pasados, el día jueves de la semana anterior.
Cinco días  posteriores a mi confesión  conversamos. Cuando  la fui a dejar en el pick up a Barrio Amón, le pregunté tímidamente si nos íbamos a ver de nuevo, me miró así como alguien que no espera una pregunta tan a quemarropa, me sonrió con esa risa maravillosa y respondió que estaba bien:
- Dejémoslo al azar, improvisemos, no planeemos nada... ahí vemos qué hacemos y a dónde  vamos.

¿ Qué pasará mañana mi querida Guillermina? No lo sé.
Pienso en la cita y siento retortijones en el estómago, es un susto de alegría. Sé que tal vez no me explico pero así es. Ojalá que vos me podás entender. ¡Claro que me entendés si sos una mujer inteligente como pocas he conocido!
Te dejo en suspenso para la próxima entrega de mi E-mail. ¡Qué emoción, qué emoción! Estoy que no quepo de la contentera! Un gran beso mi querida Guillermina. Saludos al viejo Paolo. Jackie.

Fuente: EUNA. Cuarta reimpresión 2014.
Autor: Jorge Méndez-Limbrick.

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