viernes, 12 de febrero de 2016

(Tercera entrega.Estudio Crítico: Jorge Luis Borges y Betina Edelberg). Lugones, poeta.


(Tercera entrega.Estudio Crítico: Jorge Luis Borges y Betina Edelberg).
Lugones, poeta


El primer libro de Lugones, Las montañas del oro, se publicó en 1897 y desconcertó o entusiasmó a los lectores. Todo en él era deliberadamente nuevo, hasta el artificio tipográfico de dar a los versos, sólo separados por guiones, apariencia de prosa. En esta dis-posición acaso influyeron Rimbaud y Maeterlinck * ; como tantas otras innovaciones, ésta era también un arcaísmo, ya que los más antiguos monumentos de la poesía medieval –el Beowulf, el Can-tar de los Nibelungos, y el Poema del Cid– presentaban esta forma.
* _ De 1897 son las Ballades Françaises, de Paul Fort, en las que se observa el mismo recurso.
Los guiones, en el Primer Ciclo, separan versos endecasílabos asonantados:

“...Entonces comprendí (Santa Miseria!) – el misterioso amor de los pequeños; – i odié la dicha de las nobles sedas, – i las prosapias con raíz de hierro; – i hallé en tu lodo gérmenes de lirios, – i puse la amargura de mis besos – sobre bocas purpúreas que eran llagas –...”

En el Segundo Ciclo, marcan las pausas entre versos irregu-lares:

“...Son las vacas que han venido a media noche, – olfatean-do en las distancias de la sombra, – el sutil olor de muerte que levantan de la tierra – mojada por el degüello, las frescuras de la fronda. – Con pesados trotes llegan – las salvajes plañideras, – en la niebla que envolviendo los zarzales – flota, – absorbiendo los cuajados alientos de sus narices, – que sobre la muda tierra con ronco estertor sollozan, – i destilan grandes lágrimas – llenas de candor salvaje, sus pupilas soñadoras, – i la sangre derramada se humedece – empapada de jemidos y congojas. –...”

Cierra el volumen un largo poema en prosa rítmica, el Himno de las torres. Hay, asimismo, composiciones en verso alejandrino (Reposorio) o endecasílabo (Salmos del combate), en lo que cada verso ocupa, a la manera tradicional, una línea.
En todo el libro es evidente la presencia de Hugo. Este influjo, más de una vez, ha sido reprochado a Lugones. Mucho podría de-cirse contra esa acusación. Imitar a Hugo no es fácil; imitarlo sin incurrir en la mera grandilocuencia y sin que el tono desfallezca es una tarea difícil, aún para el propio Hugo; Lugones, sin embar-go, la ejecuta con felicidad. No sólo hereda las sonoridades del maestro –que tanto daño suscitaron en imitadores mediocres–, sino la facultad narrativa y una expresión directa y concreta. No ignora que lo épico acepta, entre muchas cosas, el efecto aparente-mente prosaico. En el Himno de las torres, escribe:

“...i va Cristóbal Colón con una cruz i una espada bien leal; i Marco Polo, con un tratado cosmográfico de Cosmas en la ma-no... i la May-Flower con la carta del rei Juan; i Dumond Durville con un planisferio i una áncora; i Tasman con una brújula; i Stanley con el lápiz del New York Herald y su casco de corcho; i Livingstone con su biblia y su esposa – David Livingstone el padre del Nilo.”

Al recuerdo de Hugo y de Whitman se agrega, acaso el de Baudelaire, que asoma en la blasfemia y en la sensualidad de ciertas imágenes. Dante y Homero, dos admiraciones que lo acompañarán hasta el fin de sus días, ya son celebrados en este libro.
Sin afectación de criollismo, el lenguaje de Las montañas del oro, resulta espontáneamente argentino.
A la fama literaria del segundo libro de Lugones, Los cre-púsculos del jardín (1905), se agrega otra de carácter polémico y casi judicial. Se trata de una acusación de plagio. En 1904, el poeta uruguayo Julio Herrera y Reissig publicó Los éxtasis de la montaña; Blanco Fombona, en el prólogo de la edición Garnier (París, 1912), destacó las afinidades de este libro con Los cre-púsculos del jardín y acusó a Lugones de haber calcado a Herrera. El argumento, así formulado, parece irrefutable; pero como seña-lan, entre otros, conocidos escritores del Uruguay –Horacio Quiroga, Víctor Pérez Petit, Emilio Frugoni–, las poesías de Lugones ya habían aparecido en revistas de Buenos Aires y de Montevideo, antes de ser reunidas en un volumen. Así Los doce gozos se publi-caron en revistas argentinas hacia 1898 y 1899 * .
* _ Véase la revista Nosotros (2ª época), número dedicado a Lugones (N° 26-28), páginas. 225-266.
Lo cierto es que Lugones y Herrera habían leído a Samain. Telas, crepúsculos, jardines, suspiros, estanques y fragancias inva-den la poesía de Lugones y destierran las vastas divinidades de Hugo. Pero los motivos que en Samain aparecen desdibujados, en función de la melancolía, de la nostalgia, y de la contenida pasión, son prodigados ostentosamente por su émulo y sirven para el escán-dalo y la jactancia. Hugo y Baudelaire están lejos de Los crepúsculos del jardín, pero su recuerdo a veces asoma y perturba la unidad del estilo. Veamos estos versos de Samain:

Voici que les jardins de la Nuit vont fleurir,
les lignes, les couleurs, les sons deviennent vagues.
Vois, le dernier rayon agonise à tes bagues.
Ma soeur, entends-tu pas quelque chose mourir!...
(Elégie)

Compárense con éstos de Lugones:

Tal como una bandera derrotada
se ajó la tarde, hundiéndose en la nada.
A la sombra del tálamo enemigo,
se apagó en tu collar la última gema,
y sobre el broche de tu liga crema
crucifiqué mi corazón mendigo.
(En color exótico)

Y con los siguientes de Herrera y Reissig:

Con viperinas gulas, la onda impía
mordió las aromáticos billetes,
y el Sol se desangró en la fantasía
de tus sortijas y tus brazaletes.
La tarde ahogóse entre opalinas franjas...
(Holocausto)

En conjunto, el libro de Lugones es harto desigual. Al verso admirable: Se extenuaba de amor la tarde quieta, sigue: Con la ducal decrepitud del raso. Abundan estrofas como ésta:

Fúnebre es tu candor adolescente
que la luna sonámbula histeriza,
y el perfume de nardo decadente
en que tu alma pueril se exterioriza.
(Romántica)

En este libro, Lugones logra una mayor destreza formal, no así un mayor rigor. Su empeño es ser original y no se resigna a sacrificar el menor hallazgo, o lo que él considera hallazgo. Cada adjetivo y cada verbo tiene que ser inesperado. Esto lo lleva a ser barroco, y es bien sabido que lo barroco engendra su propia pa-rodia.
De este volumen, acaso inaccesible al gusto de nuestro tiem-po, perduran algunas composiciones: Emoción aldeana, cuyos versos irregulares prefiguran al Lunario sentimental; el soneto parnasiano León cautivo, y el sensible poema El solterón, cuyo atribulado pro-tagonista, a diferencia de otros del libro, parece real. En El solterón las muchas descripciones no entorpecen la fluidez y simplicidad del conjunto. La primera estrofa ya nos da el tono melancólico de la historia:


Largas brumas violetas
flotan sobre el río gris,
y allá en las dársenas quietas
sueñan obscuras goletas
con un lejano país.

En el Lunario sentimental (1909), se trasluce el ejemplo del simbolista francés Jules Laforgue y de su Imitación de Notre-Dame la Lune. Sin embargo, como Lugones fue algo más que un espejo de los libros que iba leyendo, es posible conjeturar que aun sin Laforgue hubiera llegado a despojarse de la juvenil y excesiva so-lemnidad de Los crepúsculos del jardín. La abundancia léxica y metafórica de este libro habrá despertado sonrisas; Lugones no renuncia a ella, pero gracias al tono festivo, logra una mayor le-vedad.
El prólogo del Lunario sentimental es polémico. En él se lee que “el verso vive de la metáfora” y que “hallar imágenes nuevas y hermosas expresándolas con claridad y concisión, es enriquecer el idioma”. Lugones, en efecto, presenta una de las mayores colec-ciones de metáforas de la literatura española. Es innegable que estas metáforas son originales y, a veces, muy hermosas; su desventaja es ser tan visibles que obstruyen lo que deberían expresar; la estruc-tura verbal es más evidente que la escena o la emoción que describen:

Mas ya dejan de estregar los grillos
sus agrios esmeriles,
y suena en los pensiles
la cristalería de los pajarillos.
(Himno a la Luna)

La variedad de evocaciones y la vehemencia llegan a ano-nadar:

Farol glacial del invierno:
cuando se paralice toda savia,
y muera como un tigre el Sol eterno,
y temple el cierzo formidable la gravia,
y petrifique el boreal Infierno
en suplicio de mármol toda la Escandinavia,
tu ojo de pez antediluviano
coagulará en su influjo maligno
la desolada extensión, en signo
de esplendor soberano.
(El Sol de medianoche)

“La rima –dice Lugones en el prólogo–, es el elemento esen-cial del verso moderno.”
En el texto se prodigan las rimas insólitas: apio - Esculapio, astro - alabastro, sarao - cacao, ampo - crisolampo, copos - Átropos, anda - Irlanda, garbo - ruibarbo, apogeo - Orfeo, oréganos - lléganos, insufla - pantufla, pícara - jícara, hongos - oblongos, orla - por la, petróleo – mole, o: náyade - haya de, preté-ritas - in vino ventas... Esta exigencia de que la poesía no pres-cinda de rimas invalidaría, por cierto, a poetas como Whitman, Carl Sandburg, Apollinaire, y al propio Lugones del Himno de las torres.
Lugones iguala y tal vez supera a Laforgue en el número y en la variedad de artificios verbales, pero estos artificios, que en Laforgue como en Byron, sirven para traducir una individualidad y corresponden, o parecen corresponder, a una idiosincrasia, en Lu-gones son meras habilidades, son deliberados juegos retóricos y no trascienden el plano literario.
Como en los más antiguos monumentos de la épica del Indostán o como en Las Mil y Una Noches, prosa y verso conviven en el Lunario sentimental. Quizá Une saison en enfer de Rimbaud sugirió a Lugones esta combinación, que en 1909 era rara; ahora es más frecuente.
La unidad del libro está dada por el tema de la Luna, expresado en odas, cuentos, sonetos, y en lo que el autor llama Teatro quimé-rico: el diálogo en prosa, Dos ilustres lunáticos; una égloga, La copa inhallable; una pantomima, El pierrot negro, y el “cuento de hadas” Los tres besos. Cierra el volumen la narración titulada Francesca, que ofrece una nueva interpretación del famoso episodio del canto quinto del Infierno.
“Ojo izquierdo del mundo” llamaron a la Luna los cabalistas, “puerta del cielo”, una de las Upanishadas, donde también se lee que la Luna interroga a los muertos y crece o mengua según entren o salgan de ella sus almas. De este sentido mítico de la Luna (tan evidente, para citar un solo ejemplo, en la obra de Yeats) casi no hay conciencia en Lugones, que recurre a ella como un pretexto para anécdotas irónicas o amorosas. Es significativo que la apostrofe así en el poema inicial:

Yo te hablaré con maneras corteses
aunque sé que sólo eres un esqueleto...

En realidad, esta actitud corresponde a las preferencias escépticas y materialistas de cierta literatura de aquella época.
En 1910, año de nuestro Centenario, publicó las Odas secu-lares. Al propósito, sin duda sincero, de conmemorar poéticamente aquella fecha y de participar en la emoción colectiva, acaso se agre-gó una necesidad de acercarse a la gente y de atenuar la impresión de extravagancia provocada por el libro anterior. Por primera vez aparecen en su poesía los temas argentinos en los que tanto insistiría después. Sin embargo, la entonación es más española que criolla y el vocabulario sigue exhibiendo una vanidosa riqueza. No faltan prosaísmos deliberados, que responden al deseo de probar que todo cabe en la obra del poeta y que éste debe medirse con cualquier tema. Tal es la verosímil explicación de versos como éstos:

Reclamemos la enmienda pertinente
del código rural cuya reforma,
en la nobleza del derecho agrícola
y en la equidad pecuaria tiene normas.
(A los ganados y las mieses)

El defecto del libro reside en lo que algunos han considerado su mayor mérito: la tenacidad prolija y enciclopédica que induce a Lugones a versificar todas las disciplinas de la agricultura y de la ganadería. Felizmente, hay confidencias personales que mitigan el fatigoso catálogo:

Como era fiesta él día de la patria,
y en mi sierra se nublan casi todas
las mañanas de mayo, el veinticinco
nuestra madre salía a buena hora
de paseo campestre con nosotros,
a buscar por las breñas más recónditas
el panal montaraz que ya el otoño
azucaraba en madurez preciosa,
embellecía un rubio aseado y grave
sus pacíficas trenzas de señora.
Seguíanla el peón y la muchacha.
y adelante, en pandilla juguetona,
corríamos nosotros con el perro
que describía en arco pistas locas.
Con certeza cabal decía el hombre:
–Aquí está el camoatí, misia Custodia.
Que así su nombre maternal y pío
como atributo natural la adorna.
Aunque aquí vaya junto con la patria
toda luz, es seguro que no estorba.
Adelgazada por penosos años,
como el cristal casi no tiene sombra.
Después se nos ha puesto muy anciana,
y si muere seria triste cosa
que no la hubiese honrado como debe
su hijo mayor por vanidad retórica.

También en determinadas estrofas de composiciones como A los Andes y A los gauchos, se abre camino la emoción a través de la constante grandilocuencia:

Yo, que soy montañés, sé lo que vale
la amistad de la piedra para el alma.

Con este libro, Lugones vuelve a los temas civiles de su pri-mera época. Es evidente la sinceridad patriótica del poeta; hay en sus palabras un estremecimiento que, por cierto, no se encontrará en el Canto a la Argentina, de Rubén Darío, obra de compromiso elaborada para la misma ocasión.
El libro fiel (1912) no es la obra más característica de Lu-gones (probablemente lo sea el Lunario sentimental), pero es la obra que mejor parece corresponder a una exigencia íntima. En otros libros se adivina el deliberado propósito de versificar deter-minados temas; en ellos, el autor, en lugar de abandonarse a la emoción, cumple una tarea que se ha impuesto. En éste, en cambio, el tono es confidencial. Ya títulos como El dolor de amar, La joven esposa, La estrella del dolor, Historia de mi muerte, anuncian una melancólica madurez que contrasta con los juegos o con las doc-trinas de páginas anteriores.
En este libro, hasta las alusiones mitológicas han superado su carácter decorativo y las sentimos recreadas por el poeta:

Porque es así que sin pavor ni estruendo,
viene y nos clava el peligroso infante,
tras la gota de miel dardo tremendo.
(Oda al amor)

Lugones regresa a su predilección por la Luna en el mismo poema:

Pero también, por singular fortuna,
te comunicará en noche bendita
el dulce bien de descubrir la Luna.

También en La blanca soledad:

La Luna cava un blanco abismo
de quietud, en cuya cuenca
las cosas son cadáveres
y las sombras viven como ideas.
Y uno se pasma de lo próxima
que está la muerte de la blancura aquella,
de lo bello que es el Mundo
poseído por la antigüedad de la Luna llena
y el ansia tristísima de ser amado
en el corazón doloroso tiembla.

En estos versos sentimos la presencia de la Luna con más con-vicción que en las laboriosas metáforas del Lunario.
Hacia 1897, Rubén Darío había comparado a Lugones con Poe; Historia de mi muerte y El canto de la angustia confirman por su ambiente de terror esta sorprendente opinión:

Y contemplaba mis manos
sobre la mesa, qué extraordinarios miembros;
mis manos tan pálidas,
manos de muerto.
Y noté que no sentía
mi corazón desde hacía mucho tiempo.
Y sentí que te perdía para siempre,
con la horrible certidumbre de estar despierto.
Y grité tu nombre
con un grito interno,
con una voz extraña.

que no era la mía y que estaba muy lejos.
Y entonces, en aquel grito,
sentí que mi corazón muy adentro,
como un racimo de lágrimas,
se deshacía en un llanto benéfico.
Y que era el dolor de tu ausencia
lo que había soñado despierto.

También recordamos el ambiente sombrío de Silva y de Gu-tiérrez Nájera.
La gravedad y la ternura del Libro fiel se prolongan en algu-nas composiciones del Libro de los paisajes (1917):

Oh amiga que tan dulcemente amparas
en tu suave amistad mi hosca fatiga,
purificando con tus manos claras
mi obscuro corazón, oh dulce amiga.
(Sonata primaveral)

El primer vuelo, La tarde clara, Salmo pluvial figuran entre los más famosos poemas de Lugones. Salmo pluvial termina admi-rablemente con los versos que siguen:

CALMA

Delicia de los árboles que abrevó el aguacero.
Delicia de los gárrulos raudales en desliz.
Cristalina delicia del trino del jilguero.
Delicia serenísima de la tarde feliz.

PLENITUD

El cerro azul estaba fragante de romero,
y en los profundos campos silbaba la perdiz.

Una de las partes, Alas, reúne composiciones dedicadas a pá-jaros argentinos. Por momentos la entonación, también vernácula, anticipa los futuros romances criollos. En las descripciones de los pájaros se prodigan toques realistas; ese realismo fragmentario es característico de todo el volumen. Decimos fragmentario, porque esos toques están como perdidos entre ornamentos retóricos y vagas efusiones líricas. No vemos los paisajes de Lugones como vemos, por ejemplo, los de Fernández Moreno; las estrofas de Mapamundi o de Horas campestres evocan a lo sumo acuarelas y óleos, no una inmediata realidad.
El libro fiel, El libro de los paisajes, y Las horas doradas (1922) componen, en cierto modo, una sola obra, pero en el último la versificación es más fluida. El terror sobrenatural, tema del Canto de la angustia y de Historia de mi muerte, reaparece con pareja eficacia en Los perros lunáticos:

Rozando interminables muros,
trotan sin fin. Su endeble traza
bajo la Luna se adelgaza,
y ella los vuelve más obscuros.
Y siguen con absurdo empeño
en nuestra misma dirección,
los fatales perros sin dueño,
sordos al mimo y al baldón.
Una esquivez de presidiario
manifiesta su intimidad
con los vampiros del osario
y el horror de la soledad.
Afelpando su oblicua marcha,
toda la noche van así,
exasperado por la escarcha
su silencioso frenesí.
O una demencia paralela,
su gañido histérico arranca,
y se pasan la noche en vela
ululando a la muerte blanca.
(Romanzas del buen invierno, IX)

El amor conyugal es otro de los temas que vuelven. De la admirable Balada del fino amor son los siguientes versos:

Y ¿habrá quien no haya visto en un inerte
crepúsculo de gélidos candores,
caer las violetas ulteriores,
de las lánguidas manos de la muerte?

Los diptongos quebrados del tercer verso recuerdan los de Góngora: Entre las violetas fui herido. Ventura García Calderón ha señalado la ocasional afinidad de Lugones con Góngora; la si-guiente estrofa reproduce no sólo el brillo sino la áspera dureza de las Soledades:

Mordido de color en cada poro,
friega de oro el metal su pulimento,
y exorbita hasta el cénit un violento
pavo real verde delirado en oro.
(La tarde)

Lugones, que iba buscándose y descubriéndose en los libros que leía, ahondó en su propia intimidad, gracias a los poemas de Heine. No sólo el título del Romancero (1924), atestigua esta in-fluencia, sino los trece Lieder, Intermezzo, y el romance inicial Gaya ciencia, que es una deliberada variación del poema Der Asra. Algunas composiciones –Las fatales, El ausente, Romance de las dos hermanas– permiten entrever al novelista que Lugones, tal vez, no logró ser cuando se propuso escribir novelas. Su predilección por el Libro de Las Mil y Una Noches y por la poesía islámica se refleja en Las tres kasidas y en ciertos poemas narrativos: Romance del rey de Persia, Tonada, El beso. El ropaje exótico no debe en-gañarnos; Lugones está mucho más cerca de estos poemas que, por ejemplo, de los ejercicios descriptivos que cultivó en las Odas seculares. El presentimiento y la curiosidad del amor, patéticos en un hombre maduro, asoman en muchas páginas de este libro (Chicas de octubre, Tennis, Perfil, Negro y blanco, Figurín) y les otorgan un interés humano que, acaso, estéticamente no alcanzan. En otras, la adivinación de la muerte se une al amor y es entonces cuando el lirismo de Lugones logra su plenitud:

LA PALMERA

Al llegar la hora esperada
en que de amarla me muera,
que dejen una palmera
sobre mi tumba plantada.
Así, cuando todo calle,
en el olvido disuelto,
recordará el tronco esbelto
la elegancia de su talle.
...........................................
Entregará con ternura
la flor, al viento sonoro,
el mismo reguero de oro
que dejaba su hermosura.
...........................................
Como un suspiro al pasar,
palpitando entre las hojas,
murmurará mis congojas
la brisa crepuscular.
Y mi recuerdo ha de ser,
en su angustia sin reposo,
el pájaro misterioso
que vuelve al anochecer.

En Poemas solariegos (1927), uno de los libros capitales de la obra que estudiamos, Lugones quiere fundar su poesía en la realidad o, mejor dicho, quiere celebrar una realidad que justifique y documente los poemas. Comparado con libros como el Lunario este volumen señala una reacción; el propósito de realizar una poe-sía argentina, ya ensayado en las Odas seculares, alcanza aquí su perfección. El lenguaje es más directo y más simple, sobre todo en El canto y en la perdurable Dedicatoria a los antepasados. Nuestra admiración por esta sencillez casi oral no debe hacernos olvidar que su eficacia, en buena parte, proviene del contraste con precio-sismos anteriores. A pesar de las influencias que hemos indicado, la obra de Lugones es una; el estilo barroco de Los crepúsculos del jardín hace resaltar la simplicidad de la Dedicatoria.
Recorre el libro un sentimiento elegiaco; Lugones ha querido rescatar viejas cosas criollas, olvidadas costumbres y personas. Las composiciones de inspiración cordobesa (El almuerzo, La sobre-mesa, El traspatio) son más auténticas que las Estampas porteñas, o que la demasiado famosa Salutación a Enbeita. En El payador (1916), Lugones menciona a:
“...un mozo llamado Serapio Suárez que se ganaba la vida recitando el Martín Fierro en los ranchos y en las aldeas. Vivía feliz y no tenía otro oficio; lo cual demuestra que la poesía era uno, si bien reducido a los cuatro granos diarios que constituyen el jornal del pájaro cantor.”
En los Poemas sola-riegos, dedica un largo romance a la memoria de aquel lejano amigo. Cierran el volumen unos cincuenta epigramas, Los ínfimos, que recuerdan las ocurrencias de Jules Renard o ciertos juegos de la poesía japonesa.
Con la obra póstuma Romances de Río Seco (1938) culmina la poesía de Lugones. Durante toda su vida había sido devoto del Martín Fierro, que juzgaba el libro esencial de nuestra cultura; esta veneración lo llevó a crear poemas de ambiente y tono criollos. Fueron surgiendo, así, los Romances de Río Seco. En los primeros (La cabeza de Ramírez, La presa) el criollismo es todavía un poco deliberado y enfático. Gradualmente, Lugones se libera y escribe, acaso, sus mejores poemas. En general, los escritores gauchescos habían preferido la bravata y el desafío; Lugones, en El regalo, La visita, El Señor de Renca, pone de relieve un rasgo menos divulgado y que fue típico de los payadores: la cortesía criolla. Más impor-tante que la anécdota es, en cada una de estas composiciones, el tono:

Aunque a rigor esta vez
la ley del canto me toque,
les narraré el sucedido
del gaucho Jacinto Roque.
Tal condición de mi letra
puntualmente determino,
porque es, con perdón de ustedes,
la historia de un asesino.
(El malevo)

En La visita admiramos, una vez más, la capacidad narrativa de Lugones. Conviven en este pausado relato el pudor, los buenos modales, y la picardía del hombre de campo. El poema concluye con las significativas estrofas:

Y como dándose tiempo
de asentar los cojinillos:
–Me habían dicho, amigo Robles,
que tenía unos novillos...
A estas palabras don Pepe,
como es de la misma laya,
regatea con desgano:
–Puede ser que algunos haya.
–¿Y costará mucho verlos?
El otro sin contestar,
afirma, entregando el mate:
–Yo lo voy a acompañar.
Montan juntos, y sin prisa
toman el camino al trote.
–Es allá cerca, nomás,
trasmontando aquel mogote.
Así podrá revisarlos
antes que asiente el calor.
La hacienda estaba rodeada
desde la tarde anterior.

Dos colecciones: Poesías diversas y La copa de jade, incluidas en sus Obras poéticas completas, nada esencial agregan a su labor.
Nadie discute que Lugones sea un gran poeta; esta definición, aplicada en general a escritores de producción abundante, acepta la presencia de irregularidades y de cierta grandilocuencia. Paradójicamente, resulta más difícil decidir si fue o no poeta. La dificultad es sólo verbal. Si, para tipificar la poesía, pensamos en Anacreonte en Keats, en Verlaine, en Garcilaso o, entre nosotros, en Enrique Banchs, hombres de tono íntimo, quizá no podamos incluir en esta categoría a Lugones. En cambio, si pensamos en Píndaro, en Milton, en Hugo, en Quevedo, es evidente que también Lugones tiene de-recho a la fama de poeta.

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