sábado, 13 de febrero de 2016

El prosista Lugones y lo argentino (Cuarta entrega. Estudio Crítico: Jorge Luis Borges y Betina Edelberg).


El prosista Lugones y lo argentino
(Cuarta entrega. Estudio Crítico: Jorge Luis Borges y Betina Edelberg).

De los trabajos en prosa de Lugones * , ninguno se deja leer con mayor agrado que El imperio jesuítico (1904). En 1903, el go-bierno argentino le encargó la redacción de esta memoria, que llegó a ser un erudito ensayo histórico. Lugones recorrió el territorio de las Misiones y el Paraguay para documentarse. Como lo indica el título, este libro historia y analiza el régimen teocrático que la Com-pañía de Jesús instauró en el Paraguay y en las zonas limítrofes. El primer capítulo es una descripción del estado de España durante la época de la Conquista; Lugones considera que para comprender la conquista es indispensable comprender la nación que la llevó a cabo. Más adelante, pasa a detallar el paisaje de las Misiones; en otros libros, su estilo barroco no condice con los temas que trata; en éste, hay una afinidad natural entre la exuberancia del paisaje y la de la prosa.
* _ La prosa de Lugones es tan múltiple, que no podemos mantener en este capítulo el orden cronológico que hemos observado para su poesía. Nos ha pa-recido preferible una clasificación por temas.
“No tengo para los jesuitas y por de contado para los que ya no existen en el Paraguay –declara Lugones–, cariño ni animad-versión. Los odios históricos, como la ojeriza contra Dios, son una insensatez que combate contra el Infinito o contra la nada.”
Es interesante comparar este “ensayo histórico” de Lugones con el trabajo análogo de Groussac sobre el Padre José Guevara y su historia del Paraguay. Lugones, por ejemplo, se limita a señalar las leyendas milagrosas que pululan en las historias de los jesuitas; Groussac insinúa, al pasar, que una fuente probable de esa mila-grería fue cierta bula que se refiere a la canonización con estas pa-labras precisas:
“...las virtudes no bastan, sin los milagros... * ”
* _ Groussac, Estudios de historia argentina, 1918, páginas 56-57.
En El imperio jesuítico, el sujeto preocupa menos al autor que las posibilidades literarias que aquél le ofrece.
Piedras liminares (1910) integra con Didáctica, Odas secula-res, y Prometeo, el homenaje de Lugones al primer centenario argen-tino. Se trata de una obra desconcertante; menos resignado que otros ciudadanos de nuestro país a la agobiadora fealdad de los monumentos públicos, Lugones pretende que éstos sean bellos y sugiere varios minuciosos proyectos. Entre otros encara la construcción de un templo dedicado al himno argentino, en el que cada capitel re-presentaría:
“...una escena alusiva en mármol o en bronce, según la situación de las columnas...”
El primero y el último capítulo de la Historia de Sarmiento (1911), escritos con grandilocuencia, no corresponden al estilo ge-neral del libro, uno de los más fuertes y agradables de la obra de Lugones. Estos dos capítulos, en efecto, adolecen de gigantismo y de prolijidad. En uno de ellos no le basta al autor la comparación de Sarmiento con una montaña; la describe con pormenores geo-lógicos:
“Persiste la quemadura plutónica en el costillar de traquito, en la hacheadura de gneis que forman la grieta oblicua. En vano la náyade montañesa vertióle, por siglos compasiva, su escurridura de alcuza.”
En otro, proyecta esta detallada pirámide:
“La tumba de Sarmiento, es otro tema monumental. Paréceme que dado el personaje, debiera ser una pirámide de granito ocupada por un féretro de bronce... Deberíamos orientarla como aquellas otras de los fa-raones, por medio de la astronomía estelar, cuyo primer observatorio argentino fue una creación de Sarmiento. Quizá. conviniera formarla con cincuenta bloques, grabando en cada uno de ellos el título de un libro suyo.”
Felizmente, pasajes como los anteriores son excepcionales. La obra deja una imagen vivida de Sarmiento. La prolijidad que, apli-cada a lo meramente verbal, es intolerable, resulta una virtud cuando Lugones la emplea para comunicar hechos reales. Las predilecciones, los hábitos de trabajo, el régimen de vida, las anécdotas, la sucesiva indumentaria, las comidas preferidas, todas las circunstancias de Sarmiento, están en este libro. Sin indiscreciones, el historiador nos da la intimidad del protagonista. Lugones admira a Sarmiento, pero no se propone justificar todos sus actos. Condena, por ejemplo, la muerte de Peñaloza.
Años más tarde, el autor se desdijo de “la ideología liberal de este libro”.
Ciertos pasajes merecen un recuerdo especial: el capítulo titu-lado El innovador, la descripción de las orillas de Buenos Aires, las bien elegidas y bien comentadas citas del propio Sarmiento.
En 1913 publica su Elogio de Ameghino. No corresponde ana-lizar aquí el aspecto científico de este libro; en sus páginas, Lu-gones ha rescatado para la posteridad la modesta presencia de un gran hombre. Al iniciar su biografía, destaca una singular coincidencia, que bien puede ser una predestinación: en Lujan fueron descubiertos los grandes restos de los animales prehistóricos; en Lujan nació el estudioso que les dedicaría su vida. Lugones refiere las vicisitudes de esa labor, tardíamente reconocida, en nuestro país. Esta biografía, como la de Sarmiento, abunda en pormenores pre-cisos. La obra entera ha sido escrita con emocionada amistad.
Nos enfrentamos ahora con uno de los mejores libros de Lu-gones, El payador (1916). El propósito del autor era que esta obra, consagrada al Martín Fierro de Hernández, constase de tres partes: una introducción estética y descriptiva, un vocabulario, y el texto original, comentado. Sólo apareció la primera, Hijo de la pampa, más conocida por el título de El payador. Lugones consideraba que el Martín Fierro era un poema épico: razonar esta idea era uno de los fines que se propuso. Movido por su pasión helenística, vio en la obra de Hernández una epopeya, que bien podía significar para nosotros lo que para los griegos la Ilíada. No todos estarán de acuerdo; nadie, sin embargo, podrá permanecer insensible a los es-plendores y a la emoción de esta obra fervorosa. En una antología de la prosa española serían indispensables estas páginas que descri-ben los orígenes pastoriles de nuestra sociedad: el desierto, los in-cendios, el regreso del padre, la yerra, los indios, los desafíos de la guitarra y del cuchillo.
Roca (1938), la última producción de Lugones, ha quedado inconclusa. Esta biografía llega hasta la conquista del desierto. No hay en sus páginas un juicio directo sobre la ideología de su hé-roe, pero sí un ataque a la Constitución del 53, una censura del liberalismo, y una apología de la política exterior de Rosas. No es fácil formular una opinión sobre esta biografía que el autor no alcanzó a corregir; cautiva menos que la Historia de Sarmiento o que El imperio jesuítico.
Entristece que este libro póstumo cargue con un prólogo in-tempestivo de Octavio R. Amadeo, hecho de bromas débiles (“Cór-doba se sintió aliviada con la partida del hijo pródigo, y pudo decir: Vate!, vete!”) y de metáforas indigentes (“Ha llegado de Córdoba con cajones llenos de palabras eléctricas, de todos colores... El tanque cordobés hace fuego caiga quien caiga”).
Imposible omitir en este capítulo dos preocupaciones de Lu-gones: los problemas del lenguaje y los pedagógicos.
Vigoroso testimonio de lo primero es el fragmentario comien-zo de un Diccionario etimológico del castellano usual, que abarca más de seiscientas páginas y que no alcanza a agotar la letra A. La Academia Argentina de Letras lo publicó en 1944.
Lo pedagógico proviene de sus experiencias personales. Lugo-nes, desde el año mil novecientos, ejercía el cargo de inspector de enseñanza; tres años después renuncia por solidaridad con el inspec-tor general, Pablo Pízzurno, y publica La reforma educacional. Esta obra combate las arbitrarias innovaciones introducidas en el plan de estudios por el nuevo ministro. Se aprecia en ella la profunda versa-ción pedagógica del autor. Censura, entre otras cosas, que el francés o el inglés no sean materias obligatorias, y satiriza el predominio concedido a la gramática, en detrimento de otras asignaturas.
Otro libro, Didáctica (1911), recoge la experiencia de esos años de labor escolar. Es una obra extensa, que condesciende a las más minuciosas observaciones; analiza planes de estudio y el ma-terial de enseñanza; ni las dimensiones de los bancos ni la forma de los tinteros eluden su examen.
Fuente:
Editorial Pleamar, Buenos Aires. Argentina.

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