miércoles, 27 de enero de 2016

Rex Todhunter Stout. SERIE: Narrativa,Thriller,Policial – Detectives, novela negra, novela negrótica.


Rex Todhunter Stout (1 de diciembre de 1886 - 27 de octubre de 1975) fue un escritor estadounidense, principalmente reconocido por ser el creador del famoso detective ficticio Nero Wolfe, descrito por el crítico Will Cuppy como `el Falstaff de los detectives`. El asistente de Wolfe, Archie Goodwin, relató los casos del genio detective desde 1934 (Fer-de-Lance) hasta 1975 (A Family Affair).

Las historias de Nero Wolfe fueron nominadas como Mejor Serie de Misterio del Siglo en Bouchercon 2000, la mayor convención de libros de misterio del mundo, y Rex Stout fue nominado como Mejor Escritor de Misterio del Siglo

***


(Fragmento. Antes de medianoche. Novela policíaca).
SERIE: Narrativa,Thriller,Policial – Detectives, novela negra, novela negrótica.

1
No es que nuestra charla de aquel martes de abril tuviera demasiada relación con el asunto, pero servirá de introducción, y contribuirá a explicar un par de reacciones que Nero Wolfe tuvo después. Tras una cena compuesta por una de las especialidades de Fritz, pichones con salchichas y choucroute, en el comedor de la casa de la calle Treinta y cinco Oeste, seguí a Wolfe hasta el despacho, y, mientras él cogía unas revistas amontonadas junto al gran globo terráqueo y se dirigía hacia la butaca detrás de su mesa, pregunté si había algo que hacer. Quería asegurarme. Le había notificado que pensaba tomarme libre la tarde del jueves para la inauguración de la temporada de béisbol en el club de Polo, y no quería que me acusara de descuidar el trabajo cuando llegase el jueves.
El dijo que no, que no había nada, amoldó su voluminoso cuerpo a la butaca, la única butaca de la tierra que gozaba de su aprobación, y abrió una revista. Destinaba unos veinte minutos por semana a mirar anuncios. Fui a mi mesa, me senté, y alargué la mano hacia el teléfono, pero luego cambié de opinión, pensando que quizá debería asegurarme aún más. Al volver la cabeza y ver que miraba la revista abierta con el ceño fruncido, me levanté y me acerqué lo bastante para distinguir qué contemplaba. Era un anuncio de una página entera, en blanco y negro, que yo y muchos millones de mis conciudadanos sabíamos de memoria, aunque no requería mucho estudio, pues sólo constaba de seis palabras, sin contar las repeticiones. En la parte superior central había un pequeño frasco de original diseño, con una etiqueta donde se leía POUR T'AIMER. con el T'AIMER debajo del POUR. Justamente debajo de él había otros dos iguales, también centrados, y debajo de ellos otros tres, y luego cuatro más, y así sucesivamente hasta el final de la página. En el borde inferior se veía una hilera de siete frascos, que formaban la base de una pirámide de veintiocho. En el ángulo superior izquierdo figuraba la aseveración:

POUR T'AIMER
SIGNIFICA
PARA AMARTE

y en el ángulo superior derecho se leía:

POUR T'AIMER
ES
PARA AMARTE

—Hay dos cosas extrañas en ese anuncio —manifesté.
Wolfe gruñó y volvió la hoja.
—La primera —dije— es el nombre. Al sesenta y cuatro por ciento, y a siete de cada diez mujeres que lo vean, les sugerirá la palabra «amante», y el porcentaje sería más elevado si muchas más supieran lo que es un amante. No es que menosprecie a las mujeres americanas. Tengo muy buenas amistades entre el sexo femenino. Muy pocas quieren ser o tener amantes, de modo que es absurdo bautizar un perfume con ese nombre. Enfóquelo así. Ven el anuncio, y piensan: «¿Asi que tienen el descaro de sugerir que su apestoso perfume me proporcionará un amante? ¡Yo les enseñaré! ¿Qué se imaginan que soy? Medio litro, diez pavos.» La segunda...
—Con una es suficiente —gruñó él.
—Sí, señor. La segunda son tantos frascos. Es algo que va contra las normas. Lo esencial en un perfume es mostrar un solo frasco, para dar la impresión de que es un artículo escaso e inducir a cada una a comprar el suyo antes de que se acabe. No es el caso de Pour t'aimer. Dicen: «Vamos, tenemos muchos y éste es un país libre y todas las mujeres tienen derecho a un amante, y si usted no lo desea, demuéstrelo.» Es un enfoque totalmente nuevo, cien por ciento americano, y parece que da resultado, así como el concurso.
Yo había pensado que esto bastarla para obtener los resultados deseados, pero él se limitó a seguir volviendo hojas. Tomé aliento.
—El concurso, como ya debe saber por los anuncios, es una mina. Dan premios en metálico por valor de un millón de dólares. Todas las semanas, desde hace casi cinco meses, han proporcionado la descripción de una mujer —puedo darle los datos exactos, ya que usted ha ejercitado mi memoria durante años—: «Un personaje histórico femenino cuya afición a los cosméticos se mencione en alguna obra literaria, excluidas las novelas.» Veinte en veinte semanas. Esta era la descripción de la número uno:
«Aunque César luchó por mi gloria y tenía a Antonio a mis pies, mi pecho en la fatídica hora acogió el áspid con avidez.
»No podría ser más sencillo. Cleopatra.
La número dos era igualmente fácil:
»Casada con un tal Aragón, ofrecí en prenda todas mis gemas, al oír los relatos de Colón, para comprarle barcos y velas.
»No recuerdo haber leído nunca que la reina Isabel usara cosméticos, pero ya que en el siglo XV nadie se bañaba, es probable que así fuese. También podría darle los números tres, cuatro y cinco, pero después de éste empezaron a complicarse, y a partir del número diez ni siquiera me molesté en leerlos. Dios sabe cómo debían ser al llegar al veinte. Para ponerle un ejemplo, éste es el número siete u ocho, ya he olvidado cuál:
»Ennoblecieron a mi hijo mayor aunque mi nombre escribir no supiera, y porque Brown hijo me dio su amor alcancé fama duradera.
»Es lo que yo llamo una trampa. Considerando cuántos Brown tuvieron hijos en el curso de la historia, y cuántos de los hijos...»
—Bah. —Wolfe volvió una hoja—. Nell Gwynn, la actriz inglesa.
Le miré con sorpresa.
—Sí, he oído hablar de ella. ¿Cómo es eso? Tal vez uno de sus amigos se llamara Brown o Brownson, pero no fue esto lo que la hizo famosa. Fue un rey.
—Carlos II —declaró él con presunción—. Otorgó el título de duque al hijo que tuvo con ella. Su padre, Carlos I, habla adoptado el nombre de señor Brown durante el viaje que hizo a España en su juventud. Y, por supuesto, Nell Gwynn fue la favorita de Carlos II.
—Prefiero la palabra amante. De acuerdo, usted ha leído diez mil libros. ¿Qué le parece ésta? Creo que fue la número nueve:
«Según la ley que él mismo promulgara, ser su esposa legal yo no podía; obedeció la ley con buena cara y me amó toda la vida.»
Agité una mano.
—¿Quién fue?
—Archie. —Volvió la cabeza hacia mí—. ¿Tienes algún sitio adonde ir?
—No, señor, esta noche no. Lily Rowan ha reservado una mesa en la Sala Flamingo y pensaba que tal vez podría acompañarla, pero le dije que quizá usted me necesitara, y ella sabe lo indispensable que soy...
—Bah. —Empezaba a impacientarse y consideré más prudente callarme—. Tenías la intención de ir, pero querías que yo te lo sugiriese, y no has parado hasta conseguirlo. Te sugiero que te marches inmediatamente.
Habría podido contestarle tres o cuatro cosas, pero él suspiró y volvió a concentrarse en la revista, de modo que no dije nada. Mientras me dirigía hacia el vestíbulo, le oí añadir:
—Te has afeitado y cambiado de ropa antes de cenar.
Esto es lo malo de trabajar y vivir con un gran detective.

Fuente:
Título original: Before Midnight
Traducción: M.ª Teresa Segur
Editorial Bruguera
Club del Misterio 127
Barcelona 1983

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