domingo, 24 de enero de 2016

CHARLES DICKENS El misterio de Edwin Drood.

Novelas de crimen y misterio.
 CHARLES DICKENS

El misterio de Edwin Drood
Prólogo de Gibert K. Chesterton
Traducción de Dora de Alvear
EMECE EDITORES, S. A.

 PROLOGO

 Pickwick fué una obra proyectada parcialmente por otros, pero completada finalmente por Dickens. Edwin Drood, su último libro, fué un libro proyectado por Dickens, pero completado finalmente por otros. Los papeles de Pickwick mostraron cuánto podía hacer Dickens con las sugestiones de otras personas; El misterio de Edwin Drood muestra qué poco pueden hacer otras personas con las sugestiones de Dickens.
 Dickens fué destinado por el cielo para ser un gran melodramaturgo; tanto que hasta su fin literario fué melodramático. La interrupción de Edwin Drood de Dickens significó mucho más que la interrupción de una buena novela de un gran hombre. Parece más bien la última burla de algún elfo que al dejar el mundo quiso que quedara inconclusa esta historia, que es sólo una historia. La única de las novelas de Dickens que éste no concluyó era la única que realmente necesitaba una conclusión. Nunca tuvo más que un argumento totalmente bueno para contar, y ése sólo lo ha contado en el cielo. Esto es lo que separa el caso en cuestión de cualquier paralelo con novelistas interrumpidos en el acto de creación. Aquel gran novelista, por ejemplo, con quien Dickens es comparado constantemente, murió también en la mitad de Dennis Duval. Pero cualquiera puede ver en Dennis Duval las cualidades de las últimas obras de Thackeray, las crecientes divagaciones, la creciente poesía retrospectiva, que habían sido en parte el encanto y en parte el fracaso de Felipe y de Los Virginianos. Pero a Dickens le fué permitido morir en un momento dramático y dejar un misterio dramático. Cualquier discípulo de Thackeray podría haber completado el argumento de Dennis Duval, aunque, naturalmente, podría haber tenido dudas sobre si había algún argumento que completar. Pero Dickens, que había tenido demasiado poco argumento en las historias que tuvo que contar antes, tenía demasiado argumento en la historia que nunca contó. Dickens muere en el acto de contar, no su décima novela, sino sus primeras noticias del crimen. Cae muerto en el acto de denunciar al asesino. Resumiendo, a Dickens le fué permitido llegar a un final literario tan extraño como su comienzo literario. Comenzó perfeccionando la antigua novela de viajes; terminó por inventar la nueva novela policial.
 Es ante todo como novela policial que debemos considerar al Misterio de Edwin Drood. Esto no significa, naturalmente, que los detalles no sean a menudo admirables en su humor rápido y penetrante: decir eso del libro sería decir que Dickens no lo escribió. Nada más verdadero que el modo en que la ofuscada y embriagada dignidad de Durdles ilustra cierta amargura que hay en el fondo del aturdimiento de los pobres. Nada mejor que la manera en que la presuntuosa y alusiva conversación entre la señorita Twinkleton y la dueña de casa ilustra la enloquecedora preferencia de algunas mujeres para deslizarse sobre temas prohibidos. Hay todavía un ejemplo mejor que éstos de la típica penetración humorística de Dickens; y uno que no suele observarse a causa de su brevedad y de su insignificancia en la narración. Pero Dickens nunca hizo nada mejor que el breve relato de la cena del señor Grewgious, traída de la taberna por dos mozos: un «mozo permanente» y un «mozo volante». El «mozo volante» trae la comida y el «mozo permanente» pelea con él. El «mozo volante» trae vasos y el «mozo permanente» los mira al trasluz. Finalmente se recordará que el «mozo permanente» abandona la habitación lanzando una mirada que dice a las claras: «Queda comprendido que todos los emolumentos son míos y que Cero es la recompensa de este esclavo.» Sin embargo, Dickens escribió el libro como novela policial; lo escribió como El misterio de Edwin Drood. Y, único tal vez entre los novelistas policiales, no vivió para destruir su misterio. De esta suerte, solamente en ésta, entre las novelas de Dickens, es necesario hablar del argumento y sólo del argumento. Al hablar del argumento, es inmediatamente necesario hablar de las dos o tres explicaciones propuestas por críticos famosos.
 La historia, tal como fué escrita por Dickens, puede ser leída aquí. Trata, como se verá, de la desaparición del joven arquitecto Edwin Drood, después de una fiesta nocturna realizada en casa de su tío Jack Jasper y destinada a celebrar su reconciliación con un enemigo pasajero, Neville Landless. Dickens adelantó bastante en su historia como para explicar o destruir el primero y más evidente de sus enigmas. Mucho antes de la terminación de la parte existente resulta obvio que Drood fué eliminado, no por su adversario manifiesto, Landless, sino por su tío, que le profesa un afecto casi penoso. Sin embargo, el que todos sepamos esto no debe cegarnos frente al hecho de que, considerado como el primer engaño en una novela policial, ha sido sumergido y ocultado al mismo tiempo con gran habilidad. Nada, por ejemplo, más inteligente, como rasgo de misterio artístico, que el hecho de que Jasper, el tío, conserve constantemente sus ojos fijos en la cara de Drood, con una ternura oscura y vigilante. Al principio, esto es referido de tal manera, que sólo lo tomamos como la indicación de algo mórbido en el afecto. Sólo después nos sorprende la idea aterradora de que no se trata de afecto mórbido, sino de antagonismo mórbido. Sólo es importante observar este primer misterio (que ya no lo es más) de la culpa de Jasper, porque muestra que Dickens se proponía y se sentía capaz de disfrazar todas sus baterías con verdadera estrategia y precaución artística. La manera de desenmascarar a Jasper marca la forma en que sería contado todo el cuento. Aquí no se trata de un Dickens que simplemente se entrega, como se entregó en Pickwick o en la Canción de Navidad. A veces uno querría que se entregara así, porque no hay mejor regalo.
 Nadie nos dirá jamás cuál fué el misterio de Edwin Drood desde el punto de vista de Dickens, excepto quizás el mismo Dickens en el cielo, y es probable que entonces lo haya olvidado. Pero el misterio de Edwin Drood desde nuestro punto de vista, del de sus críticos, y de aquellos que han intentado con cierto valor (después de su muerte) ser sus colaboradores, es simplemente éste: no hay duda de que Jasper o bien mató o creyó haber matado a Drood. Tenemos esta certeza por el hecho que es el punto central de una escena entre Jasper y Grewgious, el abogado de Drood, donde Jasper es abatido por el remordimiento al comprender que Drood ha sido muerto (desde su punto de vista) sin necesidad y sin provecho. La única pregunta es si el remordimiento de Jasper era tan inútil como su crimen. En otras palabras, el único problema es si, mientras seguramente pensaba que había matado a Drood, lo había matado realmente. Casi es innecesario decir que tal duda no hubiera surgido de la nada; caballeros como Jasper no gastan, por lo general, su remordimiento sino sobre crímenes exitosos. El origen de la duda sobre la verdadera muerte de Drood es éste: hacia el final de los capítulos existentes aparece de pronto, y con ostentoso aire de misterio, un personaje llamado Datchery. Parece tener el propósito de espiar a Jasper y de levantar algún cargo contra él. En todo caso, si no tiene este propósito en la historia, carece de todo propósito. Es un anciano caballero de energía juvenil, con el hábito de llevar su sombrero en la mano, aun al aire libre; lo que algunos han interpretado como si sintiera el desacostumbrado peso de une peluca. Hay una o dos personas en la historia que este personaje podría ser. Notablemente una, que parece destinada a ser algo, pero que luego no es definitivamente nada. Me refiero a Bazzard, el empleado del señor Grewgious, un individuo huraño, interesado en teatralerías, por quien se hace un alboroto innecesario. También está el mismo señor Grewgious, y hay también otra sugestión, tanto más sorprendente que tendré que ocuparme de ella después.
 Por el momento, sin embargo, la cuestión es ésta: aquel celebrado escritor, el señor Proctor, inició la teoría de que Datchery era Drood en persona, que en verdad no había sido asesinado. Adujo un sistema muy ingenioso que cubría todos los detalles, pero el argumento más fuerte era más bien de efecto artístico general. Este argumento ha sido resumido perfectamente por el señor Andrew Lang en una frase: «Si Edwin Drood está muerto, no hay mucho misterio sobre él.» Esto es verdad. Dickens, al escribir de un modo tan deliberado, más aún, de un modo tan oscuro y deliberado, hubiera ocultado algún tiempo más la muerte de Drood y la culpa de Jasper, si el único misterio real hubiera sido la culpa de Jasper y la muerte de Drood. Por cierto, parece artísticamente más probable que hubiera un misterio posterior de Edwin Drood; no el misterio de que fué asesinado sino el misterio de que no lo fué. Es verdad que el señor Cumming Walters tiene una teoría de Datchery (a la que ya he aludido oscuramente), una teoría lo suficientemente absurda para ser el centro no sólo de cualquier novela, sino de cualquier arlequinada. Pero lo cierto es que hasta la teoría del señor Cumming Walters, aunque hace que el misterio sea más extraordinario, no es tampoco un argumento definitivo para justificar el título. No se debió llamarle el Misterio de Drood sino el Misterio de Datchery. Este es el argumento más sólido para Proctor; si la historia habla del regreso de Drood como Datchery, la historia cumple con el título estampado en la tapa. La objeción principal a la teoría de Proctor es la falta de razón adecuada para que Jasper no matara a su sobrino si quería hacerlo. Y parece todavía menos razonable que Drood no hiciera correr la alarma, si fué asesinado sin éxito. Los jóvenes arquitectos felices casi estrangulados por ancianos organistas, no suelen marcharse para regresar algún tiempo después con una peluca y un nombre falso. Parece superficial decir que resultaría tan extraño encontrar al criminal investigando el origen del crimen, como encontrar al cadáver dedicado a esa tarea. Dos de los críticos literarios más capaces de nuestro tiempo, el señor Andrew Lang y el señor William Archer, ambos persuadidos en forma general de la teoría de Proctor, se han ocupado especialmente de este problema. Ambos han llegado a la misma conclusión sustancial, y sospecho que están en lo cierto. Sostienen que Jasper (sobre cuya manía por el opio se insiste mucho en el cuento) tuvo cierto ataque, o trance, u otro impedimento físico mientras cometía el crimen, dejándolo sin terminar. Además sostienen que había narcotizado a Drood, y que éste, al recuperarse del ataque, tenía dudas sobre quién había sido su agresor. Esto puede explicar, aunque de un modo un poco antojadizo su regreso a la ciudad como detective. Podía pensar que debía a su tío (a quien recordaba por última vez en una especie de visión criminal) el hacer una investigación independiente sobre si era culpable o no. Pudo decir, como Hamlet dijo de una visión igualmente aterradora: «Espero razones más precisas.»
 En justicia debe decirse que hay algo frágil en esta teoría; principalmente a este respecto: hay en Datchery una especie de jovialidad burlesca, no apropiada a un muchacho que debía estar en una agonía de duua por saber si su mejor amigo era o no su asesino. Sin embargo, hay muchas incongruencias como ésta en Dickens; y la explicación del señor Archer y el señor Lang es por lo menos una explicación. Tampoco creo que pueda darse otra explicación que aclare el título del libro: El misterio de Edwin Drood, si prácticamente comienza con su cadáver.
 Si Drood realmente ha muerto, no puede uno dejar de sentir que el cuento debe concluir donde concluye, no por accidente sino por designio. El asesinato ha sido explicado. Jasper está listo para ser ahorcado, y cualquier otra persona en una novela decente debía estar lista para casarse. Todo otro agregado sería un desencanto. De todos modos, hay grados de desencanto. Algunas de las explicaciones sobre Datchery son bastante razonables, pero evidentemente débiles. Por ejemplo, Datchery puede ser Bazzard, pero esto no es muy apasionante; porque nada sabemos de Bazzard, y nos interesa aún menos. También puede ser Grewgious; pero hay algo inútil en un personaje grotesco que simula ser otro personaje grotesco menos divertido que él. El señor Cumming Walters ha tenido la distinción de inventar una teoría que hace a la historia, por lo menos, interesante, aun sin ser exactamente la historia prometida en la portada del libro. El enemigo manifiesto de Drood, sobre quien recae primero la sospecha, el moreno y huraño Landless, tiene una hermana aún más morena y, salvo por su dignidad de reina, aún más huraña que él. Esta princesa bárbara está evidentemente destinada a enamorarse (de alguna manera sombría) de Crisparkle, el clerical y muscular cristiano que representa el elemento refrescante en las emociones del cuento. El señor Cumming Walters afirma seriamente que esta princesa bárbara se ha puesto una peluca y se ha disfrazado de Datchery. Presenta su argumento con mucho ingenio de detalles. Helena Landless tenía ciertamente un motivo: salvar a su hermano injustamente acusado, acusando justamente a Jasper. Ciertamente tenía algunas de las condiciones: en la primera parte de la historia se afirma detalladamente que cuando niña solía vestir ropas masculinas y correr las aventuras más extrañas. Puede haber algo en el argumento del señor Cumming Walters, de que la impertinencia de Datchery es la impertinencia consciente de una mujer fuerte en una situación tan rara. Ciertamente, hay la misma impertinencia en Porcia y en Rosalinda. Sin embargo, creo que hay una objeción final a la teoría; y es simplemente esto: que es cómica. Es un error imaginar que un gran maestro de lo grotesco será cómico exactamente donde no lo intenta. Y estoy seguro de que, si realmente Dickens hubiera querido que Helena se convirtiera en Datchery, la hubiera hecho desde el principio, de algún modo, más superficial, excéntrica y risible, por lo menos tan superficial y risible como Rosa. Tal como está, hay algo extrañamente torpe e increíble en la idea de una dama tan morena y tan majestuosa disfrazándose de viejo caballero fanfarrón de saco azul y pantalones grises. Tan absurdo sería imaginar a Edith Dombey disfrazándose de Mayor Bagstock, o a la Rebeca de Ivanhoe disfrazándose de Isaac de York.
 Claro que esta cuestión nunca se resolverá de manera precisa, porque no sólo se trata de un misterio, sino de un enigma. Porque en eso la novela policial difiere de cualquier otra novela. El novelista común quiere que sus lectores no se aparten del tema; el novelista policial quiere desviarlos continuamente del tema. En el primer caso, cada pincelada debe servir para hacer conocer sus propósitos al lector; en el segundo, la mayoría de las pinceladas oculta o hasta contradice ese propósito. Se entiende que uno debe ver y apreciar los menores gestos de un buen actor; pero no debe ver todos los gestos de un prestidigitador, si es un buen prestidigitador. Por consiguiente, en el examen crítico de trabajos como éste, se introduce un problema, una perplejidad adicional, que no se da en otros casos. Me refiero al problema de las trampas. Algunos de los detelles que elegimos como sugestivos, pueden haber sido puestos allí para engañar. Así, todo el conflicto entre un crítico con una teoría, como el señor Lang, y un crítico con otra teoría, como el señor Cumming Walters, se vuelve eterno y algo frívolo. El señor Walters dice que todas las claves del señor Lang son trampas; el señor Lang dice que todas las claves del señor Walters son trampas. El señor Walters puede decir que algunos pasajes parecen indicar que Helena era Datchery; el señor Lang puede responder que esos pasajes tenían por único propósito engañar a personas simples como el señor Walters. Análogamente, el señor Lang puede decir que el regreso de Drood ha sido pronosticado, y el señor Walters puede responder que fué pronosticado precisamente porque no iba a ocurrir. Este proceso de locura parece interminable. Cualquier cosa escrita por Dickens puede o no significar lo opuesto de lo que dice. Sobre este principio yo estaría decidido a declarar que todos los Datcherys sugeridos eran realmente trampas, solamente porque pueden ser sugeridos de manera natural. Yo me comprometería a demostrar que el señor Datchery es realmente la señorita Twinkleton, que tiene cierto interés mercenario en guardar a Rosa Bud en su escuela. Esta sugestión no me parece mucho más ridícula que la teoría del señor Cumming Walters. Sin embargo, cualquiera de ellas debe ser verdadera. Dickens ha muerto, y una cantidad de espléndidas escenas y de aventuras sobrecogedoras han muerto con él. Aun si conseguimos la solución correcta, no sabremos que lo es. El Cuento pudo haber sido, y sin embargo no fué. Y creo que no hay pensamiento mejor calculado para hacer que se dude de la muerte misma, para sentir esa duda sublime que ha creado toda la religión: la duda que encontró increíble a la muerte. Edwin Drood puede o no haber muerto, pero seguramente Dickens no murió. Seguramente nuestro verdadero detective vive y aparecerá en los últimos días de la tierra. Porque un cuento cumplido puede dar la inmortalidad a un hombre, en el sentido superficial y literario; pero un cuento inconcluso sugiere otra inmortalidad, más necesaria y más extraña.

G. K. Chesterton

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