viernes, 23 de mayo de 2014

Charles Robert Maturin. Novela. Melmoth; una especie de Fausto y Mefistófeles.Literatura gótica.


Charles Robert Maturin, también conocido como C. R. Maturin (Dublín, 25 de septiembre de 1782 - 30 de octubre de 1824, Dublín) fue un predicador protestante anglo-irlandés (ordenado por la Iglesia de Irlanda), dramaturgo y escritor de novela gótica.

Descendiente de una familia hugonote francesa, nació en Dublín (1782) y se educó en el Trinity College de esa misma ciudad. Sus tres primeras obras fueron publicadas bajo el pseudónimo de Dennis Jasper Murphy y resultaron rotundos fracasos. Lograron captar la atención, sin embargo, del novelista Sir Walter Scott, quien recomendaría el trabajo de Maturin a Lord Byron, y entre ambos lograron que Maturin viera representados algunos de sus dramas. La consagración definitiva le llegaría con la publicación en 1820 de la novela Melmoth el errabundo, obra inspirada en parte en la leyenda del Judío Errante.

Maturin murió en Dublín en 1824.

Honoré de Balzac, quien, apiadado del protagonista de la gran obra de Maturin, escribiría su ensayo Melmoth réconcilié (`Melmoth reconciliado`) y otros grandes escritores como Thackeray, Dante Gabriel Rossetti y Charles Baudelaire, expresarían en su día gran estima por las obras de Maturin, muy especialmente por la ya citada Melmoth, el errabundo, (`Melmoth the Wanderer`). Con esta obra monumental culmina y se cierra la tradición gótica de terror. Melmoth es el personaje romántico por excelencia, fáustico y byroniano, que ha llevado a cabo un pacto con el diablo. Llega a vivir doscientos años y, cansado de su existencia desarraigada, no busca más que a otro pobre infeliz a quien traspasarle esa cruel carga de eternidad a cambio de su alma. La finura de trazo a la hora de describir los sufrimientos de los sucesivos personajes prefigura los terrores psicológicos que años más tarde remataría el genio de Edgar Allan Poe.

Se da la circunstancia de que Maturin se casó con Henrietta Kingsbury, hija de Sarah Kingsbury, que fue madre de Jane Wilde, madre a su vez de Oscar Wilde, y que éste adoptó el pseudónimo de Sebastián Melmoth con motivo del proceso judicial a que fue sometido en los últimos años del siglo XIX.
***
 Prologo


Melmoth el errabundo, publicada en 1820, lleva a una cima la representación de la
concepción gótica de la existencia. En esta obra se subrayan los aspectos terribles y
problemáticos de la vida humana, sin concesiones. Su protagonista, una especie de
Fausto y Mefistófeles, simboliza una visión oscura y angustiosa de la experiencia del
hombre en su deambular por la tierra. Melmoth, después de haber sellado un pacto con
el diablo, logra que su vida se prolongue en el tiempo por encima de lo que cabría
esperar en un hombre ordinario; el resultado de semejante imaginación sirve para
presentar ante la mirada del lector la condición del hombre con más claridad y nitidez.
El haber prolongado la extensión de la vida no conduce al villano, que por ello se hace
también víctima, a un aumento de su felicidad; al contrario, le arrastra de un modo más
evidente a la esencia de la existencia: el dolor, el sufrimiento, la desesperación. Sólo
podrá liberarse de la condena cuando encuentre a alguien que esté dispuesto a asumir su
destino. Esta búsqueda es el hilo argumental de la novela, cuyos episodios están unidos
y encajados unos dentro de otros, logrando su unidad por la aparición del errabundo en
su búsqueda incesante de almas tan desesperadas como él. Su errancia le conduce a los
lugares más siniestros creados por los hombres: cárceles, manicomios, los tribunales de
la Inquisición; en todos ellos se revelan la crueldad y la persecución a la que unos
hombres someten a otros. El curso de la vida humana se presenta a la mirada del lector
como una repetición obsesiva del sufrimiento, la tortura física y moral, como un
deslizarse irremediable hacia la catástrofe. Los diversos episodios que componen la
novela vuelven siempre a la realidad única de la tragedia humana, en la que los
personajes se muestran como víctimas sin posibilidad de redención. Vivir se resuelve,
así, en sufrir, en soportar la persecución, en hundirse en el abismo de la desesperación,
y, para que esta concepción paranoica de la vida impresione más la sensibilidad del
lector, Maturin adorna muchas de estas escenas con descripciones detalladas de torturas
de toda clase.
Los laberintos subterráneos y lúgubres, donde a veces se desarrolla la acción, tienen su
correspondencia en la descripción de los estados mentales y emociones a los que las
situaciones insoportables precipitan a los personajes del drama. Su irremediable caída
permite al autor sondear los profundidades abismales de la subjetividad, los espacios sin
luz donde anidan los fantasmas del miedo, el delirio, la locura.
El episodio central de la novela narra los amores de Melmoth que, como demonio
enamorado, persigue a la inocente Immalee. El amor tampoco se muestra como un
remedio a la existencia y, como no podía ser de otra forma, termina también de forma
trágica. Si al principio Melmoth siente cierto alivio con la pasión amorosa, enseguida
cae presa de su odio por la existencia y tortura a la muchacha educada en la naturaleza.
El amor se hace también tormento, que se erige en el verdadero límite de la
peregrinación humana. Todo cae bajo la sombra del tormento interior del errabundo, de
modo que el dolor no se alimenta de causas exteriores sino de la propia constitución
subjetiva del villano. De esta manera, concibiendo el mal como algo interior, como la
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propia constitución psicológica del personaje central, difícilmente es posible hallar una
salida a la situación tormentosa en que todo movimiento del alma acaba por
desembocar. Melmoth el errabundo se levanta como un monumento a una visión
infernal del destino humano, en el que sólo existe un acto eternamente repetido: el
descenso y hundimiento en el abismo.
__    ___ _
La idea de esta novela (o relato) está sacada de un pasaje de uno de mis sermones, el
cual (como es de suponer que lo han leído muy pocos) me tomo la libertad de citar. El
pasaje es éste:
«¿Hay en este momento alguno entre los presentes - aunque nos hayamos apartado del
Señor, hayamos desobedecido su voluntad y desoído su palabra -, hay alguno entre
nosotros que estaría dispuesto a aceptar, en este momento, todo cuanto el hombre pueda
otorgar o la tierra producir, a cambio de renunciar a la esperanza de su salvación? No;
no hay nadie... ¡no existe un loco semejante en toda la tierra, por mucho que el enemigo
del hombre la recorra con este ofrecimiento!»
Este pasaje me sugirió la idea de Melmoth el Errabundo. El lector encontrará dicha idea
desarrollada en las páginas que siguen; a él le corresponde juzgar con qué fuerza o
éxito.
El «Relato del Español» ha sido criticado por un amigo a quien se lo he leído, quien
afirma que hay en él demasiado empeño en revivir los horrores de la novela gótica a lo
Radcliffe, de las persecuciones de los conventos y los terrores de la Inquisición.
Yo me defendí, tratando de explicar a mi amigo que había hecho depender la desventura
de la vida conventual menos de las espantosas aventuras que uno encuentra en las
novelas, que de la irritante serie de pequeños tormentos que constituyen el suplicio de la
vida en general, y que, en medio del estancamiento de la existencia monástica, la
soledad proporciona a sus huéspedes ocio para inventar, y poder mezclado de
malignidad, con la plena disposición para llevarlos a la práctica. Confío en que esta
defensa convenza al lector más de lo que convenció a mi amigo.
En cuanto al resto de la novela, hay algunas partes que he tomado de la vida misma.
La historia de John Sandal y Elinor Mortimer está basada en la realidad.
El original, del que la esposa de Walberg es un bosquejo imperfecto, es una mujer viva,
y aún puede que siga viviendo mucho tiempo.
No puedo aparecer nuevamente ante el público bajo la tan inapropiada imagen de
escritor de novelas sin lamentar la necesidad que me impulsa a ello. De proporcionarme
mi profesión medios de subsistencia, me consideraría culpable, efectivamente, de
valerme de otra; pero ¿acaso puedo elegir?
Dublín, 31 de agosto, 1820

Fuente:N.N.





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