viernes, 14 de febrero de 2025

Alegorías de Homero & Metamorfosis INTRODUCCIÓN

 



Se ofrecen aquí dos escritos sobre materia mitológica, uno de carácter hermenéutico-interpretativo y el otro una compilación de los más variados mitos relacionados con metamorfosis.

Con Alegorías de Homero, el autor se propone defender a Homero de sus detractores, y ve en la interpretación alegórica la mejor estrategia defensiva, que ya había tenido sus precursores en el siglo VI a. C., frente a los ataques de quienes censuran la creación de una serie de mitos sacrílegos e impíos. Este brumoso autor, llamado Heráclito el Homérico, vivió al parecer en el siglo I a. C.

Desconocemos el motivo por el cual realizó Antonino Liberal (siglo II o III d. C.) su recopilación de metamorfosis, pues ni él mismo lo manifiesta ni poseemos otro tipo de fuentes que nos permita averiguarlo. En cualquier caso, nos ofrece una gran cantidad de datos sobre ritos y sacrificios, sobre motivos etiológicos tan del gusto helenístico, sobre extrañas leyendas, algunas incluso con pretensiones históricas, pero, sobre todo, un inmenso material mitográfico de difícil clasificación a veces.

 

Heráclito & Antonino Liberal

Alegorías de Homero & Metamorfosis

Biblioteca Clásica Gredos - 125

Heráclito & Antonino Liberal, 0200

Traducción: María Antonia Ozaeta Gálvez

Introducción: Esteban Calderón Dorda

Diseño de cubierta: Piolin

 

HERÁCLITO

ALEGORÍAS DE HOMERO

INTRODUCCIÓN

EL AUTOR

La tradición adjudica una obra que lleva por título Alegorías de Homero a un tal Heráclito, del que nada sabemos y a quien algunos filólogos prefieren llamar Pseudo-Heráclito, para no confundirlo con el filósofo de Éfeso. F. Buffière lo distingue como Heráclito el rétor[1]. En realidad, el nombre de Heráclito nos lo ha transmitido el códice Mediolanensis Ambrosianus B-99 sup. (M), del siglo XIII, que es el manuscrito más antiguo y más autorizado de cuantos contienen las Alegorías; pero, como muy bien apostilla otro códice, el Londinensis Bibliothecae regiae (G)[2], no se trata de «Heráclito el oscuro», esto es, el de Éfeso, sino de otro distinto. Así, la edición aldina[3] lo llama «Heraclides Ponticus», al igual que una adición debida a una mano posterior al códice Vaticanus gr. 951 (B), del siglo XIV, bajo cuyo nombre deformado por los avatares de la transmisión no cabe sino entender Heráclito, a quien se confunde con Heraclides del Ponto, discípulo de Aristóteles[4].

Con el nombre de Heráclito también se nos ha conservado una obra de carácter mitográfico intitulada Perí apíston[5], de índole semejante a la del mismo título de Paléfato. Éste es el Heráclito que conoce Eustacio[6], que no parece distinguir entre el autor de las Alegorías y el de los Ápista; confusión explicada con no pocas dificultades por F. Oelmann en los Prolegomena a su edición[7]. Ahora bien, como ya ha puesto de relieve Buffière[8], el nombre de Heráclito era lo suficientemente común como para no tener que suponer una identidad de personas entre los autores de los dos opúsculos; razón a la que se añade el aspecto notablemente diverso de ambas obras. No hay, por tanto, motivos suficientes, para unir el destino de los dos Heráclitos.

En cuanto a la cronología, sólo podemos establecer con seguridad el terminus post quem: el autor más tardío citado por él es Alejandro de Éfeso, que, con el sobrenombre de Licno, compuso poemas didácticos sobre astronomía y geografía y al cual ubican en el siglo I a. C., entre otros[9], A. Meineke[10], C. Reinhardt[11] y A. Lesky[12]; le siguen Apolodoro de Atenas (cap. 7, 1), Crates de Malos (cap. 27, 2), ambos del siglo II a. C., y un discípulo de éste, Heródico de Babilonia (cap. 11, 2), a quien conocemos sobre todo por Ateneo[13] y a quien se supone la fuente de Heráclito para sus ataques contra Platón. A partir de estos datos es tradicional situarlo en el siglo I de nuestra era, en tiempos de Augusto o de Nerón[14]. Por su parte, F. Oelmann lo estima contemporáneo de Diodoro, Onasandro, que escribió en el reinado de Claudio, Hierocles el estoico y el autor de Sobre lo Sublime[15]. Retrasar un siglo la existencia de Heráclito introduciría una seria dificultad, y es la aparición de la exégesis mística presente a partir de Plutarco. Es evidente que Heráclito, de haberla conocido, la hubiese utilizado, como medio eficaz para defender a Homero, junto a los otros tipos de exégesis. Además, según P. Wendland[16], hay una estrecha conexión con la enseñanza gramatical de Alejandría y Pérgamo, de donde quizá procede la polémica antiplatónica, lo cual también nos remite al siglo I d. C.; la discusión sobre Platón y Homero también estuvo de moda en la época de Adriano.

LA OBRA

a) El título

Alegorías de Homero no es, sin duda, el título original de la obra, tal y como H. Schrader lo había supuesto[17] y como demostró F. Oelmann a través del estudio de los manuscritos de la tradición heraclitea[18]. El título está muy condicionado por la edición aldina. En 1542 y 1544 el erudito suizo Conrad Gesner publicó la obra bajo el título de Allegoriae in Homeri fabulas de diis[19]. Dicho título, según el post scriptum del códice M que, como ha quedado visto, es el más antiguo, es: Problemas homéricos de Heráclito que en torno a los dioses explicó alegóricamente Homero. Otros manuscritos dan títulos más largos e imaginativos, y, sin duda, recientes: así, por ejemplo, el códice G o el B. El mismo Oelmann ha señalado[20] que las expresiones homerikà problémata o homeriká dsetémata eran frecuentes, en la antigüedad, para designar a las obras relativas a la crítica de los poemas homéricos. Podemos añadir que, antes del siglo XI, no se descubrieron huellas de esta obra; las primeras, en los escolios de Homero del códice Venetus B, y después, en Eustacio y Tzetzes.

b) El planteamiento

El objetivo principal del autor es el de defender a Homero de sus detractores, y ve en la interpretación alegórica la mejor estrategia defensiva, que ya había tenido sus precursores en el siglo vi a. C. con Teágenes de Regio y Metrodoro de Lámpsaco. Frente a los ataques de quienes ven en Homero al autor de una serie de mitos sacrílegos e impíos, se impone como defensa el considerarlos alegorías, y, en consecuencia, no cabe sino aplicar una interpretación alegórica. Ésta es, en síntesis, la base del método alegórico. Heráclito es el heredero de una tradición exegética de cinco siglos, y el eslabón de la cadena más próximo es el de los estoicos[21].

Heráclito considera válido este método para conciliar el fervor a Homero con el buen sentido[22]. Con Heráclito la explicación alegórica de origen estoico alcanza su esplendor; a partir de él, sólo hay dos autores de cierta relevancia que hayan continuado por esta senda abierta, como hemos dicho, siglos antes: Pseudo-Plutarco, con su obra Sobre la vida y la poesía de Homero[23], y Porfirio, con sus Cuestiones homéricas y La gruta de las ninfas[24]. Paralelo, cronológicamente hablando, a la obra de Heráclito debió de ser el Resumen de teología griega de Cornuto. Este autor, de influencia estoica, vivió en el siglo I d. C., fue maestro de Persio y conoció el exilio por mandato de Nerón en el 66 o 68, según el testimonio de Dión Casio (62, 29). En su obra pasa revista al panteón griego para explicar el simbolismo físico o moral de cada una de sus divinidades[25].

Se sabe que, hacia finales del siglo VI a. C., se produjo una reacción contra la teología homérica, bajo la acusación de que mostraba inmoralmente a los dioses. Así, Diógenes Laercio[26] da cuenta de una narración de Jerónimo de Rodas[27], según la cual Pitágoras, en el curso de una visita a los infiernos, fue testigo de las duras penas infligidas a Homero y Hesíodo por el trato injurioso que ambos habían dado a los dioses en sus respectivas obras. Testimonios similares tenemos en Jenófanes[28] y en el otro Heráclito, el de Éfeso[29], cuando afirmaba que «Homero es digno de ser expulsado de las competiciones y azotado».

Sin entrar ahora en detalles de su desarrollo, esta reacción antihomérica dispuso la vía para una contestación a través de la interpretación alegórica, con figuras como Teágenes de Regio, Estesímbroto de Tasos, Antímaco de Colofón, etc. Habitualmente se veía en Homero a un filósofo; no chocará, por tanto, que se haga una interpretación alegórica de su obra. Toda la literatura griega está plagada de filias y de fobias en lo tocante a la figura de Homero. En Platón, por ejemplo, hay ataques enconadísimos contra los poemas homéricos; es el caso del libro X de la República, en donde afirma que Homero fue un ignorante y un mero imitador de imágenes «sin tener nunca acceso a la verdad[30]». Con posterioridad, fue la crítica epicúrea la que denostó las obras de Homero, especialmente con su desprecio hacia la poesía. La oposición de Epicuro hacia la exégesis estoica[31], que había surgido como defensa de los valores morales de Homero frente a los ataques platónicos, queda reflejada en las tres Cartas que conservamos[32], así como en un opúsculo, Sobre la piedad, de un discípulo suyo, Filodemo[33], que fue descubierto a finales del siglo XIX en uno de los riquísimos papiros de Herculano; pero, sobre todo, en la síntesis que de estas ideas ofrece Cicerón en el libro I de su tratado De natura deorum. En este ambiente hay que encuadrar las Alegorías de Homero con que Heráclito pretende justificar la utilidad y piedad de la poesía homérica; sin la interpretación alegórica, los poemas de Homero no serían otra cosa que impiedad[34].

c) La alegoría

La palabra allegoría es relativamente reciente en la lengua griega[35] y viene a traducir una idea ya antigua que, en un principio, se expresaba con el término hypónoia. Hay un pasaje de Plutarco en su obrita Cómo debe el joven escuchar la poesía que conviene leer atentamente:

En Homero tal clase de enseñanza se silencia, pero tiene una consideración útil a propósito de los mitos especialmente desacreditados, a los que algunos fuerzan y retuercen con los llamados antes significados profundos y ahora alegorías, diciendo, por ejemplo, que el Sol denuncia el adulterio de Afrodita con Ares[36], porque el astro de Ares al unirse con el de Afrodita lleva a término nacimientos adulterinos, que no pasan desapercibidos cuando el Sol retorna y los sorprende[37].

En él se puede observar la transición de hypónoia a allegoría. Pero todavía hay más: Plutarco, en su tratado Sobre Isis y Osiris[38], dice que «los griegos ven en Crono una designación alegórica (allegoroûsi) del tiempo». De hecho, el término allegoría es de uso corriente durante toda la época helenística; así Filón lo usa repetidamente, aunque conserva todavía hypónoia[39], y también otros autores como Filóstrato, Sinesio, Proclo, etc.

Hay cierta unanimidad entre los autores a la hora de definir esta figura retórica como «decir una cosa para hacer comprender otra[40]». H. Lausberg la define como «la metáfora continuada como tropo de pensamiento y consiste en la sustitución del pensamiento indicado por otro que está en relación de semejanza con aquél[41]»; «allegorían facit continua metaphorá», dirá Quintiliano[42]. Pero es el mismo Heráclito quien cree necesario definir la alegoría como «la figura (trópos)» que dice una cosa, pero significa otra distinta de la que menciona[43]. En el vocabulario de la retórica, el término «alegoría» se encuentra en Filodemo de Gádara[44].

Sobre su relación con otra figura, la metáfora, procedente de la retórica, ya hemos visto lo dicho por Quintiliano[45]; ahora bien, con un matiz: cuando la alegoría comporta una cierta oscuridad se convierte en aínigma (aenigma)[46]. «Aenigma est obscura allegoria», matizará san Agustín[47], que la considera casi sinónima de la parábola[48]. Dicho de otra manera: todo enigma es alegoría, pero no toda alegoría es enigma[49].

d) El contenido

El trabajo de Heráclito consiste en la recopilación de un extenso corpus de alegorías, de gran importancia para la historia de exégesis homérica. Dedica más espacio a la Ilíada, unos cincuenta capítulos, mientras que a la Odisea tan sólo quince; si bien hay que tener en cuenta que, para la Odisea, los manuscritos han transmitido una importante laguna, difícil de valorar, que nos priva del comentario al contenido de los cantos que van del XI al XIX[50]. Justo antes de la laguna hay una explicación alegórica (cap. 74) plena de poesía: los ríos infernales no son sino las doloridas lágrimas de aquellos que lloran a los muertos; simbolismo magníficamente recogido por Macrobio en su Comentario al Sueño de Escipión[51].

El contenido comprende, por una parte, un comentario alegórico de la Ilíada y de la Odisea y, por otra, una defensa del autor de ambos poemas frente a Platón y Epicuro, fundamentalmente; para Heráclito, Homero es un theôn hierophántes (cap. 76, 1). Después de la introducción (caps. 1-4), define técnicamente la alegoría (cap. 5), pareciendo remitir a algún manual sobre los tropos y conservando fragmentos de Arquíloco, Alceo y Anacreonte. A continuación comienza a interpretar, según el método estoico, los mitos de los dioses alegóricamente, persiguiendo su sabiduría en el orden de rapsodias en que se nos ha conservado la obra homérica. Las interpretaciones de Heráclito se basan, repetimos, en las estoicas y en las procedentes de la escuela de Pérgamo, interpretaciones muy difundidas a lo largo y ancho de la literatura y que presentan escasas variaciones; su última refundición estuvo a cargo de una enigmática mujer-filósofo llamada Demo[52].

El orden rapsódico del trabajo conlleva una no sistematización de los distintos tipos de exégesis: física, moral e histórica. Este planteamiento origina una serie de repeticiones necesarias para poder entender las argumentaciones que expone en determinados lugares y que serían ininteligibles, si se esperase a su explicación dentro del orden natural de las rapsodias[53], así como a excursus como los cuatro capítulos (8-11) que dedica a demostrar que la acción de la Ilíada transcurre en verano. En cualquier caso, aunque siga el orden tradicional de los poemas, su comentario rebosa un logicismo más que riguroso.

La exégesis física evidencia que, para Homero, los dioses representan elementos o fuerzas de la naturaleza, frente a la exégesis moral que los propone como conceptos abstractos de vicios o virtudes[54]. Esta diferenciación ya fue reseñada por Teágenes de Regio al explicar la Teomaquia, como se puede comprobar en un escolio de Porfirio a Ilíada XX 67 recogiendo los ataques de los filósofos, en especial Platón[55], al combate de los dioses en la citada rapsodia.

Por lo tanto, la exégesis física nos permite identificar elementos: Apolo es el sol (caps. 6-16), Zeus el éter (cap. 36), Posidón el mar (cap. 38), etc.; o, incluso, mitos cosmogónicos: la fabricación del escudo de Aquiles (caps. 43-51), la historia de Proteo e Idotea (caps. 64-67), la concordia y la discordia (Ares y Afrodita) (cap. 69), etc., en donde Heráclito refleja ideas de orden estoico. La eclosión de la primavera es, para nuestro autor, la consecuencia de los amores de Zeus y de Hera en el monte Ida (cap. 39), puesto que son el éter y el aire. Contra este tipo de exégesis reaccionó Plutarco, que prefiere una interpretación de tipo moral[56].

Por otra parte, la exégesis moral brinda a los dioses como paradigmas de vicios o virtudes; así, es sabido que Atenea es la personificación de la sabiduría. Por notable, hay que resaltar el hecho de que Heráclito recoge el pensamiento platónico en cuanto a la división del alma, identificando las partes con divinidades: Atenea es noûs, Ares es thymós y Afrodita, en buena parte, epithymía. Hay otras alegorías de carácter moral menos importantes como, por ejemplo, Iris, la palabra (cap. 28), Hebe, la juventud (cap. 29), Hades, los misterios del más allá (cap. 34), etc. Una importante alegoría moral es la referente a Ulises, a quien cínicos y estoicos admiraban por su espíritu sagaz, y que es aprovechada para combatir a Epicuro, llamado irónicamente «feacio[57]» e «ignorante» (cap. 79). Incluso A. Grilli[58] ha querido ver en el naufragio de Ulises, narrado en el cap. 79, 5, una alusión maliciosa al naufragio que sufrió Epicuro en cierta ocasión. La partenaire del rey de Ítaca, Circe, es presentada como la imagen del placer (cap. 72). Esta interpretación alegórico-moral fue utilizada, incluso, por autores cristianos; en este sentido, H. Rahner[59] y V. Buchheit[60] han estudiado un pasaje de Metodio en el que pone en parangón la situación de Ulises asediado por el canto de las Sirenas[61], con la del hombre tentado por las vanidades del mundo; imagen que también se encuentra en San Jerónimo[62].

Hay un tercer tipo de exégesis: la de tipo histórico; llamada así a partir de Eustacio y consistente en buscar una explicación racional de los mitos, es decir, supone que en el origen del mito subyace un hecho real. Paléfato, discípulo de Aristóteles, consagró una obra a este tipo de explicaciones, Perì apíston, y fue, junto a Diodoro de Sicilia, el gran continuador de la interpretación realista e histórica iniciada por Evémero[63], que, a su vez, partía de ciertos postulados de la teología estoica. Posteriormente también entre los historiadores se dio esa inclinación, como es el caso de Polibio o de Estrabón, para quienes obras como la Odisea han distorsionado la realidad histórica y geográfica[64]. De hecho, ya en Platón[65] hay una interpretación racional del míto de Bóreas y Oritía. En el caso que nos ocupa hay ejemplos en la historia de Dioniso perseguido por Licurgo: la vendimia (cap. 35); en la de Jasión amado por Deméter: el agricultor beneficiado por la tierra (cap. 68); en la relativa a la visión de Teoclimeno: un eclipse de sol (cap. 75), etc.; hechos naturales mal observados o mal interpretados y expuestos a través de un mito.

F. Buffière ha puesto de relieve[66] el hecho de que en Heráclito no existe una exégesis mística, tal y como anunciamos antes, cuyo objetivo fundamental era explicar la suerte que corrían las almas en el más allá. La razón es que este tipo de exégesis no aparece en la literatura hasta finales del siglo I a. C. y no alcanza su floruit hasta los siglos II y III con Numenio, sobre todo, y con Porfirio. Así, la Odisea pasa a ser interpretada como el poema de la nostalgia[67], y Ulises busca entre afanes y sufrimientos su Ítaca, como el alma en su peregrinaje hacia una patria eterna.

e) Las fuentes

Ya hemos visto que Heráclito se enmarca dentro de una línea interpretativa alegórica que hunde sus raíces en el siglo VI a. C.[68]. Así pues, tenemos como probables fuentes a Glaucón de Regio, o de Teos, autor de Sobre los antiguos poetas y músicos, alegorista citado por Platón[69] y por Aristóteles[70]; a Estesímbroto de Tasos, citado también por Platón[71] y que, con anterioridad a Crates, había tratado el tema de la división del mundo[72], y a Teágenes de Regio, contemporáneo de Cambises, del que sabemos que llevó a cabo una exégesis física y moral de la «Teomaquia», según un escolio de Porfirio a Ilíada XX 67[73]. En esta línea se inserta la labor realizada por los estoicos posteriormente[74].

El relevo lo toma Crates de Malos, citado por Heráclito (cap. 27, 2), que debió de influir decisivamente en nuestro autor[75] en lo relativo a los conocimientos científicos que la escuela de Pérgamo le atribuía a Homero. Se detecta un afán por explicar la concepción homérica del mundo desde la forma esférica del cosmos estoico[76]. Para Heráclito, Homero ha conocido la armonía de las esferas (cap. 12)[77], la fecha de los eclipses (cap. 75)[78] la clasificación de los seísmos (cap. 38)[79], etc. También los escolios del Cod. Parisinus 2679 y 268I a Ilíada X 394 atribuyen a Crates el conocimiento de la exégesis conocida como de la «noche puntiaguda[80]», según la cual las sombras de la tierra tenían forma cónica. En esta línea figura como fuente, tal y como ya hemos dicho, Heródico de Babilonia, discípulo de Crates, a quien Heráclito cita una sola vez (cap. 11, 2), aunque, probablemente, lo utilizó para bastantes más pasajes[81].

Otra fuente es Apolodoro de Atenas[82], discípulo del estoico Diógenes de Seleucia y de los gramáticos de Pérgamo, autor de un tratado perdido Sobre los dioses[83], al que, según R. Münzel[84], se remontan varios pasajes de los alegoristas Heráclito y Cornuto y de los neoplatónicos Macrobio y Porfirio. Trabajó en la biblioteca de Alejandría y allí debió de coincidir con Aristarco y su escuela de exégesis fundamentalmente homérica; hecho que forzosamente ocurrió antes del 146 a. C., fecha en la que, según Ateneo[85], Aristarco se tuvo que exiliar a Chipre; con posterioridad reaparece en Pérgamo en el 144 a. C.[86]. El cap. 7 de Heráclito es una buena muestra del tipo de etimologías que realizaba Apolodoro, a propósito de los diversos nombres con que se conocía a Apolo[87].

f) El estilo

Para F. Buffière, Heráclito no es un estoico stricto sensu, sino, más bien, «un rétor de buena voluntad preocupado por el triunfo de Homero sobre todas las escuelas[88]», de ahí que utilice los recursos que le ofrece la retórica; es decir, pone la retórica al servicio de Homero. Heráclito se convierte de esta manera en un apologista de la poesía homérica como fuente indefectible de todas las dóxai, aunque para ello tenga que caer en algunas contradicciones. Presenta un estilo ampuloso y grandilocuente en el que abundan las metáforas y las reminiscencias poéticas, poniendo gran interés en evitar el hiato[89]. Lógicamente, su vocabulario se halla más cerca de Plutarco que de Platón[90], utilizando frecuentemente términos como theología, philosophía, physiología, etc., y giros un tanto rebuscados para obtener un lenguaje cuidado y pulido.

Tal vez por todo esto su obra ha corrido mejor suerte que otras del mismo género, ganándose las preferencias de los eruditos bizantinos y convirtiéndose en el punto de encuentro en el que confluyen las diversas y centenarias corrientes de las exégesis homérica.

g) La transmisión del texto

De dos diferentes maneras se nos ha transmitido la obra de Heráclito: por una parte, a través de los códices que forman la tradición manuscrita de las Alegorías como tales, y, por otra, en los fragmentos que aparecen en los escolios a la Ilíada y a la Odisea, en la tradición propia de estas obras[91].

Ya hemos dicho que el códice más antiguo es el Mediolanensis Ambrosianus B-99-sup. (M) del siglo XIII y que, curiosamente, sólo transmite el final de la obra (cap. 79, 9-final), ya que la parte que contenía el resto de las

Alegorías fue arrancada. Esta lamentable pérdida se puede subsanar, en parte, por el testimonio de los códices Vaticanus gr. 871 (A) y Vaticanus gr. 951 (B), así como el manuscrito que sirvió de modelo al Londinensis Bibliothecae regiae 16 C (G) y a la edición aldina (a), hoy desaparecido. Estos testigos de la tradición (A, B, G y modelo de a) han sido copias de M, y gracias a ellos se puede fijar el texto que contenían los folios arrancados.

El códice A, del siglo xv, termina justo donde empieza M: cap. 79, 8, y fue editado por Matranga en sus Anecdota graeca[92]. Por su parte, el códice B, del siglo XIV, tan sólo transmite la primera parte de la obra: hasta el cap. 15, 7. Ya nos hemos referido, al comienzo de esta Introducción[93], al códice G, que está incompleto (hasta el cap. 71, 11) y sobre el cual fue copiado el Florentinus Riccardianus 41, del siglo XVI. En cuanto a la edición aldina, ya hemos dicho que el manuscrito que sirvió de base se ha perdido. Llega hasta el cap. 71, 11 y se corta en la misma palabra que G, lo cual es un indicio que nos remonta a un patrón común. De la edición aldina depende, a su vez, un manuscrito hispano: el Escorialensis Σ-I-20.

Aparte de estos manuscritos, ligados por la tradición, existen otros dos que no dependen de M. Son el Vaticanus gr. 305 (D), de principios del siglo XIV, que transmite desde el cap. 41, 5 hasta el final y parece próximo a M, y el Oxoniensis bib. Collegii Novi, 298 (O), también de comienzos del siglo XIV y que, al contrario que el anterior, contiene desde el inicio hasta el cap. 28, 6[94].

BIBLIOGRAFÍA

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ESTEBAN CALDERÓN DORDA

jueves, 13 de febrero de 2025

CÁTEDRA EN EL CAFÉ DÍA TRES BRUNO ESTAÑOL LA MENTE DEL ESCRITOR

  



Las áreas en las que se expresan los niños prodigio contrastan con las áreas

 más laxas y menos estructuradas como son la narrativa o la pintura y acaso

 también la investigación científica o el pensamiento filosófico. En estos últimos

 dominios en general se logra una excelencia en los años de madurez. Estas áreas

 requieren más invención y son menos rígidas y menos estructuradas. Es muy

 probable también que requieran una mayor experiencia vital y una mayor

 imaginación. La experiencia vital es sin duda un elemento crucial en la

 narración. La imaginación, por otro lado, requiere liberarse de una memoria

más o menos mecanizada o cristalizada para convertirse en una memoria más

 fluida y poderla convertir en un ars combinatoria.

***

No obstante lo dicho anteriormente, la mayoría de los grandes científicos y

 artistas no han sido niños prodigio. De hecho, algunos fueron francamente

 mediocres en su infancia, como Isaac Newton, Albert Einstein y quizás otros.

 La capacidad creativa de estos hombres se reveló en su adolescencia. Inclusive

 se sospechó que Einstein tenía algún problema neurológico y la predicción de

 los maestros era que “nunca iba a llegar a ser nada en la vida”.

FRAGMENTOS DE LA COMEDIA NUEVA INTRODUCCIÓN, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE JORDI PÉREZ ASENSIO, JORDI SANCHIS Y RUBÉN MONTAÑÉS

 




FRAGMENTOS
 DE LA COMEDIA NUEVA

INTRODUCCIÓN, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE

JORDI PÉREZ ASENSIO, JORDI SANCHIS Y RUBÉN MONTAÑÉS

 

INTRODUCCIÓN

I. LA COMEDIA NUEVA

I 1. DE LA COMEDIA ANTIGUA GRIEGA

A LA PALLIATA ROMANA

Con el nombre de «Comedia Nueva» se conoce el tercero y último período de la comedia griega. Si aplicamos stricto sensu los datos que poseemos sobre los autores y las obras creadas, dicho período se extendería desde el último tercio del siglo IV a. C. hasta bien entrado el IV d. C.1. Ahora bien, lo que conservamos de la Néa para los siglos I-IV d. C. se limita a unas cuantas noticias de autores que exponemos en el capítulo correspondiente y un fragmento de cuarenta y seis versos que constituye el largo parlamento de un cocinero atribuido a Atenión, poeta que viviría probablemente entre los siglos I a. C y I d. C.2. Por otro lado, contamos con un buen número de testimonios que nos dan a conocer poetas y obras de los siglos II y I a. C., aunque las noticias van disminuyendo a medida que avanzamos en el tiempo. Sin embargo, no hay duda alguna de que la mayoría de los testimonios y de los fragmentos cómicos de la Comedia Nueva, lo más representativo y mejor conocido, se sitúan grosso modo entre los años 338 y 200 a. C., es decir, en plena época helenística. La Néa tiene en Menandro a su figura más destacada y conocida, y es producto de la evolución e innovación de la tradición cómica griega de los períodos precedentes, la Comedia Antigua y la Media3.

Las obras del primer período, denominado Comedia Antigua, se produjeron y representaron en Atenas a lo largo del siglo V a. C. y el comienzo del IV a. C., entre el máximo apogeo y la posterior decadencia del imperio y de la democracia ateniense. El autor más conocido, que mayor fortuna tuvo en la Antigüedad y el único del que conservamos comedias completas es Aristófanes, que sobresalió en el desarrollo de la denominada comedia política4 en el sentido más amplio del término griego, esto es, en su inextricable relación con la pólis, especialmente por su retrato de las relaciones entre ciudadanía y poder. En las dos últimas comedias conservadas de Aristófanes, La asamblea de las mujeres (392 a. C.) y Pluto (388 a. C.), consideradas ya como ejemplos del período de la Mésē, se aprecia la evolución en temas, estructura y función estética hacia un nuevo modelo de comedia5.

Esta nueva modalidad se fue poblando de tipos cómicos, tendió al desarrollo de una intriga y mostró mayor interés por la sátira social que la política, de manera que acabó imponiéndose como modelo en la segunda etapa, en la denominada Comedia Media, de la que la fortuna nos ha reservado más de mil trescientos fragmentos de cuarenta y cinco poetas cómicos ya traducidos en esta misma colección6, además de las últimas comedias aristofánicas mencionadas.

Se extiende la Media desde finales del siglo V a. C.7 hasta el último tercio del siglo IV. A esta época pertenecen autores como Anaxándrides y Eubulo en sus inicios y, en su último período, Antífanes, Timocles y Alexis.

Esta tradición cómica tuvo su continuidad8 en la Comedia Nueva, que se desarrolla en la nueva realidad social y política del mundo helenístico, en una sociedad más abierta y abigarrada, más insegura e inestable, más urbana y cosmopolita. La comedia, que había mantenido una existencia limitada fundamentalmente al ámbito ático, se va panhelenizando, sin perder sus rasgos atenienses, y extendiéndose por todo el mundo helenístico e imperial, después de la conquista romana.

En la palliata, algunas obras de la Comedia Nueva fueron adaptadas al latín entre los años 240 y 103 a. C.9. por comediógrafos como Plauto y Terencio, que con mayor o menor libertad respecto al original griego conservaban el argumento y los personajes del modelo. Estas adaptaciones contribuyeron a que la Comedia Nueva adquiriera una nueva prosperidad, al ser introducidos sus argumentos y tipos cómicos en el teatro y en la sociedad romanos, y tendieron un puente para su continuidad en las literaturas europeas posteriores. Además, suponen una valiosísima fuente de información para conocer los desarrollos argumentales de los autores griegos de los que solo hemos conservado fragmentos aislados y títulos de las comedias. Solo en el caso de Menandro es posible confrontar los ciento trece versos originales de Dìs exapatôn y la correspondiente adaptación de Las Báquides de Plauto. En el resto de poetas nos vemos abocados siempre al incierto terreno de la conjetura10.


I 2. UN NUEVO PATRÓN DE COMEDIA

Como fechas simbólicas para situar el inicio de la Comedia Nueva se han propuesto el año 338 a. C., el de la batalla de Queronea11, o el 336 a. C.12, cuando comienza el reinado de Alejandro Magno, siguiendo la tendencia a identificar hechos históricos memorables con los cambios en los períodos literarios. Otros han querido hacer coincidir su comienzo con la aparición de Menandro como comediógrafo, en el 321/320 a. C., fecha de la representación de La cólera13.

Al margen de estas efemérides, que responden a intentos convencionales de establecer límites cronológicos, Arnott14 consideró el último tercio del siglo IV a. C. como época de transición entre las últimas obras de la Comedia Media y las primeras de la Nueva. Por otra parte, si atendemos a los poetas mejor conocidos de la Nueva, su período de pleno desarrollo llegaría hasta mediados del siglo III a. C.15.

A partir de estos datos, podemos concluir que lo más significativo de la Néa se extiende, como mínimo, desde finales del siglo IV a. C. hasta mediados del siglo III. C., es decir, en los siglos de desarrollo de la sociedad y la cultura helenísticas, desde la aparición en escena de Alejandro Magno y la formación de su imperio hasta la posterior división del mismo entre sus generales o diadocos y las continuas luchas de poder que se derivaron. La profunda transformación social y política a la que se vio sometido el mundo griego en esta época se reflejó en la comedia contemporánea y, a la vez, la condicionó profundamente. Sin duda, la denominada Comedia Nueva es un producto literario y cultural del helenismo.

Tanto la realización de representaciones dramáticas como la construcción de teatros por toda la Hélade16 son consecuencia de estos profundos cambios sociales y políticos17, de la inmensa extensión que abarca el mundo helenizado con las conquistas de Alejandro, así como de la transformación social que supone la aparición de grandes ciudades y el surgimiento de una clase urbana con unos ideales y gustos literarios bien distintos a aquellos del siglo de Pericles. El teatro se convirtió en la forma más popular de entretenimiento, sobre todo en las Dionisias, celebradas por todo el mundo griego, y también en otros festivales religiosos, sin perder su carácter competitivo18.

Aunque no conocemos el lugar de procedencia de todos los comediógrafos de esta etapa, sabemos que un buen número de ellos eran de origen no ateniense: Apolodoro de Gela nació en Sicilia; Apolodoro de Caristo, en Eubea; Filemón, en Siracusa; Dífilo y su hermano Diodoro, en Sinope, en la orilla sur del mar Negro; y Posidipo, en Casandria19.

Al tiempo que se desarrollaba la Néa, los festivales dramáticos20 proliferaron durante los siglos III, II y I a. C. por las ciudades del mundo helénico como celebraciones festivas y religiosas21, pero también para fomentar el culto a los propios reyes helenísticos sucesores de Alejandro22 o, en época posterior, a los emperadores romanos23. Además, conservamos múltiples testimonios de la actividad de comediógrafos en los siglos III, II y I a. C. en diversos lugares de la Hélade, en la egipcia Alejandría (ATENEO, XIV 664 A), en Delfos (SIG3 728 K, 33), en Epidauro (IG IV2 1, 626) o, en la costa jónica, en Magnesia del Meandro (SIG3 1079, 6 = II B 2a, 6 Mette). Al margen de las representaciones en competiciones públicas, también hubo otras que sufragaban las familias más poderosas, sobre todo en época imperial romana, como un signo de poder económico y de distinción cultural. No hay que olvidar tampoco la lectura pública de las obras24, forma alternativa de difusión y conservación, tanto de este como de otros géneros de la literatura griega.

Los actores, en la segunda mitad del siglo IV a. C., cobraron un protagonismo que superó en importancia25 al que había tenido hasta entonces el coro en las representaciones, y su reconocimiento y éxito popular obligó incluso a reorganizar el sistema de atribución de los actores a las representaciones de Atenas. Agrupados en asociaciones, representaban las obras viajando a lo largo y ancho del mundo helenístico, gozando de una especie de salvoconducto que les permitía entrar en prácticamente todas las ciudades, incluso en territorio enemigo. Con el nombre de «Artistas de Dioniso», se dividían en gremios que llegaban a tener estructuras parecidas a las de la polis, con cargos representativos que les permitían negociar con las autoridades26 de los diferentes reinos helenísticos las condiciones legales y los privilegios de que gozaban durante su estancia y el ejercicio de su profesión27.

Como se ha venido señalando28, una de las características más significativas de la Nueva es que todo su universo temático, siguiendo la corriente iniciada por la Mésē, gira en torno al oîkos, el ámbito doméstico, la familia, los esclavos que habitan en la casa y los vecinos, en lugar de la pólis, ámbito social y político que había sido el epicentro de los argumentos aristofánicos.

A pesar del diverso origen de los autores y la diáspora de representaciones dramáticas por todo el mundo griego, los personajes de la comedia helenística eran normalmente de Atenas y en Atenas solía transcurrir, aunque no siempre, la acción.

Estos personajes, salvo excepciones, son anónimos, miembros de familias atenienses acomodadas, que comparten la escena con los miembros de otras familias vecinas de su misma condición o más humilde, hecho que facilitaba que la trama implicara con frecuencia la dialéctica entre ricos y pobres. Estos personajes, lejos de verse presentados desde una perspectiva meramente costumbrista y localista, devienen paradigmas universalizados gracias a las representaciones celebradas en numerosas ciudades griegas. Después, convertidos en personae, acabarán también dominando la escena romana gracias a las adaptaciones de la palliata, escritas en latín pero en las que los autores romanos hacen pervivir conscientemente el ambiente, el argumento y los motivos griegos. En una última etapa de evolución, los personajes de la comedia griega penetraron, mediante las adaptaciones latinas, en el teatro europeo posterior, y en cierta medida, perviven en la actualidad. En el ámbito griego mismo, además, transcienden las fronteras del género dramático y se introducen también en la mayor libertad argumental de la novela helenística.

Los individuos que frecuentaban el ágora ateniense o permanecían en sus casas eran también los que configuraban los personajes de comedia, que se habían ido fraguando como tipos en la tradición cómica y particularmente en la Media: el esclavo (servus), el viejo (senex), el joven (adulescens), la hetera (concubina), el soldado (miles), el proxeneta (leno), el parásito (parasitus), la madre (matrona), la joven (virgo). Esta última permanecía totalmente pasiva sin intervenir en el argumento siguiendo las convenciones de su reclusión social, la madre, como mujer griega, también tenía un papel muy limitado; en cambio, los personajes masculinos eran los auténticos protagonistas de la escena que, a veces, compartían con la hetera.

Todos estos caracteres fueron adquiriendo unos rasgos paradigmáticos que les conferían la categoría de tipos cómicos y, además, eran susceptibles de adoptar perfiles más concretos o subtipos. Así, el servus podía investirse de parasitus o ser el ejecutor principal de la intriga, a modo de servus currens o esclavo intrigante en La comedia del fantasma de Plauto. El joven, por su parte, podía ser caracterizado como un crápula malgastador y asiduo a las cortesanas, un adulescens dilapidans, peligro para la hacienda paterna, como Lesbonico en Los tres centavos de Plauto, adaptación de El tesoro de Filemón, o bien como un joven sensato y enamorado que encarnaba, pese a sus errores, el ideal del marido perfecto a la manera de Mosquión en La samia de Menandro. El viejo, a su vez, podía configurarse en diversos subtipos: el del arisco avaro, Euclión, en La comedia de la ollita de Plauto, probable adaptación de El desconfiado de Menandro; el fácilmente caricaturizable viejo verde, como Lisidamo en Cásina, adaptación de Los que se lo echan a suertes de Dífilo; además, en una misma comedia podía encarnar modelos opuestos como el de padre indulgente y generoso, Mición, frente al progenitor exigente y severo, Démeas en Los hermanos de Terencio, adaptación de Los hermanos29 de Menandro.

Si hay un personaje que destaca especialmente en los fragmentos que recogemos en esta traducción, es el mágeiros o cocinero. Su verborrea extenuante y su pedantería sin límites han quedado bien refrendadas en 548 versos distribuidos en varios fragmentos, algunos de considerable extensión, que contrastan con la brevedad de la mayoría de los fragmentos en boca de otros tipos30. El cocinero se convierte en un technítēs esnob, un prototipo cómico de sabio que recurre con extravagancia a las ciencias y técnicas profesionales para conseguir la excelencia de sus destrezas culinarias, mientras que no duda en robar todo aquello que en la cocina caiga en sus manos.

El parásito, hambriento e interesado en el yantar (DÍFILO 61 K.-A.), describe lo que considera sus bendiciones (CRITÓN 3 K.-A.) y no duda en citar a Eurípides (DÍFILO 60.1 y 74 K.-A.) o en modificar imprecaciones rituales (DÍFILO 62 K.-A.) para defenderse, siempre persistente en la adulación (FILÍPIDES 8 K.-A.). En dos extensos discursos, de cuarenta y dos y cuarenta y cinco versos (DIODORO 2 K.-A. y NICOLAO 1 K.-A.), ensalza su oficio y critica los vicios de quienes lo mancillan.

En cuanto a la versátil hetera de la Néa, se deben subrayar los variados recursos de comicidad que ofrece: la sátira de sus amantes, que no son otros que el soldado, el médico y el filósofo (FENÍCIDES 4 K.-A.); las adivinanzas obscenas que plantea en la celebración de las Adonias (DÍFILO 49 K.-A.); o las escenas, jocosas por su segunda interpretación obscena, en las que critica el sistema judicial (POSIDIPO 13 K.-A.) o despierta la carcajada haciéndose la fina en situaciones picantes (FILÍPIDES 5 K.-A.).

Respecto a los filósofos, los poetas cómicos de esta época siguen teniéndolos como objeto de sus sátiras, centradas ahora fundamentalmente en las corrientes epicúrea, banalizada como el ideal de la buena vida31, y estoica, referente cómico de una austeridad causante de todo tipo de males32. Con ellas, lógicamente, sus máximos representantes, Epicuro y Zenón.

El conjunto de personajes presentes en la comedia y sus rasgos definitorios aparecen también en el catálogo de caracteres a los que alude Aristóteles33 y después recogerá su sucesor Teofrasto en Los caracteres morales. Buena muestra de ello son los numerosos títulos de los comediógrafos de nuestra traducción que sugieren un determinado trópos34, así como las reflexiones de los personajes sobre la multiplicidad de tipos de comportamiento humano (FILEMÓN 93 K.-A.).

Los personajes se habían ido adaptando a lo largo del siglo IV a.C. a las exigencias de la nueva estructura argumental, la intriga, especialmente en su exitosa versión del enredo amoroso. Una sentencia del poeta latino Ovidio, fabula iucundi nulla est sine amore Menandri / et solet hic pueris virginibusque legi (Tristes II 369-370)35 da cuenta de la preponderancia del elemento erótico en el argumento de las comedias de Menandro. Como sugieren los versos de Ovidio, la intriga amorosa se centraba en el amor entre un joven y una joven, y excluía el amor homosexual36, tan ensalzado por la filosofía en el mismo siglo IV a. C., especialmente por Platón en El banquete. En algunos casos, el tema amoroso se daba entre joven y hetera, o entre viejo y hetera.

El esquema mínimo de este enredo consistía en que un joven varón se enamoraba de una muchacha y con ayuda de algún personaje, normalmente un esclavo, superaba diversas dificultades hasta que conseguía hacerla su esposa en el final feliz de la boda. Este matrimonio37 venía a reflejar el ideal de la clase urbana dominante de la época, que hacía entrar por primera vez en la escena cómica griega el matrimonio por amor, motivo que se ampliaría con éxito en el género de la novela38.

Sin duda, los desarrollos de este esquema argumental básico resultaban de facto mucho más complejos. Frecuentemente las comedias ofrecían dos enredos amorosos entremezclados, mientras que en otros casos se imbricaban en la trama otros motivos recurrentes. El enredo amoroso, además, podía desarrollarse desde otra perspectiva, a partir de parejas ya casadas o compuestas por hombres libres y heteras39 que, por algún motivo, normalmente algún error o equívoco, se vieran en la tesitura de la separación40. Hay, en efecto, numerosas comedias que de una forma u otra aluden al motivo de la separación o el divorcio, que también se incorpora a la comedia latina41. Así, los títulos, La que se separa42, y especialmente los que aluden al caso concreto de la epíklēros, una especie de heredera universal, La heredera43 o El demandante44, sugieren este subtipo de intriga amorosa a la que se suman las complicaciones surgidas de la aplicación del código legal ateniense45. Sin embargo, no tenemos constancia de que se llegase a consumar ningún divorcio en el argumento cómico, una muestra más del ideal moralizador de la sociedad urbana poco dispuesta a un desenlace infeliz o inconveniente en las comedias46.

Por otro lado, era frecuente en estos argumentos que el adulescens, movido por la pasión y obnubilado por el vino, sedujera o violara a la virgo de la que estaba enamorado, de manera que la trama se veía condicionada por un embarazo harto problemático para la moral y convenciones sociales de la época. Semejante situación ofrecía a los comediógrafos la posibilidad de generar intrigas variadas para dar una solución socialmente digna al enredo: el embarazo podía poner en peligro el matrimonio entre los jóvenes, celebrado después del nacimiento oculto del niño, como vemos en La samia y, con un argumento más enrevesado, en La perintia de Menandro; también podía dificultar la realización de una boda apalabrada, a la manera de El labrador o El genio tutelar del mismo autor; e incluso llegaba a suponer una amenaza de disolución del matrimonio cuando se producía el nacimiento del bebé concebido meses antes del enlace, como en El arbitraje.

Otros motivos de la tradición literaria escrita y oral se integraban especialmente bien en estos argumentos de enredo amoroso. Así, el tópico del bebé expuesto y criado por otras personas ajenas a su familia biológica, siguiendo el ejemplo de personajes tan conocidos como Edipo, hacía posible el desarrollo de la anagnórisis, el reconocimiento, que permitía, por ejemplo, que falsas heteras fueran reconocidas como ciudadanas, tal cual Glícera en La perintia, y así hacer posible el matrimonio de los jóvenes enamorados, que había resultado hasta ese momento contrario a las normas sociales y, por ende, imposible. Este reconocimiento se llevaba a cabo a través de ciertos objetos que, al ser reconocidos por alguno de los progenitores naturales, constituían la prueba inequívoca del origen del bebé, los denominados sḗmata o crepundia, y también gracias a personajes que habían sido testigos o autores de la exposición47.

El deseo amoroso, tal y como en la propia realidad, podía originar la rivalidad entre diversos pretendientes y ofrecía, dentro de los límites que imponía el elenco de personajes, variadas opciones de desarrollo. La tradicional rivalidad cómica entre padre e hijo48 se manifestaba con especial hilaridad en la disputa de ambos por una misma hetera, en la que solían intervenir, cómo no, los esclavos correspondientes, e incluso hacer su aparición la que era a la vez esposa y madre de los rivales, si esto último no es un elemento añadido en las adaptaciones plautinas49. De no menor comicidad resulta el atractivo motivo de la disputa entre un adulescens y un miles50 por la posesión de una hetera ante la desmedida codicia del proxeneta. El dinero entregado por el soldado al proxeneta como paga y señal por la muchacha desesperaba al adulescens amore perditus, perdidamente enamorado, y hacía que se encomendara a las arterías e intrigas de su fiel esclavo, servus currens, para conseguir el dinero y poder arrebatar a su amada de las manos del soldado y del lenón.

Por su propia naturaleza, los engaños y los equívocos fueron motivos integrados en los argumentos de intriga de la Comedia Nueva. Títulos como Los gemelos51, Los iguales52, Los hermanos53 sugieren escenas tan cómicas como, por ejemplo, las de las confusiones en Los menecmos de Plauto (vv. 820 y sigs.) o en el ambiente marcadamente mitológico de El anfitrión (vv. 150-463).

A partir de alguno de estos títulos y especialmente de Los hermanos enamorados entre sí54, podemos suponer que estos equívocos adoptaban tratamientos diferentes, ya como en Epídico de Plauto, comedia en la que dos hermanos, que ignoran su parentesco, se enamoran entre sí, ya como en Estico del mismo autor, adaptación de Los hermanos de Menandro, en las que dos hermanos están casados con dos hermanas y ofrecen situaciones de contrastado atractivo cómico al doble enredo amoroso.

Como era de esperar, la intriga no estaba exenta de todo tipo de conflictos. Una de las respuestas a estos era el mecanismo del arbitraje, bien refrendado en los títulos conservados55 y que consistía en acudir a un tercer personaje que pudiera ejercer, por su autoridad, la función de árbitro. Diversos podían ser sus tratamientos, algunos de las cuales nos son bien conocidos: hallamos la disputa entre dos personajes por la posesión de un niño encontrado y, especialmente, por los objetos de reconocimiento que tenía a su lado en El arbitraje de Menandro (vv. 219-415); en un contexto muy similar, en El cabo de Plauto (vv. 1045-1190), adaptación de alguna comedia de Dífilo, el arbitraje sobre la posesión de los objetos de reconocimiento provoca que el árbitro, el viejo Démones, descubra a partir de ellos que él mismo es el padre de la joven Palestra, que ha sufrido un naufragio.

Como en la vida misma, los personajes cómicos se veían abocados a todo tipo de cambios inesperados, cambios que Aristóteles56 denominó con el término peripéteia, con el que se designa la inversión de una situación previa. En la Nueva, las mutaciones repentinas en la condición de los personajes, sobre todo el cambio de condición social, generado por la ya comentada anagnórisis que permitía reconocer la condición de libre y ciudadano, o el paso de la riqueza a la pobreza, reflejaban la inestabilidad y la crisis generada por la desaparición de la sociedad clásica y la llegada de la época helenística. No en vano, la desigualdad entre pobres y ricos constituía también un tema imbricado en los argumentos de algunas comedias como El labrador de Menandro o La comedia de la ollita de Plauto.

El cambio de situación económica (Filemón 112 K.-A.) podía venir causado por el hallazgo de un tesoro, motivo que tuvo un notable desarrollo en la Néa a juzgar por los numerosos comediógrafos que se sirvieron de este elemento en sus títulos57. El tesoro familiar podía hallarse en la propia casa, de lo cual es un excelente paradigma La comedia de la ollita de Plauto, adaptación de alguna obra de Menandro58, en la que el tesoro lleva al paroxismo la tacañería del senex Euclión; pero también podía haber sido guardado en una tumba, como ocurre en Thensaurus de Luscio Lanuvino59, y generar una disputa con arbitraje por su posesión.

Un tratamiento diferente de este motivo, sin embargo, nos lo ofrece la comedia Los tres centavos de Plauto, en la que el senex Cármides se ve obligado a ocultar celosamente, ante el crápula de su hijo, el tesoro familiar y se lo confía a su vecino y amigo, cuando ha de partir de viaje. Ello permite generar diversas peripecias entre los personajes, que pasan de la riqueza a la ruina para volver después al bienestar.

Por otra parte, los frecuentes viajes de los personajes, generadores también de largas ausencias y sus consiguientes peripecias, abren el escenario de la Nueva a otras ciudades griegas distintas de Atenas60 y nos aproximan nuevamente también a la realidad del mundo helenístico, urbano, internacional y proclive a lo aventurado.

El viaje ciertamente implica riesgos para los personajes. El más presente en los argumentos de comedia es el del naufragio, como vemos en Rudens o La comedia del baúl de Plauto61, ambas adaptaciones de originales difilianos, y en las que el naufragio permite en última instancia el reconocimiento de la falsa hetera Palestra y del joven Nicodemo, respectivamente. El náufrago fue ya título de una comedia de Efipo, en la Media. Aparece también como motivo explicativo en La trasquilada de Menandro (vv. 804-809), como causa de la repentina pobreza del senex Pateco, que se vio obligado a exponer a sus hijos gemelos al perder todo lo que tenía cuando se hundió su barco.

El viaje y los naufragios recuerdan lo azaroso de la vida humana, más aún en épocas de transformaciones sociales y políticas. No en vano, la diosa más aludida, a veces como simple personificación de la incertidumbre humana62, es la Týchē63, Fortuna, que puede cambiarlo todo en un santiamén como ya apuntaba en la Media Anaxándrides (4 K.-A.).

Relacionados con largas ausencias y viajes están también algunos oficios que gozaron de cierta fortuna en la Nueva. El comerciante64 y el patrón de barco65 ofrecían características muy similares para que los personajes, ya fueran senes, ya adulescentes, se desplazaran por negocios y mantuvieran prolongadas ausencias. Cuando volvían los padres, se encontraban con desagradables sorpresas y provocaban divertidas peripecias entre sus hijos y esclavos, que tras haber abusado de una excesiva libertad en sus gastos y amoríos, se veían obligados a maquillar o enmendar la situación, como en La comedia de las apariciones de Plauto, adaptación de una comedia griega titulada El fantasma, probablemente la de Filemón.

En este sentido el oficio de soldado ofrecía los mismos patrones pero con el añadido de la aventura militar que incluía el exotismo de las campañas de Asia y el riesgo de muerte. Este último fue hábilmente utilizado por Menandro en El escudo: la falsa muerte del joven Cleóstrato provoca todo tipo de sucesos cuando se le cree muerto y, más todavía, cuando regresa vivo contra todo pronóstico.

La Comedia Nueva también se caracterizó por las innovaciones que, dentro de la tradición, fueron introduciéndose en la forma de la representación teatral. Así el prólogo narrativo, por influencia de Eurípides y la tragedia posclásica, se convierte en un recurso ágil en boca de una divinidad, o en boca de la personificación de un concepto abstracto, para generar atractivas escenas derivadas de la ironía dramática66, al tiempo que se disipa cualquier atisbo de tensión entre el público asegurándose un final siempre feliz.

En cuanto al coro, uno de los elementos más atractivos de la Antigua, casi nada sabemos, excepto que se ha producido su total desvinculación de la acción y argumentos cómicos y su transformación en un interludio musical, anunciado expresamente, en ocasiones, por los personajes67. Su función dramática consiste ahora en la división de la comedia en cinco actos, probablemente separados por los interludios musicales mencionados68.

Varias de las convenciones dramáticas de la tradición teatral griega perviven en la Nueva. El discurso de mensajero, que permite narrar sucesos difícilmente representables en el escenario, de frecuente uso en la tragedia, tiene también su versión cómica. Un ejemplo de ello es la inspiración del Orestes de Eurípides (vv. 866-956) sobre El sicionio (vv. 176-271) de Menandro. Asimismo, siguen siendo recurrentes el mecanismo cómico del aprosdókēton o comentario sorpresa en narraciones más o menos largas, como en El escudo de Menandro (v. 23), y las interpelaciones al público, con la correspondiente pérdida de ilusión dramática69.

Por otra parte, la indumentaria de los personajes de comedia era muy parecida a la de los atenienses del momento. El chitṓn o túnica larga hasta el tobillo era el atuendo de los hombres libres, mientras que la túnica corta hasta las rodillas era el de los esclavos. Los elementos más caricaturescos, como el relleno para exagerar el vientre o las posaderas, los pechos artificiales o el mismo falo de trapo parecen ya casi inexistentes en esta etapa70.

En consonancia con ello, las máscaras fueron perdiendo los elementos más grotescos y se fueron convirtiendo en rostros más naturalistas, estereotipados y próximos al elenco de tipos que participaban en la intriga71.

Los cambios políticos en Grecia derivados de las conquistas de Alejandro y las luchas internas de sus herederos dieron origen a la nueva sociedad helenística, que suponía en muchos aspectos una profunda ruptura con la anterior de la época clásica en todo el mundo griego, en general, y en Atenas, en particular.

Demetrio de Falero, discípulo de Teofrasto y amigo de Menandro, rigió los designios políticos atenienses entre el 317 y el 307 a. C. Entre este último año y el 301 a. C. fue el hijo de Antígono I, Demetrio Poliorcetes, quien gobernó la polis, pero en el invierno del 304/303 a. C. dejó el poder en manos de Estratocles y se instaló en el Partenón con Lamia y otras heteras. Después de la batalla de Ipsos en el 301 a. C., Casandro se quedó con Grecia e impuso en Atenas el mando de Lácares. A partir del 294 a. C., Demetrio Poliorcetes volvió a tomar el poder de la ciudad. Estos continuos cambios eran el reflejo de una sociedad inestable y peligrosa en la que las censuras políticas podían tener consecuencias graves. En la comedia, por supuesto, disminuyó drásticamente la crítica política mediante el onomastì kōmōideîn, si bien no llegó a desaparecer del todo72.

Conservamos, pues, fragmentos en los que hay crítica política, pero no tenemos constancia de que esta crítica se produjera mientras el político criticado ejercía el poder; sin duda, la sátira resultaría menos arriesgada si el burlado ya había perdido el mando de la ciudad o si el comediógrafo no se hallaba en sus dominios. Con carácter general, las críticas no son tan evidentes como las que abundan en la comedia aristofánica o, en menor medida, en la Media, más bien parece que la censura del momento provocó que los comediógrafos agudizaran su ingenio para vencerla. Así, las leyes suntuarias de Demetrio de Falero pudieron ser criticadas por Dífilo (31 K.-A.) que desplazó la escena de la comedia a Corinto. El comediógrafo Filípides (25 K.-A.) atacó a Estratocles y, por ello, a Demetrio Poliorcetes, mientras que la amante de este último, la hetera Lamia, sufrió también la crítica cómica (Adesp. 689 K.-A.). Tampoco Casandro esquivó la mofa del poeta cómico Demetrio II (1 K.-A.). Por su parte, Filemón menciona a Hárpalo, el gobernador de Alejandro Magno en Babilonia que tuvo que huir a Atenas en el 324 a. C., a su amante Pitionice (15 K.-A.), al recurrente Calimedonte junto a su hijo Agirrio (43 K.-A.), a Seleuco, general macedonio que ocupó la satrapía persa durante los años 321-316 y 312-305 a. C, y al rey de Cirene, Magas (132 K.-A.).

Otro elemento que experimentó importantes transformaciones fue la lengua de la Comedia Nueva. Inmersa en el tránsito del ático a la koiné, fue modificándose, respecto a la Comedia Antigua, de forma paralela a como lo hacían los argumentos y la estructura. El tránsito hacia la koiné se refleja ya en Aristófanes73 y en la Comedia Media74, y mantiene su continuidad en la nueva etapa75; de hecho, aticistas como Frínico veían los textos de la Nueva repletos de rasgos propios de la lengua común helenística76.

La dictio comica de la Néa se fue adecuando al realismo de los personajes y los argumentos, así como al de sus máscaras y disfraces. Se produce una importante reducción de los recursos estilísticos77 congruente con la de la variedad métrica, también acentuada por la desaparición de los cantos corales, y la generalización del trímetro yámbico78.

Los largos y ampulosos compuestos cómicos aristofánicos, también utilizados por los poetas de la Media, fueron disminuyendo hasta desaparecer79, en consonancia con el nuevo estilo de la comicidad. En cambio, se adapta una serie de términos a los planteamientos filosóficos y morales de las comedias, como hamártēma y hýbris80, así como a los problemas legales y jurídicos81, los tecnicismos de los profesionales82 y, en particular, de los cocineros grandilocuentes83.

La Comedia Nueva nos muestra la variedad lingüística de la incipiente clase urbana ateniense y, dentro de ella, da cabida a los diversos idiolectos ya mencionados, así como a los de diferentes personajes y tipos de la escena cómica84.

Para el estudio de lo que denominamos Comedia Nueva contamos hoy en día con tres grupos de textos de extensión y características bien diversas. De un lado, las comedias de Menandro, dos de las cuales, El misántropo y La samia, conservamos prácticamente en su totalidad gracias a los hallazgos papiráceos del siglo XX; son la principal fuente de conocimiento del género y condicionan de modo determinante nuestra visión de la Néa. De otro, los más de mil fragmentos del propio Menandro y los quinientos cuarenta y cinco de los aproximadamente setenta poetas restantes conocidos de la Nueva, que nos han llegado prácticamente en su totalidad por transmisión indirecta. En tercer lugar, las adaptaciones latinas de las obras griegas, fundamentalmente las veintiuna conservadas de Plauto y las seis de Terencio.

En el presente libro, de los más de mil quinientos fragmentos de la Comedia Nueva, recogemos exclusivamente la traducción de un tercio de ellos, concretamente la de los quinientos cuarenta y cinco fragmentos que pertenecen a los autores conocidos al margen de Menandro. Se trata de unos textos de incuestionable importancia para el conocimiento del género, ya que nos permiten entrever a través de su fragmentariedad una forma de comedia más variada y rica que la que conocemos en el autor insignia de la Néa. Sin duda, si conserváramos comedias completas de autores como Dífilo, Filemón, Posidipo o Apolodoro de Gela, tendríamos una visión más completa de la Comedia Nueva. Si los fragmentos papiráceos de Menandro decantaron la orientación de los estudios sobre esta etapa de la comedia griega, porque, ciertamente, permitían conclusiones más sólidas sobre muchos aspectos, la lectura de los fragmentos conservados de los otros poetas de la Néa, o incluso del mismo Menandro, permite, con todas las limitaciones propias de la literatura fragmentaria, hacernos una idea más plural en contenidos, temas y argumentos de lo que fue el último período de la comedia griega.

miércoles, 12 de febrero de 2025

CÁTEDRA EN EL CAFÉ DÍA DOS LA MENTE DEL ESCRITOR BRUNO ESTAÑOL




 En otras palabras, la imaginación, el sueño, la inspiración, la asociación

 libre, la distorsión deliberada de la memoria, es posible que generen el tema o

 la anécdota del cuento pero no pueden ser usados para la escritura del mismo.

 La escritura, en sí misma, sólo la puede dar el oficio. Los temas de Poe son

 ciertamente terribles y es dudoso que los hubiera escogido por un proceso

 consciente. Un cuento bien escrito o incluso escrito con brillantez, si no

 contiene una verdad oculta no vale gran cosa. 

***

Este trabajo secreto del inconsciente ha sido aducido como una de las

 grandes fuentes de la creatividad. Es decir, se postula que la creatividad tiene

 un elemento inconsciente que se va gestando inclusive sin que la persona tenga

 conciencia de su saber. Esta génesis de la creatividad desde luego es de gran

 atractivo para el psicoanálisis.

 Varios científicos han soñado su descubrimiento, sin embargo me

 impresionan más los escritores que han soñado su obra. El gran poema lírico

 Kubla Khan de Samuel Taylor Coleridge fue soñado en su integridad, así como

 la novela corta Doctor Jekyll and Mister Hyde de Robert Louis Stevenson. Los

 cuentos de Kafka tienen la estructura de los sueños y pesadillas. No hay duda

 de que el elemento inconsciente es crucial para la génesis de diversas obras

 científicas y artísticas.

***

Considero que en el descubrimiento científico y en la creación literaria

 ocupa también una parte importante el placer. Esta dicha creativa es lo que

 hemos llamado motivación intrínseca. Tiene dos componentes: el disfrutar el

 trabajo y el saberse competente en su actividad.

 Creo que todos los grandes escritores han amado su trabajo creativo y esto

 les ha permitido trabajar mucho tiempo y con intensidad.

 Finalmente, creo que la creación literaria es un gran acto de libertad. Uno

 de los pocos actos de libertad que el destino, el azar o Dios, concede a veces a

 los seres humanos.


En todo ser humano se conjuntan tres historias. Una historia genética, una

 historia personal y una historia cultural. Los diversos factores están en

 ocasiones tan mezclados que son inextricables.

 La mayoría de los creadores muestran desde pequeños una notable

 independencia de espíritu que les permite disentir de los profesores y

 cuestionar la realidad. En forma temprana también descubren temas y áreas

que son terra incognita y reconocen que hay muchas cosas que no se saben.

 Tienen también otra virtud: les gusta estar solos.



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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

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