INTRODUCCIÓN, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE
JORDI PÉREZ ASENSIO, JORDI SANCHIS Y RUBÉN MONTAÑÉS
INTRODUCCIÓN
I. LA COMEDIA NUEVA
I 1. DE LA COMEDIA ANTIGUA GRIEGA
A LA PALLIATA ROMANA
Con el nombre de «Comedia Nueva»
se conoce el tercero y último período de la comedia griega. Si aplicamos stricto sensu los datos que poseemos
sobre los autores y las obras creadas, dicho período se extendería desde el
último tercio del siglo IV a. C. hasta bien entrado el IV d. C.1.
Ahora bien, lo que conservamos de la Néa
para los siglos I-IV d. C. se limita a unas cuantas noticias de autores que
exponemos en el capítulo correspondiente y un fragmento de cuarenta y seis
versos que constituye el largo parlamento de un cocinero atribuido a Atenión,
poeta que viviría probablemente entre los siglos I a. C y I d. C.2.
Por otro lado, contamos con un buen número de testimonios que nos dan a conocer
poetas y obras de los siglos II y I a. C., aunque las noticias van disminuyendo
a medida que avanzamos en el tiempo. Sin embargo, no hay duda alguna de que la
mayoría de los testimonios y de los fragmentos cómicos de la Comedia Nueva, lo
más representativo y mejor conocido, se sitúan grosso modo entre los
años 338 y 200 a. C., es decir, en plena época helenística. La Néa tiene en Menandro a su figura más
destacada y conocida, y es producto de la evolución e innovación de la
tradición cómica griega de los períodos precedentes, la Comedia Antigua y la
Media3.
Las obras del primer período,
denominado Comedia Antigua, se produjeron y representaron en Atenas a lo largo
del siglo V a. C. y el comienzo del IV a. C., entre el máximo apogeo y la
posterior decadencia del imperio y de la democracia ateniense. El autor más
conocido, que mayor fortuna tuvo en la Antigüedad y el único del que
conservamos comedias completas es Aristófanes, que sobresalió en el desarrollo
de la denominada comedia política4 en el sentido más amplio del
término griego, esto es, en su inextricable relación con la pólis, especialmente por su retrato de
las relaciones entre ciudadanía y poder. En las dos últimas comedias
conservadas de Aristófanes, La asamblea
de las mujeres (392 a. C.) y Pluto
(388 a. C.), consideradas ya como ejemplos del período de la Mésē, se aprecia la evolución en temas,
estructura y función estética hacia un nuevo modelo de comedia5.
Esta nueva modalidad se fue
poblando de tipos cómicos, tendió al desarrollo de una intriga y mostró mayor
interés por la sátira social que la política, de manera que acabó imponiéndose
como modelo en la segunda etapa, en la denominada Comedia Media, de la que la
fortuna nos ha reservado más de mil trescientos fragmentos de cuarenta y cinco
poetas cómicos ya traducidos en esta misma colección6, además de las
últimas comedias aristofánicas mencionadas.
Se extiende la Media desde
finales del siglo V a. C.7 hasta el último tercio del siglo IV. A
esta época pertenecen autores como Anaxándrides y Eubulo en sus inicios y, en
su último período, Antífanes, Timocles y Alexis.
Esta tradición cómica tuvo su
continuidad8 en la Comedia Nueva, que se desarrolla en la nueva
realidad social y política del mundo helenístico, en una sociedad más abierta y
abigarrada, más insegura e inestable, más urbana y cosmopolita. La comedia, que
había mantenido una existencia limitada fundamentalmente al ámbito ático, se va
panhelenizando, sin perder sus rasgos atenienses, y extendiéndose por todo el
mundo helenístico e imperial, después de la conquista romana.
En la palliata, algunas obras de la Comedia Nueva fueron adaptadas al
latín entre los años 240 y 103 a. C.9. por comediógrafos como Plauto
y Terencio, que con mayor o menor libertad respecto al original griego
conservaban el argumento y los personajes del modelo. Estas adaptaciones
contribuyeron a que la Comedia Nueva adquiriera una nueva prosperidad, al ser
introducidos sus argumentos y tipos cómicos en el teatro y en la sociedad
romanos, y tendieron un puente para su continuidad en las literaturas europeas
posteriores. Además, suponen una valiosísima fuente de información para conocer
los desarrollos argumentales de los autores griegos de los que solo hemos
conservado fragmentos aislados y títulos de las comedias. Solo en el caso de
Menandro es posible confrontar los ciento trece versos originales de Dìs exapatôn y la correspondiente
adaptación de Las Báquides de Plauto.
En el resto de poetas nos vemos abocados siempre al incierto terreno de la
conjetura10.
I 2. UN NUEVO PATRÓN DE COMEDIA
Como fechas simbólicas para
situar el inicio de la Comedia Nueva se han propuesto el año 338 a. C., el de
la batalla de Queronea11, o el 336 a. C.12, cuando
comienza el reinado de Alejandro Magno, siguiendo la tendencia a identificar
hechos históricos memorables con los cambios en los períodos literarios. Otros
han querido hacer coincidir su comienzo con la aparición de Menandro como
comediógrafo, en el 321/320 a. C., fecha de la representación de La cólera13.
Al margen de estas efemérides,
que responden a intentos convencionales de establecer límites cronológicos,
Arnott14 consideró el último tercio del siglo IV a. C. como época de
transición entre las últimas obras de la Comedia Media y las primeras de la
Nueva. Por otra parte, si atendemos a los poetas mejor conocidos de la Nueva,
su período de pleno desarrollo llegaría hasta mediados del siglo III a. C.15.
A partir de estos datos, podemos
concluir que lo más significativo de la Néa
se extiende, como mínimo, desde finales del siglo IV a. C. hasta mediados del
siglo III. C., es decir, en los siglos de desarrollo de la sociedad y la
cultura helenísticas, desde la aparición en escena de Alejandro Magno y la
formación de su imperio hasta la posterior división del mismo entre sus
generales o diadocos y las continuas luchas de poder que se derivaron. La
profunda transformación social y política a la que se vio sometido el mundo
griego en esta época se reflejó en la comedia contemporánea y, a la vez, la
condicionó profundamente. Sin duda, la denominada Comedia Nueva es un producto
literario y cultural del helenismo.
Tanto la realización de
representaciones dramáticas como la construcción de teatros por toda la Hélade16
son consecuencia de estos profundos cambios sociales y políticos17,
de la inmensa extensión que abarca el mundo helenizado con las conquistas de
Alejandro, así como de la transformación social que supone la aparición de
grandes ciudades y el surgimiento de una clase urbana con unos ideales y gustos
literarios bien distintos a aquellos del siglo de Pericles. El teatro se
convirtió en la forma más popular de entretenimiento, sobre todo en las
Dionisias, celebradas por todo el mundo griego, y también en otros festivales
religiosos, sin perder su carácter competitivo18.
Aunque no conocemos el lugar de
procedencia de todos los comediógrafos de esta etapa, sabemos que un buen
número de ellos eran de origen no ateniense: Apolodoro de Gela nació en
Sicilia; Apolodoro de Caristo, en Eubea; Filemón, en Siracusa; Dífilo y su
hermano Diodoro, en Sinope, en la orilla sur del mar Negro; y Posidipo, en
Casandria19.
Al tiempo que se desarrollaba la Néa, los festivales dramáticos20
proliferaron durante los siglos III, II y I a. C. por las ciudades del mundo
helénico como celebraciones festivas y religiosas21, pero también
para fomentar el culto a los propios reyes helenísticos sucesores de Alejandro22
o, en época posterior, a los emperadores romanos23. Además,
conservamos múltiples testimonios de la actividad de comediógrafos en los
siglos III, II y I a. C. en diversos lugares de la Hélade, en la egipcia
Alejandría (ATENEO, XIV 664 A), en Delfos (SIG3
728 K, 33), en Epidauro (IG IV2
1, 626) o, en la costa jónica, en Magnesia del Meandro (SIG3 1079, 6 = II B 2a, 6 Mette). Al margen
de las representaciones en competiciones públicas, también hubo otras que
sufragaban las familias más poderosas, sobre todo en época imperial romana,
como un signo de poder económico y de distinción cultural. No hay que olvidar
tampoco la lectura pública de las obras24, forma alternativa de
difusión y conservación, tanto de este como de otros géneros de la literatura
griega.
Los actores, en la segunda mitad
del siglo IV a. C., cobraron un protagonismo que superó en importancia25
al que había tenido hasta entonces el coro en las representaciones, y su
reconocimiento y éxito popular obligó incluso a reorganizar el sistema de
atribución de los actores a las representaciones de Atenas. Agrupados en
asociaciones, representaban las obras viajando a lo largo y ancho del mundo
helenístico, gozando de una especie de salvoconducto que les permitía entrar en
prácticamente todas las ciudades, incluso en territorio enemigo. Con el nombre
de «Artistas de Dioniso», se dividían en gremios que llegaban a tener
estructuras parecidas a las de la polis, con cargos representativos que les
permitían negociar con las autoridades26 de los diferentes reinos
helenísticos las condiciones legales y los privilegios de que gozaban durante
su estancia y el ejercicio de su profesión27.
Como se ha venido señalando28,
una de las características más significativas de la Nueva es que todo su
universo temático, siguiendo la corriente iniciada por la Mésē, gira en torno al oîkos,
el ámbito doméstico, la familia, los esclavos que habitan en la casa y los
vecinos, en lugar de la pólis, ámbito
social y político que había sido el epicentro de los argumentos aristofánicos.
A pesar del diverso origen de los
autores y la diáspora de representaciones dramáticas por todo el mundo griego,
los personajes de la comedia helenística eran normalmente de Atenas y en Atenas
solía transcurrir, aunque no siempre, la acción.
Estos personajes, salvo
excepciones, son anónimos, miembros de familias atenienses acomodadas, que
comparten la escena con los miembros de otras familias vecinas de su misma
condición o más humilde, hecho que facilitaba que la trama implicara con
frecuencia la dialéctica entre ricos y pobres. Estos personajes, lejos de verse
presentados desde una perspectiva meramente costumbrista y localista, devienen
paradigmas universalizados gracias a las representaciones celebradas en
numerosas ciudades griegas. Después, convertidos en personae, acabarán también dominando la escena romana gracias a las
adaptaciones de la palliata, escritas
en latín pero en las que los autores romanos hacen pervivir conscientemente el
ambiente, el argumento y los motivos griegos. En una última etapa de evolución,
los personajes de la comedia griega penetraron, mediante las adaptaciones
latinas, en el teatro europeo posterior, y en cierta medida, perviven en la
actualidad. En el ámbito griego mismo, además, transcienden las fronteras del
género dramático y se introducen también en la mayor libertad argumental de la
novela helenística.
Los individuos que frecuentaban
el ágora ateniense o permanecían en sus casas eran también los que configuraban
los personajes de comedia, que se habían ido fraguando como tipos en la
tradición cómica y particularmente en la Media: el esclavo (servus), el viejo (senex), el joven (adulescens),
la hetera (concubina), el soldado (miles), el proxeneta (leno), el parásito (parasitus), la madre (matrona),
la joven (virgo). Esta última
permanecía totalmente pasiva sin intervenir en el argumento siguiendo las
convenciones de su reclusión social, la madre, como mujer griega, también tenía
un papel muy limitado; en cambio, los personajes masculinos eran los auténticos
protagonistas de la escena que, a veces, compartían con la hetera.
Todos estos caracteres fueron
adquiriendo unos rasgos paradigmáticos que les conferían la categoría de tipos
cómicos y, además, eran susceptibles de adoptar perfiles más concretos o
subtipos. Así, el servus podía
investirse de parasitus o ser el
ejecutor principal de la intriga, a modo de servus
currens o esclavo intrigante en La
comedia del fantasma de Plauto. El joven, por su parte, podía ser
caracterizado como un crápula malgastador y asiduo a las cortesanas, un adulescens dilapidans, peligro para la
hacienda paterna, como Lesbonico en Los
tres centavos de Plauto, adaptación de El
tesoro de Filemón, o bien como un joven sensato y enamorado que encarnaba,
pese a sus errores, el ideal del marido perfecto a la manera de Mosquión en La samia de Menandro. El viejo, a su
vez, podía configurarse en diversos subtipos: el del arisco avaro, Euclión, en La comedia de la ollita de Plauto,
probable adaptación de El desconfiado
de Menandro; el fácilmente caricaturizable viejo verde, como Lisidamo en Cásina, adaptación de Los que se lo echan a suertes de Dífilo;
además, en una misma comedia podía encarnar modelos opuestos como el de padre
indulgente y generoso, Mición, frente al progenitor exigente y severo, Démeas
en Los hermanos de Terencio,
adaptación de Los hermanos29
de Menandro.
Si hay un personaje que destaca
especialmente en los fragmentos que recogemos en esta traducción, es el mágeiros o cocinero. Su verborrea
extenuante y su pedantería sin límites han quedado bien refrendadas en 548
versos distribuidos en varios fragmentos, algunos de considerable extensión,
que contrastan con la brevedad de la mayoría de los fragmentos en boca de otros
tipos30. El cocinero se convierte en un technítēs esnob, un prototipo cómico de sabio que recurre con
extravagancia a las ciencias y técnicas profesionales para conseguir la
excelencia de sus destrezas culinarias, mientras que no duda en robar todo
aquello que en la cocina caiga en sus manos.
El parásito, hambriento e
interesado en el yantar (DÍFILO 61 K.-A.), describe lo que considera sus
bendiciones (CRITÓN 3 K.-A.) y no duda en citar a Eurípides (DÍFILO 60.1 y 74
K.-A.) o en modificar imprecaciones rituales (DÍFILO 62 K.-A.) para defenderse,
siempre persistente en la adulación (FILÍPIDES 8 K.-A.). En dos extensos discursos,
de cuarenta y dos y cuarenta y cinco versos (DIODORO 2 K.-A. y NICOLAO 1
K.-A.), ensalza su oficio y critica los vicios de quienes lo mancillan.
En cuanto a la versátil hetera de
la Néa, se deben subrayar los
variados recursos de comicidad que ofrece: la sátira de sus amantes, que no son
otros que el soldado, el médico y el filósofo (FENÍCIDES 4 K.-A.); las
adivinanzas obscenas que plantea en la celebración de las Adonias (DÍFILO 49
K.-A.); o las escenas, jocosas por su segunda interpretación obscena, en las
que critica el sistema judicial (POSIDIPO 13 K.-A.) o despierta la carcajada
haciéndose la fina en situaciones picantes (FILÍPIDES 5 K.-A.).
Respecto a los filósofos, los
poetas cómicos de esta época siguen teniéndolos como objeto de sus sátiras,
centradas ahora fundamentalmente en las corrientes epicúrea, banalizada como el
ideal de la buena vida31, y estoica, referente cómico de una
austeridad causante de todo tipo de males32. Con ellas, lógicamente,
sus máximos representantes, Epicuro y Zenón.
El conjunto de personajes
presentes en la comedia y sus rasgos definitorios aparecen también en el
catálogo de caracteres a los que alude Aristóteles33 y después
recogerá su sucesor Teofrasto en Los
caracteres morales. Buena muestra de ello son los numerosos títulos de los
comediógrafos de nuestra traducción que sugieren un determinado trópos34, así como las
reflexiones de los personajes sobre la multiplicidad de tipos de comportamiento
humano (FILEMÓN 93 K.-A.).
Los personajes se habían ido
adaptando a lo largo del siglo IV a.C. a las exigencias de la nueva estructura
argumental, la intriga, especialmente en su exitosa versión del enredo amoroso.
Una sentencia del poeta latino Ovidio,
fabula iucundi nulla est sine amore Menandri / et solet hic pueris virginibusque
legi (Tristes II 369-370)35 da cuenta de la preponderancia del
elemento erótico en el argumento de las comedias de Menandro. Como sugieren los
versos de Ovidio, la intriga amorosa se centraba en el amor entre un joven y
una joven, y excluía el amor homosexual36, tan ensalzado por la
filosofía en el mismo siglo IV a. C., especialmente por Platón en El banquete. En algunos casos, el tema
amoroso se daba entre joven y hetera, o entre viejo y hetera.
El esquema mínimo de este enredo
consistía en que un joven varón se enamoraba de una muchacha y con ayuda de
algún personaje, normalmente un esclavo, superaba diversas dificultades hasta
que conseguía hacerla su esposa en el final feliz de la boda. Este matrimonio37
venía a reflejar el ideal de la clase urbana dominante de la época, que hacía
entrar por primera vez en la escena cómica griega el matrimonio por amor,
motivo que se ampliaría con éxito en el género de la novela38.
Sin duda, los desarrollos de este
esquema argumental básico resultaban de
facto mucho más complejos. Frecuentemente las comedias ofrecían dos enredos
amorosos entremezclados, mientras que en otros casos se imbricaban en la trama
otros motivos recurrentes. El enredo amoroso, además, podía desarrollarse desde
otra perspectiva, a partir de parejas ya casadas o compuestas por hombres
libres y heteras39 que, por algún motivo, normalmente algún error o
equívoco, se vieran en la tesitura de la separación40. Hay, en
efecto, numerosas comedias que de una forma u otra aluden al motivo de la separación
o el divorcio, que también se incorpora a la comedia latina41. Así,
los títulos, La que se separa42,
y especialmente los que aluden al caso concreto de la epíklēros, una especie de heredera universal, La heredera43 o El
demandante44, sugieren este subtipo de intriga amorosa a la que
se suman las complicaciones surgidas de la aplicación del código legal
ateniense45. Sin embargo, no tenemos constancia de que se llegase a
consumar ningún divorcio en el argumento cómico, una muestra más del ideal
moralizador de la sociedad urbana poco dispuesta a un desenlace infeliz o
inconveniente en las comedias46.
Por otro lado, era frecuente en
estos argumentos que el adulescens,
movido por la pasión y obnubilado por el vino, sedujera o violara a la virgo de la que estaba enamorado, de
manera que la trama se veía condicionada por un embarazo harto problemático
para la moral y convenciones sociales de la época. Semejante situación ofrecía
a los comediógrafos la posibilidad de generar intrigas variadas para dar una
solución socialmente digna al enredo: el embarazo podía poner en peligro el
matrimonio entre los jóvenes, celebrado después del nacimiento oculto del niño,
como vemos en La samia y, con un
argumento más enrevesado, en La perintia
de Menandro; también podía dificultar la realización de una boda apalabrada, a
la manera de El labrador o El genio tutelar del mismo autor; e
incluso llegaba a suponer una amenaza de disolución del matrimonio cuando se
producía el nacimiento del bebé concebido meses antes del enlace, como en El arbitraje.
Otros motivos de la tradición
literaria escrita y oral se integraban especialmente bien en estos argumentos
de enredo amoroso. Así, el tópico del bebé expuesto y criado por otras personas
ajenas a su familia biológica, siguiendo el ejemplo de personajes tan conocidos
como Edipo, hacía posible el desarrollo de la anagnórisis, el reconocimiento,
que permitía, por ejemplo, que falsas heteras fueran reconocidas como
ciudadanas, tal cual Glícera en La
perintia, y así hacer posible el matrimonio de los jóvenes enamorados, que
había resultado hasta ese momento contrario a las normas sociales y, por ende,
imposible. Este reconocimiento se llevaba a cabo a través de ciertos objetos
que, al ser reconocidos por alguno de los progenitores naturales, constituían
la prueba inequívoca del origen del bebé, los denominados sḗmata o crepundia, y
también gracias a personajes que habían sido testigos o autores de la
exposición47.
El deseo amoroso, tal y como en
la propia realidad, podía originar la rivalidad entre diversos pretendientes y
ofrecía, dentro de los límites que imponía el elenco de personajes, variadas
opciones de desarrollo. La tradicional rivalidad cómica entre padre e hijo48
se manifestaba con especial hilaridad en la disputa de ambos por una misma
hetera, en la que solían intervenir, cómo no, los esclavos correspondientes, e
incluso hacer su aparición la que era a la vez esposa y madre de los rivales,
si esto último no es un elemento añadido en las adaptaciones plautinas49.
De no menor comicidad resulta el atractivo motivo de la disputa entre un adulescens y un miles50 por la posesión de una hetera ante la desmedida
codicia del proxeneta. El dinero entregado por el soldado al proxeneta como
paga y señal por la muchacha desesperaba al adulescens
amore perditus, perdidamente enamorado, y hacía que se encomendara a las
arterías e intrigas de su fiel esclavo, servus
currens, para conseguir el dinero y poder arrebatar a su amada de las manos
del soldado y del lenón.
Por su propia naturaleza, los
engaños y los equívocos fueron motivos integrados en los argumentos de intriga
de la Comedia Nueva. Títulos como Los
gemelos51, Los iguales52,
Los hermanos53 sugieren
escenas tan cómicas como, por ejemplo, las de las confusiones en Los menecmos de Plauto (vv. 820 y sigs.)
o en el ambiente marcadamente mitológico de El
anfitrión (vv. 150-463).
A partir de alguno de estos
títulos y especialmente de Los hermanos
enamorados entre sí54, podemos suponer que estos equívocos
adoptaban tratamientos diferentes, ya como en Epídico de Plauto, comedia en la que dos hermanos, que ignoran su
parentesco, se enamoran entre sí, ya como en Estico del mismo autor, adaptación de Los hermanos de Menandro, en las que dos hermanos están casados con
dos hermanas y ofrecen situaciones de contrastado atractivo cómico al doble
enredo amoroso.
Como era de esperar, la intriga
no estaba exenta de todo tipo de conflictos. Una de las respuestas a estos era
el mecanismo del arbitraje, bien refrendado en los títulos conservados55
y que consistía en acudir a un tercer personaje que pudiera ejercer, por su
autoridad, la función de árbitro. Diversos podían ser sus tratamientos, algunos
de las cuales nos son bien conocidos: hallamos la disputa entre dos personajes
por la posesión de un niño encontrado y, especialmente, por los objetos de
reconocimiento que tenía a su lado en El
arbitraje de Menandro (vv. 219-415); en un contexto muy similar, en El cabo de Plauto (vv. 1045-1190),
adaptación de alguna comedia de Dífilo, el arbitraje sobre la posesión de los
objetos de reconocimiento provoca que el árbitro, el viejo Démones, descubra a
partir de ellos que él mismo es el padre de la joven Palestra, que ha sufrido
un naufragio.
Como en la vida misma, los
personajes cómicos se veían abocados a todo tipo de cambios inesperados,
cambios que Aristóteles56 denominó con el término peripéteia, con el que se designa la
inversión de una situación previa. En la Nueva, las mutaciones repentinas en la
condición de los personajes, sobre todo el cambio de condición social, generado
por la ya comentada anagnórisis que permitía reconocer la condición de libre y
ciudadano, o el paso de la riqueza a la pobreza, reflejaban la inestabilidad y
la crisis generada por la desaparición de la sociedad clásica y la llegada de
la época helenística. No en vano, la desigualdad entre pobres y ricos
constituía también un tema imbricado en los argumentos de algunas comedias como
El labrador de Menandro o La comedia de la ollita de Plauto.
El cambio de situación económica
(Filemón 112 K.-A.) podía venir causado por el hallazgo de un tesoro, motivo
que tuvo un notable desarrollo en la Néa
a juzgar por los numerosos comediógrafos que se sirvieron de este elemento en
sus títulos57. El tesoro familiar podía hallarse en la propia casa,
de lo cual es un excelente paradigma La
comedia de la ollita de Plauto, adaptación de alguna obra de Menandro58,
en la que el tesoro lleva al paroxismo la tacañería del senex Euclión; pero también podía haber sido guardado en una tumba,
como ocurre en Thensaurus de Luscio
Lanuvino59, y generar una disputa con arbitraje por su posesión.
Un tratamiento diferente de este
motivo, sin embargo, nos lo ofrece la comedia Los tres centavos de Plauto, en la que el senex Cármides se ve obligado a ocultar celosamente, ante el
crápula de su hijo, el tesoro familiar y se lo confía a su vecino y amigo,
cuando ha de partir de viaje. Ello permite generar diversas peripecias entre
los personajes, que pasan de la riqueza a la ruina para volver después al
bienestar.
Por otra parte, los frecuentes
viajes de los personajes, generadores también de largas ausencias y sus
consiguientes peripecias, abren el escenario de la Nueva a otras ciudades
griegas distintas de Atenas60 y nos aproximan nuevamente también a
la realidad del mundo helenístico, urbano, internacional y proclive a lo
aventurado.
El viaje ciertamente implica
riesgos para los personajes. El más presente en los argumentos de comedia es el
del naufragio, como vemos en Rudens o
La comedia del baúl de Plauto61,
ambas adaptaciones de originales difilianos, y en las que el naufragio permite
en última instancia el reconocimiento de la falsa hetera Palestra y del joven
Nicodemo, respectivamente. El náufrago
fue ya título de una comedia de Efipo, en la Media. Aparece también como motivo
explicativo en La trasquilada de
Menandro (vv. 804-809), como causa de la repentina pobreza del senex Pateco, que se vio obligado a
exponer a sus hijos gemelos al perder todo lo que tenía cuando se hundió su
barco.
El viaje y los naufragios
recuerdan lo azaroso de la vida humana, más aún en épocas de transformaciones
sociales y políticas. No en vano, la diosa más aludida, a veces como simple
personificación de la incertidumbre humana62, es la Týchē63, Fortuna, que puede
cambiarlo todo en un santiamén como ya apuntaba en la Media Anaxándrides (4
K.-A.).
Relacionados con largas ausencias
y viajes están también algunos oficios que gozaron de cierta fortuna en la
Nueva. El comerciante64 y el patrón de barco65 ofrecían
características muy similares para que los personajes, ya fueran senes, ya adulescentes, se desplazaran por negocios y mantuvieran prolongadas
ausencias. Cuando volvían los padres, se encontraban con desagradables
sorpresas y provocaban divertidas peripecias entre sus hijos y esclavos, que
tras haber abusado de una excesiva libertad en sus gastos y amoríos, se veían
obligados a maquillar o enmendar la situación, como en La comedia de las apariciones de Plauto, adaptación de una comedia
griega titulada El fantasma,
probablemente la de Filemón.
En este sentido el oficio de
soldado ofrecía los mismos patrones pero con el añadido de la aventura militar
que incluía el exotismo de las campañas de Asia y el riesgo de muerte. Este
último fue hábilmente utilizado por Menandro en El escudo: la falsa muerte del joven Cleóstrato provoca todo tipo
de sucesos cuando se le cree muerto y, más todavía, cuando regresa vivo contra
todo pronóstico.
La Comedia Nueva también se
caracterizó por las innovaciones que, dentro de la tradición, fueron
introduciéndose en la forma de la representación teatral. Así el prólogo
narrativo, por influencia de Eurípides y la tragedia posclásica, se convierte
en un recurso ágil en boca de una divinidad, o en boca de la personificación de
un concepto abstracto, para generar atractivas escenas derivadas de la ironía
dramática66, al tiempo que se disipa cualquier atisbo de tensión
entre el público asegurándose un final siempre feliz.
En cuanto al coro, uno de los
elementos más atractivos de la Antigua, casi nada sabemos, excepto que se ha
producido su total desvinculación de la acción y argumentos cómicos y su
transformación en un interludio musical, anunciado expresamente, en ocasiones,
por los personajes67. Su función dramática consiste ahora en la
división de la comedia en cinco actos, probablemente separados por los
interludios musicales mencionados68.
Varias de las convenciones
dramáticas de la tradición teatral griega perviven en la Nueva. El discurso de
mensajero, que permite narrar sucesos difícilmente representables en el
escenario, de frecuente uso en la tragedia, tiene también su versión cómica. Un
ejemplo de ello es la inspiración del Orestes
de Eurípides (vv. 866-956) sobre El
sicionio (vv. 176-271) de Menandro. Asimismo, siguen siendo recurrentes el
mecanismo cómico del aprosdókēton o
comentario sorpresa en narraciones más o menos largas, como en El escudo de Menandro (v. 23), y las
interpelaciones al público, con la correspondiente pérdida de ilusión dramática69.
Por otra parte, la indumentaria
de los personajes de comedia era muy parecida a la de los atenienses del
momento. El chitṓn o túnica larga
hasta el tobillo era el atuendo de los hombres libres, mientras que la túnica
corta hasta las rodillas era el de los esclavos. Los elementos más
caricaturescos, como el relleno para exagerar el vientre o las posaderas, los
pechos artificiales o el mismo falo de trapo parecen ya casi inexistentes en
esta etapa70.
En consonancia con ello, las
máscaras fueron perdiendo los elementos más grotescos y se fueron convirtiendo
en rostros más naturalistas, estereotipados y próximos al elenco de tipos que
participaban en la intriga71.
Los cambios políticos en Grecia
derivados de las conquistas de Alejandro y las luchas internas de sus herederos
dieron origen a la nueva sociedad helenística, que suponía en muchos aspectos
una profunda ruptura con la anterior de la época clásica en todo el mundo
griego, en general, y en Atenas, en particular.
Demetrio de Falero, discípulo de
Teofrasto y amigo de Menandro, rigió los designios políticos atenienses entre
el 317 y el 307 a. C. Entre este último año y el 301 a. C. fue el hijo de
Antígono I, Demetrio Poliorcetes, quien gobernó la polis, pero en el invierno
del 304/303 a. C. dejó el poder en manos de Estratocles y se instaló en el
Partenón con Lamia y otras heteras. Después de la batalla de Ipsos en el 301 a.
C., Casandro se quedó con Grecia e impuso en Atenas el mando de Lácares. A
partir del 294 a. C., Demetrio Poliorcetes volvió a tomar el poder de la
ciudad. Estos continuos cambios eran el reflejo de una sociedad inestable y
peligrosa en la que las censuras políticas podían tener consecuencias graves.
En la comedia, por supuesto, disminuyó drásticamente la crítica política
mediante el onomastì kōmōideîn, si
bien no llegó a desaparecer del todo72.
Conservamos, pues, fragmentos en
los que hay crítica política, pero no tenemos constancia de que esta crítica se
produjera mientras el político criticado ejercía el poder; sin duda, la sátira
resultaría menos arriesgada si el burlado ya había perdido el mando de la
ciudad o si el comediógrafo no se hallaba en sus dominios. Con carácter
general, las críticas no son tan evidentes como las que abundan en la comedia
aristofánica o, en menor medida, en la Media, más bien parece que la censura
del momento provocó que los comediógrafos agudizaran su ingenio para vencerla.
Así, las leyes suntuarias de Demetrio de Falero pudieron ser criticadas por
Dífilo (31 K.-A.) que desplazó la escena de la comedia a Corinto. El
comediógrafo Filípides (25 K.-A.) atacó a Estratocles y, por ello, a Demetrio
Poliorcetes, mientras que la amante de este último, la hetera Lamia, sufrió
también la crítica cómica (Adesp. 689
K.-A.). Tampoco Casandro esquivó la mofa del poeta cómico Demetrio II (1
K.-A.). Por su parte, Filemón menciona a Hárpalo, el gobernador de Alejandro
Magno en Babilonia que tuvo que huir a Atenas en el 324 a. C., a su amante
Pitionice (15 K.-A.), al recurrente Calimedonte junto a su hijo Agirrio (43
K.-A.), a Seleuco, general macedonio que ocupó la satrapía persa durante los
años 321-316 y 312-305 a. C, y al rey de Cirene, Magas (132 K.-A.).
Otro elemento que experimentó
importantes transformaciones fue la lengua de la Comedia Nueva. Inmersa en el
tránsito del ático a la koiné, fue modificándose, respecto a la Comedia
Antigua, de forma paralela a como lo hacían los argumentos y la estructura. El
tránsito hacia la koiné se refleja ya en Aristófanes73 y en la
Comedia Media74, y mantiene su continuidad en la nueva etapa75;
de hecho, aticistas como Frínico veían los textos de la Nueva repletos de
rasgos propios de la lengua común helenística76.
La dictio comica de la Néa
se fue adecuando al realismo de los personajes y los argumentos, así como al de
sus máscaras y disfraces. Se produce una importante reducción de los recursos
estilísticos77 congruente con la de la variedad métrica, también
acentuada por la desaparición de los cantos corales, y la generalización del
trímetro yámbico78.
Los largos y ampulosos compuestos
cómicos aristofánicos, también utilizados por los poetas de la Media, fueron
disminuyendo hasta desaparecer79, en consonancia con el nuevo estilo
de la comicidad. En cambio, se adapta una serie de términos a los
planteamientos filosóficos y morales de las comedias, como hamártēma y hýbris80,
así como a los problemas legales y jurídicos81, los tecnicismos de
los profesionales82 y, en particular, de los cocineros
grandilocuentes83.
La Comedia Nueva nos muestra la
variedad lingüística de la incipiente clase urbana ateniense y, dentro de ella,
da cabida a los diversos idiolectos ya mencionados, así como a los de
diferentes personajes y tipos de la escena cómica84.
Para el estudio de lo que
denominamos Comedia Nueva contamos hoy en día con tres grupos de textos de
extensión y características bien diversas. De un lado, las comedias de
Menandro, dos de las cuales, El
misántropo y La samia,
conservamos prácticamente en su totalidad gracias a los hallazgos papiráceos
del siglo XX; son la principal fuente de conocimiento del género y condicionan
de modo determinante nuestra visión de la Néa.
De otro, los más de mil fragmentos del propio Menandro y los quinientos
cuarenta y cinco de los aproximadamente setenta poetas restantes conocidos de
la Nueva, que nos han llegado prácticamente en su totalidad por transmisión
indirecta. En tercer lugar, las adaptaciones latinas de las obras griegas,
fundamentalmente las veintiuna conservadas de Plauto y las seis de Terencio.
En el presente libro, de los más
de mil quinientos fragmentos de la Comedia Nueva, recogemos exclusivamente la
traducción de un tercio de ellos, concretamente la de los quinientos cuarenta y
cinco fragmentos que pertenecen a los autores conocidos al margen de Menandro.
Se trata de unos textos de incuestionable importancia para el conocimiento del
género, ya que nos permiten entrever a través de su fragmentariedad una forma
de comedia más variada y rica que la que conocemos en el autor insignia de la Néa. Sin duda, si conserváramos comedias
completas de autores como Dífilo, Filemón, Posidipo o Apolodoro de Gela,
tendríamos una visión más completa de la Comedia Nueva. Si los fragmentos
papiráceos de Menandro decantaron la orientación de los estudios sobre esta
etapa de la comedia griega, porque, ciertamente, permitían conclusiones más
sólidas sobre muchos aspectos, la lectura de los fragmentos conservados de los
otros poetas de la Néa, o incluso del
mismo Menandro, permite, con todas las limitaciones propias de la literatura
fragmentaria, hacernos una idea más plural en contenidos, temas y argumentos de
lo que fue el último período de la comedia griega.
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