lunes, 10 de febrero de 2025

Horacio Sátiras, Epístolas, Arte poética Biblioteca Clásica Gredos - 373 INTRODUCCIÓN

 

 


            Horacio

 

 Sátiras, Epístolas, Arte poética

 

 

            Biblioteca Clásica Gredos - 373

 

 

           

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

            Título original: Satyrarum libri, Epistles, De Arte Poetica liber

 

            Horacio, 013 a. C.

 

            Traducción, introducción y notas: José Luis Moralejo

 

           

             

 

 


 SÁTIRAS

 

 

 


 INTRODUCCIÓN

 

 

            El género y su tradición

 

 

            En la panorámica comparativa de las literaturas griega y latina de su Institutio Oratoria (X 1) afirma Quintiliano: satura quidem tota nostra est, lo que suele interpretarse como una reivindicación de la estirpe netamente indígena de ese género poético (o al menos de la superioridad romana en él). Sin embargo, no están claros ni sus orígenes[1] ni el sentido que en los primeros tiempos tenía su propio nombre de satura; un término que, además, ha llegado a nuestros días en una forma («sátira», «satire», etc.) alterada por una ya antigua etimología popular que lo relacionaba con el gr. άτυρος, el nombre de los chocarreros dioses menores que formaban parte del cortejo del dios Dioniso y que comparecían en el género dramático griego del drama satírico, con el cual, al parecer, se le vio cierto parentesco a la sátira romana[2].

            Sí parece generalmente admitido —aparte hipótesis menos verosímiles[3]— que en el nombre de la satura tenemos la forma femenina del adjetivo satur («colmado», «harto»), genuinamente latino. Su acepción literaria, siempre según esa opinión predominante, derivaría de la elipsis de una metáfora culinaria: la de la satura lanx, un plato abundoso y variado, una especie de potpourri u «olla podrida», en el que casi todo tenía cabida (aunque, según otros, más bien sería un embutido de vario acarreo). En la literatura, la denominación satura designaría una obra de carácter misceláneo[4].

            Pero los datos antiguos, como apuntábamos, nos hablan de la satura en términos discutidos. Así, parece haber habido una de carácter dramático, a tenor de lo que Tito Livio cuenta sobre la prehistoria del teatro romano[5]. Para la época bien documentada de la literatura latina, tenemos noticias y fragmentos que apuntan al padre Ennio como cultivador e incluso como primus inventor de la sátira[6]. Su sobrino el trágico Marco Pacuvio (220-c. 130 a. C.) también aparece en los anales del género[7]. Pero no hay duda de que el primer autor de sátiras latinas bien conocido —y debidamente reconocido por la posteridad— fue el caballero romano Gayo Lucilio (c. 180-102 a. C.), modelo (y anti-modelo) declarado del propio Horacio, autor, nada menos, que de 30 libros de ellas, de las que nos ha llegado un importante contingente de fragmentos. No era, desde luego, el poeta enragé y contestatario cuya imagen pudieran sugerirnos ciertas noticias posteriores, incluidas las de Horacio, sino un hombre de buena posición social y aún mejores relaciones, que se podía permitir ciertas libertades al respecto de sus conciudadanos.

            Lucilio escribió en los tiempos de la primera ola de helenismo directo, que afluyó a Roma a partir de mediados del s. II a. C., al socaire de la conquista de Grecia y de los gustos literarios de los círculos ilustrados como el de los Escipiones, al que él mismo pertenecía. Ello no le impidió adoptar y llevar a más un género autóctono, del que llegaría a ser considerado como el verdadero creador; pero lo hizo de manera que también dejó ver la influencia de géneros griegos como la Comedia Antigua y el yambo (el arcaico de Arquíloco y, sobre todo, el más literario del alejandrino Calímaco[8]). De las sátiras de Lucilio tenemos, a través de sus fragmentos y de las documentación indirecta, una idea bastante clara; y cabe afirmar que no diferían en lo fundamental de la idea del género que nos dan sus manifestaciones posteriores bien conservadas y conocidas, las debidas a Horacio, Persio y Juvenal[9].

            Hay, sin embargo, en la historia de la sátira latina un eslabón intermedio tan importante como incierto: el que representaron las Sátiras Menipeas del polígrafo Marco Terencio Varrón (116-27 a. C.). Como se ve, las apellidó con un brindis al filósofo griego Menipo de Gádara, cuyo torpe aliño indumentario retrataría Velázquez de manera admirable. Menipo era un cínico sirio del s. III a. C., que, según la costumbre de su escuela, había fustigado de palabra y por escrito, en prosa y en verso, los vicios y contradicciones en que incurrimos el común de los mortales. Vemos, pues, también en este caso que el género genuinamente romano de la sátira había ido cediendo a la seducción de las letras griegas. Pero Horacio, y aunque cuando él escribió su Sátiras Varrón aún vivía y era toda una autoridad intelectual, no lo menciona para nada: salta sobre él, como si no hubiera existido, para conectarse y enfrentarse directamente con Lucilio[10].

            Los asuntos que la documentación histórica no nos permite conocer con el detalle deseable son campo propicio para las especulaciones reconstructivas; pero ateniéndonos a los datos que los testimonios conservados nos brindan, parece claro, como hemos dicho, que la sátira, tal como Horacio la concibió y practicó, era en sustancia del mismo género que la que Lucilio había concebido y practicado, aunque la refinara según la estética propia del helenismo maduro de un poeta de la época augústea. A Horacio habría que atribuir, además de las aportaciones de ese ambiente plenamente clásico en el que escribió y de su personal talento, la iniciativa de fijar el hexámetro dactílico —el metro épico, pero, en cierto sentido, también el metro no marcado[11]— como verso propio del género.

            Dicho esto, hay que insistir en lo mucho que la sátira latina, ya desde Lucilio, debía a la literatura griega. En Grecia, ciertamente, no había un género poético que por los rasgos concordantes de metro, dicción y contenido pudiera considerarse como antecedente directo de la sátira latina (como lo eran los modelos épicos, líricos o bucólicos); pero también parece claro que este género latino se adscribió desde muy pronto a una tradición híbrida, abriendo la puerta a temas, ideas y actitudes presentes en varios de los ya consagrados por los cánones literarios griegos. El propio Horacio afirma (Sát. I 4, 1 ss.) que la esencia de la sátira de Lucilio venía de la libertad de palabra (la parrhesía) con que la Comedia Antigua ateniense había prodigado su censura pública y nominal entre los ciudadanos que se la merecían (según el hábito del onomastì komodeîn, «sacar a uno en la escena por su nombre»); y al definir retrospectivamente su propia sátira (Epíst. II 2, 60), habla de ella como Bioneus sermo, «charla» —o, si se prefiere, «sermón»— «al estilo de Bión». Con ello confiesa su deuda y la de la sátira con el género más popular —y, en opinión de muchos, el más socrático[12]— de la filosofía griega de época helenística y romana, cultivado sobre todo por los cínicos y lo estoicos: el de la διατριβή o diatriba, término que desde el sentido de «pasatiempo» había llegado a significar «plática» o «charla», y de donde tal vez Horacio tomó el nombre y título de Sermones que seguramente dio a sus sátiras[13]. Cínico o muy afín al cinismo era, en efecto, el antes nombrado Bión de Borístenes, un griego periférico y de origen humilde que en el s. III a. C. había llevado una vida de filósofopredicador, ambulante y contracultural, poniendo en solfa los vicios de las gentes. Similar a la de Bión debió de ser la personalidad de su contemporáneo el ya citado Menipo de Gádara, cuyos escritos, satíricos en sentido amplio y en los que, al parecer, mezclaba prosa y verso, había imitado Varrón. Como divisa de esa clase de diatribas —pues también existió otra más seria, representada, por ejemplo, por las que escribiría el estoico Epicteto (c. 50-c. 120 d. C.)— se suele hablar de lo σπουδογελοιον[14], lo «serio-risible» o, más castizamente, «bromas y veras[15]»; una divisa que Horacio recoge en su ridentem dicere uerum de Sát. I 1, 24[16].

            Horacio satírico: actitudes y temas

 

 

            Lo ya dicho en nuestra Introducción general al autor nos dispensará de demoramos ahora en lo que se sabe sobre la fecha de composición de las Sátiras, que tampoco es mucho[17], y sobre la de su publicación, que tuvo lugar, según parece, en los años 35/34 (libro I, con 10 sátiras) y 30 a. C. (libro II, con 8). En el primero de ellos y en de los Epodos está sin duda la que hemos llamado obra pre-mecenática de Horacio: la que le valió la estima y protección de Mecenas, al cual fue presentado en el a. 37 a. C. por Virgilio y Vario[18], y que seguramente le permitió también dejar el puesto de scriba quaestorius con el que se venía ganando la vida. Cumple recordar, con todo, que las Sátiras aparecieron en forma de libros cuando Horacio ya había ingresado en ese selecto círculo, pues la primera de ellas, y con ella toda la colección, ya está dedicada al generoso protector.

            El Horacio de las Sátiras es un observador crítico pero humano —no como el de los Epodos más yámbicos— de la sociedad de su tiempo; y eso aunque al hablar de ellas las llamara, además de Bioneus sermo, sal niger, «sal negra» (Epi. II 2, 60)[19]. Se nos presenta como un maestro[20], como un ψυχαγωγός no muy severo, que, conforme al ideal de eudemonismo compartido por casi todas las filosofías de su tiempo, quiere ayudar a los hombres a ser más felices[21]. W. S. ANDERSON llamó al Horacio satírico «un sonriente maestro de cuestiones éticas importantes[22]».

            Sin embargo, en ciertas ocasiones, reflexionando sobre su propia tarea, Horacio también teoriza y polemiza sobre el origen, el papel y los límites del género satírico. Con esto quedan delimitados los dos campos temáticos capitales de la obra: el de las sátiras de costumbres y el de las sátiras literarias.

            Al segundo grupo se adscriben solamente tres (I 4, I 10 y II 1), y ya en la segunda de ellas encontramos respuesta a las críticas que se habían hecho a la primera[23], lo que prueba que el poeta las había dado a conocer aisladamente antes de publicarlas en formato de libro. Los tópicos que aparecen en las sátiras de costumbres son los que cabe suponer ya tradicionales en el género y que desde luego lo eran en la diatriba griega, sin ser muchos de ellos patrimonio exclusivo de una determinada escuela filosófica (por más que en Horacio se observe el consabido predominio de las ideas epicúreas). Son los tópicos del general descontento con la propia suerte y la envidia por la ajena, del afán insaciable de riquezas y medro social (con el que se conectan el de los cazadores de herencias, el de las relaciones con el amigo poderoso y el de los recuerdos autobiográficos del propio poeta); el de la obsesión imperante por los refinamientos culinarios, el de la pasión por los amoríos adúlteros, el de la doble vara de medir que aplicamos a los defectos ajenos y a los propios, el de la incoherencia entre palabra y vida, de la cual no escapan ni los filósofos; el de la superstición, el de la intransigencia extremada, y por ello estéril, de algunos moralistas[24]; el de nuestra incapacidad para llevar una existencia auténtica dedicada a uno mismo y no al tráfago de las relaciones sociales (de donde el poco aprecio de muchos por la paz de la vida campesina); el del olvido del justo medio, evitando los extremos, y otros varios emparentados con ellos.

            El repertorio de motivos de las sátiras literarias es, obviamente, más limitado. En primer lugar, tenemos el de la ancestral libertad de palabra del género, que, como decíamos, Horacio hace derivar de la parrhesía[25] de la Comedia Antigua de Aristófanes, Éupolis y Cratino; además, y en enfrentamiento crítico con Lucilio, el de la prioridad que en poesía debe darse a la calidad sobre la cantidad, aplicando estrictamente los principios de la estética alejandrina de Calímaco[26]; y, en fin, su respuesta a quienes habían tomado a mal su censura al considerado como maestro del género. Por lo demás, y dado que hemos antepuesto a la traducción de cada sátira una nota sinóptica, nos excusamos de detallar aquí sus respectivos contenidos.

            Tanto Lucilio como sus antecedentes griegos de la Comedia Antigua, habían fustigado sin reparos y por su nombre a los ciudadanos a los que consideraban merecedores de censura, por importantes que fueran. También Horacio saca a la escena en sus Sátiras muchos nombres propios; pero su caso era distinto, al igual que lo eran las circunstancias sociales y legales en que escribió (lo mismo que los Epodos); y además sus sermones ya eran en gran medida poesía literaria, al modo helenístico, en la cual la imitación de un género consagrado pesaba más que las viejas funciones o licencias propias del mismo. A este respecto es ilustrativo el capítulo «The Names» de la clásica monografía de N. RUDD (1966: 132 ss.), que ofrece una especie de prosopografía de la sátira horaciana. Resulta ser una prosopografía mixta en la que pasado y presente, realidad y ficción se combinan y se interfieren. Rudd distingue en los nombres propios que aparecen en las Sátiras hasta seis categorías: a) personas vivas; b) personas muertas; c) personas que aparecen en Lucilio; d) «nombres significativos»; e) nombres de otros personajes típicos; f) seudónimos. En el primer apartado, y entre los que cabe suponer personajes reales, no aparece ningún notable de la Ciudad; a no ser que el Salustio de I 2, 48 —un apasionado por los amoríos con las libertas— sea al famoso y moralizante historiador, que más bien dejó fama de su afición por las casadas, o bien su homónimo sobrino-nieto e hijo adoptivo y confidente de Augusto, algo menos probable por su cronología[27]. Tampoco se ve a ninguna figura de primer orden en el grupo de las personas que Rudd da por fallecidas, grupo con el cual, como es obvio, se solapa el de las ya nombradas por Lucilio. Entre éstas estaba el pauper Opimius de II 3, 142 ss. que, a su vez, reaparece entre los «nombres significativos», que vienen a corresponderse más o menos con los que otros llamarían «parlantes» o nomina ficta, creados o escogidos para reflejar las características personales y morales de un personaje o tipo humano; y Rudd nos recuerda que ése también ha sido un recurso habitual en la literatura satírica moderna. Así, Opimio, opulento pero miserable, sería algo así como «el pobre Sr. Rico»; por su parte, el Porcio de II 8, 23, el gorrón que llega al banquete acompañando a Mecenas y a sus amigos, haría honor al étimo de su apellido, porcus; de manera similar, el gracioso y ávido Pantólabo de I 8, 11 y II 1, 22 justificaría su nombre arramblando con todo lo que se le pusiera delante. El apartado de los «nombres de otros personajes típicos» presenta menos interés, por estar mayoritariamente formado por personajes de la cantera mítica, como Orestes, Ulises, Agamenón y otros. Y, en fin, el de los seudónimos, bajo los que se supone que Horacio camufla a personas a las que no quería o no se atrevía a sacar nominatim a la escena —que Rudd compara acertadamente con los que Catulo, Tibulo y Propercio habían dado a sus Lesbias, Delias y Cintias— también presenta ejemplos interesantes: así, el de Alpino para el épico Furio en I 10, 36, y sobre todo el de la siniestra bruja Canidia (al parecer Gratidia) de I 8,24; 48; II 1,48 y 8, 95, también citada ampliamente en los Epodos 3 y 5[28] (aunque este seudónimo también tiene algo de parlante o, para ser más exactos, de latrante, vista su clara relación con canis).

            En resumidas cuentas, aparte de que la prosopografía satírica de Horacio resulta ser de notable complejidad, es claro que él estaba muy atento a no infringir la legalidad que en su tiempo proscribía el libelo y la difamación; y también, como decíamos, que su propia concepción literaria del género había dejado en un segundo plano los tradicionales instintos agresivos del mismo[29].

            Forma, composición y estructura

 

 

            En uno y otro de los grupos temáticos de las Sátiras (y especialmente en el de las de costumbres, como es lógico por su mayor número y su mayor cercanía a lo cotidiano), nos encontramos con una variedad de formas, que van desde la más tradicional del que cabe llamar sermo currens, la meditación en voz alta, pasando por el diálogo —en algunos casos diálogo puro, sin marco narrativo, como en II 1; 3; 4; 5; 7 y 8[30]—, hasta el mero relato anecdótico, como en I 5, I 7 y I 9. Esas formas pueden aparecer variadas y combinadas entre sí y con otros elementos, e incluso en una misma composición (narración o discurso moral en boca de un tercero, con o sin diálogo, y con o sin reminiscencias personales; aparte de la parodia, como I 7, II 4 y 5 etc[31].).

            Ya a propósito de la Sátira I 1 comenta P. FEDELI (246) que avanza según «un procedere… desultorio[32]», un discurso —digamos— irregular y quebrado, como parece propio de un auténtico sermo; de ahí que esa clase de discurso sea perceptible en bastantes otras de las Sátiras. Eso no ha disuadido a los estudiosos de intentar detectar principios constructivos dentro de cada sátira y dentro del conjunto de los libros, y a veces con resultados plausibles, que, como puede suponerse, no ha lugar a recoger aquí con el detalle deseable.

            Desde luego, y en cuanto a la composición de los libros, es evidente, al menos, que Horacio organizó a propósito el primero de manera que lo encabezara una sátira dedicada a Mecenas, que no fue la primera que escribió. A él también va dirigida la que abre la segunda mitad del libro, la 6.ª, lo que ha llevado a concluir que el poeta le dio una organización bipartita como la que poco antes Virgilio había dado a sus Bucólicas. Sin embargo, HKINZE que suscribe esas ideas sostiene que con tal estructura se entrecruza otra tripartita y más compleja que abarca a los contenidos: la primera tríada de sátiras trata de cuestiones morales; la segunda, del propio poeta (la 4.ª en cuanto escritor, la 5.ª en cuanto amigo de sus amigos, la 6.ª en cuanto que persona que se había ganado un lugar prominente en la sociedad); la tercera tríada cuenta «historias divertidas», y la Sátira 10, «para el autorretrato del poeta, la más importante», sería el epílogo del libro[33]. En cuanto al libro II, HEINZE reitera la opinión de F. Boll de que se estructura en dos series simétricas: la Sátira 1 (la consulta con Trebacio) se correspondería con la 5 (consulta con Tiresias), la 2 (la del campesino Ofelo) con la 6 (la del Horacio campesino, del que Ofelo sería un alter ego); la 3 y la 7, por su parte, estarían unidas por su tratamiento de paradojas estoicas y, en fin, la 4 y la 8 conciernen a la vigente moda de los placeres de la mesa[34].

            A estas propuestas de estructuración les han surgido con el tiempo varias y variadas alternativas. Así RUDD (1966: 160 s.) se muestra más escéptico: tras admitir que, al igual que las Bucólicas, las Sátiras dejan ver un cierto arrangement, y que I 1-3 están estrechamente ligadas por forma y contenido, al igual que las literarias, la 4 y la 10, «aparte de ellas apenas hay un mode lo discernible». En cambio, la situación parece cambiar en el libro II, en el que, no sin ciertas reservas, Rudd da por bueno el antiguo esquema simétrico propuesto por Boll. Con todo, concluye que: «El diseño en sí mismo… no tiene ningún significado simbólico; no otorga ningún significado añadido a ningún poema individual; y en la medida que yo puedo averiguar, no implica secreto matemático alguno».

            Hay que mencionar también la propuesta de K. BÜCHNER (1970)[35], que en cuanto al libro I se pronuncia por la organización bipartita en la que los dos bloques estarían temáticamente ligados. En cuanto al libro II, destaca ante todo que en él predomina la forma dramática o dialógica, y admite, más o menos, las simetrías temáticas propuestas por Boll y Heinze. Las conclusiones que sobre la composición del libro I habían alcanzado esos los autores han sido confirmadas y matizadas mediante un análisis propio y más elaborado por C. RAMBAUX[36]. Para él, el libro tiene una «estructura piramidal» que trata de hacer eco a las Bucólicas, aunque en él no quepa observar correspondencias numéricas como las que Maury detectó en aquéllas. Lo que parece que se puede observar una composition d’ensemble que, en resumen, respondería a un orden simétrico o concéntrico en el que, por sus contenidos (repudio de determinados vicios), las Sátiras 1, 2 y 3 se corresponderían, respectivamente, con las 7, 8 y 9. La 5 vendría a hacer de «pointe de la piramyde», la «imagen de la vida feliz», escoltada por la 4 y la 6, que comparten la actitud de rechazo a los detractores y la evocación de la figura del padre. En un más resumen todavía, 1, 2, 3 y 7, 8, 9 presentarían «los escollos a evitar»; 4 y 6 «el camino a seguir»; 5 el resultado, y 10 la «conclusión literaria del libro».

            Por esos mismos años, el filólogo sudafricano C. A. VAN ROOY, en una amplia serie de artículos[37] (en su conjunto una sólida monografía), estudió minuciosamente los criterios de «arrangement and structure» que, a su entender, Horacio aplicó en el libro 1 de sus Sátiras. Para VAN ROOY (1971: 87). «el más fundamental principio en la estructura del libro consiste en el agrupamiento de pares conjuntos»; es decir, formados por 1-2, 3-4, 5-6 (núcleo del libro), 7-8 y 9-10. Esas parejas, que ya habrían sido «compuestas y editadas» como tales (1970b: 50), y pese a visibles diferencias de contenido, estarían conectadas por semejanzas de sus estructuras internas, que VAN ROOY analiza en cada caso en «secciones» y con criterios bastante realistas. Por lo demás, suscribe la idea, ya antigua, de que Horacio haya imitado en este libro, aunque a la debida distancia, el de las Bucólicas virgilianas, aparecido no mucho antes; en primer lugar, en el número de los poemas, pero también en otros mecanismos de organización (VAN ROOY, 1973).

            Tampoco han faltado en el análisis de las Sátiras los ensayos «numerológicos» que con tanto afán se aplicaron al de otras obras de la poesía clásica[38]. En este caso hay que citar, al menos, los de W. HERING[39], «para [el que] la unidad de las sátiras horacianas descansa sobre las proporciones de sus partes, sobre simetrías que sólo es posible comprobar por su correlación, por la dialéctica de contenido y forma y por medio de precisas relaciones numéricas[40]». Sólo hemos tenido la oportunidad de examinar personalmente el análisis de la Sátira II I que Hering hace en el segundo de sus trabajos citados (HERING, 1982: 206 ss.), y nos parece que es muy meritorio, cuando menos, por la minuciosidad con que estudia la «Gedankenfürung» del poema, diseccionando cuidadosamente los bloques de sentido en que se estructura. Tales bloques o «secciones» tienen dimensiones variables, pero, a fin de cuentas, al menos según Hering, parecen dar como resultado un esquema armónico y simétrico, incluso con correspondencias muy alejadas entre sí dentro del texto; algo que razonablemente sólo cabe suponer que se debe a un cierto esquema constructivo que, por lo demás, el autor observa también en poetas como Virgilio y Propercio. Concretamente, los 86 versos de la Sátira II 1 se estructurarían en dos grandes bloques de 43 versos. En la primera mitad habría cuatro bloques temática y cuantitativamente simétricos (de 9, 11, 11 y 9 versos) y tres en la segunda (de 16, 11 y 16). Una observación interesante que hace Hering es la de que Horacio suele aprovechar como punto de transición entre secciones la cesura del hexámetro, lo que, aparte de ser un mecanismo de cohesión del texto, abona su idea de que hasta los elementos formales más externos contribuyen al diseño trazado por el poeta.

            Los análisis como éste pueden provocar en el lector una doble impresión: por una parte, la de que sus autores han examinado a fondo los textos a los que se enfrentan; por otra, la de que el propio alto grado de resolución con que lo hacen a veces produce —o contraproduce— la duda de que sus deducciones respondan realmente a esquemas constructivos subyacentes en ellos y susceptibles de una fructífera generalización.

            En fin, la estudiosa norteamericana H. DETTMER (1983)[41], cuyos esfuerzos por identificar estructuras constructivas en los libros de las Odas[42] ya hemos ponderado en su momento, se ha ocupado también de las de las Sátiras. Dettmer estima que «el anillo entrelazado» —es decir, la Ringkomposition cuyos términos se entrecruzan con las de otras— es «el principal esquema unificador» que encontramos en la disposición de uno y otro libro. Naturalmente, Dettmer valora debidamente los precedentes que desde Boll en adelante había habido en ese terreno, y los desarrolla y, en lo posible, los unifica, hasta concluir que las Sátiras están construidas conforme a un «principio de consistencia» en el que los temas se tratan de manera simétrica y equilibrada. En el libro I —no, al parecer, en el II— ese principio se correspondería además con unas ciertas proporciones en el número de versos dedicados al tratamiento de cada uno, pormenores en los que no ha lugar a entrar aquí. En fin, son bastantes otras las propuestas que a este respecto se han hecho, entre ellas las de Port, Reincke, Ludwig y otros[43].

            Lengua y estilo

 

 

            ST. HARRISON (1995: 14) escribió: «todavía no existe ningún estudio autorizado de conjunto sobre la ‘dicción’ de Horacio, y las principales contribuciones han sido sobre las Odas[44]; para las otras obras hay que consultar los comentarios». Y, en efecto, esa circunstancia, por lo demás lógica, de que en el estudio de la lengua de Horacio haya primado el interés por la de su lírica no ha propiciado el deseable conocimiento de la de sus sermones[45].

            En una instantánea panorámica de la misma, CLASSEN (EO I: 277) afirma que se caracteriza por la claridad de sus construcciones, la cuidada selección de su vocabulario, el moderado uso de arcaísmos[46] y vulgarismos y el aún más moderado de helenismos. Pero parece conveniente recordar aquí algo que a este respecto escribía el propio autor:

            Ante todo, me excluiré del número de los que reconozco como poetas. Pues no me dirás que cuadrar un verso es bastante; y si uno escribe, como yo hago, cosas que más cerca están de una conversación, no pensarás que por ello es poeta (I 4, 39 ss.).

            De este pasaje, por lo demás un tanto hiperbólico, podría sacarse la presunción de que Horacio no aplicó a sus Sermones, inspirados por una Musa pedestris (II 6, 17), una dicción poética específica, algo que en la tradición literaria griega, junto con el dialecto y el metro consagrados[47], formaba la tríada de rasgos formales característicos de cada género. A esta presunción cabría responder que el poeta sí se valió de una cierta dicción de género; pero que ésta consistía en gran medida en atenerse al latín cotidiano del tiempo, al modo y manera en que ciertas corrientes literarias de nuestros días —entre nosotros, las que, arrancan de Valle Inclán— han sabido sacar a la lengua usual y castiza un notable rendimiento estético. Tal parece haber sido el caso de la sátira y en particular[48] de la de Horacio, prototipo de poesía impura, como en nuestros tiempos estudiantiles nos enseñaba Agustín García Calvo.

            Por todo lo dicho, y no sin ciertas reservas, cabe considerar al Horacio satírico como una fuente para el conocimiento del latín vulgar de su tiempo; o, para ser más exactos, de la lengua cotidiana de la gente educada («gebildete Umgangsprache», HEINZE, 1921: XXIV). Ese registro lingüístico no era precisamente el utilizado por Lucilio, más popular, al tiempo que más enrevesado, sino que se acercaba al sencillo pero elegante que cien años atrás había cultivado Terencio en sus comedias[49] y al más llano, el humilis, de entre los tres estilos oratorios clásicos. A este respecto afirma ANDERSON (1963: 14) que «simplemente no es verdad que las sátiras horacianas se puedan convertir en prosa sin sufrir daño», contra lo que el propio poeta parecía sugerir en I 4, 56 ss[50].

            Al tratar de la lengua del Horacio satírico y de su relación con la lengua hablada no se pueden pasar por alto los estudios que publicó en España, en sus años jóvenes, el longevo y siempre original lingüista italiano Giuliano Bonfante (1904-2005), en los volúmenes casi fundacionales de la revista Emerita[51]. Sin embargo, aquí nos atendremos a exposiciones más recientes[52].

            Por de pronto, y como decíamos, el latín de las Sátiras, salvo algunas concesiones a la lengua abiertamente vulgar (merda, cunnus, futuo…), es un testimonio del latín coloquial que cabe suponer que en su tiempo utilizaban las personas educadas como él; y, por cierto, algunos rasgos coloquiales aparecen también eventualmente en su obra lírica. En el plano fonético cabe señalar fenómenos como la diptongación precoz del diptongo au (así colis por caulis y plostrum por plaustrum, forma que, en cambio, sí aparece en Odas III 24, 10), o la síncopa (caldior, soldum, lardo). Claro tono coloquial tienen también expresiones de difusa cuanto innecesaria sintaxis como nugas / hoc genus («insignificancias como éstas», II 6, 43 s.), o que anuncian el éxito futuro de algunos sintagmas preposicionales (cetera de genero hoc, en I 1, 13; o garó de sucis piscis Hiberi, en II 8, 48). Las fórmulas de cortesía y modestia también nos ofrecen ejemplos tan gráficos como hunc hominem en lugar de me (I 9, 47). En el campo de la expresividad coloquial arraiga también, sin duda, la relativa frecuencia del infinitivo exclamativo, al igual que el del llamado praesens pro futuro y el del futuro con valor yusivo. Otra parcela de la lengua de las Sátiras que RICOTILLI (EO II: 901) señala como propicia a la aparición de rasgos populares es la de la afirmación y la negación (ita / minime), las cuales pueden reforzarse por medio de expresiones como hodie (en un uso casi equivalente al de hercle), o de perífrasis condicionales como moriar ni…, ne uiuam si... Al mismo ámbito cabe atribuir la negación por medio de nullus, en lugar de non, o el empleo de male con valor atenuante. Otros adverbios como belle, pulchre o laute, del mismo registro, sirven como intensificadores.

            A un nivel sintáctico superior se sitúan otros giros coloquiales, como el llamado ut indignantis, por medio del cual se repudia un consejo o exigencia que se considera intolerable: utne tegam spurco Damae latus? («¿Que le cubra yo el flanco a un Dama asqueroso?», II 5, 18). Naturalmente, el consabido empleo de la parataxis en lugar de la hipotaxis también está bien acreditado en la lengua de las Sátiras, asunto sobre el que luego volveremos. Y no carece de interés el apartado de la «interrogación mecanizada» (RICOTILLI, EO II: 903) del tipo quid agis? o quid faciam?, non uides? y otras de clara función fática; tampoco el de las fórmulas de ruego y persuasión como inquam (un tajante «digo»). Naturalmente, también la profusión y variedad de las interjecciones y expresiones equiparadas (heu, heus, eheu, ohe, eia, ecce, bone, maxime luppiter, etc.) son una ráfaga de aire popular en la lengua de las Sátiras. Y lo mismo las expresiones de menosprecio (uilior alga, II 5, 8; cassa nuce pauperet, ibid. 36) o de vituperio (cimex, simius, nebulo) y sus contrarias.

            En el léxico de las Sátiras se observa la tendencia a las «expresiones concretas, que se fundan en la experiencia de la percepción sensorial y se imprimen fácilmente en la mente del oyente[53]». Esa tendencia evoca con frecuencia «la exageración y la afectividad». Algunos ejemplos de Horacio bastarán: ebibo (no simplemente «beber», sino «beberse»), ingluuies («tragaderas») en lugar de uoracitas; auerro («barrer») en lugar de aufero), cubo («estar en cama») en lugar de aegroto y, en fin, el gráfico defrico para referirse al modo en que Lucilio había aplicado su «sal» a sus conciudadanos (I 10, 4). Anotemos también la frecuencia con que los verbos como facere, esse, habere y mittere aparecen como «Allerweltsverba» (RICOTILLI, EO II: 906, citando a Hofmann), algo parecido a lo que cierta lingüística moderna llama «proverbos», en lugar de otros más concretos. Otros elementos claramente populares a señalar son los términos caballus, casa, comedo, bellus, bucca, etc.

            En cuanto a características no vinculadas al sermo cotidianus, la lengua del Horacio satírico no exige ni justifica un tratamiento detallado en el marco de una simple introducción a una simple traducción. Por ello remitimos al lector interesado a la bibliografía citada al inicio de este apartado. Pero sí creemos que merecen reseña aparte, al menos, dos rasgos de la misma. En primer lugar, el de que en ella se observa una cantidad de helenismos sensiblemente inferior a la de las Odas[54], algo lógico en un género carente de modelos griegos inmediatos. Luego, en el plano sintáctico, los valores estadísticos de la relación entre coordinación y subordinación, que nos ofrece y comenta G. CALBOLI[55]. Sentado que la lengua poética tiene una menor inclinación por la hipotaxis, la cual sobrepasa el 50% en prosistas como Cicerón y César y desciende por debajo del 25% en la Eneida, Calboli nos hace ver que las Sátiras (con un 35,18%) y las Epístolas (con un 33,11%) se encuentran también en este aspecto a medio camino entre los datos distintivos de la literatura prosaica y los de la poética, a los cuales, como es lógico, se acercan bastante más los Epodos, con el 28,44%, y las Odas, con el 25,88%. Sin embargo, también hay casos, y en las propias Sátiras, en que el empleo de la parataxis en lugar de construcciones normalmente hipotácticas (como las condicionales, concesivas y temporales) no sólo no es un rasgo poético, sino «propio de la lengua vulgar o, mejor, hablada[56]».

            Varios de los rasgos de lengua aludidos hasta aquí pueden verse también como rasgos de estilo. En el de las Sátiras Horacio combina con equilibrio los propios de la prosa, de lo coloquial y de lo poético[57].

            J. MAROUZEAU, que convirtió los estudios de estilística latina, y en particular los de fonoestilística[58], en una disciplina seria, rescatándola de la intuición subjetiva, llamó a Horacio «artista de los sonidos[59]». Naturalmente, hablamos ahora de recursos y rasgos intraducibles, pero de los que sí cabe dar al lector una idea mediata con algún que otro ejemplo.

            En la famosa sátira del pelmazo, la I 9 (31 ss.), el poeta, irritado, pero que aún conserva un resto de ironía, le cuenta a su indeseado acompañante:

            «una vieja adivina sabelia me predijo de niño, después de que hubo agitado su urna: ‘A éste no lo ha de quitar de en medio una espada enemiga ni un dolor de costado, ni una tos, ni la torpe podagra; será un charlatán el que acabe con él cualquier día. Si tiene sentido común, que evite a los hombres locuaces tan pronto como se haga un hombre maduro’».

            Al contar la anécdota —probablemente inventada—, Horacio sabe adoptar el aire propio de un carmen —un vaticinio y al tiempo un poema— tradicional romano:

            Hunc neque dira uenena nec hosticus auferet ensis

 

 

            nec laterum dolor aut tussis nec tarda podagra;

 

 

            garrulus hunc quando consumet cumque; loquaces,

 

 

            si sapiat, uitet, simul atque adoleuerit aetas.

 

 

            Marouzeau nos hace notar que ahí nos encontramos con algunos recursos fónicos propios de ese viejo género: homeoteleutos como los que forma la serie dira- tarda- podagra: y aliteraciones como las evidentes de consonantes en quando consumet cumque o si sapiat… simul, o la más singular que consiste en combinar iniciales vocálicas, incluso de diverso timbre: auferet ensis, adoleuerit aetas. De la expresividad que Horacio logra por medio de su diestro manejo de los sonidos tenemos otro excelente ejemplo en I 6, 57, donde con una aliteración de la consonante p describe gráficamente su propio balbuceo ante las primeras palabras que le había dirigido Mecenas:

            lnfans namque pudor prohibebat plura profari[60]

 

            Recordábamos en nuestra Introducción general[61] que Horacio y Virgilio, a diferencia de la mayoría de los poetas de la generación anterior, ya tenía una sólida formación retórica, todo un signo de los tiempos. De ahí que a la hora de analizar el estilo de las Sátiras, y aunque su autor declare que es similar al del sermo merus de la comedia (I 4, 48), haya que pensar también en el instrumental de recursos oratorios que ya eran de corriente uso en la prosa de la época. Sin embargo, en cuanto al llamado estilo periódico, el Horacio satírico no parece haberse atenido a las tendencias que Virgilio consagró en su hexámetro, con períodos de hasta cuatro versos: al parecer, la longitud media de los suyos no pasa de entre un hexámetro y medio y dos; y cuando excede esa medida, lo hace según el antiguo y «pesado y complicado» tipo lucreciano, todavía inmune a las modernas técnicas oratorias y sin una clara organización, o bien procede de una manera acumulativa, propia del discurso cotidiano[62]. Por lo demás, es habitual en las Sátiras el empleo de los tropos y figuras principales[63], tanto de raigambre poética como retórica: la anáfora, la hendíadis, el poliptoton, la anástrofe, el hipérbato, el zeugma, la tmesis, el asíndeto, la lítotes, la metáfora, la metonimia, la prosopopeya, la aliteración[64], etc. En cuanto al orden de palabras, Horacio parece haber seguido el modelo discursivo de Lucilio, sin buscar «una artificial simetría[65]».

            Para concluir este apartado, recordaremos los que, según M. J. MCGANN[66], constituyen los «principios artísticos de acuerdo con los cuales Horacio escribe sátiras», implícitamente enunciados en I 10, 5-17: 1) no basta con hacer reír, aunque esto ya no es poca cosa; 2) es fundamental la brevedad, de manera que el pensamiento no se enrede con las palabras; 3) hay que tener capacidad para variar el lenguaje desde la severidad a la ligereza, haciendo al tiempo de orador y de poeta; y en otras ocasiones, sabiendo controlar la fuerza del propio ingenio.

            Pervivencia de las Sátiras desde el Renacimiento

 

            Ya hemos visto la importancia del Orazio satiro hasta los albores del Renacimiento, en nuestra panorámica de su pervivencia en la Antigüedad y en el Medievo[67]. Ahora trataremos de su fortuna en las modernas letras europeas, prescindiendo, naturalmente de su Fortleben puramente filológico. Enseguida veremos que esa pervivencia se encuentra estrechamente unida a la de las Epístolas y a la de otras vetas antiguas de la poesía epistolar, con lo que no siempre resulta fácil distinguir entre las diversas estirpes[68].

            G. HIGHET (1985: 309) da a entender que la recuperación de la sátira latina es un fenómeno, más que renacentista, barroco, incluyendo en esta época buena parte del siglo XVIII; en efecto —afirma— la sátira no fue «plenamente comprendida hasta que Isaac Casaubon, en 1605, publicó una ilustración de su historia y significado aneja a su edición de Persio»; sin embargo, algunas líneas más abajo también reconoce que mucho antes los italianos ya habían redescubierto el género. En efecto, en la Italia renacentista «Más que desdibujarse, la imagen prevalente del Horacio sátiro —la cual reaparece como soporte, aunque sea fragmentario, de la ética humanística (vd., por ej., G. Pontano), para luego convertirse en punto de referencia de un cierto género satírico en el Renacimiento avanzado— se integra más y más con la imagen del ‘vate’ y del maestro del arte entendido sobre todo como entrega asidua, culto de la perfección, elegancia y sentido aristocrático de la forma expresiva» (F. TATEO, EO III: 571).

            El humanista veneciano G. Correr (Corrarius, 1409-1464) fue autor, tal vez de los primeros en el Renacimiento, de un Liber Satyrarum[69] en el que encontramos las que «pueden considerarse como las primeras sátiras de la época moderna acreedoras plenamente al calificativo de ‘horacianas’»[70]. También el florentino F. Filelfo (1398-1481) fue pionero en la imitación de la sátira antigua, que recreó en las suyas, también latinas y marcadamente horacianas —aunque para algunos más bien epístolas—, y de manera copiosa[71]. También fueron satíricos latinos en el s. XV italiano G. Tríbraco, L. Lippi (1442-1485) y T. V. Strozzi, que en sus Sermones, aunque escritos como epístolas, «representa la vuelta a Horacio y el abandono de Juvenal como modelo[72]». G. Pontano (1429-1503), cabeza del Humanismo napolitano, nutrió sus diálogos latinos con ideas y palabras tomadas de los Sermones[73] y lo mismo hizo en sus obras en prosa G. Pico de la Mirandola (1463-1494). Ya en italiano escribió el gran L. Ariosto (1474-1533) sus Satire, que en opinión de muchos más bien son epístolas[74], dirigidas a su propio mecenas, el cardenal Ippolito d’Este[75]. Por entonces también publicó las suyas el florentino Francesco Berni (c. 1497-1535, poeta políticamente incorrecto, de breve vida y siniestra muerte[76]; y en su misma línea, y en la del propio Horacio escribió el venusino L. Tansillo (1510-1568), el amigo de Garcilaso del que ya hicimos especial mención al tratar de la pervivencia de las Odas[77]. Aunque practique la contaminatio de metros y temas en su imitación de Horacio, son claras las huellas de las Sátiras en los Carmina de Giovanni della Casa (1503-1556). También son dignos de mención los Sermoni de G. Chiabrera (1552-1638)[78]. Dicho esto, en el Renacimiento no le faltaron al Horacio satírico detractores en su propia tierra: el humanista G. G. Escalígero (1484-1558) lo consideraba inferior a Aristófanes en gracia, y a Juvenal también en elegancia[79].

            Aunque no fue un creador poético, G. V. Gravina (1664-1718), figura puente entre el tardo Humanismo y la Ilustración (al igual que su amigo y protegido el Deán Manuel Martí), sí fue un crítico y teórico literario prestigioso, que en su Ragion poetica hizo una sýncrisis de las sátiras de Horacio y las de Juvenal, mostrando una clara preferencia por las primeras (M. CAMPANELLI, EO III: 270). Sí fue poeta satírico y horaciano, aunque mediocre, B. Menzini (1646-1704), autor de unas Sátiras y de un Arte Poética (cf. R. M. CAIRA LUMETTI, EO III: 352 ss). De bastante mayor altura son los Sermoni de G. Gozzi (1713-1786), confusamente horacianos (cf. D. NARDO, EO III: 264). Pero el más grande de los satíricos italianos no llegará hasta los tiempos del neoclasicismo. Hablamos del abate milanés Giuseppe Parini (1729-1799), que malvivió como profesor y preceptor privado, lo que no le impidió alcanzar un notable prestigio literario. Se distinguió además por su integridad moral y por el equilibrio con que supo mantenerse equidistante de los excesos revolucionarios y absolutistas que le tocó vivir. La larga sátira, estructurada en varios libros, que le valió a Paríni la fama se titula «Il giorno», y es «una descripción completa de la rutina diaria de un joven dandy italiano» (HIGHET, 1985: 315). La relación del Parini satírico con la sátira romana aún no ha sido debidamente analizada, según el propio HIGHET (loc. cit.), que se inclina a considerarla inspirada más bien por Juvenal y Persio que por Horacio. Sin embargo, el amplio artículo que le ha dedicado M. CAMPANELLI (EO III: 377-388) ofrece una solución intermedia, aunque paradójica, bien argumentada: no discute la estirpe persio-juvenaliana de «Il Giorno», pero pone de relieve la importante cantidad de ecos del Horacio lírico —tan caro a Parini— que en ella aparecen.

            HIGHET (1985: 309) exageraba un poco al hablar, con referencia a la «high Renaissance», de «la ausencia de grandes escritores satíricos en países que estuvieron en parte al margen del Renacimiento, como España o Alemania». Dicho esto, el propio MENÉNDEZ PELAYO[80] reconoció que de los géneros horacianos, incluido el de la epístola, el de la sátira fue el que más tardó en encontrar eco en la literatura hispánica. Y lo hizo gracias a la que él llama «la escuela aragonesa», encabezada por los hermanos Lupercio (1559-1613) y Bartolomé (1561-1631) Leonardo de Argensola, que imitaron con gran dignidad las Epístolas y las Sátiras[81]. Pero entretanto ya había escrito sus diez Satyrae latinas, de forma epistolar, el humanista valenciano Jaime Juan Falcó (1522-1594)[82]. Al respecto del escritor satírico español por excelencia, F. de Quevedo, don Marcelino afirma: «he hallado algunos rasgos de Horacio, pero no una composición que remotamente pueda llamarse horaciana[83]».

            Aunque sin contribuciones de primer orden, la sátira clasicista se perpetúa también en la España dieciochesca. El imprescindible MENÉNDEZ PELAYO (1951. VI: 358 s.), tras saludar la aparición, en 1737, de la Poética de Luzán como el retorno de «la bandera del sentido común» a las letras españolas, reseña el que denomina «primer modelo de la sátira clásica en el siglo XVIII». Se debe a la que ya antes había llamado «escuela salmantina» y fue escrita con el seudónimo de «Jorge Pitillas» por un jurista de aquella Universidad, al parecer apellidado Hervás; sin embargo, como el propio don Marcelino añade luego, se trata de una «sátira horaciana de segunda mano», dado que procede en gran medida de las de Boileau. Don Nicolás Fernández de Moratín (1737-1780) escribió «tres sátiras medianas» muy deudoras de los satíricos españoles ya nombrados (cf. MENÉNDEZ PELAYO, 1951, VI: 361). En una de ellas puso en verso los principios dramáticos clasicistas ya expuestos en su discurso Desengaños del teatro español, al parecer tan influyente que motivó que en 1765 los autos sacramentales fueran expulsados de la escena. A la escuela de Moratín, al que dedicó sus tres sátiras, «de sabor asaz volteriano» perteneció M. N. Pérez del Camino (MENÉNDEZ PELAYO, 1951, VI: 390). También los dos grandes fabulistas del XVIII español pagaron su tributo al Horacio satírico. Tomás de Iriarte (1750-1791) escribió unas Epístolas que, siempre en opinión de MENÉNDEZ PELAYO (1951, VI: 362 s.), «son sermones a imitación del Venusino»; y F. M. de Samaniego (1745-1801), al menos por su fábula del ratón del campo y el ratón de la ciudad parece haber conocido las Sátiras de Horacio, aunque por entonces el famoso asunto ya hubiera rodado de pluma en pluma (cf. MENÉNDEZ PELAYO, 1951, VI: 364). Dentro de la escuela salmantina, ya reconstruida, del XVIII, don Marcelino elogia sin reservas las dos sátiras escritas por G. M. de Jovellanos (1744-1811), pero estima que «entrambas son de la cuerda de Juvenal, sin que ser perciban allí rasgos horacianos» (MENÉNDEZ PELAYO, 1951, VI: 372). Tampoco la sátira del polémico J. P. Fomer (1756-1797) «es horaciana ni por asomos» (MENÉNDEZ PELAYO,1951, VI: 374), sino que deriva de Polignac, Pope y Voltaire. También reclama un lugar en esta reseña, al igual que lo logró en la EO (II: 465 s., artículo de G. MAZZOCCHI), tan parca en nombres españoles, el modesto poeta y preceptista F. Sánchez Barbero (1764-1819), que en el presidio de Melilla, en el que acabó sus días, entretuvo sus forzados ocios, al parecer debidos a los azares políticos del tiempo, componiendo unos Diálogos satíricos que algo deben a Horacio (cf. MENÉNDEZ PELAYO 1951, VI: 380 s.).

            En Portugal no tuvo la sátira horaciana la fortuna que, como veremos en su lugar, alcanzó la epístola; pero no faltan algunas muestras de interés, que reseñaremos siguiendo, naturalmente, al propio MENÉNDEZ PELAYO (1951, VI: 475 ss.). Entre las primeras, ya en el s. XVI, parecen estar las debidas a Andrés Falcâo de Rezende, entre las que cabe destacar la sátira dirigida al gran Camôes censurando a los poderosos que no gastan sus recursos en proteger a los hombres de letras (MENÉNDEZ PELAYO, 1951, VI: 488). Ya en el neoclasicismo del XVIII escribió Correia Garçâo, poeta de depurado gusto, «dos hermosas sátiras horacianas, entrambas de re litteraria» (MENÉNDEZ PELAYO, 1951, VI: 500). En el mismo ambiente escribió Nicolás Tolentino de Almeida, que al parecer disfrutó de un prestigio exagerado. Es autor de algunas sátiras horacianas, con más gracia que profundidad (MENÉNDEZ PELAYO, 1951, VI: 501).

            Tampoco en la Francia renacentista fue la sátira en verso un género precoz. Aparte de innegables rasgos satíricos que cabe observar en Rabelais[84] y en el gran Montaigne[85], el primer poeta satírico propiamente dicho fue M. Régnier (1573-1613), eclesiástico que en Roma había conocido las sátiras de Berni. Algunas de las suyas muestran influencias claras de las de Horacio, y no menos de las de Juvenal. HIGHET (1985: 312) lo considera «mucho mejor en la sátira que su contemporáneo Donne[86]», y añade que «No hubo vacío alguno entre Régnier y su formidable sucesor Boileau». Saltando sobre otros poetas deudores de Horacio, como el fabulista Lafontaine[87] y el jesuita R. Rapin (1621-1687)[88], a Nicolas Boileau-Despréaux (1636-1711) se lo puede considerar como el gran restaurador moderno de la sátira horaciana, que recreó de cerca en los 12 libros de las suyas, publicados entre 1657 y 1667, además de reivindicar en los otros 12 de Epístolas, y en su Art Poétique los ideales clasicistas[89]. Como es sabido, fue Boileau quien hizo estallar la famosa querelle des anciens et des modernes; pero no parece que en las intervenciones en la misma haya alguna que quepa considerar satírica en el sentido que aquí nos interesa, a no ser, tal vez, la de Ch. Perrault (1628-1703), más conocido por sus colecciones de cuentos infantiles, presididos por la inmarcesible figura de Caperucita Roja. Perrault se mostró enconado enemigo de la poética clasicista e incluso de la del propio Horacio (cf. G. GRASSO, EO III: 546). Tampoco de la época de la Revolución parece haber recreaciones de las Sátiras dignas de nota, por más que en ella no decayera el interés por ellas ni por ninguna de las obras de Horacio (cf. J. MARMIER, EO III: 550 s.).

            En la Inglaterra renacentista las primeras huellas del Horacio satírico parecen hallarse en un poeta al que ya aludimos al tratar de la fortuna de las Odas: sir Thomas Wyatt (1503-1542), que en Italia se había familiarizado con el horacianismo y con la sátiras, más bien juvenalianas, de L. Alamanni (1495-1556), un poeta de la los tiempos de Berni[90]. Una mención especial merece el dramaturgo Ben Jonson (1572-1637), que en su comedia Poetaster, ambientada en la corte de Augusto, sacó a escena al propio Horacio como debelador del mal gusto de sus competidores[91]. Pero también aquí el género se afirmó en la época barroca con la obra del gran poeta y crítico J. Dryden (1631-1700), en el que, sin embargo, parece predominar la influencia de Juvenal, al que había traducido, sobre la de Horacio[92]. Contemporáneo y, por un tiempo, protector suyo fue J. Wilmot, conde de Rochester, el mayor libertino de sus tiempos (1647-1680), al que, al parecer, el cine ha relanzado recientemente a la fama. Escribió sátiras, y entre ellas una titulada Allusion to Horace en la que imitaba la 1 10 de Horacio para atacar a su antiguo protegido (cf. H. D. JOCELYN, EO III: 455). Jonathan Swift (1667-1680), el famoso autor de las utopías de Gulliver, también mostró en varias otras obras suyas su espíritu satírico hasta el sarcasmo, que lo había llevado a proponer como solución para resolver el problema del hambre en Irlanda la institución del canibalismo. Hizo una imitación de la Sátira II 6 de Horacio (cf. E. BARISONE, EO III: 480). Pero la cumbre de la moderna sátira horaciana llega con Alexander Pope (1688-1744), que, excluido de la vida académica por su condición de católico, supo agenciarse por su cuenta una prodigiosa cultura humanística; y pese a su escasa salud, fue un formidable polemista literario, que se atrevió con el propio Bentley[93]. Pope recreó todos los géneros cultivados por Horacio, pero con especial maestría el de los Sermones, en sus Satires y en sus Imitations of Horace[94]. Dentro del mismo siglo, el polifacético Samuel Johnson (1709-1784) perpetuó el género, aunque más según las huellas de Juvenal que las de Horacio[95]. Además, también siguieron ocasionalmente la estela de la sátira horaciana el gran H. Fielding (1707-1754), que con su Tom Jones revolucionó la novela inglesa (cf. H. D. JOCELYN, EO III: 222), y el poeta W. Cowper (1731-1800) (ibid., 180 s.).

            En cuanto a Alemania, en el más amplio de los sentidos, empecemos por recordar que, junto con España, y precisamente a cuento de la sátira clasicista, HIGHET (1985: 309) la situaba en la zona marginal del Renacimiento. Y, en efecto, no es mucho lo que las tierras germánicas parecen aportar a nuestro asunto. Cierto que las Sátiras figuran entre las primeras obras de Horacio traducidas al alemán, ya en el s. XVI, por A. W. von Themar y D. von Pleningen, miembros del «círculo humanístico de Heidelberg» (cf. E. SCHÄFER, EO III: 551); pero hay que llegar hasta el s. XVIII para encontrar verdaderas huellas del Horacio satírico. Así, Fr. von Hagedorn (1708-1754), poeta muy celebrado en su tiempo y horaciano de pro, en sus Moralische Gedichte, y en la pieza que tituló «El Charlatán», recreó admirablemente la Sátira I 9 (cf. L. QUATTROCCHI, EO III: 554; EO III: 277 s.). Ya en los tiempos de la Aufklärung, G. J. Herder (1744-1804), poco afín a la misma, y más bien precursor de la línea popularista del Romanticismo, aparte de traducir a Horacio completo, dedicó a las Sátiras un importante ensayo crítico (cf. L. QUATTROCI, EO III: 282). Por su parte, M. Wieland (1733-1813), cima del rococó alemán y uno de los grandes horacianos de todos los tiempos, pagó su tributo a las Sátiras con su excelente traducción de 1786 (cf. G. CHIARINI, EO 111: 519).

            Y pasemos, ya para terminar, a la influencia de la sátira horaciana en la época contemporánea, entendiendo por tal la que viene desde la Revolución Francesa hasta nuestros días. Quizá sea extremado el aserto de M. R. LIDA (1975: 263) de que «en el siglo XIX la influencia de Horacio perdura de veras sólo en las literaturas de ritmo retrasado, como la húngara y la rumana, o por razones políticas, en las literaturas de las naciones nuevas…». Parece, con todo, que la de las Sátiras fue más bien escasa, al menos en la forma de la sátira poética, que no sobrevivió al destrozo del sistema de los géneros literarios clásicos que trajo consigo el Romanticismo. Además, si esos tiempos no fueron propicios para la obra lírica de Horacio en cuanto que clasicista por excelencia, menos razón había aún para que lo fueran a la satírica, ejemplo, como antes decíamos citando a García Calvo, de poesía impura, una especie prácticamente inexistente en las letras modernas. De hecho puede verse que el capítulo de HIGHET (1985: 303-321) dedicado al género no pasa de la sátira de finales del XVIII; y que algunos de los capítulos que la Enciclopedia Oraziana dedica a panorámicas nacionales de su recepción, a partir de esa fecha se limitan a la de la lírica o bien derivan hacia la crónica filológica, en sí digna del mayor interés, pero no del que en estos momentos nos mueve.

            Recomenzando por Italia, donde ya vimos en su lugar (MORALEJO, 2007: 220 s.) que siguió siendo importante la huella del Horacio lírico hasta el umbral del s. XX, citaremos, por citar algo, la obra de T. Salvadori (1776-1833), un aristócrata ilustrado afín al bonapartismo, entre la que se cuenta una traducción completa de Horacio en verso, al parecer especialmente feliz en las Sátiras, que fue importante en la historia de la lengua italiana y apareció citada a menudo entre las autoridades del diccionario de la famosa Accademia della Crusca (cf. A. DI PILLA, EO III: 462 ss.).

            Tampoco es mucho lo que al respecto de la recepción de las Sátiras logra rebañar MENÉNDEZ PELAYO (1951, VI: 417 ss.) en nuestro siglo XIX, en el cual, y como arriba apuntábamos, a causa de la revolución romántica «las ideas literarias se confundieron» para dar lugar a un tiempo «poco propicio para Horacio». Pero algo halló el erudito patriotismo de don Marcelino; así, las sátiras del que llama «el rey de nuestro moderno teatro cómico», Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873), autodidacto —y además tardío— en cuanto a cultura clásica. Pero las encabezaba con una contraseña horaciana inconfundible: la del ridentem dicere uerum. Bretón supo combinar con cierta gracia el espíritu satírico clásico con el de raíz popular; pero no pasa de ser «el último vástago» de la tradición dieciochesca de Hervás y Moratín (MENÉNDEZ PELAYO, 1951, VI: 421). Poco más hay que reseñar en ese siglo: las sátiras políticas y literarias de Eugenio Tapia, que parecen acusar la influencia de Parini (MENÉNDEZ PELAYO, 1951, VI: 416); el proverbial gracejo gaditano de algunas piezas de J. J. de Mora, al parecer terciado de humorismo británico (cf. MENÉNDEZ PELAYO, 1951, VI: 424), y los versos políticos, aunque más bien juvenalescos, de un tal Cañete del que nada más hemos averiguado (cf. MENÉNDEZ PELAYO, 1951, VI: 431).

            También en el Romanticismo francés vino a menos el interés por Horacio, y en especial por el satírico, aunque cabría hablar a su respecto de una cierta inercia residual (cf. G. GRASSO, EO III: 546 s.). Alguna huella de las Sátiras parece haber en Víctor Hugo (1802-1885), pero no parece muy significativa la de la consabida fábula del ratón del campo y el de la ciudad (cf. J. MARMIER, EO III: 288). Tampoco el gran crítico Sainte-Beuve (1804-1869), pese a su gran cultura clásica y horaciana, dejó en su obra más que algunas reminiscencias de los Sermones (cf. J. MARMIER, EO III: 460 s.).

            En la crisis del horacianismo que también afectó a la Inglaterra del XIX, «las Sátiras perdieron su autoridad» (RUDD, EO III: 562); y realmente cuesta trabajo imaginarse a Byron o a Shelley recurriendo a ellas para hacerse una norma de conducta o de escritura. Por ello no es de extrañar que, como apuntábamos antes, la panorámica general que sobre el horacianismo británico de esa época traza el citado Rudd derive hacia la crónica filológica, llevando de paso —y dicho sea cum mica salis— el agua a su molino. Sin embargo, puestos a rastrear en los trabajos ajenos, algo podemos encontrar. Así, el propio Byron (1788-1824), que había salido de la escuela con una auténtica indigestión de Horacio, no dejó de pagarle su tributo, y en particular a sus Sermones; e incluso parece que de ellos pudo tomar el recurso de dialogar con su lector, al modo tradicional de la diatriba (cf. H. D. JOCELYN, EO III: 148 s.). En cuanto a S. T. Coleridge (1772-1834), aunque dejó claro que Horacio y Virgilio no eran sus clásicos preferidos —pues, como los arcaístas del s. 11, prefería a Plauto, Terencio, Lucrecio y Catulo—, no deja de citar las Sátiras (cf. H. D. JOCELYN, EO III: 170ss.). En fin, R. Browning (1812-1889) acusa de su formación horaciana la huella especialmente visible de las Sátiras y las Epístolas (cf. H.D. JOCELYN, EO III: 145). Y a falta de mayores noticias, cerraremos este apartado británico con un número musical. Los lectores melómanos recordarán que las operetas (musicals) del irlandés J. Sullivan (1842-1900) animaron durante muchos años la aburrida vida del Londres Victoriano. El libretista preferido de Sullivan fue el gran humorista sir William S. Gilbert (1836-1911); y resulta que Menéndez Pelayo, en su Horacio en España (1951, VI: 501), cita, aunque de pasada, a Gilbert, contemporáneo suyo, como modelo de poeta satírico, al lado de Jovellanos y Parini. No cabe duda de que don Marcelino estaba al día, incluso en las cosas menos serias.

            Entretanto, la cultura clásica, y el horacianismo, también habían arraigado en los jóvenes Estados Unidos de Norteamérica. Ya hemos recordado en su lugar (MORALEJO, 2007: 232) las traducciones de su segundo presidente J. Adams (1735-1826). Por entonces el texto de Horacio ya circulaba por los colegios y universidades americanas, si bien sometido a unas purgas puritanas que nada tenían que envidiar a las de las viejas ediciones ad usum Delphini; pero ello no fue obstáculo para que pronto influyera de forma manifiesta en la naciente literatura de aquellas tierras. Valga como testimonio de la huella de las Sátiras el caso del poeta romántico W. C. Bryant (1794-1878) que recreó en sus versos, y transfiriéndolos a su propia experiencia, los recuerdos que Horacio guardaba de su buen padre (cf. A. MARIANI, EO III: 605). El gran E. A. Poe (1804-1849) se había formado en Escocia, en un colegio en el que el Horacio satírico era materia obligatoria (ibid.). En fin, O. W. Holmes (1809-1894) escribió, al menos, una sátira en la que evoca las descripciones horacianas de su finca en la Sabina (ibid.).

            Y volvamos, para concluir, a las tierras de Germania, en las cuales, como ya vimos en su lugar (MORAIJEJO, 2007: 234), el Romanticismo no arrinconó al Horacio lírico. No tuvieron la misma fortuna las Sátiras, de las que en esa época y en las posteriores no hay mucho que decir en el plano estrictamente literario. Quizá el más explícito reconocimiento es el que le tributó el gran lírico E. Mörike (1804-1875), en su epístola An Longus, que, pese a su título, recrea una vez más la sátira del encontradizo (I 9; cf. L. QUATTROCCHI, EO III: 361).

domingo, 9 de febrero de 2025

Estoy de frente a Casasola Brown FRAGMENTO NOVELA EL RETORNANTE NOCTURNO




 "Estoy de frente a Casasola Brown, nos limita el estanque… pero, no, no creo que sea una contienda, un enfrentamiento de intelectos o del policía o del caza-recompensa – el hombre duro, fuerte, profesional y astuto que ha atrapado a los criminales más importantes y peligrosos de los últimos años- no, por el contrario me hermana una contemplación casi “divina” del hombre. ¿Temor? Por momentos siento el peligro, el salto del tigre, la mordedura de una cobra que llega hasta mí con el aliento frío de los nenúfares pero, también es una adoración y en un complacerme en todo lo que comenta el hombre".

Fragmento  Inédito  Novela  EL RETORNANTE NOCTURNO

viernes, 7 de febrero de 2025

ESTUDIO INTRODUCTORIO por MIGUEL CANDEL FRAGMENTO

 

 


          


  ESTUDIO INTRODUCTORIO

 

            por

 

            MIGUEL CANDEL

 

 
            ARISTÓTELES,

 

            PRIMER FILÓSOFO SISTEMÁTICO

 

            Aunque Platón es el pensador que plantea todos los grandes problemas que después irá abordando la filosofía a lo largo de los siglos, puede decirse que Aristóteles, el más creativo de sus discípulos, es quien por primera vez sistematiza esos problemas y crea un vocabulario relativamente riguroso para enunciarlos y tratarlos.

            Lo que Platón trata en sus diálogos de manera dispersa, con lenguaje a menudo alegórico y sin seguir ningún plan preconcebido, Aristóteles lo ordena en una serie de tratados sistemáticos que, como veremos al hablar de su obra, son el origen de la mayoría de las ramas del saber todavía cultivadas en la actualidad.

            Su obra es, por ello, como una gran enciclopedia del saber de su época, que da la pauta para casi todas las disciplinas que la humanidad cultivará después. Como veremos con más detalle en los distintos apartados de este prólogo, Aristóteles elabora una detallada teoría del mundo y del hombre.

            En su visión del mundo parte de una serie de conceptos básicos, ya introducidos por Platón y otros pensadores anteriores (los llamados presocráticos, o autores anteriores a Sócrates), pero que él define con mayor rigor. Ante todo, el de «ser», término generalísimo, tan general que Aristóteles considera necesario acotarlo distinguiendo en él varios sentidos. De esos sentidos, el principal es lo que tradicionalmente se ha llamado sustancia, es decir, lo que es por sí mismo, que existe independientemente de otras cosas. En sentido derivado, llama también seres a las propiedades que poseen las sustancias, propiedades que no existen por sí mismas, sino sólo en la medida en que van unidas a las sustancias. Estos conceptos básicos son los que estudia la metafísica.

            Su concepción del hombre forma parte de su teoría del mundo, y más concretamente del estudio de la naturaleza, que Aristóteles llama Física. Pues el ser humano no es, para Aristóteles, sino un tipo particular de animal (y los animales, a su vez, son un tipo particular de seres naturales dotados de una estructura material llamada cuerpo). Pero el animal humano, además de tener vida y unas facultades que le permiten percibir lo que le rodea a través de los órganos de los sentidos, tiene también entendimiento, una facultad muy peculiar que, a diferencia de los sentidos, estrechamente vinculados al cuerpo, parece que no depende estrictamente de éste.

            Gracias a su entendimiento, el ser humano puede conocer no sólo los fenómenos que tienen lugar en el mundo, sino también sus causas o principios, construyendo teorías. Y a la vez puede dirigir su propio comportamiento siguiendo unas pautas que constituyen lo que Aristóteles llamará saber práctico, que es el objeto de estudio de la ética. Ésta, a su vez, forma parte del saber con que el hombre dirige su comportamiento social: la política. Por otro lado, en su búsqueda y transmisión del conocimiento, el ser humano se sirve de unas reglas o pautas que constituyen la lógica o dialéctica, surgidas de la necesidad de argumentar en la discusión con los demás. En relación con esto último, el estudio de lo que hoy llamaríamos genéricamente la comunicación es lo que Aristóteles llama retórica, o arte de construir expresiones lingüísticas eficaces para transmitir nuestras ideas a los demás. Derivado de ese estudio surge el de las formas literarias, que Aristóteles aborda en lo que se conoce como poética.

miércoles, 5 de febrero de 2025

Quevedo Contra Quevedo Manuel DurÁn PRÓLOGO

 



Prólogo: Un clásico vivo 

 Nunca le han faltado lectores a Quevedo. Su fama no ha pasado por violentos altibajos, como la de Góngora. Y su influencia no ha dejado de aumentar en estos últimos años: algunos de los lectores de Quevedo en nuestra época han sido escritores, como Unamuno, Valle-Inclán, Dámaso Alonso, en España, y en Hispanoamérica, Neruda y Borges; en todos ellos ha dejado su huella el espíritu quevedesco, la honda amargura quevedesca, su visión esperpéntica y descoyuntada o su agilidad y brillantez en el manejo del idioma. Todos han aprendido algo de él. Como ocurre con otros grandes clásicos, su imagen y su proyección cambian con el paso del tiempo.

Cada momento histórico es propicio a una interpretación distinta, hecha posible por la sensibilidad del momento. Hoy nos interesa, sobre todo, el Quevedo de los sonetos amorosos y filosóficos, el Quevedo visionario de La hora de todos y los Sueños. Mañana será otro aspecto de nuestro autor el que sea estudiado y apreciado por la nueva generación de lectores. La riqueza, variedad y densidad de la obra quevedesca son tales que nuestro interés por ella se renovará indefinidamente. Casi toda la obra de Quevedo sigue interesándonos, pero, claro está, no todo puede ser salvado. Un escritor de obra extensa no logrará imponer la totalidad de la misma a través de los siglos. Hay varias comedias y tragedias de Shakespeare que nos resultan hoy casi ilegibles. Lo mismo ocurre con la mayor parte de la obra tardía de Corneille, con las novelas de Lope, con la Galatea y algunas Novelas ejemplares.

La lista podría alargarse indefinidamente. Para el lector moderno, el Quevedo de los tratados ascéticos y religiosos presenta escaso interés. Y, sin embargo, no falta en ellos de cuando en cuando la frase incisiva, el adjetivo justo, la expresión tensa y brillante, como de atleta verbal que contrae sus músculos antes de entrar en acción. En conjunto, la carrera literaria de Quevedo fue, y sigue siendo, una de las más afortunadas en la historia de las letras españolas. No así su carrera política: empezó bajo los mejores auspicios y terminó en desastre. Existe una contradicción entre los éxitos externos, «oficiales», de la vida de Quevedo, y el Quevedo íntimo, tal como lo vemos expresado en sus escritos, con frecuencia amargos y negativos ya desde su juventud. Durante la mayor parte de su vida los factores externos, los hechos fácilmente fechables y comprobables, los datos objetivos, son casi todos halagüeños. Nace en el seno de una familia noble y bien situada, familia de cristianos viejos, favorecidos en la Corte, con ilustres protectores y amigos. Estudia en el Colegio de los Jesuitas, el mejor de Madrid, y después en Alcalá y Valladolid. A los veinticinco años tiene ya gran fama de sabio y poeta. Es amigo y consejero del duque de Osuna, viaja a Italia con él, maneja importantes asuntos políticos y diplomáticos.

Lo nombran Caballero de la Orden de Santiago, de máximo prestigio social. Acompaña al monarca, Felipe IV, en varios viajes. Olivares le ofrece una embajada. Murillo y Velázquez pintan su retrato. Es nombrado secretario del rey. Toda España aclama su ingenio, y al mismo tiempo sus obras serias, como la Política de Dios, alcanzan un éxito extraordinario. Pero hay otro Quevedo detrás de esta máscara de éxitos oficiales, y es el que nos interesa ahora. Contradictorio y enigmático, se presta a interpretaciones radicalmente opuestas. Para Pablo Antonio de Tarsia, su primer biógrafo, en lo más principal de su persona concurrieron todas las señales que los fisónomos celebran por indicio de buen temperamento y virtuosa inclinación; de manera que de su ánimo en piedad y letras no se podía decir lo que a un filósofo mal encarado dijo un astrólogo: Tuus animus male habitat. (Tu ánimo vive en mala posada.)… Supo reportar su natural inclinación con los estudios continuos y ejercicios de virtud, de tal suerte que nunca se desmandó a cosa que oliese a escándalo; antes, con la madurez de los años, fue mostrando cuán templadas y sujetas a la razón tenía las pasiones, dando a todos muy buen ejemplo. (En Quevedo, Obras completas, verso, ed. L. Astrana Marín, pág. 801.) Y un buen crítico––y buen novelista––de nuestros días, en cambio, se refiere a «las fobias íntimas de Quevedo, personaje repulsivo y fascinador como pocos, mezcla fantástica de anarquista, guerrillero de Cristo Rey y agente de la NKVD o de la CIA…» (Juan Goytisolo, Disidencias, pág. 132). Una tradición a la vez piadosa y simplista presenta a Quevedo como víctima de un Olivares soberbio y enloquecido, un Quevedo víctima de su valor patriótico al intentar conseguir que el monarca supiese la verdad acerca del triste estado del país.

La realidad debe haber sido mucho más compleja. Quevedo colaboró, sin duda, en su propia destrucción. Como cortesano, como político, no le faltaba inteligencia, pero le sobraba ingenio: prefería lanzar una frase ingeniosa a conservar un amigo o un aliado. Las imprudencias verbales de nuestro autor debieron ser incontables. Las dos carreras de Quevedo––escritor de genio y de ingenio, por una parte; por otra, diplomático, cortesano, político––a la postre resultaron irreconciliables: una actividad devoró y destruyó la otra. Para comprender la vida de Quevedo, a veces debemos recurrir a su obra, a una nueva interpretación de su obra. Y al revés: una nueva interpretación de ciertos aspectos de la vida de Quevedo nos ayuda a entender mejor su poesía y su prosa. Todo ello sin olvidar nunca que, como señala certeramente Amado Alonso, «las relaciones entre la experiencia vivida y la objetivación modeladora del poetizar no son nada simples, y tan ruinoso nos resulta prescindir de la vida del poeta como tomarla ingenuamente por el contenido poético de la obra» (Materia y forma en poesía, pág. 110).

martes, 4 de febrero de 2025

NOVELA EL HACEDOR DE SOMBRAS

 


El hacedor de sombras (Bola negra) es una novela de la noche, donde la realidad se fragmenta para dar paso a un mundo onírico. Juegos de espejos, laberintos y asesinatos se encuentran en esta tercera entrega de la tetralogía iniciada con Mariposas negras para un asesino y El laberinto del verdugo.


Las redes de políticos corruptos, de cofradías secretas, de un mundo gótico y de hackers, así como de narcos mexicanos y costarricenses –y sus alianzas–, están presentes en una sociedad enferma en la que el sexo, el poder y el dinero son la triada y el fin último. La trama nos presenta un mundo marginal, fantasmagórico, alucinante; es la epifanía de las voces secretas de la oscuridad.

https://www.editorialcostarica.com/catalogo/2142?fbclid=IwY2xjawIO-O5leHRuA2FlbQIxMAABHT3Yd6rDe4zXXXI_bdeIXRTF_CWXGJBmC89E3xEW4hndJmcFerSyHq76ag_aem_jMK9ITRnt0DxQYfA5c1RfQ

lunes, 3 de febrero de 2025

LIRICA GRIEGA ARCAICA (POEMAS CÓRALES Y MONÓDICOS, 700-300 a. C.)




 NOTA INTRODUCTORIA 

 Intentamos recoger y traducir en este volumen la totalidad de la lírica griega que se conserva hasta el año 300 a. C., aproximadamente. Hay excepciones, sin embargo: dejamos fuera la elegía y el yambo (que, en lo relativo a la edad arcaica, hemos editado y traducido nosotros mismos, Líricos Griegos. Elegiacos y Yambó- grafos arcaicos, Barcelona, 1957-59); la poesía hexamé- trica; Píndaro y Baquílides, que por su amplitud que dan reservados para ser traducidos más adelante en esta misma colección. Dentro de estos límites hemos intentado, como de cimos, ser completos. Traducimos todos aquellos frag mentos transmitidos literalmente y de los que se puede obtener un sentido. Nuestras introducciones y notas, más extensas de lo habitual en la colección, están destinadas a hacer accesibles estos textos difí ciles, pero que cobran vida y belleza puestos en el contexto adecuado. Así, en definitiva, el contenido del volumen viene a equivaler a la suma de los Poetae Melici Graeci de Page (ed. de Oxford, 1967), el Sappho et Alcaeus de A. M. Voigt (Amsterdam, 1971) y el Supplementum Lyri cis Graecis de Page (Oxford, 1974). Faltan unos pocos fragmentos que por diversas razones no encajaban en nuestro marco. Y se añaden otros que no figuran en 10 LÍRICA GRIEGA ARCAICA estos tres libros, incluidos algunos de publicación pos terior a los mismos. En general seguimos las tres ediciones mencionadas, aunque no siempre: ello se señala en la ocasión opor tuna. Y no seguimos más que en cierta medida la organización de los fragmentos. Es muy diferente la de nuestra parte primera, «Lírica Popular», y es per sonal la de los fragmentos de Estesícoro, que se apoya en un estudio nuestro. En los demás casos seguimos aproximadamente el orden de fragmentos de las edi ciones en cuestión. El libro se organiza en cuatro partes: la primera, dedicada a la lírica popular, como decimos; la segun da, a la coral (Alemán, Estesícoro, íbico y Simónides); la tercera, a la monódica (Alceo, Safo y Anacreonte); la cuarta, a los poetas menores y fragmentos anónimos. Hemos visto, para la traducción, las españolas de Ferraté y Rabanal, además de ediciones y comentarios extranjeros diversos y de la bibliografía adecuada. Hay que hacer constar que con frecuencia el texto que seguimos es más moderno que el de estos traducto res, lo que explica las diferencias, aparte de las que pueda haber por razones de gusto y estilo; y que en muchísimos casos no existen simplemente traduccio nes españolas, siendo las nuestras las primeras (a veces, las primeras a cualquier lengua). 

INTRODUCCIÓN GENERAL 

 1. La lírica popular griega De la misma manera que la épica literaria proviene de un desarrollo a partir de la épica popular, de ca rácter oral y tradicional, también en el terreno de la lírica ha habido un desarrollo del mismo tipo, de cronología sólo ligeramente más reciente. La lectura de la Iliada y la Odisea, efectivamente, hace ver que en la edad heroica a que estos poemas se refieren existía una lírica popular, oral naturalmente. Se alude (II. I 473) al canto del peán, en honor de Apolo, por parte de los aqueos que buscan que el dios los libere de la peste; se reproduce (II. XXIV 723 sigs.) el treno o canción fúnebre en honor de Héc tor y otros héroes; hay una escena de boda en que se canta el himeneo (II. XVIII 490 sigs.), así como otra con una danza erótica en que interviene un coro de doncellas y otro de jóvenes (II. XVIII 590 sigs.); se alude al lino, canto de la cosecha (II. XVIII 567 sigs.) y a monodias cantadas por un personaje femenino (Nausicaa, Od. VI 99 sigs.) o masculino (el aedo De- módoco, Od. IV 17 sigs.) ante un coro. Y hay varios ejemplos más. Hay, en definitiva, canto ya monódico, de solista, ya coral; hay también la intervención de varios solis tas (en el treno por Héctor) o de dos coros (en la 12 LÍRICA GRIEGA ARCAICA danza erótica aludida). Pero siempre, siempre, se exi ge la presencia de un coro. Ahora bien, mientras que el solista canta una canción, el coro, a más de danzar, lanza refranes o gritos diversos, nada más: el coro de aqueos que canta el peán repite el grito ritual, que conocemos por la literatura posterior, ié paián, como sin duda los coros del himeneo repetían hymën δ, hy- mênaie δ, y como los del treno lanzaban simplemente gritos lastimeros. La canción del solista, en cambio, tiene mayor extensión o puede tenerla. Estos solistas se nos dice que improvisan: así, las mujeres de la familia de Héc tor (Hécuba, Andrómaca, Helena) hacen un elogio que no puede ser otra cosa que creado para el momento sobre el modelo tradicional. Todavía Arquíloco, en el siglo vu, uno después de Homero, dice que sabe im provisar el ditirambo —la canción dionisíaca— cuando tiene las entrañas ennegrecidas por el vino (fr. 219): es decir, sabe cantar el solo del ditirambo.

 Este panorama que Homero nos da de la lírica po pular tiene todavía otros rasgos importantes. La lírica es fundamentalmente parte del rito y del rito reali zado por medio de la danza. Aparece en bodas, cere monias de duelo, cantos de cosecha, enfrentamientos de tipo erótico u otros, etc. Aunque ha pasado, en ocasiones, a servir de mero entretenimiento; así cuan do, en un pasaje aludido de la Odisea, Demódoco canta mientras danzan los feacios. Pero aun aquí el tema del canto —el amor de Afrodita y Ares— testi monia un antiguo origen en los cultos eróticos. Por otra parte, no sólo danzan los hombres y mu jeres en coros dirigidos por un exarconte, que es jefe de coro y solista a la vez, sino también los dioses. Se nos presenta constantemente la danza divina: Apolo y las Musas, Ártemis y las ninfas, etc. La danza humana es a veces trasunto de ésta: Nausicaa y sus doncellas INTRODUCCIÓN GENERAL 13 son comparadas con Ártemis y sus ninfas. Más toda vía: en ocasiones la lírica popular de los coros que danzaban en ciertas festividades era mimética. Los danzantes podían encarnar seres divinos, a veces ani- malescos (ninfas, musas, sátiros, golondrinas) o coros humanos de la edad mítica (bacantes, compañeros de un héroe). Y los solistas podían encarnar divinidades como Ártemis o Dioniso. Por supuesto, no es Homero la única fuente de que disponemos para trazar este panorama, relativamente complejo y detallado, de lo que era la lírica popular griega: lírica popular de la que nació la literatura, pero que continuó existiendo al lado de ésta durante toda la antigüedad griega. Nuestras fuentes son de varios tipos: 1. Ecos de lírica popular recogidos por poetas y prosistas posteriores a Homero, pero de edad clásica. Cuando Hesíodo nos presenta la danza y el canto de las Musas tanto en el proemio de la Teogonia como en el de los Trabajos y Días añade nuevos datos, y hay otros más, por ejemplo, en el Himno a Apolo cuando (141 sigs.) describe la danza y el canto de las mucha chas de Délos y (179 sigs. y 514 sigs.) la danza y el canto de Apolo y las Musas y de Apolo y los cretenses. 

 En realidad, es habitual que la lírica literaria con tenga alusiones a la fiesta en que es cantada y, por supuesto, a las danzas y cantos dentro de la misma. Así en el caso de los dos partenios (himnos de donce llas) de Alemán, en el del Epitalamio de Héctor y Andró- maca de Safo (fr. 44 L.-P.), etc. 2. Referencias en los documentos arqueológicos. Recogen, claro está, la danza más que el canto, pero se trata de tipos de danza, de coros y de solistas que son los mismos de los coros de la lírica popular. Pue de, incluso, a veces, adivinarse el momento del canto del solista. Y hasta pueden transcribirse algunas pala 14 LÍRICA GRIEGA ARCAICA bras. Así, por poner un ejemplo, en el vaso del cera mista Oltos, a ñnes del s. vi a. C., que presenta un coro de delfines con la inscripción «sobre un delfín». 3. Referencias en la literatura erudita posterior. Hay muchísimos datos sobre la antigua lírica popular en autores posteriores como Ateneo de Náucratis, Plu tarco, Pólux, escoliastas de autores diversos, etc. Van unidos casi siempre a datos sobre antiguas costumbres o tradiciones, usos religiosos, etc. Con bastante fre cuencia, incluso, se nos transmite el texto literal de esta antigua lírica: precisamente, en el presente libro ofrecemos una colección de lo más importante del material de este tipo que se nos ha transmitido. Aun que con frecuencia se trata de lírica popular ya más o menos alterada por los influjos literarios, véase so bre esto más abajo. 4. Recreación de las formas y temas de la lírica popular en la literaria. Es lógico que, nacida la lírica literaria de la popular, haya conservado mucho de ella. Así, la estructura ternaria: es decir, aquella en que un pequeño proemio va seguido de un coral (que sustitu ye al antiguo coral a base de meros refranes) y éste, a su vez, de un epílogo. 

Es la transcripción al estilo literario del antiguo complejo solista-coro-solista: en literatura se comenzó por una estructura igual, a base de monodias de invocación al dios, oración, etc., y «centro» coral que describe su poder y sus mitos. Luego la estructura ternaria se transplanto incluso a la lírica monódica y a la puramente coral. Fórmulas muy concretas de la lírica literaria, como la exhorta ción al coro (o a los comensales, participantes en la fiesta...) a cantar, orar, realizar acciones rituales, etc., provienen de la popular. Y también multitud de temas: el himno de elogio, temas eróticos, trenéticos, satíri cos, etc., etc. INTRODUCCIÓN GENERAL 5. 15 Derivaciones como son canciones de juego y otras varias de tipo lúdico. Así, nuestro conocimiento de la lírica popular griega, que convivió ampliamente con la literaria desde el siglo vm al v a. C. y aun des pués, es relativamente amplio, mayor que el que se deduciría del simple estudio de los fragmentos trans mitidos. Al tema hemos dedicado un libro al cual en viamos '. De lo dicho hasta aquí puede deducirse ya que la lírica popular griega era sumamente rica y variada. Mucho más, en realidad, que la literaria. Pues la lírica literaria, por ejemplo, sólo en forma excepcional pro dujo formas dialogadas (de coros o solistas), sólo en forma excepcional es mimética. En cambio, la lírica popular era con frecuencia dialógica y mimética, y precisamente de esta vena suya surgió el teatro a fines del s. vi a. C. Es difícil clasificar la lírica popular, establecer exactamente un repertorio de géneros: ni siquiera es ello fácil para la lírica literaria. Los factores sobre los que habría que hacer la clasificación son, entre otros: 1) Instrumento: la lira y la flauta doble son los más frecuentes, no los únicos. Recuérdense, sobre todo, los instrumentos de la lírica orgiástica como son, a más de la flauta, las castañuelas, timbales, etc. 2) Tipos de coro·, de jóvenes, doncellas, viejos, vie jas; sectarios de tal o cual dios o, miméticamente, cortejos acompañantes de los mismos. 3) Tipos de danza: fundamentalmente procesional (pero puede ser lenta o en carrera), circular, agonal (con enfrentamientos), pasándose a veces de unos a otros. 4) Tipos de fiesta y ceremonia: ya se invoca o trae al dios, ya se le canta e implora, ya se le despide; 1 Orígenes de la Urica griega, Madrid, 1976. 16 LÍRICA GRIEGA ARCAICA o bien se entierra al muerto o se celebra la boda; o hay enfrentamientos (agones) entre hombres y muje res, jóvenes y viejos... Hay luego el banquete, derivado de la ñesta, en que los comensales hacen de coro del simposiarca. Y el momento de entrar en la batalla o de celebrar la victoria, el de la cosecha, etc., pueden dar lugar a otros tipos de danza y de lírica. 5) Con todo esto va combinada la música, el me tro, el juego entre coros y solistas, etc., etc. Si se echa una rápida mirada a nuestra colección de lírica popular se podrán ver, efectivamente, tipos diferentes. Está especialmente bien representado el himno que llama al dios o le implora; mucho peor la lírica erótica, apenas la trenética. Hay canciones en honor de Dioniso que podemos calificar de ditiram bos, peanes en honor de Apolo como dios médico y protector en el combate, etc. También hallamos fragmentos de lírica popular ya más alejados de la religión y de la colectividad de los ciudadanos: canciones de trabajo, de juego, de una erótica más personal. Y, al contrario, lírica ritual del s. IV, incluso con nombre de autor, fuertemente in fluida ya por la lírica literaria; como en realidad lo está la mayor parte de la lírica popular transmitida de cierta extensión. 

Aunque, inversamente, la lírica literaria griega, bien estudiada, deja con muchísima frecuencia traslucir sus orígenes populares. 2. La creación de la lírica literaria Como en el caso de la épica es fundamentalmente la introducción en Grecia de la escritura, que se pro dujo en el siglo vm a. C. (difícilmente en el rx) en Rodas o Chipre seguramente, la que llevó a la creación de la lírica literaria. Era, efectivamente, muy fuerte INTRODUCCIÓN GENERAL 17 para el solista-improvisador la tentación de fijar un texto de una vez para siempre, aunque fuera sobre esquemas tradicionales. La existencia de la escritura permitía, de otra parte, que ese texto fijado fuera más extenso, más complejo, más rico. Fue, sin duda alguna, la monodia lo primero que se fijó por escrito. Prescindiendo de Eumelo de Corin- to, que a más de poeta épico escribió un prosodion o canto procesional para que lo ejecutaran los mesenios en Délos, y cuya vida se fecha con gran inseguridad en el s. vm, es en el vil cuando podemos colocar a los más viejos líricos. Muy concretamente, hacia la mitad del siglo se coloca la acmé o centro de la vida de Ar quíloco y Terpandro. El primero es fundamentalmente un poeta monódico, aunque se jacte de ser exarconte o solista del peán y el ditirambo (frs. 218 y 219): del complejo solista / coro tradicional (que canta refra nes o lanza gritos rituales fijos) era fácil derivar un canto monódico literario ya sin coro. O con él todavía: el nomo de Terpandro, canción en honor de Apolo can tada por el poeta acompañándose de su cítara, com prendía la danza circular del coro en torno al propio poeta. Sólo en una fase posterior escribe también el poeta un coral destinado a ser cantado por el coro. En Homero hallamos la situación en que un aedo puede ocasionalmente, en vez de cantar la epopeya, cantar lírica. Esto es lo que hacen los aedos «solistas de trenos» que cantan, a más de las mujeres, en los funerales de Héctor; y también Demódoco cuando canta, acompañándose de la fórminge (especie de cíta ra elemental), el adulterio de Afrodita, mientras dan zan los feacios. Luego, los llamados himnos homéricos son cantados por aedos viajeros que, a juzgar por el metro y el estilo, cantarían igualmente poemas épicos. Hemos visto que Eumelo cultivaba ambos géneros. 18 LÍRICA GRIEGA ARCAICA El hecho es que ciertos aedos o «cantores» comen zaron a simultanear épica y lírica, para luego espe cializarse en esta última. El fenómeno fue contempo ráneo de la introducción o reintroducción en Grecia, a partir de Asia Menor, de los dos instrumentos funda mentales de la lírica griega: la cítara y lira de siete cuerdas y la doble flauta. Y, por supuesto, del des arrollo económico, político e intelectual del s. vu: el que crea la ciudad-estado, la estatuaria, ve el triunfo de las aristocracias, el nacimiento del pensamiento libre. Es el momento en que toman importancia inusi tada ciertas fiestas antiguas de ciudades (Corinto, Es parta...) y santuarios (Délos, Delfos...) cuya «funda ción» no es otra cosa que un relanzamiento con tras cendencia internacional. 

En los agones o concursos que tenían lugar en estas grandes fiestas se dieron a cono cer los artistas internacionales que fundaron la lírica griega. Son los continuadores de los antiguos aedos viaje ros de la epopeya: bien profesionales de cuyo origen social nada podemos decir (Terpandro, etc.), bien no bles locales que pronto descubren que han de salir fuera de su patria para hacerse famosos (Estesícoro, Simónides, etc.). Hay algunos que arraigan definitiva mente en algún lugar (Alemán en Esparta), como hay otros que permanecen estables en su patria: pero éstos son los grandes cultivadores de la monodia, un Arquíloco, un Tirteo, una Safo, un Alceo, no los de la lírica coral. La monodia, en efecto, permaneció más ligada a fiestas locales y, diríamos, particulares —re cuérdense las sátiras localistas de un Arquíloco, los círculos cerrados de Safo y Alceo—. En cambio, la lírica coral fue desde el comienzo internacional. Y lírica coral hay que llamar a la de un Terpandro, que cantaba mientras danzaba el coro. 

INTRODUCCION GüNüKAL 19 Es que la lírica coral es la más solemne, trascen dente, la más unida a la religión de la ciudad y a las grandes festividades. Es la que ha conservado mayor énfasis religioso, la que ha tardado más en descender a temas humanos: celebrar a los muertos ilustres o a los vencedores de los Juegos. Pues hay una gradación en la creación de la lírica coral literaria: lo más anti guo es, fundamentalmente, el himno, aunque hayamos de distinguir entre peanes, partenios (cantos de don cellas), ditirambos (en honor de Dioniso), etc. En definitiva y en resumen, podemos decir que la creación de la lírica literaria consiste, primero, en el desarrollo de las partes monódicas por parte de un cantor que fija ya el texto: el que desde el s. v se llama un «poeta», que incluso puede pasar, a partir de un momento dado, a limitarse a escribir el texto y a ins truir el coro sin cantar ni danzar él mismo. Pero con siste también, segundo, en la conversión de los gritos, estribillos y refranes del coro en un poema continuo, que el poeta enseña igualmente al coro. La fase primera —creación de la monodia— es sin duda el modelo para la segunda. No hace más que desarrollar la monodia elemental, tradicional, que a veces conservamos en fragmentos de lírica popular. El modelo para hacerlo está, sin duda, en la monodia de las literaturas orientales en contacto con la griega desde el s. vu y aun el vm a. C. Efectivamente, en la litera tura babilónica, hebrea, hetita, etc., la monodia, a par tir de una poesía popular más o menos semejante a la griega, se desarrolló en fecha anterior a la de los grie gos. Hemos desarrollado esta tesis, con ejemplos, en otros lugares2. 2 Orígenes..., págs. 190 sigs.; «La lírica griega arcaica y el Oriente», en Travaux du VIe Congrès International d'Études Classiques, París, 1976, págs. 251-263. 20 LÍRICA GRIEGA ARCAICA Hay que hacer ver que la lírica griega literaria nace, precisamente, en contacto con el Oriente. De allí vie nen, en el s. vu, sus instrumentos musicales. De los fundadores míticos de la lírica, Olimpo es frigio, Orfeo y Támiris tracios, Olén licio; añadamos el cre tense Crisótemis. Ya en época histórica, tenemos la línea de los citarodos lesbios: Terpandro, Periclito, Alceo, Safo y luego Aristóclides, Frinis, Timoteo: el citarodo lesbio era un personaje conocido en todas partes, cf. Arquíloco, fr. 106. No lejos está la isla de Quíos, patria del anciano autor del Himno a Apolo; y está en Asia Sardes, capital de Lidia y patria de Alemán, sin duda un griego que allí aprendió de los asiáticos. Éfeso y Colofón, en Asia, son patria de poe tas igualmente (Calino, Polimnesto, Jenófanes, Mim nermo, Hiponacte); e igual islas no lejanas como Pa ros (patria de Arquíloco) y Creta (de Taletas). Esta tradición pasó luego a Argos, Corinto, Lócride y, de aquí, a Italia. La segunda fase es, naturalmente, la creación de un texto para ser cantado por el coro. Es lógico que el poeta, que dirigía al coro, quisiera, una vez que se había llegado a crear partes monódicas nuevas, crear igualmente partes corales. Aquí el modelo está, fun damentalmente, en la traducción de temas míticos pro cedentes de la epopeya al estilo lírico que ahora se va creando.

 El poeta de la lírica coral está muy satisfecho de su sabiduría, de su carácter sacral, de sus relaciones con la realeza espartana o los tiranos de otras ciudades o con los grandes santuarios. Y ello lo mismo si dirige corales en que, en realidad, el coro se limita a danzar, como los aludidos del nomo de Terpandro y sus con tinuadores, que si se trata de lírica mixta, en que el poeta compone ya un texto para el coro (del que hace de maestro, mientras que él bien es solista bien sólo 

INTRODUCCIÓN GENERAL 21 corego, jefe de coro). E igual cuando llega la lírica pu ramente coral. Desde Terpandro el poeta introduce, en el comien zo o fin del poema, lo que se llama la sphragís o «sello», es decir, la indicación de su autoría, para que nadie le robe el poema. Los poetas monódicos como Arquíloco o Teognis hacen lo mismo, por lo demás. Pero no sólo esto. Alemán insiste una y otra vez en la novedad de sus cantos, en su «hallar», «componer» (no, propia mente, «crear»). Hay que tener en cuenta que el eje cutante principal en una gran fiesta religiosa que, en definitiva, impetra el favor divino para la ciudad, es en cierto modo un sacerdote, un hombre enlazado con la divinidad. Según la idea griega, recibe inspiración superior. Y por más que esté al servicio de la ciudad se atreve a aconsejarla, guiarla3. 3. Lírica coral y lírica monódica Como ha quedado dicho, esta guía es a través de la lírica literaria que se ejecutaba en los certámenes o agones de las grandes fiestas religiosas, pensamos que al tiempo que continuaba ejecutándose la lírica popular, tradicional. Son las ciudades y los santuarios más ricos de los siglos vu y vi los que organizan esos certámenes. Así, sobre todo, Esparta, que todavía no era la ciudad militarista y xenófoba de fechas posterio res: fiestas como las Carneas, Jacintias, Gimnopodias y las en honor de Ártemis Grtia y de Helena, entre otras, lo testimonian, así como la existencia de un poeta local, Tirteo, de un extranjero arraigado, 3 Cf. Orígenes..., págs. 132 sigs.; y H. M ahler, Die Auffassung des Dichterberufs im frühen Griechentum bis zur Zeit Pindars, Gotinga, 1963. 22 LÍRICA GRIEGA ARCAICA Alemán, y de muchos poetas visitantes (Terpandro, Taletas, Estesícoro, etc.)· Tenemos testimonio de la lírica literaria ejecutada en estas fiestas, como tam bién lo tenemos de la lírica popular. Está luego la cor te de Corinto, donde bajo el tirano Periandro actuó Arión de Metimna, el verdadero fundador, tras Ter pandro, de la lírica literaria; y la de Samos, en el s. vi, bajo Polícrates, donde actuaron Ibico y Anacreon te. Entre los santuarios, Olimpia se especializó sobre todo en los concursos atléticos y Delfos —a donde acudieron Terpandro, Sácadas, Alceo, Simónides y otros— en los musicales. Está también Délos, donde tenemos noticia de lírica popular, de aedos autores de himnos hexamétricos («himnos homéricos»), de Olén, de Eumelo. Pero no es sólo esto: en lugares menos im portantes, tal Atenas, se empezaba a cantar la lírica coral literaria. 

 Es una pléyade de poetas la que funda esta lírica. Algunos, ya lo hemos dicho, combinan esta dedica ción con la de la épica. Nótese que por estas fechas conviven en Grecia la épica en sus varias derivaciones (el llamado Ciclo épico, sobre todo), la poesía genea lógica de raigambre hesiódica, cultivada también en Lócride, la lírica coral a que nos estamos refiriendo, y la monodia. Hay poetas corales que cultivan también esta última: Arquíloco y Tirteo, por ejemplo, aunque para nosotros sean sobre todo poetas monódicos; y Estesícoro también, según haremos ver. Estos poetas, salvo excepciones, son como hemos dicho viajeros: continuadores de los antiguos aedos. Provienen de todas partes, pero muy especialmente de la isla de Lesbos, patria de los citarodos más ilustres; aunque no solo de allí. Citemos, en una relación in completa, a Terpandro, ya mencionado, a Jenócrito de Locros, Sácadas de Argos, Eumelo de Corinto, Polim- nesto de Colofón, Arión de Metimna, Estesícoro de INTRODUCCIÓN GENERAL 23 Hímera, Alemán de Sardes, Arquíloco de Paros, Calino de Éfeso, Tirteo de Esparta, Taletas de Gortina, Jenía- des de Citera; poetas todos ellos (salvo que Eumelo sea anterior) del s. vrr y bien de Lesbos o Asia Menor, bien del círculo dórico en tomo a Esparta, bien de Locros en Grecia o su colonia de igual nombre en Italia. Estos círculos poéticos influían sobre líricos de otros luga res, por ejemplo el de Locros sobre Estesícoro, aunque se añadía la enorme influencia de Homero, Hesíodo, la poesía genealógica, el Ciclo y la lírica popular. Igual sucedió en el s. vi y en los poetas que cubren el fin del vi y la primera mitad del v, como Simónides, Pín daro y Baquílides. Estos líricos —limitándonos ahora a los corales, in cluidos los representantes de la lírica mixta—, en efecto, se inspiran fuertemente en el mito, antes reco gido en los géneros que acabamos de citar. Su esque ma de composición más frecuente es el ternario, ya mencionado. Se trata, fundamentalmente, del himno en honor del dios, que comienza con la llamada o súplica, las alusiones al propio poeta (sphrazís) y al coro; y cue continúa, generalmente tras un relativo «que», con la narración del mito del dios o de alguna acción suva anterior. Es el «centro», la parte estrictamente coral de la lírica mixta y que se mantiene en la estrictamente coral; «centro» seguido de un epílogo que cierra el anillo, como dijimos. En él el mito sirve para justificar, ilustrar, el poderío del dios, lo aue sirve a su vez para demostrarle al dios mismo que. si quiere, su interven ción puede ser decisiva. La lírica coral ha desarrollado, de otra parte, estruc turas métricas propias. 

Puesto que no conserva restos de la antigua lírica popular dialógica entre solista y coro o entre dos scmicoros, la solución más fácil que le o" ■*!:> es la de la estructura monostrófica: una serie de estrofas iguales, como en la monodia (incluida la 24 LÍRICA GRIEGA ARCAICA elegía y los epodos yámbicos, a base de estrofas de dos versos o pareados). Así ocurre, por ejemplo, en el segundo partenio de Alemán (fr. 3). Pero en general las estrofas de un número de versos entre 9 y 14 se convierten en tríadas, es decir, en grupos de estrofa + antístrofa + epodo. El epodo viene del antiguo hábito de variar el ritmo al final en cualquier estrofa: incluso en los de dos versos. Basta introducir en la parte pre cedente una división simétrica en dos para obtener una estrofa y una antístrofa. Esta estructura triádica es característica de toda la lírica coral, incluida la mixta. Ahora bien, las unidades estructurales proemio, centro y epílogo no coinciden con los límites de las tríadas, es más, se tiende a borrar sus contornos. En suma, la lírica coral se ha mantenido más tra dicional, más centrada en las grandes fiestas de la ciudad, en el culto divino. Ha desarrollado rasgos pro pios: mayor extensión de los poemas, estructura triá dica y, también, una lengua especial, el dorio jonizante u homerizante que es característica en general de esta poesía. Ha evolucionado luego poco a poco: a partir de Simónides, sobre todo, incluye trenos, epinicios y encomios, es decir, canciones dirigidas a hombres y no dioses, y toma un tono menos sacral, más indivi dual y moderno. Con esto volvemos a ocupamos de las fases más antiguas de la monodia, el segundo derivado, además de la lírica coral, de la mixta: aquel en que desaparece el coro o bien es sustituido por el grupo de los comen sales o participantes en la fiesta. 

 De un modo parecido a como en un principio algu nos poetas cultivaban al tiempo la lírica mixta o coral y la épica, lo primero que hay que decir acerca de los poetas monódicos es que no abandonaron completa mente la lírica coral. Tenemos restos de poemas cora les de Arquíloco y Anacreonte; sabemos que los com INTRODUCCIÓN GENERAL 25 puso Terpandro; Safo también, aunque son de tipo popular o tradicional, los epitalamios. Y si llegamos a la división de la lírica monódica en sus diversos géne ros, seguimos hallando varios presentes en la obra de un mismo poeta. Estos géneros son: a) Hímnica hexamétrica, representada para nos otros por los llamados «Himnos homéricos», del s. vil y siguientes, escritos en dialecto épico por aedos via jeros, del mismo tipo de los que cantaban la épica. b) Elegía, escrita en dísticos elegiacos (hexámetro y pentámetro) que eran cantados al son de la flauta. El dialecto es el jónico, con muchos homerismos. Los temas son varios, desde los hímnicos a los de banquete y los más personales y a los epigramas funerarios o dedicatorios. Los poetas suelen pertenecer al tipo de los «poetas locales», tales como Arquíloco, Solón, Teognis, etc., pero, al tratarse de un metro fácil, el género es muy ampliamente cultivado. c) Yambo, en distintas estructuras métricas a base del pie yámbico. Es la poesía más popular, cantada primero al son de un instrumento de cuerda, recitada luego, y escrita en dialecto jónico puro. Los temas son varios, pero destacan los satíricos y eróticos. d) Mélica, en estructuras métricas muy varias, que desarrollan ya composiciones estíquicas, ya estrofas de dos, tres o cuatro versos. Son también producción de autores «locales» y su destino principal es la fiesta y el banquete en círculos cerrados. Es poesía siempre cantada, en dialecto lesbio o jónico. Éstos son los cuatro tipos existentes, los tres pri meros testimoniados desde el s. vi y no traducidos por nosotros: los himnos homéricos pueden encontrarse, traducidos por A. Bernabé, en un volumen de esta 26 LÍRICA GRIEGA ARCAICA misma colección4 y la elegía y el yambo en una tra ducción nuestra anterior5. En este volumen nos ocu pamos de la mélica, derivada de Terpandro en Lesbos y Polimnesto en Jonia, pero no testimoniada para nos otros en textos literarios hasta la obra de Alceo, Safo y Anacreonte en los siglos vi y v a. C. Por más que haya diferencias notables entre los cuatro subgéneros, hay también coincidencias; y más entre la elegía, el yambo y la mélica, pues los himnos hexamétricos estaban destinados a fiestas públicas, eran obra de profesionales y se cantaban, parece, en un contexto de danza6, por lo que en cierto modo están más próximos a la lírica mixta. Son, efectivamente, grandes las coincidencias no sólo de ejecución y ambiente, sino de temática y for ma, que presentan los tres géneros. Por otra parte, ya hemos anticipado que con frecuencia eran cultivados por los mismos poetas: Arquíloco y Solón escriben tanto elegías como yambos, Anacreonte cultiva los tres géneros; de otra parte, poetas corales como Simóni des escriben elegías o epigramas y este género fue, en realidad, amplísimamente cultivado, incluso por los trágicos. 

Por otra parte, las coincidencias de la mélica con los otros dos géneros hacen ver que rasgos que les son comunes son en realidad tradicionales, por más que la mélica, como decimos, sólo desde fecha relati vamente reciente se nos conserve. Se trata, antes que nada, de poesía que se ha des arrollado en círculos cerrados, en torno a la fiesta y el banquete de tíasos, heterías o grupos. De ahí que, aun tratándose de géneros muy antiguos, presenten un grado de evolución muy especial. Formalmente, la es 4 Himnos Homéricos. La «Batracomiomaquia», Madrid, 1978. 5 Líricos Griegos. Elegiacos y Yambógrafos arcaicos, Bar celona, 1957-59. 6 Cf. Orígenes..., págs. 63 sigs. .INTRODUCCIÓN GENERAL 27 tructura ternaria puede faltar o haber dejado sola m en te huellas; y, cuando la hay, el proemio y el epí logo pueden ser de tipos innovados: por ejemplo, manifestaciones generales o autobiográficas, con falta de to da referencia al mundo de lo religioso. O bien queda la forma del himno, que ha sido aprovechado para manifestar, en realidad, pensamientos o deseos individuales: la oda a Afrodita de Safo o la elegía a las Musas de Solón son buenos ejemplos. Con esto va en relación íntima lo relativo al contenido: éste es en gran medida de grupo o bien privado, personal. Nace aquí, en realidad, la poesía personal de los griegos. Naturalmente, hay diferencias profundas entre los géneros, como las hay entre los poetas. Pero es de no tar que los desarrollos más personales, por ejemplo, temas eróticos, satíricos y otros estrechamente ligados a la biografía del poeta (acción política, tema de su ve jez, etc.), tienen raíces muy tradicionales. Dentro de las fiestas griegas —y los restos de poesía popular que conservamos son buen testigo de ello— coexistían los elementos religiosos comunales de llama da y oración a la divinidad con otros más personales o restringidos de sátira, erotismo o personalismo de va rios tipos. En un momento dado, la monodia ha plas mado literariamente unos y otros elementos. Pero luego es la lírica coral la que máximamente ha estado al servicio de la comunidad de la ciudad, de la religión tradicional, mientras que la monodia ha servido a nece sidades sociales e individuales diferentes. Se mantie nen «puentes» entre dichos géneros y entre los subgé neros, sin embargo. No podemos entrar en el detalle del origen de los distintos géneros monódicos: algunas cosas hemos dicho sobre ello en Orígenes de la lírica griega, pági nas 149 sigs. Es importante insistir, sin embargo, en que tanto la elegía como el yambo son géneros inter 28 LÍRICA GRIEGA ARCAICA nacionales, difundidos uno y otro por toda Grecia a partir de un origen único, sin duda, a juzgar por los dialectos y la métrica. Por estos mismos criterios, la mélica tiene rasgos muy propios en Lesbos y Jonia: son dos tradiciones diferentes, que apenas se difun dieron fuera de allí. En sus tres principales represen tantes, de otra parte, adquieren características muy diferentes. Es el género más flexible, más adaptable a necesidades individuales. Es el que, en realidad, a tra vés de Horacio y otros poetas latinos, está en la raíz de todo lo que posteriormente recibió y sigue reci biendo el nombre de lírica. Es importante, sin embargo, destacar sus raíces comunes con el resto de la poesía griega, como hemos venido haciendo aquí. 

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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

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