sábado, 18 de junio de 2022

Frontispicio 7 Virgilio. GENIOS. HAROLD BLOOM.

 




Frontispicio 7

Virgilio

. ..tantos como las hojas que en el bosque a los primeros fríos otoñales

se desprenden y caen o las bandadas de aves en vuelo sobre el mar

que se apiñan en tierra cuando el helado invierno las ahuyenta

a través del océano en busca de países soleados.

En pie pedían todas ser las primeras en pasar el río

y tendían las manos en ansia viva de la orilla opuesta44.

El Virgilio de Dante no tiene mucho que ver con el poeta romano,

quien jamás anheló la dispensación cristiana. Virgilio -profundamente

influido por Lucrecio- tenía una visión epicúrea de la ocurrencia del

dolor y el sufrimiento en la existencia natural, y no percibía nada trascendental

en el porvenir. Más que guiar a Dante, el verdadero Virgilio

habría vivido en el Infierno en la misma tumba con Farinata, o habría

atravesado las arenas ardientes con los sodomitas. Dante escogió un guía

con base en criterios estéticos y sin relación alguna con la alegoría teológica.

El genio poético de Virgilio no tenía nada en común con Dante, pero

sus afinidades con Lucrecio y con Tennyson son auténticas y reveladoras,

como también se acercan ciertos aspectos de Robert Frost.

Virgilio es el poeta laureado de las pesadillas. Su diosa Juno es la

personificación literaria más poderosa que conozco del miedo masculino,

prácticamente universal, del poder femenino. En la Eneida, el amor

es una especie de suicidio. Dido, el personaje que más compasión genera

en la épica, se destruye a sí misma con tal de no soportar la humillación

de ser abandonada por el pío y presuntuoso Eneas, que tiene más

que ver con el emperador Augusto, patrón de Virgilio, que con un Aquiles

o un Ulises.

En Virgilio, todos extendemos nuestros brazos anhelantes hacia la

lejana orilla; dejamos atrás nuestro placer natural y nuestro dolor erótico

mientras el barquero nos transporta hacia la otra orilla, opacada por

las sombras.

[119]

No hay victoria en la victoria para Virgilio, y sus dioses son tan pobres

de espíritu como poderosos en su dominio sobre nosotros. Y sin

embargo la elocuencia virgiliana es extraordinaria. La letanía de la pérdida

nunca volvería a ser tan exquisita.

[120]

Virgilio

70 | 19 a.c.

p o e t a , p s ic ó l o g o - t e ó l o g o y poeta de poetas (dejando a Shakespeare

a un lado): a estos tres los une para siempre la nostalgia de la autoridad

romana, el anhelo de un orden a la vez trascendente y mundano. Y sin

embargo, difícilmente podríamos decir que vivieron vidas paralelas. Virgilio

murió sin haber terminado su poema épico, la Eneida, y evidentemente

deseaba que su manuscrito fuese destruido. Agustín, obispo de

Hipona -en la actual Argelia- vio el fin de sus días mientras los vándalos

destrozaban las puertas de la ciudad. Dante murió de malaria, enfermedad

que contrajo durante una misión diplomática que le encomendara

uno de sus anfitriones, quien contribuyera a su sustento durante su largo

exilio de Florencia. Una tristeza común permea estas tres muertes conmovedoras:

la de Virgilio, que deseaba que su logro se eclipsara; la de

Agustín, quien temía por su rebaño, amenazado por los bárbaros heréticos;

la de Dante, a 25 años de cumplir la edad “perfecta” de 81, con lo

cual su profecía se habría realizado. No obstante, cada uno de estos visionarios

había hecho milagros con su genio: la Eneida; las Confesiones

y La ciudad de Dios; la Divina comedia.

En términos contemporáneos, Virgilio era un poeta profesional -era,

de hecho el laureado imperial-, en tanto que Agustín era un profesor

de literatura convertido en obispo católico, y Dante fue un fracasado

político florentino mágicamente transformado en poeta profètico, de la

estirpe de Isaías y Ezequiel. No hubo equivalentes a estos titanes en el

siglo que acaba de pasar. Joyce, un católico renegado, Proust, un escéptico

medio judío, y Kafka, el exilado judío por antonomasia, son nuestras

piedras de toque imaginativas, y quizás no sucumban tan estrepitosamente

ante Virgilio, Agustín y Dante como originalidades imaginativas.

Y sin embargo en Joyce, Proust y Kafka no encontramos nada como la

nostalgia de la autoridad romana. Hay que buscar entre las figuras menores,

como Ezra Pound y T.S. Eliot, para encontrar anhelos de esa

índole por ideas arcaicas de orden. A pesar de su elocuencia ocasional,

Pound no es ningúnVirgilio, y Eliot, a pesar de su rigor no es un intelectual

equiparable a Agustín ni un poeta como Dante. Si nuestro Dante

[121]

fue Kafka, como lo creía W.H. Auden, podríamos también nominar a

Proust para nuestro Agustín, visionario de la memoria y del tiempo, y a

Joyce como nuestro Virgilio, ambos continuadores de Homero. Pero esta

tríada del siglo xx era de maestros del caos y no de buscadores del orden.

El latín, lengua que conectó al cristiano Agustín con el pagano Virgilio,

fue también progenitora del toscano vernáculo de Dante, que por

cuenta de su utilización en la Divina comedia se convirtió en la lengua

literaria de toda Italia. Después de cuatro siglos, Virgilio estaba tan cerca

de un romano africano culto como Agustín, como Shakespeare lo está

de nosotros. Agustín era un lector extraordinario, comparable, en el siglo

xviii inglés, al doctor Johnson. En un estudio reciente, The Shadows o f

Poetry: Vergilin theMind ofAugustine (1998) [Las sombras de la poesía:

Virgilio en la mente de Agustín], Sabine MacCormack afirma que el teólogo

cristiano “ era indudablemente el más inteligente y perspicaz de los

lectores antiguos de Virgilio” . Yo me aventuraría a decir que la atracción

fundamental que Agustín ejerció sobre Dante no fue tanto teológica

como basada en el mutuo amor que sentían por Virgilio. Los académicos

modernos se equivocan usualmente al hacer énfasis en la ortodoxia

católica de Dante, ya que este impuso su propio genio a la fe tradicional

de Pablo y Agustín. Pero también es cierto que Dante bautizó la imaginación

virgiliana, convirtiendo a un poeta epicúreo en un celebrante

protocristiano. Agustín había citado copiosamente aVirgilio en contextos

cristianos para iluminar la moral cristiana, pero nunca fue tan lejos como

Dante en su poderosa y deliberadamente equivocada interpretación de

Dante.

El Virgilio de la Divina comedia es un personaje necesariamente literario,

como lo es Dante el peregrino. Pero la autoridad poética de Dante

es tan convincente que a un lector le podría tomar un buen rato darse

cuenta de que todas las personas que aparecen en la Comedia son personajes

literarios, aunque usen nombres históricos. El poeta latino Estacio

nunca se convirtió al cristianismo, pero Dante lo necesitaba con Virgilio

en el Purgatorio en una escena crucial y conmovedora, así que falsificó

la verdad histórica. Como veremos, en muchos aspectos Virgilio fue el

discípulo del gran poeta epicúreo Lucrecio, que le era desconocido a

Dante y que hubiera escandalizado al maestro toscano.

La Comedia tiene tres personajes principales: Dante el peregrino,

su “padre” Virgilio, y la magnífica y enigmática figura de Beatriz, a quien

[122]

Dante eleva a una eminencia extraordinaria en la jerarquía celestial. El

enigma de Beatriz radica en el hecho de que es un invento de Dante,

logrado con una audacia que difícilmente tiene igual en la literatura. Si

Dante no hubiese sido uno de los dos poetas supremos de la literatura

occidental, Beatriz habría sido la imposición escandalosa de un mito

personal en la formidable estructura de la teología católica romana. Amparado

por el espíritu de este libro, sugiero que consideremos a Beatriz

como el genio de Dante Alighieri, su “amante interior” , para usar una

frase de Wallace Stevens. El genio de Virgilio era su pesadilla, Juno,

nefasta desde todo punto de vista. Beatriz era, en cambio, el evangelio

según Dante, la portadora de buenas nuevas.

La Divina comedia es un “poema sagrado” más que un poema épico,

y se podría decir que el mismo Dante lo consideraba el tercer testamento,

un complemento de las Escrituras. No hay un solo personaje en Shakespeare

a quien podamos considerar su genio: podríamos nominar a

Hamlet, a Falstaff, a Cleopatra, a Yago, a Macbeth, a Lear o a Rosalinda,

pero en grupo. Según Blake y Shelley, el genio de Milton era Satanás;

aunque quizás deberíamos asignarle el papel a la luz interior que el poeta

invoca al comienzo del canto tercero de El paraíso perdido.

La gran poesía siempre pierde con la traducción y la Comedia, que

es el poema más vigoroso, tiene más que perder que la Eneida. Paradójicamente,

Dante sobrevive a la traducción mejor que Virgilio. Acabo de

releer el Purgatorio del poeta estadounidense W.S. Merwin, y me parece

que logra transmitir más de la invención original de Dante que las

versiones de la Eneida de Robert Fitzgerald o de Alien Mandelbaum,

igualmente admirables. Dante -que sobrepasa aVirgilio como maestro

del matiz- tiene tal vigor cognitivo y pura fuerza de voluntad y deseo

que prácticamente podríamos despojar su texto de matices y aún así

seguiría siendo preternaturalmente poderoso. La confianza que Dante

tiene en sí mismo es enorme. Es equiparable a la de los mejores poetas

ingleses —Shakespeare, Chaucer, Milton—, pero la ironía compartida por

Chaucer y Shakespeare nos impide ver su confianza en sí mismos. La

exuberancia personal de Milton es lo que más se parece a Dante, pero

no es fácil pensar en un poeta inglés que se parezca esencialmente a

Virgilio. Tennyson y T. S. Eliot tienen sus facetas virgilianas, y cada uno

de ellos se acerca, por separado, a la elocuencia pesadillesca de Virgilio.

La Eneida es un poema infinitamente paradójico, ya que su héroe

épico se basa parcialmente en Octavio César, vencedor de Antonio y

[123]

Cleopatra, y fundador indiscutido del Imperio romano. Augusto era el

patrón de Virgilio y fue el orgulloso receptor de la Eneida y el encargado

de su conservación, contra los deseos expresos del poeta a la hora de su

muerte. El emperador Augusto necesitaba el poema para infundir a sus

contemporáneos con la idea de orden y grandeza, de autoridad heredada;

Eneas siempre mira hacia el futuro, al surgimiento de una nueva

Troya que le ponga término al exilio e inaugure la justicia. Dante, exilado

de exilados, encontró la justicia en la Comedia, pero no está claro

que Eneas y Virgilio estén de acuerdo. Lo que Virgilio descubre es el

sufrimiento, un sufrimiento sin fin. Eneas es el héroe del poema pero

no el de Virgilio, una divergencia que aumenta el interés de la épica

porque el héroe equivocado en el poema correcto es un preludio del arte

de Shakespeare.

Me deja perplejo el no haber conocido a ningún lector que admita

preferir al héroe Eneas, indudablemente admirable, sobre Dido, de

quien Eneas se enamora y a quien abandona, o Tumo, a quien Eneas mata,

pero sólo después de que una obscena furia enviada por Juno aturde

completamente al héroe italiano hasta dejarlo indefenso. ¿Qué pretendía

Virgilio al otorgarle a su héroe la ambigua victoria de asesinar lo que en

términos prácticos ya era un cadáver?

Los dioses de Epicuro y de Lucrecio son indiferentes a las preocupaciones

de los hombres, pero el Júpiter del epicúreo Virgilio, quien lee

a Lucrecio como si se tratara de las verdaderas Escrituras, apenas es

mejor que su consorte, y Juno es un monstruo. El genio de Virgilio se

activa con la profunda piedad que siente ante el sufrimiento humano,

incluido el suyo, y sin embargo la esencia de dicho genio parece ser la

angustia constante, incluso el terror agudo, que le produce la contemplación

de la ira sin fin de Juno. Podemos considerar que la figura de Juno

en Virgilio es la proyección pesadillesca de un componente universal en

el temor masculino ante el poder femenino. Virgilio insinúa sutilmente

una orientación homoerótica que se conmueve con Dido, el amor abandonado

de Eneas, pero más se conmueve con Turno, rival y víctima de

Eneas. A pesar de haber cantado las loas de Augusto como la esperanza

mundial de orden, paz y justicia, no hay una brizna de esperanza en la

forma como Virgilio enfrenta la realidad.

El genio de Virgilio se inviste en parte de su extraordinario poder

de expresión y de su sensibilidad sobrenatural al sufrimiento. Este poder

[124]

y esta sensibilidad compensan su debilidad relativa en un área en la que

el genio suele manifestar su fortaleza: la originalidad. En la primera

mitad de la Eneida Virgilio se dedica a imitar la Odisea, en la segunda

mitad, la Ilíada. Y su filosofía religiosa se basa esencialmente en la ferocidad

epicúrea de Lucrecio, un poeta a quien Dante jamás habría de leer

pero que seguramente habitaba la mesa de escribir de Virgilio. Es posible

que Virgilio haya sido el primer escritor europeo en demostrar que el

genio puede ser relativamente débil en la invención, mientras sea recio

y diverso en la sensibilidad. Cuando pienso en la Eneida sin abrir sus

páginas, lo primero que se me viene a la cabeza es la humillación erótica

de Dido, abandonada por el virtuoso sinvergüenza Eneas, de una nobleza

insoportable. Y sin embargo esta es sólo una forma de ver las cosas, pues

Virgilio se aparta de sus personajes femeninos al tiempo que se muestra

dolorosamente sensible a su realidad. Sus personajes masculinos jóvenes

lo conmueven de una forma en que no lo conmueve Dido. No hay

una sola mujer (que yo recuerde) a quien Virgilio compare con una flor,

pero sus hombres jóvenes son como flores. Esto trasciende su homoerotismo

y se relaciona con una forma de ver el mundo que acepta al tiempo

que rehuye la aspereza lucreciana en relación con el reino de Venus.

Su notoria presencia en uno y otro lado de la divisoria hace de Virgilio

quizás el más consistentemente ambivalente de todos los poetas, más

aun que Baudelaire.

La Eneida es una épica que quiere serlo y sin embargo su tonalidad

se vuelve elegiaca con tanta frecuencia que no se parece a nada en su

género. Su héroe vive acongojado y no cesa de lamentarse por Troya,

incluso mientras se abre camino hacia la fundación de Roma. Los poetas

cristianos desde Dante hasta T.S. Eliot han insistido en ver en Virgilio

a un poeta ansioso de una revelación, pero a mí eso me resulta tan curioso

como el descubrimiento por parte de Simone Weil de las afinidades

entre los Evangelios y la Ilíada. Hace medio siglo Eliot escribió: “En

la medida en que somos herederos de la civilización europea podemos

considerarnos todos ciudadanos romanos, y el tiempo aún no ha desmentido

a Virgilio” . Fue una observación asaz curiosa en el epílogo del

horror nazi, y ahora sigue pareciendo extravagante. La ideología augusta

en la obra de Virgilio es compatible con la romanización de la cristiandad,

pero resulta arcaica en la época actual del imperio de la información.

Nuestro emperador Augusto es el segundo George Bush, que no

[125]

necesita a un Virgilio. La vigencia del genio de Virgilio sólo ha sido posible

por su perdurable sensibilidad, que no tiene mucho que ver con

Eneas ni con Augusto.

El cosmos de Virgilio está regido por un Júpiter de lo más curioso,

que no es ni homérico ni lucreciano. En Homero, los dioses son nuestros

espectadores; en Lucrecio, no se ocupan de nosotros. El Júpiter de

Virgilio impone su voluntad a nuestro destino: su voluntad es nuestra

guerra, es la interminable dominación romana, es el abandono de Dido

por parte de Eneas. La fortuna, o la voluntad de Júpiter, es masculina y

no la podemos distinguir del poder ni de la fuerza. Juno, hermana y

esposa de Júpiter, es una imagen mucho más pesadillesca y podríamos

considerarla la musa pragmática de la Eneida, pues sus iras y su resentimiento

alimentan esa faceta de marcha mortal que tiene el poema, ese

impulso hacia una destrucción radiante. Una de las fortalezas estéticas

primordiales de la Eneida es el hecho de que la acción avanza perpetuamente,

sin remordimientos, a diferencia de Virgilio, exquisitamente

susceptible a todas las angustias que describe. Esta discrepancia entre

la inexorabilidad narrativa y la aflicción implícita del poeta es uno de

los rasgos originales más sobresalientes de la Eneida, uno que escasea

incluso en las más imaginativas literaturas. No logro oír en Dante, cuyas

afinidades con Virgilio son en gran parte un mito creado por él mismo,

esta cantinela subterránea tan característica de Virgilio. El poeta de la

Eneida era un epicúreo, pero a diferencia de Lucrecio, no halló consuelo

alguno en las advertencias de Epicuro acerca del temor y la ansiedad.

¿Habrá un poeta sumido en una angustia más sublime que la deVirgilio?

Como su protagonista, Eneas, Virgilio está sometido a una voluntad más

fuerte que hace parecer superfluo su heroísmo. PeroVirgilio no es piadoso

como Eneas. No parecería que Virgilio haya sido un adorador de la

fortuna, como no lo fue de la terrible Juno.

Gracias a Dido, la reina de Cartago, Virgilio alcanza una gloria que

de otra manera no obtendría a estas alturas de la historia literaria. Su

amor-muerte conserva una energía que aún nos sorprende: ¿cómo pudo

el descolorido Eneas despertar en ella una pasión tan aterradora? A uno

le parece que conoció al hombre equivocado: Turno, el rey italiano que

Eneas mata al final del poema, habría sido más apropiado, un Antonio

de su Cleopatra. Dido y Turno son de temperamento ardiente, Eneas a

veces preludia al Daniel Deronda de George Eliot, el más responsable

[126]

de los mojigatos. Pero la verdadera afrenta de Dido, víctima de Venus y

de Juno, y víctima en la práctica de Eneas, es inolvidable:

¿A qué más disimulo? ¿o qué otro lance

espero ya sin desfogar mi pecho?

¿Tuvo acaso un gemido ante mi llanto?

¿a mí volvió sus ojos? ¿dio, vencido,

una lágrima al duelo de su amante?

¿Qué ponderar primero? Ya sin duda

ni Juno, la gran diosa, ni el Saturnio

mirarnos quieren con piedad... No queda

dónde buscar lealtad que firme dure...

Náufrago, miserable, lo recojo;

le doy, loca de mí, parte en mi reino;

salvo sus naves de completa ruina,

salvo sus compañeros de la muerte...

¡ay furias que me abrasan y transportan!

y es hoy Apolo, hoy los agüeros licios,

hoy es el mensajero de los dioses,

propio heraldo de Jove, quien del cielo

le trae este mandato abominable!

¡Digna labor para los altos númenes,

que en tal cuidado su quietud empañan!

Ni te retengo ya ni te respondo.

¡Ve en pos de Italia en alas de los vientos

busca tus reinos por las negras ondas.

Mas si hay deidades pías que algo puedan,

confío que entre escollos te atormenten

donde llames a Dido en tu agonía45.

Ella ya ha resuelto suicidarse y esta preciosa traducción se queda

corta a la hora de transmitir su humillación y su trauma, sentimientos

en los cuales Virgilio es el gran maestro. Dido intenta exclamarlo todo

al tiempo, expresar su sensación de estar en llamas. Su desdén ante la

formidable colección de divinidades reunidas para desairar a una mujer

es impresionante, y su furia ante la traición es como de Medea. Uno

se pregunta cómo leería Dante este pasaje, considerando que segura[

127]

mente fue el causante de varios episodios idénticos a lo largo de su carrera

erótica. Digan lo que digan muchos académicos, no se puede acusar

a Virgilio de misoginia. Como siempre, el poeta no se muestra indiferente

pero logra curiosamente ponerse del lado de Dido y del de Eneas,

cosa prácticamente imposible. ¿Qué decir en favor de Eneas? Disfrutó

de la virtuosa viuda sin estar enamorado de ella y lo único que puede

alegar en defensa de su sinvergüencería es patético: los dioses me obligaron

a hacerlo, ¿y por qué no voy a poder fundar mi propia ciudad como

usted? Uno casi desearía que Dido le arrojara una lanza.

Cuando el augusto burlador de viudas desciende al Averno, no sale

bien librado de su encuentro con la sombra de Dido; pero Virgilio se

queda dormido en esta escena, como lo observó enfurecido el doctor

Samuel Johnson, quien consideraba a Virgilio un mero imitador del

poderoso y original Homero: Ulises había bajado al Hades, donde había

sido objeto del desdén de Áyax por haberlo despojado fraudulentamente

del escudo y las armas de Aquiles. ¿Cómo no disfrutar de la soberbia

demolición de Virgilio que emprende Johnson con tanto gusto?

Virgilio envía a Eneas al Hades, donde se encuentra con Dido, reina

de Cartago, cuya muerte había provocado con su perfidia; él la aborda lleno

de ternura y de disculpas, pero la mujer se aleja, como Áyax, con mudo

desdeño. Se aleja como Áyax pero carece de todas las demás cualidades

que confieren al silencio decoro y dignidad. Ella hubiera podido estallar

en reproches, clamores y denuncias como otras mujeres burladas, y eso

no hubiera significado un alejamiento sustancial del tenor de su conducta;

pero Virgilio tenía la imaginación llena de Áyax y no pudo ir más allá y

enseñarle a Dido otra forma de resentimiento.

Johnson está siendo deliciosamente injusto conVirgilio pero es evidente

que ha dado en el blanco. Las originalidades de Virgilio, asediadas

por Homero, residen en el patetismo y la negatividad que el doctor Johnson

rechazaban pero que tienen que ver nuestros dilemas, al tiempo que

conmovían y convencían a los primeros lectores de Virgilio. Estas visiones

negativas, entre las cuales se incluye la historia de Dido, surgen del

conflicto que hay en Virgilio entre la indiferencia de Lucrecio hacia la

gloria política, militar y erótica y la exultación romántica del heroísmo

y la búsqueda de una reunión con Penèlope presentes en la Odisea. Fue

[128]

una suerte poética que Virgilio no pudiera resolver sus ambivalencias.

Si Lucrecio hubiese logrado convencer aVirgilio de abrazar un riguroso

epicureismo, la muerte no le habría preocupado y hubiésemos perdido

esa vibrante sublimidad eternamente única:

De aquí parte la senda que conduce

al tartáreo Aqueronte, vasta ciénaga

que en turbios remolinos lanza hirviente

su arena toda en el Cocito. Horrendo

el barquero que vela junto al río,

Caronte, el viejo horriblemente escuálido:

tendida sobre el pecho se enmaraña

la luenga barba gris; inmóviles miran

sus ojos, dos centellas; desde el hombro

cuelga de un nudo su andrajoso manto.

Largo varal empuña, y con la vela

hábil maniobra al trasbordar los cuerpos

en el mohoso esquife. Ya es anciano

mas su vejez de dios garbea airosa.

En ciega confusión se arremolina

en la playa hacia él la inmensa turba,

hombres, mujeres, valerosas sombras

de héroes difuntos, párvulos y vírgenes,

jóvenes entregados a la pira

a vista de sus padres: no son tantas

las hojas en la selva desprendidas

que al primer frío de otoño caen,

ni las aves que llegan a la orilla

desde el confín del mar formando nube,

cuando en fuga las pone el crudo invierno

hacia tierras del sol. Almas dolientes

que todas ruegan por pasar primeras,

con igual ademán: manos tendidas

en ansia eterna de la opuesta playa.

Mas el rudo barquero las escoge,

unas ahora, otras después, y lejos

a las demás dispersa por la arena46.

[129]

La metáfora de las hojas como representación de las generaciones

humanas es de Homero, pero es transformada por Virgilio con un ingenio

que ha inspirado a poetas desde Dante, Spenser, Milton y Shelley,

hasta Whitman y Wallace Stevens en Estados Unidos. Se pasa de las hojas

otoñales y las aves migratorias al gran pathos de las almas indigentes,

insepultas, que son condenadas a vagar y dar vueltas durante un siglo

por el lugar más incierto de las aguas negras. Tender las manos con el

ansia de alcanzar la orilla más distante es desear el olvido, y esta imagen

es puramente virgiliana, no de Homero ni de Lucrecio. Augusto y

el destino de los romanos se desvanecen, lo que queda es esta ansia negativa.

[

jueves, 16 de junio de 2022

EDICIÓN CONMEMORATIVA IV CENTENARIO CERVANTES.


 

CÁTEDRA EN EL CAFÉ.

GRUPO DE LECTORES TEATRO NACIONAL.
ESTAMOS A POCAS PÁGINAS DE TERMINAR LA PRIMERA PARTE DE EL QUIJOTE. La lectura la hemos realizado simultáneamente con la edición conmemorativa del IV centenario Cervantes y, con otras ediciones de otras editoriales. Hemos encontrado párrafos diferentes y conceptos y frases que no corresponden a la edición conmemorativa del IV centenario. Después de analizar las ediciones y sus lecturas oportunas, creemos que la edición conmemorativa es definitivamente la mejor.
JORGE MÉNDEZ-LIMBRICK

FRONTISPICIO 6. LUCRECIO. GENIOS. HAROLD BLOOM




FRONTISPICIO 6

Lucrecio

Porque si ausente está el objeto amado,

vienen sus simulacros a sitiarnos,

y en los oídos anda el dulce nombre.

Conviene, pues, huir los simulacros,

de fomentos de amores alejarnos,

y volver a otra parte el pensamiento,

y divertirse con cualquier objeto;

no fijar el amor en uno solo,

pues la llama se irrita y se envejece

con el fomento, y el furor se extiende

y el mal de día en día se empeora.

Si no entretienes tú con llagas nuevas

las heridas que te hizo amor primero,

y haciéndote veleta en los amores

no reprimes el mal desde su origen

y llevas la pasión hacia otra parte**.

No es de sorprenderse que Lucrecio haya desaparecido durante más

de mil años cristianos, hasta que el siglo xv desenterró su gran poema.

Quizás Dante nunca oyera hablar de Lucrecio, y quizás hubiese sentido

desconcierto ante su De rerum natura [De la naturaleza de las cosas],

sin duda porque inevitablemente se habría dado cuenta de la deuda de

Virgilio con Lucrecio.

Los poetas lucrecianos, desde Virgilio hasta Wallace Stevens y pasando

por Shelley, se caracterizan por su alejamiento de la superstición,

no obstante lo cual Lucrecio ejerció su influencia más perdurable sobre

aquellos poetas cristianos ofendidos, pero con ambivalencias, por su

tenaz materialismo: Tasso, Spenser, Milton y Tennyson.

No hay nada en Lucrecio más cáustico que su desprecio por el idealismo

erótico, como es evidente en el pasaje anteriormente citado. Quizás

Byron, con sus amables argumentos en favor de la “movilidad” sexual,

sea el más sabio de sus discípulos eróticos. No hay mejor médico para

los sufrimientos del amor romántico y de su pérdida que Lucrecio, cuya

[112]

percepción del cosmos como un “ baluarte en llamas” constituye un

punto de vista sanativo para la angustia sexual.

Posiblemente hoy en día esté en desventaja un genio que nos prevenga

contra la superstición organizada y el frenesí erótico. Pero lo que

hace que Lucrecio sea tan importante es que ningún otro poeta nos enseña

mejor que él a no temerle a la muerte, enseñanza en la que Montaigne

siguió sus pasos. Al desechar tan contundentemente la superviviencia

y la inmortalidad, Lucrecio busca liberarnos del miedo y de la melancolía,

ofreciéndonos una libertad que la mayoría de nosotros se niega a

aceptar.

[113]

Tito Lucrecio Caro

c. 99 I C. 55 3.C.

e l m á s e l o c u e n t e defensor del “ ateísmo” y del materialismo metafísico

en nuestra tradición es Lucrecio. Y quizás sea inevitable que se lo

haya malinterpretado tan insistentemente, dado que su filosofía epicúrea

resulta completamente inaceptable para el cristianismo, el islamismo y

el judaismo y para toda la tradición religiosa occidental. San Jerónimo

se desembarazó de Lucrecio calumniándolo con tal eficiencia que lo hizo

desaparecer por más de mil años: hasta el siglo xv no se volvió a hablar

de él. Me hubiera gustado que Dante hubiese leído a Lucrecio: quizás

el poeta epicúreo se habría convertido en el contraste diabólico de

Virgilio, Estacio, Ovidio y Lucano, todos ellos fundamentales para la

Comedia. Ni siquiera Dante habría podido cristianizar a Lucrecio.

No sabemos nada de la vida de Lucrecio aparte de las calumnias cristianas

de San Jerónimo. Se nos pide que creamos que Lucilia, la esposa

del poeta, le dio una poción para contrarrestar su abandono sexual que

lo volvió loco. Se supone que Lucrecio compuso De la naturaleza de las

cosas en los intervalos de lucidez y que después se suicidó, a los 44 años

de edad. Quizás lo más conveniente haya sido que Dante nunca se hubiese

topado con el nombre de Lucrecio. Me estremezco un poco ante

la idea del magistral poeta epicúreo, de pie en su tumba en el “ Infierno” ,

dándonos una explicación danteana de su vida, sus errores teológicos y

su autoinmolación. Algo de eso encontramos de todas maneras en “Lucrecio”

(1868), el soberbio monólogo dramático de lord Tennyson en

el que el bardo envenenado del materialismo filosófico proclama a gritos

la agonía tormentosa de sus alucinaciones:

Un vado se abrió en la Naturaleza; todos sus lazos

Se fracturaron; y vi las fulgurantes estelas de los átomos

Y los torrentes de su universo innumerable

Recorriendo la inanidad ilimitada,

Volar hasta conectarse de nuevo y conformar

Otro y otro arreglo de las cosas

Para siempre: eso era lo mío, mi sueño, lo sabía-

[114]

Mío y de mi pertenencia, como el perro

Con su deseo interior y su inquieto paso cumple

Su tarea en el bosque: ¡pero la siguiente!

Pensé que toda la sangre por Escila derramada

Caía nuevamente como lluvia sobre la tierra

Y donde salpicaba la campiña enrojecida no nacían

Los dragones guerreros de los dientes de Cadmo,

Porque pensaba yo que mi sueño me los mostraría a estos,

Pero fueron más bien doncellas, hetairas, curiosas en su arte,

Animalismos alquilados, viles como aquellos que volvieron

Las orgías del dictador de rostro morado, peores

De lo que debieran, fábulas de los callados dioses.

Y entrelazaron las manos y gritaron y dieron vueltas a mi alrededor

En círculos cada vez más estrechos hasta que grité otra vez

Medio sofocado, me levanté de un salto y vi-

¿ Sería el primer fulgor de mi último día?

Después, después de la total oscuridad aparecieron los pechos,

Los pechos de Helena, y una espada amenazante

Ya por encima, ya por debajo, ya directamente,

Apuntaba para el ataque, pero retrocedía avergonzada

Ante toda esa belleza; y mientras observaba, un fuego,

El fuego que dejó a Ilion sin techo,

Salió disparado de los pechos y me quemó hasta despertarme.

Tennyson ha creado una extraña amalgama de sí mismo, Lucrecio

y el Eneas de Virgilio en esta grandiosa pesadilla sexual. Escila es Sula,

el dictador de rostro morado famoso por sus orgías aparentemente sensacionales,

incluso para estándares romanos. Las hetairas rodean al

Tennyson virgiliano hasta que tiene una visión de Helena amenazada

por el vengativo Eneas, pero sus legendarios senos acobardan la espada

troyana, claramente fálica. ¿Y todo esto qué tiene que ver con Lucrecio

y con su gran poema sobre la naturaleza de las cosas? En realidad muy

poco, excepto que gracias al cotorreo cristiano de Jerónimo, Tennyson

cuenta con una interpretación magníficamente equivocada y poderosa

del verdadero Lucrecio. Pero la de Tennyson también es una reacción

al epicureismo contemporáneo de Algernon Charles Swinburne y de los

primeros ensayos de Walter Pater.

[115]

Epicuro (341-270 a.C.) había propuesto en Atenas un racionalismo

hedonístico basado en una teoría materialista (atómica) de la materia.

El epicureismo niega la inmortalidad del alma, ignora la Divina Providencia,

y no le encuentra utilidad alguna al idealismo platónico, en especial

en el terreno erótico, en el cual se defiende alegremente una

promiscuidad sensata no en aras de sí misma sino para evitar desastres

pasionales. Epicuro y Lucrecio, su discípulo poético, afirman el júbilo

de la existencia natural y nos instan a aceptar la realidad de la muerte

sin falsos consuelos religiosos. Los dioses existen pero son irrelevantes

porque están lejos de nosotros y son indiferentes a nuestros sufrimientos

o a nuestras complacencias.

Tal como sucedió con Lucrecio, la cultura occidental oficial no ha

tenido nada bueno qué decir de Epicuro; la diferencia estriba en que

Lucrecio sí ha sido una influencia predominante, si bien en ocasiones

clandestina, desde Virgilio hasta Wallace Stevens. Mi aforismo emersoniano

favorito es absolutamente epicúreo y forma parte fundamental de

la tradición lucreciana:

Así como las oraciones de los hombres son una enfermedad de su

voluntad, su fe es una enfermedad del intelecto.

El material de Lucrecio es potente, sin embargo, y ha provocado

ambivalencias en sus admiradores desde Virgilio, pasando por los poetas

épicos del Renacimiento (Tasso, Spenser, Du Bartas), hasta Montaigne,

Molière, Dryden, Shelley y Walt Whitman. No obstante lo cual me

maravilla un poco que el dogmatismo del ferozmente sublime Lucrecio

siempre me haya sugerido la tendenciosidad de Agustín y de Dante, tan

apasionadamente convencidos de la verdad cristiana como lo estaba

Lucrecio de su epicureismo. En De la naturaleza de las cosas hay una

poesía de la fe en la que Epicuro es el fundador de una religión antirreligiosa

de la cual él mismo era el líder en la Atenas de su tiempo. Lucrecio

pretende ser el más creyente de los epicúreos, pero el suyo es un temperamento

altamente idiosincrásico, tal como se puede ver en la traducción

de John Dryden (1685) al inglés (infortunadamente Dryden sólo

tradujo unos fragmentos del poema). Dryden observó con precisión que

“ el rasgo característico de Lucrecio (de su espíritu y de su genio) es un

cierto orgullo noble y la declaración positiva de sus opiniones” . Otro

tanto se podría decir de Dante, el anti-Lucrecio, y nos sería útil como

[116]

recordatorio de que las sensibilidades de los poetas son más importantes

que sus ideologías.

En sus Tres poetas filósofos: Lucrecio, Dante, Goethe (1910), George

Santayana reúne a Lucrecio con su antítesis, Dante, y con Goethe, que

era más un epicúreo que un cristiano. Pero el estudio de Santayana fue

escrito hace casi un siglo y yo creo que ninguno de los tres poetas era

esencialmente filosófico. Lucrecio no es Epicuro en verso, Dante no es

Agustín en verso, y Goethe sólo versifica a Goethe. Incluso en la rapsódica

invocación de Epicuro con que se inicia el libro tercero de De la

naturaleza de las cosas hay un acento especial que no pertenece al fundador

griego sino a la austera sublimidad romana que señala a Lucrecio

como el anti-Dante.

Pues al momento que a gritar empieza

tu razón no ser obra de los dioses

el universo, sin parar escapan

los terrores del ánimo; se extienden

los límites del mundo; en el vacío

veo formarse el universo; veo

la corte celestial y las moradas

tranquilas de los dioses, que agitadas

no por los vientos son, ni los nublados

con aguacero enturbian, ni la nieve

que el recio temporal ha condensado

con blancos copos al caer las mancha;

y cúbrelas un éter siempre claro,

y ríen con luz larga derramada.

Bienes pródiga da naturaleza

a las inteligencias celestiales:

ni un instante siquiera es perturbada

la paz de sus espíritus divinos:

la mansión infernal desaparece,

por el contrario; ni la tierra impide

que contemplen debajo de sus plantas

en el vacío las escenas varias.

Un divino placer y horror sagrado

se apoderan de mí considerando

estos grandes objetos que tu esfuerzo

[117]

hizo patentes descorriendo el velo

con que naturaleza se cubría.

De la naturaleza de las cosas43.

Esto sin duda surge del Evangelio según Epicuro, pero la visión y

el tono son puramente lucrecianos. El suyo es un “divino placer” pero

expresado con tal fuerza que (en el original) se sostiene con gran intensidad,

como una especie de sondeo de la naturaleza del universo llevado

a cabo desde muy alto. La cosmológica confianza en sí mismo de Lucrecio

le permite aconsejarnos que dejemos a un lado el temor de la muerte

porque es irrelevante. Enfrenta con serenidad ese mundo violento que

su poema no pudo enseñarle aVirgilio a soportar serenamente. Su arte

no es tan diverso como el de Virgilio y sus efectos estéticos sobre mí no

son tan poderosos como los de Virgilio, pero me sienta mejor leer a

Lucrecio.

miércoles, 15 de junio de 2022

Frontispicio 5 León Tolstoi. GENIOS. HAROLD BLOOM.





 [100]

Frontispicio 5

León Tolstoi

-¡Eres un valiente! ¡Qué cantidad de tierra abarcaste! -exclamó el

starshina.

El criado acudió corriendo para levantarlo; pero Pajom sangraba por

la boca: había muerto.

Los bashkires chascaron la lengua para demostrar que sentían la muerte

de Pajom. El obrero cavó una fosa de tres arshines, aproximadamente la

longitud del cadáver, y enterró a su amo31.

James Joyce consideraba que “ ¿Cuánta tierra necesita el hombre?”

era el mejor cuento que hubiera sido escrito jamás. Yo personalmente

me inclino a favor de la novela corta Hadji Murad, pero sobre lo que no

hay duda es sobre el hecho de queTolstoi era el mejor de los contadores

de historias, porque su arte, como el de Shakespeare, parece naturaleza.

No es raro que Tolstoi quisiera mal a Shakespeare: una y otra vez afirmó

que Harriet Beecher Stowe era mucho mejor.

La narrativa de Tolstoi es sorprendentemente rica; la de Shakespeare

lo es más aún. El rey Lear enfurecía a Tolstoi, quien la consideraba inmoral.

Falstaff era la única creación shakespeariana que le interesaba a

Tolstoi. Estas son las reacciones de un genio enfrentado a otro y que no

estamos en capacidad de juzgar, si bien siempre podemos aprender de

Tolstoi, en particular cuando se equivoca escandalosamente.

El genio de Tolstoi era peligrosamente similar al de Shakespeare,

cosa que en un cierto nivel de percepción consternaba al autor de La

guerra y la paz y de Ana Karenina, de Hadji Murad y de La sonata a

Kreutzer. Quizás la idea de que Shakespeare y Tolstoi parezcan los escritores

más naturales no sea más que una ilusión del lector, pero es una

ilusión prácticamente universal. A la hora de mostrar el cambio Tolstoi

y Shakespeare no tienen par, ¿y qué puede ser más natural que un proceso

cuya configuración final sea la muerte? Al final de La guerra y la paz,

Pierre es asombrosamente diferente de lo que era al comienzo, y sin

embargo su continuidad es completamente convincente. En el gran arco

[101]

que traza en su paso del regocijo al repudio, Falstaff siempre es Falstaff

y nunca un hombre doble. Tolstoi no podía perdonarle a Shakespeare

que hubiera llegado primero.

[102]

León Tolstoi

1828 | 1910

e n 1822 t o l s t o i tomó lecciones de hebreo de un rabino y se concentró

tenazmente en la lectura de la Biblia, ante la creciente desesperación de

su esposa. Cuando la religión lo absorbía sus desavenencias aumentaban,

pero se acercaban una vez más cuando él se dedicaba de nuevo a la ficción.

Hacía mucho tiempo que Tolstoi había dejado de comulgar con la

Iglesia Ortodoxa rusa y se había convertido en un tolstoiano con muchos

seguidores, tanto en Rusia como en el extranjero. Fue Máximo Gorky

quien hizo el comentario definitivo acerca de la religión de Tolstoi: “Tiene

relaciones muy sospechosas con Dios; a ratos me recuerdan las de

‘dos osos en un mismo cubil’” . Dios no se hubiera sentido cómodo con

el conde León Tolstoi.

Tratar de definir el genio de Tolstoi es una empresa absurda. Era tan

exuberante y fecundo como Balzac y Hugo, pero sin una pizca de su conciencia

de sí y de su extravagancia. Sus juicios acerca de la literatura son

más desconcertantes que ofensivos. Denuncia a Shakespeare, particularmente

a El rey Lear, pero acepta a Falstaff porque este agudo ingenio

“no habla como un actor” . En el fondo entendía que Shakespeare era

su verdadero rival como novelista. Cada vez me resulta más claro que

las dos partes de Enrique iv, consideradas juntas, constituyen una novela

de novelas.

Mi Tolstoi favorito sigue siendo Hadji Murad, pero como he escrito

sobre ella un par de veces, tomaré como ejemplo de su genio otra novela

corta, La sonata a Kreutzer (1889), compuesta varios años antes de que

empezara a escribir Hadji Murad. La relectura de La sonata a Kreutzer

es casi una experiencia traumática: no sé bien si alabar a Tolstoi por

mesmerizarme o estremecerme ante la locura de Pozdnyshev, el narrador

interno de la historia. Este personaje enajenado no es Tolstoi -quien al

fin y al cabo nunca asesinó a la condesa Tolstoi, aunque claramente hubo

ocasiones en las que deseó haberlo hecho-. Pero Tolstoi añadió un apéndice

en el que apoya el argumento de Pozdnyshev de que las relaciones

sexuales de cualquier tipo son malas y de que es necesario evitarlas,

[103]

incluso en el seno del matrimonio. Al comienzo afirmé que Tolstoi estaba

exento de las encantadoras extravagancias características de Hugo

y de Balzac porque esto va más allá de la extravagancia y nos conduce

hacia el cosmos tolstoiano, regido por sus propios principios. El suyo

es un genio tan absoluto que es necesario empezar por su autoridad

cosmológica, que nos convence de que su obra literaria no es como ninguna

otra y las diferencias a su vez apuntalan lo que he de llamar su

autoridad estética, una expresión que lo hubiera enfurecido.

Todo lo que Tolstoi escribió, incluyendo sus más delirantes tratados

morales y teológicos, es inconcebiblemente legible. Al igual que con Shakespeare,

sucumbimos a la ilusión de que la naturaleza se encarga de la

escritura. La paradoja, evidente para cualquiera, consiste en que el elevadísimo

arte de la narrativa de Tolstoi y de los dramas de Shakespeare

parece no ser arte, al menos hasta que uno logra desprenderse del influjo

de su fuerza mimètica y se obliga a ser analítico. El crítico marxista Gyòrgy

Lukács tuvo que considerar a Tolstoi como un caso especial, pues no

era posible dar cuenta de su visión ni de su mundo a través de un punto

de vista formalista. Lukács quería ver en Tolstoi la expresión final del

romanticismo europeo, pero siendo como era un gran lector, no pudo

menos que sucumbir a los grandes momentos en los que Tolstoi muestra

“un mundo claramente diferenciado, concreto y existente” . Un cosmos

tal trascendía la novela y renovaba la épica:

Este mundo es la esfera de la pura realidad social en la que el hombre

existe como hombre, no como un ser social ni como una interioridad aislada,

única, pura y por tanto abstracta. Si este mundo pudiese convertirse

en algo natural y simplemente percibido, en la única realidad verdadera,

se podría construir una nueva y completa totalidad a partir de todas sus

sustancias y relaciones. Sería un mundo en el que nuestra propia realidad

escindida no sería más que un telón de fondo, un mundo que habría despojado

de realidad social nuestro mundo dual de la misma manera como nosotros

hemos despojado el mundo de la naturaleza. Pero el arte no puede

ser nunca agente de dicha transformación: la gran épica es apenas una

forma atada a un momento histórico, y los intentos de describir lo utópico

como existente sólo pueden desembocar en la destrucción de la forma, no

en la creación de realidad. La novela es la forma que corresponde a una

época de pecado absoluto, como dijo Fichte, y debe seguir siendo la for[

104]

ma dominante mientras el mundo siga regido por las mismas estrellas. En

Tolstoi son visibles los indicios de una ruptura hacia una nueva época, pero

siguen siendo polémicos, nostálgicos y abstractos.

Lukács, un gran crítico a la vez habilitado y limitado por su marxismo,

da testimonio de la escandalosa fuerza representativa de Tolstoi, afín

apenas a la de unos cuantos escritores: Homero, el Yavista, Dante, Chaucer,

Shakespeare, Cervantes, Proust. Dicha fortaleza es el origen de la

ilusión de que Tolstoi es el menos “ literario” de los escritores, una ilusión

porque su profunda tendenciosidad y su incesante manejo del lector

lo ubica a medio camino entre San Agustín y Freud, maestros de una

retórica que ya es una psicología. Tolstoi quiere salvarnos y curarnos:

En La sonata a Kreutzer él mismo, medio loco, espera la salvación y la

curación mediante la cesación universal de las relaciones sexuales, ya

sea dentro o fuera del matrimonio.

El que una historia basada en esta premisa sea legible, y más que

legible, sobrecogedora, es prueba desconcertante de que el genio de

Tolstoi es prácticamente único. En su última comedia, Medida por medida,,

Shakespeare creó una Víena mítica en la que la ley -que ahora será

aplicada- exige la decapitación de cualquier hombre que haya tenido

relaciones sexuales fuera del matrimonio. Si dicha ley se aplicara a la

mera realidad, el mundo se despoblaría rápidamente, pero no tan rápidamente

como lo previo Tolstoi en una carta a su satélite Chertkov:

Así pues, todo el mundo debe evitar el matrimonio y, si ya está casado,

él y su esposa deben vivir como hermanos... Me replicará usted que

esto significaría el fin de la raza humana... ¡Qué infortunio! Los animales

antediluvianos ya abandonaron la tierra, y los animales humanos desaparecerán

también.

En sus Recuerdos de Tolstoi, Máximo Gorki cuenta de una ocasión

en la que Tolstoi trata de silbar al son de un pinzón pero no puede seguirlo:

-Lleva el diablo en el cuerpo, está enojada la pequeña criatura.

¿Qué es?

Yo le hablé del pinzón y de su característica envidia.

[105]

-Su vida no es más que una sola canción -dijo-, y a pesar de ello es

envidioso. El hombre lleva en el corazón centenares de canciones, tristes

y alegres, y le reprochan su envidia. ¿Es justo?

Hablaba lentamente como si se interrogara a sí mismo.

-Hay momentos en que un hombre le cuenta a una mujer más de lo

que debiera saber de él. Luego él olvida lo que ha dicho, pero ella lo recordará.

Los celos, ¿no serían acaso el miedo de rebajar su alma, el temor

de ser humillado y ridiculizado? La mujer peligrosa no es la que sujeta al

hombre por su lascivia, sino la que lo sujeta del alma.

Le dije que eso estaba en desacuerdo con su Sonata a Kreutzer. Una

sonrisa iluminó su rostro y respondió:

-Yo no soy un pinzón.

Por la tarde, durante el paseo, dijo súbitamente:

-El hombre soporta terremotos, epidemias, enfermedades, tormentos

en el alma, pero en todo tiempo su más dolorosa tragedia ha sido, es y

será, la tragedia de la alcoba3®.

El pobre Pozdnyshev es un pinzón y la “ tragedia de la alcoba” lo

convierte en un asesino. El crítico John Bayley ilumina aTolstoi al compararlo

con Goethe y poniendo en entredicho el contraste queThomas

Mann establece entre los dos hombres:

Tolstoi era un egoísta monumental, pero un egoísta de muy diferente

índole. Mientras que Goethe no estaba interesado más que en sí mismo,

Tolstoi no era más que él mismo; y por consiguiente su percepción

de lo que la vida había llegado a significar para él era más íntima y conmovedora.

Misteriosa como es la cercanía de Tolstoi con el lector, esta resulta

de lo más desconcertante en La sonata a Kreutzer. Y sin embargo no

conozco a ningún lector que haya podido simpatizar con el malhadado

Pozdnyshev, aunque tampoco podemos permanecer impasibles ante el

horror y la intensidad con las que Tolstoi describe a este marido enloquecido

de celos asesinando a su mujer:

“ ¡No mientas, miserable!” , vociferé agarrándola con la mano izquierda;

pero ella se desprendió. Entonces, sin soltar el puñal, la así del cuello,

la derribé y empecé a ahogarla. Me pareció que tenía el cuello áspero. Me

[106]

cogió las manos tratando de librarse. Como si sólo hubiese esperado esto,

le asesté una puñalada en el lado izquierdo, debajo de las costillas.

Los que afirman obrar inconscientemente, en un arrebato de furor,

mienten. Tenía una clara visión de todo y no dejé de tenerla un solo momento.

Cuanto más aumentaba mi acceso de locura, tanto más resplandeciente

era la luz de mi conciencia, gracias a la cual me era posible ver

lo que hacía. No puedo afirmar que supiera de antemano lo que iba a hacer,

pero en el momento en que llevaba a cabo el acto, incluso un poco antes,

me daba cuenta de todo, como si me dieran la posibilidad de arrepentirme,

de comprender que estaba a tiempo de detenerme. Me constaba que iba

a herirla debajo de las costillas y que el puñal penetraría en la carne. En

el momento mismo en que cometía el acto, sabía que hacía una cosa espantosa

que tendría terribles consecuencias. Pero la conciencia de esto pasó

como un rayo, e inmediatamente siguió el acto mismo, que realicé con una

extraordinaria claridad. Recuerdo una momentánea resistencia debida al

corsé y a algo más y, después, cómo se hundió el puñal en algo blando. Mi

mujer agarró la hoja con ambas manos y se hirió, pero no logró detenerla.

Estando en la cárcel, después de la evolución moral que se realizó en mí,

medité mucho sobre aquel momento. Recuerdo que por un instante fugaz

tuve la horrible conciencia de que mataba, de que había matado a una mujer

indefensa, a mi esposa. Deduzco y hasta recuerdo vagamente que, después

de haber hundido el puñal, lo retiré acto seguido deseando reparar

el mal que había hecho. Permanecí inmóvil y esperé para ver qué ocurría

y si sería posible reparar el daño. Mi mujer se puso en pie exclamando:

“ ¡Niania, me ha matado!”39.

Quizás la única razón por la cual podemos buscar el genio en este

fragmento sin cortejar la moralidad o el sadismo es que se trata de Tolstoi.

Cuando pienso en él, los recuerdos se me acumulan: el príncipe

Andrei se enamora de Natasha cuando ella canta al clavicordio; Ana

Karenina yace en su cama mirando hacia una única vela prácticamente

consumida, que al final tiembla y se apaga; Hadji Murad, herido de

muerte, que, con “el puñal en la mano... se lanzaba contra el enemigo...

cojeando pesadamente” 40. Y al lado de estos recuerdos, me sobrecoge

el de la esposa de Pozdnyshev hiriéndose al agarrar el cuchillo con ambas

manos y sin embargo incapaz de detenerlo.

Es válida aunque trillada la afirmación de los críticos de que Tolstoi

lo ve todo como si nadie lo hubiera visto jamás, y sin embargo mezcla

[107]

la extrañeza de lo que ve con el sentido de lo universal. Nos resulta incómodo

poner a prueba ese lugar común con el asesinato de la esposa

de Pozdnyshev, pero la máxima se sostiene. Tolstoi es un contador de

cuentos tan virtuoso que este asesinato ficticio es tan memorable como

la carnicería que Macbeth lleva a cabo con Duncan. Shakespeare le resultaba

preocupante a Tolstoi porque su propio desapego como escritor

se aproximaba al de él, y cuando la supremacía del arte se imponía,

Tolstoi dejaba de moralizar.

Me deja perplejo el hecho de que Tolstoi consideraría que mis comentarios

son los de otra víctima seducida por su arte, arte que él mismo

rechaza al tiempo que se impone en este ámbito. Gary Saul Morson

verbaliza nuestro dilema de manera irrefutable: uLa sonata a Kreutzer

es una obra maestra de la estética espléndidamente realizada, que nos

enseña a despreciar tal maestría y tal logro: esa es su engañosa estrategia”

. Y sin embargo los diálogos más poderosos de Platón ponen en

escena la misma duplicidad: son resplandores estéticos que nos enseñan

a exilar la experiencia estética. A l igual que Platón, Tolstoi condena

el arte porque está seguro de conocer la verdad; la diferencia radica en

que Tolstoi es su propio Sócrates y está dispuesto a convertirse en un

mártir de la verdad. Tanto Platón como Tolstoi, siendo como son artistas

literarios que han alcanzado la cima, se salen con la suya en este sucio

negocio de la seducción, al tiempo que la censuran.

La sonata a Kreutzer concluye con un patetismo al que no puedo

resistirme pero que tampoco perdono:

[Pozdnyshev] iba a decir algo, pero se interrumpió sin poder contener

los sollozos. Después de hacer un esfuerzo, prosiguió:

-Comencé a comprender sólo cuando la vi en el ataúd...

Sollozó de nuevo, pero continuó precipitadamente:

-Sólo al verla muerta comprendí lo que había hecho. Era yo quien la

había matado, era yo el culpable de que ese ser vivo, móvil y caliente se

hubiera vuelto inmóvil, frío y amarillento... Comprendí que esto no podría

repararse jamás. Quien no haya pasado por una cosa así, no puede

comprenderlo. ¡Oh, oh, oh! -repitió varias veces.

Durante largo rato permanecimos callados. Pozdnyshev sollozaba

estremeciéndose. Su rostro había adelgazado, alargándose, y su boca parecía

extenderse en toda su anchura.

[108]

-Si hubiera sabido lo que sé ahora, las cosas hubieran sucedido de

otro modo. No me hubiera casado con ella por nada del mundo... No me

hubiera casado en absoluto.

De nuevo guardamos silencio.

-Perdóneme...

Se alejó y, echándose en el asiento, se tapó con una manta de viaje. Al

llegar a la estación en que debía bajar -eran las ocho de la mañana-, me

acerqué a él para despedirme. No sé si dormía o fingía dormir, pero el caso

es que estaba inmóvil. Lo toqué. Se destapó la cara y comprendí que no

había estado durmiendo.

-Adiós —pronuncié tendiéndole la mano.

Me la estrechó y sonrió imperceptiblemente, pero su expresión era

tan lastimosa que sentí deseos de llorar.

-Perdóneme -repitió.

Era la palabra con la que había terminado su relato41.

Tolstoi, resuelto a castigarnos por nuestra incapacidad de resistirnos

a su genio, no tiene indulgencia alguna. Lo que realmente quiere

decir es que él (que tuvo trece hijos con su esposa) nunca debió haberse

casado, y nosotros tampoco. La ausencia de mutua indulgencia entre

el escritor y el lector/crítico no significa nada a la hora de comprender

la narrativa de Tolstoi. Esta me parece una forma adecuada de ubicar

su genio.

lunes, 13 de junio de 2022

CÁTEDRA EN EL CAFÉ. RITMO Y CADENCIA EN LA PROSA. J. MÉNDEZ LIMBRICK



 Gracias a todas las personas que han tenido la curiosidad de visitar el blog.

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ANOTACIONES SOBRE LITERATURA

CÁTEDRA EN EL CAFÉ:

Muchas personas creen que solo el ritmo debe ser para la poesía. Equivocados: el buen texto literario debe de tener cierto ritmo. Un ejemplo de lo anterior lo constituye Rulfo en Pedro Páramo. Cada frase posee una cadencia rítmica y que la misma va aparejada y correlacionada con la idea o imagen narrada. Lamentablemente hoy estamos colmados de escritores sordos.


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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

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