Frontispicio 7
Virgilio
. ..tantos como las hojas que en el bosque a los primeros fríos otoñales
se desprenden y caen o las bandadas de aves en vuelo sobre el mar
que se apiñan en tierra cuando el helado invierno las ahuyenta
a través del océano en busca de países soleados.
En pie pedían todas ser las primeras en pasar el río
y tendían las manos en ansia viva de la orilla opuesta44.
El Virgilio de Dante no tiene mucho que ver con el poeta romano,
quien jamás anheló la dispensación cristiana. Virgilio -profundamente
influido por Lucrecio- tenía una visión epicúrea de la ocurrencia del
dolor y el sufrimiento en la existencia natural, y no percibía nada trascendental
en el porvenir. Más que guiar a Dante, el verdadero Virgilio
habría vivido en el Infierno en la misma tumba con Farinata, o habría
atravesado las arenas ardientes con los sodomitas. Dante escogió un guía
con base en criterios estéticos y sin relación alguna con la alegoría teológica.
El genio poético de Virgilio no tenía nada en común con Dante, pero
sus afinidades con Lucrecio y con Tennyson son auténticas y reveladoras,
como también se acercan ciertos aspectos de Robert Frost.
Virgilio es el poeta laureado de las pesadillas. Su diosa Juno es la
personificación literaria más poderosa que conozco del miedo masculino,
prácticamente universal, del poder femenino. En la Eneida, el amor
es una especie de suicidio. Dido, el personaje que más compasión genera
en la épica, se destruye a sí misma con tal de no soportar la humillación
de ser abandonada por el pío y presuntuoso Eneas, que tiene más
que ver con el emperador Augusto, patrón de Virgilio, que con un Aquiles
o un Ulises.
En Virgilio, todos extendemos nuestros brazos anhelantes hacia la
lejana orilla; dejamos atrás nuestro placer natural y nuestro dolor erótico
mientras el barquero nos transporta hacia la otra orilla, opacada por
las sombras.
[119]
No hay victoria en la victoria para Virgilio, y sus dioses son tan pobres
de espíritu como poderosos en su dominio sobre nosotros. Y sin
embargo la elocuencia virgiliana es extraordinaria. La letanía de la pérdida
nunca volvería a ser tan exquisita.
[120]
Virgilio
70 | 19 a.c.
p o e t a , p s ic ó l o g o - t e ó l o g o y poeta de poetas (dejando a Shakespeare
a un lado): a estos tres los une para siempre la nostalgia de la autoridad
romana, el anhelo de un orden a la vez trascendente y mundano. Y sin
embargo, difícilmente podríamos decir que vivieron vidas paralelas. Virgilio
murió sin haber terminado su poema épico, la Eneida, y evidentemente
deseaba que su manuscrito fuese destruido. Agustín, obispo de
Hipona -en la actual Argelia- vio el fin de sus días mientras los vándalos
destrozaban las puertas de la ciudad. Dante murió de malaria, enfermedad
que contrajo durante una misión diplomática que le encomendara
uno de sus anfitriones, quien contribuyera a su sustento durante su largo
exilio de Florencia. Una tristeza común permea estas tres muertes conmovedoras:
la de Virgilio, que deseaba que su logro se eclipsara; la de
Agustín, quien temía por su rebaño, amenazado por los bárbaros heréticos;
la de Dante, a 25 años de cumplir la edad “perfecta” de 81, con lo
cual su profecía se habría realizado. No obstante, cada uno de estos visionarios
había hecho milagros con su genio: la Eneida; las Confesiones
y La ciudad de Dios; la Divina comedia.
En términos contemporáneos, Virgilio era un poeta profesional -era,
de hecho el laureado imperial-, en tanto que Agustín era un profesor
de literatura convertido en obispo católico, y Dante fue un fracasado
político florentino mágicamente transformado en poeta profètico, de la
estirpe de Isaías y Ezequiel. No hubo equivalentes a estos titanes en el
siglo que acaba de pasar. Joyce, un católico renegado, Proust, un escéptico
medio judío, y Kafka, el exilado judío por antonomasia, son nuestras
piedras de toque imaginativas, y quizás no sucumban tan estrepitosamente
ante Virgilio, Agustín y Dante como originalidades imaginativas.
Y sin embargo en Joyce, Proust y Kafka no encontramos nada como la
nostalgia de la autoridad romana. Hay que buscar entre las figuras menores,
como Ezra Pound y T.S. Eliot, para encontrar anhelos de esa
índole por ideas arcaicas de orden. A pesar de su elocuencia ocasional,
Pound no es ningúnVirgilio, y Eliot, a pesar de su rigor no es un intelectual
equiparable a Agustín ni un poeta como Dante. Si nuestro Dante
[121]
fue Kafka, como lo creía W.H. Auden, podríamos también nominar a
Proust para nuestro Agustín, visionario de la memoria y del tiempo, y a
Joyce como nuestro Virgilio, ambos continuadores de Homero. Pero esta
tríada del siglo xx era de maestros del caos y no de buscadores del orden.
El latín, lengua que conectó al cristiano Agustín con el pagano Virgilio,
fue también progenitora del toscano vernáculo de Dante, que por
cuenta de su utilización en la Divina comedia se convirtió en la lengua
literaria de toda Italia. Después de cuatro siglos, Virgilio estaba tan cerca
de un romano africano culto como Agustín, como Shakespeare lo está
de nosotros. Agustín era un lector extraordinario, comparable, en el siglo
xviii inglés, al doctor Johnson. En un estudio reciente, The Shadows o f
Poetry: Vergilin theMind ofAugustine (1998) [Las sombras de la poesía:
Virgilio en la mente de Agustín], Sabine MacCormack afirma que el teólogo
cristiano “ era indudablemente el más inteligente y perspicaz de los
lectores antiguos de Virgilio” . Yo me aventuraría a decir que la atracción
fundamental que Agustín ejerció sobre Dante no fue tanto teológica
como basada en el mutuo amor que sentían por Virgilio. Los académicos
modernos se equivocan usualmente al hacer énfasis en la ortodoxia
católica de Dante, ya que este impuso su propio genio a la fe tradicional
de Pablo y Agustín. Pero también es cierto que Dante bautizó la imaginación
virgiliana, convirtiendo a un poeta epicúreo en un celebrante
protocristiano. Agustín había citado copiosamente aVirgilio en contextos
cristianos para iluminar la moral cristiana, pero nunca fue tan lejos como
Dante en su poderosa y deliberadamente equivocada interpretación de
Dante.
El Virgilio de la Divina comedia es un personaje necesariamente literario,
como lo es Dante el peregrino. Pero la autoridad poética de Dante
es tan convincente que a un lector le podría tomar un buen rato darse
cuenta de que todas las personas que aparecen en la Comedia son personajes
literarios, aunque usen nombres históricos. El poeta latino Estacio
nunca se convirtió al cristianismo, pero Dante lo necesitaba con Virgilio
en el Purgatorio en una escena crucial y conmovedora, así que falsificó
la verdad histórica. Como veremos, en muchos aspectos Virgilio fue el
discípulo del gran poeta epicúreo Lucrecio, que le era desconocido a
Dante y que hubiera escandalizado al maestro toscano.
La Comedia tiene tres personajes principales: Dante el peregrino,
su “padre” Virgilio, y la magnífica y enigmática figura de Beatriz, a quien
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Dante eleva a una eminencia extraordinaria en la jerarquía celestial. El
enigma de Beatriz radica en el hecho de que es un invento de Dante,
logrado con una audacia que difícilmente tiene igual en la literatura. Si
Dante no hubiese sido uno de los dos poetas supremos de la literatura
occidental, Beatriz habría sido la imposición escandalosa de un mito
personal en la formidable estructura de la teología católica romana. Amparado
por el espíritu de este libro, sugiero que consideremos a Beatriz
como el genio de Dante Alighieri, su “amante interior” , para usar una
frase de Wallace Stevens. El genio de Virgilio era su pesadilla, Juno,
nefasta desde todo punto de vista. Beatriz era, en cambio, el evangelio
según Dante, la portadora de buenas nuevas.
La Divina comedia es un “poema sagrado” más que un poema épico,
y se podría decir que el mismo Dante lo consideraba el tercer testamento,
un complemento de las Escrituras. No hay un solo personaje en Shakespeare
a quien podamos considerar su genio: podríamos nominar a
Hamlet, a Falstaff, a Cleopatra, a Yago, a Macbeth, a Lear o a Rosalinda,
pero en grupo. Según Blake y Shelley, el genio de Milton era Satanás;
aunque quizás deberíamos asignarle el papel a la luz interior que el poeta
invoca al comienzo del canto tercero de El paraíso perdido.
La gran poesía siempre pierde con la traducción y la Comedia, que
es el poema más vigoroso, tiene más que perder que la Eneida. Paradójicamente,
Dante sobrevive a la traducción mejor que Virgilio. Acabo de
releer el Purgatorio del poeta estadounidense W.S. Merwin, y me parece
que logra transmitir más de la invención original de Dante que las
versiones de la Eneida de Robert Fitzgerald o de Alien Mandelbaum,
igualmente admirables. Dante -que sobrepasa aVirgilio como maestro
del matiz- tiene tal vigor cognitivo y pura fuerza de voluntad y deseo
que prácticamente podríamos despojar su texto de matices y aún así
seguiría siendo preternaturalmente poderoso. La confianza que Dante
tiene en sí mismo es enorme. Es equiparable a la de los mejores poetas
ingleses —Shakespeare, Chaucer, Milton—, pero la ironía compartida por
Chaucer y Shakespeare nos impide ver su confianza en sí mismos. La
exuberancia personal de Milton es lo que más se parece a Dante, pero
no es fácil pensar en un poeta inglés que se parezca esencialmente a
Virgilio. Tennyson y T. S. Eliot tienen sus facetas virgilianas, y cada uno
de ellos se acerca, por separado, a la elocuencia pesadillesca de Virgilio.
La Eneida es un poema infinitamente paradójico, ya que su héroe
épico se basa parcialmente en Octavio César, vencedor de Antonio y
[123]
Cleopatra, y fundador indiscutido del Imperio romano. Augusto era el
patrón de Virgilio y fue el orgulloso receptor de la Eneida y el encargado
de su conservación, contra los deseos expresos del poeta a la hora de su
muerte. El emperador Augusto necesitaba el poema para infundir a sus
contemporáneos con la idea de orden y grandeza, de autoridad heredada;
Eneas siempre mira hacia el futuro, al surgimiento de una nueva
Troya que le ponga término al exilio e inaugure la justicia. Dante, exilado
de exilados, encontró la justicia en la Comedia, pero no está claro
que Eneas y Virgilio estén de acuerdo. Lo que Virgilio descubre es el
sufrimiento, un sufrimiento sin fin. Eneas es el héroe del poema pero
no el de Virgilio, una divergencia que aumenta el interés de la épica
porque el héroe equivocado en el poema correcto es un preludio del arte
de Shakespeare.
Me deja perplejo el no haber conocido a ningún lector que admita
preferir al héroe Eneas, indudablemente admirable, sobre Dido, de
quien Eneas se enamora y a quien abandona, o Tumo, a quien Eneas mata,
pero sólo después de que una obscena furia enviada por Juno aturde
completamente al héroe italiano hasta dejarlo indefenso. ¿Qué pretendía
Virgilio al otorgarle a su héroe la ambigua victoria de asesinar lo que en
términos prácticos ya era un cadáver?
Los dioses de Epicuro y de Lucrecio son indiferentes a las preocupaciones
de los hombres, pero el Júpiter del epicúreo Virgilio, quien lee
a Lucrecio como si se tratara de las verdaderas Escrituras, apenas es
mejor que su consorte, y Juno es un monstruo. El genio de Virgilio se
activa con la profunda piedad que siente ante el sufrimiento humano,
incluido el suyo, y sin embargo la esencia de dicho genio parece ser la
angustia constante, incluso el terror agudo, que le produce la contemplación
de la ira sin fin de Juno. Podemos considerar que la figura de Juno
en Virgilio es la proyección pesadillesca de un componente universal en
el temor masculino ante el poder femenino. Virgilio insinúa sutilmente
una orientación homoerótica que se conmueve con Dido, el amor abandonado
de Eneas, pero más se conmueve con Turno, rival y víctima de
Eneas. A pesar de haber cantado las loas de Augusto como la esperanza
mundial de orden, paz y justicia, no hay una brizna de esperanza en la
forma como Virgilio enfrenta la realidad.
El genio de Virgilio se inviste en parte de su extraordinario poder
de expresión y de su sensibilidad sobrenatural al sufrimiento. Este poder
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y esta sensibilidad compensan su debilidad relativa en un área en la que
el genio suele manifestar su fortaleza: la originalidad. En la primera
mitad de la Eneida Virgilio se dedica a imitar la Odisea, en la segunda
mitad, la Ilíada. Y su filosofía religiosa se basa esencialmente en la ferocidad
epicúrea de Lucrecio, un poeta a quien Dante jamás habría de leer
pero que seguramente habitaba la mesa de escribir de Virgilio. Es posible
que Virgilio haya sido el primer escritor europeo en demostrar que el
genio puede ser relativamente débil en la invención, mientras sea recio
y diverso en la sensibilidad. Cuando pienso en la Eneida sin abrir sus
páginas, lo primero que se me viene a la cabeza es la humillación erótica
de Dido, abandonada por el virtuoso sinvergüenza Eneas, de una nobleza
insoportable. Y sin embargo esta es sólo una forma de ver las cosas, pues
Virgilio se aparta de sus personajes femeninos al tiempo que se muestra
dolorosamente sensible a su realidad. Sus personajes masculinos jóvenes
lo conmueven de una forma en que no lo conmueve Dido. No hay
una sola mujer (que yo recuerde) a quien Virgilio compare con una flor,
pero sus hombres jóvenes son como flores. Esto trasciende su homoerotismo
y se relaciona con una forma de ver el mundo que acepta al tiempo
que rehuye la aspereza lucreciana en relación con el reino de Venus.
Su notoria presencia en uno y otro lado de la divisoria hace de Virgilio
quizás el más consistentemente ambivalente de todos los poetas, más
aun que Baudelaire.
La Eneida es una épica que quiere serlo y sin embargo su tonalidad
se vuelve elegiaca con tanta frecuencia que no se parece a nada en su
género. Su héroe vive acongojado y no cesa de lamentarse por Troya,
incluso mientras se abre camino hacia la fundación de Roma. Los poetas
cristianos desde Dante hasta T.S. Eliot han insistido en ver en Virgilio
a un poeta ansioso de una revelación, pero a mí eso me resulta tan curioso
como el descubrimiento por parte de Simone Weil de las afinidades
entre los Evangelios y la Ilíada. Hace medio siglo Eliot escribió: “En
la medida en que somos herederos de la civilización europea podemos
considerarnos todos ciudadanos romanos, y el tiempo aún no ha desmentido
a Virgilio” . Fue una observación asaz curiosa en el epílogo del
horror nazi, y ahora sigue pareciendo extravagante. La ideología augusta
en la obra de Virgilio es compatible con la romanización de la cristiandad,
pero resulta arcaica en la época actual del imperio de la información.
Nuestro emperador Augusto es el segundo George Bush, que no
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necesita a un Virgilio. La vigencia del genio de Virgilio sólo ha sido posible
por su perdurable sensibilidad, que no tiene mucho que ver con
Eneas ni con Augusto.
El cosmos de Virgilio está regido por un Júpiter de lo más curioso,
que no es ni homérico ni lucreciano. En Homero, los dioses son nuestros
espectadores; en Lucrecio, no se ocupan de nosotros. El Júpiter de
Virgilio impone su voluntad a nuestro destino: su voluntad es nuestra
guerra, es la interminable dominación romana, es el abandono de Dido
por parte de Eneas. La fortuna, o la voluntad de Júpiter, es masculina y
no la podemos distinguir del poder ni de la fuerza. Juno, hermana y
esposa de Júpiter, es una imagen mucho más pesadillesca y podríamos
considerarla la musa pragmática de la Eneida, pues sus iras y su resentimiento
alimentan esa faceta de marcha mortal que tiene el poema, ese
impulso hacia una destrucción radiante. Una de las fortalezas estéticas
primordiales de la Eneida es el hecho de que la acción avanza perpetuamente,
sin remordimientos, a diferencia de Virgilio, exquisitamente
susceptible a todas las angustias que describe. Esta discrepancia entre
la inexorabilidad narrativa y la aflicción implícita del poeta es uno de
los rasgos originales más sobresalientes de la Eneida, uno que escasea
incluso en las más imaginativas literaturas. No logro oír en Dante, cuyas
afinidades con Virgilio son en gran parte un mito creado por él mismo,
esta cantinela subterránea tan característica de Virgilio. El poeta de la
Eneida era un epicúreo, pero a diferencia de Lucrecio, no halló consuelo
alguno en las advertencias de Epicuro acerca del temor y la ansiedad.
¿Habrá un poeta sumido en una angustia más sublime que la deVirgilio?
Como su protagonista, Eneas, Virgilio está sometido a una voluntad más
fuerte que hace parecer superfluo su heroísmo. PeroVirgilio no es piadoso
como Eneas. No parecería que Virgilio haya sido un adorador de la
fortuna, como no lo fue de la terrible Juno.
Gracias a Dido, la reina de Cartago, Virgilio alcanza una gloria que
de otra manera no obtendría a estas alturas de la historia literaria. Su
amor-muerte conserva una energía que aún nos sorprende: ¿cómo pudo
el descolorido Eneas despertar en ella una pasión tan aterradora? A uno
le parece que conoció al hombre equivocado: Turno, el rey italiano que
Eneas mata al final del poema, habría sido más apropiado, un Antonio
de su Cleopatra. Dido y Turno son de temperamento ardiente, Eneas a
veces preludia al Daniel Deronda de George Eliot, el más responsable
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de los mojigatos. Pero la verdadera afrenta de Dido, víctima de Venus y
de Juno, y víctima en la práctica de Eneas, es inolvidable:
¿A qué más disimulo? ¿o qué otro lance
espero ya sin desfogar mi pecho?
¿Tuvo acaso un gemido ante mi llanto?
¿a mí volvió sus ojos? ¿dio, vencido,
una lágrima al duelo de su amante?
¿Qué ponderar primero? Ya sin duda
ni Juno, la gran diosa, ni el Saturnio
mirarnos quieren con piedad... No queda
dónde buscar lealtad que firme dure...
Náufrago, miserable, lo recojo;
le doy, loca de mí, parte en mi reino;
salvo sus naves de completa ruina,
salvo sus compañeros de la muerte...
¡ay furias que me abrasan y transportan!
y es hoy Apolo, hoy los agüeros licios,
hoy es el mensajero de los dioses,
propio heraldo de Jove, quien del cielo
le trae este mandato abominable!
¡Digna labor para los altos númenes,
que en tal cuidado su quietud empañan!
Ni te retengo ya ni te respondo.
¡Ve en pos de Italia en alas de los vientos
busca tus reinos por las negras ondas.
Mas si hay deidades pías que algo puedan,
confío que entre escollos te atormenten
donde llames a Dido en tu agonía45.
Ella ya ha resuelto suicidarse y esta preciosa traducción se queda
corta a la hora de transmitir su humillación y su trauma, sentimientos
en los cuales Virgilio es el gran maestro. Dido intenta exclamarlo todo
al tiempo, expresar su sensación de estar en llamas. Su desdén ante la
formidable colección de divinidades reunidas para desairar a una mujer
es impresionante, y su furia ante la traición es como de Medea. Uno
se pregunta cómo leería Dante este pasaje, considerando que segura[
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mente fue el causante de varios episodios idénticos a lo largo de su carrera
erótica. Digan lo que digan muchos académicos, no se puede acusar
a Virgilio de misoginia. Como siempre, el poeta no se muestra indiferente
pero logra curiosamente ponerse del lado de Dido y del de Eneas,
cosa prácticamente imposible. ¿Qué decir en favor de Eneas? Disfrutó
de la virtuosa viuda sin estar enamorado de ella y lo único que puede
alegar en defensa de su sinvergüencería es patético: los dioses me obligaron
a hacerlo, ¿y por qué no voy a poder fundar mi propia ciudad como
usted? Uno casi desearía que Dido le arrojara una lanza.
Cuando el augusto burlador de viudas desciende al Averno, no sale
bien librado de su encuentro con la sombra de Dido; pero Virgilio se
queda dormido en esta escena, como lo observó enfurecido el doctor
Samuel Johnson, quien consideraba a Virgilio un mero imitador del
poderoso y original Homero: Ulises había bajado al Hades, donde había
sido objeto del desdén de Áyax por haberlo despojado fraudulentamente
del escudo y las armas de Aquiles. ¿Cómo no disfrutar de la soberbia
demolición de Virgilio que emprende Johnson con tanto gusto?
Virgilio envía a Eneas al Hades, donde se encuentra con Dido, reina
de Cartago, cuya muerte había provocado con su perfidia; él la aborda lleno
de ternura y de disculpas, pero la mujer se aleja, como Áyax, con mudo
desdeño. Se aleja como Áyax pero carece de todas las demás cualidades
que confieren al silencio decoro y dignidad. Ella hubiera podido estallar
en reproches, clamores y denuncias como otras mujeres burladas, y eso
no hubiera significado un alejamiento sustancial del tenor de su conducta;
pero Virgilio tenía la imaginación llena de Áyax y no pudo ir más allá y
enseñarle a Dido otra forma de resentimiento.
Johnson está siendo deliciosamente injusto conVirgilio pero es evidente
que ha dado en el blanco. Las originalidades de Virgilio, asediadas
por Homero, residen en el patetismo y la negatividad que el doctor Johnson
rechazaban pero que tienen que ver nuestros dilemas, al tiempo que
conmovían y convencían a los primeros lectores de Virgilio. Estas visiones
negativas, entre las cuales se incluye la historia de Dido, surgen del
conflicto que hay en Virgilio entre la indiferencia de Lucrecio hacia la
gloria política, militar y erótica y la exultación romántica del heroísmo
y la búsqueda de una reunión con Penèlope presentes en la Odisea. Fue
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una suerte poética que Virgilio no pudiera resolver sus ambivalencias.
Si Lucrecio hubiese logrado convencer aVirgilio de abrazar un riguroso
epicureismo, la muerte no le habría preocupado y hubiésemos perdido
esa vibrante sublimidad eternamente única:
De aquí parte la senda que conduce
al tartáreo Aqueronte, vasta ciénaga
que en turbios remolinos lanza hirviente
su arena toda en el Cocito. Horrendo
el barquero que vela junto al río,
Caronte, el viejo horriblemente escuálido:
tendida sobre el pecho se enmaraña
la luenga barba gris; inmóviles miran
sus ojos, dos centellas; desde el hombro
cuelga de un nudo su andrajoso manto.
Largo varal empuña, y con la vela
hábil maniobra al trasbordar los cuerpos
en el mohoso esquife. Ya es anciano
mas su vejez de dios garbea airosa.
En ciega confusión se arremolina
en la playa hacia él la inmensa turba,
hombres, mujeres, valerosas sombras
de héroes difuntos, párvulos y vírgenes,
jóvenes entregados a la pira
a vista de sus padres: no son tantas
las hojas en la selva desprendidas
que al primer frío de otoño caen,
ni las aves que llegan a la orilla
desde el confín del mar formando nube,
cuando en fuga las pone el crudo invierno
hacia tierras del sol. Almas dolientes
que todas ruegan por pasar primeras,
con igual ademán: manos tendidas
en ansia eterna de la opuesta playa.
Mas el rudo barquero las escoge,
unas ahora, otras después, y lejos
a las demás dispersa por la arena46.
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La metáfora de las hojas como representación de las generaciones
humanas es de Homero, pero es transformada por Virgilio con un ingenio
que ha inspirado a poetas desde Dante, Spenser, Milton y Shelley,
hasta Whitman y Wallace Stevens en Estados Unidos. Se pasa de las hojas
otoñales y las aves migratorias al gran pathos de las almas indigentes,
insepultas, que son condenadas a vagar y dar vueltas durante un siglo
por el lugar más incierto de las aguas negras. Tender las manos con el
ansia de alcanzar la orilla más distante es desear el olvido, y esta imagen
es puramente virgiliana, no de Homero ni de Lucrecio. Augusto y
el destino de los romanos se desvanecen, lo que queda es esta ansia negativa.
[
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