sábado, 18 de junio de 2022

Frontispicio 7 Virgilio. GENIOS. HAROLD BLOOM.

 




Frontispicio 7

Virgilio

. ..tantos como las hojas que en el bosque a los primeros fríos otoñales

se desprenden y caen o las bandadas de aves en vuelo sobre el mar

que se apiñan en tierra cuando el helado invierno las ahuyenta

a través del océano en busca de países soleados.

En pie pedían todas ser las primeras en pasar el río

y tendían las manos en ansia viva de la orilla opuesta44.

El Virgilio de Dante no tiene mucho que ver con el poeta romano,

quien jamás anheló la dispensación cristiana. Virgilio -profundamente

influido por Lucrecio- tenía una visión epicúrea de la ocurrencia del

dolor y el sufrimiento en la existencia natural, y no percibía nada trascendental

en el porvenir. Más que guiar a Dante, el verdadero Virgilio

habría vivido en el Infierno en la misma tumba con Farinata, o habría

atravesado las arenas ardientes con los sodomitas. Dante escogió un guía

con base en criterios estéticos y sin relación alguna con la alegoría teológica.

El genio poético de Virgilio no tenía nada en común con Dante, pero

sus afinidades con Lucrecio y con Tennyson son auténticas y reveladoras,

como también se acercan ciertos aspectos de Robert Frost.

Virgilio es el poeta laureado de las pesadillas. Su diosa Juno es la

personificación literaria más poderosa que conozco del miedo masculino,

prácticamente universal, del poder femenino. En la Eneida, el amor

es una especie de suicidio. Dido, el personaje que más compasión genera

en la épica, se destruye a sí misma con tal de no soportar la humillación

de ser abandonada por el pío y presuntuoso Eneas, que tiene más

que ver con el emperador Augusto, patrón de Virgilio, que con un Aquiles

o un Ulises.

En Virgilio, todos extendemos nuestros brazos anhelantes hacia la

lejana orilla; dejamos atrás nuestro placer natural y nuestro dolor erótico

mientras el barquero nos transporta hacia la otra orilla, opacada por

las sombras.

[119]

No hay victoria en la victoria para Virgilio, y sus dioses son tan pobres

de espíritu como poderosos en su dominio sobre nosotros. Y sin

embargo la elocuencia virgiliana es extraordinaria. La letanía de la pérdida

nunca volvería a ser tan exquisita.

[120]

Virgilio

70 | 19 a.c.

p o e t a , p s ic ó l o g o - t e ó l o g o y poeta de poetas (dejando a Shakespeare

a un lado): a estos tres los une para siempre la nostalgia de la autoridad

romana, el anhelo de un orden a la vez trascendente y mundano. Y sin

embargo, difícilmente podríamos decir que vivieron vidas paralelas. Virgilio

murió sin haber terminado su poema épico, la Eneida, y evidentemente

deseaba que su manuscrito fuese destruido. Agustín, obispo de

Hipona -en la actual Argelia- vio el fin de sus días mientras los vándalos

destrozaban las puertas de la ciudad. Dante murió de malaria, enfermedad

que contrajo durante una misión diplomática que le encomendara

uno de sus anfitriones, quien contribuyera a su sustento durante su largo

exilio de Florencia. Una tristeza común permea estas tres muertes conmovedoras:

la de Virgilio, que deseaba que su logro se eclipsara; la de

Agustín, quien temía por su rebaño, amenazado por los bárbaros heréticos;

la de Dante, a 25 años de cumplir la edad “perfecta” de 81, con lo

cual su profecía se habría realizado. No obstante, cada uno de estos visionarios

había hecho milagros con su genio: la Eneida; las Confesiones

y La ciudad de Dios; la Divina comedia.

En términos contemporáneos, Virgilio era un poeta profesional -era,

de hecho el laureado imperial-, en tanto que Agustín era un profesor

de literatura convertido en obispo católico, y Dante fue un fracasado

político florentino mágicamente transformado en poeta profètico, de la

estirpe de Isaías y Ezequiel. No hubo equivalentes a estos titanes en el

siglo que acaba de pasar. Joyce, un católico renegado, Proust, un escéptico

medio judío, y Kafka, el exilado judío por antonomasia, son nuestras

piedras de toque imaginativas, y quizás no sucumban tan estrepitosamente

ante Virgilio, Agustín y Dante como originalidades imaginativas.

Y sin embargo en Joyce, Proust y Kafka no encontramos nada como la

nostalgia de la autoridad romana. Hay que buscar entre las figuras menores,

como Ezra Pound y T.S. Eliot, para encontrar anhelos de esa

índole por ideas arcaicas de orden. A pesar de su elocuencia ocasional,

Pound no es ningúnVirgilio, y Eliot, a pesar de su rigor no es un intelectual

equiparable a Agustín ni un poeta como Dante. Si nuestro Dante

[121]

fue Kafka, como lo creía W.H. Auden, podríamos también nominar a

Proust para nuestro Agustín, visionario de la memoria y del tiempo, y a

Joyce como nuestro Virgilio, ambos continuadores de Homero. Pero esta

tríada del siglo xx era de maestros del caos y no de buscadores del orden.

El latín, lengua que conectó al cristiano Agustín con el pagano Virgilio,

fue también progenitora del toscano vernáculo de Dante, que por

cuenta de su utilización en la Divina comedia se convirtió en la lengua

literaria de toda Italia. Después de cuatro siglos, Virgilio estaba tan cerca

de un romano africano culto como Agustín, como Shakespeare lo está

de nosotros. Agustín era un lector extraordinario, comparable, en el siglo

xviii inglés, al doctor Johnson. En un estudio reciente, The Shadows o f

Poetry: Vergilin theMind ofAugustine (1998) [Las sombras de la poesía:

Virgilio en la mente de Agustín], Sabine MacCormack afirma que el teólogo

cristiano “ era indudablemente el más inteligente y perspicaz de los

lectores antiguos de Virgilio” . Yo me aventuraría a decir que la atracción

fundamental que Agustín ejerció sobre Dante no fue tanto teológica

como basada en el mutuo amor que sentían por Virgilio. Los académicos

modernos se equivocan usualmente al hacer énfasis en la ortodoxia

católica de Dante, ya que este impuso su propio genio a la fe tradicional

de Pablo y Agustín. Pero también es cierto que Dante bautizó la imaginación

virgiliana, convirtiendo a un poeta epicúreo en un celebrante

protocristiano. Agustín había citado copiosamente aVirgilio en contextos

cristianos para iluminar la moral cristiana, pero nunca fue tan lejos como

Dante en su poderosa y deliberadamente equivocada interpretación de

Dante.

El Virgilio de la Divina comedia es un personaje necesariamente literario,

como lo es Dante el peregrino. Pero la autoridad poética de Dante

es tan convincente que a un lector le podría tomar un buen rato darse

cuenta de que todas las personas que aparecen en la Comedia son personajes

literarios, aunque usen nombres históricos. El poeta latino Estacio

nunca se convirtió al cristianismo, pero Dante lo necesitaba con Virgilio

en el Purgatorio en una escena crucial y conmovedora, así que falsificó

la verdad histórica. Como veremos, en muchos aspectos Virgilio fue el

discípulo del gran poeta epicúreo Lucrecio, que le era desconocido a

Dante y que hubiera escandalizado al maestro toscano.

La Comedia tiene tres personajes principales: Dante el peregrino,

su “padre” Virgilio, y la magnífica y enigmática figura de Beatriz, a quien

[122]

Dante eleva a una eminencia extraordinaria en la jerarquía celestial. El

enigma de Beatriz radica en el hecho de que es un invento de Dante,

logrado con una audacia que difícilmente tiene igual en la literatura. Si

Dante no hubiese sido uno de los dos poetas supremos de la literatura

occidental, Beatriz habría sido la imposición escandalosa de un mito

personal en la formidable estructura de la teología católica romana. Amparado

por el espíritu de este libro, sugiero que consideremos a Beatriz

como el genio de Dante Alighieri, su “amante interior” , para usar una

frase de Wallace Stevens. El genio de Virgilio era su pesadilla, Juno,

nefasta desde todo punto de vista. Beatriz era, en cambio, el evangelio

según Dante, la portadora de buenas nuevas.

La Divina comedia es un “poema sagrado” más que un poema épico,

y se podría decir que el mismo Dante lo consideraba el tercer testamento,

un complemento de las Escrituras. No hay un solo personaje en Shakespeare

a quien podamos considerar su genio: podríamos nominar a

Hamlet, a Falstaff, a Cleopatra, a Yago, a Macbeth, a Lear o a Rosalinda,

pero en grupo. Según Blake y Shelley, el genio de Milton era Satanás;

aunque quizás deberíamos asignarle el papel a la luz interior que el poeta

invoca al comienzo del canto tercero de El paraíso perdido.

La gran poesía siempre pierde con la traducción y la Comedia, que

es el poema más vigoroso, tiene más que perder que la Eneida. Paradójicamente,

Dante sobrevive a la traducción mejor que Virgilio. Acabo de

releer el Purgatorio del poeta estadounidense W.S. Merwin, y me parece

que logra transmitir más de la invención original de Dante que las

versiones de la Eneida de Robert Fitzgerald o de Alien Mandelbaum,

igualmente admirables. Dante -que sobrepasa aVirgilio como maestro

del matiz- tiene tal vigor cognitivo y pura fuerza de voluntad y deseo

que prácticamente podríamos despojar su texto de matices y aún así

seguiría siendo preternaturalmente poderoso. La confianza que Dante

tiene en sí mismo es enorme. Es equiparable a la de los mejores poetas

ingleses —Shakespeare, Chaucer, Milton—, pero la ironía compartida por

Chaucer y Shakespeare nos impide ver su confianza en sí mismos. La

exuberancia personal de Milton es lo que más se parece a Dante, pero

no es fácil pensar en un poeta inglés que se parezca esencialmente a

Virgilio. Tennyson y T. S. Eliot tienen sus facetas virgilianas, y cada uno

de ellos se acerca, por separado, a la elocuencia pesadillesca de Virgilio.

La Eneida es un poema infinitamente paradójico, ya que su héroe

épico se basa parcialmente en Octavio César, vencedor de Antonio y

[123]

Cleopatra, y fundador indiscutido del Imperio romano. Augusto era el

patrón de Virgilio y fue el orgulloso receptor de la Eneida y el encargado

de su conservación, contra los deseos expresos del poeta a la hora de su

muerte. El emperador Augusto necesitaba el poema para infundir a sus

contemporáneos con la idea de orden y grandeza, de autoridad heredada;

Eneas siempre mira hacia el futuro, al surgimiento de una nueva

Troya que le ponga término al exilio e inaugure la justicia. Dante, exilado

de exilados, encontró la justicia en la Comedia, pero no está claro

que Eneas y Virgilio estén de acuerdo. Lo que Virgilio descubre es el

sufrimiento, un sufrimiento sin fin. Eneas es el héroe del poema pero

no el de Virgilio, una divergencia que aumenta el interés de la épica

porque el héroe equivocado en el poema correcto es un preludio del arte

de Shakespeare.

Me deja perplejo el no haber conocido a ningún lector que admita

preferir al héroe Eneas, indudablemente admirable, sobre Dido, de

quien Eneas se enamora y a quien abandona, o Tumo, a quien Eneas mata,

pero sólo después de que una obscena furia enviada por Juno aturde

completamente al héroe italiano hasta dejarlo indefenso. ¿Qué pretendía

Virgilio al otorgarle a su héroe la ambigua victoria de asesinar lo que en

términos prácticos ya era un cadáver?

Los dioses de Epicuro y de Lucrecio son indiferentes a las preocupaciones

de los hombres, pero el Júpiter del epicúreo Virgilio, quien lee

a Lucrecio como si se tratara de las verdaderas Escrituras, apenas es

mejor que su consorte, y Juno es un monstruo. El genio de Virgilio se

activa con la profunda piedad que siente ante el sufrimiento humano,

incluido el suyo, y sin embargo la esencia de dicho genio parece ser la

angustia constante, incluso el terror agudo, que le produce la contemplación

de la ira sin fin de Juno. Podemos considerar que la figura de Juno

en Virgilio es la proyección pesadillesca de un componente universal en

el temor masculino ante el poder femenino. Virgilio insinúa sutilmente

una orientación homoerótica que se conmueve con Dido, el amor abandonado

de Eneas, pero más se conmueve con Turno, rival y víctima de

Eneas. A pesar de haber cantado las loas de Augusto como la esperanza

mundial de orden, paz y justicia, no hay una brizna de esperanza en la

forma como Virgilio enfrenta la realidad.

El genio de Virgilio se inviste en parte de su extraordinario poder

de expresión y de su sensibilidad sobrenatural al sufrimiento. Este poder

[124]

y esta sensibilidad compensan su debilidad relativa en un área en la que

el genio suele manifestar su fortaleza: la originalidad. En la primera

mitad de la Eneida Virgilio se dedica a imitar la Odisea, en la segunda

mitad, la Ilíada. Y su filosofía religiosa se basa esencialmente en la ferocidad

epicúrea de Lucrecio, un poeta a quien Dante jamás habría de leer

pero que seguramente habitaba la mesa de escribir de Virgilio. Es posible

que Virgilio haya sido el primer escritor europeo en demostrar que el

genio puede ser relativamente débil en la invención, mientras sea recio

y diverso en la sensibilidad. Cuando pienso en la Eneida sin abrir sus

páginas, lo primero que se me viene a la cabeza es la humillación erótica

de Dido, abandonada por el virtuoso sinvergüenza Eneas, de una nobleza

insoportable. Y sin embargo esta es sólo una forma de ver las cosas, pues

Virgilio se aparta de sus personajes femeninos al tiempo que se muestra

dolorosamente sensible a su realidad. Sus personajes masculinos jóvenes

lo conmueven de una forma en que no lo conmueve Dido. No hay

una sola mujer (que yo recuerde) a quien Virgilio compare con una flor,

pero sus hombres jóvenes son como flores. Esto trasciende su homoerotismo

y se relaciona con una forma de ver el mundo que acepta al tiempo

que rehuye la aspereza lucreciana en relación con el reino de Venus.

Su notoria presencia en uno y otro lado de la divisoria hace de Virgilio

quizás el más consistentemente ambivalente de todos los poetas, más

aun que Baudelaire.

La Eneida es una épica que quiere serlo y sin embargo su tonalidad

se vuelve elegiaca con tanta frecuencia que no se parece a nada en su

género. Su héroe vive acongojado y no cesa de lamentarse por Troya,

incluso mientras se abre camino hacia la fundación de Roma. Los poetas

cristianos desde Dante hasta T.S. Eliot han insistido en ver en Virgilio

a un poeta ansioso de una revelación, pero a mí eso me resulta tan curioso

como el descubrimiento por parte de Simone Weil de las afinidades

entre los Evangelios y la Ilíada. Hace medio siglo Eliot escribió: “En

la medida en que somos herederos de la civilización europea podemos

considerarnos todos ciudadanos romanos, y el tiempo aún no ha desmentido

a Virgilio” . Fue una observación asaz curiosa en el epílogo del

horror nazi, y ahora sigue pareciendo extravagante. La ideología augusta

en la obra de Virgilio es compatible con la romanización de la cristiandad,

pero resulta arcaica en la época actual del imperio de la información.

Nuestro emperador Augusto es el segundo George Bush, que no

[125]

necesita a un Virgilio. La vigencia del genio de Virgilio sólo ha sido posible

por su perdurable sensibilidad, que no tiene mucho que ver con

Eneas ni con Augusto.

El cosmos de Virgilio está regido por un Júpiter de lo más curioso,

que no es ni homérico ni lucreciano. En Homero, los dioses son nuestros

espectadores; en Lucrecio, no se ocupan de nosotros. El Júpiter de

Virgilio impone su voluntad a nuestro destino: su voluntad es nuestra

guerra, es la interminable dominación romana, es el abandono de Dido

por parte de Eneas. La fortuna, o la voluntad de Júpiter, es masculina y

no la podemos distinguir del poder ni de la fuerza. Juno, hermana y

esposa de Júpiter, es una imagen mucho más pesadillesca y podríamos

considerarla la musa pragmática de la Eneida, pues sus iras y su resentimiento

alimentan esa faceta de marcha mortal que tiene el poema, ese

impulso hacia una destrucción radiante. Una de las fortalezas estéticas

primordiales de la Eneida es el hecho de que la acción avanza perpetuamente,

sin remordimientos, a diferencia de Virgilio, exquisitamente

susceptible a todas las angustias que describe. Esta discrepancia entre

la inexorabilidad narrativa y la aflicción implícita del poeta es uno de

los rasgos originales más sobresalientes de la Eneida, uno que escasea

incluso en las más imaginativas literaturas. No logro oír en Dante, cuyas

afinidades con Virgilio son en gran parte un mito creado por él mismo,

esta cantinela subterránea tan característica de Virgilio. El poeta de la

Eneida era un epicúreo, pero a diferencia de Lucrecio, no halló consuelo

alguno en las advertencias de Epicuro acerca del temor y la ansiedad.

¿Habrá un poeta sumido en una angustia más sublime que la deVirgilio?

Como su protagonista, Eneas, Virgilio está sometido a una voluntad más

fuerte que hace parecer superfluo su heroísmo. PeroVirgilio no es piadoso

como Eneas. No parecería que Virgilio haya sido un adorador de la

fortuna, como no lo fue de la terrible Juno.

Gracias a Dido, la reina de Cartago, Virgilio alcanza una gloria que

de otra manera no obtendría a estas alturas de la historia literaria. Su

amor-muerte conserva una energía que aún nos sorprende: ¿cómo pudo

el descolorido Eneas despertar en ella una pasión tan aterradora? A uno

le parece que conoció al hombre equivocado: Turno, el rey italiano que

Eneas mata al final del poema, habría sido más apropiado, un Antonio

de su Cleopatra. Dido y Turno son de temperamento ardiente, Eneas a

veces preludia al Daniel Deronda de George Eliot, el más responsable

[126]

de los mojigatos. Pero la verdadera afrenta de Dido, víctima de Venus y

de Juno, y víctima en la práctica de Eneas, es inolvidable:

¿A qué más disimulo? ¿o qué otro lance

espero ya sin desfogar mi pecho?

¿Tuvo acaso un gemido ante mi llanto?

¿a mí volvió sus ojos? ¿dio, vencido,

una lágrima al duelo de su amante?

¿Qué ponderar primero? Ya sin duda

ni Juno, la gran diosa, ni el Saturnio

mirarnos quieren con piedad... No queda

dónde buscar lealtad que firme dure...

Náufrago, miserable, lo recojo;

le doy, loca de mí, parte en mi reino;

salvo sus naves de completa ruina,

salvo sus compañeros de la muerte...

¡ay furias que me abrasan y transportan!

y es hoy Apolo, hoy los agüeros licios,

hoy es el mensajero de los dioses,

propio heraldo de Jove, quien del cielo

le trae este mandato abominable!

¡Digna labor para los altos númenes,

que en tal cuidado su quietud empañan!

Ni te retengo ya ni te respondo.

¡Ve en pos de Italia en alas de los vientos

busca tus reinos por las negras ondas.

Mas si hay deidades pías que algo puedan,

confío que entre escollos te atormenten

donde llames a Dido en tu agonía45.

Ella ya ha resuelto suicidarse y esta preciosa traducción se queda

corta a la hora de transmitir su humillación y su trauma, sentimientos

en los cuales Virgilio es el gran maestro. Dido intenta exclamarlo todo

al tiempo, expresar su sensación de estar en llamas. Su desdén ante la

formidable colección de divinidades reunidas para desairar a una mujer

es impresionante, y su furia ante la traición es como de Medea. Uno

se pregunta cómo leería Dante este pasaje, considerando que segura[

127]

mente fue el causante de varios episodios idénticos a lo largo de su carrera

erótica. Digan lo que digan muchos académicos, no se puede acusar

a Virgilio de misoginia. Como siempre, el poeta no se muestra indiferente

pero logra curiosamente ponerse del lado de Dido y del de Eneas,

cosa prácticamente imposible. ¿Qué decir en favor de Eneas? Disfrutó

de la virtuosa viuda sin estar enamorado de ella y lo único que puede

alegar en defensa de su sinvergüencería es patético: los dioses me obligaron

a hacerlo, ¿y por qué no voy a poder fundar mi propia ciudad como

usted? Uno casi desearía que Dido le arrojara una lanza.

Cuando el augusto burlador de viudas desciende al Averno, no sale

bien librado de su encuentro con la sombra de Dido; pero Virgilio se

queda dormido en esta escena, como lo observó enfurecido el doctor

Samuel Johnson, quien consideraba a Virgilio un mero imitador del

poderoso y original Homero: Ulises había bajado al Hades, donde había

sido objeto del desdén de Áyax por haberlo despojado fraudulentamente

del escudo y las armas de Aquiles. ¿Cómo no disfrutar de la soberbia

demolición de Virgilio que emprende Johnson con tanto gusto?

Virgilio envía a Eneas al Hades, donde se encuentra con Dido, reina

de Cartago, cuya muerte había provocado con su perfidia; él la aborda lleno

de ternura y de disculpas, pero la mujer se aleja, como Áyax, con mudo

desdeño. Se aleja como Áyax pero carece de todas las demás cualidades

que confieren al silencio decoro y dignidad. Ella hubiera podido estallar

en reproches, clamores y denuncias como otras mujeres burladas, y eso

no hubiera significado un alejamiento sustancial del tenor de su conducta;

pero Virgilio tenía la imaginación llena de Áyax y no pudo ir más allá y

enseñarle a Dido otra forma de resentimiento.

Johnson está siendo deliciosamente injusto conVirgilio pero es evidente

que ha dado en el blanco. Las originalidades de Virgilio, asediadas

por Homero, residen en el patetismo y la negatividad que el doctor Johnson

rechazaban pero que tienen que ver nuestros dilemas, al tiempo que

conmovían y convencían a los primeros lectores de Virgilio. Estas visiones

negativas, entre las cuales se incluye la historia de Dido, surgen del

conflicto que hay en Virgilio entre la indiferencia de Lucrecio hacia la

gloria política, militar y erótica y la exultación romántica del heroísmo

y la búsqueda de una reunión con Penèlope presentes en la Odisea. Fue

[128]

una suerte poética que Virgilio no pudiera resolver sus ambivalencias.

Si Lucrecio hubiese logrado convencer aVirgilio de abrazar un riguroso

epicureismo, la muerte no le habría preocupado y hubiésemos perdido

esa vibrante sublimidad eternamente única:

De aquí parte la senda que conduce

al tartáreo Aqueronte, vasta ciénaga

que en turbios remolinos lanza hirviente

su arena toda en el Cocito. Horrendo

el barquero que vela junto al río,

Caronte, el viejo horriblemente escuálido:

tendida sobre el pecho se enmaraña

la luenga barba gris; inmóviles miran

sus ojos, dos centellas; desde el hombro

cuelga de un nudo su andrajoso manto.

Largo varal empuña, y con la vela

hábil maniobra al trasbordar los cuerpos

en el mohoso esquife. Ya es anciano

mas su vejez de dios garbea airosa.

En ciega confusión se arremolina

en la playa hacia él la inmensa turba,

hombres, mujeres, valerosas sombras

de héroes difuntos, párvulos y vírgenes,

jóvenes entregados a la pira

a vista de sus padres: no son tantas

las hojas en la selva desprendidas

que al primer frío de otoño caen,

ni las aves que llegan a la orilla

desde el confín del mar formando nube,

cuando en fuga las pone el crudo invierno

hacia tierras del sol. Almas dolientes

que todas ruegan por pasar primeras,

con igual ademán: manos tendidas

en ansia eterna de la opuesta playa.

Mas el rudo barquero las escoge,

unas ahora, otras después, y lejos

a las demás dispersa por la arena46.

[129]

La metáfora de las hojas como representación de las generaciones

humanas es de Homero, pero es transformada por Virgilio con un ingenio

que ha inspirado a poetas desde Dante, Spenser, Milton y Shelley,

hasta Whitman y Wallace Stevens en Estados Unidos. Se pasa de las hojas

otoñales y las aves migratorias al gran pathos de las almas indigentes,

insepultas, que son condenadas a vagar y dar vueltas durante un siglo

por el lugar más incierto de las aguas negras. Tender las manos con el

ansia de alcanzar la orilla más distante es desear el olvido, y esta imagen

es puramente virgiliana, no de Homero ni de Lucrecio. Augusto y

el destino de los romanos se desvanecen, lo que queda es esta ansia negativa.

[

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