miércoles, 15 de junio de 2022

Frontispicio 5 León Tolstoi. GENIOS. HAROLD BLOOM.





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Frontispicio 5

León Tolstoi

-¡Eres un valiente! ¡Qué cantidad de tierra abarcaste! -exclamó el

starshina.

El criado acudió corriendo para levantarlo; pero Pajom sangraba por

la boca: había muerto.

Los bashkires chascaron la lengua para demostrar que sentían la muerte

de Pajom. El obrero cavó una fosa de tres arshines, aproximadamente la

longitud del cadáver, y enterró a su amo31.

James Joyce consideraba que “ ¿Cuánta tierra necesita el hombre?”

era el mejor cuento que hubiera sido escrito jamás. Yo personalmente

me inclino a favor de la novela corta Hadji Murad, pero sobre lo que no

hay duda es sobre el hecho de queTolstoi era el mejor de los contadores

de historias, porque su arte, como el de Shakespeare, parece naturaleza.

No es raro que Tolstoi quisiera mal a Shakespeare: una y otra vez afirmó

que Harriet Beecher Stowe era mucho mejor.

La narrativa de Tolstoi es sorprendentemente rica; la de Shakespeare

lo es más aún. El rey Lear enfurecía a Tolstoi, quien la consideraba inmoral.

Falstaff era la única creación shakespeariana que le interesaba a

Tolstoi. Estas son las reacciones de un genio enfrentado a otro y que no

estamos en capacidad de juzgar, si bien siempre podemos aprender de

Tolstoi, en particular cuando se equivoca escandalosamente.

El genio de Tolstoi era peligrosamente similar al de Shakespeare,

cosa que en un cierto nivel de percepción consternaba al autor de La

guerra y la paz y de Ana Karenina, de Hadji Murad y de La sonata a

Kreutzer. Quizás la idea de que Shakespeare y Tolstoi parezcan los escritores

más naturales no sea más que una ilusión del lector, pero es una

ilusión prácticamente universal. A la hora de mostrar el cambio Tolstoi

y Shakespeare no tienen par, ¿y qué puede ser más natural que un proceso

cuya configuración final sea la muerte? Al final de La guerra y la paz,

Pierre es asombrosamente diferente de lo que era al comienzo, y sin

embargo su continuidad es completamente convincente. En el gran arco

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que traza en su paso del regocijo al repudio, Falstaff siempre es Falstaff

y nunca un hombre doble. Tolstoi no podía perdonarle a Shakespeare

que hubiera llegado primero.

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León Tolstoi

1828 | 1910

e n 1822 t o l s t o i tomó lecciones de hebreo de un rabino y se concentró

tenazmente en la lectura de la Biblia, ante la creciente desesperación de

su esposa. Cuando la religión lo absorbía sus desavenencias aumentaban,

pero se acercaban una vez más cuando él se dedicaba de nuevo a la ficción.

Hacía mucho tiempo que Tolstoi había dejado de comulgar con la

Iglesia Ortodoxa rusa y se había convertido en un tolstoiano con muchos

seguidores, tanto en Rusia como en el extranjero. Fue Máximo Gorky

quien hizo el comentario definitivo acerca de la religión de Tolstoi: “Tiene

relaciones muy sospechosas con Dios; a ratos me recuerdan las de

‘dos osos en un mismo cubil’” . Dios no se hubiera sentido cómodo con

el conde León Tolstoi.

Tratar de definir el genio de Tolstoi es una empresa absurda. Era tan

exuberante y fecundo como Balzac y Hugo, pero sin una pizca de su conciencia

de sí y de su extravagancia. Sus juicios acerca de la literatura son

más desconcertantes que ofensivos. Denuncia a Shakespeare, particularmente

a El rey Lear, pero acepta a Falstaff porque este agudo ingenio

“no habla como un actor” . En el fondo entendía que Shakespeare era

su verdadero rival como novelista. Cada vez me resulta más claro que

las dos partes de Enrique iv, consideradas juntas, constituyen una novela

de novelas.

Mi Tolstoi favorito sigue siendo Hadji Murad, pero como he escrito

sobre ella un par de veces, tomaré como ejemplo de su genio otra novela

corta, La sonata a Kreutzer (1889), compuesta varios años antes de que

empezara a escribir Hadji Murad. La relectura de La sonata a Kreutzer

es casi una experiencia traumática: no sé bien si alabar a Tolstoi por

mesmerizarme o estremecerme ante la locura de Pozdnyshev, el narrador

interno de la historia. Este personaje enajenado no es Tolstoi -quien al

fin y al cabo nunca asesinó a la condesa Tolstoi, aunque claramente hubo

ocasiones en las que deseó haberlo hecho-. Pero Tolstoi añadió un apéndice

en el que apoya el argumento de Pozdnyshev de que las relaciones

sexuales de cualquier tipo son malas y de que es necesario evitarlas,

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incluso en el seno del matrimonio. Al comienzo afirmé que Tolstoi estaba

exento de las encantadoras extravagancias características de Hugo

y de Balzac porque esto va más allá de la extravagancia y nos conduce

hacia el cosmos tolstoiano, regido por sus propios principios. El suyo

es un genio tan absoluto que es necesario empezar por su autoridad

cosmológica, que nos convence de que su obra literaria no es como ninguna

otra y las diferencias a su vez apuntalan lo que he de llamar su

autoridad estética, una expresión que lo hubiera enfurecido.

Todo lo que Tolstoi escribió, incluyendo sus más delirantes tratados

morales y teológicos, es inconcebiblemente legible. Al igual que con Shakespeare,

sucumbimos a la ilusión de que la naturaleza se encarga de la

escritura. La paradoja, evidente para cualquiera, consiste en que el elevadísimo

arte de la narrativa de Tolstoi y de los dramas de Shakespeare

parece no ser arte, al menos hasta que uno logra desprenderse del influjo

de su fuerza mimètica y se obliga a ser analítico. El crítico marxista Gyòrgy

Lukács tuvo que considerar a Tolstoi como un caso especial, pues no

era posible dar cuenta de su visión ni de su mundo a través de un punto

de vista formalista. Lukács quería ver en Tolstoi la expresión final del

romanticismo europeo, pero siendo como era un gran lector, no pudo

menos que sucumbir a los grandes momentos en los que Tolstoi muestra

“un mundo claramente diferenciado, concreto y existente” . Un cosmos

tal trascendía la novela y renovaba la épica:

Este mundo es la esfera de la pura realidad social en la que el hombre

existe como hombre, no como un ser social ni como una interioridad aislada,

única, pura y por tanto abstracta. Si este mundo pudiese convertirse

en algo natural y simplemente percibido, en la única realidad verdadera,

se podría construir una nueva y completa totalidad a partir de todas sus

sustancias y relaciones. Sería un mundo en el que nuestra propia realidad

escindida no sería más que un telón de fondo, un mundo que habría despojado

de realidad social nuestro mundo dual de la misma manera como nosotros

hemos despojado el mundo de la naturaleza. Pero el arte no puede

ser nunca agente de dicha transformación: la gran épica es apenas una

forma atada a un momento histórico, y los intentos de describir lo utópico

como existente sólo pueden desembocar en la destrucción de la forma, no

en la creación de realidad. La novela es la forma que corresponde a una

época de pecado absoluto, como dijo Fichte, y debe seguir siendo la for[

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ma dominante mientras el mundo siga regido por las mismas estrellas. En

Tolstoi son visibles los indicios de una ruptura hacia una nueva época, pero

siguen siendo polémicos, nostálgicos y abstractos.

Lukács, un gran crítico a la vez habilitado y limitado por su marxismo,

da testimonio de la escandalosa fuerza representativa de Tolstoi, afín

apenas a la de unos cuantos escritores: Homero, el Yavista, Dante, Chaucer,

Shakespeare, Cervantes, Proust. Dicha fortaleza es el origen de la

ilusión de que Tolstoi es el menos “ literario” de los escritores, una ilusión

porque su profunda tendenciosidad y su incesante manejo del lector

lo ubica a medio camino entre San Agustín y Freud, maestros de una

retórica que ya es una psicología. Tolstoi quiere salvarnos y curarnos:

En La sonata a Kreutzer él mismo, medio loco, espera la salvación y la

curación mediante la cesación universal de las relaciones sexuales, ya

sea dentro o fuera del matrimonio.

El que una historia basada en esta premisa sea legible, y más que

legible, sobrecogedora, es prueba desconcertante de que el genio de

Tolstoi es prácticamente único. En su última comedia, Medida por medida,,

Shakespeare creó una Víena mítica en la que la ley -que ahora será

aplicada- exige la decapitación de cualquier hombre que haya tenido

relaciones sexuales fuera del matrimonio. Si dicha ley se aplicara a la

mera realidad, el mundo se despoblaría rápidamente, pero no tan rápidamente

como lo previo Tolstoi en una carta a su satélite Chertkov:

Así pues, todo el mundo debe evitar el matrimonio y, si ya está casado,

él y su esposa deben vivir como hermanos... Me replicará usted que

esto significaría el fin de la raza humana... ¡Qué infortunio! Los animales

antediluvianos ya abandonaron la tierra, y los animales humanos desaparecerán

también.

En sus Recuerdos de Tolstoi, Máximo Gorki cuenta de una ocasión

en la que Tolstoi trata de silbar al son de un pinzón pero no puede seguirlo:

-Lleva el diablo en el cuerpo, está enojada la pequeña criatura.

¿Qué es?

Yo le hablé del pinzón y de su característica envidia.

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-Su vida no es más que una sola canción -dijo-, y a pesar de ello es

envidioso. El hombre lleva en el corazón centenares de canciones, tristes

y alegres, y le reprochan su envidia. ¿Es justo?

Hablaba lentamente como si se interrogara a sí mismo.

-Hay momentos en que un hombre le cuenta a una mujer más de lo

que debiera saber de él. Luego él olvida lo que ha dicho, pero ella lo recordará.

Los celos, ¿no serían acaso el miedo de rebajar su alma, el temor

de ser humillado y ridiculizado? La mujer peligrosa no es la que sujeta al

hombre por su lascivia, sino la que lo sujeta del alma.

Le dije que eso estaba en desacuerdo con su Sonata a Kreutzer. Una

sonrisa iluminó su rostro y respondió:

-Yo no soy un pinzón.

Por la tarde, durante el paseo, dijo súbitamente:

-El hombre soporta terremotos, epidemias, enfermedades, tormentos

en el alma, pero en todo tiempo su más dolorosa tragedia ha sido, es y

será, la tragedia de la alcoba3®.

El pobre Pozdnyshev es un pinzón y la “ tragedia de la alcoba” lo

convierte en un asesino. El crítico John Bayley ilumina aTolstoi al compararlo

con Goethe y poniendo en entredicho el contraste queThomas

Mann establece entre los dos hombres:

Tolstoi era un egoísta monumental, pero un egoísta de muy diferente

índole. Mientras que Goethe no estaba interesado más que en sí mismo,

Tolstoi no era más que él mismo; y por consiguiente su percepción

de lo que la vida había llegado a significar para él era más íntima y conmovedora.

Misteriosa como es la cercanía de Tolstoi con el lector, esta resulta

de lo más desconcertante en La sonata a Kreutzer. Y sin embargo no

conozco a ningún lector que haya podido simpatizar con el malhadado

Pozdnyshev, aunque tampoco podemos permanecer impasibles ante el

horror y la intensidad con las que Tolstoi describe a este marido enloquecido

de celos asesinando a su mujer:

“ ¡No mientas, miserable!” , vociferé agarrándola con la mano izquierda;

pero ella se desprendió. Entonces, sin soltar el puñal, la así del cuello,

la derribé y empecé a ahogarla. Me pareció que tenía el cuello áspero. Me

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cogió las manos tratando de librarse. Como si sólo hubiese esperado esto,

le asesté una puñalada en el lado izquierdo, debajo de las costillas.

Los que afirman obrar inconscientemente, en un arrebato de furor,

mienten. Tenía una clara visión de todo y no dejé de tenerla un solo momento.

Cuanto más aumentaba mi acceso de locura, tanto más resplandeciente

era la luz de mi conciencia, gracias a la cual me era posible ver

lo que hacía. No puedo afirmar que supiera de antemano lo que iba a hacer,

pero en el momento en que llevaba a cabo el acto, incluso un poco antes,

me daba cuenta de todo, como si me dieran la posibilidad de arrepentirme,

de comprender que estaba a tiempo de detenerme. Me constaba que iba

a herirla debajo de las costillas y que el puñal penetraría en la carne. En

el momento mismo en que cometía el acto, sabía que hacía una cosa espantosa

que tendría terribles consecuencias. Pero la conciencia de esto pasó

como un rayo, e inmediatamente siguió el acto mismo, que realicé con una

extraordinaria claridad. Recuerdo una momentánea resistencia debida al

corsé y a algo más y, después, cómo se hundió el puñal en algo blando. Mi

mujer agarró la hoja con ambas manos y se hirió, pero no logró detenerla.

Estando en la cárcel, después de la evolución moral que se realizó en mí,

medité mucho sobre aquel momento. Recuerdo que por un instante fugaz

tuve la horrible conciencia de que mataba, de que había matado a una mujer

indefensa, a mi esposa. Deduzco y hasta recuerdo vagamente que, después

de haber hundido el puñal, lo retiré acto seguido deseando reparar

el mal que había hecho. Permanecí inmóvil y esperé para ver qué ocurría

y si sería posible reparar el daño. Mi mujer se puso en pie exclamando:

“ ¡Niania, me ha matado!”39.

Quizás la única razón por la cual podemos buscar el genio en este

fragmento sin cortejar la moralidad o el sadismo es que se trata de Tolstoi.

Cuando pienso en él, los recuerdos se me acumulan: el príncipe

Andrei se enamora de Natasha cuando ella canta al clavicordio; Ana

Karenina yace en su cama mirando hacia una única vela prácticamente

consumida, que al final tiembla y se apaga; Hadji Murad, herido de

muerte, que, con “el puñal en la mano... se lanzaba contra el enemigo...

cojeando pesadamente” 40. Y al lado de estos recuerdos, me sobrecoge

el de la esposa de Pozdnyshev hiriéndose al agarrar el cuchillo con ambas

manos y sin embargo incapaz de detenerlo.

Es válida aunque trillada la afirmación de los críticos de que Tolstoi

lo ve todo como si nadie lo hubiera visto jamás, y sin embargo mezcla

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la extrañeza de lo que ve con el sentido de lo universal. Nos resulta incómodo

poner a prueba ese lugar común con el asesinato de la esposa

de Pozdnyshev, pero la máxima se sostiene. Tolstoi es un contador de

cuentos tan virtuoso que este asesinato ficticio es tan memorable como

la carnicería que Macbeth lleva a cabo con Duncan. Shakespeare le resultaba

preocupante a Tolstoi porque su propio desapego como escritor

se aproximaba al de él, y cuando la supremacía del arte se imponía,

Tolstoi dejaba de moralizar.

Me deja perplejo el hecho de que Tolstoi consideraría que mis comentarios

son los de otra víctima seducida por su arte, arte que él mismo

rechaza al tiempo que se impone en este ámbito. Gary Saul Morson

verbaliza nuestro dilema de manera irrefutable: uLa sonata a Kreutzer

es una obra maestra de la estética espléndidamente realizada, que nos

enseña a despreciar tal maestría y tal logro: esa es su engañosa estrategia”

. Y sin embargo los diálogos más poderosos de Platón ponen en

escena la misma duplicidad: son resplandores estéticos que nos enseñan

a exilar la experiencia estética. A l igual que Platón, Tolstoi condena

el arte porque está seguro de conocer la verdad; la diferencia radica en

que Tolstoi es su propio Sócrates y está dispuesto a convertirse en un

mártir de la verdad. Tanto Platón como Tolstoi, siendo como son artistas

literarios que han alcanzado la cima, se salen con la suya en este sucio

negocio de la seducción, al tiempo que la censuran.

La sonata a Kreutzer concluye con un patetismo al que no puedo

resistirme pero que tampoco perdono:

[Pozdnyshev] iba a decir algo, pero se interrumpió sin poder contener

los sollozos. Después de hacer un esfuerzo, prosiguió:

-Comencé a comprender sólo cuando la vi en el ataúd...

Sollozó de nuevo, pero continuó precipitadamente:

-Sólo al verla muerta comprendí lo que había hecho. Era yo quien la

había matado, era yo el culpable de que ese ser vivo, móvil y caliente se

hubiera vuelto inmóvil, frío y amarillento... Comprendí que esto no podría

repararse jamás. Quien no haya pasado por una cosa así, no puede

comprenderlo. ¡Oh, oh, oh! -repitió varias veces.

Durante largo rato permanecimos callados. Pozdnyshev sollozaba

estremeciéndose. Su rostro había adelgazado, alargándose, y su boca parecía

extenderse en toda su anchura.

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-Si hubiera sabido lo que sé ahora, las cosas hubieran sucedido de

otro modo. No me hubiera casado con ella por nada del mundo... No me

hubiera casado en absoluto.

De nuevo guardamos silencio.

-Perdóneme...

Se alejó y, echándose en el asiento, se tapó con una manta de viaje. Al

llegar a la estación en que debía bajar -eran las ocho de la mañana-, me

acerqué a él para despedirme. No sé si dormía o fingía dormir, pero el caso

es que estaba inmóvil. Lo toqué. Se destapó la cara y comprendí que no

había estado durmiendo.

-Adiós —pronuncié tendiéndole la mano.

Me la estrechó y sonrió imperceptiblemente, pero su expresión era

tan lastimosa que sentí deseos de llorar.

-Perdóneme -repitió.

Era la palabra con la que había terminado su relato41.

Tolstoi, resuelto a castigarnos por nuestra incapacidad de resistirnos

a su genio, no tiene indulgencia alguna. Lo que realmente quiere

decir es que él (que tuvo trece hijos con su esposa) nunca debió haberse

casado, y nosotros tampoco. La ausencia de mutua indulgencia entre

el escritor y el lector/crítico no significa nada a la hora de comprender

la narrativa de Tolstoi. Esta me parece una forma adecuada de ubicar

su genio.

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