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Frontispicio 5
León Tolstoi
-¡Eres un valiente! ¡Qué cantidad de tierra abarcaste! -exclamó el
starshina.
El criado acudió corriendo para levantarlo; pero Pajom sangraba por
la boca: había muerto.
Los bashkires chascaron la lengua para demostrar que sentían la muerte
de Pajom. El obrero cavó una fosa de tres arshines, aproximadamente la
longitud del cadáver, y enterró a su amo31.
James Joyce consideraba que “ ¿Cuánta tierra necesita el hombre?”
era el mejor cuento que hubiera sido escrito jamás. Yo personalmente
me inclino a favor de la novela corta Hadji Murad, pero sobre lo que no
hay duda es sobre el hecho de queTolstoi era el mejor de los contadores
de historias, porque su arte, como el de Shakespeare, parece naturaleza.
No es raro que Tolstoi quisiera mal a Shakespeare: una y otra vez afirmó
que Harriet Beecher Stowe era mucho mejor.
La narrativa de Tolstoi es sorprendentemente rica; la de Shakespeare
lo es más aún. El rey Lear enfurecía a Tolstoi, quien la consideraba inmoral.
Falstaff era la única creación shakespeariana que le interesaba a
Tolstoi. Estas son las reacciones de un genio enfrentado a otro y que no
estamos en capacidad de juzgar, si bien siempre podemos aprender de
Tolstoi, en particular cuando se equivoca escandalosamente.
El genio de Tolstoi era peligrosamente similar al de Shakespeare,
cosa que en un cierto nivel de percepción consternaba al autor de La
guerra y la paz y de Ana Karenina, de Hadji Murad y de La sonata a
Kreutzer. Quizás la idea de que Shakespeare y Tolstoi parezcan los escritores
más naturales no sea más que una ilusión del lector, pero es una
ilusión prácticamente universal. A la hora de mostrar el cambio Tolstoi
y Shakespeare no tienen par, ¿y qué puede ser más natural que un proceso
cuya configuración final sea la muerte? Al final de La guerra y la paz,
Pierre es asombrosamente diferente de lo que era al comienzo, y sin
embargo su continuidad es completamente convincente. En el gran arco
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que traza en su paso del regocijo al repudio, Falstaff siempre es Falstaff
y nunca un hombre doble. Tolstoi no podía perdonarle a Shakespeare
que hubiera llegado primero.
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León Tolstoi
1828 | 1910
e n 1822 t o l s t o i tomó lecciones de hebreo de un rabino y se concentró
tenazmente en la lectura de la Biblia, ante la creciente desesperación de
su esposa. Cuando la religión lo absorbía sus desavenencias aumentaban,
pero se acercaban una vez más cuando él se dedicaba de nuevo a la ficción.
Hacía mucho tiempo que Tolstoi había dejado de comulgar con la
Iglesia Ortodoxa rusa y se había convertido en un tolstoiano con muchos
seguidores, tanto en Rusia como en el extranjero. Fue Máximo Gorky
quien hizo el comentario definitivo acerca de la religión de Tolstoi: “Tiene
relaciones muy sospechosas con Dios; a ratos me recuerdan las de
‘dos osos en un mismo cubil’” . Dios no se hubiera sentido cómodo con
el conde León Tolstoi.
Tratar de definir el genio de Tolstoi es una empresa absurda. Era tan
exuberante y fecundo como Balzac y Hugo, pero sin una pizca de su conciencia
de sí y de su extravagancia. Sus juicios acerca de la literatura son
más desconcertantes que ofensivos. Denuncia a Shakespeare, particularmente
a El rey Lear, pero acepta a Falstaff porque este agudo ingenio
“no habla como un actor” . En el fondo entendía que Shakespeare era
su verdadero rival como novelista. Cada vez me resulta más claro que
las dos partes de Enrique iv, consideradas juntas, constituyen una novela
de novelas.
Mi Tolstoi favorito sigue siendo Hadji Murad, pero como he escrito
sobre ella un par de veces, tomaré como ejemplo de su genio otra novela
corta, La sonata a Kreutzer (1889), compuesta varios años antes de que
empezara a escribir Hadji Murad. La relectura de La sonata a Kreutzer
es casi una experiencia traumática: no sé bien si alabar a Tolstoi por
mesmerizarme o estremecerme ante la locura de Pozdnyshev, el narrador
interno de la historia. Este personaje enajenado no es Tolstoi -quien al
fin y al cabo nunca asesinó a la condesa Tolstoi, aunque claramente hubo
ocasiones en las que deseó haberlo hecho-. Pero Tolstoi añadió un apéndice
en el que apoya el argumento de Pozdnyshev de que las relaciones
sexuales de cualquier tipo son malas y de que es necesario evitarlas,
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incluso en el seno del matrimonio. Al comienzo afirmé que Tolstoi estaba
exento de las encantadoras extravagancias características de Hugo
y de Balzac porque esto va más allá de la extravagancia y nos conduce
hacia el cosmos tolstoiano, regido por sus propios principios. El suyo
es un genio tan absoluto que es necesario empezar por su autoridad
cosmológica, que nos convence de que su obra literaria no es como ninguna
otra y las diferencias a su vez apuntalan lo que he de llamar su
autoridad estética, una expresión que lo hubiera enfurecido.
Todo lo que Tolstoi escribió, incluyendo sus más delirantes tratados
morales y teológicos, es inconcebiblemente legible. Al igual que con Shakespeare,
sucumbimos a la ilusión de que la naturaleza se encarga de la
escritura. La paradoja, evidente para cualquiera, consiste en que el elevadísimo
arte de la narrativa de Tolstoi y de los dramas de Shakespeare
parece no ser arte, al menos hasta que uno logra desprenderse del influjo
de su fuerza mimètica y se obliga a ser analítico. El crítico marxista Gyòrgy
Lukács tuvo que considerar a Tolstoi como un caso especial, pues no
era posible dar cuenta de su visión ni de su mundo a través de un punto
de vista formalista. Lukács quería ver en Tolstoi la expresión final del
romanticismo europeo, pero siendo como era un gran lector, no pudo
menos que sucumbir a los grandes momentos en los que Tolstoi muestra
“un mundo claramente diferenciado, concreto y existente” . Un cosmos
tal trascendía la novela y renovaba la épica:
Este mundo es la esfera de la pura realidad social en la que el hombre
existe como hombre, no como un ser social ni como una interioridad aislada,
única, pura y por tanto abstracta. Si este mundo pudiese convertirse
en algo natural y simplemente percibido, en la única realidad verdadera,
se podría construir una nueva y completa totalidad a partir de todas sus
sustancias y relaciones. Sería un mundo en el que nuestra propia realidad
escindida no sería más que un telón de fondo, un mundo que habría despojado
de realidad social nuestro mundo dual de la misma manera como nosotros
hemos despojado el mundo de la naturaleza. Pero el arte no puede
ser nunca agente de dicha transformación: la gran épica es apenas una
forma atada a un momento histórico, y los intentos de describir lo utópico
como existente sólo pueden desembocar en la destrucción de la forma, no
en la creación de realidad. La novela es la forma que corresponde a una
época de pecado absoluto, como dijo Fichte, y debe seguir siendo la for[
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ma dominante mientras el mundo siga regido por las mismas estrellas. En
Tolstoi son visibles los indicios de una ruptura hacia una nueva época, pero
siguen siendo polémicos, nostálgicos y abstractos.
Lukács, un gran crítico a la vez habilitado y limitado por su marxismo,
da testimonio de la escandalosa fuerza representativa de Tolstoi, afín
apenas a la de unos cuantos escritores: Homero, el Yavista, Dante, Chaucer,
Shakespeare, Cervantes, Proust. Dicha fortaleza es el origen de la
ilusión de que Tolstoi es el menos “ literario” de los escritores, una ilusión
porque su profunda tendenciosidad y su incesante manejo del lector
lo ubica a medio camino entre San Agustín y Freud, maestros de una
retórica que ya es una psicología. Tolstoi quiere salvarnos y curarnos:
En La sonata a Kreutzer él mismo, medio loco, espera la salvación y la
curación mediante la cesación universal de las relaciones sexuales, ya
sea dentro o fuera del matrimonio.
El que una historia basada en esta premisa sea legible, y más que
legible, sobrecogedora, es prueba desconcertante de que el genio de
Tolstoi es prácticamente único. En su última comedia, Medida por medida,,
Shakespeare creó una Víena mítica en la que la ley -que ahora será
aplicada- exige la decapitación de cualquier hombre que haya tenido
relaciones sexuales fuera del matrimonio. Si dicha ley se aplicara a la
mera realidad, el mundo se despoblaría rápidamente, pero no tan rápidamente
como lo previo Tolstoi en una carta a su satélite Chertkov:
Así pues, todo el mundo debe evitar el matrimonio y, si ya está casado,
él y su esposa deben vivir como hermanos... Me replicará usted que
esto significaría el fin de la raza humana... ¡Qué infortunio! Los animales
antediluvianos ya abandonaron la tierra, y los animales humanos desaparecerán
también.
En sus Recuerdos de Tolstoi, Máximo Gorki cuenta de una ocasión
en la que Tolstoi trata de silbar al son de un pinzón pero no puede seguirlo:
-Lleva el diablo en el cuerpo, está enojada la pequeña criatura.
¿Qué es?
Yo le hablé del pinzón y de su característica envidia.
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-Su vida no es más que una sola canción -dijo-, y a pesar de ello es
envidioso. El hombre lleva en el corazón centenares de canciones, tristes
y alegres, y le reprochan su envidia. ¿Es justo?
Hablaba lentamente como si se interrogara a sí mismo.
-Hay momentos en que un hombre le cuenta a una mujer más de lo
que debiera saber de él. Luego él olvida lo que ha dicho, pero ella lo recordará.
Los celos, ¿no serían acaso el miedo de rebajar su alma, el temor
de ser humillado y ridiculizado? La mujer peligrosa no es la que sujeta al
hombre por su lascivia, sino la que lo sujeta del alma.
Le dije que eso estaba en desacuerdo con su Sonata a Kreutzer. Una
sonrisa iluminó su rostro y respondió:
-Yo no soy un pinzón.
Por la tarde, durante el paseo, dijo súbitamente:
-El hombre soporta terremotos, epidemias, enfermedades, tormentos
en el alma, pero en todo tiempo su más dolorosa tragedia ha sido, es y
será, la tragedia de la alcoba3®.
El pobre Pozdnyshev es un pinzón y la “ tragedia de la alcoba” lo
convierte en un asesino. El crítico John Bayley ilumina aTolstoi al compararlo
con Goethe y poniendo en entredicho el contraste queThomas
Mann establece entre los dos hombres:
Tolstoi era un egoísta monumental, pero un egoísta de muy diferente
índole. Mientras que Goethe no estaba interesado más que en sí mismo,
Tolstoi no era más que él mismo; y por consiguiente su percepción
de lo que la vida había llegado a significar para él era más íntima y conmovedora.
Misteriosa como es la cercanía de Tolstoi con el lector, esta resulta
de lo más desconcertante en La sonata a Kreutzer. Y sin embargo no
conozco a ningún lector que haya podido simpatizar con el malhadado
Pozdnyshev, aunque tampoco podemos permanecer impasibles ante el
horror y la intensidad con las que Tolstoi describe a este marido enloquecido
de celos asesinando a su mujer:
“ ¡No mientas, miserable!” , vociferé agarrándola con la mano izquierda;
pero ella se desprendió. Entonces, sin soltar el puñal, la así del cuello,
la derribé y empecé a ahogarla. Me pareció que tenía el cuello áspero. Me
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cogió las manos tratando de librarse. Como si sólo hubiese esperado esto,
le asesté una puñalada en el lado izquierdo, debajo de las costillas.
Los que afirman obrar inconscientemente, en un arrebato de furor,
mienten. Tenía una clara visión de todo y no dejé de tenerla un solo momento.
Cuanto más aumentaba mi acceso de locura, tanto más resplandeciente
era la luz de mi conciencia, gracias a la cual me era posible ver
lo que hacía. No puedo afirmar que supiera de antemano lo que iba a hacer,
pero en el momento en que llevaba a cabo el acto, incluso un poco antes,
me daba cuenta de todo, como si me dieran la posibilidad de arrepentirme,
de comprender que estaba a tiempo de detenerme. Me constaba que iba
a herirla debajo de las costillas y que el puñal penetraría en la carne. En
el momento mismo en que cometía el acto, sabía que hacía una cosa espantosa
que tendría terribles consecuencias. Pero la conciencia de esto pasó
como un rayo, e inmediatamente siguió el acto mismo, que realicé con una
extraordinaria claridad. Recuerdo una momentánea resistencia debida al
corsé y a algo más y, después, cómo se hundió el puñal en algo blando. Mi
mujer agarró la hoja con ambas manos y se hirió, pero no logró detenerla.
Estando en la cárcel, después de la evolución moral que se realizó en mí,
medité mucho sobre aquel momento. Recuerdo que por un instante fugaz
tuve la horrible conciencia de que mataba, de que había matado a una mujer
indefensa, a mi esposa. Deduzco y hasta recuerdo vagamente que, después
de haber hundido el puñal, lo retiré acto seguido deseando reparar
el mal que había hecho. Permanecí inmóvil y esperé para ver qué ocurría
y si sería posible reparar el daño. Mi mujer se puso en pie exclamando:
“ ¡Niania, me ha matado!”39.
Quizás la única razón por la cual podemos buscar el genio en este
fragmento sin cortejar la moralidad o el sadismo es que se trata de Tolstoi.
Cuando pienso en él, los recuerdos se me acumulan: el príncipe
Andrei se enamora de Natasha cuando ella canta al clavicordio; Ana
Karenina yace en su cama mirando hacia una única vela prácticamente
consumida, que al final tiembla y se apaga; Hadji Murad, herido de
muerte, que, con “el puñal en la mano... se lanzaba contra el enemigo...
cojeando pesadamente” 40. Y al lado de estos recuerdos, me sobrecoge
el de la esposa de Pozdnyshev hiriéndose al agarrar el cuchillo con ambas
manos y sin embargo incapaz de detenerlo.
Es válida aunque trillada la afirmación de los críticos de que Tolstoi
lo ve todo como si nadie lo hubiera visto jamás, y sin embargo mezcla
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la extrañeza de lo que ve con el sentido de lo universal. Nos resulta incómodo
poner a prueba ese lugar común con el asesinato de la esposa
de Pozdnyshev, pero la máxima se sostiene. Tolstoi es un contador de
cuentos tan virtuoso que este asesinato ficticio es tan memorable como
la carnicería que Macbeth lleva a cabo con Duncan. Shakespeare le resultaba
preocupante a Tolstoi porque su propio desapego como escritor
se aproximaba al de él, y cuando la supremacía del arte se imponía,
Tolstoi dejaba de moralizar.
Me deja perplejo el hecho de que Tolstoi consideraría que mis comentarios
son los de otra víctima seducida por su arte, arte que él mismo
rechaza al tiempo que se impone en este ámbito. Gary Saul Morson
verbaliza nuestro dilema de manera irrefutable: uLa sonata a Kreutzer
es una obra maestra de la estética espléndidamente realizada, que nos
enseña a despreciar tal maestría y tal logro: esa es su engañosa estrategia”
. Y sin embargo los diálogos más poderosos de Platón ponen en
escena la misma duplicidad: son resplandores estéticos que nos enseñan
a exilar la experiencia estética. A l igual que Platón, Tolstoi condena
el arte porque está seguro de conocer la verdad; la diferencia radica en
que Tolstoi es su propio Sócrates y está dispuesto a convertirse en un
mártir de la verdad. Tanto Platón como Tolstoi, siendo como son artistas
literarios que han alcanzado la cima, se salen con la suya en este sucio
negocio de la seducción, al tiempo que la censuran.
La sonata a Kreutzer concluye con un patetismo al que no puedo
resistirme pero que tampoco perdono:
[Pozdnyshev] iba a decir algo, pero se interrumpió sin poder contener
los sollozos. Después de hacer un esfuerzo, prosiguió:
-Comencé a comprender sólo cuando la vi en el ataúd...
Sollozó de nuevo, pero continuó precipitadamente:
-Sólo al verla muerta comprendí lo que había hecho. Era yo quien la
había matado, era yo el culpable de que ese ser vivo, móvil y caliente se
hubiera vuelto inmóvil, frío y amarillento... Comprendí que esto no podría
repararse jamás. Quien no haya pasado por una cosa así, no puede
comprenderlo. ¡Oh, oh, oh! -repitió varias veces.
Durante largo rato permanecimos callados. Pozdnyshev sollozaba
estremeciéndose. Su rostro había adelgazado, alargándose, y su boca parecía
extenderse en toda su anchura.
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-Si hubiera sabido lo que sé ahora, las cosas hubieran sucedido de
otro modo. No me hubiera casado con ella por nada del mundo... No me
hubiera casado en absoluto.
De nuevo guardamos silencio.
-Perdóneme...
Se alejó y, echándose en el asiento, se tapó con una manta de viaje. Al
llegar a la estación en que debía bajar -eran las ocho de la mañana-, me
acerqué a él para despedirme. No sé si dormía o fingía dormir, pero el caso
es que estaba inmóvil. Lo toqué. Se destapó la cara y comprendí que no
había estado durmiendo.
-Adiós —pronuncié tendiéndole la mano.
Me la estrechó y sonrió imperceptiblemente, pero su expresión era
tan lastimosa que sentí deseos de llorar.
-Perdóneme -repitió.
Era la palabra con la que había terminado su relato41.
Tolstoi, resuelto a castigarnos por nuestra incapacidad de resistirnos
a su genio, no tiene indulgencia alguna. Lo que realmente quiere
decir es que él (que tuvo trece hijos con su esposa) nunca debió haberse
casado, y nosotros tampoco. La ausencia de mutua indulgencia entre
el escritor y el lector/crítico no significa nada a la hora de comprender
la narrativa de Tolstoi. Esta me parece una forma adecuada de ubicar
su genio.
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