FRONTISPICIO 6
Lucrecio
Porque si ausente está el objeto amado,
vienen sus simulacros a sitiarnos,
y en los oídos anda el dulce nombre.
Conviene, pues, huir los simulacros,
de fomentos de amores alejarnos,
y volver a otra parte el pensamiento,
y divertirse con cualquier objeto;
no fijar el amor en uno solo,
pues la llama se irrita y se envejece
con el fomento, y el furor se extiende
y el mal de día en día se empeora.
Si no entretienes tú con llagas nuevas
las heridas que te hizo amor primero,
y haciéndote veleta en los amores
no reprimes el mal desde su origen
y llevas la pasión hacia otra parte**.
No es de sorprenderse que Lucrecio haya desaparecido durante más
de mil años cristianos, hasta que el siglo xv desenterró su gran poema.
Quizás Dante nunca oyera hablar de Lucrecio, y quizás hubiese sentido
desconcierto ante su De rerum natura [De la naturaleza de las cosas],
sin duda porque inevitablemente se habría dado cuenta de la deuda de
Virgilio con Lucrecio.
Los poetas lucrecianos, desde Virgilio hasta Wallace Stevens y pasando
por Shelley, se caracterizan por su alejamiento de la superstición,
no obstante lo cual Lucrecio ejerció su influencia más perdurable sobre
aquellos poetas cristianos ofendidos, pero con ambivalencias, por su
tenaz materialismo: Tasso, Spenser, Milton y Tennyson.
No hay nada en Lucrecio más cáustico que su desprecio por el idealismo
erótico, como es evidente en el pasaje anteriormente citado. Quizás
Byron, con sus amables argumentos en favor de la “movilidad” sexual,
sea el más sabio de sus discípulos eróticos. No hay mejor médico para
los sufrimientos del amor romántico y de su pérdida que Lucrecio, cuya
[112]
percepción del cosmos como un “ baluarte en llamas” constituye un
punto de vista sanativo para la angustia sexual.
Posiblemente hoy en día esté en desventaja un genio que nos prevenga
contra la superstición organizada y el frenesí erótico. Pero lo que
hace que Lucrecio sea tan importante es que ningún otro poeta nos enseña
mejor que él a no temerle a la muerte, enseñanza en la que Montaigne
siguió sus pasos. Al desechar tan contundentemente la superviviencia
y la inmortalidad, Lucrecio busca liberarnos del miedo y de la melancolía,
ofreciéndonos una libertad que la mayoría de nosotros se niega a
aceptar.
[113]
Tito Lucrecio Caro
c. 99 I C. 55 3.C.
e l m á s e l o c u e n t e defensor del “ ateísmo” y del materialismo metafísico
en nuestra tradición es Lucrecio. Y quizás sea inevitable que se lo
haya malinterpretado tan insistentemente, dado que su filosofía epicúrea
resulta completamente inaceptable para el cristianismo, el islamismo y
el judaismo y para toda la tradición religiosa occidental. San Jerónimo
se desembarazó de Lucrecio calumniándolo con tal eficiencia que lo hizo
desaparecer por más de mil años: hasta el siglo xv no se volvió a hablar
de él. Me hubiera gustado que Dante hubiese leído a Lucrecio: quizás
el poeta epicúreo se habría convertido en el contraste diabólico de
Virgilio, Estacio, Ovidio y Lucano, todos ellos fundamentales para la
Comedia. Ni siquiera Dante habría podido cristianizar a Lucrecio.
No sabemos nada de la vida de Lucrecio aparte de las calumnias cristianas
de San Jerónimo. Se nos pide que creamos que Lucilia, la esposa
del poeta, le dio una poción para contrarrestar su abandono sexual que
lo volvió loco. Se supone que Lucrecio compuso De la naturaleza de las
cosas en los intervalos de lucidez y que después se suicidó, a los 44 años
de edad. Quizás lo más conveniente haya sido que Dante nunca se hubiese
topado con el nombre de Lucrecio. Me estremezco un poco ante
la idea del magistral poeta epicúreo, de pie en su tumba en el “ Infierno” ,
dándonos una explicación danteana de su vida, sus errores teológicos y
su autoinmolación. Algo de eso encontramos de todas maneras en “Lucrecio”
(1868), el soberbio monólogo dramático de lord Tennyson en
el que el bardo envenenado del materialismo filosófico proclama a gritos
la agonía tormentosa de sus alucinaciones:
Un vado se abrió en la Naturaleza; todos sus lazos
Se fracturaron; y vi las fulgurantes estelas de los átomos
Y los torrentes de su universo innumerable
Recorriendo la inanidad ilimitada,
Volar hasta conectarse de nuevo y conformar
Otro y otro arreglo de las cosas
Para siempre: eso era lo mío, mi sueño, lo sabía-
[114]
Mío y de mi pertenencia, como el perro
Con su deseo interior y su inquieto paso cumple
Su tarea en el bosque: ¡pero la siguiente!
Pensé que toda la sangre por Escila derramada
Caía nuevamente como lluvia sobre la tierra
Y donde salpicaba la campiña enrojecida no nacían
Los dragones guerreros de los dientes de Cadmo,
Porque pensaba yo que mi sueño me los mostraría a estos,
Pero fueron más bien doncellas, hetairas, curiosas en su arte,
Animalismos alquilados, viles como aquellos que volvieron
Las orgías del dictador de rostro morado, peores
De lo que debieran, fábulas de los callados dioses.
Y entrelazaron las manos y gritaron y dieron vueltas a mi alrededor
En círculos cada vez más estrechos hasta que grité otra vez
Medio sofocado, me levanté de un salto y vi-
¿ Sería el primer fulgor de mi último día?
Después, después de la total oscuridad aparecieron los pechos,
Los pechos de Helena, y una espada amenazante
Ya por encima, ya por debajo, ya directamente,
Apuntaba para el ataque, pero retrocedía avergonzada
Ante toda esa belleza; y mientras observaba, un fuego,
El fuego que dejó a Ilion sin techo,
Salió disparado de los pechos y me quemó hasta despertarme.
Tennyson ha creado una extraña amalgama de sí mismo, Lucrecio
y el Eneas de Virgilio en esta grandiosa pesadilla sexual. Escila es Sula,
el dictador de rostro morado famoso por sus orgías aparentemente sensacionales,
incluso para estándares romanos. Las hetairas rodean al
Tennyson virgiliano hasta que tiene una visión de Helena amenazada
por el vengativo Eneas, pero sus legendarios senos acobardan la espada
troyana, claramente fálica. ¿Y todo esto qué tiene que ver con Lucrecio
y con su gran poema sobre la naturaleza de las cosas? En realidad muy
poco, excepto que gracias al cotorreo cristiano de Jerónimo, Tennyson
cuenta con una interpretación magníficamente equivocada y poderosa
del verdadero Lucrecio. Pero la de Tennyson también es una reacción
al epicureismo contemporáneo de Algernon Charles Swinburne y de los
primeros ensayos de Walter Pater.
[115]
Epicuro (341-270 a.C.) había propuesto en Atenas un racionalismo
hedonístico basado en una teoría materialista (atómica) de la materia.
El epicureismo niega la inmortalidad del alma, ignora la Divina Providencia,
y no le encuentra utilidad alguna al idealismo platónico, en especial
en el terreno erótico, en el cual se defiende alegremente una
promiscuidad sensata no en aras de sí misma sino para evitar desastres
pasionales. Epicuro y Lucrecio, su discípulo poético, afirman el júbilo
de la existencia natural y nos instan a aceptar la realidad de la muerte
sin falsos consuelos religiosos. Los dioses existen pero son irrelevantes
porque están lejos de nosotros y son indiferentes a nuestros sufrimientos
o a nuestras complacencias.
Tal como sucedió con Lucrecio, la cultura occidental oficial no ha
tenido nada bueno qué decir de Epicuro; la diferencia estriba en que
Lucrecio sí ha sido una influencia predominante, si bien en ocasiones
clandestina, desde Virgilio hasta Wallace Stevens. Mi aforismo emersoniano
favorito es absolutamente epicúreo y forma parte fundamental de
la tradición lucreciana:
Así como las oraciones de los hombres son una enfermedad de su
voluntad, su fe es una enfermedad del intelecto.
El material de Lucrecio es potente, sin embargo, y ha provocado
ambivalencias en sus admiradores desde Virgilio, pasando por los poetas
épicos del Renacimiento (Tasso, Spenser, Du Bartas), hasta Montaigne,
Molière, Dryden, Shelley y Walt Whitman. No obstante lo cual me
maravilla un poco que el dogmatismo del ferozmente sublime Lucrecio
siempre me haya sugerido la tendenciosidad de Agustín y de Dante, tan
apasionadamente convencidos de la verdad cristiana como lo estaba
Lucrecio de su epicureismo. En De la naturaleza de las cosas hay una
poesía de la fe en la que Epicuro es el fundador de una religión antirreligiosa
de la cual él mismo era el líder en la Atenas de su tiempo. Lucrecio
pretende ser el más creyente de los epicúreos, pero el suyo es un temperamento
altamente idiosincrásico, tal como se puede ver en la traducción
de John Dryden (1685) al inglés (infortunadamente Dryden sólo
tradujo unos fragmentos del poema). Dryden observó con precisión que
“ el rasgo característico de Lucrecio (de su espíritu y de su genio) es un
cierto orgullo noble y la declaración positiva de sus opiniones” . Otro
tanto se podría decir de Dante, el anti-Lucrecio, y nos sería útil como
[116]
recordatorio de que las sensibilidades de los poetas son más importantes
que sus ideologías.
En sus Tres poetas filósofos: Lucrecio, Dante, Goethe (1910), George
Santayana reúne a Lucrecio con su antítesis, Dante, y con Goethe, que
era más un epicúreo que un cristiano. Pero el estudio de Santayana fue
escrito hace casi un siglo y yo creo que ninguno de los tres poetas era
esencialmente filosófico. Lucrecio no es Epicuro en verso, Dante no es
Agustín en verso, y Goethe sólo versifica a Goethe. Incluso en la rapsódica
invocación de Epicuro con que se inicia el libro tercero de De la
naturaleza de las cosas hay un acento especial que no pertenece al fundador
griego sino a la austera sublimidad romana que señala a Lucrecio
como el anti-Dante.
Pues al momento que a gritar empieza
tu razón no ser obra de los dioses
el universo, sin parar escapan
los terrores del ánimo; se extienden
los límites del mundo; en el vacío
veo formarse el universo; veo
la corte celestial y las moradas
tranquilas de los dioses, que agitadas
no por los vientos son, ni los nublados
con aguacero enturbian, ni la nieve
que el recio temporal ha condensado
con blancos copos al caer las mancha;
y cúbrelas un éter siempre claro,
y ríen con luz larga derramada.
Bienes pródiga da naturaleza
a las inteligencias celestiales:
ni un instante siquiera es perturbada
la paz de sus espíritus divinos:
la mansión infernal desaparece,
por el contrario; ni la tierra impide
que contemplen debajo de sus plantas
en el vacío las escenas varias.
Un divino placer y horror sagrado
se apoderan de mí considerando
estos grandes objetos que tu esfuerzo
[117]
hizo patentes descorriendo el velo
con que naturaleza se cubría.
De la naturaleza de las cosas43.
Esto sin duda surge del Evangelio según Epicuro, pero la visión y
el tono son puramente lucrecianos. El suyo es un “divino placer” pero
expresado con tal fuerza que (en el original) se sostiene con gran intensidad,
como una especie de sondeo de la naturaleza del universo llevado
a cabo desde muy alto. La cosmológica confianza en sí mismo de Lucrecio
le permite aconsejarnos que dejemos a un lado el temor de la muerte
porque es irrelevante. Enfrenta con serenidad ese mundo violento que
su poema no pudo enseñarle aVirgilio a soportar serenamente. Su arte
no es tan diverso como el de Virgilio y sus efectos estéticos sobre mí no
son tan poderosos como los de Virgilio, pero me sienta mejor leer a
Lucrecio.
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