jueves, 16 de junio de 2022

FRONTISPICIO 6. LUCRECIO. GENIOS. HAROLD BLOOM




FRONTISPICIO 6

Lucrecio

Porque si ausente está el objeto amado,

vienen sus simulacros a sitiarnos,

y en los oídos anda el dulce nombre.

Conviene, pues, huir los simulacros,

de fomentos de amores alejarnos,

y volver a otra parte el pensamiento,

y divertirse con cualquier objeto;

no fijar el amor en uno solo,

pues la llama se irrita y se envejece

con el fomento, y el furor se extiende

y el mal de día en día se empeora.

Si no entretienes tú con llagas nuevas

las heridas que te hizo amor primero,

y haciéndote veleta en los amores

no reprimes el mal desde su origen

y llevas la pasión hacia otra parte**.

No es de sorprenderse que Lucrecio haya desaparecido durante más

de mil años cristianos, hasta que el siglo xv desenterró su gran poema.

Quizás Dante nunca oyera hablar de Lucrecio, y quizás hubiese sentido

desconcierto ante su De rerum natura [De la naturaleza de las cosas],

sin duda porque inevitablemente se habría dado cuenta de la deuda de

Virgilio con Lucrecio.

Los poetas lucrecianos, desde Virgilio hasta Wallace Stevens y pasando

por Shelley, se caracterizan por su alejamiento de la superstición,

no obstante lo cual Lucrecio ejerció su influencia más perdurable sobre

aquellos poetas cristianos ofendidos, pero con ambivalencias, por su

tenaz materialismo: Tasso, Spenser, Milton y Tennyson.

No hay nada en Lucrecio más cáustico que su desprecio por el idealismo

erótico, como es evidente en el pasaje anteriormente citado. Quizás

Byron, con sus amables argumentos en favor de la “movilidad” sexual,

sea el más sabio de sus discípulos eróticos. No hay mejor médico para

los sufrimientos del amor romántico y de su pérdida que Lucrecio, cuya

[112]

percepción del cosmos como un “ baluarte en llamas” constituye un

punto de vista sanativo para la angustia sexual.

Posiblemente hoy en día esté en desventaja un genio que nos prevenga

contra la superstición organizada y el frenesí erótico. Pero lo que

hace que Lucrecio sea tan importante es que ningún otro poeta nos enseña

mejor que él a no temerle a la muerte, enseñanza en la que Montaigne

siguió sus pasos. Al desechar tan contundentemente la superviviencia

y la inmortalidad, Lucrecio busca liberarnos del miedo y de la melancolía,

ofreciéndonos una libertad que la mayoría de nosotros se niega a

aceptar.

[113]

Tito Lucrecio Caro

c. 99 I C. 55 3.C.

e l m á s e l o c u e n t e defensor del “ ateísmo” y del materialismo metafísico

en nuestra tradición es Lucrecio. Y quizás sea inevitable que se lo

haya malinterpretado tan insistentemente, dado que su filosofía epicúrea

resulta completamente inaceptable para el cristianismo, el islamismo y

el judaismo y para toda la tradición religiosa occidental. San Jerónimo

se desembarazó de Lucrecio calumniándolo con tal eficiencia que lo hizo

desaparecer por más de mil años: hasta el siglo xv no se volvió a hablar

de él. Me hubiera gustado que Dante hubiese leído a Lucrecio: quizás

el poeta epicúreo se habría convertido en el contraste diabólico de

Virgilio, Estacio, Ovidio y Lucano, todos ellos fundamentales para la

Comedia. Ni siquiera Dante habría podido cristianizar a Lucrecio.

No sabemos nada de la vida de Lucrecio aparte de las calumnias cristianas

de San Jerónimo. Se nos pide que creamos que Lucilia, la esposa

del poeta, le dio una poción para contrarrestar su abandono sexual que

lo volvió loco. Se supone que Lucrecio compuso De la naturaleza de las

cosas en los intervalos de lucidez y que después se suicidó, a los 44 años

de edad. Quizás lo más conveniente haya sido que Dante nunca se hubiese

topado con el nombre de Lucrecio. Me estremezco un poco ante

la idea del magistral poeta epicúreo, de pie en su tumba en el “ Infierno” ,

dándonos una explicación danteana de su vida, sus errores teológicos y

su autoinmolación. Algo de eso encontramos de todas maneras en “Lucrecio”

(1868), el soberbio monólogo dramático de lord Tennyson en

el que el bardo envenenado del materialismo filosófico proclama a gritos

la agonía tormentosa de sus alucinaciones:

Un vado se abrió en la Naturaleza; todos sus lazos

Se fracturaron; y vi las fulgurantes estelas de los átomos

Y los torrentes de su universo innumerable

Recorriendo la inanidad ilimitada,

Volar hasta conectarse de nuevo y conformar

Otro y otro arreglo de las cosas

Para siempre: eso era lo mío, mi sueño, lo sabía-

[114]

Mío y de mi pertenencia, como el perro

Con su deseo interior y su inquieto paso cumple

Su tarea en el bosque: ¡pero la siguiente!

Pensé que toda la sangre por Escila derramada

Caía nuevamente como lluvia sobre la tierra

Y donde salpicaba la campiña enrojecida no nacían

Los dragones guerreros de los dientes de Cadmo,

Porque pensaba yo que mi sueño me los mostraría a estos,

Pero fueron más bien doncellas, hetairas, curiosas en su arte,

Animalismos alquilados, viles como aquellos que volvieron

Las orgías del dictador de rostro morado, peores

De lo que debieran, fábulas de los callados dioses.

Y entrelazaron las manos y gritaron y dieron vueltas a mi alrededor

En círculos cada vez más estrechos hasta que grité otra vez

Medio sofocado, me levanté de un salto y vi-

¿ Sería el primer fulgor de mi último día?

Después, después de la total oscuridad aparecieron los pechos,

Los pechos de Helena, y una espada amenazante

Ya por encima, ya por debajo, ya directamente,

Apuntaba para el ataque, pero retrocedía avergonzada

Ante toda esa belleza; y mientras observaba, un fuego,

El fuego que dejó a Ilion sin techo,

Salió disparado de los pechos y me quemó hasta despertarme.

Tennyson ha creado una extraña amalgama de sí mismo, Lucrecio

y el Eneas de Virgilio en esta grandiosa pesadilla sexual. Escila es Sula,

el dictador de rostro morado famoso por sus orgías aparentemente sensacionales,

incluso para estándares romanos. Las hetairas rodean al

Tennyson virgiliano hasta que tiene una visión de Helena amenazada

por el vengativo Eneas, pero sus legendarios senos acobardan la espada

troyana, claramente fálica. ¿Y todo esto qué tiene que ver con Lucrecio

y con su gran poema sobre la naturaleza de las cosas? En realidad muy

poco, excepto que gracias al cotorreo cristiano de Jerónimo, Tennyson

cuenta con una interpretación magníficamente equivocada y poderosa

del verdadero Lucrecio. Pero la de Tennyson también es una reacción

al epicureismo contemporáneo de Algernon Charles Swinburne y de los

primeros ensayos de Walter Pater.

[115]

Epicuro (341-270 a.C.) había propuesto en Atenas un racionalismo

hedonístico basado en una teoría materialista (atómica) de la materia.

El epicureismo niega la inmortalidad del alma, ignora la Divina Providencia,

y no le encuentra utilidad alguna al idealismo platónico, en especial

en el terreno erótico, en el cual se defiende alegremente una

promiscuidad sensata no en aras de sí misma sino para evitar desastres

pasionales. Epicuro y Lucrecio, su discípulo poético, afirman el júbilo

de la existencia natural y nos instan a aceptar la realidad de la muerte

sin falsos consuelos religiosos. Los dioses existen pero son irrelevantes

porque están lejos de nosotros y son indiferentes a nuestros sufrimientos

o a nuestras complacencias.

Tal como sucedió con Lucrecio, la cultura occidental oficial no ha

tenido nada bueno qué decir de Epicuro; la diferencia estriba en que

Lucrecio sí ha sido una influencia predominante, si bien en ocasiones

clandestina, desde Virgilio hasta Wallace Stevens. Mi aforismo emersoniano

favorito es absolutamente epicúreo y forma parte fundamental de

la tradición lucreciana:

Así como las oraciones de los hombres son una enfermedad de su

voluntad, su fe es una enfermedad del intelecto.

El material de Lucrecio es potente, sin embargo, y ha provocado

ambivalencias en sus admiradores desde Virgilio, pasando por los poetas

épicos del Renacimiento (Tasso, Spenser, Du Bartas), hasta Montaigne,

Molière, Dryden, Shelley y Walt Whitman. No obstante lo cual me

maravilla un poco que el dogmatismo del ferozmente sublime Lucrecio

siempre me haya sugerido la tendenciosidad de Agustín y de Dante, tan

apasionadamente convencidos de la verdad cristiana como lo estaba

Lucrecio de su epicureismo. En De la naturaleza de las cosas hay una

poesía de la fe en la que Epicuro es el fundador de una religión antirreligiosa

de la cual él mismo era el líder en la Atenas de su tiempo. Lucrecio

pretende ser el más creyente de los epicúreos, pero el suyo es un temperamento

altamente idiosincrásico, tal como se puede ver en la traducción

de John Dryden (1685) al inglés (infortunadamente Dryden sólo

tradujo unos fragmentos del poema). Dryden observó con precisión que

“ el rasgo característico de Lucrecio (de su espíritu y de su genio) es un

cierto orgullo noble y la declaración positiva de sus opiniones” . Otro

tanto se podría decir de Dante, el anti-Lucrecio, y nos sería útil como

[116]

recordatorio de que las sensibilidades de los poetas son más importantes

que sus ideologías.

En sus Tres poetas filósofos: Lucrecio, Dante, Goethe (1910), George

Santayana reúne a Lucrecio con su antítesis, Dante, y con Goethe, que

era más un epicúreo que un cristiano. Pero el estudio de Santayana fue

escrito hace casi un siglo y yo creo que ninguno de los tres poetas era

esencialmente filosófico. Lucrecio no es Epicuro en verso, Dante no es

Agustín en verso, y Goethe sólo versifica a Goethe. Incluso en la rapsódica

invocación de Epicuro con que se inicia el libro tercero de De la

naturaleza de las cosas hay un acento especial que no pertenece al fundador

griego sino a la austera sublimidad romana que señala a Lucrecio

como el anti-Dante.

Pues al momento que a gritar empieza

tu razón no ser obra de los dioses

el universo, sin parar escapan

los terrores del ánimo; se extienden

los límites del mundo; en el vacío

veo formarse el universo; veo

la corte celestial y las moradas

tranquilas de los dioses, que agitadas

no por los vientos son, ni los nublados

con aguacero enturbian, ni la nieve

que el recio temporal ha condensado

con blancos copos al caer las mancha;

y cúbrelas un éter siempre claro,

y ríen con luz larga derramada.

Bienes pródiga da naturaleza

a las inteligencias celestiales:

ni un instante siquiera es perturbada

la paz de sus espíritus divinos:

la mansión infernal desaparece,

por el contrario; ni la tierra impide

que contemplen debajo de sus plantas

en el vacío las escenas varias.

Un divino placer y horror sagrado

se apoderan de mí considerando

estos grandes objetos que tu esfuerzo

[117]

hizo patentes descorriendo el velo

con que naturaleza se cubría.

De la naturaleza de las cosas43.

Esto sin duda surge del Evangelio según Epicuro, pero la visión y

el tono son puramente lucrecianos. El suyo es un “divino placer” pero

expresado con tal fuerza que (en el original) se sostiene con gran intensidad,

como una especie de sondeo de la naturaleza del universo llevado

a cabo desde muy alto. La cosmológica confianza en sí mismo de Lucrecio

le permite aconsejarnos que dejemos a un lado el temor de la muerte

porque es irrelevante. Enfrenta con serenidad ese mundo violento que

su poema no pudo enseñarle aVirgilio a soportar serenamente. Su arte

no es tan diverso como el de Virgilio y sus efectos estéticos sobre mí no

son tan poderosos como los de Virgilio, pero me sienta mejor leer a

Lucrecio.

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