sábado, 11 de febrero de 2012

MARCUS AURELIUS FILÓSOFO-EMPERADOR: MEDITACIONES








Si existe un libro que me ha conmovido enormemente es este: LAS MEDITACIONES DE MARCUS AURELIUS. ¿Quién me lo recomendó? Mi amigo y escritor Carlos Cortés. Doy gracias por dicha recomendación. 
Las meditaciones de Marcus Aurelius son un precepto de vida, de ética, moral, de la serenidad de espíritu, de estoicismo en el más riguroso concepto. El destino lo arrojó a ser Emperador Romano pero, el por derecho propio se erigió como uno de los grandes filósofos del imperio.
Trataré de "postear" en la medida posible todas las semanas fragmentos de LAS MEDITACIONES DE MARCUS AURELIUS para reflexión de todos ustedes y mía también.

DE LO HEREDADO AL FILÓSOFO.

1. De mi abuelo Vero^: el buen carácter y la serenidad.
2. De la reputación y memoria legadas por mi progenitor^:
el carácter discreto y viril.
3. De mi m a d r e e l respeto a los dioses, la generosidad
y la abstención no sólo de obrar mal, sino incluso de incurrir


en semejante pensamiento; más todavía, la frugalidad en el
régimen de vida y el alejamiento del modo de vivir propio
de los ricos.
4. De mi bisabuelo^: el no haber frecuentado las escuelas
públicas y haberme servido de buenos maestros en casa,
y el haber comprendido que, para tales fines, es preciso
gastar con largueza.
5. De mi preceptor: el no haber sido de la facción de los
Verdes ni de los Azules^, ni partidario de los parmularios ni
de los escutarios^; el soportar las fatigas y tener pocas necesidades;
el trabajo con esfuerzo personal y la abstención de
excesivas tareas, y la desfavorable acogida a la calumnia.
6. De Diogneto^: el evitar inútiles ocupaciones; y la
desconfianza en lo que cuentan los que hacen prodigios y
hechiceros acerca de encantamientos y conjuración de espíritus,
y de otras prácticas semejantes; y el no dedicarme a la
cría de codornices ni sentir pasión por esas cosas; el soportar
la conversación franca y familiarizarme con la filosofía;
y el haber escuchado primero a Baquio, luego a Tandasis y


Marciano'^; haber escrito diálogos en la niñez; y haber deseado
el catre cubierto de piel de animal, y todas las demás
prácticas vinculadas a la formación helénica.
7. De Rústico el haber concebido la idea de la necesidad
de enderezar y cuidar mi carácter; el no haberme desviado
a la emulación sofistica, ni escribir tratados teóricos ni
recitar discursillos de exhortación ni hacerme pasar por persona
ascética o filántropo con vistosos alardes; y el haberme
apartado de la retórica, de la poética y del refinamiento
cortesano. Y el no pasear con la toga^' por casa ni hacer
otras cosas semejantes. También el escribir las cartas de
modo sencillo, como aquella que escribió él mismo desde
Sinuesa'^ a mi madre; el estar dispuesto a aceptar con indulgencia
la llamada y la reconciliación con los que nos han
ofendido y molestado, tan pronto como quieran retractarse;
la lectura con precisión, sin contentarme con unas consideraciones
globales, y el no dar mi asentimiento con prontitud
a los charlatanes; el haber tomado contacto con los Recuerdos
de Epicteto, de ¡os que me entregó una copia suya.


firme sin vacilaciones ni recursos fortuitos; no dirigir la mirada
a ninguna otra cosa más que a la razón, ni siquiera por
poco tiempo; el ser siempre inalterable, en los agudos dolores,
en la pérdida de un hijo, en las enfermedades prolongadas;
el haber visto claramente en un modelo vivo que la
misma persona puede ser muy rigurosa y al mismo tiempo
desenfadada; el no mostrar un carácter irascible en las explicaciones;
el haber visto a un hombre que claramente consideraba
como la más ínfima de sus cualidades la experiencia
y la diligencia en transmitir las explicaciones teóricas; el
haber aprendido cómo hay que aceptar los aparentes favores
de los amigos, sin dejarse sobornar por ellos ni rechazarlos
sin tacto.
9. De Sexto la benevolencia, el ejemplo de una casa
gobernada patriarcalmente, el proyecto de vivir conforme a
la naturaleza; la dignidad sin afectación; el atender a los
amigos con solicitud; la tolerancia con los ignorantes y con
los que opinan sin reflexionar; la armonía con todos, de manera
que su trato era más agradable que cualquier adulación,
y le tenían en aquel preciso momento el máximo respeto; la
capacidad de descubrir con método inductivo y ordenado
los principios necesarios para la vida; el no haber dado nunca
la impresión de cólera ni de ninguna otra pasión, antes
bien, el ser el menos afectado por las pasiones y a la vez el
que ama más entrañablemente a los hombres; el elogio, sin
estridencias; el saber polifacécito, sin alardes.


10. De Alejandro'^ el gramático: la aversión a criticar;
el no reprender con injurias a los que han proferido un barbarismo,
solecismo o sonido mal pronunciado, sino proclamar
con destreza el término preciso que debía ser pronunciado,
en forma de respuesta, o de ratificación o de una
consideración en común sobre el tema mismo, no sobre la
expresión gramatical, o por medio de cualquier otra sugerencia
ocasional y apropiada.











DEL DICCIONARIO FILOSÓFICO: ABEJAS.




DEL DICCIONARIO FILOSÓFICO DE VOLTAIRE: 
ABEJAS. La especie de las abejas es superior a la raza humana en cuanto extrae de su cuerpo una sustancia útil, mientras que todas nuestras secreciones son despreciables y no hay una sola que no haga desagradable al género humano.

Me admira que los enjambres que escapan de la colmena sean más pacíficos que los chiquillos al salir del colegio, pues en esas circunstancias las jóvenes abejas no pican a nadie, o lo hacen raras veces y en casos excepcionales. Se dejan atrapar y con la mano se les puede llevar a una colmena preparada para ello. Pero cuando en su nueva morada conocen sus verdaderos intereses, se tornan semejantes a nosotros y nos declaran la guerra. En cierta ocasión presencié cómo iban pacíficamente, durante seis meses, las abejas a libar el néctar en un prado cercano cuajado de flores. Pero en cuanto comenzaron a segar el prado, salieron furiosas de la colmena y acometiendo a los segadores que querían privarlas de su alimento les obligaron a huir.

No sé quién fue el primero que dijo que las abejas se regían por un sistema monárquico. Indudablemente, esta idea no la emitió ningún republicano. Tampoco sé quién descubrió que se trataba de una reina en vez de un rey, y supuso que dicha reina era una Mesalina que disponía de un serrallo fabuloso y se pasaba la vida ayuntándose y procreando, poniendo y cobijando unos cuarenta mil huevos cada año. Y en las suposiciones se ha ido más allá. Se ha pretendido que pone huevos de tres especies diferentes: de reinas, de esclavos, que se llaman zánganos, y de sirvientas, que se llaman obreras. Pero esta suposición no concuerda con las leyes ordinarias de la Naturaleza.

Un eminente sabio, sagaz observador de la naturaleza, inventó hace unos años la incubadora de pollos, que conocieron ya los egipcios cuatro mil años atrás, sin importarle un ardid la enorme diferencia que media entre nuestro clima y el de Egipto. Y también este sabio (1) afirma que la reina de las abejas es la madre de esas tres especies de ellas.

(1) Reaumur: Tratado de las singularidades de la Naturaleza.

Ciertos naturalistas tuvieron por buenas esas teorías, hasta que apareció un hombre que, dueño de seiscientas colmenas, creyó conocer mejor esta materia que los que sin poseer ninguna han escrito volúmenes enteros sobre esta república industriosa, tan desconocida como la de las hormigas. Ese hombre se llama Simón. Sin ínfulas de literato, escribe llanamente, pero consigue recoger miel y cera. Es buen observador y sabe más sobre esta materia que el prior de Jouval y que el autor del Espectáculo de la naturaleza. Estudió la vida de las abejas durante veinte años y afirma que es falso cuanto se ha dicho de ellas, y que los libros escritos sobre esta materia se han burlado de nosotros. Dice que hay efectivamente en cada colmena un rey y una reina que perpetúan el linaje real y dirigen el laboreo de sus súbditos, que ha visto dichos reyes y los ha dibujado. Asegura también que en las colmenas existe la grey de los zánganos y la numerosa familia de las abejas obreras, machos y hembras, y que éstas depositan sus huevos en las celdillas que han construido.

¿Cómo sería posible que sólo la reina pudiera poner y cobijar cuarenta mil huevos uno tras otro? El sistema más sencillo de averiguarlo suele ser el más verdadero. Sin embargo, yo he buscado muchas veces al rey y a la reina y nunca he llegado a verlos. Algunos observadores afirman que han visto a la reina rodeada de su corte, y han sacado de su colmena a ella y a su servidumbre, poniéndolas a todas en el brazo. No he verificado este experimento, pero sí he tomado con la mano las abejas de un enjambre que salía de la colmena sin que me picaran. Hay personas tan convencidas de que las abejas no causan daño alguno que se ponen enjambres de ellas en la cara y en el pecho.

Virgilio escribió sobre las abejas incurriendo en los errores de su época. Yo más bien me inclinaría a creer que el rey y la reina sólo son dos abejas normales que por casualidad vuelan al frente de las demás, y que cuando todas juntas van a libar el néctar de las flores hay algunas más rápidas que van delante, pero colegir de ello que en las colmenas hay rey, reina y corte, resulta muy dudoso.

Muchas especies de animales se agrupan y viven juntos. Se han comparado los corderos y los toros con los reyes, porque entre ellos frecuentemente hay uno que va delante y esta circunstancia ha llamado siempre la atención. El animal que muestra mayor apariencia de ser rey y de poseer su corte es el gallo: llama de continuo a las gallinas y deja caer de su pico el grano para que ellas lo coman, las dirige y las defiende, no tolera que otro aspirante a rey participe con él del dominio de su pequeño estado, y no se aleja nunca de su serrallo. Esta es la auténtica imagen de la monarquía, mejor representada en un gallinero que en una colmena.

En el libro de los Proverbios, atribuido a Salomón, se dice «que cuatro cosas hay entre las más pequeñas de la tierra, con más sabiduría que los mismos sabios: las hormigas, pueblo débil que en verano almacena su comida; los conejos, pueblo pacífico que construye su casa en la piedra; las langostas, que no tienen rey y salen todas en cuadrillas, y la araña, que teje con las manos y está en palacios de reyes». Ignoro por qué Salomón se olvidó hablar de las abejas, dotadas de instinto superior al de los conejos, aunque no ponen su casa en la piedra, y de instinto superior al de la araña, cuyo ingenio desconozco. Yo siempre preferiré la abeja a las langostas.

CUENTOS DEL CARIBE


Por primera vez en Cuba volumen Cuentos del CaribePDFImprimirE-Mail
  
Imagen de muestraLa Habana, 10 ene (PL) El libro Cuentos del Caribe, selección de Manuel García, publicado por la editorial Arte y Literatura, salió a la luz hoy quí con su presentación en la Feria Internacional del Libro Cuba 2012.

  El volumen reúne autores de cuatro países caribeños poco conocidos entre los lectores del mundo de habla hispana, aseveró el ensayista cubano Ernesto Pérez, durante la presentación en la sala Nuestra América de la fortaleza de San Carlos de la Cabaña.

Los cuentos de la haitiana Edwige Dantical, el jamaicano Claude Mc Kay, el guyanés Jan Carew y el trinitense Eaerl Lovelacde fueron seleccionados por el compilador y traductor en un acercamiento a las costumbres de la región.

Al referirse a las características de esos escritores de distintas generaciones expresó que Mc Kay y Carew son los más conocidos en Cuba debido al tratamiento dado por la editorial Arte y Literatura y por Casa de las Américas.

Pero señaló sobre Dantical y Lovelacde, que desconoce si algunos de sus libros hayan sido traducidos alguna vez al español.

Durante la segunda jornada de la fiesta literaria habanera, Pérez resaltó la presencia de lo mítico, lo sensual y la supervivencia del ser humano en ese volumen de 80 páginas.

Realzó además la excelente calidad y belleza de las obras, potencialmente polémicas, lo cual hace mucho más interesante el libro.

El sueño eterno americano del joven Joebell, víctima de la pobreza y la marginalidad, la voluptuosidad de Sue y el ancestral machismo de Chantal, quien esconde sus debilidades más íntimas, son temas que refleja esa selección.

Asimismo está presente el sufrimiento de una mujer haitiana que escapa de una matanza ocurrida en 1937.

rc/rml

jueves, 9 de febrero de 2012

CARLOS FUENTES. PREMIO CERVANTES 1987


Premio Cervantes 1987


CARLOS FUENTES
Narrador y ensayista mexicano
(Embajada de México en Panamá, 1928)
Hijo de un diplomático de carrera, durante su infancia y
primera juventud viaja con sus padres a Panamá, Quito,
Montevideo, Río de Janeiro –donde el padre es
secretario del Embajador Alfonso Reyes–, Washington,
Colombia y Perú. Siente temprana inclinación por el cine, el periodismo y la literatura.
Mark Twain y Edmundo de Amicis son los autores más importantes que lee en este
periodo, así como Rafael Sabatini y Emilio Salgari.
Cuando en 1944 regresa a México, termina el bachillerato y estudia Derecho en la
Universidad Nacional Autónoma de México, al mismo tiempo que asiste a los cursos de
Filosofía de José Gaos y de Eduardo Nicol. La vida nocturna de México le atrae:
“prostíbulos, cabaret, magos y mariachis: la materia prima de su primera novela”, La
región más transparente (amplio mural de la vida urbana de México D.F.). En 1950 se
inicia en el servicio diplomático en Ginebra, como secretario de la delegación
mexicana en la Comisión Internacional de Derecho de las Naciones Unidas, además
de completar sus estudios en el Institut de Hautes Études. En ese mismo año, en
Francia, conoce a Octavio Paz.
En 1951 regresa a México, vuelve a la Facultad de Derecho, donde forma parte del
grupo llamado Generación del medio siglo, agrupada en torno al maestro Mario de la
Cueva. Colabora, en ese momento, con Jaime García Terrés en la revista Universidad
de México.
Tras su graduación, en 1955, funda la Revista Mexicana de Literatura, junto a
Emmanuel Carballo. Cuatro años después renuncia al servicio diplomático y viaja a
Cuba, con el triunfo de la Revolución. En 1957 contrae matrimonio con la actriz Rita
Macedo. Al año siguiente, colabora estrechamente con Fernando Benítez y con
Vicente Rojo en el suplemento cultural del periódico Novedades, México en la Cultura.
En 1959, la dura represión contra los ferrocarrileros y el silencio de la prensa, lo impulsa
a crear la revista crítica El espectador, con intelectuales de izquierda como Víctor
Flores Olea, Enrique González Pedrero, Luis Villoro, Jaime García Terrés y Francisco
López Cámara.
A partir de 1960 sus obras empiezan a traducirse a otras lenguas, en primer lugar La
región más transparente a la inglesa y francesa. Poco después, a partir de 1965,
empieza a vivir en diferentes ciudades: Roma, París, Venecia, Londres, Princeton,
pasando temporadas en México y viajando a muchos otros países. En 1973 se casa
con Silvia Lemus y, en 1975, es nombrado embajador de México en Francia pero, dos
años después, dimite en protesta contra el nombramiento del ex presidente Díaz Ordaz
como primer embajador de México en España.
En 1976 acepta profesorados en las Universidades de Columbia (Nueva York) y
Pennsylvania (Philadelphia). Desde ese año, y hasta 1982, visita numerosas
universidades como profesor y lector; entre ellas, Dartmouth, Harvard y Princeton
(Estados Unidos) y Cambridge (Inglaterra). En 1990, se instala en Londres para preparar
la emisión televisiva de The Buried Mirror (El espejo enterrado), serie televisiva de amplia
difusión mundial.
Entre sus numerosas obras, destacan: Los días enmascarados (1954), su primer libro,
que es una colección de cuentos en los que se mezclan la realidad y la fantasía; Las
buenas conciencias (1959), historia de un miembro de la burguesía mexicana,
rodeada por un ambiente asfixiante de fariseísmo religioso y de decadencia moral; La
muerte de Artemio Cruz (1962), cuyo argumento se sustenta en cuatro grandes ejes: la
muerte como alumbramiento lúcido de la existencia; la corrupción, traición a los
ideales por el poder y la riqueza; el amor, razón y fuerza de la vida, y el juego temporal
de forma que el tiempo sea reversible.
En otros títulos ha continuado trazando un gran panorama de la sociedad mexicana
contemporánea: Aura (1962), una narración breve y uno de sus mejores textos, a
caballo entre lo histórico y lo fantástico, es una versión singular del eterno tema del
vampiro. Otros libros son Zona sagrada (1967), indagación en el mito de Ulises y sus
referencias; Cambio de piel (1967), donde regresa a lo épico y esboza una
cosmovisión carnavalesca irreverente; Terra nostra (1975), que es una empresa colosal,
un trabajo intrincado con el lenguaje y la historia, uno de los textos más atrevidos que
se hayan construido en español, donde entrelaza distintos tipos de ficción y mitos; La
cabeza de la hidra (1978), donde ensaya una novela policíaca con un tema histórico
mexicano; Una familia lejana (1980), enraizada en la fantasía y en la historia y Gringo
viejo (1985), sobre el escritor norteamericano Ambrose Bierce.
En 1994 presenta su novela Diana la cazadora solitaria, obra de carácter
autobiográfico en la que refleja el México de la década de los sesenta.
En 1995 se publicó en España su obra Nuevo tiempo mexicano, en la que aborda la
revuelta de Chiapas como un llamamiento a las conciencias. En 1997 publica su libro
de cuentos La frontera de cristal, compuesto por nueve relatos que se relacionan entre
sí, en los que el novelista analiza los encuentros y desencuentros entre Estados Unidos y
México y presenta El espejo enterrado, volumen de ensayos basado en una serie que
hizo para la televisión, donde el escritor aborda lo que considera "la biografía de mi
cultura".
En 1998, junto a su hijo, publica Retratos en el tiempo, donde aparecen retratados
mediante la imagen y la palabra veinticinco personajes. A finales de 1998 publica Los
años con Laura Díaz y, entrado el año 2000, una recopilación de fragmentos de toda
su narrativa en Los cinco soles o México, memoria de un milenio.
Carlos Fuentes ha recibido numerosos reconocimientos, además del Premio Cervantes
(1987): Premio Xavier Villaurrutia -por Terra Nostra- (1977), Premio Alfonso Reyes (1979),
Premio Nacional de Literatura de México (1986), Premio Internacional Menéndez
Pelayo de la Universidad de Santander (1992), Premio Internacional Don Quijote de la
Mancha (2008). Ha sido objeto también de numerosos honores, como los
nombramientos de Miembro permanente del Colegio Nacional de México (1972),
Miembro del Woodrow Wilson International Center for Scholars en Washington (1974),
Miembro del Consejo de Administración de la Biblioteca Pública de Nueva York (1990),
Miembro de la Legión de Honor de Francia (1992), y ostenta doctorados honoris causa
de las Universidades Columbia College de Chicago (1983), Harvard (1984), Cambridge
y Essex (1979), Dartmouth College y Universidad de California en Los Angeles (UCLA)
(1993). En 2007 inaugura, en Madrid, el Coloquio Internacional del Bicentenario de las
Independencias Hispanoamericanas. En 2008, se prepararon en México numerosos
actos para conmemorar sus 80 años.

De este gran escritor mexicano rendimos homenaje con una brevísima reseña de LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ y que el lector puede bajar en el blog.
RESEÑA:
Los últimos momentos de la vida de un hombre poderoso, un soldado revolucionario, un amante sin amor, un padre sin familia... un hombre que traicionó a sus compañeros, pero que no pudo soportar las heridas que le infligió el destino.
Carlos Fuentes nos revela los procesos mentales de un viejo que ya no es capaz de valerse por sí mismo y que se halla postrado ante la muerte inminente e indigna, pero su voluntad -que le ha otorgado una posición sobresaliente en la sociedad- se resiste a dejarse vencer.
Usando una brillante técnica narrativa, que reúne en un solo texto el consciente, el subconsciente y la narración objetiva, el pasado, el presente y el futuro, Fuentes nos conduce por las entrañas de la Revolución, el sistema político mexicano y la idiosincrasia de las clases dirigentes.
Fuente: NN.




CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1987
Discurso de CARLOS FUENTES EN EL PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD DE ALCALÁ DE HENARES.

- 1 -
Majestades,
Si este galardón -que tanto me honra y tanto aprecio- es considerado el premio de
premios para un escritor de nuestra lengua, ello se debe a que, como ningún otro, es un
premio compartido.
Yo comparto el Premio Cervantes, en primer lugar, con mi patria, México, patria de mi
sangre pero también de mi imaginación, a menudo conflictiva, a menudo contradictoria,
pero siempre apasionada con la tierra de mis padres.
México es mi herencia, pero no mi indiferencia; la cultura que nos da sentido y
continuidad a los mexicanos es algo que yo he querido merecer todos los días, en
tensión y no en reposo. Mi primer pasaporte -el de ciudadano de México- he debido
ganarlo, no con el pesimismo del silencio, sino con el optimismo de la crítica. No he
tenido más armas para hacerlo que las del escritor: la imaginación y el lenguaje.
Son éstos los sellos de mi segundo pasaporte, el que me lleva a compartir este premio
con los escritores que piensan y escriben en español. La cultura literaria de mi país es
incomprensible fuera del universo lingüístico que nos une a peruanos y venezolanos,
argentinos y puertorriqueños, españoles y mexicanos. Puede discutirse el grado en el
que un conjunto de tradiciones religiosas, morales y eróticas, o de situaciones políticas,
económicas y sociales, nos unen o nos separan; pero el terreno común de nuestros
encuentros y desencuentros, la liga más fuerte de nuestra comunidad probable, es la
lengua -el instrumento, dijo una vez William Butlerler Yeats, de nuestro debate con los
demás-, que es retórica, pero también del debate con nosotros mismos, que es poesía.
Debate con los demás, debate con nosotros mismos. Nos disponemos, así que pasen
cuatro años, a celebrar los cinco siglos de una fecha inquietante: 1492. Vamos a discutir
mucho sobre la manera misma de nombrarla. ¿Descubrimiento, como señalan las
costumbres, o encuentro, como concede el compromiso? ¿Invención de América, como
sugiere el historiador mexicano Edmundo O'Gorman; deseo de América, como anheló
el Renacimiento europeo, hambriento de dos objetivos incompatibles: utopía y espacio;
o imaginación de América, como han dicho sus escritores de todos los tiempos, de
Bernal Díaz del Castillo a Sor Juana Inés de la Cruz, y a Gabriel García Márquez?
Los cinco siglos que van de aquel 92 a éste se inician, también, con la publicación de la
primera gramática de la lengua castellana, por Antonio de Nebrija. Y aunque Nebrija
designa a la lengua como acompañante del imperio, hoy reconocemos la otra vertiente
de la celebración y ésta es la crítica. La lengua de la conquista fue también la de la
contraconquista, y sin la lengua de la colonia no habría lengua de la independencia.
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1987
Discurso de CARLOS FUENTES
- 2 -
Hablo de un idioma compartido, con mi patria, con mi cultura y con sus escritores.
Quiero ir más lejos, sin embargo. Esta lengua nuestra se está convirtiendo, cada vez
más, en una lengua universal, hablada, leída, cantada, pensada y soñada por un número
creciente de personas: casi 350 millones, convirtiéndola en el cuarto grupo lingüístico
del mundo; sólo en los EEUU de América sus hispanoparlantes transformarán a ese
gran país, apenas rebasado el año 2000, en la segunda nación de habla española del
mundo.
Esto significa que, en el siglo que se avecina, la lengua castellana será el idioma
preponderante de las tres Américas: la del Sur, la del Centro y la del Norte. La famosa
pregunta de Rubén Darío -¿tantos millones hablarán inglés?- será al fin contestada: no,
hablarán español.
Nuestra imaginación política, moral, económica, tiene que estar a la altura de nuestra
imaginación verbal.
Esta lengua nuestra, lengua de asombros y descubrimientos recíprocos, lengua de
celebración pero también de crítica, lengua mutante que un día es la de san Juan de la
Cruz y al siguiente la de fray Gerundio de Campazas y al día que sigue, lengua fénix,
vuela en alas de Clarín, esta lengua nuestra, mil veces declarada, prematuramente,
muerta, antes de renacer para siempre, a partir de Rubén Darío, en una constelación de
correspondencias trasatlánticas, ha sido todo esto porque ha sido espejo de
insuficiencias, pero también agua del deseo, hielo de triunfos y cristal de dudas, roca de
la cultura, permanente, continua, en medio de borrascas que se han llevado a la deriva a
tantas islas políticas; vidrio frágil, la lengua nuestra, pero ventana amplia, también,
gracias a los cuales tenemos refugio y compensación, así como visión y conciencia, de
los tiempos inclementes.
La lengua imperial de Nebrija se ha convertido en algo mejor: la lengua universal de
Jorge Luis Borges y Pablo Neruda, de Julio Cortázar y Octavio Paz. La literatura de
origen hispánico ha encontrado un pasaporte mundial y, traducida a lenguas extranjeras,
cuenta con un número cada vez mayor de lectores.
¿Por qué ha sucedido esto? No por un simple factor numérico, sino porque el mundo
hispánico, en virtud de sus contradicciones mismas, en función de sus conflictos
irresueltos, en aras de sus ardientes compromisos entre la realidad y el deseo, y a la luz
de la memoria colectiva de nuestra historia, que es la historia de nuestras culturas,
plurales de nuestro lado del Atlántico -europeos, indios, negros y mestizos- pero de este
lado también -cristianos, árabes y judíos-, ha podido mantener vigente todo un
repertorio humano olvidado a menudo, y con demasiada facilidad, por la modernidad
triunfalista que ha protagonizado, entre aquel 92 y éste, la historia visible de la
humanidad.
Hoy, que esa modernidad y sus promesas han entrado en crisis, miramos en torno
nuestro buscando las reservas invisibles de humanidad que nos permitan renovarnos sin
negarnos, y encontrarnos en la comunidad de la lengua y de la imaginación española
dos surtidores que no se agotan.
- 3 -
Mas apenas intentamos ubicar el punto de convergencia entre el mundo de la
imaginación y la lengua hispanoamericana y el universo de la imaginación y el lenguaje
de la vida contemporánea, nos vemos obligados a detenernos, una y otra vez, en la
misma provincia de la lengua, en la misma ínsula de la imaginación, en el mismo autor
y en la obra misma, que reúnen todos los tiempos de nuestra tradición y todos los
espacios de nuestra imaginación.
La provincia -acá abajo, con Rocinante- es La Mancha. La ínsula -allá arriba, con
Clavileño- es la literatura. El autor es Cervantes, la obra es el Quijote y la paradoja es
que de la España postridentina surgen el lenguaje y la imaginación críticos fundadores
de la modernidad que la Contrarreforma rechaza.
Daniel Defoe escribe el Robinson Crusoe con el tiempo de una modernidad consonante.
Miguel de Cervantes escribe el Quijote a contratiempo, desautorizado por la historia
inmediata, respondiendo no tanto a lo que está allí sino a lo que hace falta; potenciando
la imaginación para hablarnos menos de lo que vemos que de lo que no vemos; de lo
que ignoramos, más de lo que ya sabemos.
Unamuno ve las caras de Robinson y Quijote; en la del inglés, reconoce a un hombre
que se crea una civilización en una isla; en la del español, a un hombre que sale a
cambiar el mundo en que vive. Hay esto, pero algo más también: la tradición de
Robinson será la de la seguridad, la coincidencia con el espíritu del tiempo, incluyendo
una coincidencia con la crítica del tiempo, pero a veces, también, la arrogancia de
nombrarse protagonista del mismo. La poética de Robinson será la de la narrativa lineal,
realista, lógica, futurizante, poblada por seres de carne y hueso, definidos por la
experiencia: Robinson y sus descendientes leen al mundo.
Quijote y los suyos son leídos por el mundo, y lo saben. La tradición quijotesca no
disfraza su génesis fictiva; la celebra; sus personajes no son entes psicológicos, sino
figuras reflexivas; no el producto de la experiencia, sino de la inexperiencia; no les
importa lo que saben, sino lo que ignoran: lo que aún no saben. No se toman en serio;
admiten que su realidad es una mentira. Pero esa maravillosa mentira, la novela, salva,
nos dice Dostoyevsky hablando de Cervantes, a la verdad.
La poética de La Mancha y su descendencia numerosa, que un día antes que yo evocó
aquí mismo el gran novelista cubano Alejo Carpentier, incluyen a los hijos de Don
Quijote, el Tristram Shandy de Sterne, contemplando su propia gestación novelesca; y
el fatalista de Diderot, Jacques, ofreciéndole al lector repertorios infinitos de
probabilidades; a sus nietas, la Catherine Moorland de Jane Austen y la Emma Bovary
de Gustave Flaubert, que también creen todo lo que leen; a sus sobrinos el Myshkin de
Dostoyevsky, el Micawber de Dickens y el Nazarín de Pérez Galdós: todos aquellos que
escogen la difícil alternativa de la bondad y por ello sufren agonía y ridículo; y si todos
ellos son descendientes de Don Quijote lo son, acaso, de San Pablo también, pues la
locura de Dios es más sabia, dice el santo, que toda la sabiduría de los hombres.
La locura de Don Quijote y su descendencia es una santa locura: es la locura de la
lectura. Su biblioteca de libros de caballerías es su refugio inicial, la protección de su
supuesta locura, que consiste en dar fe de la lectura. Pero esta convicción entraña el
deber de actualizar sus lecturas.
- 4 -
Don Quijote sale a probar la existencia de una edad pasada, cuando el mundo era igual a
sus palabras. Se encuentra con una edad presente, empeñada en separarlo todo. Sale a
probar la existencia de los héroes escritos: los paladines y caballeros andantes del
pasado. Encuentra su propia contemporaneidad en un hecho para él irrefutable: Don
Quijote, como sus héroes, también ha sido escrito.
Quijote y Sancho son los primeros personajes literarios que se saben escritos mientras
viven las aventuras que están siendo escritas sobre ellos. Colón en la tierra nueva,
Copérnico en los nuevos cielos, no operan una revolución más asombrosa que ésta de
Don Quijote al saberse escrito, personaje del libro titulado El Ingenioso hidalgo Don
Quijote de la Mancha.
La información moderna, el privilegio pero también la carga de la mirada plural, nacen
en el momento en que Sancho le dice a Don Quijote lo que el bachiller Sansón Carrasco
le dijo a Sancho: estamos siendo escritos. Estamos siendo leídos. Estamos siendo vistos.
Carecemos de impunidad, pero también de soledad. Nos rodea la mirada del otro.
Somos un proyecto del otro. No hemos terminado nuestra aventura. No la terminaremos
mientras seamos objeto de la lectura, de la imaginación, acaso del deseo de los demás.
No moriremos -Quijote, Sancho- mientras exista un lector que abra nuestro libro.
Paso definitivo de la tradición oral a la tradición impresa, Don Quijote, culminando
prodigiosamente su novedad novelesca, es el primer personaje literario, también, que
entra a una imprenta para verse a sí mismo en proceso de producción. Ello ocurre,
naturalmente, en Barcelona.
El precio de esta aventura de Don Quijote, su pasaporte entre dos tiempos de la cultura,
es la inestabilidad. Inestabilidad de la memoria: Don Quijote surge de una oscura aldea,
tan oscura que su aún más oscuro -su incierto- autor, ni siquiera recuerda o no quiere
recordar, el nombre del lugar. Don Quijote inaugura la memoria moderna con la ironía
del olvido: todos sabían dónde estaba Troya y quién era Aquiles; nadie sabrá quién es K
el agrimensor de Kafka, o dónde está El Castillo, dónde está Praga, dónde está la
historia.
Inestabilidad, en segundo lugar, de la autoría: ¿quién es el autor del Quijote, un tal
Cervantes, más versado en desdichas que en versos, o un tal de Saavedra, evocado con
admiración por los hechos que cumplió, y todos por alcanzar la libertad; el historiador
arábigo Cide Hamete Benengeli, cuyos papeles son vertidos al castellano por un
anónimo traductor morisco, y que serán objeto de la versión apócrifa de Avellaneda?
¿Pierre Ménard, autor del Quijote? ¿Jorge Luis Borges, autor de Pierre Ménard y en
consecuencia ... ?
Inestabilidad del nombre, en tercer lugar. "Don Quijote" es sólo uno de los nombres de
Alonso Quijano, que quizás es Quixada o Quesada y que, apenas incursiona en el
género pastoril, se convierte en Quijotiz; apenas entra a la intriga de la corte de los
duques se convierte en el don Azote de la princesa Micomicona; cambian de nombre sus
amantes -Dulcinea es Aldonza-, sus yeguas -Rocín-antes-, sus enemigos -Mambrino se
convierte en Malandrino- y hasta sus infinitos autores: Benengeli se nos convierte en
Berenjena.
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Memoria inestable, autoría y nominación inestables; búsqueda, en consecuencia, del
género mismo, del visado que nos diga: soy literatura, soy novela. Pero esto tampoco
escapa a la inseguridad. Inaugurando la novela moderna, Cervantes nos dice: éste es el
género de todos los géneros y la contaminación de todos ellos, de todo cuanto esta
novela, Don Quijote, abarca: picaresca y épica, pastoril y amorosa, novela morisca y
novela bizantina, interpolada e interrumpida: indefinición de las categorías perfectas y
cerradas; conflicto y contagio perpetuo del lenguaje.
Radicalmente moderno, Cervantes nos dice desde el siglo XVII: recuerden, podemos
olvidar; miren, no sabemos quiénes somos; escuchen, ya no nos entendemos.
Si el tiempo de la Contrarreforma, que es el suyo, le pide unidad de lenguaje, Cervantes
le devuelve multiplicidad de lenguajes; si quiere fe, le devuelve dudas. Pero si la
modernidad exige, por su lado, la duda constante, Cervantes, más moderno que la
modernidad, le devuelve la fe en la justicia y el amor, y le exige el mínimo de unidad
que nos permita comprender la diversidad misma.
Cervantes nos dice que no hay presente vivo con un pasado muerto. Leyéndolo,
nosotros, hombres y mujeres de hoy, entendemos que creamos la historia y que es
nuestro deber mantenerla. Sin nuestra memoria, que es el verdadero nombre del
porvenir, no tenemos un presente vivo: un hoy y un aquí nuestro, donde el pasado y el
futuro, verdaderamente, encarnan.
Mirada extraordinaria del discípulo de Alcalá de Henares sobre su mundo y el nuestro;
la suya es la más ancha de las modernidades. Contratiempo, sí, y paradoja que acaso no
lo sea tanto: novela permanente, origen del género pero también destino del mismo, el
Quijote es nuestra novela y Cervantes es nuestro contemporáneo porque su estética de la
inestabilidad es la de nuestro propio mundo.
A las crisis de entonces y de ahora Cervantes les indica el camino de una apertura que
convierte a la inseguridad en el motivo de una creación constante. Cervantes inventa la
novela potencial, en conflicto y en diálogo consigo misma, que es hoy la novela de Italo
Calvino, de Milan Kundera y de Juan Goytisolo: la invitación quijotesca es la invitación
perpetua a salir de nosotros mismos y vernos -a nosotros y al mundo- como enigma,
pero también como posibilidad incumplida. La novela, para ganarse el derecho de
criticar al mundo, comienza por criticarse a sí misma: la interrogante de la obra produce
la obra.
Pero si la poética de La Mancha es la del mundo contemporáneo, también es la del
Nuevo Mundo americano. Desde la fundación, nosotros nos preguntamos, como el
lector de Cervantes, ¿quién es el autor del Nuevo Mundo? ¿Colón, que lo pisó primero,
o Vespucio, que primero lo nombró? ¿Los dioses que huyeron, o el Dios que llegó?
¿Los anónimos artesanos mestizos de nuestras iglesias barrocas, o la afamada poeta
barroca, obligada a guardar silencio por las autoridades?
¿Y dónde está el Mundo Nuevo? ¿En un lugar de Macondo, de cuyo nombre no quiero
acordarme? ¿En un lugar en Comala, en un lugar de Canaima, en las alturas de Macchu
Picchu? ¿Existen realmente esos lugares, son ciertos sus nombres? ¿Qué quiere decir
"América"? ¿A quién le pertenece ese nombre? ¿Qué quiere decir "el Nuevo Mundo"?
¿Cómo pudo transformarse la dulce Cuauhnáhuac azteca en la dura Cuernavaca
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española? ¿Cómo bautizar el río, la montaña, la selva, vistos por primera vez? Y sobre
todo, ¿cómo nombrar el vasto anonimato humano -indio y criollo, mestizo y negro- de
la cultura multirracial de las Américas?
Darle voz y nombre a quienes no los tienen: la aventura quijotesca aún no termina en el
Nuevo Mundo. Recordar que había una civilización del Nuevo Mundo antes de 1492 y
que aunque la conquista propuso una nueva historia, los conquistados no renunciaron a
la suya. El recuerdo ilumina el deseo, y ambos se reúnen en la imaginación: ¿quién es el
autor del Nuevo Mundo?
Somos todos nosotros: todos los que lo imaginamos incesantemente porque sabemos
que sin nuestra imaginación América -el nombre genérico de los mundos nuevosdejaría
de existir.
A partir de la imaginación los hispanoamericanos estamos intentando llenar todos los
abismos de nuestra historia con ideas y con actos, con palabras y con organización
mejores, a fin de crear, en el Nuevo Mundo hispánico, un mundo nuevo, una realidad
mejor, en contra del capricho del más fuerte, que se sustenta en la fatalidad; a favor del
diálogo y de la coexistencia, que se sustentan en la libertad, y otorgándole un valor
específico al arte de nombrar y al arte de dar voz. Escritores, somos también
ciudadanos, igualmente preocupados por el estado del arte y por el estado de la ciudad.
Portamos lo que somos en dirección de lo que queremos ser: voces en el coro de un
mundo nuevo en el que cada cultura haga escuchar su palabra.
La nuestra se dice (y a veces hasta seduce) en español y con ella queremos hablarle a un
planeta que no puede limitarse a dos opciones, dos sistemas, dos ideologías, sino que
pertenece a múltiples culturas humanas y a sus fecundas posibilidades, hasta ahora
apenas expresadas.
Sin embargo, la velocidad de los avances tecnológicos, la creciente interdependencia
económica y el carácter instantáneo de las comunicaciones, forman parte de una
dinámica global que no se detiene a preguntarle a nadie: oye, ¿ya decidiste cuál es tu
identidad?
1992 es quizás nuestra última oportunidad de decirnos a nosotros mismos: esto somos y
esto le daremos al mundo. Ejemplifico, no agoto: somos esta suma de experiencias, esta
capacidad para actualizar los valores del pasado a fin de que el porvenir no carezca de
ellos, este sentimiento trágico de que ninguna receta ideológica asegura la felicidad o
puede, por sí misma, impedir la infelicidad si no va acompañada de algo que nosotros,
los hispánicos, conocemos de sobra: el poder del arte para compensar y completar la
experiencia histórica, dándole sentido y convirtiendo la información en imaginación.
Es la lección de La Mancha: Cervantes. Es también la lección de Comala: Rulfo; y la de
Santa María: Onetti.
No estamos solos y nos encaminamos hacia el mundo del siglo venidero con ustedes,
los españoles, que son nuestra familia inmediata. Nos necesitamos. Pero, también, el
mundo del futuro necesita a España y a la América española. Nuestra contribución es
única; también es indispensable; no habrá concierto sin nosotros. Pero antes debe haber
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concierto entre nosotros. A España le concierne lo que ocurre en Hispanoamérica y en
Hispanoamérica nos concierne lo que ocurre en España. Sólo necesitándonos entre
nosotros, el mundo nos necesitará también. Sólo imaginándonos los unos a los otros, el
mundo nos imaginará.
La celebración del Quinto Centenario será, dentro de este espíritu, un acto renovado de
fe en la imaginación. Nos corresponde de nuevo, de ambos lados del Atlántico,
imaginar los mundos nuevos, pues no hay otra manera de descubrirlos.
Majestades,
Este honor excepcional con el que España distingue hoy a un ciudadano de México es
parte de una tradición constante, que nos precede y nos prolongará: la relación de los
escritores del Nuevo Mundo con la patria de Cervantes.
Quiero destacar un momento de esta relación, en el que España nos dio, a mí y a
muchos mexicanos, lo mejor de sí misma.
Mi país le abrió los brazos a la España peregrina que en México encontró refugio para
restañar las heridas de una guerra dolorosa. La emigración española compartió con
nosotros algunos de los frutos más brillantes del arte, de la poesía, de la música, de la
filosofía y del derecho modernos de España.
Muchos mexicanos somos los que somos, y sin duda somos un poco mejores, porque
nos acercamos a esos peregrinos y ellos nos ayudaron a ver mejor -Luis Buñuel-, a
pensar mejor -José Gaos-, a oír mejor -Adolfo Salazar-, a escribir mejor -Emilio Prados,
Luis Cernuda- y a concebir mejor la unión de la lengua y de la justicia, de las palabras y
los hechos.
A nadie le debo más en este sentido que a mi viejo maestro don Manuel Pedroso,
antiguo rector de la Universidad de Sevilla, que para mi generación en la Universidad
de México le dio identidad española al estudio del derecho internacional, actualizando
entre nosotros la tradición de Suárez y Vitoria, y preparándonos para decir y defender
en el continente americano los principios del derecho de gentes: no intervención,
autodeterminación, solución pacífica de controversias, convivencia de sistemas.
Estoy seguro de que a él le gustaría saber que lo recuerdo hoy, aquí, en otra gran
Universidad, la de Alcalá de Henares, y en presencia suya, señor, pues nadie, como
usted, ha hecho tanto para cerrar las heridas históricas y devolvernos, íntegra y
generosa, a nuestra España, y nadie, más que Su Majestad la Reina, ha estado tan atenta
al cultivo de la relación diaria, humana, gentílisima, entre nuestras dos patrias, España y
México.
Gracias, entonces, por darle a mi pasaporte mexicano y manchego el sello de vuestra
calidad espiritual.
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Ahora abro el pasaporte y leo:
Profesión: escritor, es decir, escudero de Don Quijote.
Y lengua: española, no lengua del imperio, sino lengua de la imaginación, del amor y de
la justicia; lengua de Cervantes, lengua de Quijote.
Muchas gracias.

EFEMÉRIDE: ANTONIO BUERO VALLEJO.


Premio Cervantes 1986
ANTONIO BUERO VALLEJO

Dramaturgo español
(Guadalajara, 1916 – Madrid, 2001)
De madre alcarreña y padre gaditano, tuvo una
vocación muy temprana por el dibujo y la pintura.
Estudia el bachillerato en su ciudad natal. Obtiene el
primer premio en un concurso literario convocado
para alumnos de segunda enseñanza con una narración titulada El único hombre,
pero su vocación sigue siendo la pintura. Se interesa por la generación del 98,
especialmente por Unamuno y también por Ibsen y Bernard Shaw.
En 1934, la familia es destinada a Madrid y comienza sus estudios en la Escuela de
Bellas Artes de San Fernando. En esos años de la República, participa como
conferenciante de arte en los cursos nocturnos que organiza la Federación
Universitaria de Estudiantes para obreros en la vieja Universidad de San Bernardo. Asiste
a las representaciones de obras de Lorca, Unamuno, Valle Inclán y, también, a las del
Teatro Escuela de Arte que dirigía Cipriano Rivas Cheriff. Publica algunos artículos obre
pintura con el seudónimo de Nicolasillo Pertusato y es nombrado secretario de la
Federación Universitaria de Estudiantes en la Escuela de San Fernando.
Iniciada la guerra civil, lucha del lado de la República y es llamado a filas, destinado a
un batallón de infantería. En 1937 lo destinan a la Jefatura de Sanidad en el frente del
Jarama; en 1938 al frente de Aragón y, más tarde, al ejército de Levante. Le sorprende
el final de la guerra en Valencia. Intenta volver a Madrid pero es detenido y
trasladado al campo de concentración de Soneja (Castellón). Estuvo en la cárcel,
procesado en juicio sumarísimo y condenado a muerte por “adhesión a la rebelión”
que se le conmuta ocho meses después, pero permanecerá en prisión. En la de
Conde de Toreno, en Madrid, coincide con Miguel Hernández, a quien había
conocido durante la guerra y con quien traba una estrecha amistad. Pasa después
por las cárceles de Yeserías, en Madrid; El Dueso, en Santander; Santa Rita, en Madrid
y, finalmente, el penal de Ocaña de donde sale en 1946.
Entre 1946 y 1949 vuelve a la pintura y colabora con varios dibujos en diversas revistas.
Asiste a la tertulia literaria del café Lisboa. Le encargan un estudio crítico-biográfico de
Gustavo Doré. Retoma la escritura y, a finales de 1946, termina la primera versión de En
la ardiente oscuridad. Al año siguiente, Historia de una escalera, una de sus obras más
famosas. El Premio Lope de Vega, convocado por el Ayuntamiento de Madrid y que
llevaba quince años suspendido, se le otorga a Historia de una escalera, que se
estrena el 14 de octubre de 1949 y alcanza las ciento ochenta y siete
representaciones; es el drama de la frustración social visto a través de tres
generaciones de la clase media baja. A partir de ese momento, su vocación pictórica
queda relegada. En ese mismo año, gana el concurso convocado por la Asociación
de Amigos de los Quintero para obras en un acto con Las palabras en la arena.
A estas primeras obras siguieron La tejedora de sueños (1952), basada en una original
interpretación del mito de Ulises y Penélope; La señal que se espera (1952), donde se
exalta el poder creativo de la fe; Casi un cuento de hadas (1953), que trata del valor
que supone para el hombre la posesión del amor, e Irene o el tesoro (1954) sobre la
diferencia abismal entre el mundo real y la fantasía de la protagonista. En Hoy es fiesta
(1955), Premio Nacional de Teatro y Las cartas boca abajo (1957), los ambientes se
acercan a los representados en La historia de una escalera, desarrollándose
respectivamente en la azotea y en el interior de unas casas modestas.
Un soñador para un pueblo (1958) es, en cierto sentido, un «drama histórico» (sobre
Esquilache, ministro de Carlos III). Esquilache, en nombre de la razón, pretende sacar al
país del oscurantismo tradicional en que se encuentra pero termina derrotado por ese
mismo pueblo. Se hace acreedor con esta obra a los Premios de la Crítica de
Barcelona y María Rolland, que dos años después se le volverá a conceder por su
obra sobre Velázquez, Las Meninas (1960). Esta última obra y El sueño de la razón,
sobre Goya, son dos dramas de tipo histórico.
En 1959 contrae matrimonio con la actriz Victoria Rodríguez, con la que tendrá dos
hijos. A partir de 1963, año en el que, por fin, se le autoriza a salir al extranjero, Buero
desempeña una actividad intelectual y literaria intensa, acudiendo a diversas
ciudades extranjeras para dar conferencias, charlas, debates o abrir coloquios.
Muchas de sus adaptaciones de Shakespeare, Ibsen y Brecht son de una perfección
notable. En 1966 realiza su primer viaje a Estados Unidos.
El éxito internacional de Buero se va haciendo evidente a lo largo del tiempo. Por
ejemplo con el estreno, en marzo de 1950 en la Ciudad de México, de Historia de una
escalera; en París, en 1957, de su obra En la ardiente oscuridad, que algunos años
después, en 1962, se estrenará en Oslo, interpretada por Liv Ullman. Este drama, que
trata de una institución de ciegos, plantea el dilema de si debemos aceptar nuestras
propias limitaciones o debemos rebelarnos trágicamente. En ese mismo año se estrenó
en Portugal Madrugada. En Estados Unidos estrena una versión de Madre coraje y sus
hijos (1966).) En España, sin embargo, se censura y no se estrena su obra La doble
historia del Dr. Valmy (1964). El concierto de San Ovidio (1967) se estrena en Italia. En
1968 viaja a Inglaterra para asistir al estreno mundial de La doble historia del Dr. Valmy.
En 1969 se estrena en Portugal Las cartas boca abajo.
En 1971 se presenta El sueño de la razón. En ese mismo año, a propuesta de Vicente
Aleixandre, Emilio García Gómez y Pedro Laín Entralgo, es elegido miembro de número
de la Real Academia Española. Al año siguiente, lee su discurso de ingreso sobre
García Lorca ante el esperpento. En 1974 se estrena La Fundación, en donde presenta
a varios presos políticos que buscan la libertad enfrentando realidad y ensueño. En
esta obra merecen destacarse las modernidades técnicas del dramaturgo: el público
ve la realidad escénica a través de la fantasía del personaje principal.
En ese mismo año obtiene varios premios, entre otros, El Espectador y Crítica, que
vuelve a obtener cuatro veces más, una de ellas con el estreno en 1977 de La
detonación. En 1976, ya en la transición, se estrena por fin en España La doble historia
del Dr. Valmy, que hasta entonces había estado prohibida y cuyo tema es la tortura. A
partir de la transición se van poniendo en escena la mayoría de sus obras.
En 1980 recibe el Premio Nacional de Teatro, por el conjunto de su obra, y la Medalla
de Plata del Círculo de Bellas Artes. En 1986 se le concede el Premio Cervantes y es
elegido Hijo Predilecto de Guadalajara. Lamentablemente, ese mismo año muere su
hijo menor, el actor Enrique Buero Rodríguez. A su memoria dedicó Lázaro en el
laberinto.
En 1996 recibe el Premio Nacional de las Letras Españolas. Al año siguiente termina
Misión al pueblo desierto, que se estrena en Madrid en 1999. Muere de un infarto
cerebral en el año 2000.
“Buero Vallejo- según palabras de Mariano de Paco-, testigo lúcido de la sociedad en
la que ha transcurrido su existencia, conformó una producción que ha abierto caminos
transitados por muchos de los dramaturgos españoles actuales pero que trasciende
nuestras fronteras y se inscribe con justicia y brillantez en la historia de la cultura y del
teatro occidental. Puede, por ello, afirmarse que Buero ha dejado una huella indeleble
en la escena de la segunda mitad del pasado siglo”.

El libro que recomendamos de Buero Vallejo es LA FUNDACIÓN.
Link: en la barra derecha.
RESEÑA:
Tomás es un preso político condenado a muerte por un régimen totalitario que comparte con cuatro compañeros de celda la espera de la ejecución. Habiendo sido detenido cuando repartía propaganda, al ser torturado delató y provocó la caída y condena de los miembros más importantes de su organización con los que comparte ahora la prisión. Abrumado por el remordimiento, ha querido suicidarse, pero Asel, uno de los compañeros, lo evita. Ante esta situación su mente ha entrado en un proceso de esquizofrenia que lo defiende de la realidad, en su alucinación, cree residir en una Fundación en la que él, sus amigos y su novia disfrutan de una beca para desarrollar sus investigaciones.


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CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1986
Discurso de ANTONIO BUERO VALLEJO.


Majestades; señor Ministro de Cultura, señoras y señores; queridos amigos:
Permítaseme ante todo reiterar mi agradecimiento a quienes acordaron la concesión del
premio cuya entrega nos congrega hoy y compartir con ellos las dudas que hubieron de
sentir. Pues todos sabemos, como lo sabía el jurado, que decisiones tales no entrañan
ningún concluyente juicio comparativo. Hablo, por ello, desde esta cátedra ilustre que
me habéis consentido ocupar, con el deseo de ser considerado tan sólo como el
accidental representante de cualesquiera otros meritísimos candidatos.
En las palabras de los escritores que aquí me precedieron, exégesis y elogios del español
insigne que da nombre al galardón fueron frecuentes, pero, además, rendidos.
Narradores de ficciones ricas en fantasía y peripecias algunos de ellos, no insinuaron,
sin embargo, ningún retorno a los libros de caballerías -curiosa tendencia más o menos
implícita en nuestro tiempo- y reafirmaron la vigencia literaria de quien, a primera vista,
los había ridiculizado. Volvían así a proclamar la diamantina luz del mito quijotesco; un
mito sin el cual, bien podemos asegurarlo, las letras universales padecerían grave
manquedad y, por consiguiente, la sufriría asimismo la incierta aventura de los hombres
en la Tierra.
En el breve tiempo que debo consumir sería vano intentar rigurosas exposiciones del
cervantismo y el quijotismo, analizados ya magistralmente por algunos de los presentes
a quienes mal podría yo emular siquiera. Pero como en mi teatro se han advertido a
veces rasgos quijotescos que yo mismo he reconocido en más de una ocasión, me siento
obligado a hablar a mi vez de Cervantes, con la esperanza de que se me puedan
perdonar unas pocas divagaciones nacidas de mis nada metódicos encuentros con las
claridades y ambigüedades, siempre unidas, de la maravillosa novela cervantina.
Atroz ha sido en toda época el mundo y también lo fueron, en los llamados Siglos de
Oro, las variantes del fanatismo y de la crueldad en unas y otras naciones. No obstante
su esplendor literario, tampoco la España en que vivió nuestro genial novelista se libró
de configurar su propio fanatismo, cuyos peculiares signos diferenciales conminaron al
país entero al ejercicio de la intransigencia y a la práctica de la hipocresía. Era el país
cuyo recuerdo pesaba más, sin duda, en el turbado ánimo de Luis Vives cuando, casi un
siglo antes de la invención del Quijote, le confiaba a Erasmo en carta hoy famosa:
"Vivimos tiempos muy difíciles, en los cuales no puede uno hablar ni callar sin peligro".
Y es dentro de ese persistente peligro donde Cervantes gesta sus criaturas novelescas y
las echa a andar por el mundo en que, hasta hoy, siguen caminando.
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1986
Discurso de ANTONIO BUERO VALLEJO
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¿Cómo ha podido consumarse esta soberbia hazaña? Un pobre poeta hartas veces
golpeado por la desgracia y de mediocre éxito literario; sospechoso de erasmista a los
vigilantes ojos de severos censores para los que tal propensión era abominable;
sospechoso tal vez, incluso, de ascendencia conversa, pues esta era la sospecha que
atribulaba a tantos escritores que pasaban por ser "cristianos viejos", ¿cómo logró, en
aquella España difícil, triunfar con un libro saturado, sí, de ironía y regocijo, mas
también de libertad crítica, de desengaño y de tragedia? Cierto que no fue el único
escritor de aquellos siglos que mostrara tales perfiles: crítica y desengaño hubo
asimismo en numerosas obras desasosegadas ante la sociedad en que nacían. Pero
Cervantes acertó a tocar resortes humanos tan hondos en su gran novela, que ninguna
otra de las nuestras ha podido alcanzar, ni su boga española, ni su dilatada difusión
internacional. Resortes, pues, universales además de hispánicos; tan infalibles que, si
nuestras letras siguen manteniendo clara fidelidad al mito quijotesco hasta escritores tan
próximos a nosotros y tan distintos entre sí como Galdós, Unamuno o Valle-Inclán,
también las letras de muchos otros países lo han hecho suyo. Y no sólo las letras propias
o ajenas: el admirable mito asoma en incontables ocasiones, dentro o fuera de nuestra
península, en otras artes como la pintura, la música, el cine; y en festejos populares, y
aun en los decires mismos de las gentes comunes. Está tan vivo que ni siquiera precisa
ya de su soporte literario original ni de los personajes concretos que lo configuran para
persistir, y esa es su paradójica victoria. No hace mucho tiempo me arriesgué a sugerir
lo que me parecía excepcional ejemplo español de ello: el del propio Velázquez,
conocedor seguro del Quijote como lo eran todos entonces y lúcido testigo, igual que
Cervantes, de la decadencia del país, lo que acaso le llevó a concebir la pintura de su
Don Juan de Austria, aquel patétito cincuentón de "triste figura" rodeado de
caballerescas piezas de arnés tiradas por el suelo, como la de otro Don Quijote hundido
en su fatal empeño de llegar a ser el adalid cuyo nombre ostenta y que, resuelto a
transmutar un rincón del Alcázar en su particular Cueva de Montesinos, añora desde ella
el desvaído ensueño, la casi subconsciente ideación, de la confusa acción naval
esbozada en el fondo del cuadro.
Muchas otras huellas dejó y sigue dejando, no sólo en España sino fuera de ella, nuestro
mayor hallazgo mítico. No reparemos ahora en su notoria impronta sobre Fielding,
Sterne, Dickens, Flaubert, Dostoyevski y tantos otros creadores. Tampoco en
reconocibles influjos suyos sobre la mejor literatura dramática, si bien, como autor de
teatro que soy, no resista a la tentación de recordar los ejercidos sobre Pirandello. Para
mostrar la ininterrumpida onda expansiva de la extraordinaria novela, déjeseme recurrir
a algunas de mis sorpresas de lector caprichoso; a algunas de esas que todos tenemos y
que ni siquiera se estudian, cuando percibimos aquí o allá, como en el cuadro
velazqueño, la reaparición del insoslayable mito creado por Cervantes. Yo la advierto,
por ejemplo, en Wells, escritor por el que mantengo sin mengua la vieja admiración de
mi adolescencia. Aunque lo ignoro, es muy probable que las impregnaciones a que me
voy a referir hayan sido señaladas ya, y acaso en palabras del mismo novelista inglés
que yo haya olvidado; tan claras, a mi ver, se presentan. Compruébese leyendo su
novela Mister Blettsworthy en la Isla Rampole, verdadero "encantamiento" de un pobre
náufrago atropellado por la injusticia y forzado a sufrir los raros acaeceres de cierta isla
salvaje donde no le falta su Dulcinea, isla en la que viene a reconocer, cuando al fin
sana su mente dislocada, la ciudad de Nueva York.. Léase también otra novela suya, El
padre de Cristina Alberta, en la que un viejo orate decide ser Sargón, Rey de Reyes, y
obra en consecuencia mientras su hija, ayudada por un novio que es algo así como un
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Sansón Carrasco venido a más, procura salvar al desdichado de sus tropiezos con la
sociedad inmisericorde. Dos narraciones, pues -y no las únicas entre las de su autor-, de
innegable estirpe quijotesca.
¿Cabría reducir a fórmulas literarias -si así pudieran llamarse- las causas de la vida
inacabable del libro y el mito cervantinos? No, pues su último secreto reside en el genio
del escritor, nunca explicable del todo. Desde estos subjetivos atisbos que voy
aventurando intentaría no obstante, aunque apoyándome en autoridad mayor que la mía,
detenerme en un aspecto, sólo uno, del estilo de Cervantes. Es casi un recurso técnico de
la estructura literaria que cualquiera puede utilizar, si bien, naturalmente, no le servirá
de gran cosa al escritor sin talento. Y para bosquejarlo quisiera rememorar aquel lejano
ensayo de Dámaso Alonso, Escila y Caribdis de la literatura española, donde se rebate el
tópico del realismo y localismo supuestamente definitorios de nuestra literatura y se
vindica, dentro de su no menor entidad hispánica, el alcance universal de nuestras
irreales audacias poéticas, para concluir que es en el denso entramado de las dos
tendencias donde se halla lo peculiarmente español. Y aun cuando sean otros los
ejemplos que de ellas prefiere, no deja el maestro Dámaso de referirse al Quijote como a
"la contraposición perfecta y extremada", de esos dos ingredientes de nuestras artes.
Pues bien: la navegación entre los peligros de Escila y de Caribdis sin dejar de contar -a
su modo- con ambos monstruos es, efectivamente, gran proeza del estilo de Cervantes;
y es la misma proeza, con sus propias singularidades, del Calderón de La vida es sueno
o, volviendo a la pintura, de El entierro del Conde de Orgaz. El contraste entre lo que
llamamos real y lo que tildamos de fantástico fortalece nuestras creaciones y es
ejemplar en la novela del ingenioso hidalgo. Ejemplar por su sutileza: si la lectura
superficial del libro ofrece la constante burla y descrédito de toda fantasía como locura
y disparate, ello no invalida el hecho formidable de ser las imaginaciones del
conmovedor caballero las que caracterizan la obra de principio a fin, y sin ellas no
habría sido la cumbre literaria que es. Tales lucubraciones son la lanza con que el
esforzado Alonso Quijano pelea contra la "depravada edad" -así la califica- que las
suscita. Pero tan compleja operación literaria, llevada a cabo entre las dos rocas
invocadas por el ensayista, no incurre en la desquiciada fabulación de los Esplandianes
y los Palmerines, no es devorada por Caribdis. La excelencia del relato cervantino se
aquilata, justamente, por el certero pulso con que en él parecen desacreditarse las
veleidades imaginativas de su protagonista mientras, de hecho, tiene en ellas su
inconmovible fundamento incluso para Sancho. Lo cual procede en parte del supuesto
recurso técnico a que antes aludí, consistente en disponer acontecimientos ilógicos y
quiméricos sobre el suelo de la más evidente realidad inmediata. Como es bien sabido,
tales acontecimientos no se limitan a las mitomanías de Don Quijote y abarcan "magias"
comentadas por Castro, Starkie, Borges y otros: caballero y escudero tienen noticia de la
novela que protagonizan, el autor roba de la otra novela espúrea de Avellaneda a un
personaje que declara haber tratado a los falsos Quijote y Sancho de ésta, etc. Son
inverosimilitudes instaladas, sin embargo, por Cervantes en su argumento con la mayor
naturalidad aparente y con las que se acerca a las corrientes literarias de nuestros días
más aún que a las de su tiempo. Se dice hoy que toda realidad es fantástica y que toda
literatura lo es también, aun cuando no lo parezcan; sería difícil encontrar más fina
previsión de tales asertos que la del Quijote.
La hipotética "fórmula" que pretendo esbozar no es menos universal que
caracterizadamente española. A los escritores extranjeros ya citados podríamos seguir
sumando otros ejemplos que lo abonan. Así, quizá, el de Sartre en su Huisclos, cuyo
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horrible infierno es una prosaica sala Segundo Imperio habitada por tres sujetos bastante
vulgares. O el de Kafka, en cuyos mezquinos ambientes, anodinas gentecillas y
cotidianos parloteos, se sustentan los más alucinantes aconteceres. Como Cervantes y
como buena parte de la literatura del mundo, también ellos enlazan su Caribdis con su
Escila al edificar las extrañezas que imaginan -su poesía, en suma- sobre el engañoso
piso de lo simple y lo consabido. Esa es la mesura de su desmesura, el tino en la
armonización de materiales literarios opuestos cuya unidad parecería imposible;
decisiva enseñanza del Quijote hasta para aquellos creadores modernos que no hayan
condescendido a su lectura.
Hace años hube de visitar Tomelloso. Me enteré allí de que, en la cercana llanura
manchega, sobrevenían espejismos. ¿Vio alguno nuestro "manco sano"? ¿Le despertaría
la inesperada visión el primer pálpito de sus personajes inmortales? Tal vez una
vegetación más frondosa impidiese el fenómeno cuando Cervantes frecuentó aquellos
parajes. Yo no lo sé. Mas, se formase o no entonces ante sus pasmadas pupilas, me es
difícil evitar la suposición de que esa comarca, que nadie creería propicia a la gestación
de arbitrarios embelecos, bien pudo ser tierra alucinatoria de hidalgos y aldeanos de
carne y hueso, espectadores de curiosas figuras aéreas o anhelosos de su refrescante
aparición bajo el calor de sus soles; y que acaso, según se ha supuesto, llegara nuestro
novelista a conocer por allí a algún relativo modelo de su ingenioso hidalgo capaz de
ver quizá, o de desear, que para el caso es lo mismo, un holograma de gigantes en el
horizonte de molinos. Eso, en el supuesto de que el auténtico modelo secreto del Don
Quijote visionario no fuese el propio Cervantes, que es lo que yo creo resueltamente.
Entre su patente Escila y su recatada Caribdis se movió él al crear su novela y se han
movido después innumerables escritores dentro y fuera de España. Bogando a mi vez
entre ambas rocas, debo reconocer asimismo con toda humildad el alto magisterio
cervantino. Cuantas veces se ha advertido cómo, detrás de tal o cual obra mía, se
hallaban ciertos escritores cuya influencia en mi teatro agradezco y yo mismo he
señalado, me he dicho: sí. Pero detrás de todos estuvo previamente, para algunos de
ellos y para mí, Cervantes.
El heroico soldado lisiado en Lepanto; el que afrontó con brava entereza cinco
durísimos años de cautiverio, cuando las decepciones le royeron, hubo de enfrentarse al
fin, con las ostentosas armas de la risa y el puñal penetrante de la tragedia, al país y al
mundo en los que, según Vives, no se podía hablar sin peligro. Siglos más tarde, Larra,
otro gran ingenio de nuestras letras, ante una España que volvía a enseñar su atroz
fisonomía, escribió que "en tiempos como éstos los hombres prudentes no deben callar,
ni mucho menos hablar". Un siglo después del pistoletazo de Fígaro y a casi cuatro de la
muerte de Cervantes, los escritores españoles nos vimos otra vez, durante décadas, ante
el deber de no callarnos: necesidad doblemente imperiosa, pues no sólo consistía en
reabrir los cauces literarios a nuevas palabras y formas, sino al pensamiento libre.
Propósito difícil mas no inalcanzable, por el que laboramos tenazmente contra las más
fluctuantes trabas y a despecho de los suspicaces prejuicios, la ignorante incredulidad y
el desdén sistemático en que abundaron otros países u otros españoles. Y ahora
podemos decir que, sabiéndolo o sin notario, fueron firmísimas guías en el prolongado
empeño las de un Cervantes o un Larra.
Vivimos tiempos diferentes. Nuestro aislamiento parece estar acabando. Mas no por ello
dejamos de seguir dentro de un mundo colmado de inhumanos horrores y de gravísimas
- 5 -
alarmas, bélicas y ecológicas, cuya extensión se ha vuelto planetaria. Ante ellas, la
propensión a despreocuparse y a aturdirse crece también sin medida. Los escritores nos
preguntamos cada día qué podríamos escribir aún en esta tierra amenazada de muerte...
Siempre podemos y debemos, es claro, tratar de expresar poética y experimentalmente
cuanto encierran de prodigioso y enigmático las cosas externas y nuestro propio
interior; pero, si tornamos la vista hacia nuestros mayores maestros, en ellos volveremos
a advertir cómo supieron sumergirse en las vivas aguas de la imaginación creadora sin
dar la espalda a los conflictos que nos atenazan y de los que también debemos ser
resonadores.
Sacarnos de los intrincados laberintos en que nuestra especie sin paz anda perdida no es
tarea que puedan cumplir por sí solos la poesía, la novela o el teatro; pero probado
tienen que sí pueden despejar un tanto los extraviados caminos individuales o colectivos
por los que vagamos cuando, a los deleites estéticos que nos brindan, los saturan y
fecundan los dolores, las inquietudes y las esperanzas de los hombres.
Al recibir hoy este premio de las augustas personas cuya presencia tanto me honra, me
conforta suponer que, si se me ha concedido porque deleité algo, también se me habrá
otorgado porque algo inquieté.
Desde la ciudad donde naciera el glorioso creador que nos deleitó y nos sigue
inquietando, hago pública mi gratitud al verme cobijado bajo su nombre esclarecido.

miércoles, 8 de febrero de 2012

GONZALO TORRENTE BALLESTER.


Premio Cervantes 1985

GONZALO TORRENTE BALLESTER
Narrador, dramaturgo y ensayista español
(Serantes, El Ferrol, 1910 - Salamanca, 1999)
Pasó su infancia entre la aldea donde vivían
sus abuelos y la ciudad donde vivían sus padres. En las largas ausencias de su padre,
que era marino, quedaba al cuidado de las mujeres de la casa y de su abuelo ciego,
que llenaron su infancia de historias fantásticas. Durante el bachillerato es ya un asiduo
lector de novelas, teatro y todo tipo de libros que encuentra en la biblioteca local.
Estudia Derecho en Oviedo, donde tuvo su primer contacto con la vida intelectual.
Cursa estudios superiores de Filosofía y Letras en Pontevedra. Ahí conoce a Josefina
Malvido, con quien se casa en 1932. Desde Pontevedra hace frecuentes viajes a
Madrid y conoce a muchos escritores prestigiosos: Asturias, Alberti, García Lorca, Valle
Inclán.
En Santiago de Compostela obtiene la licenciatura en Historia y consigue el puesto de
profesor auxiliar de la cátedra de Historia Antigua. En 1936, recibe una beca para
recopilar material para su tesis en París. Casi al llegar, estalla la guerra civil y, como no
tiene noticias de su mujer y sus hijos, regresa a Galicia. Durante algún tiempo dará
clases en un instituto; en 1937 se adscribe al grupo de intelectuales que darán origen a
la revista Escorial, dirigida por Dionisio Ridruejo.
Se da a conocer como escritor por medio de una serie de piezas teatrales. Cabe
recordar El casamiento engañoso (1938), con la que gana un concurso de autos
sacramentales. Entre 1941 y 1946 publicó tres piezas de teatro: Lope de Aguirre (1941),
República Barataria (1942) y El retorno de Ulises (1946). Su primera novela fue Javier
Mariño (1943), una agridulce recreación de las vivencias de un protagonista que se
busca desesperadamente a sí mismo en el París aterrado de la II Guerra Mundial, que
fue censurada y prohibida: sólo estuvo veinte días en las librerías.
En 1946 aparece El golpe de estado de Guadalupe Limón, una espléndida ficción
que, en la estela de las “novelas de dictador”, le permite dar rienda suelta a su
mordacidad irónica, recreando el ambiente propio de una república sudamericana
que acaba de alcanzar su independencia y en la que los diversos poderes fácticos se
afanan en imponer, con mayor o menor sutileza, todos sus intereses.
En 1947 se va a Madrid con una plaza de profesor en la Escuela de Guerra Naval; se
dedica a la crítica teatral tanto en el periódico como en la radio.
En Ifigenia (1950), vuelve a teñir su prosa de pesimismo para demostrar que resulta
imprescindible renunciar a la inocencia cuando se pretenden alcanzar la más mínimas
cotas de poder político. A finales de los años cincuenta, y tras una década dedicado
a labores docentes e investigadoras, regresó a la escritura con una trilogía magistral,
Los gozos y las sombras (1959-1962), compuesta por la novelas El señor llega (1959),
Donde da la vuelta el aire (1960) y La pascua triste (1962). En esta trilogía vuelve los
ojos a su Galicia natal y recrea el complejo entramado de relaciones (sobre todo las
de dominio y posesión) que regulaban la vida en tiempos de la República. En 1958
había muerto su mujer de una enfermedad crónica.
En 1959, recibe el Premio de la Fundación Juan March por El señor llega. En 1960
contrae matrimonio con Fernanda Sánchez-Guisande. Se va de viaje con su mujer por
Francia y Alemania y, al regresar, escribe La pascua triste, que se publica en 1962. A
causa de su protesta por la represión a los huelguistas asturianos de 1962, este libro se
censura y pierde todos los puestos de trabajo en los periódicos, en la radio y en la
Escuela de Guerra Naval.
En 1963 publica Don Juan (1963), una libérrima interpretación novelesca del mito del
seductor que se hizo universal en la obra teatral de José Zorrilla, de la que el autor
gallego dijo que era “la más discutida quizá de las obras teatrales modernas, la más
alabada y denostada, pero la única verdaderamente popular”. No tuvo éxito ni de
crítica, ni de público. En ese momento se gana la vida con traducciones y, en 1965, es
contratado por la Universidad de Albany como profesor permanente, así que
establece allí su residencia.
Nuevas indagaciones sobre el arte y la cultura aparecen en Off-side (1969). En 1970
regresa a España y, en 1972, aparece La saga /fuga de J.B., calificada como novela
vanguardista por su proteica multiplicidad de enfoques temporales y su elaborada
armazón estructural. En esta novela ahonda en sus preocupaciones sobre la distinción
entre la realidad y la ficción, plasmadas aquí en las vicisitudes de los misteriosos y
evanescentes pobladores del imaginario pueblo gallego de Castroforte de Baralla.
Obtiene los premios de la Crítica y el Ciudad de Barcelona.
En 1977 lee su discurso de ingreso a la Real Academia Española, a la que pertenece
de hecho desde 1975, año en el que publicó uno de sus ensayos más conocidos: El
Quijote como juego. En 1980 se jubila de su actividad docente y, al año siguiente,
aparece su libro La isla de los jacintos cortados, por el que le concedieron el Premio
Nacional de Literatura.
Dos años después se publican la novela Dafne y ensueños y sus diarios de trabajo, que
tituló Cuadernos de un vate vago. Ese año recibe el Premio Príncipe de Asturias de las
Letras, ex aequo con Miguel Delibes. En 1985 se le concede el Premio Cervantes. Los
años siguientes continuarían con la publicación de casi un libro al año, además de
viajar por todo el mundo ofreciendo charlas, conferencias y cursos.
Publica en 1988 Filomeno, a mi pesar, un esperpéntico recorrido por las fingidas
memorias de un señorito y sus vivencias comprendidas entre 1923 y 1940, libro por el
que gana el Premio Planeta. En 1989 publica una inquietante historia palaciega: la
Crónica del rey pasmado, en la que el innominado monarca, fácilmente identificable
con Felipe IV, después de haber pasado una noche con una hermosa meretriz, exige
contemplar a su esposa, la reina, totalmente desnuda, lo que acaba por convertirse
en una cuestión de Estado dentro del complejo aparato burocrático que le rodea en
palacio. La novela está llena de jugosas reflexiones acercas de las luchas internas por
el poder, así como de regocijantes disputas entre políticos y teólogos.
En La muerte del decano (1992) cuenta las vicisitudes por las que atraviesa un grupo
de personas que han estado vinculadas con un muerto aparecido misteriosamente en
la habitación de un hotel, sin que se sepa si el finado ha sido víctima de un asesinato o
se ha quitado la vida.
En 1993 y 1994 da a la imprenta nuevos escritos de ficción como Las Islas
extraordinarias y La novela de Pepe Ansúrez. El resto de su producción narrativa se
completa con dos novelas, La boda de Chon Recalde (1995) y Los años indecisos
(1997). Fueron varios los premios y reconocimientos que recibió en vida, así como los
doctorados honoris causa de varias universidades. El último fue el Premio Castilla y
León de las Letras, en 1995. Muere en 1999, en su casa de Salamanca.

Asimismo, se reseña FILOMENO ganadora del Premio Planeta de 1989.

RESEÑA:
Filomeno, gallego de origen portugués por parte de madre, es un personaje de incierta y compleja personalidad, lo cual se refleja en un nombre de pila indeseado que suena a ridículo y en el uso habitual de sus diferentes apellidos según la situación y el país en que se encuentra. Tras estudiar Derecho en Madrid, se traslada a Londres para trabajar en un banco, es corresponsal de un periódico portugués en París y, después de residir en Portugal durante la guerra civil española, acaba volviendo a la Galicia donde nació. En el curso de estos viajes, y mientras la historia de Europa se va ensombreciendo progresivamente, Filomeno tiene experiencias de todo género que le hacen madurar y se enamora varias veces. Este itinerario personal forja la personalidad del protagonista, y constituye un hondísimo retrato que en la pluma de Gonzalo Torrente Ballester se enriquece con sugestivos matices de observación e ironía. Extraordinaria novela en la cual lo real y lo misterioso, la tragedia y el humor, el curso de una azarosa vida y la trama de la historia contemporánea se mezclan en una armoniosa síntesis de arte narrativo y verdad humana para darnos una de las grandes obras maestras de su autor. «El Filomeno Freijomil que se desdobla en Ademar de Alemcastre para disfrazar su desasosiego, no es sino expresión de ese juego de máscaras en el que el hombre moderno necesita refugiarse para afrontar el dolor de su propia inconsistencia» (Juan Manuel de Prada).
Reseñado por Rosa 05/03/2009

link para bajar la novela en versión digital. Sección de downlad.Barra derecha del blog.
Invitado dijo el 09/01/2011 01:41 


DISCURSO DE GONZALO TORRENTE BALLESTER en ocasión del otorgamiento del Premio Cervantes. Discurso en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.
- 1 -
Comparezco en este acto solemne para recibir de manos de Su Majestad el Rey de
España el Premio de Literatura Miguel de Cervantes, máximo honor de mi vida por la
calidad del galardón y por la mano augusta que me lo entrega: dos excelencias que no sé
si sabré llevar con la debida humildad, orgulloso como me siento de una y otra. Pero al
reconocer públicamente su importancia, se me ocurre que quizá no sea justo atribuirme
los méritos indispensables para alcanzar el galardón y el honor, y así, antes que otra
cosa, quisiera compartirlos, en primer lugar, con los narradores que durante las últimas
décadas, cuatro generaciones ya en liza, hemos cooperado en la tarea de mantener a la
debida altura y con la máxima calidad exigible el arte de la novela española
contemporánea cultivada hoy en los cuatro idiomas del país por escritores a cuyo
esfuerzo y a cuyos talentos varios se debe la reconocida y evidente dignidad de nuestras
letras. Soy el primer novelista español que recibe este premio, destinado a honrar a los
creadores de ambos lados del Atlántico, no porque mis merecimientos superen los de
mis colegas, sino porque alguien tenía que ser el primero, y la suerte quiso que fuese yo.
Les ofrezco, pues, a estos insignes compañeros, la participación justa en el honor que
hoy se me atribuye. Sus nombres vendrán también, unos tras otros, y sus personas
ocuparán, como yo ahora, este lugar, y pronunciarán palabras más ilustres que estas
mías. Espero de Dios, y para la mayor fortuna de España, que la mano que se la
entregue sea la misma.
En segundo lugar, pienso con emoción en los que trabajaron conmigo en la profesión
docente. Yo he sido profesor, y aunque no esté aquí como tal, no puedo dejar de serlo,
menos aún olvidarlo en esta ocasión. Durante medio siglo intenté comunicar a muchas
generaciones de mozos y mozas el arte de la Lengua y el secreto de la Literatura. Ésta
fue mi vocación real; la otra, la complementaria. La fortuna personal, que me llevó a
tierras lueñes, hizo posible que a sus hombres y mujeres comunicase los esplendores de
la cultura española. En medio de esta tarea, reiteradas veces, el tema de mi enseñanza, y
también de mi nostalgia, fue el arte de Miguel de Cervantes. También de estos años de
ausencia me siento orgulloso. No puedo asegurar que mis páginas hayan alcanzado la
perfección apetecible; creo, en cambio, haber sido un buen profesor, y mi palabra viva,
más que las escritas, dieron forma a espíritus anhelantes. Como el profesor convivió con
el escritor, como fueron y son la misma persona, a mis compañeros en la docencia
ofrezco también la participación que me habéis atribuido.
Al titular de este premio, a Miguel de Cervantes, quiero referirme también de un modo
particular y especialmente entusiasta, nunca con la extensión que se merece, únicamente
con aquella que la discreción me permite. Ante todo, para reconocerle una vez más
como mi máximo maestro, el escritor de quien más aprendí y a quien más debo. Pero
también para considerarlo como arquetipo de novelistas, como quien, en su momento,
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 1985
Discurso de GONZALO TORRENTE BALLESTER
- 2 -
hizo algo que nadie hasta él había hecho, y mostró a sus seguidores, próximos y lejanos,
afines o dispares, un camino que todos forzosamente tuvimos que seguir: aunque quizá
no sea precisamente un camino, sino un modo, el de estar en la realidad, de relacionarse
con ella, de dar de ella la oportuna cuenta poética.
Porque el artista, todo artista, está en la realidad como hombre que es, pero lo que le
distingue y especifica es precisamente el modo. Y aquí sería conveniente establecer
alguna comparación para que de ella resalte precisamente la diferencia: también el
investigador y el filósofo están en la realidad de un modo "sui generis" que caracteriza
sus actividades y las distingue. El científico, ante la realidad, busca averiguar lo que es,
cómo está constituida, cuáles son las leyes que la rigen, en tanto que el filósofo lo que
intenta es dar sentido al saber, establecer entre las diversas clases de conocimientos una
coherencia, una relación, o declarar a veces, desoladoramente, que no la encuentra, o, al
menos, que no la percibe. El artista, con independencia de que conozca lo real y de que
le halle o no el sentido, lo siente, en un proceso que va desde la mera sensación hasta el
delicado sentimiento. El artista puede parecer impávido, pero esto es sólo una
apariencia. Su corazón, secreta o visiblemente, participa en la operación de estar ante lo
real y de dar cuenta de él, cada cual con sus medios, plásticos, musicales o literarios. Y
la particularidad de esta actividad es que no se ejerce independientemente como
actividad autónoma de una facultad del alma, sino que lleva consigo, sino que arrastra e
involucra la de la persona entera, la participación del hombre total. Por eso, cuando el
artista trabaja no se reserva una parcela de sí mismo que se mantenga independiente. La
producción de una obra de arte es siempre y necesariamente no sólo un acto vital, sino
un hecho biográfico en el que la personalidad de artista participa con más intensidad y
más rigor que otras actividades intelectuales no superiores ni inferiores, sino distintas.
No falta quien, por semejante razón, ha comparado a la mística la actividad poética.
El escritor vive en la realidad inevitablemente, pero, además, como materia prima de su
arte, sólo cuenta con ella, con lo que de ella pueda obtener o recibir; a la relación del
hombre con lo real llamamos experiencia. La experiencia del artista tiene sus
particularidades. Lo mismo la del escritor. Pero de la experiencia de lo real, el escritor
no puede limitarse a tomar materiales, a reformarlos, a darles otro orden, otra estructura,
sino que, además, inquiere su sentido. Hay quien, pues, ante la realidad así conocida y
experimentada, adopta una actitud radical que, al expresarse poéticamente, aproxima la
poesía, en tanto respuesta a la experiencia, en tanto nutrida de ella, a esta otra respuesta
ya mencionada, la que declara el sentido de lo que existe o reconoce su carencia: por
otros caminos, pero hacia las mismas metas. Yo pertenezco a una generación de
escritores a la que preocupó ante todo hallar ese sentido. Podría traer aquí una cumplida
nómina de contemporáneos míos que ante el espectáculo de la Historia se preguntaron
qué era la vida del hombre y cuál su coherencia con el resto del Cosmos. Pienso que en
el orden del tiempo, el primero que se hizo esa pregunta y le dio una respuesta no
filosófica, sino poética, fue Miguel de Cervantes. En el hallazgo de la pregunta y en la
formulación de la respuesta influyó decisivamente su particular peripecia humana,
además de su talento de artista. A Miguel de Cervantes le decepcionó la Historia de su
tiempo, la misma que le había entusiasmado. Miguel de Cervantes, pecador insigne,
para poder perdonarse a sí mismo, tuvo primero que perdonar a los demás: un general,
universal perdón. Y, al hacerlo, sonrió. En este cruce de experiencias y sentimientos
reside, creo yo, la clave de su visión del mundo: que no es radical, que no es dogmática,
sino relativa y ambigua; al no atreverse a juzgar lo bueno y lo malo (cosa, por otra parte,
de Dios) deja que sus figuras transcurran llevadas por su propio impulso, al margen de
- 3 -
lo bueno y lo malo. Las visiones posteriores de la realidad como carente de sentido,
como absurda, clavan sus raíces secretas en la sonrisa de Cervantes, cuya experiencia le
enseñó a no tomar nada demasiado serio, sobre todo lo que era necesario para sus
contemporáneos. Pero ¡entendámonos!, no por eso dejó de amar. Lo que sucede es que
lo mismo ama lo que lo merece que lo que no, puesto que en un plano superior y alejado
lo mismo da una cosa que otra. Y su amor se ejercita artísticamente. Hubo, hay todavía,
quien se empeña en hacer de Cervantes un moralista. Adviértase que el moralista premia
o castiga artísticamente a sus criaturas, hace de ellas modelos, caricaturas y monstruos:
las acerca o las repele, según el juicio moral que le merezcan; les aplica el escalpelo de
la sátira, cuando no de la condenación expresa. La sátira de Cervantes no pasa de
pretexto para que se conceda a su visión desencantada y benévola del mundo un pase de
libre circulación. Sin ese pretexto, la sociedad de su tiempo lo hubiera repudiado. Su
sátira de los libros de caballerías no es más que una lanzada a moro muerto, y los
satiriza de tal modo que fácilmente se descubre el amor que les tiene. No. No hay que
tomar en serio las pretendidas moralizaciones de Cervantes. El moralista ríe a
carcajadas, o se indigna: cuanto más estentóreas, mejor. La moral es siempre tajante,
inevitablemente dogmática, y, por supuesto, incompatible con la sonrisa y con el "deje
usted las cosas como están, ya que cambiarán solas", que es, al fin y al cabo, lo que
viene a decirnos Cervantes. Pero semejante afirmación no la aceptan los que quieren
forzar al mundo en su cambio, los apresurados, los impacientes. Por eso todos éstos
rechazan a Cervantes, aunque se queden con un Don Quijote convencional,
supuestamente idealista y efectivamente loco. Ese Quijote que sólo se encuentra cuando
se le va a buscar así. Pero el que inventó Cervantes también lleva la sonrisa escondida
tras el yelmo, y, lo mismo que su autor, sabe jugar.
La complejidad de la vida sólo el hombre complejo puede adivinarla, y Cervantes lo era.
Poseyó como nadie el don de expresar verbalmente su mundo, y fue el primero en
comprender que una novela es ante todo un mundo cerrado que se basta a sí mismo. Eso
es el Quijote, su obra maestra, y, en serlo, en mostrárnoslo, consiste el mensaje ejemplar
de su autor, el que persiste a través de los siglos y hace de él un hombre próximo y
amado como el mayor y el mejor de nuestros contemporáneos.
Majestades, excelentísimo señor ministro de Cultura, excelentísimos señores, amigos
todos, me siento especialmente honrado por el hecho de que este premio que me habéis
otorgado lleve el nombre de Miguel de Cervantes. Os agradezco vuestra tolerancia a mis
palabras.

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POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

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