APIANO DE ALEJANDRÍA
LAS GUERRAS IBÉRICAS
LIBRO VI DE SU HISTORIA ROMANA,
CON UN FRAGMENTO DEL LIBRO XIII
TRADUCCIÓN DE MIGUEL CORTÉS Y LÓPEZ
VALENCIA, 1832
LIBRO
VI DE LAS GUERRAS DE IBERIA
1. El monte Pirineo se extiende
desde el mar Tirreno hasta el océano septentrional. La parte oriental la
habitan los celtas, los cuáles el día de hoy se llaman gálatas y galos. La
parte occidental la ocupan los íberos y celtíberos, comenzando desde el mar
Tirreno, y dando la vuelta en redondo por las columnas de Hércules hasta el
océano septentrional. Así es que la Iberia está circundada del mar, a excepción
de la parte que toca con el Pirineo, casi el mayor y más elevado de todos los
montes de Europa. De todos estos mares, los habitantes sólo frecuentan el mar
Tirreno hasta las columnas de Hércules, y no pasan al océano occidental y
septentrional sino cuando tienen que atravesar a la Bretaña, y esto llevados de
los flujos del mar. Esta navegación la hacen en medio día. Más adelante ni los
romanos ni los súbditos de los romanos navegaban el océano. La extensión de la
Iberia (o de la Hispania como algunos la llaman ahora en vez de Iberia) es
mayor de lo que se puede creer de una sola provincia, pues su latitud es de
diez mil estadios, y a proporción su longitud. La habitan muchas naciones con
diferentes nombres, y la riegan muchos ríos navegables.
2. No me parece del todo
acertado, cuando sólo me propongo escribir la historia romana, meterme a
investigar quiénes fueron sus primeros pobladores, ni quiénes la ocuparon
después. No obstante creo que en otro tiempo los celtas, pasando el monte
Pirineo, vinieron a habitar con los íberos, de donde provino el nombre de
celtíberos. Me parece también que los fenicios, frecuentando de tiempos muy
remotos el comercio con la Iberia, ocuparon algunas poblaciones de ella; y que
igualmente algunos de los griegos que vinieron a Tarteso a comerciar con el rey
Argantonio, se establecieron en aquellas partes, pues el reino de Argantonio
estaba en la Iberia, y Tarteso era entonces a mi parecer una ciudad marítima,
la misma que ahora se llama Carpésso. También me parece que el templo de
Hércules que está en las columnas es fundación de fenicios, pues que hasta
nuestros días se da culto a la moda fenicia; y el Hércules que adoran los
naturales no es el Tebano sino el Tirio. Pero dejemos esto para los
investigadores de antigüedades.
3. En este país fértil y
abundante en todo género de bienes, antes que los romanos habían comenzado a
negociar los cartagineses; y ya poseían estos una parte y estaban conquistando
la otra, cuando los romanos los arrojaron y se apoderaron prontamente de lo que
aquellos ocupaban. Tomada después la parte restante a costa de mucho tiempo y
trabajo, y sujetada después de muchas rebeliones, dividieron la Iberia en tres
provincias y enviaron allá otros tantos pretores. Cómo sujetaron cada una de
estas provincias, y cómo pelearon por su adquisición, primero con los
cartagineses y después con los íberos y celtíberos, lo declarará este libro, cuya
primera parte contendrá las acciones de los cartagineses; porque como éstas se
ejecutaban por conquistar la Iberia, me pareció preciso comprenderlas en la
historia de esta nación, así como comprendí en la de Sicilia las que hicieron
entre sí cartagineses y romanos, y dieron motivo a estos para pasar allá y
apoderarse de la isla.
[LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA EN IBERIA]
4.1 Así como la
primera guerra extranjera que tuvieron los romanos con los cartagineses fue por
la Sicilia, y el teatro en la misma Sicilia, así la segunda fue por la Iberia,
y la escena en la misma Iberia; en la cual, pasando los unos en las
dominaciones de los otros con poderosos ejércitos, los cartagineses destruyeron
la Italia y los romanos el África. Comenzóse esta guerra cabalmente en la
olimpiada ciento cuarenta, con motivo de haber violado los cartagineses los
tratados que habían ajustado en la guerra de Sicilia. Ve aquí el pretexto de
romperlos. Amílcar, por sobrenombre Barca, en tiempo que mandaba las armas en
la Sicilia había prometido grandes recompensas a los galos que a la sazón tenía
a sueldo, y a los africanos que le auxiliaban; pero a su vuelta en África, no
pudiendo cumplirlas por más instancias que le hacían los soldados, se originó
la guerra de África, en la cual, a más de los muchos daños que los cartagineses
sufrieron de sus mismos africanos, tuvieron que ceder la Cerdeña a los romanos
en pena de lo que habían pecado contra sus comerciantes en esta guerra. Con
este motivo, llamado a juicio Barca por sus contrarios como autor de tantos
males ocasionados a la patria, supo hacer tan bien la corte a los magistrados
(entre quienes era el más estimado del pueblo Asdrúbal su yerno), que no sólo
evadió el juicio, sino que suscitada cierta conmoción por los númidas,
consiguió que le nombrasen general de esta guerra, juntamente con Annón por
sobrenombre el Grande, sin haber dado los descargos de su primera expedición.
5.2 Concluida
esta guerra, Annón fue llamado a Cartago por ciertas acusaciones; y quedando él
sólo en el ejército con Asdrúbal, su yerno y confidente, pasó a Gadira.
Atravesado el estrecho talaba el país de los íberos, sin haberle dado estos
motivo; pero esta expedición le servía para cohonestar su ausencia, estar
ocupado y congraciarse con el pueblo. Así era, que todo lo que pillaba lo
repartía una parte con el ejército para tenerlo más pronto a su inicuo
proceder, otra la remitía a la misma Cartago, y otra la distribuía entre los
magistrados de su bando, hasta que al fin coligados contra él diversos reyes y
otros potentados de la Iberia, le quitaron la vida de este modo. Juntaron
carros cargados de leña, a los cuales uncieron bueyes, y los íberos armados
seguían detrás. Al ver esto los africanos, como que no penetraban la
estratagema, prorrumpieron en carcajadas; pero lo mismo fue venir a las manos
que poner fuego los íberos a sus carros e impeler a los bueyes contra los
enemigos. El fuego toma cuerpo, los bueyes se desmandan por todas partes, los
africanos se turban, su formación se rompe, y los íberos, atacándoles a este
tiempo, matan al mismo Barca y una gran multitud que había venido en su ayuda.
6.3 Los
cartagineses que ya habían tomado el gusto a las riquezas de la Iberia,
enviaron allá otro nuevo ejército, y dieron el mando de él a Asdrúbal, yerno de
Barca, que a la sazón se hallaba en ella. Éste eligió por su teniente a Aníbal,
aquel que poco después se hizo tan famoso en las armas, hijo de Barca, y
hermano de la mujer de Asdrúbal, con quien estaba en la Iberia, joven amante de
la guerra y muy querido de la tropa. Así fue que Asdrúbal, valiéndose de la
persuasión en que sobresalía para ganar mucha parle de la Iberia, y sirviéndose
de este joven para las empresas que requerían valor, adelantó sus conquistas
desde el mar occidental por lo interior del país hasta el río Ebro, el cual
divide casi por medio la Iberia, dista cinco días de camino del monte Pirineo,
y desemboca en el océano septentrional.
7. Con este motivo los
saguntinos, colonia de los de Zacinto, que están entre medias del Pirineo y el
Ebro, y todos los demás griegos que había en los alrededores de Emporio y otras
partes de la Iberia, temiendo por sus personas enviaron legados a Roma. El
senado que no quería se engrandeciesen los cartagineses, despachó embajadores a
Cartago, y se convino entre ambas repúblicas: «en que el río Ebro fuese límite
del imperio cartaginés en la Iberia, pasado el cual, ni los romanos llevasen
sus armas contra los súbditos de Cartago, ni los cartagineses pasasen con las
armas el río; pero que los saguntinos y demás griegos establecidos en la Iberia
conservasen su libertad y derechos.» A esto se redujo el tratado entre romanos
y cartagineses.
8.4 Durante el
mando de Asdrúbal en la Iberia por los cartagineses, cierto siervo a cuyo señor
había muerto aquel cruelmente, le quitó la vida a traición en una cacería; pero
convencido después del delito, Aníbal le hizo quitar la vida con rigorosos
tormentos. En consecuencia, el ejército como quería sobremanera a Aníbal, le
nombró por su general, no obstante ser demasiado joven, y el senado aprobó su
elección. En Cartago los del bando opuesto que habían temido el poder de Barca
y Asdrúbal, así que supieron la muerte de estos, comenzaron a despreciar a
Aníbal como joven; y con el pretexto de los delitos de aquellos, a perseguir a
sus amigos y parciales. Al mismo tiempo el pueblo, apoyando a los acusadores, y
acordándose de los males que había sufrido por la dureza de Barca y Asdrúbal,
pedía que aquellos a quienes Asdrúbal y Barca habían hecho magníficos dones,
los llevasen al erario como despojos que eran de enemigos. Pero estos dieron
parte a Aníbal suplicándole les socorriese, y haciéndole ver que si abandonaba
a los que en Cartago podían apoyar sus intentos, vendría a ser la mofa de los
enemigos de su familia.
9. Aníbal, previendo todo esto, y
conociendo que las calumnias que sufrían sus amigos eran asechanzas contra su
persona, creyó no deber mirar con indiferencia aquella ojeriza por no vivir en
un continuo sobresalto como su padre y cuñado, ni estar siempre pendiente de la
veleidad de los de Cartago, que con tanta facilidad pagaban con ingratitud los
beneficios. Añadíase a esto, que siendo aun niño, su padre le había hecho jurar
sobre los holocaustos que sería enemigo irreconciliable de los romanos cuando
llegase a entrar en el gobierno. Por estas causas creía que el modo de poner a
cubierto su persona y las de sus amigos, era empeñar la patria en arduos y
dilatados negocios, y tenerla siempre ocupada y con sobresalto. Para esto,
viendo pacífica el África y la parte que Cartago poseía en la Iberia, le
pareció que si volvía a suscitar la guerra contra los romanos, que era su
principal deseo, metería a sus conciudadanos en graves cuidados y temores, y él
si saliese con la empresa, ganaría gloria inmortal y haría a la patria señora
de todo el orbe, pues no tendría quien la compitiese quitados de en medio los
romanos; y si se le frustrase, por lo menos conseguiría gran fama con sólo
haberlo intentado.
10.5 En este
supuesto, creyendo que el principio más ruidoso de la guerra sería si pasase el
Ebro, sobornó a las turboletas para que se quejasen ante él de que los
saguntinos sus vecinos les corrían el país y les hacían otras mil extorsiones.
Los turboletas obedecieron, y Aníbal envió de ellos embajadores a Cartago; pero
secretamente escribió que los romanos inducían a los íberos de la dominación
cartaginesa a sustraerse de Cartago, y para esto se servían de los saguntinos.
Llevando siempre este ardid adelante, escribía de continuo semejantes engaños
hasta que el senado le mandó que obrase con los saguntinos según le pareciese.
Valido de este pretexto hizo que los turboletas se quejasen otra vez de los
saguntinos, y envió a llamar los legados de estos. Ya que hubieron llegado
mandó que cada uno de ellos expusiese ante él sus diferencias; pero los
saguntinos respondieron que ellos expondrían su justicia ante los romanos. A
estas palabras Aníbal los echó fuera de su campo; y atravesando el Ebro la
noche siguiente con todo su ejército, comenzó a talarles el país y a asestar
sus máquinas contra la ciudad; pero no pudiendo tomarla por fuerza, levantó
todo alrededor foso y trinchera, y puestos frecuentes piquetes, los atacaba de
tiempo en tiempo.
11. Los saguntinos, oprimidos con
este repentino e inesperado accidente, enviaron legados a Roma. El senado los
despachó acompañados de otros embajadores para que primero recordasen a Aníbal
los tratados, y si no cedía marchasen a quejarse de él a Cartago. En efecto,
arribaron a la Iberia los embajadores, y desde la plaza se dirigieron al campo;
pero Aníbal prohibió que se acercasen, con lo cual hicieron vela para Cartago
con los embajadores saguntinos, y representaron al senado los conciertos. Los
de Cartago se quejaban de que los saguntinos habían ofendido de muchos modos a
sus súbditos; y los legados saguntinos los emplazaban a juicio ante los jueces
romanos. Al fin, los cartagineses respondieron que no era menester juicio
cuando se podían vengar por las armas. Luego que se supo en Roma esta
respuesta, unos opinaron que se enviase prontamente socorro a los saguntinos,
otros que se suspendiese porque en los tratados no estaban comprendidos como
aliados de los romanos sino como libres e independientes, y aun después de
sitiados permanecieron libres. Este fue el parecer que prevaleció.
12. Los saguntinos, perdida la
esperanza de ser socorridos por los romanos, y oprimidos del hambre porque
Aníbal con la noticia de que la ciudad era poderosa y rica la estrechaba de
continuo, y sin desistir del asedio; mandaron por un pregón que todo el oro y
plata, bien público, bien de particulares, se llevase a la plaza y se mezclase
con plomo y bronce para que no se aprovechase de ello Aníbal. Ellos, eligiendo
acabar antes peleando que muertos de hambre, hacen una salida por la noche
contra los piquetes de los africanos que estaban descansando y no se presumían
tal cosa, y degüellan unos al levantarse de sus lechos, y sin dejarles apenas
tomar las armas con el miedo, y a otros que ya se habían puesto en defensa.
Bien que empeñado más y más el combate, de los africanos murieron muchos, pero
de los saguntinos casi todos. Las mujeres, viendo desde la muralla el desastre
de sus maridos, unas se arrojaron de los tejados, otras se ahorcaron degollando
antes a sus hijos. Tal fue el éxito de Sagunto, ciudad opulenta y poderosa.
Aníbal, así que supo lo que habían hecho con el dinero, llevado de la ira hizo
quitar la vida a los jóvenes que restaban; y considerando que la ciudad era
marítima, no lejos de Cartago, y situada en un suelo fértil, la volvió a
poblar, la hizo colonia de cartagineses, y al presente me parece se llama
Cartago Spartagena.
13.6 Los
romanos despacharon legados a Cartago con orden de pedir se les entregase a
Aníbal como infractor de los tratados, a no ser que hubiese obrado por orden
del senado; y de no entregársele declararles al instante la guerra. Los legados
lo ejecutaron así; y porque no les entregaban a Aníbal les intimaron la guerra.
Dícese que la declararon de este modo. El más viejo, de quien se habían burlado
los cartagineses, les dijo mostrándoles el seno «Aquí os traigo, cartagineses,
la paz y la guerra; tomad lo que os agrade.» Ellos respondieron: «Danos lo que
tú quieras.» Entonces sacando el romano la guerra clamaron todos: «La
aceptamos,» y al instante dieron orden a Aníbal para que talase impunemente
toda la Iberia, pues ya estaban rotos todos los tratados. Éste corrió todos los
pueblos vecinos; y habiéndolos reducido a la obediencia, ya por halagos, ya por
miedo, ya por fuerza, levantó un poderoso ejército, sin descubrir a nadie el
proyecto que maquinaba de invadir la Italia. Despachó después legados a la
Galia; hizo reconocer las travesías de los Alpes, por donde al fin pasó,
dejando a su hermano Asdrúbal en la Iberia....
14. Los romanos, creyendo que la
guerra sería en la Iberia y en el África (pues jamás se presumieron que los
africanos invadiesen la Italia), enviaron a Tiberio Sempronio Longo al África
con ciento sesenta naves y dos legiones. Todo lo que Longo y sus sucesores
hicieron en el África, está comprendido en el libro De la Guerra púnica.
Despacharon también a la Iberia a Publio Cornelio Escipión con sesenta naves,
diez mil infantes y setecientos caballos, y le dieron por legado a Cneo
Cornelio Escipión su hermano. De estos, Publio, con la noticia que tuvo por los
comerciantes de Marsella de que Aníbal había atravesado los Alpes para Italia,
temiendo no cogiese a los italianos desprevenidos, entregó a su hermano Cneo el
ejército de la Iberia, y marchó en una quinquerreme a la Etruria. Pero todo lo
que obraron tanto este como los demás sucesores en la guerra dentro de Italia,
hasta que arrojaron a Aníbal de este país al cabo de diez y seis años, lo
declara el libro siguiente, el cual por contener todos los hechos de Aníbal en
Italia, se intitula De la Guerra
anibálica.
15.7 Cneo no
hizo cosa memorable en la Iberia hasta que tornó su hermano Publio. Los
romanos, acabado el consulado de Publio, enviaron nuevos cónsules para la
guerra de Italia contra Aníbal, y a él le despacharon otra vez para la Iberia
en calidad de procónsul. Desde este tiempo los dos Escipiones mantuvieron la
guerra en la Iberia contra Asdrúbal, hasta que los cartagineses, invadidos por
Syphax, rey de los númidas, tuvieron que hacer venir a éste con una parte de su
ejército. De allí adelante ya fue fácil a los Escipiones quedar superiores; y
como tenían habilidad para mandar y conciliar los ánimos, atrajeron
voluntariamente muchas ciudades a su partido.
16.8 Hecha la
paz entre los cartagineses y Syphax, volvieron éstos a enviar a la Iberia a
Asdrúbal con un ejército más poderoso, treinta elefantes, y por asociados otros
dos capitanes, Magón y otro Asdrúbal, hijo de Giscón. Desde este punto ya fue
más penosa la guerra a los Escipiones; bien que aun así consiguieron ventajas,
matando muchos africanos y elefantes, hasta que venido el invierno los cartagineses
se acuartelaron en la Turdetania, y de los dos Escipiones, el Cneo en Orson y
el Publio en Cástulo. Aquí tuvo noticia Publio de que se acercaba Asdrúbal, y
saliendo de la ciudad con pocos a reconocer su campo, tuvo la imprudencia de
adelantarse tanto, que rodeado de la caballería cartaginesa perdió la vida él y
cuantos le acompañaban. Entre tanto, Cneo, sin saber nada de este desastre,
destacó una partida de sus soldados a su hermano para que le enviase trigo, los
cuales tuvieron que venir a las manos con otros cartagineses que encontraron.
Informado de esto Cneo, acudió al socorro con la infantería ligera que tenía;
pero los cartagineses, que ya habían derrotado a los primeros, dan en perseguir
a Cneo y le obligan a refugiarse en cierto castillo, al cual puesto fuego, él y
los suyos quedaron abrasados.
17.9 Así
acabaron los dos Escipiones, varones tenidos en todo por buenos, y cuya muerte
lloraron cuantos íberos habían pasado al partido romano por su influjo. Sabida
esta desgracia en Roma, se sintió infinito, y se despachó a la Iberia en una
armada a Marcelo, que acababa de llegar de la Sicilia, y a Claudio, con mil
caballos, diez mil infantes y las provisiones correspondientes. Nada de
provecho hicieron estos; por lo cual el partido cartaginés se aumentó tanto,
que casi se apoderó de toda la Iberia, y el romano vino a quedar casi encerrado
dentro de los Pirineos. Vueltos a informar de esto en Roma, fue aun mayor el
sobresalto, y se temió que los cartagineses no invadiesen la parte ulterior de
la Italia, mientras que la anterior era talada por Aníbal. Así fue, que aunque
por su parte hubieran renunciado con gusto la guerra de la Iberia, no pudieron,
por temor de que también ésta se trasladase a la Italia.
18. En efecto, señalaron día para
la elección de cónsul a la Iberia; pero creció la consternación y se apoderó de
la asamblea un triste silencio, cuando vieron que nadie se presentaba. Al fin,
Cornelio Escipión, hijo de aquel Publio Escipión que había muerto en la Iberia
(demasiado joven por cierto, pues sólo contaba veinticuatro años, pero tenido
por prudente y esforzado), salió al medio; y después de haber elogiado a su
padre y tío, y haber llorado la muerte de ambos, dijo: «Que de toda su familia
sólo quedaba él para vengar al padre, al tío y a la patria.» Añadió otras
muchas razones con impetuosidad y vehemencia, y prometió, como si algún dios le
inspirase: «Que no sólo sujetaría la Iberia, sino el África y Cartago.» No
faltó quien reputase esto por ligereza de mozo; pero el pueblo, a quien había
recobrado de su consternación (siempre los tímidos alientan con las promesas),
le eligió por capitán para la Iberia, prometiéndose de su esfuerzo alguna cosa
memorable. Los más viejos calificaban esto, no de magnanimidad sino de
temeridad. Mas Escipión que lo supo, volvió a llamar a junta y les aseguró lo
mismo, añadiendo: «Que aunque la edad no le debería servir de impedimento, con
todo, convidaba con el mando, y voluntariamente lo renunciaba, si algún senador
lo quería tomar»; pero no habiendo quien lo admitiese fue alabado y aplaudido
con mayor motivo, y salió para su expedición solamente con diez mil infantes y
quinientos caballos, por no haber disposición para sacar mayor ejército,
estando como estaba Aníbal talando la Italia. Se le dio también dinero y demás
pertrechos, y con veintiocho naves largas se hizo a la vela para la Iberia.
19.10 Tomado el
ejército que aquí había, e incorporado con el que él traía, lo purificó, y
habló con magníficas palabras. Al instante corrió la fama por toda la Iberia,
que se hallaba oprimida por los cartagineses y echaba de menos la virtud de los
Escipiones, de que les venía por capitán el hijo de Publio, enviado por los
dioses; y aun el mismo Escipión, cuando lo supo, fingió que todo lo hacía
inspirado de la divinidad. Informado después de que los enemigos campaban en
cuatro parajes muy distantes unos de otros con veinticinco mil infantes, y dos
mil y quinientos caballos, pero que los acopios del dinero, víveres, armas,
dardos, navíos, prisioneros y rehenes de toda la Iberia estaban en la que antes
se llamó Sagunto, y al presente Cartagena, y que por guarda de todo ello estaba
Magón con diez mil cartagineses; resolvió primero atacar a éste, ya por la
pequeñez de su ejército y magnitud de pertrechos, ya porque si tomaba una
ciudad tan abundante en minas, campos y riquezas, y de la que distaba tan poco
el África, ganaba un baluarte seguro por mar y tierra contra toda la Iberia.
20. Movido de estas razones, sin
descubrir a nadie a dónde era la marcha, levantó el campo al ponerse el sol, y
caminó toda la noche hacia Cartagena. Atemorizado el enemigo con su venida,
Escipión al amanecer tiró un vallado todo al rededor, y al día siguiente se
dispuso para atacarla, situando escalas y máquinas por todas partes, a
excepción de una que por ser lo más bajo del muro, pero bañada por un estero y
el mar, era por esto custodiada con abandono. Provistos durante la noche todos
los puestos de dardos y piedras, y situada su escuadra a la boca del puerto
para que ninguna nave enemiga se escapase (tanta era la confianza con que se
prometía apoderarse de la ciudad), al amanecer acercó sus tropas a las máquinas
con orden de que mientras la vanguardia atacaba al enemigo, la retaguardia
llevase las máquinas hacia adelante. Magón situó a las puertas los diez mil soldados
en ademán de hacer una salida a su tiempo con solas las espadas, pues no eran
menester lanzas en un sitio tan estrecho: a los demás los hizo coronar las
almenas, y él mientras, distribuyendo por todas partes máquinas, piedras,
dardos y catapultas, cuidaba de la ejecución con vigilancia. En fin, se levantó
un gran clamor y emulación entre ambas partes; a ninguna de ellas faltó arrojo
y valentía; se dispararon piedras, dardos y saetas, unos con las manos, otros
con las máquinas, otros con las hondas, y no hubo apresto o fuerza que no se
hiciese obrar con eficacia.
21. Pero lo pasaba mal el
ejército de Escipión, porque los diez mil cartagineses que estaban a las
puertas habían hecho una salida con las espadas desenvainadas, y atacado a los
que llevaban las máquinas. Aquí se dieron y recibieron muchas heridas; pero al
fin venció la tolerancia y sufrimiento de los romanos. De allí adelante,
cambiada la fortuna, comenzaron a ser trabajados los que coronaban el muro, y
se aplicaron a él las escalas. Los cartagineses, armados de espada sólo,
retrocedieron a la ciudad, y cerradas las puertas subieron al mur o, de lo cual
sobrevino a los romanos un duro y penoso trabajo. Entre tanto, Escipión que
todo lo recorría dando voces y exhortando, advirtió que a la mitad del día se
retiraba el mar por aquella parte por donde era bajo el muro y estaba bañado
del estero; que el recejo de las aguas era diario, y que en el flujo el agua
llegaba hasta los pechos, y en el reflujo hasta media pierna. Advertido esto
por Escipión, e informado de que la naturaleza del estero permanecía así lo
restante del día hasta que volvía la marea según costumbre, exclamó diciendo:
«Ahora es la ocasión, soldados; ahora sí que me asiste el numen divino: marchad
hacia aquella parte del muro por donde nos dejan paso las aguas; llevad las
escalas; yo iré delante.»
22. Dicho esto, coge el primero
una escala, entra por el estero, e intenta subir antes que otro ninguno; pero
sus escuderos y demás gentes que estaban al rededor le contuvieron, y ellos las
aplicaron y tentaron la subida. Al instante se originó vocería y furor entre
unos y otros; hubo de una y otra parte mucho estrago, pero al fin vencieron los
romanos, y ocuparon algunas torres, en las cuales puso Escipión trompeteros y
clarineros para dar a entender con su ruido y sonido de que ya la ciudad estaba
tomada. Entre tanto los demás discurriendo por todas partes, todo lo llenaron
de espanto, hasta que saltando algunos dentro abrieron las puertas a Escipión
para que entrase con su ejército. Los ciudadanos se refugian dentro de las
casas. Magón junta los diez mil en la plaza; pero derrotados estos al primer
choque, se retiró con muy pocos a la ciudadela, adonde seguido de Escipión con
diligencia, tuvo que rendirse, viendo que ya no había remedio, muertos y
amedrentados sus soldados.
23. Escipión, apoderado por su
esfuerzo y dicha de una ciudad rica y poderosa en un solo día, el cuarto
después de su venida, concibió magníficas esperanzas, y se confirmó más en el
concepto de que obraba con asistencia divina. Aun él mismo desde este tiempo lo
llegó a sentir así, y lo anduvo desde entonces vociferando por todo el resto de
su vida, pues muchas veces se quedaba sólo en el Capitolio después de cerradas
las puertas para aparentar que conferenciaba con los dioses; y aun hoy día sólo
se saca del Capitolio en los espectáculos la estatua de Escipión, cuando las de
los demás se llevan desde la plaza. Tomada una ciudad que era el almacén de la
paz y de la guerra, halló muchas armas, dardos, máquinas, pertrechos navales,
con treinta y tres naves largas, trigo y todo género de comestibles, marfil,
oro y plata, parte hecha alhajas, parte acuñada y parte en barras. Halló
también los rehenes y prisioneros íberos, y cuantos romanos habían sido cogidos
antes. Al día siguiente hizo sacrificios, celebró la victoria; y después de
haber elogiado al ejército, hizo un discurso a los de la ciudad, en el cual
recordándoles el nombre de los Escipiones dejó ir los prisioneros a sus casas
para captar las ciudades. Distribuyó premios al valor; al primero que montó el
muro, el mayor; al segundo la mitad menos; al tercero la tercera parte, y a
proporción a los demás. Todo el restante oro, plata y marfil lo envió a Roma en
las naves que había apresado. La ciudad hizo sacrificios por tres días por
haber recobrado su antigua felicidad después de tantos trabajos. La Iberia y
los cartagineses que en ella había, quedaron pasmados con la grandeza y
prontitud de tal empresa.
24. Escipión, puesta guarnición
en la ciudad y dada orden para que se levantase la parte de muro que bañaba la
marea, discurrió en persona por lo restante de la Iberia; y despachando
emisarios a cada una de las ciudades, a unas redujo de grado, y a las que
resistieron las tomó por fuerza. De los dos capitanes cartagineses que quedaban,
ambos llamados Asdrúbales, el uno, hijo de Amílcar, estaba muy distante
levantando tropas en la Celtiberia, y el otro, hijo de Giscón, andaba
recorriendo las ciudades que permanecían aun en su devoción, suplicándolas que
subsistiesen firmes, pues pronto les vendría un inmenso ejército. Este mismo
destacó después a un otro Magón al país inmediato para que enganchase tropas
del modo que pudiese, y entre tanto él atacó al país de Lersa que le había
abandonado; y ya se disponía a sitiar cierta ciudad de estos, cuando
presentándose de repente Escipión, tuvo que retirarse a Bæcula, y campar
delante de sus muros. Aquí fue vencido al día siguiente al primer choque, y
Escipión se apoderó del real y de la ciudad.
25.11 Después
de esto, Asdrúbal recogió en la ciudad de Carmona las tropas cartaginesas que
había aun en la Iberia para oponerse con todas juntas a Escipión. En efecto,
congregáronse aquí muchos íberos mandados por Magón, y muchos númidas
conducidos por Masinisa. Asdrúbal campaba atrincherado con la infantería, y
Masinisa y Magón que mandaban la caballería estaban situados delante de un
campamento. Escipión dividió su caballería de tal modo, que Lelio con la una
parte marchase contra Magón, y él con la otra atacase a Masinisa. Hasta cierto
tiempo fue dudosa y pesada la acción a los romanos, porque los númidas,
disparados sus dardos, se retiraban y volvían a la carga; pero así que mandó
Escipión que los persiguiesen sin volver la cara, y puestas en ristre sus
lanzas sin darles tiempo para tornar sus caballos, se refugiaron al campamento.
Escipión acampó después a diez estadios de distancia, en el sitio que le
pareció más seguro. El total del ejército cartaginés se componía de setenta mil
infantes, cinco mil caballos y treinta y seis elefantes. El de Escipión no
llegaba ni aun a la tercera parte. Por esta razón estuvo dudoso algún tiempo, y
sin querer venir a una batalla se entretenía en solas escaramuzas.
26. Pero como llegasen ya a
faltarle los víveres, y a sentirse el hambre en el ejército, teniendo por indecoroso
levantar el campo, hizo sacrificios a los dioses, e inmediatamente llamando a
junta el ejército, con un aspecto y porte al parecer divino, les dijo que la
deidad se le había aparecido según costumbre, y le había exhortado a que
atacase al enemigo; que era menester poner más confianza en Dios que en el
número de las tropas, pues las anteriores victorias más se habían conseguido
por su auxilio que por el número. En confirmación de lo que decía, mandó a los
adivinos que presentasen en medio las víctimas. Estando diciendo esto, vio
ciertas aves que pasaban volando; y vuelto a ellos con entusiasmo, y gritando:
«Mirad, dijo, estos anuncios que los dioses nos envían también de la victoria»;
y al mismo tiempo que marchaba hacia ellos con un furor divino, y gritando,
todo el ejército que miraba los ademanes de su capitán, se movía de una parte a
otra y se inflamaba como para una victoria segura. Ya que vio cumplidos sus
deseos, sin detenerse ni dejar resfriar el ardor, como si le impeliese aun el
numen divino, dijo: «con tan faustos indicios, a la batalla al instante.» Y
mandando que comiesen y tomasen las armas, marchó de improviso contra el
enemigo, entregando a Silano la caballería, y la infantería a Lelio y Marcio.
27. En efecto, como sólo había de
por medio diez estadios de distancia, Escipión los acometió de repente, y
Asdrúbal, Magón y Masinisa tuvieron que armar sus tropas en ayunas con
precipitación, tumulto y sobresalto. Trabado a un tiempo el choque de
infantería y de caballería, la de los romanos llevaba la ventaja, porque con la
astucia anterior de disparar sin cesar, perseguían a los númidas acostumbrados
a retroceder y volver a la carga, y a estos por la proximidad, de nada les
servían los dardos. Pero la infantería romana era oprimida por la multitud de
la africana, que hizo en ella estrago por todo el día, sin que bastase a
recobrarla la venida y exhortaciones de Escipión, hasta que éste entregando a
un joven su caballo, y tomando el escudo de un soldado, se arrojó sólo en medio
de los dos ejércitos, diciendo a voces: «Romanos, socorred a vuestro Escipión
que está en peligro.» Entonces los inmediatos viendo, y los distantes oyendo el
peligro de su general, todos, o por vergüenza o por temor a su capitán,
acometieron a un tiempo al enemigo con algazara y gritería. Los cartagineses,
no pudiendo resistir este choque, ciaron por falta de fuerzas (como que habían
estado en ayunas hasta por la tarde), y en poco tiempo se hizo en ellos gran
carnicería. Tal fue el éxito de la batalla de Escipión alrededor de Carmona;
batalla que por mucho tiempo estuvo indecisa. Murieron en ella ochocientos
romanos y quince mil cartagineses.
28. De allí adelante los
cartagineses siempre fueron retirándose con precipitación; y Escipión iba en su
alcance, hiriendo y matando a cuantos encontraba. Pero habiendo ocupado
aquellos un sitio fuerte que tenía agua y comestibles en abundancia, y era
difícil de tomar a no ser por un largo cerco, Escipión, a quien llamaban otros
cuidados, dejó a Silano para que los sitiase, y él discurrió por lo restante de
la Iberia y la redujo a la obediencia. Los cartagineses que quedaron sitiados
tuvieron también que retirarse hacia el estrecho para pasar a Gades; y Silano,
después de haberlos incomodado cuanto pudo, movió el campo para Cartagena a juntarse
con Escipión. Entre tanto Ardrúbal, hijo de Amílcar, que levantaba aun tropas
hacia el océano septentrional, a instancias de su hermano Aníbal que le llamaba
para que cuanto antes atacase la Italia, atravesó los Pirineos por la parte
inmediata al océano septentrional, para ocultarse de Escipión, y metiéndose en
la Galia con los celtíberos que había reclutado, se apresuraba por llegar allá
antes que los italianos lo supiesen.
29.12 Vuelto de
Roma Lucio, participó a Escipión cómo en Roma se pensaba enviarle al África con
el mando. Él, que ya de mucho antes deseaba con ansia y esperaba esto mismo,
envió por delante a Lelio al África con cinco naves para que llevase un regalo
al rey Syphax; le recordase la amistad que había mediado entre él y los Escipiones,
y le rogase que caso de pasar allá los romanos los ayudase con sus armas.
Syphax prometió hacerlo así; recibió el presente, y remitió otro a Escipión.
Sabedores de esto los cartagineses, solicitaron también la alianza de Syphax;
pero informado de esto Escipión, estimó en tanto atraer a Syphax y afirmarle en
su partido contra los cartagineses, que marchó allá en dos naves acompañado de
Lelio.
30. Ya que estaba a vista de
tierra, los embajadores cartagineses que estaban aun en la corte de Syphax, le
salieron al encuentro sin noticia de este príncipe con unas naves largas que
tenían; pero Escipión a fuerza de vela les ganó la delantera y aportó con
felicidad. Syphax hospedó a unos y otros; pero ajustó en secreto un tratado con
Escipión, y le volvió a enviar tomadas seguridades; y a los cartagineses, que
le querían volver a armar asechanzas, los retuvo consigo hasta que el romano
estuviese en salvo. Tales fueron los peligros que sufrió Escipión en la ida y
en la vuelta. Cuentan que en un banquete que les dio Syphax, durmió Escipión la
siesta con Asdrúbal; y que éste después de otras muchas preguntas, admirado de
su gravedad había dicho a los suyos: «Este hombre no sólo es de temer en la
guerra, sino en la mesa.»
31. Por el mismo tiempo sucedió
que ciertos íberos y celtíberos, cuyas ciudades se habían pasado a los romanos,
ganaban aun sueldo de Magón; y Marcio, habiéndolos atacado, mató mil y
quinientos, y los demás se refugiaron a sus ciudades. Otro cuerpo de
setecientos caballos y seis mil infantes, mandados por Annón,se recogió a una
colina, de donde faltos de todo despacharon legados a Marcio para tratar de
concierto. Este les intimó que le entregasen a Annón y a los desertores, y
después viniesen a tratar de paces. Ellos echaron mano a su capitán que estaba
oyendo esto y a los desertores, y se los entregaron. Marcio pidió después los
prisioneros, y recibidos estos, mandó que le trajesen la suma estipulada a un
paraje descampado o llano, pues no convenían los lugares ásperos a unos
suplicantes. Ya que hubieron bajado al llano, dijo: «Merecéis la muerte, porque
estando vuestras patrias bajo nuestra obediencia, unidos con los enemigos
habéis llevado las armas contra ellas: no obstante, os permito marchar
impunemente como entreguéis las armas.» Los celtíberos no pudieron sufrir esto,
y clamaron todos a una voz que no rendirían las armas. Con esto se encendió una
cruel batalla, en la que la mitad de ellos quedó sobre el campo después de
muchos esfuerzos, y la otra mitad se refugió adonde estaba Magón. Éste se había
hecho a la vela poco antes para el campo de Annón con sesenta naves largas;
pero informado de su derrota había pasado a Gades, donde hostigado del hambre
esperaba el éxito de la batalla.
32. En esta inacción estaba Magón
cuando Silano fue destacado por Escipión a la ciudad de Castace para atraerla a
su partido; pero recibido por los castáceos con las armas en la mano, sentó al
frente su campo, y dio cuenta de ello a Escipión. Este envió por delante
algunos aprestos para el asedio, y marchó detrás; pero de paso atacó a Ilurgia.
Esta ciudad, confederada de los romanos en tiempo del primer Escipión, muerto
éste había abandonado en secreto su partido; pues habiendo recibido con capa de
amistad las reliquias del ejército romano, lo había entregado después a los
cartagineses. Irritado Escipión con esta perfidia, la tomó en cuatro horas; y a
pesar de una herida que recibió en el pescuezo, no desistió de la acción hasta
que se apoderó de ella. Por la misma razón el ejército, sin necesidad de
mandato, y sin hacer caso del saco, se entregó a la matanza de niños y mujeres
sin distinción, y no cesó hasta que echó por tierra la ciudad. Llegado que hubo
Escipión a Castace, dividió el ejército en tres trozos, y puso sitio a la
ciudad; pero se abstenía de venir a una acción por dar tiempo de arrepentirse a
los castáceos, de quienes ya había oído andaban en estos tratos. En efecto,
muerta la guarnición que servía de obstáculo a su designio, y apoderados de la
ciudad, la entregaron a Escipión; el cual, puesto en ella nuevo presidio, y
encomendada a uno de sus ciudadanos de aprobada conducta, levantó el campo para
Cartagena, destacando a Silano y Marcio para que talasen hasta el estrecho
cuanto pudiesen.
33. Había sobre el tránsito una
ciudad llamada Astapa que siempre había permanecido constante a los
cartagineses. Sus moradores, viéndose entonces sitiados por Marcio, y
conjeturando que si los romanos los conquistaban los reducirían a servidumbre,
juntaron sus alhajas en la plaza, y cercándolas con leña, pusieron encima a sus
hijos y mujeres. Después juramentaron a cincuenta ciudadanos, los más
esforzados, para que en caso de tomarse la ciudad, quitasen la vida a los hijos
y mujeres, pegasen fuego a la cima y se degollasen a sí mismos. Ellos después,
puestos los dioses por testigos, hacen una salida contra Marcio cuando menos lo
pensaba, y derrotan su caballería e infantería ligera; pero venida en su
socorro la falange, no obstante el esfuerzo y la desesperación con que peleaban
los astapenses, al cabo los vencieron los romanos, por ser más en número, no
porque fuesen inferiores en valor. Muertos todos, los cincuenta degollaron los
hijos y mujeres, prendieron el fuego y se arrojaron en el, haciendo infructuosa
la victoria al enemigo. Marcio, admirado del valor de los astapenses, perdonó
sus casas.
34. Después de esto cayó enfermo
Escipión, y Marcio tomó el mando del ejército. Entonces todos aquellos soldados
que habían disipado sus haberes en deleites, figurándose no haber hallado
premio a sus trabajos, y que Escipión se apropiaba el lauro de sus fatigas,
como gente que no tenía que perder abandonaron a Marcio y acamparon separados.
Agregáronseles muchos de las guarniciones, y aun Magón destacó emisarios con
dinero para persuadirles a pasarse a su partido; pero ellos, recibido el dinero,
eligieron capitanes y centuriones entre sí, y arregladas las demás cosas se
disciplinaron a sí mismos, y se tomaron juramento unos a otros. Informado de
esto Escipión, envió separadamente una carta para los sediciosos, diciéndoles
que no les había aun premiado, a causa de su enfermedad; otra a otros
particulares para que persuadiesen al arrepentimiento a los que habían errado,
y una tercera para todos en general tratándoles ya como a reconciliados, y que
al instante los remuneraría; a cuyo efecto les mandaba que cuanto antes
viniesen a Cartagena, por sus sueldos.
35. Leídas las cartas, unos las
tuvieron por sospechosas, otros por fidedignas; pero al cabo se convinieron
todos en venir juntos a Cartagena. Mientras venían los amotinados Escipión
previno a los senadores que tenía consigo que cada uno convidase con su casa a
uno de los cabezas de la sedición, y como que procedía de amistad le hospedase
y le atase en secreto. Mandó después a los tribunos que con silencio tuviese
cada uno armados con espadas al amanecer aquellos soldados más fieles, y
ocupasen de trecho en trecho las avenidas de la asamblea, y si alguno se
atumultuase le matasen y degollasen al instante, sin esperar más orden. Él, al
rayar el día, marchó al tribunal y mandó a los trompetas tocar a junta. Los
sediciosos, al oír un pregón tan inesperado, teniendo vergüenza de hacer
esperar a su general, aun enfermo, y juzgando que se les llamaba para
satisfacer sus pagas, concurrieron prontamente de todas partes, unos sin
ceñirse las espadas, otros con solas las túnicas, no habiéndoles permitido la
precipitación vestirse del todo.
36. Escipión, que ocultamente
tenía distribuidas las guardias al rededor de su persona, ante todas cosas les
afeó el hecho, y después dijo: «La pena recaerá sólo sobre los autores, a los
cuales castigaré con vuestro auxilio.» Aun no había dicho esto, cuando los
satélites, de su orden abren paso por la multitud: ésta se separa, y los
senadores conducen por medio a los culpados. Estos comienzan a clamar y a
implorar el auxilio de sus compañeros; pero los tribunos matan al instante a
los que intentaban levantar la voz, y los demás, como ven rodeada de guarnición
la asamblea, quedan en un triste silencio. Puestos en medio los autores,
Escipión los manda azotar con varas, y, con más rigor a los que voceaban;
después atados a unos palos fijos en tierra, les corta a todos las cabezas, y
para los demás publica perdón. De este modo se aquietó el ejército de Escipión.
37. Durante la sedición del
ejército romano, Indíbilis, uno de los potentados aliados de Escipión, taló una
parte del país sujeto a éste; y habiendo marchado contra él Escipión, sostuvo
el choque con valor, y mató mil y doscientos romanos; pero muertos de parte de
Indíbilis veinte mil hombres, envió legados a Escipión para un convenio, y éste
le recibió en su amistad después de haberle multado en dinero. Masinisa,
habiendo pasado el estrecho sin que lo supiese Asdrúbal, se concertó con
Escipión y le juró que le ayudaría con sus armas si pasaba al África. La causa
de haber hecho esto este personaje tan adicto en todo a los cartagineses, fue
ésta. La hija de Asdrúbal, con quien entonces militaba Masinisa, estaba
prometida en casamiento a este príncipe, y el rey Syphax la amaba también
tiernamente. Los cartagineses, creyendo que adelantarían sus intereses si
tomaban a Syphax por aliado contra los romanos, le dieron la doncella, sin dar
cuenta a su padre. Celebrados los desposorios, Asdrúbal se los ocultó a
Masinisa por respeto a su persona; pero él, sabido el lance por otra parte,
contrajo alianza con Escipión. En este estado estaban las cosas cuando el
almirante Magón, desesperanzado de los negocios de la Iberia, se hizo a la vela
a la Liguria y a la Galia para levantar tropas; y los gaditanos, viéndose
abandonados de este general, se entregaron a los romanos.
38.13 Desde
este tiempo, esto es, un poco antes de la olimpiada ciento cuarenta y cuatro,
comenzaron los romanos a enviar a los pueblos vencidos de la Iberia magistrados
anuales que presidiesen y gobernasen las provincias en tiempo de paz. Escipión,
dejando aquí un pequeño ejército por estar sosegada la provincia, congregó los
inválidos para poblar una ciudad, que del nombre de la Italia llamó Itálica,
patria de Trajano y Adriano, los cuales en tiempo posterior obtuvieron el
imperio romano. Él se hizo a la vela para Roma en una numerosa y bien equipada
escuadra, cargada de cautivos, dinero, armas y diferentes despojos. La ciudad
le recibió con magnificencia y con un aplauso extraordinario e increíble, ya
por sus pocos años, ya por la brevedad con que había concluido tan grande
empresa: de modo que aun sus émulos confesaban que había llevado a efecto lo
que antes había prometido con ligereza. Por último, Escipión triunfó con
admiración de todos. Al instante que partió Escipión volvióse a rebelar
Indíbilis; pero los pretores que quedaron en la Iberia, atacándole con cuantas
tropas pudieron juntar de las guarniciones y de los aliados, le quitaron la
vida. Después llamaron a juicio a los autores de la rebelión, y los condenaron
a muerte y confiscaron sus bienes; y a los pueblos que le habían ayudado los
multaron en dinero, les quitaron las armas, les exigieron rehenes, y les
pusieron guarniciones más fuertes. Éste era el estado de las cosas después de
ido Escipión, y en esto vino a parar la primera tentativa de los romanos en la
Iberia.
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