Las 15 «lecciones» magistrales que contiene este libro revolucionaron, ya en los años
sesenta, la manera de enseñar música. En ese momento, el prestigioso compositor y
director de orquesta Leonard Bernstein (1918-1990) presentaba en televisión sus
famosos Conciertos para jóvenes, y explicaba de una forma amena y didáctica esos
conceptos y puntos considerados aburridos o difíciles en la música: el solfeo, el
contrapunto, los acordes, qué es un concierto, la música sinfónica, cómo suenan los
diferentes instrumentos, etc. En esta cuidada selección de dichos conciertos
advertiremos que, lo más curioso, es que Bernstein, para ofrecer claridad en sus
explicaciones, acude no solo a los propios clásicos sino a la música moderna de los
Beatles o al jazz.
Desde su publicación en Estados Unidos, este libro ha demostrado que la música no
tiene por qué ser solo para entendidos. El «método Bernstein» se ha venido aplicando
desde entonces en los conservatorios de todo el mundo para acabar con esa ingrata
enseñanza de la música que tantas veces ha provocado rechazo. Por fin, un maravilloso
libro que da la posibilidad de entender la música de nuestros clásicos a cualquier lector,
a cualquier edad.
Leonard Bernstein
El maestro invita a un concierto
Han transcurrido veinte años desde que Leonard Bernstein presentó por última vez
un «Concierto para jóvenes» televisado con la Orquesta Filarmónica de Nueva York.
Desde 1958 a 1972, Bernstein escribió y apareció como comentarista, pianista solista y
director en cincuenta y tres conciertos diferentes concebidos para jóvenes (de edades
comprendidas entre los ocho y los dieciocho años). Las cualidades pedagógicas de
Bernstein y su viva personalidad pronto se hicieron populares en todo el país. A través
de medios impresos y audiovisuales, contribuyó a la transformación de toda una
generación de estadounidenses, oyentes ocasionales de música, en melómanos
apasionados. Su discurso elocuente y lúcido es una cualidad poco habitual en un
músico, que, como suele decirse, normalmente prefiere «dejar que la música hable [¿o
debería decirse “cante”?] por sí misma».
Durante su etapa de estudiante de secundaria, Bernstein recibió una sólida
formación en latín (en qué otro sitio mejor que en la Boston Latin School), y era
conocido porque solía corregir la gramática de los demás en medio de acaloradas
discusiones, por lo general para enojo de sus interlocutores. Su afinidad natural por las
lenguas extranjeras le permitía comunicarse, con diversos grados de fluidez, en alemán,
francés, italiano, español, yiddish y hebreo. Su estudio estaba lleno, desde el suelo hasta
el techo, de diccionarios, obras sobre etimología y libros de léxico de todo tipo. Sus
conocimientos sobre literatura eran tremendamente amplios y abarcaban innumerables
campos, y su pasión por los juegos de palabras, como los anagramas y los complejos
crucigramas de las revistas británicas —cuanto más difíciles mejor—, casi rayaba la
religiosidad. Durante una época tuvo en su casa un aparato electrónico que proyectaba
aleatoriamente cuatro letras en interminables combinaciones diferentes. El objetivo de
este aparato no era reconocer las palabras reales que pudieran aparecer
accidentalmente, sino buscarle un significado rápidamente a todas las combinaciones
que no formaban palabras reales, utilizando los anagramas y añadiendo las letras que
pudiesen faltar. Otro juego que solía practicar con sus compañeros durante los largos
viajes en automóvil era el llamado «Mental Jotto», que consistía en descubrir palabras
de cinco letras utilizando mentalmente la técnica del anagrama. Él ganaba siempre.
Desde luego fue un músico cuyos intereses y habilidades iban mucho más allá de lo
puramente musical. Profesor nato y elocuente orador sobre materias muy diversas, no
sólo culturales, se embriagaba con las palabras.
La popularidad de los «Conciertos para jóvenes» convirtió en un éxito de ventas las
dos primeras ediciones del libro basado en ellos. Estos libros llevaban agotados mucho
tiempo, y la demanda para su reedición, así como la de los vídeos de los conciertos
originales, ha sido considerable durante la última década. Antes de 1958 no se había
visto nada similar, y después de 1972 nada se ha acercado a su magnífico historial de
éxitos. Hubo otros «Conciertos para jóvenes» televisados con la Orquesta Filarmónica
de Nueva York, realizados por otras personalidades[1] durante los catorce años del
período Bernstein y después de éste; pero ninguno de ellos consiguió cautivar al
público con la misma emoción. (En honor a la verdad, todos esos directores no tuvieron
tiempo de lograr una continuidad, pues no eran directores musicales de la Filarmónica
de Nueva York.) Ahora, después de tanto tiempo, se ha podido responder a las
peticiones del público para la reedición de los «Conciertos para jóvenes» de Bernstein.
No ha sido posible hacerlo durante los últimos quince años debido a la existencia de
una enormemente complicada maraña de autorizaciones y derechos establecidos por
organizaciones de intérpretes, artistas y editores. Esa maraña finalmente ha sido
desenredada.
Los análisis y comentarios de Bernstein fueron, naturalmente, mucho más que unas
improvisadas notas para presentar el programa de las obras que iban a ser interpretadas
por la orquesta. Cada concierto poseía un elaborado guión que finalmente se transcribía
a un teleprompter. Bernstein solía escribir un primer borrador a lápiz en papel amarillo
de bloc. Después estas cuartillas se mecanografiaban y se distribuían en un formato con
márgenes anchos, diseñados para congresos, pues el uso de los ordenadores no era aún
habitual. Junto con el director de producción Roger Englander, un equipo de asistentes
de producción[2] se reunía con el señor Bernstein en su casa para revisar, discutir,
clarificar, calcular la duración y ayudar a rehacer partes del guión cuando era necesario.
El mismo autor sugería los posibles cortes, que con frecuencia se debían a la obligación
de limitarse a los cincuenta y cinco minutos aproximadamente de los que se disponía
para el directo. (Unos cinco minutos en total se tenían que destinar a los títulos de
crédito iniciales y finales, y a la pausa para la publicidad en los conciertos de una hora
de duración.) En los guiones que se han añadido por primera vez a esta edición, se han
restablecido algunos de estos cortes.
Las reuniones informales para la escritura de guiones eran como pequeños
seminarios de trabajo, y tan divertidos como los mismos conciertos. Había un
intercambio distendido, y Bernstein agradecía las bromas y comentarios de su equipo
de producción. Pero hay que subrayar que él siempre tenía la última palabra. Dada su
intolerancia con el mal uso del lenguaje, en muy raras ocasiones cometía un error. Por
esta razón, cuando esto ocurría, era un hecho memorable. Recuerdo una de estas raras
ocasiones que se produjo en 1964. Durante nuestras reuniones para la escritura del
guión de «El “viaje” de Berlioz» (que se incluye en este libro), el maestro Bernstein se
refería a una mujer-lobo, una criatura fantástica inventada por el protagonista de la
Sinfonía fantástica de Berlioz, como una wolverine. Pero yo protesté: «¿Cómo un equipo
de fútbol de Michigan iba a utilizar un nombre femenino[3]?». El rechazó esta objeción
con arrogancia. Sin embargo, al día siguiente me entregó una nota manuscrita.
Preocupado, al parecer, por mi comentario, había buscado la palabra y wolverine había
resultado ser una especie de tejón, un animal que no tiene nada que ver con la familia
del lobo. Se cambió en el guión por wolf-girl. En su nota podía leerse:
Al Sr. Jack Gottlieb: Por la presente certifico que usted tenía razón y que yo estaba
equivocado. Dios le bendiga, astuto wolverine. Se disculpa, respetuosamente, Leonard
Bernstein, Ignorante.
Aún lo conservo entre mis papeles más preciados.
Bernstein en su Prólogo original hace mención a los problemas que surgen al
transcribir guiones que se expresan oralmente a un medio que se lee en silencio. Una de
las dudas más importantes era qué hacer con los fragmentos musicales que se habían
planteado para escucharse en directo. Siempre que ha sido posible, los nuevos ejemplos
añadidos en esta edición se han simplificado tanto como los de la primera edición.
Además, para acentuar la importancia de las recomendaciones originales del autor en el
caso de obras musicales completas, o movimientos completos de obras de mayor
duración, el lector debería esforzarse en buscar grabaciones en fonotecas, colecciones
privadas, en la radio, etc. También recomendamos al lector buscar, en particular, las
grabaciones de Bernstein con la Orquesta Filarmónica de Nueva York, ya que éstas
transmitirán parte del sabor de los programas televisados.
Todos los conciertos de este libro están, o lo estarán pronto, disponibles en vídeo.
En su prólogo, Bernstein dice que «los ejemplos y las grabaciones tienen la ventaja de
permitirte escucharlos una y otra vez… algo que, evidentemente, no puede hacerse en
televisión», frase que, por supuesto, actualmente carece de validez. Hoy en día, con el
uso de los reproductores de vídeo es posible parar, rebobinar, avanzar para escuchar la
música «una y otra vez, para disfrute y estudio». Sin embargo, la página escrita tiene la
ventaja de que las personas que leen música pueden obtener un «disfrute» inmediato; y
es posible que motive al «estudio» a los que no leen música. Se convierte en un asunto
de compromiso participativo por parte del lector, algo parecido a la participación
material de los músicos de la orquesta que tocaron en los conciertos originales. En otras
palabras, este libro te invita a que no te conviertas en teleadicto.
La década de 1960 fue una época de una gran convulsión social, con una moral
bastante diferente a las décadas previas. La propia televisión se hallaba entre los
factores principales que contribuyeron al malestar: recordad, por ejemplo, el funeral de
John F. Kennedy y la Convención Nacional del Partido Demócrata en Chicago. La
mística de los años sesenta, la década de los Beatles, estaba muy unida a la llamada
cultura de las drogas: LSD, Timothy Leary, los «flower children», hippies y demás. En
«El “viaje” de Berlioz» el maestro Bernstein trata de los «viajes» psicodélicos y los
alucinógenos. Pero comparado con la familiaridad de las generaciones actuales con la
cocaína, el crack y otras sustancias similares, los coqueteos de las décadas anteriores con
las drogas rayan casi en la ingenuidad romántica. Sin embargo, para esta nueva edición
se ha decidido conservar todas las referencias fechadas. No todos los jóvenes lectores
estarán familiarizados con la música de los Kinks o de los Beatles, aunque ciertas
emisoras de radio en la década de 1990 la hayan rescatado con nostalgia.
Con el paso de los años es posible tener una visión de conjunto de la labor de
Leonard Bernstein. Puede advertirse cómo ciertos temas generales se aplazaban
programa tras programa y año tras año.
Aunque ofreció música programática (es decir, música que relata una historia) en
varios conciertos, da la impresión de que lo hizo con desgana, ya que su principal
objetivo era inculcar en las mentes en formación valores puramente musicales en lugar
de conceptos extramusicales. Por esta razón no incluimos un guión como «Fiesta de
cumpleaños de Igor Stravinski» en esta nueva edición, ya que la parte central de ese
programa era una repetición de la historia del ballet Petrushka. Pero la historia que
Berlioz cuenta en la Sinfonía fantástica justifica su inclusión, ya que el concepto de idée
fixe es una forma muy ingeniosa de explicar el principio de la variación en la
composición musical. En su primer libro, The Joy of Musicy Bernstein habla del «Timo de
la Apreciación Musical» y de su deseo de encontrar un «punto medio» entre ese timo y
la «discusión puramente técnica». Si alguien encontró alguna vez ese punto medio,
tiene que haber sido él.
Jack Gottlieb, 1992
El compositor, escritor y conferenciante Jack Gottlieb fue asistente y después editor
de Bernstein desde 1958 hasta la muerte de Bernstein en 1990… con unos pocos años
libres por buena conducta. En la actualidad es el archivero del Legado Bernstein. Ha
editado el catálogo completo de las obras de Bernstein, escrito numerosas notas al
programa sobre su obra para conciertos y discos, y ha editado sus tres primeros libros.
Gottlieb es también autor de artículos de investigación sobre temas musicales generales,
del texto y música de varias obras teatrales, de numerosas obras corales, canciones,
música de cámara y música litúrgica judía, así como conferenciante sobre la influencia
judía en la música ligera americana. En 1991 publicó el CD titulado Evening, Mom &
Noon. The Sacred Music of Jack Gottlieb, dedicado a la memoria de Bernstein. Jack Gottlieb
es presidente de la American Society for Jewish Music.
PRÓLOGO PARA MIS JÓVENES LECTORES
Desde que empezamos a televisar los «Conciertos para jóvenes» con la Orquesta
Filarmónica de Nueva York en 1958, hemos recibido constantemente peticiones en las
que se nos sugería que estos programas debían conservarse de algún modo. Este libro
ilustrado es simplemente una manera de responder a todas esas peticiones.
El paso de la pantalla de televisión a la página impresa no es una tarea fácil. Por
una simple razón, ahora ya no tenemos una gran orquesta sinfónica preparada para
interpretar los ejemplos tras el movimiento de una batuta. La hemos sustituido con
ejemplos musicales escritos, la mayoría simplificados al máximo para que se puedan
tocar en el piano. Todas las obras musicales que citamos a lo largo del libro han sido
grabadas en disco. Recomiendo vivamente que siempre que sea posible (especialmente
en aquellos ejemplos en los que el tema se trate más ampliamente), el lector consiga la
correspondiente grabación. Tanto los ejemplos como las grabaciones tienen la ventaja
de permitirte escucharlos una y otra vez para disfrute y estudio, algo que,
evidentemente, no puede hacerse con la televisión.
Por otra parte, y esto es más delicado, las ideas que he intentado transmitiros
cuando hablaba en televisión os sonarán ligeramente diferentes a como sería si nos
hubiésemos limitado a transcribirlas palabra por palabra con frías letras de molde, ya
que ha sido necesario realizar una ardua tarea de reescritura y revisión.
Además, hay muchas otras cosas que pueden verse en un programa de televisión.
Se puede ver cómo son los instrumentos, por ejemplo, y también oírlos. En su lugar, en
este libro tenemos unas ilustraciones muy sugerentes.
Todo el trabajo de pasar de la pantalla de televisión al libro impreso es algo
parecido a la traducción de una lengua a otra, o a orquestar una obra musical escrita
originalmente para piano solo. Por eso, si en el libro no sueno a mí mismo, espero que
lo sepáis comprender.
Por todo este trabajo de traducción, debo dar las gracias antes que nada a mi colega
Jack Gottlieb, que se hizo cargo de la difícil tarea de realizar un primer borrador, y
agradecer después a todo un equipo de editores, diseñadores y artistas que trabajan en
Simon & Schuster bajo la dirección general de mi viejo amigo Henry Simon, que fue
quien tuvo la idea original de editar este libro. También me gustaría dar las gracias a
Mary Rodgers y Roger Englander por su gran ayuda en la preparación y edición de los
programas originales de televisión, así como a sus colaboradores, Elizabeth Finkler y
John Corigliano, Jr.
Y me gustaría dar las gracias especialmente a nuestros jóvenes por responder de
forma tan afectuosa e inteligente a nuestros programas; sin ellos jamás hubiera sido
posible este libro.
Leonard Bernstein, 1962
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