EL PAÍS DEL DIABLO
PERLA SUEZ
El país del diablo, de la escritora Perla Suez, se remonta a la
relación histórica que reconstruye la guerra de los invasores al
territorio de los nativos araucanos, en el extremo sur del continente
americano, en la llamada Campaña del Desierto. Con economía de
personajes donde podemos percibir un relato seductor, trágico y
poético al mismo tiempo, su seguimiento mantiene al lector en
ascuas a través de detalles de intimidad y suspenso. El interés de
su lectura promueve expectativas que fluctúan entre lo ficticio, lo
histórico y lo ancestral, llevándonos hasta la última página con
atención absoluta.
Laura Antillano
Perla Suez es una escritora argentina cuya obra se ha centrado
en la novela y el ensayo. Obtuvo la licenciatura en Lenguas
Modernas de la Universidad de Córdoba, donde también siguió
estudios de Psicopedagogía y Cine. Investigadora becaria del
Gobierno francés (1977 −1978), realizó cursos de literatura con
Roland Barthes y Héléne Gratiot-Alphandéry. Ya en Argentina, fue
cofundadora del Centro de Difusión e Investigación de Literatura
Infantil y Juvenil, el cual dirigió de 1983 a 1990 y creó la revista
Piedra Libre especializada en literatura para niños y jóvenes.
Su obra de ficción ha recibido importantes reconocimientos,
entre los que están el Premio Internacional de Novela Grinzane
Cavour (Montevideo, 2008), por la Trilogía de Entre Ríos; el Premio
Nacional de Novela (2013), por Humo rojo; y el Premio Sor Juana
Inés de la Cruz (2015), por El país del diablo, obra que también
resultó ganadora del Premio Internacional de Novela Rómulo
Gallegos 2020. En marzo 2021 fue declarada Ciudadana Ilustre de
la ciudad de Córdoba.
VEREDICTO DE LA XX EDICIÓN DEL
PREMIO INTERNACIONAL DE
NOVELA RÓMULO GALLEGOS
El jurado de la XX edición del Premio Internacional de novela
Rómulo Gallegos, integrado por Laura Antillano (Venezuela),
Vicente Battista (Argentina) y Pablo Mon- toya (Colombia), reunidos
virtualmente por efectos de la pandemia de Covid 19 el 12 y el 13 de
noviembre de 2020, luego de leer y revisar las 214 novelas
recibidas, ha decidido seleccionar las siguientes diez novelas
finalistas:
El país del diablo (Edhasa, 2015), de Perla Suez (Argentina)
Pasolini o la noche de las luciérnagas (Nocturna, 2015), de José
García López (España)
Las aventuras de la China Iron (Random House, 2017), de
Gabriela Cabezón Cámara (Argentina)
Moronga (Random House, 2018) de Horacio Castellanos Moya
(El Salvador)
La respiración violenta del mundo (Emecé, 2018), de Ángela
Pradelli (Argentina)
Hijas de Agar (Santander, 2016), de Pilar Salamanca (España)
Seda araña (Paralelo 21, 2019), de Antolina Ortiz (México)
Hijo de la guerra (Seix Barral, 2019), de Ricardo Raphael
(México)
La ruta de los hospitales (Alfaguara, 2019), de Gloria Peirano
(Argentina)
El bosque sumergido (Emecé, 2019), de Diego Vargas Gaete
(Chile)
Luego de debatir en torno a la novela ganadora, los jurados
coincidieron en las calidades de cinco novelas (El país del diablo, La
respiración violenta del mundo, Hijo de la guerra, Seda araña y
Pasolini o la noche de las luciérnagas), para, finalmente, elegir por
unanimidad y otorgar el premio Rómulo Gallegos 2020 a El país del
diablo, de la escritora argentina Perla Suez.
El jurado destaca la fuerza de la escritura de esta novela, dura y
degarradadora, dueña de un magnífico aliento poético. El país del
diablo maneja con gran sapiencia un concentrado y a la vez
vertiginoso ritmo narrativo, y establece un equilibrio encomiable
entre el desarrollo de la trama, la construcción de los personajes y el
trasfondo histórico que la sustenta.
El jurado señala, además, la forma novedosa de El país del
diablo al tratar un conflicto (la campaña del desierto en la Argentina
del siglo XIX) que aún perdura en la memoria histórica de América
Latina. A través de la mirada de una indígena mapuche, que sufre
los estragos de militares que efectúan tal campaña, Perla Suez logra
sumergir al lector en el horror de la violencia y resarcirlo de ella a
través de su hermosa escritura.
Laura Antillano Vicente Battista Pablo Montoya
A Roberto, Luciana,
Laura y Martín
No estén tristes, no crean que voy a morir,
les digo esto para que no se sientan tristes
y sepan que yo seré machi.
Testimonio de una niña mapuche1
No sean bárbaros, alambren.
Domingo F. Sarmiento2
SUFRIMIENTO
Una vasta compañía de soldados ha sido lanzada al vacío. Hombres
blancos e indios marchan, un ejército de pulgas adiestradas.
Avanzan tan rápido que las ruedas de las carretas parecieran correr
hacia atrás. Las muías van cargadas de fusiles. Se internan en el
país del diablo.
Es un día crucial y el desierto es testigo.
UN VIAJE INICIÁTICO
Es de madrugada, aún está oscuro. La machi camina cargando
su cuerpo con pasos cortos entre los pastizales. Con la mano
izquierda, sostiene alto el tambor ritual, el cultrúm, en el que está
dibujado el universo, dividido en cuatro partes con los símbolos de la
tierra y el cielo. Con la mano derecha, lo hace sonar.
Tiene un collar de placas redondas de plata que remata en el
centro en un águila bicéfala, y una huincha alrededor de la cabeza
para sujetar el pelo negro abundante, salpicado de algunas mechas
blancas. Lleva un poncho de lana de varios colores sobre los
hombros, atado con un alfiler a la altura del cuello.
Delante de ella, camina la india que será iniciada. Tiene catorce
años. La espalda ancha de los araucanos, ojos alargados y
profundos que parecen grabados con un cuchillo. Lleva en alto una
antorcha para alumbrar el camino. Su pelo negro escapa
desordenado a la huincha, como las crines de un caballo. Sin
embargo, sus ojos son del color de la miel, y algunos rincones de su
piel delatan la palidez que intentó opacar con ayuda del sol. Viste
una camisa de lana marrón claro, atada con una faja a la cintura, no
tiene ningún adorno.
Detrás viene un grupo de hombres y mujeres de la tribu. Llevan
antorchas y son dieciséis en total. Cantan, beben chicha. Algunos
bailan dando giros y aplauden. Atraviesan el pastizal y se acercan a
una loma. La tierra está húmeda.
Llegan a un valle donde hay un tótem hecho de madera de unos
cuatro metros. Es el rehue. El lugar donde nacerá un hombre nuevo.
Está cubierto de varios vegetales, el maqui, la quila y el manzano.
En medio hay un leño tallado con siete peldaños. Los últimos dos
son una cabeza humana y un sombrero. El primer peldaño
representa la totalidad, el segundo la sabiduría, el tercero la
tradición, el cuarto el trabajo, el quinto la justicia, el sexto la libertad
y el séptimo, la cúspide, es la gente. Está orientado hacia el este,
porque marca el movimiento del día, el nacimiento del sol y el paso
de las estaciones. Es la representación del hombre de pie en un
punto del planeta.
El grupo hace un círculo y clavan las antorchas en el suelo.
Siguen cantando y bailando mientras las mujeres preparan un lecho
con algunas mantas para que la india se acueste.
La machi vieja deja a un lado el tambor. Se acerca hasta su
discípula que ya se ha quitado la camisa, y sin dejar de cantar, saca
unas bolsas pequeñas de un morral y las dispone alrededor de la
joven india. También tiene unas vasijas donde vuelca un poco de
chicha de su bolsa de cuero. Luego toma una piedra con filo y
comienza a rasparle la piel. Las demás mujeres las rodean y el
rumor de sus voces parece separarlas del resto de la noche. La
mujer vieja raspa los brazos y las piernas a la india del modo en que
lo hacían los antiguos, para que el neófito renazca con una nueva
piel después de su muerte iniciática.
La machi saca unas semillas de un sobre de cuero y las muele
en un mortero. Con el polvo arma su pipa y la enciende. La joven se
sienta sobre el lecho. La anciana da de fumar a la india, cuatro,
cinco pitadas. Su cuerpo se ablanda mientras entra en trance. La
vieja apaga la pipa.
Después, la machi se sienta en el suelo a tocar su cultrúm y a
cantar. Los demás forman un círculo alrededor del tótem y
acompañan los cantos agitando cencerros.
La india se pone de pie y comienza a danzar siguiendo el ritmo
del tambor. A medida que la música asciende, se deja llevar cada
vez más y avanza hacia la escalera. Sube los peldaños uno a uno.
Se ayuda con las manos y se para sobre la punta del rehue. Se
estira cuan largo es su cuerpo, con los brazos y la mirada hacia el
cielo simbolizando su viaje sagrado, y dice,
Yo, Lum Hué, que llevo el número cuatro en mi elemento, el
cuatro que es sagrado porque indica la división del universo, el
descanso, la lluvia, el tiempo de brotes y de abundancia, también las
divisiones de la gente en la tierra y el sol que está en la noche.
Tengo la fuerza de una laguna escondida entre otras dos y por eso
mi elemento es el agua.
Hace catorce años que estoy en esta tierra fértil y en este día
seré machi.
A partir de ahora vivirás en mí, Ngenechen, porque me has
elegido. No soy machi por mi propia decisión, sino porque me has
llamado. Dicen que cabalgas un hermoso caballo y estás rodeado
de animales, dame a mí también animales en recompensa por mi
labor.
Seré machi perfecta. No llamaré a los espíritus oscuros, no
podrán decir que hago brujería porque seré machi buena y sanaré a
los enfermos y la gente dirá ahora ya no moriremos.
La india mestiza sigue bailando y cantando. Comienza a alzar la
voz y el tambor de la machi vieja se vuelve más intenso. El cuerpo
de la joven se curva.
Está llegando al éxtasis espiritual. Se dobla cruzando los brazos
sobre su pecho y salta.
La gente hace exclamaciones, gritan y se acercan a ella. Todos
quieren tocarla. Dos hombres la alzan en brazos y la depositan
nuevamente en el lecho.
Allí, la machi cubre a la muchacha con paja y la deja dormir el
sueño donde los espíritus la visitarán para que pueda morir la joven
india y nacer la machi. El grupo ha traído un carnero que degüellan
en sacrificio. La machi ve la sangre manar, bajo el resplandor del
fuego, y una serie de imágenes se le presentan en su cabeza, cosas
que la hacen estremecerse y perder el equilibrio. Ve un rehue
quemado. Linas manos tirando una rama de foike. Una yegua
perdida. Muerte. Los ojos se le ponen blancos y escucha que el
viento le está gritando en los oídos. Le habla de su discípula. Le
enseña su destino y no hay nada que ella pueda hacer.
Tiene miedo. Una mujer le pregunta qué ha visto. La machi la
mira con dolor y niega con la cabeza. No puede decirle, no tiene
sentido. La vieja machi está apoyada en el brazo de la mujer, ésta le
dice que no se preocupe por nada, que la ceremonia ha sido un
éxito y seguirán la fiesta en la mañana. La machi le contesta que no,
que los espíritus le han enviado un mensaje. Entonces se suelta del
brazo de la mujer, alza las manos y pide a todos que la escuchen.
La gente se acerca y la anciana les dice que ha recibido
instrucciones del otro mundo. Deben dejar a la neófita sola. Hay
otras fuerzas que se ocuparán de ella y no son ellos los que deben
interferir esta vez. Les dice que ahora tienen que irse de vuelta a
sus casas y esperar. Cuando llegue la mañana sabrán cuál es el
designio de Ngenechen, eso es lo más importante y ninguno debe
desobedecer.
Los hombres y mujeres se miran desconcertados, no es esa la
costumbre. Deberían seguir festejando y hacer sus ofrendas. Es una
gran decepción. Pero la machi se muestra inflexible y todos la
respetan demasiado para insistir. Lentamente recogen sus cosas y
se encaminan de vuelta a la toldería.
La machi se acerca a la joven que descansa en un profundo
sopor y pasa sus manos en el aire sobre su cabeza y su pecho
susurrando una oración. Luego se agacha y le besa la frente. Se
demora un poco más. Le cuesta dejarla y como quien cumple con
un deber que le es impuesto, la machi respira hondo. Se levanta y
se va.
Aún no amaneció en la toldería. La vieja machi está dentro de su
casa hecha de cañas de totora, varillas de colihue y cueros. Está
haciendo arder un pequeño fuego. Por encima de éste, hacia un
costado, hay algunas varas de donde cuelgan las mazorcas. Se ven
decenas de vasijas de barro y vasos hechos de cuerno de carnero.
En diversos ángulos, hierbas que cuelgan para secarse, y en el
suelo un cuero de oveja con la piedra para moler el trigo tostado.
Hay cigarros comprados a los blancos en la frontera. Platos y
cucharas de madera. Trozos de rocas de variados colores y formas,
y otros objetos que se desdibujan en la totalidad del toldo.
Permite Ngenechen que pueda ver más allá, invoca la machi.
Ella necesita instrucción en la soledad para que el gualicho y la
gente mala no la señalen más, siente en su cuerpo y su cabeza una
luz celeste que brota de todo su ser y aunque la mayoría de nuestra
gente no puede verlo, algunos pocos de más valía, sí. Esta
muchacha vino a mí y fue como si el techo de mi ruca se hubiera
levantado de repente. Le dije al cacique que aunque en una parte de
sus venas corriera sangre huinca, es nuestra. Ella tiene una mirada
que puede ver a través de la tierra y lejos en el cielo, es valiente,
ama la música y los animales y ha aprendido con rapidez cuáles son
las plantas medicinales.
Ngenechen me la encomendaste diciéndome,
Dale su nueva identidad según nuestro mandato sagrado, dale
nuestras palabras para que sean suyas.
Fue allí que le puse el nombre de Lum Hué.
La vieja machi está perdida en sus pensamientos, mientras
aplasta en el mortero ají con semilla de cilantro y orégano. Prepara
un pedazo de carne para asar cuando escucha un revuelo. La
anciana se detiene en lo que está haciendo y se asoma.
Ya está ocurriendo, dice con voz grave.
Un hombre da la señal de alarma. Los soldados se avecinan.
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