«Verdaderamente hay buenas
cosas en este montón, este pobre montón de horas devotas y cantarinas. Sí que
valió la pena. Forma un conjunto como no hay otro, creo, en nuestra poesía».
Eso escribió de estos versos suyos Paul Valéry en 1945, poco antes de su
muerte. Mantenidos en secreto a lo largo de seis décadas, los más de 150 poemas
de amor que el maestro escribió en los últimos siete años de su vida a Jeanne
Loviton, «Jean Voilier», nos descubren una faceta inédita y fundamental dentro
del conjunto de su obra: una de las series elegíacas más hermosas de la poesía francesa.
Cuando se conocieron, él tenía 67 años y ella 35. Cuando Jeanne le dejó para
casarse con otro, siete años más tarde, el poeta sólo sobrevivió dos meses a su
abandono. Rescatados ahora, los poemas que le dedicó completan con
extraordinaria brillantez el corpus lírico de un poeta de obra breve e
impecable maestría, que siempre alardeó de burlarse de la ternura y del amor.
Paul Valéry
Corona
& Coronilla
Poemas
a Jean Voilier
Título original: CORONA
& CORONILLA. Poèmes à Jean Voilier
Paul Valéry, 2008
Traducción: Jesús Munárriz
Diseño de cubierta: J. Narro
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
EL ADIÓS A LOS VERSOS
«La
poesía es una supervivencia», decía Valéry. Era en 1929. Ochenta años más
tarde, ¿hay que publicar Corona?
He aquí, sin embargo, un caso único en la historia de
las Letras: los versos que un gran poeta ha querido releer por última vez antes
de morir, que ha comentado para nosotros, con una emoción tierna, una ironía
teñida de amargura, y a los que ha dicho adiós como a unos amigos.
Hay en el último cuaderno manuscrito de Paul Valéry,
que conserva el Centro de documentación francesa de la Universidad de Austin,
en Texas, una página verdaderamente extraordinaria. Fue escrita el 22 de abril
de 1945.
Tres semanas antes, Jeanne Loviton —que escribía con el
seudónimo de Jean Voilier— había acudido a anunciarle su ruptura. Era el día de
Pascua, «ese día de la Resurrección que fue para mí el de ser depositado en la
Tumba». El 22 de abril era también domingo. El domingo, lo pasaba habitualmente
con Jeanne, en casa de ella, en el jardín de Auteuil. El domingo era «su día».
Ese domingo, lo pasaría solo. Para romper la soledad, o para seguir estando con
ella, abrió el sobre que contenía los poemas de Corona,
y los releyó.
El Amor lo había abandonado. Iba a morir. Nosotros, lo
sabemos. Él, lo presentía.
Y en esa última carta, que no fue enviada nunca, y que
podría llevar por título «El adiós a los versos», se encuentran en efecto
reunidas las dos potencias, las dos quimeras a las que había creído renunciar
para siempre a los veinte años, y que ahora se habían convertido en toda su
vida.
«… Hace cinco horas que estoy aquí mano a mano con un
silencio que habla demasiado. Y sigue siendo domingo. El tiempo es bien largo,
y lo es todo el tiempo. Saboreo las dulzuras de la Eternidad. Grano a grano, la
arena negra obliga a llevar la cuenta.
Sin embargo, hay que distraerse. Abro un armario, un
pesado sobre. Hojeo…
Polidora, hermosa frente
de robusta cabellera…
Pasemos.
Cómo
vivir sin vosotros, momentos poderosos y queridos…
Y a quién, hacia quién estos versos:
Son
piedras engastadas en mi pecho tus ojos…
Y esto:
Mi amor es receloso y vive en las
alarmas…
y mirarte a los ojos me resulta
imposible
sin que llenen las lágrimas de
inmediato los míos…
O bien:
Velando está el AMOR bajo una lámpara,
Espíritu que es, a esta hora sin
cuerpo…
Uno creería que ha sido escrito en 1560, bajo el
influjo de Petrarca.
Pero esto es también del mismo:
Yo
respiro en espíritu la habitación más tierna…
(Ay, tierna habitación… nupcial. Lo tienes claro. Hay
que tragarse esos versos. Al cuco no le gustarían).
Y este poemilla que me permito encontrar tan gracioso:
Oh mi Estatua de dulce voz,
diosa que cojo de los dedos
y, al besarlos, dice lo que debo
según el corazón de mi lenguaje…
Es un fragmento de antología.
Hojeemos más adelante, con el corazón cada vez más
acongojado:
Sujeta por tus manos, con frescura
de flores,
mi frente ya no sueña tener otra
corona…
Y también:
… Esta adorable ley
de que haciéndote bella, y a mí
haciéndome yo,
tenían, a despecho del mundo y de
los años
que juntarse en la sombra en flor
nuestros destinos…
¡Ah!… Puedes quedarte con tu adorable ley… Y más, y
más…
Suprema Rosa, Orgullo de mi
invierno,
la más bella desdicha de mi
historia…
o:
Flor
de mi Ocaso y miel de mi última bebida
Que se transforma en veneno; gimo al volver a ver esta
colección. Verdaderamente hay buenas cosas en este montón, este pobre montón de
horas devotas y cantarinas…
Sí que valió la pena. Forma un conjunto como no hay
otro, creo, en nuestra poesía. No veo esta nota particular.
Cierra los ojos… He aquí mi voz… He
aquí la palma
de mi ligera mano… He acudido a
rozarte…
Y este punzante:
Tiembla,
tumba ligera, un soplo te ama, SAUCE…
El SAUCE ha muerto. Él lo había
adivinado. No ha querido ver lo que se verá en la ventana… Pobre SAUCE, pobre estremecimiento de
ternura y de poesía que compartíamos contigo, al caer la tarde. Y vosotros, mis
versos, mis pobres versos, hechos con todo mi arte y con todo mi corazón, es
preciso morir. Ahora, me haríais ridículo. He dejado de poder decir estas
cosas; mi orgullo, mi ternura no deben dejar huellas.
No seréis piadosamente impresos, en un pequeño volumen
que yo ya veía, — y que no tenía… Editor…
Me avergonzaría haber hecho esto, haber trenzado esta
Corona, de la que vosotros erais las gemas, versos míos.
No habéis merecido ser rechazados. Ay, alguien no ha querido que en el futuro se la conociera por
haber inspirado estos “Encantos”…
Me gustáis mucho, versos míos; sólo con veros, siento
que habría habido otros más, muchos otros…
Pero no hay que creer a nadie, ni crear sobre ningún
corazón.
Y TÚ, nadie te habrá amado con
un amor de esta profundidad y de esta calidad. El sonido de mi amor, te lo
aseguro, no lo oirás nunca de otro, nunca, nunca».
CORONA
SONETO
A NARCISA
Sujeta por tus manos, con
frescura de flores,
mi frente ya no sueña tener
otra corona;
toda esta lucidez que rodea
el Amor
se enturbia en tierna sombra
en la fuente del llanto.
Respirando el calor profundo de tu
seno,
afluye tanta dicha al
corazón rendido
que ante el dulce destino
que tu mirar me marca
la gloria se me vuelve una
rara desdicha.
Dejo desvanecerse mis voluntades
sabias;
¡mi auténtico tesoro me
fulge en los relámpagos
sedosos de tu rico mirar con
luces vivas!
Lo que sientes por mí lo adoro yo en
tus ojos.
¡Oh, besa entre tus manos,
cerrando mi diadema
con el rubí de un beso, la
frente que te ama!
ODA
AL JAZMÍN[1]
Son piedras engastadas en mi
pecho tus ojos,
los luminosos trazos de sus
vagas miradas
trizan con fuegos vivos mi
noche pensativa,
oh Presencia inmanente, oh
Tú por todas partes,
Tú que estás rodeada por tan dulce
ribera
que vivir sin ti un día me
lo vuelve de hierro,
que me abruma su peso que mi
suspiro expulsa
y que termina en siglo cabal
en el infierno…
Mientras en torno a mí cuanto vive
me irrita
y la obra misma en mí es un
sueño importuno,
huyo hacia ti, hacia Ti,
como un pájaro anida,
y obedece mi alma a tu
secreto aroma,
y respiro en espíritu la habitación
más tierna,
donde en sábanas puras, con
flores, junto al fuego,
la potencia de amor que en
tus miembros anhela
con tu amada sonrisa acogerá
mi ruego.
Devoro pues la ruta, vuelo hacia la
delicia,
mis pasos eliminan los
preciosos peldaños
que llevan al umbral de tu
sedoso cáliz
mi sed por encontrar tus
verdaderos ojos.
Cansada está mi espera de amor de
andar fingiéndolos;
beberlos y cerrarlos quiero,
y ver cómo se abren
dulcemente otra vez cuando
el exceso de la dicha de unirnos
nos permita sonreír a tu
estremecimiento.
EL
SAUCE[2]
Tiembla, Tumba ligera… Un
soplo te ama, Sauce,
que hace que tiemble en ti
el sueño de unos hombros…
¿Brisa?… o este suspiro, tan
simple y repentino
que exhalo por amor a ese
jardín flotante.
Mi mirada en sus flores
burla el mal de esperar
pasos, voz, mano, todo el
ser tan tierno luego,
esa Tú toda mía que siento
transformarse,
a quien la hora que muere
puede de pronto unirme
¡y que llega!… Lo siento…
¡Mi boca al fin te acoge!
Pone el acercamiento temblor
de hoja en el alma
y mis ojos, aun llenos de
follaje y de día,
te ven detrás de mí, toda
rosa de amor…
¡Tiembla, Tumba ligera! Un soplo te
ama, Sauce…
mas ya no necesito soñar con
unos hombros,
y el soplo no es ya el soplo
de un solo corazón…
Muere el tiempo vencido, y
el beso vencedor
de la ausencia sin nombre de
que un nombre me libra,
¡a largos tragos bebe en la
sombra ese fuego que nos hace vivir!
Pienso en tu
infancia a veces y me gusta…
Lo que tú me has contado canta muy
lejos, en la sombra anterior.
Y me gusta…
Después, después… oh no, no me gusta
todo lo que siguió…
Aquella flor cortada, esa primera
espera…
Tu juventud, tu corazón…
Me horrorizan los dioses, el azar,
todo aquello
que hizo que no fuera lo que habría
debido ser:
que fueras siempre toda mía.
Me desgarro diciéndome el pasado que
no fue
como las pitonisas predicen el
futuro.
Profetizo hacia atrás
y mi amor es de tal clarividencia
que nos veo viviendo una vida
tan luminosa
tan pureza y voluptuosidad
tan tierna y voluntaria,
inteligente y dulce,
oh qué días, qué noches
y qué sueños mezclados y qué
despertares cantarinos…
Nos habríamos conocido, encontrado
en la época
en que yo estaba vivo, y me creía
ángel
con espíritu duro, bastante rara el
alma,
y en que quería sumergir mis ojos
en toda hondura del mundo
y te habría tomado honda
para amarte con todo mi orgullo.
Alma, ¿qué
habrá más tierno que, a los gritos del viento de otoño,
formar de Amor el tierno
enlace,
que cerrar los oídos al
huracán que atruena,
a este arrebato de la
estación tardía
cuyo vuelo confuso de
monótona furia
hace que tu casita se queje
tanto tiempo?
Mas todas tus bellezas me
forman una cárcel de dulzuras
en que mi corazón se
consuela y se asombra.
Tu cuerpo me
persigue, Jeanne. ¡Manos llenas de Jeanne,
pensamiento en que vuelve tu
silencio y tu voz,
y esa mezcla de sombra al
final del verano
que en el fondo del bosque
moribundo bebimos…!
Apenas me separo de ti, una Jeanne
soñada
apoya un tierno ser en la
mesa en que escribo;
mi corazón de pronto la
concibe acostada
y mi labor se atasca dentro
de mis espíritus.
Los problemas, disgustos, deberes y
trabajos
ante el amor no son más que
dicha perdida,
oh los besos preciosos, oh
las sabias caricias,
oh JEANNE, encantamiento del trabajo
interrupto.
OH PROA en oro de la más noble
nave,
que altamente sobresaltas de
onda en onda,
cabeza de ojos garzos que
presenta la más hermosa testa
que vio nunca bogar la mar
del mundo,
y tú, amada carena de tan galantes
flancos,
por el sol y la espuma
acariciados,
que destrizas tu sombra y
huyes del remolino
del agua espléndida hacia
abismos de amargura,
avanza, Nave mía, y no encuentres
más puerto
que el de este corazón que
sin cesar espera
la plenitud de amor que tú
llevas a bordo
so tu vela mayor, feliz de
desplegarse[3].
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