viernes, 24 de noviembre de 2023

UNA SEMANA CON PAUL VALERY. DÍA PRIMERO: CORONA Y CORONILLA. FRAGMENTO.

 


«Verdaderamente hay buenas cosas en este montón, este pobre montón de horas devotas y cantarinas. Sí que valió la pena. Forma un conjunto como no hay otro, creo, en nuestra poesía». Eso escribió de estos versos suyos Paul Valéry en 1945, poco antes de su muerte. Mantenidos en secreto a lo largo de seis décadas, los más de 150 poemas de amor que el maestro escribió en los últimos siete años de su vida a Jeanne Loviton, «Jean Voilier», nos descubren una faceta inédita y fundamental dentro del conjunto de su obra: una de las series elegíacas más hermosas de la poesía francesa. Cuando se conocieron, él tenía 67 años y ella 35. Cuando Jeanne le dejó para casarse con otro, siete años más tarde, el poeta sólo sobrevivió dos meses a su abandono. Rescatados ahora, los poemas que le dedicó completan con extraordinaria brillantez el corpus lírico de un poeta de obra breve e impecable maestría, que siempre alardeó de burlarse de la ternura y del amor.

 

Paul Valéry

Corona & Coronilla

Poemas a Jean Voilier

Título original: CORONA & CORONILLA. Poèmes à Jean Voilier

Paul Valéry, 2008

Traducción: Jesús Munárriz

Diseño de cubierta: J. Narro

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

EL ADIÓS A LOS VERSOS

«La poesía es una supervivencia», decía Valéry. Era en 1929. Ochenta años más tarde, ¿hay que publicar Corona?

He aquí, sin embargo, un caso único en la historia de las Letras: los versos que un gran poeta ha querido releer por última vez antes de morir, que ha comentado para nosotros, con una emoción tierna, una ironía teñida de amargura, y a los que ha dicho adiós como a unos amigos.

Hay en el último cuaderno manuscrito de Paul Valéry, que conserva el Centro de documentación francesa de la Universidad de Austin, en Texas, una página verdaderamente extraordinaria. Fue escrita el 22 de abril de 1945.

Tres semanas antes, Jeanne Loviton —que escribía con el seudónimo de Jean Voilier— había acudido a anunciarle su ruptura. Era el día de Pascua, «ese día de la Resurrección que fue para mí el de ser depositado en la Tumba». El 22 de abril era también domingo. El domingo, lo pasaba habitualmente con Jeanne, en casa de ella, en el jardín de Auteuil. El domingo era «su día». Ese domingo, lo pasaría solo. Para romper la soledad, o para seguir estando con ella, abrió el sobre que contenía los poemas de Corona, y los releyó.

El Amor lo había abandonado. Iba a morir. Nosotros, lo sabemos. Él, lo presentía.

Y en esa última carta, que no fue enviada nunca, y que podría llevar por título «El adiós a los versos», se encuentran en efecto reunidas las dos potencias, las dos quimeras a las que había creído renunciar para siempre a los veinte años, y que ahora se habían convertido en toda su vida.

«… Hace cinco horas que estoy aquí mano a mano con un silencio que habla demasiado. Y sigue siendo domingo. El tiempo es bien largo, y lo es todo el tiempo. Saboreo las dulzuras de la Eternidad. Grano a grano, la arena negra obliga a llevar la cuenta.

Sin embargo, hay que distraerse. Abro un armario, un pesado sobre. Hojeo…

Polidora, hermosa frente

de robusta cabellera…

Pasemos.

Cómo vivir sin vosotros, momentos poderosos y queridos…

Y a quién, hacia quién estos versos:

Son piedras engastadas en mi pecho tus ojos…

Y esto:

Mi amor es receloso y vive en las alarmas…

y mirarte a los ojos me resulta imposible

sin que llenen las lágrimas de inmediato los míos…

O bien:

Velando está el AMOR bajo una lámpara,

Espíritu que es, a esta hora sin cuerpo…

Uno creería que ha sido escrito en 1560, bajo el influjo de Petrarca.

Pero esto es también del mismo:

Yo respiro en espíritu la habitación más tierna…

(Ay, tierna habitación… nupcial. Lo tienes claro. Hay que tragarse esos versos. Al cuco no le gustarían).

Y este poemilla que me permito encontrar tan gracioso:

Oh mi Estatua de dulce voz,

diosa que cojo de los dedos

y, al besarlos, dice lo que debo

según el corazón de mi lenguaje…

Es un fragmento de antología.

Hojeemos más adelante, con el corazón cada vez más acongojado:

Sujeta por tus manos, con frescura de flores,

mi frente ya no sueña tener otra corona…

Y también:

… Esta adorable ley

de que haciéndote bella, y a mí haciéndome yo,

tenían, a despecho del mundo y de los años

que juntarse en la sombra en flor nuestros destinos…

¡Ah!… Puedes quedarte con tu adorable ley… Y más, y más…

Suprema Rosa, Orgullo de mi invierno,

la más bella desdicha de mi historia…

o:

Flor de mi Ocaso y miel de mi última bebida

Que se transforma en veneno; gimo al volver a ver esta colección. Verdaderamente hay buenas cosas en este montón, este pobre montón de horas devotas y cantarinas…

Sí que valió la pena. Forma un conjunto como no hay otro, creo, en nuestra poesía. No veo esta nota particular.

Cierra los ojos… He aquí mi voz… He aquí la palma

de mi ligera mano… He acudido a rozarte…

Y este punzante:

Tiembla, tumba ligera, un soplo te ama, SAUCE

El SAUCE ha muerto. Él lo había adivinado. No ha querido ver lo que se verá en la ventana… Pobre SAUCE, pobre estremecimiento de ternura y de poesía que compartíamos contigo, al caer la tarde. Y vosotros, mis versos, mis pobres versos, hechos con todo mi arte y con todo mi corazón, es preciso morir. Ahora, me haríais ridículo. He dejado de poder decir estas cosas; mi orgullo, mi ternura no deben dejar huellas.

No seréis piadosamente impresos, en un pequeño volumen que yo ya veía, — y que no tenía… Editor…

Me avergonzaría haber hecho esto, haber trenzado esta Corona, de la que vosotros erais las gemas, versos míos.

No habéis merecido ser rechazados. Ay, alguien no ha querido que en el futuro se la conociera por haber inspirado estos “Encantos”…

Me gustáis mucho, versos míos; sólo con veros, siento que habría habido otros más, muchos otros…

Pero no hay que creer a nadie, ni crear sobre ningún corazón.

Y TÚ, nadie te habrá amado con un amor de esta profundidad y de esta calidad. El sonido de mi amor, te lo aseguro, no lo oirás nunca de otro, nunca, nunca».

CORONA

SONETO A NARCISA

Sujeta por tus manos, con frescura de flores,

mi frente ya no sueña tener otra corona;

toda esta lucidez que rodea el Amor

se enturbia en tierna sombra en la fuente del llanto.

Respirando el calor profundo de tu seno,

afluye tanta dicha al corazón rendido

que ante el dulce destino que tu mirar me marca

la gloria se me vuelve una rara desdicha.

Dejo desvanecerse mis voluntades sabias;

¡mi auténtico tesoro me fulge en los relámpagos

sedosos de tu rico mirar con luces vivas!

Lo que sientes por mí lo adoro yo en tus ojos.

¡Oh, besa entre tus manos, cerrando mi diadema

con el rubí de un beso, la frente que te ama!

ODA AL JAZMÍN[1]

Son piedras engastadas en mi pecho tus ojos,

los luminosos trazos de sus vagas miradas

trizan con fuegos vivos mi noche pensativa,

oh Presencia inmanente, oh Tú por todas partes,

Tú que estás rodeada por tan dulce ribera

que vivir sin ti un día me lo vuelve de hierro,

que me abruma su peso que mi suspiro expulsa

y que termina en siglo cabal en el infierno…

Mientras en torno a mí cuanto vive me irrita

y la obra misma en mí es un sueño importuno,

huyo hacia ti, hacia Ti, como un pájaro anida,

y obedece mi alma a tu secreto aroma,

y respiro en espíritu la habitación más tierna,

donde en sábanas puras, con flores, junto al fuego,

la potencia de amor que en tus miembros anhela

con tu amada sonrisa acogerá mi ruego.

Devoro pues la ruta, vuelo hacia la delicia,

mis pasos eliminan los preciosos peldaños

que llevan al umbral de tu sedoso cáliz

mi sed por encontrar tus verdaderos ojos.

Cansada está mi espera de amor de andar fingiéndolos;

beberlos y cerrarlos quiero, y ver cómo se abren

dulcemente otra vez cuando el exceso de la dicha de unirnos

nos permita sonreír a tu estremecimiento.

EL SAUCE[2]

Tiembla, Tumba ligera… Un soplo te ama, Sauce,

que hace que tiemble en ti el sueño de unos hombros…

¿Brisa?… o este suspiro, tan simple y repentino

que exhalo por amor a ese jardín flotante.

Mi mirada en sus flores burla el mal de esperar

pasos, voz, mano, todo el ser tan tierno luego,

esa Tú toda mía que siento transformarse,

a quien la hora que muere puede de pronto unirme

¡y que llega!… Lo siento…

¡Mi boca al fin te acoge!

Pone el acercamiento temblor de hoja en el alma

y mis ojos, aun llenos de follaje y de día,

te ven detrás de mí, toda rosa de amor…

¡Tiembla, Tumba ligera! Un soplo te ama, Sauce…

mas ya no necesito soñar con unos hombros,

y el soplo no es ya el soplo de un solo corazón…

Muere el tiempo vencido, y el beso vencedor

de la ausencia sin nombre de que un nombre me libra,

¡a largos tragos bebe en la sombra ese fuego que nos hace vivir!

Pienso en tu infancia a veces y me gusta…

Lo que tú me has contado canta muy lejos, en la sombra anterior.

Y me gusta…

Después, después… oh no, no me gusta todo lo que siguió…

Aquella flor cortada, esa primera espera…

Tu juventud, tu corazón…

Me horrorizan los dioses, el azar, todo aquello

que hizo que no fuera lo que habría debido ser:

que fueras siempre toda mía.

Me desgarro diciéndome el pasado que no fue

como las pitonisas predicen el futuro.

Profetizo hacia atrás

y mi amor es de tal clarividencia

que nos veo viviendo una vida

tan luminosa

tan pureza y voluptuosidad

tan tierna y voluntaria,

inteligente y dulce,

oh qué días, qué noches

y qué sueños mezclados y qué despertares cantarinos…

Nos habríamos conocido, encontrado en la época

en que yo estaba vivo, y me creía ángel

con espíritu duro, bastante rara el alma,

y en que quería sumergir mis ojos

en toda hondura del mundo

y te habría tomado honda

para amarte con todo mi orgullo.

Alma, ¿qué habrá más tierno que, a los gritos del viento de otoño,

formar de Amor el tierno enlace,

que cerrar los oídos al huracán que atruena,

a este arrebato de la estación tardía

cuyo vuelo confuso de monótona furia

hace que tu casita se queje tanto tiempo?

Mas todas tus bellezas me forman una cárcel de dulzuras

en que mi corazón se consuela y se asombra.

Tu cuerpo me persigue, Jeanne. ¡Manos llenas de Jeanne,

pensamiento en que vuelve tu silencio y tu voz,

y esa mezcla de sombra al final del verano

que en el fondo del bosque moribundo bebimos…!

Apenas me separo de ti, una Jeanne soñada

apoya un tierno ser en la mesa en que escribo;

mi corazón de pronto la concibe acostada

y mi labor se atasca dentro de mis espíritus.

Los problemas, disgustos, deberes y trabajos

ante el amor no son más que dicha perdida,

oh los besos preciosos, oh las sabias caricias,

oh JEANNE, encantamiento del trabajo interrupto.

OH PROA en oro de la más noble nave,

que altamente sobresaltas de onda en onda,

cabeza de ojos garzos que presenta la más hermosa testa

que vio nunca bogar la mar del mundo,

y tú, amada carena de tan galantes flancos,

por el sol y la espuma acariciados,

que destrizas tu sombra y huyes del remolino

del agua espléndida hacia abismos de amargura,

avanza, Nave mía, y no encuentres más puerto

que el de este corazón que sin cesar espera

la plenitud de amor que tú llevas a bordo

so tu vela mayor, feliz de desplegarse[3].

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