miércoles, 22 de noviembre de 2023

PREMIO CERVANTES 2023 Vidas, secretos, conmociones PRÓLOGO

 




Vidas, secretos, conmociones

Escribí las doce fábulas que recoge este volumen, ahora en el orden definitivo que implicaba el proyecto y también con la revisión detallada de los textos, a lo largo de diez años. Y en ese tiempo fueron apareciendo agrupadas de tres en tres, siguiendo la línea de una estructura narrativa que el proyecto implicaba, y también el reto con que fue llevado a cabo.

Al escribir las fábulas tenía clara la ambición de crear una peculiar comedia humana, en nada ajena a lo que constituye el subsuelo y el andamiaje de mi mundo narrativo, pero con el horizonte de un especial grado de descubrimiento, como si en ellas pudieran irradiar tonalidades más intensas y originales de ese mundo, desde una mirada de mayor compromiso en la reflexión moral.

Las fábulas guardan como poco una unidad significativa, una familiaridad en el sentido de sus pretensiones y, al culminar el destino de su encuentro final en este volumen que las recoge y reordena, culminado el proyecto que así lo preveía, podría decir que esa unidad se expande en su variedad y alcanza, así lo espero, la iluminación total de lo que quise hacer.

El camino de llegada a las doce fábulas era, sin duda, un camino de tránsitos y transiciones, un reto que se enriquecía en sus perspectivas, y que también se realimentaba en el decurso de su escritura. Las doce son novelas cortas y, en la opción de ese género, que siempre me apasionó y que acaso en la actualidad no obtenga todo el cultivo que merece, existía la intención de encontrar su arquetipo, intentando solventar lo que el género supone como posibilidad narrativa de perfección y buscando, hasta donde buenamente se puede, ese límite narrativo que el género suscita en sus posibilidades.

En el título de «Fábulas del sentimiento» se expresa la intención de su escritura, lo que nutre las historias de una ejemplaridad, tan positiva como negativa, la connotación moral, acaso contradictoria, y que en su condición de fábulas pudieran llenarse de sugerencias y significaciones, con la idea de expresar el sentido de lo que se cuenta de la manera más misteriosa posible.

El sentimiento implica esa orientación de las emociones que revela la fragilidad y la intensidad de lo que se vive. Una orientación también en la mirada de quien narra y observa, que filtra ese grado de experiencia o facultad tan sustancial al lado de la voluntad y el pensamiento. Muchas de las observaciones narrativas reposan en la constatación del sentimiento, de modo que a través de él, de sus contradicciones e ilusiones, puede llegar a conformarse la propia atmósfera de la fábula y el clima moral de la misma. También el secreto de lo que tantas vicisitudes encierra, lo que se esconde y revela en la conciencia o la memoria, lo más oscuro y misterioso de nuestras conmociones y comportamientos.

La denominación de fábulas del sentimiento quiere resultar más sugestiva que conceptual, entendiendo que en esa configuración de lo fabulístico las historias debieran adquirir un tono de intensidad lírica y simbólica, un sentido profundamente metafórico que será el que mejor las impregne de significaciones y sugerencias.

Las novelas están planteadas independientemente, como no podía ser de otra forma, y en su agrupamiento debiera constatarse cierta familiaridad y contaminación en el desarrollo de las mismas al ir devanando cada tránsito, en el camino de su expansión hacia la conquista final, en un empeño siempre acompañado de la variedad de los modos de escritura, de los planteamientos de las tramas, de las perspectivas y de las estructuras narrativas en el más amplio abanico de posibilidades.

El narrador se concede la absoluta libertad de técnicas y opciones, huyendo de los lugares comunes y sabiendo que en la construcción de una peculiar comedia humana, a veces equidistante del relato testimonial o del cuento filosófico, los personajes, el destino de sus existencias, deben tener el poder y el relieve de las vidas verdaderas que sólo la ficción es capaz de alcanzar.

Doce historias, pues, en las que en algunas ocasiones los protagonistas ven trastocado su destino por la casualidad y un impulso de búsqueda desazonador, un sentimiento que les perturba hasta encontrar otro grado de lucidez que pueda reconfortarles.

Voy a hacer un recorrido sobre los asuntos que se plantean en estas doce fábulas, con la intención de marcar esas líneas convergentes en su diversidad, intentando mostrar la dimensión metafórica de sus tramas.

El desarraigo familiar y vital tiene mucho que ver en el desarreglo de las emociones que suscitan las pérdidas y los extravíos que acaban adquiriendo una tonalidad fantasmagórica en muchas de las historias. A una extraña Pensión llegan, por ejemplo, la misma noche unos viajeros que huyen de la realidad acuciante y cotidiana en que viven, como si un ineludible impulso los arrancara de ella. La huida supondrá la reconsideración de sus existencias, en las confidencias de esa noche que mueve el azar. La pobreza puede ser una semilla que crece en el corazón de un hombre rico, y desde la secreta percepción de su hija enferma, dueña de una sensibilidad peculiar, el hilo dramático de un insólito suceso recuerda aquellos versos de Rilke en El libro de las horas que dicen: «pues pobreza es fulgor, muy grande desde dentro».

Entre algunos antiguos compañeros de bachillerato, cuando los años y las distancias marcan una irremediable separación de sus vidas, se rememora la figura de un viejo profesor, famoso por la impiedad del trato a los alumnos y de la vergonzosa venganza que dañó sus vidas. Aquellos muchachos hicieron sin saberlo una suerte de aprendizaje del odio, la enseñanza radicalmente opuesta a lo que hubieran merecido, y ese aprendizaje tiene un lastre ineludible.

De nuevo la casualidad une de manera insospechada a unos amantes que parecen destinados a quedar solos en el mundo o a que el mundo desaparezca, como si la pasión los hiciera invisibles. La plenitud de su inesperada experiencia amorosa será, al fin, la última razón de sus existencias y lo que definitivamente colme su memoria. Un salón de bodas, un lugar de banquetes y celebraciones, esconde más secretos de los previsibles, y hasta es posible que marque el destino de algún matrimonio allí celebrado. El rito de casarse afianza el compromiso, contamina los recuerdos cuando los viejos salones de una ciudad de provincias son demolidos y en los escombros se percibe algún brillo extraño.

De suyo la extrañeza y los secretos están casi siempre en la urdimbre de las fábulas: lo inesperado que adquiere la dimensión de lo extraordinario, lo que en la reserva y el sigilo resulta misterioso.

Una parte de la felicidad consiste en no haber sido antes feliz, confiesa una viuda que va encontrando la plenitud de sus más hondos sentimientos en el tiempo en que reafirma su condición de tal. La felicidad se compagina, en su caso, con la generosidad, y la viuda hace el recuento de su existencia sufragando las deudas contraídas por su bondad.

En la ejemplaridad, a veces positiva y a veces negativa, de las fábulas, son las contradicciones del corazón humano o las razones o sinrazones que guían los actos de los personajes, quienes interfieren las apreciaciones del entendimiento o de la conciencia.

Tres adolescentes comparecen en el rastro de una historia legendaria que les concierne de modo tan comprometido que es como si el tiempo no existiese. ¿La adolescencia es una edad que contiene mayores riesgos y misterios que cualquier otra? ¿Es posible vivirla y compartirla como un secreto que se atesora entre la plenitud y el trastorno? Estos adolescentes son príncipes del olvido, herederos de alguna leyenda antigua y testimonian el desasosiego y las encontradas emociones de la edad que más crudamente marca nuestra existencia por mucho que el tiempo mítico que nos compete, como decía Pavese, habite en nuestra infancia.

La amistad sostiene en ocasiones unos límites de compromiso que pueden desbaratarse, y en alguna situación es posible plantear la inquietante posibilidad de si los amigos que se quieren se enamoran. En las vertientes apasionadas de la lealtad y la envidia, en la contradicción de un sentimiento tan puro como el de la amistad, es posible alguna trama con tantas suspicacias como contrariedades. La amistad y la enemistad, el amor y el desamor.

Alguien regresa a su tierra, a sus orígenes, un emigrante de la ya casi épica emigración americana de comienzos del siglo pasado, ya muy mayor y desprendido de todas las ataduras económicas y lazos familiares derivados de su aventura. Este hombre tiene una deuda que no ha prescrito, algo que al fin, con el regreso, se revela en una especie de persecución moral, como si un fantasmal u obsesivo cobrador le aguardara en el lugar de sus sueños originarios, el pueblo en el que nació. La vida no acaba tan fácilmente y a veces el corazón es más consistente y perturbador en los recuerdos que la propia memoria o la conciencia.

¿Debajo de los afectos y las responsabilidades familiares puede subsistir y crecer la violencia como una deuda perturbadora...? La pregunta tiene una respuesta nada ajena a lo que día a día leemos en las crónicas de sucesos. Ahora se trata del retrato de una mujer que consuma su aciago destino en el casi épico camino de su injusta supervivencia, pero en ese retrato hay también razones y vicisitudes más inquietantes. Una fábula siempre explora un territorio menos evidente que el que la realidad nos muestra. La ficción aspira, como sabemos, a que el lado oscuro del espejo no esté siempre limpio o sucio, también empañado...

La desgracia obtiene, en ocasiones, la consideración no por fantástica menos improbable de que sea una enfermedad contagiosa. ¿Alguien puede quebrar el destino de los demás, como si su cercanía supurara una enfermedad que puede matarlos...? Este relato fantástico muestra la dolencia, el propio mal que rememora. La desgracia también estriba en los reencuentros que la vida nos depara y en los débitos de las viejas y ocultas emociones. La casualidad, lo imprevisto, la aventura a la vuelta de la esquina.

Finalmente, dos jóvenes caen bajo el patronazgo de una solitaria mujer que administra sus ensueños alcohólicos y las perversiones de una dramática imaginación, en el espejo interior de una existencia que encierra lo que pudo ser su paraíso perdido. Llegar a donde no se debe, tocar el timbre en la puerta menos aconsejable, sentir, al fin, la prisión, el secuestro que encamina la perdición y la extrema melancolía de un amor maltratado, de una ilusión definitivamente rota...

Algo más, por último, sobre la novela corta, un género que, como ya dije, me apasiona y en el que, como bien sabemos, muchos de los grandes escritores de todos los tiempos han expresado su mundo de la forma más sustancial. Con frecuencia escuchamos que la redondez del cuento, su perfección, exige que nada sobre ni falte, que no haya una palabra de más. En la novela larga, algunas páginas no acertadas no acaban de echar por tierra una obra lograda, pero en el cuento alguna frase desacertada puede poner en riesgo el total.

También la novela corta pide la perfección y redondez de lo estrictamente medido: el impulso de su desarrollo narrativo debe alcanzar el equilibrio preciso, la dimensión adecuada, un orden del relato que evite derivaciones no significativas, voces no imprescindibles. No se trata de la contención sino de la precisión, de que la idea narrativa se explaye en la espiral que surge y, a la vez, envuelve el interior.

Un género muy propicio para intentar eso que siempre merece la pena y que tan pocas veces se logra: el reto de la perfección.

Luis Mateo Díez

Invierno de 2011

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