Vidas, secretos, conmociones
Escribí las doce fábulas que recoge este volumen, ahora
en el orden definitivo que implicaba el proyecto y también con la revisión
detallada de los textos, a lo largo de diez años. Y en ese tiempo fueron
apareciendo agrupadas de tres en tres, siguiendo la línea de una estructura
narrativa que el proyecto implicaba, y también el reto con que fue llevado a
cabo.
Al escribir las fábulas tenía clara la ambición de crear
una peculiar comedia humana, en nada
ajena a lo que constituye el subsuelo y el andamiaje de mi mundo narrativo,
pero con el horizonte de un especial grado de descubrimiento, como si en ellas
pudieran irradiar tonalidades más intensas y originales de ese mundo, desde una
mirada de mayor compromiso en la reflexión moral.
Las fábulas guardan como poco una unidad significativa, una
familiaridad en el sentido de sus pretensiones y, al culminar el destino de su
encuentro final en este volumen que las recoge y reordena, culminado el proyecto
que así lo preveía, podría decir que esa unidad se expande en su variedad y
alcanza, así lo espero, la iluminación total de lo que quise hacer.
El camino de llegada a las doce fábulas era, sin duda, un camino de
tránsitos y transiciones, un reto que se enriquecía en sus perspectivas, y que
también se realimentaba en el decurso de su escritura. Las doce son novelas
cortas y, en la opción de ese género, que siempre me apasionó y que acaso en la
actualidad no obtenga todo el cultivo que merece, existía la intención de
encontrar su arquetipo, intentando solventar lo que el género supone como
posibilidad narrativa de perfección y buscando, hasta donde buenamente se
puede, ese límite narrativo que el género suscita en sus posibilidades.
En el título de «Fábulas del
sentimiento» se expresa la intención de su escritura, lo que nutre las
historias de una ejemplaridad, tan positiva como negativa, la connotación
moral, acaso contradictoria, y que en su condición de fábulas pudieran llenarse de sugerencias y significaciones, con la
idea de expresar el sentido de lo que se cuenta de la manera más misteriosa
posible.
El sentimiento implica esa
orientación de las emociones que revela la fragilidad y la intensidad de lo que
se vive. Una orientación también en la mirada de quien narra y observa, que
filtra ese grado de experiencia o facultad tan sustancial al lado de la
voluntad y el pensamiento. Muchas de las observaciones narrativas reposan en la
constatación del sentimiento, de modo que a través de él, de sus contradicciones
e ilusiones, puede llegar a conformarse la propia atmósfera de la fábula y el clima moral de la misma.
También el secreto de lo que tantas vicisitudes encierra, lo que se esconde y
revela en la conciencia o la memoria, lo más oscuro y misterioso de nuestras
conmociones y comportamientos.
La denominación de fábulas del sentimiento quiere resultar
más sugestiva que conceptual, entendiendo que en esa configuración de lo
fabulístico las historias debieran adquirir un tono de intensidad lírica y
simbólica, un sentido profundamente metafórico que será el que mejor las
impregne de significaciones y sugerencias.
Las novelas están planteadas
independientemente, como no podía ser de otra forma, y en su agrupamiento
debiera constatarse cierta familiaridad y contaminación en el desarrollo de las
mismas al ir devanando cada tránsito, en el camino de su expansión hacia la
conquista final, en un empeño siempre acompañado de la variedad de los modos de
escritura, de los planteamientos de las tramas, de las perspectivas y de las
estructuras narrativas en el más amplio abanico de posibilidades.
El narrador se concede la
absoluta libertad de técnicas y opciones, huyendo de los lugares comunes y
sabiendo que en la construcción de una peculiar comedia humana, a veces equidistante del relato testimonial o del
cuento filosófico, los personajes, el destino de sus existencias, deben tener
el poder y el relieve de las vidas verdaderas que sólo la ficción es capaz de
alcanzar.
Doce historias, pues, en las que
en algunas ocasiones los protagonistas ven trastocado su destino por la
casualidad y un impulso de búsqueda desazonador, un sentimiento que les
perturba hasta encontrar otro grado de lucidez que pueda reconfortarles.
Voy a hacer un recorrido sobre
los asuntos que se plantean en estas doce fábulas,
con la intención de marcar esas líneas convergentes en su diversidad,
intentando mostrar la dimensión metafórica de sus tramas.
El desarraigo familiar y vital
tiene mucho que ver en el desarreglo de las emociones que suscitan las pérdidas
y los extravíos que acaban adquiriendo una tonalidad fantasmagórica en muchas
de las historias. A una extraña Pensión llegan, por ejemplo, la misma noche
unos viajeros que huyen de la realidad acuciante y cotidiana en que viven, como
si un ineludible impulso los arrancara de ella. La huida supondrá la
reconsideración de sus existencias, en las confidencias de esa noche que mueve
el azar. La pobreza puede ser una semilla que crece en el corazón de un hombre
rico, y desde la secreta percepción de su hija enferma, dueña de una
sensibilidad peculiar, el hilo dramático de un insólito suceso recuerda
aquellos versos de Rilke en El libro de
las horas que dicen: «pues pobreza es fulgor, muy grande desde dentro».
Entre algunos antiguos compañeros
de bachillerato, cuando los años y las distancias marcan una irremediable
separación de sus vidas, se rememora la figura de un viejo profesor, famoso por
la impiedad del trato a los alumnos y de la vergonzosa venganza que dañó sus
vidas. Aquellos muchachos hicieron sin saberlo una suerte de aprendizaje del
odio, la enseñanza radicalmente opuesta a lo que hubieran merecido, y ese
aprendizaje tiene un lastre ineludible.
De nuevo la casualidad une de
manera insospechada a unos amantes que parecen destinados a quedar solos en el
mundo o a que el mundo desaparezca, como si la pasión los hiciera invisibles.
La plenitud de su inesperada experiencia amorosa será, al fin, la última razón
de sus existencias y lo que definitivamente colme su memoria. Un salón de
bodas, un lugar de banquetes y celebraciones, esconde más secretos de los
previsibles, y hasta es posible que marque el destino de algún matrimonio allí
celebrado. El rito de casarse afianza el compromiso, contamina los recuerdos
cuando los viejos salones de una ciudad de provincias son demolidos y en los
escombros se percibe algún brillo extraño.
De suyo la extrañeza y los
secretos están casi siempre en la urdimbre de las fábulas: lo inesperado que adquiere la dimensión de lo
extraordinario, lo que en la reserva y el sigilo resulta misterioso.
Una parte de la felicidad
consiste en no haber sido antes feliz, confiesa una viuda que va encontrando la
plenitud de sus más hondos sentimientos en el tiempo en que reafirma su
condición de tal. La felicidad se compagina, en su caso, con la generosidad, y
la viuda hace el recuento de su existencia sufragando las deudas contraídas por
su bondad.
En la ejemplaridad, a veces
positiva y a veces negativa, de las fábulas,
son las contradicciones del corazón humano o las razones o sinrazones que guían
los actos de los personajes, quienes interfieren las apreciaciones del
entendimiento o de la conciencia.
Tres adolescentes comparecen en
el rastro de una historia legendaria que les concierne de modo tan comprometido
que es como si el tiempo no existiese. ¿La adolescencia es una edad que
contiene mayores riesgos y misterios que cualquier otra? ¿Es posible vivirla y
compartirla como un secreto que se atesora entre la plenitud y el trastorno?
Estos adolescentes son príncipes del olvido, herederos de alguna leyenda
antigua y testimonian el desasosiego y las encontradas emociones de la edad que
más crudamente marca nuestra existencia por mucho que el tiempo mítico que nos
compete, como decía Pavese, habite en nuestra infancia.
La amistad sostiene en ocasiones
unos límites de compromiso que pueden desbaratarse, y en alguna situación es
posible plantear la inquietante posibilidad de si los amigos que se quieren se
enamoran. En las vertientes apasionadas de la lealtad y la envidia, en la
contradicción de un sentimiento tan puro como el de la amistad, es posible
alguna trama con tantas suspicacias como contrariedades. La amistad y la
enemistad, el amor y el desamor.
Alguien regresa a su tierra, a
sus orígenes, un emigrante de la ya casi épica emigración americana de
comienzos del siglo pasado, ya muy mayor y desprendido de todas las ataduras
económicas y lazos familiares derivados de su aventura. Este hombre tiene una
deuda que no ha prescrito, algo que al fin, con el regreso, se revela en una
especie de persecución moral, como si un fantasmal u obsesivo cobrador le
aguardara en el lugar de sus sueños originarios, el pueblo en el que nació. La
vida no acaba tan fácilmente y a veces el corazón es más consistente y
perturbador en los recuerdos que la propia memoria o la conciencia.
¿Debajo de los afectos y las
responsabilidades familiares puede subsistir y crecer la violencia como una
deuda perturbadora...? La pregunta tiene una respuesta nada ajena a lo que día
a día leemos en las crónicas de sucesos. Ahora se trata del retrato de una
mujer que consuma su aciago destino en el casi épico camino de su injusta
supervivencia, pero en ese retrato hay también razones y vicisitudes más
inquietantes. Una fábula siempre
explora un territorio menos evidente que el que la realidad nos muestra. La
ficción aspira, como sabemos, a que el lado oscuro del espejo no esté siempre
limpio o sucio, también empañado...
La desgracia obtiene, en
ocasiones, la consideración no por fantástica menos improbable de que sea una
enfermedad contagiosa. ¿Alguien puede quebrar el destino de los demás, como si
su cercanía supurara una enfermedad que puede matarlos...? Este relato
fantástico muestra la dolencia, el propio mal que rememora. La desgracia
también estriba en los reencuentros que la vida nos depara y en los débitos de
las viejas y ocultas emociones. La casualidad, lo imprevisto, la aventura a la
vuelta de la esquina.
Finalmente, dos jóvenes caen bajo
el patronazgo de una solitaria mujer que administra sus ensueños alcohólicos y
las perversiones de una dramática imaginación, en el espejo interior de una
existencia que encierra lo que pudo ser su paraíso perdido. Llegar a donde no
se debe, tocar el timbre en la puerta menos aconsejable, sentir, al fin, la
prisión, el secuestro que encamina la perdición y la extrema melancolía de un
amor maltratado, de una ilusión definitivamente rota...
Algo más, por último, sobre la
novela corta, un género que, como ya dije, me apasiona y en el que, como bien
sabemos, muchos de los grandes escritores de todos los tiempos han expresado su
mundo de la forma más sustancial. Con frecuencia escuchamos que la redondez del
cuento, su perfección, exige que nada sobre ni falte, que no haya una palabra
de más. En la novela larga, algunas páginas no acertadas no acaban de echar por
tierra una obra lograda, pero en el cuento alguna frase desacertada puede poner
en riesgo el total.
También la novela corta pide la
perfección y redondez de lo estrictamente medido: el impulso de su desarrollo
narrativo debe alcanzar el equilibrio preciso, la dimensión adecuada, un orden
del relato que evite derivaciones no significativas, voces no imprescindibles.
No se trata de la contención sino de la precisión, de que la idea narrativa se
explaye en la espiral que surge y, a la vez, envuelve el interior.
Un género muy propicio para
intentar eso que siempre merece la pena y que tan pocas veces se logra: el reto
de la perfección.
Luis Mateo Díez
Invierno de 2011
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