miércoles, 8 de febrero de 2023

E. M. Forster Donde los ángeles no se aventuran FRAGMENTO




S ituada en Monteriano, localidad imaginaria de la Toscana cuyo

modelo real es San Gimignano, el libro se centra en las reacciones

inesperadas y violentas que provoca en un grupo de ingleses de

buena crianza una situación que rebasa los límites de su

experiencia. El agente catalizador es la boda de la viuda Lilia

Herriton con un italiano doce años más joven que ella, Gino; y el

tema fundamental del relato es el contraste entre las pautas de

conducta inglesas y el comportamiento de Gino.

Irónica en unos pasajes y grave en otros, tan certera en su

sátira de las hipocresías sociales como en la sutileza de su

observación psicológica, esta primera novela de E. M. Forster,

revela ya la maestría característica del escritor.

E. M. Forster

Donde los ángeles no se

aventuran


1

Estaban todos en Charing Cross para despedir a Lilia —Philip,

Harriet, Irma y la propia Mrs. Herriton—. Incluso Mrs. Theobald,

acompañada de Mr. Kingcroft, había hecho frente a un viaje desde

Yorkshire para decir adiós a su única hija. Miss Abbott también

estaba asistida por numerosos parientes, y el panorama de tanta

gente hablando al mismo tiempo y diciendo cosas tan dispares

hacía que Lilia estallara en incontrolables carcajadas.

—Es toda una ovación —gritó, dejándose caer fuera del vagón

de primera clase—. Nos van a tomar por miembros de la familia real.

Oh, Mr. Kingcroft, tráiganos unos calientapiés.

El amable joven se fue corriendo y Philip, ocupando su lugar, la

desbordó con una última retahíla de órdenes y consejos: dónde

detenerse, cómo aprender italiano, cuándo utilizar mosquiteras, qué

cuadros mirar.

—Recuerda —concluyó Philip— que la única manera de llegar

a conocer el país es descarrillando. Tenéis que ver los pueblos

pequeños: Gubbio, Pienza, Cortona, San Gimignano, Monteriano. Y,

permite que te lo ruegue, no vayas con esa horrible idea del turista

de que Italia sólo es un museo de arte y antigüedades; ama y

comprende a los italianos, porque la gente es más maravillosa que

la tierra.

—¡Cuánto me gustaría que vinieras, Philip! —dijo Lilia,

halagada por la insólita atención que su cuñado le prestaba.

—También me gustaría a mí.

Hubiera podido arreglárselas para ir sin demasiadas

dificultades, ya que su trabajo de abogado no era tan intenso como

para impedirle unas vacaciones de vez en cuando. Pero la familia no

aprobaba sus asiduas visitas al continente, y él mismo disfrutaba a

menudo con la idea de que estaba demasiado ocupado para salir de

la ciudad.

—Adiós, queridos todos. ¡Qué mareo! —Reparó en su hija

Irma, y le pareció que la ocasión requería una nota de solemnidad

maternal—. Adiós, querida. Pórtate bien, y haz lo que te diga la

abuelita.

No se refería a su madre, sino a su madre política, Mrs.

Herriton, la cual odiaba el título de «abuelita».

Irma alzó, para que se lo besara, un rostro grave y dijo con

cautela:

—Haré todo lo posible.

—Seguro que será buena —dijo Mrs. Herriton, que se

mantenía, pensativa, algo apartada del alboroto. Pero Lilia ya estaba

llamando a Miss Abbott, una joven bastante bonita, alta y seria, que

llevaba su despedida de un modo más decoroso en el andén.

—¡Caroline, mi Caroline! Sube de un salto, o tu carabina se irá

sin ti.

Y Philip, que siempre se embriagaba con la idea de Italia,

volvió a hablarle de los momentos supremos de su prometedor viaje:

la Campanile de Airolo, que se le echaría encima cuando emergiera

del túnel de San Gotardo, presagiando el futuro; la vista del Ticino y

del lago Maggiore cuando el tren se encaramara a las faldas del

monte Ceneri; la vista del Lugano, la vista del Como —Italia se

acumulaba tupida a su alrededor—, la llegada a su primer lugar de

descanso, cuando, después de un largo trayecto por calles sucias y

oscuras, contemplaría por fin, entre el rugido de los tranvías y la luz

deslumbrante de los faroles de arco, los contrafuertes de la catedral

de Milán.

—¡Pañuelos y cuellos —vociferó Harriet—, en mi caja

damasquinada! Te he prestado mi caja damasquinada.

—¡Mi querida Harry!

Lilia volvió a besarlos a todos, y se hizo un momento de

silencio. Todos sonreían fijamente, excepto Philip, que tosía en

medio de la niebla, y la anciana Mrs. Theobald, que se había puesto

a llorar. Miss Abbott subió al vagón. El jefe de tren en persona cerró

la puerta y le dijo a Lilia que todo iría bien. Entonces el tren se puso

en marcha, y con él todos se desplazaron un par de pasos, agitaron

pañuelos y dieron grititos de alegría. En aquel momento apareció

Mr. Kingcroft, con el calientapiés cogido por ambos extremos, como

si se tratara de la bandeja del té. Lamentaba haber llegado

demasiado tarde, y gritó con voz temblorosa: —Adiós, Mrs. Charles.

Que usted lo pase bien, y que Dios la bendiga.

Lilia sonrió y asintió con la cabeza, pero luego la absurda

imagen del calientapiés pudo más que ella, y se echó a reír de

nuevo.

—¡Oh, lo siento! —gritó—. Pero es que tiene un aspecto tan

divertido… ¡Oh, están todos tan divertidos agitando las manos! ¡Oh,

por favor! —Y riéndose inconteniblemente fue transportada hacia la

niebla.

—Muchos ánimos para empezar un viaje tan largo —dijo Mrs.

Theobald, frotándose los ojos.

Mr. Kingcroft hizo un gesto solemne con la cabeza para

manifestar su conformidad.

—Me hubiera gustado —dijo— que Mrs. Charles llevara su

calientapiés. Estos mozos londinenses no prestan ninguna atención

a los campesinos.

—Pero usted hizo todo lo posible —dijo Mrs. Herriton—. Y me

parece verdaderamente generoso de su parte que haya traído a

Mrs. Theobald desde tan lejos en un día como éste. —Entonces, un

poco precipitadamente, le estrechó la mano, y dejó que el joven

condujera de regreso a Mrs. Theobald.

FUENTE:

Donde los angeles no se aventuran. E. M. Forster.
Editorial. SUR.
Impreso en Argentina.
Encuadernación: tapa blanda.
Páginas. 153.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

Selección y prólogo de Sylvia Molloy

  LA VIAJERA Y SUS SOMBRAS Crónica de un aprendizaje Selección y prólogo de Sylvia Molloy La viajera y sus sombras presenta diversos escrito...

Páginas