Ilyá Ehrenburg
La fábrica de sueños
Título original: Fabrika snov
Traducción: Jorge Ferrer
. . .
FUERA DEL CINEMATÓGRAFO, no se da
otro caso de un arte que en tan poco tiempo haya logrado más firme apoyo del
público. Ese mundo fabuloso y extravagante de “estrellas” y “astros” de
magnitud casi mítica que él ha creado, resulta fuente perenne de curiosidad y
apasionamiento que en esta notable obra de Ilyá Erenburg alcanza proyecciones
insospechables. Hay un mundo cinematográfico de leyenda, cuyo pintoresquismo
mantiene vivo las gacetillas publicitarias, y hay otro menos idílico y más
real, que Will Hays, otrora “zar del cine”, definiera con estas certeras
palabras: «En otro tiempo se decía: el comercio sigue a las banderas; ahora
habría que decir: el comercio sigue a las películas». Fábrica de sueños descorre de manera maestra el telón que oculta la
otra cara del cine: la que devora bellas ilusiones, la que pospone nobles
proyectos, la que lo desvía de su verdadera misión en holocausto al dios mercancía.
En este libro rico de información, ágil de estilo y pleno de humor —de un humor
punzante que acentúa la crítica—, traza Erenburg un panorama Insuperable de ese
proceso, tan certero, que en nada lo modifica el que algunos nombres hayan
desaparecido actualmente de la escena, tanta identidad hay entre ellos y sus
reemplazantes. Han cambiado los actores, pero queda el mismo argumento. Notable
por su valor literario Fábrica de sueños
es imprescindible, además, para formarse una imagen nítida de un cinematógrafo
supeditado totalmente a la industria, particularmente el norteamericano y
aquellos que siguen su tendencia. Y al mismo tiempo, al ponerla en evidencia,
no deja de reivindicar sus enormes posibilidades como arte de masas.
Nota del editor
ILYÁ EHRENBURG (Kiev, 1891-Moscú,
1967) vivió una vida fascinante no exenta de polémicas. Poeta y propagandista
soviético, Vladimir Nabokov dijo en una ocasión de él que no existía como
escritor, pues era «periodista. Siempre fue un corrupto». Escritor y cronista lúcido
de su tiempo, le tocó vivir una de las épocas más descarnadas de todos los
tiempos —el grueso del siglo XX— con sus incompresibles y letales guerras
mundiales, el genocidio judío y el auge de los totalitarismos, en particular,
el que construyeron los bolcheviques sobre las ascuas de la Rusia de los zares.
Amigo de Bujarin, con quien
colaboró en actividades subversivas en 1905, emigró a una temprana edad a París
y trabó amistad con Picasso, Apollinaire y Ferdinand Léger. Trabajó como
corresponsal en el frente durante la Gran Guerra, luego regresó a Rusia pero,
no sintiéndose a gusto, volvió a partir en 1921, esta vez hacia Berlín.
Cuando estalló nuestra guerra
civil, Ehrenburg no dudó en acudir tras la noticia y conoció a Buenaventura
Durruti. Durante la segunda guerra mundial, publicó una serie de artículos
incendiarios sobre los soldados alemanes en la revista Estrella Roja que avivaron la ferocidad del Ejército Rojo en su
conquista del III Reich. Entre 1943 y 1946, trabajó junto con Vasili Grossman
en el Comité antifascista judío. Este fue el origen del Libro negro, obra de ambos, en el que se documenta el exterminio
judío en Europa oriental; el libro no fue publicado hasta 1970 y no en Moscú
sino en Jerusalén.
Al finalizar la guerra, Ehrenburg
se convirtió en una personalidad destacada del régimen soviético. Tras la
muerte de Stalin, escribió la novela El
deshielo (1954), título que daría nombre a la nueva situación interna,
generada por el proceso de «desestalinización» que se activó en la Unión
Soviética.
La presente edición de La fábrica de sueños está basada en la
versión que figura en las Obras Escogidas
del autor, editadas en Moscú en 1966, un año antes de su muerte. La obra allí
recogida, versión definitiva de La
fábrica de sueños, difiere del texto anteriormente traducido al castellano
en 1932 por José María Quiroga Pía para la Editorial Cénit —la única versión
existente en nuestro idioma— tanto en la extensión como en el orden. Esta nueva
traducción, pues, ofrece la que el propio Ehrenburg quiso que fuera la edición
definitiva del libro: un texto más conciso y que sigue una línea narrativa más
coherente que la exhibida por la edición publicada en Berlín en 1931.
El objeto de esta nueva edición
estriba en rescatar para las jóvenes generaciones un texto portentoso en el que
se narra la génesis de una de las industrias más revolucionarias de nuestro
tiempo.
Se trata de un glosa mordaz y muy
divertida sobre los entresijos del mundo del cine que no gustó a las
autoridades soviéticas al considerar que no era lo suficientemente «socialista»
y, sin duda alguna, tampoco debió de ser del agrado de los magnates
capitalistas retratados sin ningún pudor en sus páginas: Adolph Zukor, Samuel
Goldwyn, Alfred Hugenberg, George Eastman y tantos otros.
Resulta cuando menos sorprendente
la vigencia de un texto escrito hace tanto tiempo pero, quizás, ello se
explique porque Ehrenburg tuvo la oportunidad de vivir el nacimiento de la
poderosa industria del cine y de extraer las conclusiones correctas: en la
fábrica de sueños se imbrican intereses económicos de enorme calado así como
estrategias políticas guiadas por una nueva razón de Estado. Aunque no hay que
olvidar un tercer factor crucial: el cine y no la religión, tal y como apunta
con una pizca de cinismo burlón nuestro autor, es el verdadero «opio de las
masas», un paraíso simbólico de dos dimensiones en el que anhelamos
zambullirnos cada noche para olvidar nuestras propias y efímeras vidas. Estos
tres factores obedecen a una biopolítica dirigida a movilizar, instrumentalizar
y neutralizar las nuevas sociedades de masas. Es éste un análisis sin duda
trasladable a toda la ingente industria visual y a la del ocio electrónico
contemporáneo en general. En La fábrica
de sueños simplemente descubrimos los engranajes esenciales de una máquina
panóptica que en ese momento todavía está en pañales pero que —tantos son los
intereses en juego— no tardará mucho en adquirir la mayoría de edad.
Pasen y vean…
El cine
1. Una idea de Zukor
CUESTA MÁS UN METRO CUADRADO en
Broadway que una amplia hacienda situada en cualquiera de los estados más
remotos del país. De hecho, se trata del suelo más caro de todo el mundo. Y en
ese suelo más caro se alza el más caro de los templos. Para poder admirarlo en
toda su envergadura, uno tiene que echar la cabeza hacia atrás. Así miraban
antes los hombres a los dioses y las estrellas. La altura del templo de marras
alcanza los ciento treinta metros. Lo corona una inmensa cúpula de cristal. En
las noches, la cúpula emite señales de aviso a los aviones. De día, colma de
orgullo los corazones de los transeúntes. La construcción de este templo costó
la friolera de dieciséis millones de dólares. Cuenta con treinta y seis
plantas. Y doce ascensores que discurren sin parar. Cuatro gigantescos relojes
miran hacia otros tantos puntos del orbe. Son los encargados de mostrar la hora
a Nueva York. El portal por el que se accede al templo supera en altura a los
portales de todos los templos. Es mayor que sus similares de Nuestra Señora de
París o la Catedral de San Pedro, en Roma. Adentro, pulula una muchedumbre de
ajetreados empleados de uniforme. Adentro hay mármol, bronce y lienzos
antiguos. Adentro, miles de máquinas de escribir Underwood entonan febril canto
y hay arpas que despiden tiernas melodías.
Un malintencionado europeo podría
pensar que ha entrado a la bolsa o a algún banco. Por algo es un europeo
malintencionado. Mas no. Se trata, en efecto, de un templo, del sagrario de un
nuevo culto, y está dedicado a su incansable apóstol, el gran Paramount,
conocido en el mundo entero como Adolph Zukor.
El templo es espacioso y son
muchos los negociados que acoge. Abajo, hay jóvenes anémicas que lloran las
desgraciadas cuitas de dos enamorados. En la vigésimo cuarta planta, sofocados
contables suman números de siete cifras. En el silencio de las cámaras más
recónditas, hay leves sombras que lloran sobre sus literas: se trata de una
clínica en la que reposan los empleados exhaustos. Y, por fin, en el más
espacioso de todos los despachos, al que se accede a través de colosales
puertas, mister Adolph Zukor ejercita su rara inteligencia cuatro días a la
semana.
En tanto norteamericano, Zukor respeta la paz de los domingos; en
tanto judío, observa el descanso sabatino. Por consiguiente, su descanso
comienza los viernes. Descansa tres días. Trabaja cuatro. Hoy es martes, de
manera que Zukor ha venido a trabajar. En este instante, repasa un montón de
papeles. No hay espías en su despacho, así que Zukor no sonríe. Torcidos sus
labios en un gesto de impaciencia, no se parece ahora su rostro al que
reproduce su retrato, impreso en cien mil ejemplares. Si sonríe en presencia de
testigos, lo hace para dar testimonio de su buen corazón y su firmeza como
hombre de negocios. Ahora, en cambio, se muestra sombrío. Los hermanos Warner
le han tomado la delantera. Zukor no creyó al principio en el cine sonoro. Y
los hermanos Warner se tomaron en serio la patente de la Western Electric.
Rodaron la película El cantante de jazz.
Habían estado al borde de la bancarrota. Fueron una pequeña empresa que Zukor
pudo haber comprado sin el menor esfuerzo. Pero ahora estaban comenzando a
erguirse hasta alcanzar a la Paramount. Controlaban el First National. Están
comprando cines a montones. ¡Y todo gracias a una sola película! Una, por
cierto, bastante simplona: la historia de un niño judío a quien le destinan la
carrera de rabino, pero que se resiste a ello porque, vaya usted qué cosa,
quiere ser artista…
Adolph Zukor se hunde un instante
en sus propias ensoñaciones. Ya no repasa los folios llenos de cifras, esos
trofeos que se han llevado los hermanos Warner. Ante su mirada perdida pasan un
pesado candelabro, los enrevesados rollos del Talmud y la enjuta y seca mano
del rabino.
No se trata del guión de alguna
nueva película: son sus recuerdos. Todo hombre tiene el derecho a recordar su
niñez. Incluso alguien tan ocupado como mister Zukor y que no nació
precisamente bajo una cúpula de cristal. Lo hizo, por el contrario, en la
pequeña ciudad de Riese, en Hungría, entre judíos devotos y gansos chillones,
rodeado de campos empobrecidos y preceptos divinos. Entonces, aún no existían
esas mágicas cintas de celuloide que proporcionan a los hombres esperanzas y
réditos. Aquellos devotos judíos vivían entonces, según las costumbres legadas
por sus ancestros. El tío del pequeño Adolph, el señor Liebermann, ocupaba un
cargo principalísimo: era la máxima autoridad en la sinagoga. Y era su deseo
que su sobrino inculcara esperanzas en la gente, es decir, quería que se
convirtiera en rabino titular. Así, sentaron a Adolph a estudiar el Talmud.
Estudió qué carnes le está permitido ingerir a un buen judío y cuándo le está
permitido ayuntarse con su legítima esposa. Reflexionó acerca de los
pecaminosos paganos y el Jehová vengador. En torno a él alborotaban los
húngaros. Bebían vodka de ciruelas, entonaban tristes baladas y ensartaban a
pesados cerdos. Adolph se repetía una y otra vez unas palabras llenas de
sabiduría: «El viento vuela hacia el sur y se vuelve hacia el norte, gira y
gira mientras avanza y regresa el viento a entretenerse en sus giros». La
escasa llama de un cirio amenaza con apagarse. Al otro lado de la ventana,
graznaban los gansos.
Hacía mucho, mucho tiempo de todo
aquello. Cuarenta años enteros. Por aquel entonces, Adolph Zukor tenía rollizos
mofletes y hermosos rizos que lo dotaban de un aire soñador. No obstante, no
vale la pena dedicar tanto rato al pasado.
Zukor está demasiado ocupado como
para permitírselo. En sus ratos de ocio, se entretiene jugando a cartas,
golpeando una pelota con una raqueta o jugando al golf. Ahora está trabajando.
El éxito de la Warner Bros, es algo provisional. ¡Jamás podrán con la
Paramount! ¡Manos a la obra, pues!
En Inglaterra, tenemos el Plaza y
el Carlton, en Londres, el Royal, en Manchester, y las salas Futurist y Scala,
en Birmingham… «Sam Katz, nuestro representante en Inglaterra, informa sobre la
disponibilidad de otras seis salas de cine en las afueras de Londres. Catorce
mil lunetas…»
Bajo la cúpula de vidrio, el
trabajo prosigue sin cesar.
Características principales
Título del libro | La fabrica de sueños |
---|---|
Autor | Ilya Ehrenburg |
Idioma | Español |
Editorial del libro | Melusina |
No hay comentarios:
Publicar un comentario