miércoles, 8 de junio de 2022

Ha rold Bloom El ángel caído El arco de Ulises. FRAGMENTO.




Ha rold Bloom El ángel caído

El arco de Ulises

# PAIDÓS I I Barcelona • Buenos Aires • México

Título original: Fallen Angels, de Harol Bloom

Originalmente publicado en inglés, en 2007,

por Yale University Press, New Haven & London

Traducción de Alicia Capel Tatjer

Ilustraciones de Mark Podwal

Cubierta de Compañía

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares

del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total

o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos

la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella

mediante alquiler o préstamo públicos.

© 2007 Text by Harold Bloom

© 2007 Illuminations by Mark Podwal

© 2008 de la traducción, Alicia Capel Tatjer

© 2008 de todas las ediciones en castellano,

Ediciones Paidós Ibérica, SA.,

Av Diagonal, 662-664 - 08034 Barcelona

www.paidos.com

ISBN: 978-84-493-2164-1

Depósito legal: B-34274-2008

Impreso en Egedsa

Rois de Corella, 12-16 08205 Sabadell (Barcelona)

Impreso en España — Printed in Spain

EL ÁNGEL CAÍDO


P urante tres mil años nos han obsesionado

las imágenes de ángeles.

Esta larga tradición literaria se originó

en la antigua Persia y continuó en

el judaismo, el cristianismo, el Islam y las

diferentes religiones americanas. Con la

llegada del milenio, aumentó nuestra

obsesión por ellos. Sin embargo, esos

ángeles tan populares eran benignos,

más bien, banales, incluso insípidos. En

la década de 1990 se publicaron numerosos

libros sobre ángeles —sobre cómo

contactar y comunicarse con los ángeles

9

guardianes, sobre la intervención, curación

y medicina angélica, sobre números

y oráculos angélicos—, e incluso aparecieron

«kits de ángeles» (ya se pueden

imaginar). This PresentDarkness (1986) y

su continuación, Piercing the Darkness

(1989), que describen las luchas entre

demonios y ángeles en la ficticia ciudad

universitaria de Ashton, fueron dos de

los libros más vendidos en el denominado

género de ficción cristiana: This Present

Darkness vendió más de dos millones

y medio de ejemplares. El libro de los ángeles,

de Sophy Burnham, publicado por

Bailan tiñe Books en 1990, fue incluido

en la lista de best sellers del New York Times

y se le atribuye el mérito de iniciar el

lucrativo negocio editorial de la angelologia.

Según su editor, el libro «no sólo

10

explica las extraordinarias historias reales

sobre encuentros actuales con ángeles,

sino que también analiza cómo

las diferentes culturas han entendido y

estudiado los ángeles a lo largo de la historia.

¿Qué aspecto tienen los ángeles?

¿A quién visitan? ¿Por qué se les aparecen

más a menudo a los niños que a los

adultos? El libro de los ángeles, un elocuente

relato desde el lugar donde el

cielo y la tierra se encuentran, es una

búsqueda de los misterios y un canto de

alabanza a la vida». El popular Angelspeake:

How to Talk withyour Angels (1995),

de Barbara Mark y Trudy Griswold, proporciona

una guía «práctica» para los

lectores. La década también fue testigo

del estreno de numerosas películas protagonizadas

por ángeles; por nombrar

11

sólo unas cuantas: El cielo sobre Berlín

(Wings of Desire, 1988), The Prophecy

(1995), Michael (1996), Conoces a Joe

Black (Meet Joe Black, 1998) y Dogma

(1999). Se comercializaron también camisetas,

tazas, calendarios, postales, joyas

y gafas de sol con imágenes de ángeles.

La angelmanía tampoco parece

haber disminuido de forma significativa,

tras una búsqueda rápida en Amazon,

desde que hemos dejado atrás el

milenio. Citaré sólo algunos de los libros

más recientes: Contacting YourSpirit

Guide (2005), Angels 101: An Introduction

to Connecting, Working, and Healing with

Angels (2006) y AngelNumbers (2005; una

guía de bolsillo para entender «los significados

angélicos de los números del 0 al

999»).

12

Existe también una obsesión popular

por los ángeles caídos, los demonios y los

diablos, que raramente resultan insípidos.

El más importante de todos ellos,

Satanás, empezó siendo lo que hoy se

denominaría «un personaje literario»

mucho antes de su apoteosis en El paraíso

perdido, de John Milton. Creo que debería

explicar con más exactitud lo que

quiero decir con este inicio, ya que muchas

personas confunden los problemas

de representación literaria con cuestiones

muy diferentes de creencia y no creencia.

Observar, atentamente, que el

culto a los seres divinos está basado en

varios ejemplos distintos, pero relacionados,

de representación literaria puede

provocar una lluvia de insultos. El Yahvé

del escritor J, el primero de los autores

13


hebreos, es sin duda un personaje literario

asombroso, concebido con una hábil

mezcla de gran ironía y auténtico sobrecogimiento.

Probablemente el Jesús del

Evangelio de san Marcos no sea el primer

retrato literario del hijo de María,

pero es sin duda el más influyente. El Alá

del Corán es a todas luces un monologuista

literario, puesto que su voz habla

en todo el libro en un tono que transmite

una personalidad absoluta.

Los demonios son propios de todas las

épocas y de todas las culturas, pero los ángeles

caídos y los diablos surgen, en esencia,

de una serie de tradiciones religiosas

casi continuas que empiezan con el zoroastrismo,

la religión dominante en el

mundo durante los imperios persas, y

que se transmiten al judaismo del exilio

Izquierda: El Diablo por excelencia 15

y de después del exilio. Se produjo una

transferencia ambivalente de ángeles

* malos del judaismo tardío hacia el cristianismo

primitivo y, posteriormente, estas

tres tradiciones angélicas previas volvieron

a experimentar un cambio más bien

ambiguo con el Islam; cambio especialmente

difícil de rastrear porque interfieren

en él los sistemas neoplatónicos y los

alejandrinos, como el hermetismo.

Para la mayoría de nosotros, el ángel

caído por excelencia es Satanás, o el Diablo,

cuya temprana historia literaria no

coincide con su estatus actual como celebridad.

En mi opinión, el libro de Job,

una obra de fecha incierta, forma parte

de manera sorprendente del canon de

la Biblia hebrea, al igual que sorprende

la inclusión en el mismo del Eclesiastés

16

y del Cantar de los Cantares. El libro de

Job empieza cuando un ángel llamado

Satanás, que parece ser el fiscal de Dios

o el acusador del pecado, entra en la

corte divina y hace una apuesta con

Dios. Este Satanás es uno de los «hijos

de Dios» y está bien considerado, aunque

la palabra hebrea «satan» significa

obstructor, alguien que, más que una

fuerza de confrontación, es un agente

bloqueador o un obstáculo. Neil Forsyth

señala en su insuperable libro sobre

Satanás, The OldEnemy (1987), que «la

palabra griega para “obstáculo” es skandalon,

que deriva no sólo en “escándalo”

sino también en “calumnia”».1 Este primer

Satanás o Satanás jobeano parece

1. En inglés, slander («calumnia») tiene la misma

raíz que skandalon. (N. de la t.)

17

el director de la CIA de Dios y no le

trae más que problemas al pobre Job.

Forsyth sigue el camino descendente de

Satanás a través del libro del profeta Zacarías,

en el que Yahvé reprende a Satán

por abusar de su poder pero no lo echa

de su cargo como Acusador.

Así pues, en la Biblia hebrea aparece

la palabra satan pero no aparece en absoluto

el propio Satanás (ángel caído,

diablo yjefe de los demonios). El verdadero

Satanás, que fue crucial para la

cristiandad, no era una idea judía sino

persa, inventada por Zoroastro (Zaratustra)

más de mil años antes de la época

del Jesús histórico. Los demonios,

por supuesto, son universales —todas

las culturas, todas las naciones y todos

los pueblos han tenido demonios desde

18

el principio—, pero Zoroastro fue mucho

más allá de las nociones iranias de

demonios cuando creó a Angra Mainyu,

que más tarde se llamó Ahrimán, el Espíritu

del Mal. Ahrimán, un ser lleno

de maldad, era el hermano gemelo de

Dios, una idea que la cristiandad no

adoptó en su versión de Ahrimán, el Satanás

del Nuevo Testamento. Porque,

después de todo, ¿quién podría haber

engendrado tanto a Dios como a Satanás?

Algunas tradiciones esotéricas

convierten a Satanás en el hermano gemelo

de Cristo; en última instancia, esto

supone volver a la visión de Zoroastro.

Satanás —la mejor mezcla de ángel caído,

demonio y diablo— nos perturba

porque sentimos que nos une a él un

vínculo íntimo. A menudo se culpa a los

19

románticos de haber creado dicho vínculo,

pero creo que éste es más antiguo

que el romanticismo y alude a elementos

muy profundos de nuestro interior,

aunque a los románticos, y a lord Byron

en particular, se les atribuye el mérito de

haber ensalzado dichos elementos.

Sospecho que todos nosotros, quienesquiera

que seamos, tenemos una actitud

extremadamente ambigua ante la

idea de los «ángeles caídos», aunque no

tanto ante la de «diablos», y mucho menos

ante la de «demonios». Cuando alguien

nos llama «diablillo», o «diablo

cojuelo», o incluso «diablesa», no nos lo

tomamos necesariamente como un insulto.

Quizá no nos guste tanto que nos

llamen «demonio», especialmente si hacen

referencia a la intensidad de nues20

tra energía. Pero no conozco a muchos,

ni en la literatura ni en la vida, que no se

sientan halagados cuando se les describe

como un «ángel caído». Los «ángeles

caídos», aunque teológicamente idénticos

a los «diablos», conservan un pathos,

una dignidad y un curioso glamour. De

alguna manera, el adjetivo no anula el

sustantivo; aunque caídos, siguen siendo

ángeles. T. S. Eliot tendía a culpar a

John Milton por ello, y en una ocasión

se refirió al Satanás de Milton como un

héroe de Byron con el pelo rizado. Aunque

ésa era una descripción ridicula del

villano trágico de El paraíso perdido, reflejaba

una identificación cultural que

convenció al siglo xix y que todavía caracteriza

a cierto tipo de vida bohemia.

George Gordon, lord Byron, era y es

21

el ángel caído por excelencia. Las distintas

imitaciones que han hecho de

él, que van de Oscar Wilde a Ernest

Hemingway y Edna St. Vincent Millay,

nunca han podido reemplazarlo. Las hermanas

Bronté, que estaban enamoradas

apasionadamente de la imagen de

Byron, nos ofrecieron una mejor imitación

de él en el Heathcliff de Emily y el

Rochester de Charlotte. Las estrellas

de rock inglesas, aunque no siempre de

manera consciente, a menudo son parodias

del noble lord Byron, y por supuesto

también lo son muchas estrellas de

cine. Byron era extraordinariamente

ambiguo en su narcisismo: incestuoso,

sadomasoquista, homoerótico y fatalmente

funesto para las mujeres. Su gran

carisma emanaba de su propia identifi22

cación como ángel caído: él es Manfred,

Caín, Lara, Childe Harold, todas ellas

versiones del Satanás de Milton. La gran

fama de Byron en Europa y en Norteamérica

se vio enormemente acrecentada

por su heroica muerte a los treinta y

seis años, cuando trataba de liderar a los

rebeldes griegos en su sublevación contra

los turcos. Pero probablemente ni su

muerte, ni su vida ni todos sus poemas

juntos obtuvieron la misma notoriedad

que su popular papel como el más seductor

de todos los ángeles caídos.

En su maravillosa sátira La visión del

juicio, Byron hizo un atractivo retrato de

Satanás:

Cerrando esta espectacular comitiva

un espíritu de aspecto diferente agitaba

23

sus alas como nubarrones sobre una costa

cuya árida playa se cubre con naufragios.

Su frente era como el piélago agitado

con la tempestad; pensamientos

feroces e insondables tallaban

una cólera eterna sobre su rostro

inmortal y donde él miraba

la niebla invadía el espacio.

Es ésta una descripción de un ser bastante

sombrío, aunque no indecoroso y,

como la mayoría de las representaciones

de Satanás que aparecen en las obras de

Byron, se trata del propio Byron. Sus diablos

no son joviales, como Mefistófeles en

Dr. Fausto de Marlowe y el Fausto de Goethe,

pero son siempre nobles, como lord

Byron, quien nunca permitió que sus lectores

olvidaran su alta alcurnia. Por lo ge24

neral los demonios y los diablos no son

precisamente nobles, pero los ángeles caídos

casi nunca son vulgares o plebeyos.

Los ángeles buenos parecen haber confundido

con demasiada frecuencia su

inocencia con ignorancia, aunque los

ángeles caídos parecen haber gozado

de una educación un tanto anticuada y de

una formación adecuada. Byron era un

dandi de la regencia y también un esnob,

y es posible que haya inspirado la tradición

visual en la que los ángeles caídos

tienden a desvestir a los no caídos, que de

todas formas suelen están desnudos.

Como sigo observando, la mayoría de

la gente reacciona de manera dual ante

estos tres entes peligrosos: los ángeles

caídos, los demonios y los diablos. Provocan

en nosotros sentimientos encon25

trados y un tanto ambiguos. Esta mezcla

de gozo y horror es más antigua que el

romanticismo, y más universal que la

tradición occidental. Ibsen, él mismo un

poco trol, nos proporcionó magníficos

ejemplos de trols como Brand, Hedda

Gabler, Solness el constructor y muchos

más, y medio trols con Peer Gynt. Bastante

a su pesar, Ibsen siguió a Shakespeare,

cuyo Puck es sin lugar a dudas un

duende inglés; pero aquellos grandes villanos

—Yago, Macbeth, Edmundo de

El rey Lear— son más diabólicos y gnómicos

de lo que en un principio parece

compatible con el hecho de ser humano.

Sin embargo, ésta es parte de la invención

de Shakespeare de lo humano:

mostrarnos hasta qué punto muchos de

nosotros somos más ángeles caídos que

26

diablos. Hamlet, que es su propio Falstaff,

es también hasta un extremo sorprendente

su propio Yago; y Hamlet se

ha convertido en un paradigma para todos

nosotros. ¿Es Hamlet un ángel caído?

¿Somos nosotros ángeles caídos?

Ambas preguntas pueden ser calificadas

de absurdas, pero tienen repercusiones.

Me imagino que los ángeles no caídos

hablaban (y hablan) hebreo, puesto que

tanto el Talmud como la Cábala insisten

en que Dios habló en hebreo en el momento

de la Creación, y ¿qué lengua

habría enseñado a los ángeles sino hebreo?

Los ángeles caídos son claramente

políglotas, y en ocasiones se han transformado

en seres humanos. Sabemos

que Enoc empezó siendo un mortal y

que después se metamorfoseó en el gran

27

ángel Metatrón, que en las tradiciones

gnósticas y cabalísticas era conocido

como el Yahvé menor, que era más que

un ángel y codirigía junto a Dios. Nuestro

padre Jacob se convirtió en Uriel, el

ángel favorito de Emerson, y más tarde

en el ángel Israel. El temible profeta Elias

subió al cielo en un carro de fuego, y

cuando llegó se transformó en el ángel

Sandalphon. Los franciscanos disidentes

proclamaron que su gran fundador,

Francisco de Asís, no sólo era un santo

sino también el ángel Rhamiel. El proceso

va en ambas direcciones y nos lleva

siempre a Adán, posiblemente superior

a los ángeles cuando empezó, pero con

toda certeza inferior a los ángeles cuando

cayó. Sin embargo, ¿qué posición

ocupa con respecto a los ángeles caídos?

28 Derecha: Los ángeles no caídos hablaban (y hablan) hebreo


El centro de cualquier discusión sobre

ángeles caídos dene que ser Adán,

que es, a mi entender, un ángel caído

mucho más importante que Satanás. Incluso

aunque parezca atrevido, podría

decirse que los ángeles son importantes

sólo si nosotros lo somos, y nosotros somos

(o éramos) Adán. Y para que las feministas

no discrepen, les recuerdo que

tanto el Talmud como la Cábala afirman

que originalmente Adán era andrógino,

como también lo era su prototipo,

Dios. Adán, Enoc, Metatrón y Dios quizá

sean la misma figura, una formulación

que parece puramente mormónica o

cabalística gnóstica pero cuyo origen

Moshe Idel se halla de forma convincente

en especulaciones muy tempranas,

quizás en un judaismo arcaico en sí, an-

30 Derecha: La metamorfosis de Elias


tes incluso de que el escritor J, o yahvista,

volviera a contar la historia de Adán y

Eva más o menos como la conocemos

desde entonces. La apoteosis de Enoc en

Metatrón supone regresar a Adán, considerado

por la Cábala como el Dios-hombre

original, una fusión que sobrepasa

los límites de nuestra imaginación. Algunos

gnósticos hablaron del Cristo

ángel como del Adán restaurado, una

visión que se opone a la de san Pedro,

puesto que el Cristo ángel no es un segundo

Adán sino la forma auténtica del

primer Adán.

De nuevo, lo que me interesa no es

tanto el ángel Adán como su estatus perdido.

Podemos ser ángeles caídos sin ser

demonios o diablos, y por tanto quiero

descubrir qué podemos poner en claro

32

si reconocemos esto. Los ángeles —caídos

o no caídos— sólo tienen sentido

para mí si representan algo que era

nuestro y que podemos volver a ser. Antes

se decía que las personas esquizofrénicas

eran ángeles; quizá todavía lo

sean. Con esto no quiero decir que las

enfermedades mentales sean un mito,

ni que no se deba buscar un tratamiento

para dichas enfermedades. Pero si la

otredad es la esencia de los ángeles, entonces

es también nuestra esencia. Eso

no significa que los ángeles sean nuestra

otredad, o que nosotros seamos la suya.

Más bien significa que los ángeles tienen

un potencial parecido al nuestro, ni

mejor ni peor sino únicamente ajustado

a una escala diferente. El museo del Vaticano

colecciona ángeles; en esta incli33

nación se mezclan tanto la piedad como

el propio interés. Lo que tanto el Vaticano

como la religión norteamericana no

aceptarían es mi convicción cada vez

mayor de que todos los ángeles son, a

estas alturas, necesariamente ángeles

caídos, desde la perspectiva de lo humano,

que es la perspectiva shakesperiana.

«Todo ángel es terrible», escribió el poeta

Rilke, quien no tuvo que enfrentarse

a una pantalla en la que John Travolta

se contoneaba como un ángel.

¿Qué implica afirmar que todavía no

es posible distinguir entre ángeles caídos

y ángeles no caídos? Somos Adanes

caídos (o Evas y Adanes caídos, si lo prefieren),

pero ya no somos caídos en el

sentido agustiniano o cristiano tradicional.

Como profetizó Kafka, nuestro úni34

co pecado es la impaciencia: por eso nos

estamos olvidando de leer. La impaciencia

es, cada vez más, una obsesión visual;

queremos ver una cosa de manera inmediata

y después olvidarla. Pero leer con

profundidad implica algo más: leer requiere

paciencia y memoria. Una cultura

visual no puede distinguir entre ángeles

caídos y ángeles no caídos, puesto

que no podemos ver a ninguno de los

dos y estamos olvidando cómo leernos a

nosotros mismos, lo que significa que

podemos ver imágenes de los demás,

pero no podemos ver realmente ni a los

demás ni a nosotros mismos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

Un cuervo llamado Bertolino Fragmento Novela EL HACEDOR DE SOMBRAS

  Un cuervo llamado Bertolino A la semana exacta de heredar el anillo con la piedra púrpura, me dirigí a la Torre de los Cuervos. No lo hací...

Páginas