Ha rold Bloom El ángel caído
El arco de Ulises
# PAIDÓS I I Barcelona • Buenos Aires • México
Título original: Fallen Angels, de Harol Bloom
Originalmente publicado en inglés, en 2007,
por Yale University Press, New Haven & London
Traducción de Alicia Capel Tatjer
Ilustraciones de Mark Podwal
Cubierta de Compañía
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© 2007 Text by Harold Bloom
© 2007 Illuminations by Mark Podwal
© 2008 de la traducción, Alicia Capel Tatjer
© 2008 de todas las ediciones en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, SA.,
Av Diagonal, 662-664 - 08034 Barcelona
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ISBN: 978-84-493-2164-1
Depósito legal: B-34274-2008
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Rois de Corella, 12-16 08205 Sabadell (Barcelona)
Impreso en España — Printed in Spain
EL ÁNGEL CAÍDO
P urante tres mil años nos han obsesionado
las imágenes de ángeles.
Esta larga tradición literaria se originó
en la antigua Persia y continuó en
el judaismo, el cristianismo, el Islam y las
diferentes religiones americanas. Con la
llegada del milenio, aumentó nuestra
obsesión por ellos. Sin embargo, esos
ángeles tan populares eran benignos,
más bien, banales, incluso insípidos. En
la década de 1990 se publicaron numerosos
libros sobre ángeles —sobre cómo
contactar y comunicarse con los ángeles
9
guardianes, sobre la intervención, curación
y medicina angélica, sobre números
y oráculos angélicos—, e incluso aparecieron
«kits de ángeles» (ya se pueden
imaginar). This PresentDarkness (1986) y
su continuación, Piercing the Darkness
(1989), que describen las luchas entre
demonios y ángeles en la ficticia ciudad
universitaria de Ashton, fueron dos de
los libros más vendidos en el denominado
género de ficción cristiana: This Present
Darkness vendió más de dos millones
y medio de ejemplares. El libro de los ángeles,
de Sophy Burnham, publicado por
Bailan tiñe Books en 1990, fue incluido
en la lista de best sellers del New York Times
y se le atribuye el mérito de iniciar el
lucrativo negocio editorial de la angelologia.
Según su editor, el libro «no sólo
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explica las extraordinarias historias reales
sobre encuentros actuales con ángeles,
sino que también analiza cómo
las diferentes culturas han entendido y
estudiado los ángeles a lo largo de la historia.
¿Qué aspecto tienen los ángeles?
¿A quién visitan? ¿Por qué se les aparecen
más a menudo a los niños que a los
adultos? El libro de los ángeles, un elocuente
relato desde el lugar donde el
cielo y la tierra se encuentran, es una
búsqueda de los misterios y un canto de
alabanza a la vida». El popular Angelspeake:
How to Talk withyour Angels (1995),
de Barbara Mark y Trudy Griswold, proporciona
una guía «práctica» para los
lectores. La década también fue testigo
del estreno de numerosas películas protagonizadas
por ángeles; por nombrar
11
sólo unas cuantas: El cielo sobre Berlín
(Wings of Desire, 1988), The Prophecy
(1995), Michael (1996), Conoces a Joe
Black (Meet Joe Black, 1998) y Dogma
(1999). Se comercializaron también camisetas,
tazas, calendarios, postales, joyas
y gafas de sol con imágenes de ángeles.
La angelmanía tampoco parece
haber disminuido de forma significativa,
tras una búsqueda rápida en Amazon,
desde que hemos dejado atrás el
milenio. Citaré sólo algunos de los libros
más recientes: Contacting YourSpirit
Guide (2005), Angels 101: An Introduction
to Connecting, Working, and Healing with
Angels (2006) y AngelNumbers (2005; una
guía de bolsillo para entender «los significados
angélicos de los números del 0 al
999»).
12
Existe también una obsesión popular
por los ángeles caídos, los demonios y los
diablos, que raramente resultan insípidos.
El más importante de todos ellos,
Satanás, empezó siendo lo que hoy se
denominaría «un personaje literario»
mucho antes de su apoteosis en El paraíso
perdido, de John Milton. Creo que debería
explicar con más exactitud lo que
quiero decir con este inicio, ya que muchas
personas confunden los problemas
de representación literaria con cuestiones
muy diferentes de creencia y no creencia.
Observar, atentamente, que el
culto a los seres divinos está basado en
varios ejemplos distintos, pero relacionados,
de representación literaria puede
provocar una lluvia de insultos. El Yahvé
del escritor J, el primero de los autores
13
hebreos, es sin duda un personaje literario
asombroso, concebido con una hábil
mezcla de gran ironía y auténtico sobrecogimiento.
Probablemente el Jesús del
Evangelio de san Marcos no sea el primer
retrato literario del hijo de María,
pero es sin duda el más influyente. El Alá
del Corán es a todas luces un monologuista
literario, puesto que su voz habla
en todo el libro en un tono que transmite
una personalidad absoluta.
Los demonios son propios de todas las
épocas y de todas las culturas, pero los ángeles
caídos y los diablos surgen, en esencia,
de una serie de tradiciones religiosas
casi continuas que empiezan con el zoroastrismo,
la religión dominante en el
mundo durante los imperios persas, y
que se transmiten al judaismo del exilio
Izquierda: El Diablo por excelencia 15
y de después del exilio. Se produjo una
transferencia ambivalente de ángeles
* malos del judaismo tardío hacia el cristianismo
primitivo y, posteriormente, estas
tres tradiciones angélicas previas volvieron
a experimentar un cambio más bien
ambiguo con el Islam; cambio especialmente
difícil de rastrear porque interfieren
en él los sistemas neoplatónicos y los
alejandrinos, como el hermetismo.
Para la mayoría de nosotros, el ángel
caído por excelencia es Satanás, o el Diablo,
cuya temprana historia literaria no
coincide con su estatus actual como celebridad.
En mi opinión, el libro de Job,
una obra de fecha incierta, forma parte
de manera sorprendente del canon de
la Biblia hebrea, al igual que sorprende
la inclusión en el mismo del Eclesiastés
16
y del Cantar de los Cantares. El libro de
Job empieza cuando un ángel llamado
Satanás, que parece ser el fiscal de Dios
o el acusador del pecado, entra en la
corte divina y hace una apuesta con
Dios. Este Satanás es uno de los «hijos
de Dios» y está bien considerado, aunque
la palabra hebrea «satan» significa
obstructor, alguien que, más que una
fuerza de confrontación, es un agente
bloqueador o un obstáculo. Neil Forsyth
señala en su insuperable libro sobre
Satanás, The OldEnemy (1987), que «la
palabra griega para “obstáculo” es skandalon,
que deriva no sólo en “escándalo”
sino también en “calumnia”».1 Este primer
Satanás o Satanás jobeano parece
1. En inglés, slander («calumnia») tiene la misma
raíz que skandalon. (N. de la t.)
17
el director de la CIA de Dios y no le
trae más que problemas al pobre Job.
Forsyth sigue el camino descendente de
Satanás a través del libro del profeta Zacarías,
en el que Yahvé reprende a Satán
por abusar de su poder pero no lo echa
de su cargo como Acusador.
Así pues, en la Biblia hebrea aparece
la palabra satan pero no aparece en absoluto
el propio Satanás (ángel caído,
diablo yjefe de los demonios). El verdadero
Satanás, que fue crucial para la
cristiandad, no era una idea judía sino
persa, inventada por Zoroastro (Zaratustra)
más de mil años antes de la época
del Jesús histórico. Los demonios,
por supuesto, son universales —todas
las culturas, todas las naciones y todos
los pueblos han tenido demonios desde
18
el principio—, pero Zoroastro fue mucho
más allá de las nociones iranias de
demonios cuando creó a Angra Mainyu,
que más tarde se llamó Ahrimán, el Espíritu
del Mal. Ahrimán, un ser lleno
de maldad, era el hermano gemelo de
Dios, una idea que la cristiandad no
adoptó en su versión de Ahrimán, el Satanás
del Nuevo Testamento. Porque,
después de todo, ¿quién podría haber
engendrado tanto a Dios como a Satanás?
Algunas tradiciones esotéricas
convierten a Satanás en el hermano gemelo
de Cristo; en última instancia, esto
supone volver a la visión de Zoroastro.
Satanás —la mejor mezcla de ángel caído,
demonio y diablo— nos perturba
porque sentimos que nos une a él un
vínculo íntimo. A menudo se culpa a los
19
románticos de haber creado dicho vínculo,
pero creo que éste es más antiguo
que el romanticismo y alude a elementos
muy profundos de nuestro interior,
aunque a los románticos, y a lord Byron
en particular, se les atribuye el mérito de
haber ensalzado dichos elementos.
Sospecho que todos nosotros, quienesquiera
que seamos, tenemos una actitud
extremadamente ambigua ante la
idea de los «ángeles caídos», aunque no
tanto ante la de «diablos», y mucho menos
ante la de «demonios». Cuando alguien
nos llama «diablillo», o «diablo
cojuelo», o incluso «diablesa», no nos lo
tomamos necesariamente como un insulto.
Quizá no nos guste tanto que nos
llamen «demonio», especialmente si hacen
referencia a la intensidad de nues20
tra energía. Pero no conozco a muchos,
ni en la literatura ni en la vida, que no se
sientan halagados cuando se les describe
como un «ángel caído». Los «ángeles
caídos», aunque teológicamente idénticos
a los «diablos», conservan un pathos,
una dignidad y un curioso glamour. De
alguna manera, el adjetivo no anula el
sustantivo; aunque caídos, siguen siendo
ángeles. T. S. Eliot tendía a culpar a
John Milton por ello, y en una ocasión
se refirió al Satanás de Milton como un
héroe de Byron con el pelo rizado. Aunque
ésa era una descripción ridicula del
villano trágico de El paraíso perdido, reflejaba
una identificación cultural que
convenció al siglo xix y que todavía caracteriza
a cierto tipo de vida bohemia.
George Gordon, lord Byron, era y es
21
el ángel caído por excelencia. Las distintas
imitaciones que han hecho de
él, que van de Oscar Wilde a Ernest
Hemingway y Edna St. Vincent Millay,
nunca han podido reemplazarlo. Las hermanas
Bronté, que estaban enamoradas
apasionadamente de la imagen de
Byron, nos ofrecieron una mejor imitación
de él en el Heathcliff de Emily y el
Rochester de Charlotte. Las estrellas
de rock inglesas, aunque no siempre de
manera consciente, a menudo son parodias
del noble lord Byron, y por supuesto
también lo son muchas estrellas de
cine. Byron era extraordinariamente
ambiguo en su narcisismo: incestuoso,
sadomasoquista, homoerótico y fatalmente
funesto para las mujeres. Su gran
carisma emanaba de su propia identifi22
cación como ángel caído: él es Manfred,
Caín, Lara, Childe Harold, todas ellas
versiones del Satanás de Milton. La gran
fama de Byron en Europa y en Norteamérica
se vio enormemente acrecentada
por su heroica muerte a los treinta y
seis años, cuando trataba de liderar a los
rebeldes griegos en su sublevación contra
los turcos. Pero probablemente ni su
muerte, ni su vida ni todos sus poemas
juntos obtuvieron la misma notoriedad
que su popular papel como el más seductor
de todos los ángeles caídos.
En su maravillosa sátira La visión del
juicio, Byron hizo un atractivo retrato de
Satanás:
Cerrando esta espectacular comitiva
un espíritu de aspecto diferente agitaba
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sus alas como nubarrones sobre una costa
cuya árida playa se cubre con naufragios.
Su frente era como el piélago agitado
con la tempestad; pensamientos
feroces e insondables tallaban
una cólera eterna sobre su rostro
inmortal y donde él miraba
la niebla invadía el espacio.
Es ésta una descripción de un ser bastante
sombrío, aunque no indecoroso y,
como la mayoría de las representaciones
de Satanás que aparecen en las obras de
Byron, se trata del propio Byron. Sus diablos
no son joviales, como Mefistófeles en
Dr. Fausto de Marlowe y el Fausto de Goethe,
pero son siempre nobles, como lord
Byron, quien nunca permitió que sus lectores
olvidaran su alta alcurnia. Por lo ge24
neral los demonios y los diablos no son
precisamente nobles, pero los ángeles caídos
casi nunca son vulgares o plebeyos.
Los ángeles buenos parecen haber confundido
con demasiada frecuencia su
inocencia con ignorancia, aunque los
ángeles caídos parecen haber gozado
de una educación un tanto anticuada y de
una formación adecuada. Byron era un
dandi de la regencia y también un esnob,
y es posible que haya inspirado la tradición
visual en la que los ángeles caídos
tienden a desvestir a los no caídos, que de
todas formas suelen están desnudos.
Como sigo observando, la mayoría de
la gente reacciona de manera dual ante
estos tres entes peligrosos: los ángeles
caídos, los demonios y los diablos. Provocan
en nosotros sentimientos encon25
trados y un tanto ambiguos. Esta mezcla
de gozo y horror es más antigua que el
romanticismo, y más universal que la
tradición occidental. Ibsen, él mismo un
poco trol, nos proporcionó magníficos
ejemplos de trols como Brand, Hedda
Gabler, Solness el constructor y muchos
más, y medio trols con Peer Gynt. Bastante
a su pesar, Ibsen siguió a Shakespeare,
cuyo Puck es sin lugar a dudas un
duende inglés; pero aquellos grandes villanos
—Yago, Macbeth, Edmundo de
El rey Lear— son más diabólicos y gnómicos
de lo que en un principio parece
compatible con el hecho de ser humano.
Sin embargo, ésta es parte de la invención
de Shakespeare de lo humano:
mostrarnos hasta qué punto muchos de
nosotros somos más ángeles caídos que
26
diablos. Hamlet, que es su propio Falstaff,
es también hasta un extremo sorprendente
su propio Yago; y Hamlet se
ha convertido en un paradigma para todos
nosotros. ¿Es Hamlet un ángel caído?
¿Somos nosotros ángeles caídos?
Ambas preguntas pueden ser calificadas
de absurdas, pero tienen repercusiones.
Me imagino que los ángeles no caídos
hablaban (y hablan) hebreo, puesto que
tanto el Talmud como la Cábala insisten
en que Dios habló en hebreo en el momento
de la Creación, y ¿qué lengua
habría enseñado a los ángeles sino hebreo?
Los ángeles caídos son claramente
políglotas, y en ocasiones se han transformado
en seres humanos. Sabemos
que Enoc empezó siendo un mortal y
que después se metamorfoseó en el gran
27
ángel Metatrón, que en las tradiciones
gnósticas y cabalísticas era conocido
como el Yahvé menor, que era más que
un ángel y codirigía junto a Dios. Nuestro
padre Jacob se convirtió en Uriel, el
ángel favorito de Emerson, y más tarde
en el ángel Israel. El temible profeta Elias
subió al cielo en un carro de fuego, y
cuando llegó se transformó en el ángel
Sandalphon. Los franciscanos disidentes
proclamaron que su gran fundador,
Francisco de Asís, no sólo era un santo
sino también el ángel Rhamiel. El proceso
va en ambas direcciones y nos lleva
siempre a Adán, posiblemente superior
a los ángeles cuando empezó, pero con
toda certeza inferior a los ángeles cuando
cayó. Sin embargo, ¿qué posición
ocupa con respecto a los ángeles caídos?
28 Derecha: Los ángeles no caídos hablaban (y hablan) hebreo
El centro de cualquier discusión sobre
ángeles caídos dene que ser Adán,
que es, a mi entender, un ángel caído
mucho más importante que Satanás. Incluso
aunque parezca atrevido, podría
decirse que los ángeles son importantes
sólo si nosotros lo somos, y nosotros somos
(o éramos) Adán. Y para que las feministas
no discrepen, les recuerdo que
tanto el Talmud como la Cábala afirman
que originalmente Adán era andrógino,
como también lo era su prototipo,
Dios. Adán, Enoc, Metatrón y Dios quizá
sean la misma figura, una formulación
que parece puramente mormónica o
cabalística gnóstica pero cuyo origen
Moshe Idel se halla de forma convincente
en especulaciones muy tempranas,
quizás en un judaismo arcaico en sí, an-
30 Derecha: La metamorfosis de Elias
tes incluso de que el escritor J, o yahvista,
volviera a contar la historia de Adán y
Eva más o menos como la conocemos
desde entonces. La apoteosis de Enoc en
Metatrón supone regresar a Adán, considerado
por la Cábala como el Dios-hombre
original, una fusión que sobrepasa
los límites de nuestra imaginación. Algunos
gnósticos hablaron del Cristo
ángel como del Adán restaurado, una
visión que se opone a la de san Pedro,
puesto que el Cristo ángel no es un segundo
Adán sino la forma auténtica del
primer Adán.
De nuevo, lo que me interesa no es
tanto el ángel Adán como su estatus perdido.
Podemos ser ángeles caídos sin ser
demonios o diablos, y por tanto quiero
descubrir qué podemos poner en claro
32
si reconocemos esto. Los ángeles —caídos
o no caídos— sólo tienen sentido
para mí si representan algo que era
nuestro y que podemos volver a ser. Antes
se decía que las personas esquizofrénicas
eran ángeles; quizá todavía lo
sean. Con esto no quiero decir que las
enfermedades mentales sean un mito,
ni que no se deba buscar un tratamiento
para dichas enfermedades. Pero si la
otredad es la esencia de los ángeles, entonces
es también nuestra esencia. Eso
no significa que los ángeles sean nuestra
otredad, o que nosotros seamos la suya.
Más bien significa que los ángeles tienen
un potencial parecido al nuestro, ni
mejor ni peor sino únicamente ajustado
a una escala diferente. El museo del Vaticano
colecciona ángeles; en esta incli33
nación se mezclan tanto la piedad como
el propio interés. Lo que tanto el Vaticano
como la religión norteamericana no
aceptarían es mi convicción cada vez
mayor de que todos los ángeles son, a
estas alturas, necesariamente ángeles
caídos, desde la perspectiva de lo humano,
que es la perspectiva shakesperiana.
«Todo ángel es terrible», escribió el poeta
Rilke, quien no tuvo que enfrentarse
a una pantalla en la que John Travolta
se contoneaba como un ángel.
¿Qué implica afirmar que todavía no
es posible distinguir entre ángeles caídos
y ángeles no caídos? Somos Adanes
caídos (o Evas y Adanes caídos, si lo prefieren),
pero ya no somos caídos en el
sentido agustiniano o cristiano tradicional.
Como profetizó Kafka, nuestro úni34
co pecado es la impaciencia: por eso nos
estamos olvidando de leer. La impaciencia
es, cada vez más, una obsesión visual;
queremos ver una cosa de manera inmediata
y después olvidarla. Pero leer con
profundidad implica algo más: leer requiere
paciencia y memoria. Una cultura
visual no puede distinguir entre ángeles
caídos y ángeles no caídos, puesto
que no podemos ver a ninguno de los
dos y estamos olvidando cómo leernos a
nosotros mismos, lo que significa que
podemos ver imágenes de los demás,
pero no podemos ver realmente ni a los
demás ni a nosotros mismos.
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