sábado, 5 de marzo de 2022

LA MUERTE DE VIRGILIO. HERMAN BROCH. FRAGMENTOS. I.



 ¿Quiénes eran los tres? ¿Enviados del infierno, mandados por el barrio de la miseria, en cuyas hileras de ventanas había mirado, obligado despiadadamente por el destino? ¿qué vería todavía, qué más debía suceder aún? ¿no era suficiente, no era suficiente todavía? Oh, no habían sido para él esta vez los ultrajes, no el escarnio y la irrisión, que habían sacudido a los tres, esta chillante, ladrante, contagiosa risa masculina, sin semejanza ninguna con la risa femenina de la calle de la miseria; no, en esta risa hervía algo peor, espantoso y terrible, y era el terror de lo real, que ya no se dirige al hombre, ni a él que lo había visto y oído desde la ventana, ni a otro hombre cualquiera, como un idioma que ya no es puente entre hombres, como una risa extrahumana cuyo alcance escarnecedor abarca la existencia del mundo real como tal, y que llegando más allá de todo campo humano, ya no se ríe del hombre, sino que simplemente lo aniquila dejando el mundo al descubierto; ¡oh, así había sonado en la risa de las tres figuras, expresando horror, transmitiendo horror, la risa humana, la risa del horror rugiendo sus bromas! 

(...)

Allá en el cielo del sur, allá, inmóvil y mudo, tendía Sagitario el arco contra Escorpio; en dirección a Sagitario habían desaparecido los tres y en el silencio seguían ondeando una y otra vez, primero desgarrados groseramente, luego levemente desflecados, primero multicolores, luego grises y finalmente perdidos los inmundos jirones residuales de sus palabras ultrajantes, una carcajada estentórea, escurridiza, gorda de mujer, ofreciendo y ordenando en su lloriqueante lamento, un par de palabras de bajo engolado del cojo, una y otra vez su ladrante risa, finalmente apenas sólo un maldecir crepuscular, casi lejanamente doloroso, casi vuelto delicado y confundido con los otros ruidos de la lejanía nocturna, entretejido y fundido en uno con cada tono, con cada último resto tonal que se desprendía de la lejanía, fundido en uno con el onírico canto de un somnoliento gallo plateado, fundido en uno con el ladrar perdido de dos perros, que en algún sitio, fuera, en la extensión centelleante, tal vez en algún solar, tal vez en alguna casa campestre, se gritaban mutuamente su presencia lunar, el diálogo sin puentes del animal fundido en uno con el sonido de una canción humana que llegaba a jirones de la zona del puerto, reconocible aún en su origen, traída por un soplo del norte, pero ya casi sin dirección también esto delicado, aunque probablemente perteneciera a un obsceno canto de marinos, sofocado por risotadas, en una taberna maloliente a vino, delicado y nostálgico, como si fuera la muda lejanía, como si fuera su rígido más allá el lugar donde se unían en un nuevo idioma la muda voz de la risa y la muda voz de la música, ambos lenguajes fuera del lenguaje, debajo y sobre el límite de la conjunción humana, unidos en un lenguaje en el cual lo tremendo de la risa es milagrosamente absorbido por la gracia de lo bello, pero no eliminado, sino reforzado hasta un doble terror, vuelto mudo idioma de la rígida lejanía extrahumana y de su abandono, lenguaje ajeno a cualquier lengua materna, inescrutable lenguaje de la absoluta intraducibilidad, incomprensiblemente llegado al mundo, incomprensible e impenetrablemente penetrando el mundo con su propia lejanía, necesariamente presente en el mundo sin haberlo alterado, y por eso mismo doblemente incomprensible, inefablemente incomprensible como la necesaria irrealidad de lo real inalterado.

(...)

... goce sibarita que desprecia el conocimiento ...

(...)

Ahí se hallaba él sostenido, por él se hallaba encerrado; estaba encerrado por el espacio del aliento humano, pero excluido del espacio de las esferas, del espacio del verdadero aliento. 

(...)

 ¡Ay, ni el mismo Orfeo lo había logrado, ni el mismo Orfeo en la grandeza de su inmortalidad justificó tan ambiciosos sueños de desmedida vanidad ni tan punible sobreestimación de la poesía!


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