MILAN
KUNDERA
[1980]
Esta
entrevista es resumen de dos conversaciones que tuve con Milán Kundera tras
haber leído el manuscrito de la traducción de su Libro de la risa y del olvido: una durante su primera estancia en
Londres, la otra durante su primera estancia en Estados Unidos. En ambas
ocasiones viajó desde Francia, donde su mujer y él llevaban instalados, en
calidad de emigrados, desde 1975, en la ciudad de Rennes, en cuya universidad
daba él clase. Luego pasó a la universidad de París. Durante nuestras
conversaciones, Kundera se expresó alguna que otra vez en francés, pero casi
siempre en checo, mientras Vera, su mujer, nos hacía de intérprete a ambos.
Luego, Peter Kussi tradujo al inglés el texto checo resultante.
ROTH: ¿Cree que llegará pronto la destrucción del mundo?
KUNDERA: Depende de lo que entienda usted por pronto.
ROTH: Mañana o pasado.
KUNDERA: La idea de que el mundo se precipita hacia su
perdición es muy antigua.
ROTH: Entonces, no hay de qué preocuparse.
KUNDERA: Al contrario. Si este miedo lleva desde hace
tantísimo tiempo en la mente de los hombres, por algo será.
ROTH: En todo caso, lo que a mí me parece es que ese
temor es el trasfondo de todos los relatos de su último libro, incluso de los
declaradamente humorísticos.
KUNDERA: Si, cuando era un muchacho, alguien me hubiera
dicho: «Un día verás desaparecer tu país de la faz de la tierra», me habría
parecido una tontería, algo inimaginable para mí. Los hombres nos sabemos
mortales, pero damos por sentado que nuestro país posee una especie de vida
eterna. Pero, tras la invasión rusa de 1968, todos y cada uno de los checos
hubieron de enfrentarse a la idea de que su país podía tranquilamente ser
borrado de Europa, igual que durante los cinco últimos decenios hubo cuarenta
millones de ucranianos obligados a ver cómo desaparecía del mundo su país, sin
que el mundo prestara la más pequeña atención. O los lituanos. ¿Sabe usted que
en el siglo XVII Lituania era una potencia en Europa? Hoy, los rusos mantienen
a los lituanos en sus reservas, como si fueran una tribu a medio extinguir:
tienen rigurosamente prohibidas las visitas, para que el resto del mundo no
conozca su existencia. No sé qué le reservará el futuro a mi país. Los rusos,
sin duda alguna, harán todo lo posible por irlo disolviendo en su civilización,
en la de ellos. Nadie sabe si lo lograrán o no. Pero la posibilidad existe. Y
la súbita comprensión de que tal posibilidad existe basta para cambiarle a uno
todo el sentido de la vida. Hoy en día, hasta la propia Europa me parece frágil
y mortal.
ROTH: Pero ¿no están radicalmente diferenciados los
respectivos destinos de Europa oriental y Europa occidental?
KUNDERA: En cuanto noción histórica cultural, Europa
oriental es Rusia, con su propia y concreta historia anclada en el mundo
bizantino. Bohemia, Polonia, Hungría, como Austria, nunca han sido parte de
Europa oriental. Ya desde el principio participaron en la gran aventura de la
civilización occidental, con su gótico, su renacimiento, su reforma
—movimiento, este último, que tiene su cuna precisamente en esta región. Fue de
allí, de Europa central, de donde recibió la cultura moderna sus más poderosos
impulsos: el psicoanálisis, el estructuralismo, la dodecafonía, la música de
Bartók, la nueva estética novelística de Kafka y Musil. El hecho de que la
civilización rusa se anexionara Europa central (o, al menos, buena parte de
ella) dio lugar a que la cultura occidental perdiera su centro de gravedad
vital. Es el acontecimiento más importante de la historia de Occidente, en
nuestro siglo, y no cabe descartar la posibilidad de que el fin de Europa
central haya supuesto también el principio del fin de Europa.
ROTH: Durante la Primavera de Praga, su novela La broma y sus relatos del Libro de los amores ridículos tuvieron
tiradas de 150 000 ejemplares. Tras la invasión rusa, fue usted apartado de su
cátedra de la academia cinematográfica y todos sus libros desaparecieron de las
estanterías de las bibliotecas públicas. Unos años más tarde, su mujer y usted
echaron unos cuantos libros y algo de ropa al maletero del coche y no pararon
hasta llegar a Francia, donde se ha convertido usted en uno de los autores
extranjeros más leídos. ¿Cómo se siente ahora, en su condición de emigrante?
KUNDERA: Para un escritor, la experiencia de vivir en
varios países en una bendición. No se puede entender el mundo sin verlo desde
varios lados. Mi último libro [El libro
de la risa y el olvido], que nació en Francia, se desarrolla en un espacio
geográfico especial: los hechos que ocurren en Praga están vistos con ojos de
europeo occidental, y, en cambio, lo que ocurre en Francia se ve con ojos de
Praga. Es la conjunción de dos mundos. Por un lado, mi país natal: en el breve
transcurso de medio siglo, ha conocido la democracia, el fascismo, la
revolución, el terror estalinista y la desintegración del estalinismo, las
ocupaciones alemana y rusa, las deportaciones en masa, la muerte de Occidente
en su propia patria. De modo que está hundiéndose bajo el peso de la historia y
mira el mundo con inmenso escepticismo. Al otro lado, Francia, que fue el
centro del mundo durante varios siglos y que ahora padece la ausencia de
grandes acontecimientos históricos. Por eso le encantan las posturas
ideológicas radicales. Es la expectativa lírica y neurótica de alguna hazaña
propia, que sin embargo no va a producirse, ni se producirá nunca.
ROTH: ¿Vive usted en Francia como un extranjero o se
siente culturalmente en casa?
KUNDERA: Soy muy amante de la cultura francesa,
enormemente, y le debo muchísimo. Sobre todo en lo que se refiere a la
literatura antigua. Rabelais es el escritor que yo más quiero entre todos los
escritores. Y Diderot. Jacques el
fatalista me gusta tanto como Lawrence Sterne. Son los mayores experimentos
en forma de novela que se han hecho nunca. Y son experimentos, por así decirlo,
divertidos, gozosos, llenos de alegría; algo que hoy en día ya no existe en la
literatura francesa y sin lo cual todo pierde significación, en el campo del
arte. Sterne y Diderot conciben la novela como un gran juego. Descubrieron el
humor de la forma novelística. Cuando oigo esas eruditas exposiciones donde se
explica que la novela ha agotado sus posibilidades, me doy cuenta de que pienso
exactamente lo contrario: en el transcurso de la historia, la novela ha perdido
y dejado de explotar muchas de sus posibilidades. Así, muchos impulsos para el
desarrollo de la novela que están ocultos en Sterne y Diderot no han sido
recogidos por ninguno de sus sucesores.
ROTH: El libro de
la risa y el olvido no se da el nombre de novela; no obstante, usted
declara en el texto: Este libro es una novela en forma de variaciones. De modo
que ¿es o no es una novela?
KUNDERA: En lo que atañe a mi juicio estético personal, es
realmente una novela; pero no pretendo imponerle esa opinión a nadie. Hay una
enorme libertad latente en la forma novelística. Es un error pensar que la
esencia de la novela está en una determinada estructura típica.
ROTH: No obstante, algo habrá que convierta un libro en
una novela y que limite tanta libertad.
KUNDERA: Una novela es una larga pieza de prosa sintética
basada en un argumento con personajes inventados. Ésos son los únicos límites.
Cuando digo sintética, me refiero al
deseo del novelista de asir su tema desde todas las perspectivas y del modo más
completo posible. El ensayo irónico, la narrativa novelística, el fragmento
autobiográfico, el hecho histórico, la fantasía libre… No hay nada que la
capacidad de síntesis de la novela no logre combinar en un todo unitario, como
las voces de la música polifónica. La unidad de un libro no tiene por qué
derivarse del argumento, porque también puede suministrarla el tema. En mi
último libro hay dos temas: la risa y el olvido.
ROTH: La risa siempre ha sido algo cercano a usted. Sus
libros provocan la risa por medio del humor o la ironía. Cuando sus personajes
han de enfrentarse al dolor, es porque tropiezan con un mundo que ha perdido el
sentido del humor.
KUNDERA: Aprendí a valorar el humor durante la época del
terror estalinista. Tenía yo veinte años. Para identificar a alguien que no
fuera estalinista, al que no hubiera que tener miedo, bastaba con fijarse en su
sonrisa. El sentido del humor era una señal de identificación muy fiable. Desde
aquella época, me aterroriza la idea de que el mundo está perdiendo su sentido
del humor.
ROTH: En El libro
de la risa y el olvido, sin embargo, hay otras cosas en juego. En una
pequeña parábola, compara usted la risa de los ángeles con la risa del diablo.
El diablo ríe porque el mundo de Dios no tiene sentido para él; los ángeles
ríen de alegría, porque en el mundo de Dios todo tiene su sentido.
KUNDERA: Sí, el hombre utiliza la misma manifestación
fisiológica —la risa— para expresar dos actitudes metafísicas distintas. Si de
pronto a alguien se le cae el sombrero encima del ataúd, en una tumba recién
abierta, el entierro pierde todo su sentido y nace la risa. Dos enamorados
corren por un prado, cogidos de la mano, riéndose. Su risa no tiene nada que
ver con ningún chisté ni con ninguna clase de humor: es la risa seria de los
ángeles cuando manifiestan su alegría de existir. Ambas modalidades de risa
forman parte de los placeres de la vida, pero, llevados al extremo, también
indican un apocalipsis dual: la risa entusiasta de los fanáticos-ángel, tan
convencidos de su importancia en el mundo, que están dispuestos a colgar del
cuello a todo el que no comparta su alegría. Y la otra risa, procedente del
lado opuesto, la que proclama que nada tiene ya sentido, que hasta los
entierros son ridículos y que el sexo en grupo es una mera pantomima cómica. La
existencia humana transcurre entre dos abismos: a un lado, el fanatismo; al
otro, el escepticismo absoluto.
ROTH: Lo que ahora llama usted risa de los ángeles es
una nueva manera de denominar la «actitud lírica ante la vida» de sus novelas
anteriores. En una de sus novelas, dice usted que la era del terror estalinista
fue el reino del verdugo y del poeta.
KUNDERA: El totalitarismo no es sólo el infierno, sino
también el sueño del paraíso: el antiquísimo sueño de un mundo en que todos
vivimos en armonía, unidos en una sola voluntad y una sola fe comunes, sin
guardarnos ningún secreto unos a otros. También André Bretón soñaba con este
paraíso cuando se refería a la casa de cristal en que ansiaba vivir. Si el
totalitarismo no hubiera explotado estos arquetipos, que todos llevamos en lo
más profundo y que están profundamente arraigados en todas las religiones,
nunca habría atraído a tanta gente, sobre todo durante las fases iniciales de
su existencia. No obstante, el sueño del paraíso, tan pronto como se pone en
marcha hacia su realización, empieza a tropezar con personas que le estorban, y
los regidores del paraíso no tienen más remedio que edificar un pequeño gulag
al costado del Edén. Con el transcurso del tiempo, el gulag va creciendo en
tamaño y perfección, mientras el paraíso a él adjunto se hace cada vez más
pobre y más pequeño.
ROTH: En su libro, el gran poeta francés Paul Éluard se
eleva hacia los cielos con el paraíso y el gulag, cantando. ¿Es auténtica esta
anécdota?
KUNDERA: Después de la guerra, Éluard abandonó las filas
del surrealismo para convertirse en el mayor exponente de lo que podríamos
llamar «poesía del totalitarismo». Cantó la fraternidad, la paz, la justicia,
el mañana mejor, la camaradería, en contra del aislamiento, a favor de la
alegría y en contra del pesimismo, a favor de la inocencia y en contra del
cinismo. Cuando, en 1950, los dirigentes del paraíso sentenciaron a un amigo
suyo, el surrealista Závis Kalandra, a morir en la horca, Éluard no se permitió
ningún sentimiento de amistad: se puso al servicio de los ideales
suprapersonales, declarando en público su conformidad con la ejecución de su
camarada. El verdugo matando, el poeta cantando.
Y
no sólo el poeta. Todo el período del terror estalinista fue un delirio lírico
colectivo. Es algo que ya está completamente olvidado, pero resulta de crucial
importancia para entender el caso. A la gente le encanta decir: qué bonita es
la revolución; lo único malo de ella es el terror que engendra. Pero no es
verdad. El mal está presente ya en lo hermoso, el infierno ya está contenido en
el sueño del paraíso; y si queremos comprender la esencia del infierno hemos de
analizar también la esencia del paraíso en que tiene origen. Es extremadamente
fácil condenar los gulags, pero rechazar la poesía totalitaria que conduce al
gulag, pasando por el paraíso, sigue siendo tan difícil como siempre. Hoy, no
hay en el mundo nadie que no rechace de modo inequívoco la noción del gulag,
pero todavía queda mucha gente que se deja hipnotizar por la poesía totalitaria
y se pone en marcha hacia nuevos gulags al son de la misma canción lírica que
entonaba Éluard mientras planeaba sobre Praga como un gran arcángel del lirismo,
con el humo del cadáver de Kalandra elevándose al cielo desde la chimenea del
crematorio.
ROTH: Lo característico de su prosa es la constante
confrontación entre lo privado y lo público. Pero no en el sentido de que el
telón de fondo de los relatos privados sea lo público, ni de que los hechos
políticos invadan las vidas privadas. Es, más bien, que usted continuamente nos
está haciendo ver que los hechos políticos están gobernados por las mismas
leyes que los privados, logrando así que su prosa se convierta en una especie
de psicoanálisis de la política.
KUNDERA: La metafísica del hombre es la misma en la esfera
privada que en la pública. Tomemos, por ejemplo, el otro tema del libro, el
olvido. Éste es el gran problema privado del hombre: la muerte en cuanto
pérdida del yo. Pero ¿qué es el yo? Es la suma de todo lo que recordamos. Así,
lo que nos aterroriza de la muerte no es la pérdida del futuro, sino la pérdida
del pasado. El olvido es una forma de muerte que siempre está presente en la
vida. Ése es el problema de mi protagonista femenino, que trata
desesperadamente de preservar la evanescente memoria de su amado marido
difunto. Pero el olvido es también el gran problema de la política. Cuando una
gran potencia quiere despojar a un pequeño país de su conciencia nacional,
acude al método del olvido organizado. Así está ocurriendo actualmente en
Bohemia. La literatura checa contemporánea, en la medida en que aún conserve
algún valor, lleva doce años sin imprimirse. Hay doscientos escritores checos
proscritos, incluidos algunos que ya no viven, como Franz Kafka. Ciento
cuarenta y cinco historiadores han sido destituidos de sus cargos, se ha vuelto
a escribir la historia, se han echado abajo muchos monumentos. La nación que
pierde conciencia de su pasado también va perdiendo gradualmente la conciencia
de sí misma. Y, así, la situación política arroja una luz brutal sobre el
problema metafísico ordinario del olvido, el que estamos enfrentando todo el
tiempo, todos los días, sin prestarle atención. La política desenmascara la
metafísica de la vida privada, la vida privada desenmascara la metafísica de la
política.
ROTH: En la sexta parte de su libro de las variaciones
la principal protagonista, Tamina, llega a una isla en la que sólo hay niños.
Éstos, al final, la acosan hasta la muerte. ¿Es un sueño, un cuento de hadas,
una alegoría?
KUNDERA: No hay nada más ajeno a mí que la alegoría, es
decir la historia inventada por el autor para ilustrar alguna tesis. Los
hechos, reales o imaginarios, han de tener significado per se, y el lector ha de rendirse ingenuamente a su fuerza y su
poesía. Siempre me ha perseguido esa imagen. Incluso, durante cierto período de
mi vida, la soñaba de modo recurrente: alguien se encuentra de pronto en un
mundo de niños, del que no puede escapar. Y la niñez, que tanto amamos y que
tantos sentimientos líricos nos evoca, resulta ser un puro horror. Como una
trampa. Este relato no es una alegoría. Pero mi libro es una polifonía en que
los relatos se explican unos a otros, se iluminan, se complementan. El hecho
básico del libro es el relato del totalitarismo, que deja sin memoria a los
seres humanos y los convierte en una nación de niños. Todos los totalitarismos
hacen esto. Puede, incluso, que nuestra edad tecnológica, entera, lo haga también,
con su culto del futuro, su culto de la juventud y de la niñez, su indiferencia
ante el pasado y su modo de desconfiar del pensamiento. En mitad de una
sociedad incansablemente juvenil, cualquier adulto dotado de memoria e ironía
se encontrará en la misma situación que Tamina en la isla de los niños.
ROTH: Casi todas sus novelas —de hecho, todos los
episodios individuales del último libro— hallan su desenlace en grandes escenas
de coito. Incluso la parte que lleva el inocente título de «Madre» no es sino
una prolongada escena de sexo a tres bandas, con prólogo y epílogo. ¿Qué
significa el sexo para usted, como novelista?
KUNDERA: Hoy que la sexualidad ha dejado de ser tabú, la
mera descripción, la mera confesión sexual, resultan notablemente aburridas. Lawrence
se nos ha quedado anticuado, e incluso Miller, con su lírica de la obscenidad.
Y, sin embargo, ciertos pasajes eróticos de Georges Bataille sí que me han
dejado una impresión duradera, quizá porque no son líricos, sino filosóficos.
Tiene usted razón, todo lo mío termina en grandes escenas eróticas. Creo que
toda escena de amor físico genera una luz extremadamente fuerte que pone de
manifiesto, súbitamente, la esencia de los personajes, resumiendo su situación
vital. Hugo hace el amor a Tamina mientras ella trata desesperadamente de
pensar en las vacaciones perdidas con su difunto marido. La escena erótica es
el foco en que convergen todos los relatos y donde se localizan sus más
profundos secretos.
ROTH: De hecho, la última parte, la séptima, sólo se
ocupa de la sexualidad. ¿Por qué es esta parte la que cierra el libro, en lugar
de cualquier otra, como, por ejemplo, la sexta, que es mucho más dramática, con
la muerte de la protagonista?
KUNDERA: Metafóricamente hablando, Tamina muere entre las
risas de los ángeles. Por otra parte, a lo largo de toda la última sección del
libro resuena la risa contraria, la que se oye cuando las cosas pierden todo su
sentido. La imaginación traza una línea divisoria más allá de la cual las cosas
empiezan a parecemos tan ridículas como carentes de sentido. Una persona se
pregunta: ¿Tiene algún sentido levantarme por las mañanas, ir al trabajo,
luchar por algo, pertenecer a un país, sólo porque así nací? El hombre vive muy
cerca de esa frontera, y no es nada difícil que de pronto se encuentre al otro
lado de ella. Es una frontera que está en todas partes, en todas las áreas de
la existencia humana, e incluso en la más profunda y biológica de todas: la
sexualidad. Y precisamente porque es la región más profunda de la vida, la
pregunta que se plantea a la sexualidad es también la más profunda de todas.
Tal es la razón de que mi libro de las variaciones no pueda terminar en ninguna
otra variación, sino ésa.
ROTH: ¿Es, pues, éste el punto más lejano a que ha
llegado usted en su pesimismo?
KUNDERA: Tengo siempre mucho cuidado con las palabras pesimismo y optimismo. Una novela no afirma nada: una novela busca y plantea
interrogantes. No sé si mi nación perecerá y tampoco sé cuál de mis personajes
tiene razón. Invento historias, las pongo frente a frente, y por este
procedimiento hago las preguntas. La estupidez de la gente procede de tener
respuesta para todo. La sabiduría de la novela procede de tener una pregunta
para todo. Cuando don Quijote sale al mundo, éste se convierte en un misterio
puesto ante sus ojos. Tal es el legado de la primera novela europea a toda la
historia de la novela que vino después. El novelista enseña al lector a
aprehender el mundo como pregunta. Hay sabiduría y tolerancia en esta actitud.
En un mundo edificado sobre verdades sacrosantas, la novela está muerta. El
mundo totalitario, básese en Marx, en el Islam, o en cualquier otro fundamento,
es un mundo de respuestas, en vez de preguntas. En él no tiene cabida la
novela. En todo caso, me parece a mí que hoy en día, en el mundo entero, la
gente prefiere juzgar a comprender, contestar a preguntar. Así, la voz de la
novela apenas puede oírse en el estrépito necio de las certezas humanas.
fUENTE:
Título
original: Shop Talk: A Writer and his
Colleagues and their Work
Philip
Roth, 2001
Traducción:
Ramón Buenaventura
Editor
digital: German25
ePub
base r1.2
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