lunes, 11 de mayo de 2020

Philip Roth, 2001- ISAAC BASHEVIS SINGER



ISAAC BASHEVIS SINGER

 

[1976]

Unos meses después de haber leído por primera vez a Bruno Schulz, para en seguida tomar la decisión de incluirlo en la serie de Penguin titulada «Writers from the Other Europe» [Escritores de la otra Europa], supe que hace catorce años, cuando apareció en inglés su primera y autobiográfica novela, The Street of Crocodiles[9], Isaac Bashevis Singer publicó una crítica muy positiva de la obra. Dado que Schulz y Singer eran ambos nacidos en Polonia, de padres judíos, con doce años de diferencia —Schulz en 1892, en la ciudad provincial galitziana de Drohobycz; Singer en 1904, en Radzymin, una localidad próxima a Varsovia—, llamé por teléfono a Singer, con quien había coincidido antes en un par de ocasiones, y le pregunté si le parecía bien que nos viéramos para hablar de Schulz y de su vida en cuanto escritor judío que vivió en Polonia durante los decenios en que ambos fueron haciéndose artistas. Nuestro encuentro ocurrió a finales de noviembre de 1976, en el piso que Singer tiene en Manhattan[10].
ROTH: ¿Dónde leyó usted por primera vez a Schulz: aquí, en Estados Unidos, o en Polonia?
SINGER: Lo leí por primera vez aquí en Estados Unidos. Debo decirle que me ocurre lo mismo que a tantos otros escritores: siempre me acerco a la narrativa con algo de prevención. Dado que la mayor parte de los escritores no son verdaderamente buenos, cada vez que recibo un libro doy por sentado que no va a serlo. Y me quedé sorprendido en cuanto empecé a leer a Schulz. Me dije: aquí tenemos un escritor de primera categoría.
ROTH: ¿Había oído hablar de Schulz con anterioridad?
SINGER: No, no lo conocía ni de nombre. Yo salí de Polonia en 1935, y por aquel entonces Schulz no era conocido —o quizá lo fuera, pero el caso es que yo no lo conocía—. No sabía nada de él. Nunca había oído hablar de él. Mi primera impresión fue que escribía como Kafka. Hay dos escritores de quienes se dice que escriben como Kafka. Uno es Agnon, que pretendía no haber leído nunca a Kafka, aunque no falte quien ponga en duda esta afirmación. De hecho, por supuesto que no había leído a Kafka, no cabe la más mínima duda al respecto. Yo no diría que tiene influencia de Kafka: siempre existe la posibilidad de que dos o tres personas escriban dentro de las mismas líneas de estilo, con el mismo espíritu. Porque no todo el mundo es completamente único. Si Dios creó un Kafka, bien pudo crear otros dos o tres, si en un momento dado le apeteció hacerlo. Pero cuanto más leo a Schulz, quizá no debería decir esto… El hecho es que cuando lo leí llegué a afirmar que era mejor que Kafka. Hay relatos suyos que tienen más fuerza. También es muy fuerte en el ámbito del absurdo, pero no a lo tonto, sino inteligentemente. Me atrevo a decir que entre Schulz y Kafka existe lo que Goethe llama Wahlverwandtschaft, una afinidad espiritual electiva. Éste puede ser el caso en lo tocante a Schulz, pero también, hasta cierto punto, lo mismo puede decirse de Agnon.
ROTH: A mí lo que me parece es que Schulz no lograba apartar su imaginación de nada, incluida la obra de otros escritores, y más concretamente la de alguien tan especial como Kafka, con quien, en efecto, tiene grandes afinidades de formación y temperamento. En la propia Las tiendas de color canela reinventa Drohobycz para trocarla en un sitio terrorífico y maravilloso al mismo tiempo —en parte, como él mismo dice, para «liberarse de las torturas del aburrimiento»—; igualmente, a su manera, reinventa fragmentos y obras de Kafka para sus propios fines. Puede que Kafka le metiera unas cuantas ideas raras en la cabeza, pero Schulz las utiliza para otros fines, como bien queda de manifiesto en el hecho de que, en su libro, el personaje que se convierte en cucaracha no es el hijo, sino el padre. Imagínese usted a Kafka imaginando una cosa así. Ni pasársele por la cabeza. Ciertas predilecciones artísticas pueden ser similares, pero estas predilecciones actúan en conjunción con deseos tremendamente diferentes. Como bien sabe, Schulz tradujo El proceso al polaco, en 1936. No sé si Kafka estará traducido al yiddish.
SINGER: Que yo sepa, no. De joven leí en yiddish a muchos escritores del mundo entero. Kafka sólo podría haber sido traducido al yiddish en los años treinta, y en aquella época yo me habría enterado. Me temo que no hay traducción al yiddish. O quizá la haya y yo no la conozca, que también es posible.
ROTH: ¿Tiene idea de por qué escribió Schulz en polaco, y no en yiddish?
SINGER: Lo más probable es que se criara en una casa ya medio asimilada. Seguramente, sus padres hablaban polaco. Muchos judíos polacos —tras la independencia de Polonia, e incluso antes— educaron a sus hijos para que hablasen en polaco. Esto ocurrió incluso en la Polonia rusa, pero especialmente en Galitzia, la parte de Polonia que perteneció a Austria, donde los polacos gozaban de una especie de autonomía y no se les aniquilaba culturalmente. Es natural, hablando polaco ellos, que educaran en lo mismo a sus hijos, no sé si para bien o para mal. Pero, dado que el polaco era, por así decirlo, su lengua materna, Schulz no tenía elección, porque ningún escritor verdaderamente bueno escribirá nunca en una lengua aprendida, sino en la lengua que conoce desde la infancia. Y ni que decir tiene que la fuerza de Schulz está en el lenguaje. Lo leí primero en inglés, y pensé que la traducción era buena, pero fue cuando lo leí en polaco cuando me di perfecta cuenta de su fuerza.
ROTH: Schulz nació en Polonia, de padres judíos, en 1892. Usted nació en 1904. ¿Qué era lo más frecuente entre los escritores judíos polacos de aquella generación, escribir en polaco o escribir en yiddish, como usted?
SINGER: Había unos cuantos escritores judíos que escribían en polaco, y todos nacieron, más o menos, en los años noventa del siglo XIX. Antoni Slonimski, Julián Tuwim, Josef Wittlin… Todos ellos son más o menos de esa época. Eran buenos escritores, con talento, pero nada del otro mundo. Algunos, no obstante, poseían un excelente dominio del polaco. Tuwim fue un maestro de la lengua polaca. Slonimski era nieto de Chaim Zelig Slonimski, fundador del periódico hebreo Hatsefira, de Varsovia. A Slonimski lo convirtieron sus padres al catolicismo cuando era niño. Tuwim y Wittlin, en cambio, siguieron siendo judíos, aunque sólo de nombre. Tenían muy poco que ver con los escritores que utilizaban el yiddish. Mi hermano mayor, Israel Joshua Singer, nació más o menos al mismo tiempo y llegó a ser conocido en Polonia como escritor en yiddish, pero, desde luego, no tuvo relación alguna con Tuwim y Wittlin. Yo tampoco, cuando empezaba, en Polonia, tuve relación alguna con ellos. Los escritores en yiddish los teníamos por personas que habían desertado de sus raíces y su cultura para integrarse en la cultura polaca, que nosotros considerábamos más joven y puede que menos importante que la nuestra. Ellos, por su parte, pensaban que los escritores en yiddish escribíamos para ignorantes, para gente sin formación, mientras ellos lo hacían para universitarios. De modo que en ambos lados había buenas razones para despreciar al otro. Pero la verdad es que no había elección para nadie. Ellos no sabían yiddish, nosotros no sabíamos polaco. Aunque nací en Polonia, el polaco no me era tan familiar como el yiddish. Y lo hablaba con acento. De hecho, la verdad es que hablo todas las lenguas con acento.
ROTH: Menos el yiddish, según creo.
SINGER: También. Los litvaks[11] dicen que lo hablo con acento.
ROTH: Me gustaría que me hablase de la Varsovia de los años treinta. Schulz, de joven, estudió arquitectura en Lwow, pero luego, que yo sepa, volvió a la ciudad galitziana de Drohobycz, y empezó a dar clases de dibujo en el instituto de enseñanza superior, hasta el fin de sus días. Le dieron los treinta y cinco o cuarenta años antes de volver a ausentarse mucho tiempo de Drohobycz. Entonces fue a Varsovia. ¿Qué ambiente cultural encontraría en aquel momento?
SINGER: Hay dos cosas que tener en cuenta en lo que a Schulz se refiere. En primer lugar, que era una persona terriblemente modesta. El mero hecho de que permaneciera en su pueblo natal, alejado de todos los centros, nos pone ya de manifiesto su extraordinaria modestia; nos sugiere, incluso, un poco de miedo por su parte. Era como una especie de palurdo a quien asustaba desplazarse a la gran ciudad y encontrarse allí con personas que ya eran famosas. Temería, seguramente, que le tomasen el pelo o que lo ningunearan. Era un auténtico manojo de nervios, me parece. Padecía todas las inhibiciones que puede padecer un escritor. Viendo retratos suyos, se le viene a uno a la cabeza la idea de un hombre que nunca consiguió hacer las paces con la vida. No estaba casado. ¿Sabe usted, señor Roth, si tuvo alguna amiguita?
ROTH: Si sus dibujos significan algo, puede afirmarse que mantuvo extrañas relaciones con las mujeres. Un tema que aparece una y otra vez en los dibujos suyos que he visto es el de la dominación femenina y la sumisión masculina. Hay una insinuación erótica extrañísima, casi grotesca, en los dibujos: hombrecitos suplicantes, a los que no falta parecido con el propio Schulz, adolescentes medio desnudas, o esculturales, dependientas pintadas. Me recuerda un poco el mundo erótico «barato» de otro escritor polaco, Witold Gombrowicz. Como ocurre con Kafka, que tampoco llegó a casarse, de Schulz se cuenta que mantuvo largos e intensos intercambios epistolares con algunas mujeres, y que vivió una gran parte de su vida erótica por la vía epistolar. Su biógrafo, Jerzy Ficowski, que escribió el prólogo a la edición de Penguin, dice que Las tiendas de color canela tienen origen en una serie de cartas a una amiga íntima. Menudas cartas tuvieron que ser. Según Ficowski, fue esta misma mujer quien obligó a Schulz —que debía de ser, en efecto, una persona muy inhibida— a que viera en aquellas cartas una obra literaria. Pero, volviendo a Schulz y Varsovia: ¿Qué vida cultural conoció allí, a mediados de los años treinta? ¿Cuáles eran la ideología o la actitud dominantes en el ambiente literario e intelectual?
SINGER: Digamos que más o menos el mismo movimiento que hay ahora. De izquierdas. Lo cual también podía aplicarse a los escritores judíos que escribían en polaco. Todos eran izquierdistas, o en tal consideración los tenían los viejos escritores polacos, que miraban a aquellos escritores judíos como a auténticos intrusos.
ROTH: ¿Porque escribían en polaco?
SINGER: Porque escribían en polaco. Era como si dijeran: «Y estos tipos, ¿por qué no escriben en su propia jerigonza, en su propio yiddish? ¿Qué diablos quieren de nosotros, los polacos?». No obstante, estos escritores judíos adquirieron gran importancia en los años treinta, a pesar de sus enemigos. Primero, porque eran bastante buenos, aunque no llegaran a grandes escritores. Segundo, porque eran de izquierdas, y entonces ésa era la tendencia dominante. Y, tercero, porque eran gente con energía, publicaban con frecuencia en la revista Wiadomosci Literackie, escribían sobre el teatro de variedades, etcétera. A veces, esos escritores judíos llegaban a escribir cosas que a oídos judíos sonaban a antisemitismo. Yo, desde luego, no estoy de acuerdo, no creo que hubiera en ellos antisemitismo alguno, porque lo mismo dijo de mí una parte de la crítica. A pesar de que escribía en yiddish, me preguntaban: «¿Por qué tienes que escribir sobre ladrones judíos y prostitutas judías?». Y yo les contestaba: «¿Qué queréis, que escriba sobre ladrones españoles y prostitutas españolas? Hablo de los ladrones y las prostitutas que yo conozco».
ROTH: Cuando escribió usted alabando a Schulz, allá por 1963, también le puso ciertas reservas. Decía: «Si Schulz se hubiera identificado más con su gente, quizá no habría gastado tanta energía en la imitación, la parodia y la caricatura». No sé si tendrá usted algo que añadir al respecto.
SINGER: Escribí eso porque lo pensaba, y creo que sigo pensándolo. Hay mucha burla en la escritura de Schulz, y también en la de Kafka, aunque algo más oculta. Creo que Schulz tenía talento más que suficiente para haber escrito auténticas novelas serias, pero las más de las veces se inclinó por una especie de parodia. Y, sencillamente dicho, creo que desarrolló este estilo porque no se sentía en su casa, ni con los polacos ni con los judíos. En cierto modo, es también el estilo característico de Kafka, porque Kafka también se sentía sin raíces. Era un judío que escribía en alemán y que vivía en Checoslovaquia, donde se hablaba checo. Puede que Kafka estuviera más asimilado que Schulz, porque no vivía en una localidad judía como Drohobycz, llena de hasidim[12] y su padre era más asimilacionista que el padre de Schulz, pero la situación venía a ser, en lo esencial, la misma, y los estilos de ambos escritores son más o menos del mismo corte.
ROTH: La «falta de raíces» de Schulz también puede verse de otro modo: no como algo que le impedía escribir novelas serias, sino como condición de la que se nutrían su imaginación y su talento.
SINGER: Sí, claro, eso es verdad. Cuando el verdadero talento no puede nutrirse directamente de su propio suelo, acude a algún otro nutriente. Pero a mí me habría gustado más verlo desenvolverse como escritor en yiddish. No habría tenido tanto tiempo para la burla, ni para ser tan negativo.
ROTH: ¿No serán el aburrimiento y la claustrofobia, más que la burla y el negativismo, los que motivan a Schulz? Puede que se lance a lo que él llama una «contraofensiva de la fantasía» porque es un hombre de enormes dotes artísticas y de gran riqueza imaginativa, que lleva una existencia de profesor de instituto en una ciudad de provincia, en el seno de una familia de comerciantes. Luego, también era hijo de su padre, y su padre, según Schulz lo describe, era, al menos en los últimos años de su vida, un demente muy divertido, pero también terrorífico, un gran «heresiarca», fascinado, nos cuenta Schulz, por las «formas dudosas y problemáticas». Esto último podría ser una buena definición de Schulz, que a mí me parece perfectamente consciente de que su agitada imaginación podía llevarlo muy cerca de la locura o la herejía. No creo, en el caso de Schulz, ni en el de Kafka, que su mayor dificultad estribara en no sentirse como en casa con éstas o aquéllas personas, aunque ello supusiera un gravísimo inconveniente añadido. A juzgar por este libro, lo que parece es que Schulz a duras penas lograba identificarse con la realidad, y no digamos con los judíos. Se le viene uno a las mientes lo que dijo Kafka sobre sus afiliaciones comunitarias: «¿Qué tengo yo en común con los judíos? Apenas si tengo nada en común conmigo mismo, y lo que debo hacer es quedarme muy quieto en mi rincón, contentándome con poder respirar». Schulz no se habría quedado en Drohobycz si la ciudad le hubiera parecido tan sofocante. Siempre puede uno recoger sus bártulos y marcharse a otro sitio. Podría haberse quedado en Varsovia, una vez allí. Pero cabe la posibilidad de que el entorno claustrofóbico, aunque incapaz de satisfacer sus necesidades como hombre, fuera lo que infundiese vida a su modo de manifestar el arte. Fermentación es una de las palabras favoritas de Schulz. Puede que su imaginación sólo fermentara en Drohobycz.
SINGER: También creo que se consideró obligado a regresar a Drohobycz porque en Varsovia todo el mundo decía: «Y ¿quién es ese tal Schulz?». Los escritores no suelen morirse de ganas de recibir a un joven de provincias y decirle inmediatamente: «Eres nuestro hermano, nuestro maestro». No es ésa su inclinación. Lo más fácil es que digan: «Otro pesado con su manuscrito a cuestas». Y, además, era judío. Y los escritores judíos de Polonia, que eran quienes dirigían el cotarro, tenían muchísimo cuidado con eso de ser judíos.
ROTH: ¿En qué sentido tenían cuidado?
SINGER: Quienes los llamaban judíos eran sus adversarios, la gente a quien no le caían bien. Era el eterno reproche: «¿Qué hace usted, señor Tuwim, con ese apellido judío que tiene, escribiendo en polaco? ¿Por qué no se vuelve usted al gueto, con Israel Joshua Singer y el resto de la panda?». Así estaban las cosas. De modo que cuando se presentó otro judío escribiendo en polaco, los demás se sintieron incómodos. Porque les venía otro jovencito con problemas.
ROTH: Tengo entendido que en Varsovia era más fácil introducirse en los medios artísticos e intelectuales que en el mundo de la burguesía.
SINGER: Yo diría que era más difícil. Le contaré por qué. Si un abogado judío no se sentía a gusto llamándose Levin o Katz, se ponía Levinski o Kacinski y nadie se metía con él. Pero ante un escritor siempre salían con alguna pega. Decían: «No tienes nada que ver con nosotros». Creo que alguna pequeña similitud existe en Estados Unidos con los escritores judíos que escriben en inglés y cuya lengua materna es el inglés. A ningún escritor de aquí se le ocurriría decirle a Saul Bellow, ni a usted: «¿Por qué no escribes en yiddish, por qué no te vuelves al East Broadway?». Pero algo de ello persiste. Tiendo a pensar que tenemos aquí algún escritor o crítico conservador que llegarían al extremo de decir que las personas como tú no son en realidad escritores norteamericanos. No obstante, los escritores judíos, aquí, no se avergüenzan de ser judíos y no se pasan el rato pidiendo perdón. Allá, en Polonia, lo que privaba era pedir perdón. Y los escritores judíos ponían especial empeño en demostrar lo polacos que eran. Y, claro, trataban de hablar polaco mejor que los polacos, y se salían con la suya. Pero los polacos seguían diciéndoles que no tenían nada que ver con ellos… A ver si lo explico con más claridad. Supongamos que aparece aquí, en Estados Unidos, un goy escribiendo en yiddish. Si es un fracaso, lo dejaremos en paz. Pero si es un gran éxito, le diríamos: «¿Adónde vas con el yiddish? ¿Por qué no te vuelves con los goyim? No nos haces ninguna falta.»[13].
ROTH: En la generación a que usted pertenece, ¿tan bicho raro era un judío que escribiera en polaco?
SINGER: Casi. Y si hubiera habido muchos… Imagínese lo que sería si salieran seis goyim escribiendo en yiddish, y luego un séptimo…
ROTH: Sí, sí, lo está usted dejando muy claro.
SINGER: Iba yo una vez en el metro con el escritor judío S, que llevaba barba, y en aquella época, hace cuarenta años, había muy poca gente que llevara barba. Y al hombre le gustaban las mujeres, de modo que iba mirando a una chica que tenía sentada en frente, y parecía interesadísimo. Yo iba a su lado, y me estaba dando cuenta, sin que él me viera. De pronto, salió de cerca de nosotros otro barbudo, y se puso a mirar a la misma mujer. S, al ver al otro hombre con barba, se levantó y se fue. Había captado, de pronto, todo lo ridículo de su situación. Y aquella chica, al ver aparecer al otro individuo, debió de pensar: «¿Qué pasa aquí? Ya van dos barbas».
ROTH: Porque usted no llevaba barba.
SINGER: No, no. ¿Qué quiere, que no me falte detalle? ¿Calvo y con barba?
ROTH: Usted salió de Polonia a mediados de los treinta, pocos años antes de la invasión nazi. Schulz permaneció en Drohobycz, donde lo mataron los nazis, en 1942. Ahora, cuando me dirigía hacia aquí para hablar con usted, iba pensando en cómo usted, el escritor judío de la Europa oriental más enraizado en el mundo judío, casi atado a él, abandonó ese mundo para venirse a Estados Unidos, mientras los demás grandes escritores judíos de su generación —judíos más asimilados, más incursos en las corrientes contemporáneas de una cultura más amplia—, escritores como Schulz en Polonia, Isaac Babel en Rusia o, en Checoslovaquia, Jirí Weil, que escribió algunos de los relatos más horripilantes del Holocausto que yo haya leído, se vieron aniquilados, de una u otra espantosa forma, por el nazismo o por el estalinismo. ¿Puedo preguntarle qué lo llevó a usted a marcharse antes de que empezara el horror? A fin de cuentas, verse desterrado del propio país y de la lengua natal es una idea que produce espanto a todos los escritores, y que pocos pondrían en práctica voluntariamente. ¿Por qué lo hizo usted?
SINGER: Tenía todos los motivos del mundo para marcharme. Yo era muy pesimista. Vi que Hitler estaba en el poder, en 1935, que aquello suponía una amenaza de invasión para Polonia. Los nazis, como, por ejemplo, Göring, sólo venían a Polonia de vacaciones, o a cazar. Luego, está el hecho de que yo trabajaba para la prensa yiddish, y la prensa yiddish llevaba bastante tiempo, prácticamente desde que empezó, cayendo en picado. Y mi modo de vida se hizo muy frugal, apenas lograba subsistir. Y lo más importante: en Estados Unidos ya estaba mi hermano, que llevaba aquí dos años. De modo que tenía todos los motivos para venirme a Estados Unidos.
ROTH: Y, al dejar Polonia, ¿no tenía usted miedo de perder contacto con su materia prima literaria?
SINGER: Por supuesto que sí. Y más aún cuando llegué a este país. Llego aquí, y me doy cuenta de que todo el mundo habla inglés. Vaya, que iba a una reunión de Hadassah[14], esperando oír hablar yiddish, y me encontraba con doscientas mujeres y la única palabra que oía decir era «delicioso», «delicioso». No sabía lo que significaba, pero desde luego no era yiddish. No sé qué les dieron de comer aquel día, pero aquellas mujeres no paraban de decir «delicioso». Por cierto que ésa fue la primera palabra inglesa que aprendí. Y lo lejos que quedaba Polonia, entonces. Cuando alguien de nuestra intimidad se nos muere, en los primeros días de después de su muerte permanece alejado de nosotros, tan lejos como puede estar una persona próxima. Pero con los años se va acercando, hasta el punto de que llega uno casi a convivir con él. Eso me ocurrió a mí. Polonia, la vida judía de Polonia, están ahora más cerca de mí que antes.
Fuente:

Philip Roth

El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras

 

 Título original: Shop Talk: A Writer and his Colleagues and their Work

Philip Roth, 2001
Traducción: Ramón Buenaventura
Editor digital: German25
ePub base r1.2

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