ISAAC
BASHEVIS SINGER
[1976]
Unos
meses después de haber leído por primera vez a Bruno Schulz, para en seguida
tomar la decisión de incluirlo en la serie de Penguin titulada «Writers from
the Other Europe» [Escritores de la otra Europa], supe que hace catorce años,
cuando apareció en inglés su primera y autobiográfica novela, The Street of Crocodiles[9],
Isaac Bashevis Singer publicó una crítica muy positiva de la obra. Dado que
Schulz y Singer eran ambos nacidos en Polonia, de padres judíos, con doce años
de diferencia —Schulz en 1892, en la ciudad provincial galitziana de Drohobycz;
Singer en 1904, en Radzymin, una localidad próxima a Varsovia—, llamé por
teléfono a Singer, con quien había coincidido antes en un par de ocasiones, y
le pregunté si le parecía bien que nos viéramos para hablar de Schulz y de su
vida en cuanto escritor judío que vivió en Polonia durante los decenios en que
ambos fueron haciéndose artistas. Nuestro encuentro ocurrió a finales de
noviembre de 1976, en el piso que Singer tiene en Manhattan[10].
ROTH: ¿Dónde leyó usted por primera vez a Schulz: aquí,
en Estados Unidos, o en Polonia?
SINGER: Lo leí por primera vez aquí en Estados Unidos.
Debo decirle que me ocurre lo mismo que a tantos otros escritores: siempre me
acerco a la narrativa con algo de prevención. Dado que la mayor parte de los
escritores no son verdaderamente buenos, cada vez que recibo un libro doy por
sentado que no va a serlo. Y me quedé sorprendido en cuanto empecé a leer a
Schulz. Me dije: aquí tenemos un escritor de primera categoría.
ROTH: ¿Había oído hablar de Schulz con anterioridad?
SINGER: No, no lo conocía ni de nombre. Yo salí de Polonia
en 1935, y por aquel entonces Schulz no era conocido —o quizá lo fuera, pero el
caso es que yo no lo conocía—. No sabía nada de él. Nunca había oído hablar de
él. Mi primera impresión fue que escribía como Kafka. Hay dos escritores de
quienes se dice que escriben como Kafka. Uno es Agnon, que pretendía no haber
leído nunca a Kafka, aunque no falte quien ponga en duda esta afirmación. De
hecho, por supuesto que no había leído a Kafka, no cabe la más mínima duda al
respecto. Yo no diría que tiene influencia de Kafka: siempre existe la
posibilidad de que dos o tres personas escriban dentro de las mismas líneas de
estilo, con el mismo espíritu. Porque no todo el mundo es completamente único.
Si Dios creó un Kafka, bien pudo crear otros dos o tres, si en un momento dado
le apeteció hacerlo. Pero cuanto más leo a Schulz, quizá no debería decir esto…
El hecho es que cuando lo leí llegué a afirmar que era mejor que Kafka. Hay
relatos suyos que tienen más fuerza. También es muy fuerte en el ámbito del
absurdo, pero no a lo tonto, sino inteligentemente. Me atrevo a decir que entre
Schulz y Kafka existe lo que Goethe llama Wahlverwandtschaft,
una afinidad espiritual electiva. Éste puede ser el caso en lo tocante a Schulz,
pero también, hasta cierto punto, lo mismo puede decirse de Agnon.
ROTH: A mí lo que me parece es que Schulz no lograba
apartar su imaginación de nada, incluida la obra de otros escritores, y más
concretamente la de alguien tan especial como Kafka, con quien, en efecto,
tiene grandes afinidades de formación y temperamento. En la propia Las tiendas de color canela reinventa
Drohobycz para trocarla en un sitio terrorífico y maravilloso al mismo tiempo
—en parte, como él mismo dice, para «liberarse de las torturas del
aburrimiento»—; igualmente, a su manera, reinventa fragmentos y obras de Kafka
para sus propios fines. Puede que Kafka le metiera unas cuantas ideas raras en
la cabeza, pero Schulz las utiliza para otros fines, como bien queda de
manifiesto en el hecho de que, en su libro, el personaje que se convierte en
cucaracha no es el hijo, sino el padre. Imagínese usted a Kafka imaginando una
cosa así. Ni pasársele por la cabeza. Ciertas predilecciones artísticas pueden
ser similares, pero estas predilecciones actúan en conjunción con deseos
tremendamente diferentes. Como bien sabe, Schulz tradujo El proceso al polaco, en 1936. No sé si Kafka estará traducido al yiddish.
SINGER: Que yo sepa, no. De joven leí en yiddish a muchos escritores del mundo
entero. Kafka sólo podría haber sido traducido al yiddish en los años treinta, y en aquella época yo me habría
enterado. Me temo que no hay traducción al yiddish.
O quizá la haya y yo no la conozca, que también es posible.
ROTH: ¿Tiene idea de por qué escribió Schulz en polaco,
y no en yiddish?
SINGER: Lo más probable es que se criara en una casa ya
medio asimilada. Seguramente, sus padres hablaban polaco. Muchos judíos polacos
—tras la independencia de Polonia, e incluso antes— educaron a sus hijos para
que hablasen en polaco. Esto ocurrió incluso en la Polonia rusa, pero
especialmente en Galitzia, la parte de Polonia que perteneció a Austria, donde
los polacos gozaban de una especie de autonomía y no se les aniquilaba
culturalmente. Es natural, hablando polaco ellos, que educaran en lo mismo a
sus hijos, no sé si para bien o para mal. Pero, dado que el polaco era, por así
decirlo, su lengua materna, Schulz no tenía elección, porque ningún escritor
verdaderamente bueno escribirá nunca en una lengua aprendida, sino en la lengua
que conoce desde la infancia. Y ni que decir tiene que la fuerza de Schulz está
en el lenguaje. Lo leí primero en inglés, y pensé que la traducción era buena,
pero fue cuando lo leí en polaco cuando me di perfecta cuenta de su fuerza.
ROTH: Schulz nació en Polonia, de padres judíos, en
1892. Usted nació en 1904. ¿Qué era lo más frecuente entre los escritores
judíos polacos de aquella generación, escribir en polaco o escribir en yiddish, como usted?
SINGER: Había unos cuantos escritores judíos que escribían
en polaco, y todos nacieron, más o menos, en los años noventa del siglo XIX.
Antoni Slonimski, Julián Tuwim, Josef Wittlin… Todos ellos son más o menos de
esa época. Eran buenos escritores, con talento, pero nada del otro mundo.
Algunos, no obstante, poseían un excelente dominio del polaco. Tuwim fue un
maestro de la lengua polaca. Slonimski era nieto de Chaim Zelig Slonimski,
fundador del periódico hebreo Hatsefira,
de Varsovia. A Slonimski lo convirtieron sus padres al catolicismo cuando era niño.
Tuwim y Wittlin, en cambio, siguieron siendo judíos, aunque sólo de nombre.
Tenían muy poco que ver con los escritores que utilizaban el yiddish. Mi hermano mayor, Israel Joshua
Singer, nació más o menos al mismo tiempo y llegó a ser conocido en Polonia
como escritor en yiddish, pero, desde
luego, no tuvo relación alguna con Tuwim y Wittlin. Yo tampoco, cuando
empezaba, en Polonia, tuve relación alguna con ellos. Los escritores en yiddish los teníamos por personas que
habían desertado de sus raíces y su cultura para integrarse en la cultura
polaca, que nosotros considerábamos más joven y puede que menos importante que
la nuestra. Ellos, por su parte, pensaban que los escritores en yiddish escribíamos para ignorantes,
para gente sin formación, mientras ellos lo hacían para universitarios. De modo
que en ambos lados había buenas razones para despreciar al otro. Pero la verdad
es que no había elección para nadie. Ellos no sabían yiddish, nosotros no sabíamos polaco. Aunque nací en Polonia, el
polaco no me era tan familiar como el yiddish.
Y lo hablaba con acento. De hecho, la verdad es que hablo todas las lenguas con
acento.
ROTH: Menos el yiddish,
según creo.
SINGER: También. Los litvaks[11]
dicen que lo hablo con acento.
ROTH: Me gustaría que me hablase de la Varsovia de los
años treinta. Schulz, de joven, estudió arquitectura en Lwow, pero luego, que
yo sepa, volvió a la ciudad galitziana de Drohobycz, y empezó a dar clases de
dibujo en el instituto de enseñanza superior, hasta el fin de sus días. Le dieron
los treinta y cinco o cuarenta años antes de volver a ausentarse mucho tiempo
de Drohobycz. Entonces fue a Varsovia. ¿Qué ambiente cultural encontraría en
aquel momento?
SINGER: Hay dos cosas que tener en cuenta en lo que a
Schulz se refiere. En primer lugar, que era una persona terriblemente modesta.
El mero hecho de que permaneciera en su pueblo natal, alejado de todos los
centros, nos pone ya de manifiesto su extraordinaria modestia; nos sugiere,
incluso, un poco de miedo por su parte. Era como una especie de palurdo a quien
asustaba desplazarse a la gran ciudad y encontrarse allí con personas que ya
eran famosas. Temería, seguramente, que le tomasen el pelo o que lo
ningunearan. Era un auténtico manojo de nervios, me parece. Padecía todas las
inhibiciones que puede padecer un escritor. Viendo retratos suyos, se le viene
a uno a la cabeza la idea de un hombre que nunca consiguió hacer las paces con
la vida. No estaba casado. ¿Sabe usted, señor Roth, si tuvo alguna amiguita?
ROTH: Si sus dibujos significan algo, puede afirmarse
que mantuvo extrañas relaciones con las mujeres. Un tema que aparece una y otra
vez en los dibujos suyos que he visto es el de la dominación femenina y la
sumisión masculina. Hay una insinuación erótica extrañísima, casi grotesca, en
los dibujos: hombrecitos suplicantes, a los que no falta parecido con el propio
Schulz, adolescentes medio desnudas, o esculturales, dependientas pintadas. Me
recuerda un poco el mundo erótico «barato» de otro escritor polaco, Witold
Gombrowicz. Como ocurre con Kafka, que tampoco llegó a casarse, de Schulz se
cuenta que mantuvo largos e intensos intercambios epistolares con algunas
mujeres, y que vivió una gran parte de su vida erótica por la vía epistolar. Su
biógrafo, Jerzy Ficowski, que escribió el prólogo a la edición de Penguin, dice
que Las tiendas de color canela
tienen origen en una serie de cartas a una amiga íntima. Menudas cartas
tuvieron que ser. Según Ficowski, fue esta misma mujer quien obligó a Schulz
—que debía de ser, en efecto, una persona muy inhibida— a que viera en aquellas
cartas una obra literaria. Pero, volviendo a Schulz y Varsovia: ¿Qué vida
cultural conoció allí, a mediados de los años treinta? ¿Cuáles eran la
ideología o la actitud dominantes en el ambiente literario e intelectual?
SINGER: Digamos que más o menos el mismo movimiento que
hay ahora. De izquierdas. Lo cual también podía aplicarse a los escritores
judíos que escribían en polaco. Todos eran izquierdistas, o en tal
consideración los tenían los viejos escritores polacos, que miraban a aquellos
escritores judíos como a auténticos intrusos.
ROTH: ¿Porque escribían en polaco?
SINGER: Porque escribían en polaco. Era como si dijeran:
«Y estos tipos, ¿por qué no escriben en su propia jerigonza, en su propio yiddish? ¿Qué diablos quieren de
nosotros, los polacos?». No obstante, estos escritores judíos adquirieron gran
importancia en los años treinta, a pesar de sus enemigos. Primero, porque eran
bastante buenos, aunque no llegaran a grandes escritores. Segundo, porque eran
de izquierdas, y entonces ésa era la tendencia dominante. Y, tercero, porque
eran gente con energía, publicaban con frecuencia en la revista Wiadomosci Literackie, escribían sobre
el teatro de variedades, etcétera. A veces, esos escritores judíos llegaban a
escribir cosas que a oídos judíos sonaban a antisemitismo. Yo, desde luego, no
estoy de acuerdo, no creo que hubiera en ellos antisemitismo alguno, porque lo
mismo dijo de mí una parte de la crítica. A pesar de que escribía en yiddish, me preguntaban: «¿Por qué
tienes que escribir sobre ladrones judíos y prostitutas judías?». Y yo les
contestaba: «¿Qué queréis, que escriba sobre ladrones españoles y prostitutas
españolas? Hablo de los ladrones y las prostitutas que yo conozco».
ROTH: Cuando escribió usted alabando a Schulz, allá por
1963, también le puso ciertas reservas. Decía: «Si Schulz se hubiera
identificado más con su gente, quizá no habría gastado tanta energía en la
imitación, la parodia y la caricatura». No sé si tendrá usted algo que añadir
al respecto.
SINGER: Escribí eso porque lo pensaba, y creo que sigo
pensándolo. Hay mucha burla en la escritura de Schulz, y también en la de
Kafka, aunque algo más oculta. Creo que Schulz tenía talento más que suficiente
para haber escrito auténticas novelas serias, pero las más de las veces se
inclinó por una especie de parodia. Y, sencillamente dicho, creo que desarrolló
este estilo porque no se sentía en su casa, ni con los polacos ni con los
judíos. En cierto modo, es también el estilo característico de Kafka, porque
Kafka también se sentía sin raíces. Era un judío que escribía en alemán y que
vivía en Checoslovaquia, donde se hablaba checo. Puede que Kafka estuviera más
asimilado que Schulz, porque no vivía en una localidad judía como Drohobycz,
llena de hasidim[12] y su padre era más asimilacionista que el padre
de Schulz, pero la situación venía a ser, en lo esencial, la misma, y los
estilos de ambos escritores son más o menos del mismo corte.
ROTH: La «falta de raíces» de Schulz también puede verse
de otro modo: no como algo que le impedía escribir novelas serias, sino como
condición de la que se nutrían su imaginación y su talento.
SINGER: Sí, claro, eso es verdad. Cuando el verdadero
talento no puede nutrirse directamente de su propio suelo, acude a algún otro
nutriente. Pero a mí me habría gustado más verlo desenvolverse como escritor en
yiddish. No habría tenido tanto
tiempo para la burla, ni para ser tan negativo.
ROTH: ¿No serán el aburrimiento y la claustrofobia, más
que la burla y el negativismo, los que motivan a Schulz? Puede que se lance a
lo que él llama una «contraofensiva de la fantasía» porque es un hombre de
enormes dotes artísticas y de gran riqueza imaginativa, que lleva una
existencia de profesor de instituto en una ciudad de provincia, en el seno de
una familia de comerciantes. Luego, también era hijo de su padre, y su padre,
según Schulz lo describe, era, al menos en los últimos años de su vida, un
demente muy divertido, pero también terrorífico, un gran «heresiarca»,
fascinado, nos cuenta Schulz, por las «formas dudosas y problemáticas». Esto
último podría ser una buena definición de Schulz, que a mí me parece
perfectamente consciente de que su agitada imaginación podía llevarlo muy cerca
de la locura o la herejía. No creo, en el caso de Schulz, ni en el de Kafka,
que su mayor dificultad estribara en no sentirse como en casa con éstas o
aquéllas personas, aunque ello supusiera un gravísimo inconveniente añadido. A
juzgar por este libro, lo que parece es que Schulz a duras penas lograba identificarse
con la realidad, y no digamos con los judíos. Se le viene uno a las mientes lo
que dijo Kafka sobre sus afiliaciones comunitarias: «¿Qué tengo yo en común con
los judíos? Apenas si tengo nada en común conmigo mismo, y lo que debo hacer es
quedarme muy quieto en mi rincón, contentándome con poder respirar». Schulz no
se habría quedado en Drohobycz si la ciudad le hubiera parecido tan sofocante.
Siempre puede uno recoger sus bártulos y marcharse a otro sitio. Podría haberse
quedado en Varsovia, una vez allí. Pero cabe la posibilidad de que el entorno
claustrofóbico, aunque incapaz de satisfacer sus necesidades como hombre, fuera
lo que infundiese vida a su modo de manifestar el arte. Fermentación es una de las palabras favoritas de Schulz. Puede que
su imaginación sólo fermentara en Drohobycz.
SINGER: También creo que se consideró obligado a regresar
a Drohobycz porque en Varsovia todo el mundo decía: «Y ¿quién es ese tal
Schulz?». Los escritores no suelen morirse de ganas de recibir a un joven de
provincias y decirle inmediatamente: «Eres nuestro hermano, nuestro maestro».
No es ésa su inclinación. Lo más fácil es que digan: «Otro pesado con su
manuscrito a cuestas». Y, además, era judío. Y los escritores judíos de
Polonia, que eran quienes dirigían el cotarro, tenían muchísimo cuidado con eso
de ser judíos.
ROTH: ¿En qué sentido tenían cuidado?
SINGER: Quienes los llamaban judíos eran sus adversarios,
la gente a quien no le caían bien. Era el eterno reproche: «¿Qué hace usted,
señor Tuwim, con ese apellido judío que tiene, escribiendo en polaco? ¿Por qué
no se vuelve usted al gueto, con Israel Joshua Singer y el resto de la panda?».
Así estaban las cosas. De modo que cuando se presentó otro judío escribiendo en
polaco, los demás se sintieron incómodos. Porque les venía otro jovencito con
problemas.
ROTH: Tengo entendido que en Varsovia era más fácil
introducirse en los medios artísticos e intelectuales que en el mundo de la
burguesía.
SINGER: Yo diría que era más difícil. Le contaré por qué.
Si un abogado judío no se sentía a gusto llamándose Levin o Katz, se ponía
Levinski o Kacinski y nadie se metía con él. Pero ante un escritor siempre
salían con alguna pega. Decían: «No tienes nada que ver con nosotros». Creo que
alguna pequeña similitud existe en Estados Unidos con los escritores judíos que
escriben en inglés y cuya lengua materna es el inglés. A ningún escritor de
aquí se le ocurriría decirle a Saul Bellow, ni a usted: «¿Por qué no escribes
en yiddish, por qué no te vuelves al
East Broadway?». Pero algo de ello persiste. Tiendo a pensar que tenemos aquí
algún escritor o crítico conservador que llegarían al extremo de decir que las
personas como tú no son en realidad escritores norteamericanos. No obstante,
los escritores judíos, aquí, no se avergüenzan de ser judíos y no se pasan el
rato pidiendo perdón. Allá, en Polonia, lo que privaba era pedir perdón. Y los
escritores judíos ponían especial empeño en demostrar lo polacos que eran. Y,
claro, trataban de hablar polaco mejor que los polacos, y se salían con la
suya. Pero los polacos seguían diciéndoles que no tenían nada que ver con
ellos… A ver si lo explico con más claridad. Supongamos que aparece aquí, en
Estados Unidos, un goy escribiendo en
yiddish. Si es un fracaso, lo
dejaremos en paz. Pero si es un gran éxito, le diríamos: «¿Adónde vas con el yiddish? ¿Por qué no te vuelves con los goyim? No nos haces ninguna falta.»[13].
ROTH: En la generación a que usted pertenece, ¿tan bicho
raro era un judío que escribiera en polaco?
SINGER: Casi. Y si hubiera habido muchos… Imagínese lo que
sería si salieran seis goyim
escribiendo en yiddish, y luego un
séptimo…
ROTH: Sí, sí, lo está usted dejando muy claro.
SINGER: Iba yo una vez en el metro con el escritor judío
S, que llevaba barba, y en aquella época, hace cuarenta años, había muy poca
gente que llevara barba. Y al hombre le gustaban las mujeres, de modo que iba
mirando a una chica que tenía sentada en frente, y parecía interesadísimo. Yo
iba a su lado, y me estaba dando cuenta, sin que él me viera. De pronto, salió
de cerca de nosotros otro barbudo, y se puso a mirar a la misma mujer. S, al
ver al otro hombre con barba, se levantó y se fue. Había captado, de pronto,
todo lo ridículo de su situación. Y aquella chica, al ver aparecer al otro
individuo, debió de pensar: «¿Qué pasa aquí? Ya van dos barbas».
ROTH: Porque usted no llevaba barba.
SINGER: No, no. ¿Qué quiere, que no me falte detalle?
¿Calvo y con barba?
ROTH: Usted salió de Polonia a mediados de los treinta,
pocos años antes de la invasión nazi. Schulz permaneció en Drohobycz, donde lo
mataron los nazis, en 1942. Ahora, cuando me dirigía hacia aquí para hablar con
usted, iba pensando en cómo usted, el escritor judío de la Europa oriental más
enraizado en el mundo judío, casi atado a él, abandonó ese mundo para venirse a
Estados Unidos, mientras los demás grandes escritores judíos de su generación
—judíos más asimilados, más incursos en las corrientes contemporáneas de una
cultura más amplia—, escritores como Schulz en Polonia, Isaac Babel en Rusia o,
en Checoslovaquia, Jirí Weil, que escribió algunos de los relatos más
horripilantes del Holocausto que yo haya leído, se vieron aniquilados, de una u
otra espantosa forma, por el nazismo o por el estalinismo. ¿Puedo preguntarle
qué lo llevó a usted a marcharse antes de que empezara el horror? A fin de
cuentas, verse desterrado del propio país y de la lengua natal es una idea que
produce espanto a todos los escritores, y que pocos pondrían en práctica
voluntariamente. ¿Por qué lo hizo usted?
SINGER: Tenía todos los motivos del mundo para marcharme.
Yo era muy pesimista. Vi que Hitler estaba en el poder, en 1935, que aquello
suponía una amenaza de invasión para Polonia. Los nazis, como, por ejemplo,
Göring, sólo venían a Polonia de vacaciones, o a cazar. Luego, está el hecho de
que yo trabajaba para la prensa yiddish,
y la prensa yiddish llevaba bastante
tiempo, prácticamente desde que empezó, cayendo en picado. Y mi modo de vida se
hizo muy frugal, apenas lograba subsistir. Y lo más importante: en Estados
Unidos ya estaba mi hermano, que llevaba aquí dos años. De modo que tenía todos
los motivos para venirme a Estados Unidos.
ROTH: Y, al dejar Polonia, ¿no tenía usted miedo de
perder contacto con su materia prima literaria?
SINGER: Por supuesto que sí. Y más aún cuando llegué a
este país. Llego aquí, y me doy cuenta de que todo el mundo habla inglés. Vaya,
que iba a una reunión de Hadassah[14], esperando oír hablar yiddish, y me encontraba con doscientas
mujeres y la única palabra que oía decir era «delicioso», «delicioso». No sabía
lo que significaba, pero desde luego no era yiddish.
No sé qué les dieron de comer aquel día, pero aquellas mujeres no paraban de
decir «delicioso». Por cierto que ésa fue la primera palabra inglesa que
aprendí. Y lo lejos que quedaba Polonia, entonces. Cuando alguien de nuestra
intimidad se nos muere, en los primeros días de después de su muerte permanece
alejado de nosotros, tan lejos como puede estar una persona próxima. Pero con
los años se va acercando, hasta el punto de que llega uno casi a convivir con
él. Eso me ocurrió a mí. Polonia, la vida judía de Polonia, están ahora más
cerca de mí que antes.
Fuente:
Philip Roth
El oficio: un escritor, sus colegas y sus
obras
Título
original: Shop Talk: A Writer and his
Colleagues and their Work
Philip
Roth, 2001
Traducción:
Ramón Buenaventura
Editor
digital: German25
ePub
base r1.2
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