jueves, 12 de julio de 2018

Jorge Luis Borges. REVISTA. Sur, Buenos Aires, Año VII, N° 31, abril de 1937.


DOS FILMS
El agente secreto y Los muchachos de antes no usaban gomina.

Dos films he visto en dos consecutivas noches. El primero —en ambas acepciones de la palabra— "está inspirado en la novela de Joseph Conrad, El Agente Secreto". El mismo director lo asegura; debo confesar que sin él, yo hubiera dado con la filiación que señala, pero no con el respiratorio y divino verbo inspirar. Destreza fotográfica, torpeza cinematográfica: tales son los juicios tranquilos que me "inspira" el último film de Alfred Hitchcock. En cuanto a Joseph Conrad... Es indudable que, descontadas varias deformaciones, la fábula del film Sabotaje (1936) coincide con los hechos del relato The Secret Agent (1907); es también indudable que los hechos referidos por Conrad tienen un valor psicológico, sólo tienen un valor psicológico. Conrad propone a nuestra comprensión el destino y carácter de Mr. Verloc, hombre haragán, obeso y sentimental, que llega al "crimen" por obra de la confusión y del temor; Hitchcock prefiere traducirlo en un inescrutable satanás eslavo-germánico. Un pasaje del Secret Agent, casi profético, invalida y refuta esa traducción: "Había en Mr. Verloc ese aire peculiar de los hombres que viven de los vicios, de las locuras o de los temores más bajos de la humanidad; ese aire de nihilismo moral que es propio de los dueños de garitos y de prostíbulos; de los detectives particulares y de los miembros de la policía secreta; de los traficantes de alcohol y (lo sospecho) de quienes venden cinturones eléctricos o inventan específicos. Pero de los últimos no hablo, porque no he rebajado mi investigación a tales abismos. Es muy posible que su cara sea perfectamente diabólica. No me sorprendería. Lo que quiero decir es que Mr. Verloc nada tenía de diabólico". Hitchcock ha preferido desdeñar ese aviso. No deploro su curiosa infidelidad: deploro la tarea subalterna en que se ha empeñado. Conrad nos da la comprensión perfecta de un hombre que causa la muerte de un niño; Hitchcock dedica su arte (y los ojos oblicuos y dolientes de Sylvia Sidney) a que nos enternezca esa muerte. El empeño del uno fue intelectual; el del otro es apenas sentimental. Ello no es todo: el film —oh complementario, insípido horror— añade un episodio amoroso cuyos protagonistas, no menos continentes que enamorados, son la martirizada Mrs. Verloc y un gallardo y pulcro detective, disfrazado de verdulero.

El otro film informativamente se llama: Los muchachos de antes no usaban gomina. (Hay nombres informativos que son hermosos: El General murió al amanecer). Este —Los muchachos de antes, etcétera— es indudablemente uno de los mejores films argentinos que he visto: vale decir, uno de los peores del mundo. El diálogo es del todo increíble. Los personajes —doctores, patoteros y compadrones de 1906— hablan y viven en función de su diferencia con el año 1937. No existen fuera del color local y del color temporal. Hay una pelea a trompadas y otra a cuchillo. Los actores no saben canchar ni boxear, lo cual desluce un poco esos espectáculos.

El tema —el "nihilismo moral" o reblandecimiento progresivo de Buenos Aires— es, por cierto, atrayente. El director del film lo malogra. El héroe, que debería ser emblemático de la antigua virtud —y de la antigua incredulidad— es un porteño ya italianado, harto sensible a los bochornosos estímulos del patriotismo apócrifo y del tango sentimental.


Sur, Buenos Aires, Año VII, N° 31, abril de 1937. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

POESÍA CLÁSICA JAPONESA [KOKINWAKASHÜ] Traducción del japonés y edición de T orq uil D uthie

   NOTA SOBRE LA TRADUCCIÓN   El idioma japonés de la corte Heian, si bien tiene una relación histórica con el japonés moderno, tenía una es...

Páginas