WELLS,
PREVISOR
El
autor del Hombre invisible, de los Primeros hombres en la Luna, de la
Máquina del Tiempo y de la Isla del Doctor Moreau (he mencionado sus
mejores novelas, que no son por cierto las últimas) ha publicado en
un volumen de ciento cuarenta páginas el texto minucioso de su
reciente film Lo que vendrá. ¿Lo ha hecho tal vez para
desentenderse un poco del film, para que no lo juzguen responsable de
todo el film? La sospecha no es ilegítima. Por lo pronto, hay un
capítulo inicial de instrucciones que la justifica o tolera. Ahí
está escrito que los hombres del porvenir no se disfrazarán de
postes de telégrafos ni parecerán evadidos de una sala de
operaciones eléctricas ni corretearán de un lugar a otro, embutidos
en trajes luminosos de celofán, en recipientes de cristal o en
calderas de aluminio. "Quiero que Oswald Cabal (escribe Wells)
parezca un fino caballero, no un gladiador con su panoplia o un
demente acolchado... Nada de jazz ni de artefactos de pesadilla. En
ese mundo más organizado tiene que haber más tiempo, más dignidad.
Que todo sea más amplio, más grande, pero que no sea nunca
monstruoso". Desgraciadamente, el grandioso film que hemos visto
—grandioso en el sentido peor de esa mala palabra— se parece muy
poco a esas intenciones. Es verdad que no abundan las calderas de
celofán, las corbatas de aluminio, los gladiadores acolchados y los
dementes luminosos con su panoplia; pero la impresión general (harto
más importante que los detalles) es "de artefacto de
pesadilla". No me refiero a la primera parte, donde lo
monstruoso es deliberado; me refiero a la última, cuya disciplina
debería contrastar con el fárrago sangriento de la primera y que no
sólo no contrasta, sino que la supera en fealdad. Wells empieza
mostrándonos los terrores del futuro inmediato, visitado de plagas y
bombardeos; esa exposición es eficacísima. (Recuerdo un cielo
abierto que ennegrecen y ensucian los aeroplanos, obscenos y dañinos
como langostas). Luego —lo diré con palabras del autor— "el
film se ensancha para desplegar la visión grandiosa de un mundo
reconstruido". El ensanche es poco feliz: el cielo de Alexander
Korda y de Wells, como el de tantos otros escatólogos y
escenógrafos, no difiere muchísimo de su infierno y es todavía
menos encantador.
Otra
comprobación: las líneas memorables del libro no corresponden (no
pueden corresponder) a los instantes memorables del film. En la
página 19, Wells habla "de un entrevero de instantáneas que
muestren la confusa eficacia inadecuada de nuestro mundo". Como
era de prever, el contraste de las palabras confusión y eficacia
(para no mencionar el dictamen que hay en el epíteto inadecuada) no
ha sido traducido en imágenes. En la página 56, Wells habla del
aviador enmascarado Cabal, "destacándose contra el cielo, un
alto prodigio". La frase es bella; su versión fotográfica no
lo es. (Aunque lo hubiera sido, no correspondería nunca a la frase,
ya que las artes del retórico y del fotógrafo, son ¡oh clásico
fantasma de Efraim Lessing! del todo incomparables). Hay acertadas
fotografías, en cambio, que nada deben a las indicaciones del texto.
A
Wells le desagradan los tiranos pero los laboratorios le gustan; de
ahí su previsión de que los hombres de laboratorio se juntarán
para zurcir el mundo destrozado por los tiranos. La realidad no se
parece aún a su profecía: en 1936, casi toda la fuerza de los
tiranos deriva de su posesión de la tecnica. Wells venera los
chauffeurs y los aviadores; la ocupación tiránica de Abisinia fue
obra de los aviadores y de los cbauffeurs —y del temor, tal vez un
poco mitológico, de los perversos laboratorios de Hitler.
He
censurado la segunda parte del film; insisto en el elogio de la
primera, de operación tan saludable en esas personas que todavía se
figuran la guerra como una cabalgata romántica o una oportunidad de
picnics gloriosos y de turismo gratis.
Sur,
Buenos Aires, Año VI, N° 26, noviembre de 1936.
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