sábado, 30 de junio de 2018

Bret Easton Ellis American Psycho. LIBROS QUE ESTÁN PROHIBIDOS EN LA ACTUALIDAD.


Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 7 de marzo de 1964) es un novelista estadounidense, considerado el mayor exponente de la Generación X en literatura, y uno de los autores posmodernos más relevantes de la actualidad. 
Escritor polémico, ha dejado a pocos lectores indiferentes, suscitando críticas negativas y positivas por igual. Ha sido considerado por algunos críticos como el nuevo Ernest Hemingway, para luego ser relegado a un segundo plano por muchos debido a la supuesta frialdad y escabrosidad de su prosa. Es además, periodista, ensayista, editor de revistas literarias, conferenciante y académico.

***  
Esta novela de Bret Easton Ellis constituye una de las críticas más feroces que un escritor norteamericano ha hecho a su propio país: una sociedad autocomplaciente y orgullosa de si misma. Para su denuncia, el autor ha escogido un camino arriesgado: Patrick Bateman, el protagonista, no es un rebelde ni un paria; Patrick es un joven de éxito que, sin embargo, también es capaz de violar, torturar y asesinar. Como dijo Fay Weldom, American Psycho es de alguna forma el oscuro complemento de La hoguera de las vanidades, por cuanto descubre aquellos puntos negros de la vida de los supuestos triunfadores que la novela de Tom Wolfe quiso obviar.




Bret Easton Ellis


American Psycho




Título original: American Psycho
Bret Easton Ellis, 1991
Traducción: Mariano Antolín Rato
***
(Fragmento).

Inocentes

«PERDED TODA ESPERANZA AL TRASPASARME» está garabateado con letras rojo sangre en la fachada del Chemical Bank cerca de la esquina de la calle Once con la Primera Avenida y está escrito con caracteres lo bastante grandes como para que se vea desde el asiento trasero del taxi cuando éste avanza a sacudidas entre la circulación que deja Wall Street y justo cuando Timothy Price se fija en las palabras se detiene un autobús, con el anuncio de Les Misérables en el costado, tapándole la vista, pero a Price, que trabaja con Pierce & Pierce y tiene veintiséis años, no parece que le importe porque le dice al taxista que le dará cinco dólares si sube el volumen de la radio —«Be My Baby» suena en la WYNN— y el taxista, negro, no norteamericano, así lo hace.

Tengo recursos para dar y vender —está diciendo Price—. Soy creativo, soy joven, no tengo escrúpulos, estoy motivado a tope, soy ingenioso a tope. En esencia lo que digo es que la sociedad no puede permitirse el lujo de prescindir de mí. Soy una buena inversión. —Price se tranquiliza, continúa mirando por la sucia ventanilla del taxi, probablemente la palabra «MIEDO» de un grafiti escrito con un spray en la fachada de un McDonald’s de la esquina de la Cuarta con la Séptima—. Lo que quiero decir es que se mantiene el hecho de que a nadie le importa un pito su trabajo, que todo el mundo odia su trabajo, que yo odio mi trabajo, que me has dicho que odias el tuyo. ¿Qué puedo hacer? ¿Volver a Los Ángeles? No es una alternativa. Me cambié de la Universidad de California en Los Ángeles a la de Stanford para soportar esto. ¿Quiero decir que soy el único que piensa que no gana el suficiente dinero? —Como en una película, aparece otro autobús, otro cartel de Les Misérables remplaza a la palabra…, no es el mismo autobús porque alguien ha escrito la palabra «BOLLERA» encima de la cara de Eponine. Tim suelta bruscamente—: Tengo un piso aquí, tengo una casa en los Hamptons, por el amor de Dios.

Los padres, tío. Es por los padres.
No me la compré gracias a ellos. ¿Quiere subir el volumen de una jodida vez?
Esto no puede sonar más alto —puede que diga el taxista.
Timothy lo ignora y continúa irritado
Podría soportar el vivir en esta ciudad si les pusieran Blaupunkt a los taxis. Puede que hasta sistemas sintonizadores dinámicos ODM III o ORC II. —En este punto la voz se le ablanda—. Cualquiera de ellos. Son modernos, amigo mío, modernísimos.
Se quita del cuello el walkman de aspecto muy caro, y sigue quejándose.

Odio quejarme, de verdad que lo odio, de la basura, los desperdicios, la enfermedad, de lo sucia que está esta ciudad y sabes y yo sé que es una pocilga… —Sigue hablando mientras abre su nuevo attaché Tumi de piel de becerro que compró en D.F. Sanders. Mete el walkman dentro del attaché junto a un teléfono plegable portátil inalámbrico tamaño cartera (antes tenía un NEC 9000 Porta portátil) y saca el periódico de hoy—. En el de hoy, sólo en el de hoy…, vamos a ver…, modelos estranguladas, bebés tirados desde el techo de los edificios, niños asesinados en el metro, una reunión comunista, un jefe de la Mafia liquidado, nazis… —recorre las páginas con excitación—, jugadores de béisbol con sida, más porquería de la Mafia, atascos, vagabundos sin casa, diversos maníacos, enjambres de maricones llenando las calles, madres de alquiler, la supresión de una serie televisiva, niños que consiguen entrar en un zoológico y torturan y queman vivos a varios animales, más nazis…, y el chiste es, la gracia final es, que todo eso pasa en esta ciudad…, no en otro sitio, exactamente aquí, te traga, espera un momento, más nazis, atascos, atascos, vendedores de bebés, mercado negro de bebés, bebés con sida, bebés yanquis, un edificio que cae encima de un bebé, un bebé maníaco, atascos, un puente que se hunde… —Deja de hablar, respira a fondo y luego dice tranquilamente, con los ojos fijos en un mendigo de la esquina de la Segunda con la Quinta—: Ése hace el número veinticuatro de los que he visto hoy. Llevo la cuenta. —Luego pregunta, sin echar ni un vistazo—: ¿Por qué no llevas el blazer de estambre azul marino y los pantalones grises? —Price lleva un traje de lana y seda con seis botones de Ermeregildo Zegna, una camisa de algodón con puños franceses de Ike Behard, una corbata de seda de Ralph Lauren y zapatos de cuero de Fratelli Rossetti.

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