James
Graham Ballard (Shanghai, China, 18 de noviembre de 1930 - 19 de
abril de 2009) fue un escritor inglés de ciencia ficción con
escritos que, en su gran mayoría, describen mundos
distópicos.
Hijo
de padres ingleses, durante la Segunda Guerra Mundial fue encerrado
junto con su familia en un campo de concentración japonés,
experiencia que relataría en su obra `El imperio del sol`, propuesta
para el Booker Prize y ganadora del Guardian Fiction Prize, y que
acabó siendo llevada al cine Steven Spielberg en la película
homónima.
En
1946, su familia se traslada a Gran Bretaña e inicia estudios de
medicina en la Universidad de Cambridge, aunque no los completará. A
continuación, trabaja como redactor en un periódico técnico y como
portero del `Covent Garden` antes de incorporarse a la RAF como
piloto en Canadá. Una vez licenciado, trabaja durante seis años
como adjunto a la dirección de una revista científica para pasar,
más tarde, a dedicarse por completo a la literatura.
Sus
primeros cuentos datan de 1956 y en los años 60 se convierte en uno
de los autores de referencia de la llamada nueva ola de la ciencia
ficción inglesa. Su literatura desarrolla la problemática del siglo
XX, ya sean las catástrofes medioambientales o el efecto en el
hombre de la evolución tecnológica.
En
su primera novela, `El mundo sumergido` (1962), imagina las
consecuencias de un calentamiento global que provoca que los
casquetes polares se derritan, una de la primeras obras de clima
ficción. Le siguieron `El viento de ninguna parte` (1962), `La
sequía` (1965) y `El mundo de cristal` (1966), ambientada en un área
boscosa de África occidental que está, literalmente,
cristalizándose.
En
1973 publicó `Crash`, una meditación turbadora y explícita sobre
la relación entre el deseo sexual y los coches, y que provocó un
tenso debate sobre los límites de la censura contra la «obscenidad»
cuando David Cronenberg la adaptó al cine en 1996. La película
`Crash` estuvo a punto de no poder ser estrenada en Inglaterra. Tras
`Crash`, llegaron `La isla de cemento` (1974), `Rascacielos` (1975),
`Compañía de sueños ilimitada` (1979) y `Hola, América`
(1981).
En
1984, Ballard llegó a un público mucho más amplio con la obra
autobiográfica `El imperio del sol`, la historia de un niño en
tiempos de guerra que, luego, continuó en `La bondad de las mujeres`
(1991). `El día de la creación`, otra novela situada en África, se
publicó en 1987, y `Desbocado` lo hizo en 1988.
Sus
siguientes novelas fueron `Fuga al paraíso` (1994), un relato
apocalíptico que transcurre en un atolón del Pacífico, `Noches de
cocaína` (1996) y `Super-Cannes` (2000), ambas reelaboraciones de la
novela negra clásica en una decadente Costa del Sol, la primera, y
en la Riviera, la segunda. Ballard fue también un autor de relatos
muy prolífico y, en 1996, apareció su colección de ensayos y
reseñas `Guía del milenio para el usuario`
***
Nos
encontramos ante una novela que no se parece en nada a cualquier
historia de catástrofes que pueda conocer el lector ocasional de CF.
Aquí no hay una sociedad que haya sobrevivido a los embates del
ambiente y esté empezando una lenta reconstrucción, ni Kerans es un
héroe que vaya deshaciendo entuertos sobre una lancha a motor a
golpe de ametralladora por las calles de ese Londres antidiluviano
(de hecho, cuando tiene que enfrentarse físicamente a algún
contratiempo es vencido sin problemas). No. Ballard elige su camino,
mostrándonos a Kerans como una persona perfectamente cuerda,
explorando lo que le está pasando y asumiendo ese cambio que se
produce en su interior. Al final de la novela Kerans se adentra en la
jungla que está cubriendo de nuevo el planeta, en paz consigo mismo
a pesar que su muerte se da por segura.
Seguramente
estamos ante la mejor novela de Ballard que, cuando está lejos del
experimentalismo de ciertos relatos y de los excesos de alguna de sus
novelas posteriores (tengo en mente Crash), es un escritor
inteligente, de prosa envolvente y onírica, capaz de hacernos ver un
descenso a la locura como algo completamente necesario. Y como toda
su literatura, engancha. Una vez que te ha pillado, ya no podrás escapar.
***
Mares, pantanos y lagunas
cubren la mayor parte de la Tierra. El aumento de la temperatura ha
propiciado un clima tropical, de manera que la flora y la fauna
proliferan de forma extraordinaria y el mundo parece volver al
triásico. Los pocos humanos deben desplazarse en embarcaciones y
sobrevivir con los escasos restos de civilización que pueden
encontrar en los pisos más altos de los rascacielos ahora
sumergidos. Viven continuamente amenazados por animales, insectos y
enfermedades, que ahora son difíciles de combatir. En este mundo,
Kerans intenta sobrevivir, aunque muchas veces parece más el aliado
que el enemigo de una naturaleza que intenta eliminar al hombre. Sin
embargo, más allá de la aventura, el desarrollo psicológico de los
personajes encuentra su reflejo en imágenes maravillosas y
sorprendentes, pues la lucha se plantea también dentro de cada
persona y entre ellas, porque el infortunio común no es obstáculo
para seguir con envidias, rivalidades y egoísmos.
El mundo de sumergido de J. G.
Ballard, forma parte de una serie de cuatro libros que narran las
distintas formas en las que el mundo es destruido. El mundo sumergido
(1962), El viento de ninguna parte (1962), La sequía (1965) y por
último, El mundo de cristal (1966) quizá la más peculiar de todas.
Hijo de padres ingleses, durante la Segunda Guerra Mundial fue encerrado junto con su familia en un campo de concentración japonés, experiencia que relataría en su obra `El imperio del sol`, propuesta para el Booker Prize y ganadora del Guardian Fiction Prize, y que acabó siendo llevada al cine Steven Spielberg en la película homónima.
En 1946, su familia se traslada a Gran Bretaña e inicia estudios de medicina en la Universidad de Cambridge, aunque no los completará. A continuación, trabaja como redactor en un periódico técnico y como portero del `Covent Garden` antes de incorporarse a la RAF como piloto en Canadá. Una vez licenciado, trabaja durante seis años como adjunto a la dirección de una revista científica para pasar, más tarde, a dedicarse por completo a la literatura.
Sus primeros cuentos datan de 1956 y en los años 60 se convierte en uno de los autores de referencia de la llamada nueva ola de la ciencia ficción inglesa. Su literatura desarrolla la problemática del siglo XX, ya sean las catástrofes medioambientales o el efecto en el hombre de la evolución tecnológica.
En su primera novela, `El mundo sumergido` (1962), imagina las consecuencias de un calentamiento global que provoca que los casquetes polares se derritan, una de la primeras obras de clima ficción. Le siguieron `El viento de ninguna parte` (1962), `La sequía` (1965) y `El mundo de cristal` (1966), ambientada en un área boscosa de África occidental que está, literalmente, cristalizándose.
En 1973 publicó `Crash`, una meditación turbadora y explícita sobre la relación entre el deseo sexual y los coches, y que provocó un tenso debate sobre los límites de la censura contra la «obscenidad» cuando David Cronenberg la adaptó al cine en 1996. La película `Crash` estuvo a punto de no poder ser estrenada en Inglaterra. Tras `Crash`, llegaron `La isla de cemento` (1974), `Rascacielos` (1975), `Compañía de sueños ilimitada` (1979) y `Hola, América` (1981).
En 1984, Ballard llegó a un público mucho más amplio con la obra autobiográfica `El imperio del sol`, la historia de un niño en tiempos de guerra que, luego, continuó en `La bondad de las mujeres` (1991). `El día de la creación`, otra novela situada en África, se publicó en 1987, y `Desbocado` lo hizo en 1988.
Sus siguientes novelas fueron `Fuga al paraíso` (1994), un relato apocalíptico que transcurre en un atolón del Pacífico, `Noches de cocaína` (1996) y `Super-Cannes` (2000), ambas reelaboraciones de la novela negra clásica en una decadente Costa del Sol, la primera, y en la Riviera, la segunda. Ballard fue también un autor de relatos muy prolífico y, en 1996, apareció su colección de ensayos y reseñas `Guía del milenio para el usuario`
Seguramente estamos ante la mejor novela de Ballard que, cuando está lejos del experimentalismo de ciertos relatos y de los excesos de alguna de sus novelas posteriores (tengo en mente Crash), es un escritor inteligente, de prosa envolvente y onírica, capaz de hacernos ver un descenso a la locura como algo completamente necesario. Y como toda su literatura, engancha. Una vez que te ha pillado, ya no podrás escapar.
(Recopilador: Dr. Enrico Pugliatti).
(Fragmento).
1
En la playa del Ritz
PRONTO haría demasiado calor.
Kerans se asomó al balcón del hotel, poco después de las ocho, y
observó cómo el sol subía detrás de las matas espesas, las
gimnospermas gigantes que se amontonaban sobre los techos de los
almacenes abandonados, a cuatrocientos metros de distancia, en el
lado oriental de la laguna. El implacable poder del sol atravesaba
las frondas tupidas y oliváceas, y los rayos refractados y romos
martilleaban el pecho y los hombros desnudos de Kerans, que
transpiraba ahora. Kerans se puso un par de lentes oscuros,
protegiéndose los ojos. El disco solar no era ya una esfera
definida, sino una vasta elipse creciente que se extendía en abanico
a lo largo del horizonte oriental, como una colosal bola de fuego,
transformando con sus reflejos la superficie plúmbea e inerte de la
laguna en un brillante escudo de cobre. Al mediodía, cuatro horas
más tarde, el agua parecería un fuego encendido.
Comúnmente, Kerans se
despertaba a las cinco, y llegaba al laboratorio biológico a tiempo
para trabajar cuatro o cinco horas antes que el calor fuese
intolerable, pero esta mañana se resistía a abandonar el refugio
herméticamente cerrado y fresco de las habitaciones del hotel. Había
empleado dos horas sólo en el desayuno, y luego completó seis
páginas de su diario, retrasando deliberadamente la partida hasta
que el coronel Riggs pasase por el hotel en la lancha, sabiendo que
entonces seria demasiado tarde para ir al laboratorio. El coronel
tenía la costumbre de quedarse charlando una hora, principalmente
cuando podía animarse con unas pocas rondas de aperitivo, y no se
iría antes de las once y media, hora del almuerzo en la base.
Por alguna razón, no obstante,
Riggs se había retrasado. Quizá había dado un rodeo más largo que
de costumbre por las lagunas próximas, o esperaba a que Kerans
llegara al laboratorio. Durante un instante Kerans pensó en tratar
de comunicarse con Riggs mediante el transmisor de radio del salón,
pero el aparato estaba sepultado bajo una pila de libros, y tenía la
batería descargada. La primera emisión matutina de alegres
canciones populares y noticias locales —el ataque de dos iguanas a
un helicóptero la noche anterior, los últimos informes sobre
temperatura y humedad— se había interrumpido bruscamente, y el
cabo encargado de la estación de radio en la base le había
protestado a Riggs. Pero el coronel sabía que Kerans deseaba cortar,
inconscientemente, todo lazo con la base —el cuidadoso descuido de
la pila de libros que ocultaba el aparato contrastaba de un modo
demasiado obvio con el orden minucioso de Kerans en todo lo demás—
y aceptaba con tolerancia esa necesidad de aislamiento Kerans se
apoyó en la barandilla del balcón —el agua estancada, diez pisos
más abajo, reflejó los hombros angulosos y el perfil aquilino— y
observó una de las innumerables perturbaciones térmicas. La
tempestad irrumpía en un monte de helechos enormes, a orillas del
arroyo que nacía en la laguna. Atrapadas entre los edificios de
alrededor y los estratos de inversión a treinta metros sobre el
agua, las bolsas de aire se calentaban rápidamente y estallaban
subiendo como globos aerostáticos, dejando detrás un vacío que
detonaba de pronto. Las nubes de vapor que flotaban sobre el arroyo
se dispersaban en unos pocos segundos, y un violento tornado en
miniatura azotaba las plantas de veinte metros de altura abatiéndolas
como cerillas. Luego, también bruscamente, la tempestad se
desvanecía, y las grandes columnas de los troncos flotaban juntas en
el agua como caimanes perezosos.
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