lunes, 17 de julio de 2017

Élmer Mendoza nació en Culiacán, México, en 1949. BESAR AL DETECTIIVE.


Élmer Mendoza nació en Culiacán, México, en 1949.
BESAR AL DETECTIIVE.
Los pobres resultados de la investigación sobre el sangriento homicidio de un adivinador, obligan al Zurdo Mendieta a echar mano de sus contactos dentro del oscuro mundo del narcotráfico. Pero, como todos los favores, ninguno es gratuito. Esta búsqueda lo pone de nuevo en la mira y al reencuentro de su vieja amiga Samantha Valdés, jefa del Cártel del Pacífico, quien tras sufrir un atentado se halla convaleciente en un hospital, rodeada de inútiles agentes especiales y un desconfiado ejército mexicano.
Como pago por la información sobre el homicida del adivino, al Zurdo no le queda más remedio que ayudar a la jefa a escapar. Lo consiguen mediante un plan descabellado y mucha adrenalina, aunque el rostro del detective es identificado y su misión queda truncada.
En la clandestinidad y con un futuro incierto, el Zurdo revive un traumático evento que remueve su miedo y lo regresa a la calle: su hijo ha sido secuestrado en Los Ángeles. Con ayuda del cártel viaja a Estados Unidos, donde descubre una enmarañada situación en la que reina la confusión operada por el FBI, que esconde intereses de gran alcance que Mendieta no alcanza a vislumbrar.

Éste es el regreso del Zurdo Mendieta, en una vibrante novela que explora el entramado de traiciones, pactos y conspiraciones de una sociedad en la que el crimen organizado forma parte indisoluble de la realidad cotidiana. Una vez más, de la mano del Zurdo y su inconfundible carácter, el lector se enfrentará a un complejo rompecabezas donde la frontera que divide la ley del crimen pierde su definición.

Fuente:

Compilador Dr: Enrico Pugliatti.

***

BESAR AL DETECTIVE.
(Fragmento).
  Título original: Besar al detective

  Élmer Mendoza, 2015

  Editor digital: orhi-Meddle

  ePub base r1.2

 


  Para Leonor



    Así se abre la puerta de las versiones.
  LUIS JORGE BOONE,
  Por boca de las sombras

  La venganza es un plato que se come frío.
  Dicho popular


  1


  Nadie se lo aconsejó. Simplemente decidió que había que reunirse en Tijuana y pidió a Max Garcés que hiciera los arreglos. Sólo a los del norte, Max, necesitamos reforzar algunos puntos y en Tijuana siempre hay un clima acogedor. A Garcés le extrañó pero igual telefoneó a los implicados, pensó que quizá quería ver a su hijo que por esas fechas cumplía once años, o ir de compras en algunas tiendas que le gustaban. La Hiena Wong se opuso de inmediato. Max, Tijuana no es confiable, es un pinche hervidero, mejor en Mexicali, aquí tenemos todo bajo control. Se lo comentaré; por lo pronto, prepárate, ya la conoces. En Tijuana, Frank Monge se tardó en responder: ¿estás seguro? Para mí que el lugar más apropiado para ella es Culiacán, si recuerdas, su padre jamás se movió más allá de Bachigualato. Son otros tiempos, Frank, ni modo, además es nuestro territorio, o qué, ¿tan jodidos estamos que no podemos encerrar al chamuco unas cuantas horas para tener una reunión tranquila? Aquí es difícil saberlo, mejor manda gente de confianza; como dices tú, tiempos traen tiempos y más vale prevenir que lamentar. Los de San Luis Río Colorado, Nogales y Agua Prieta no hicieron comentarios. Los de San Francisco, Los Ángeles, San diego y Phoenix, tampoco. Hacía más de un año que había terminado la guerra contra el narco y el negocio marchaba como cuchillo en mantequilla, aunque la reducción de muertos era minúscula.
  El diablo Urquídez, que tenía un hijo pequeño, y el Chóper Tarriba, que salía con la más reciente miss Sinaloa, se hallaban listos para acompañar a su jefa, que apareció con un entallado traje rojo y una mascada negra. Guapísima. Si sus preocupaciones eran muchas no se le notaba. Era media tarde. Una avioneta la esperaba en una pista clandestina por el rumbo de El Salado, en las afueras de la ciudad. Cerca del golfo de Santa Clara, en el mar de Cortés, bajarían en la carretera que cruzaba el Gran desierto de Altar y de allí seguiría por tierra hasta Rosarito, donde disponía de una casa discreta. Sin embargo, alguien tenía otros planes.
  Justo en la cima del puente que se alza donde termina la Costerita para tomar la carretera libre a Mazatlán, contiguo al panteón Jardines del Humaya, los estaban esperando. Un bazucazo en el motor de la hummer negra que transportaba a la capisa los detuvo en seco. Incendio expedito. Chirridos. Frenadas. Qué onda, mi Chóper, el Diablo era el conductor. Nada, mi Diablo, hay fiesta y somos los invitados. Llamas en el frente de la camioneta. Disparos por todos lados. Es una emboscada, exclamó Samantha Valdés, adrenalizada al cien. Pásenme un fierro, plebes. El Chóper le acercó un Cuerno, a su vez bajó el cristal blindado y disparó el suyo, ella procedió igual. Señora, espere, sugirió el Diablo. Hay que salir de aquí antes de que nos llegue la lumbre. Al lado, desde una camioneta, que también acribillaron pero que no ardía, Max Garcés envió un bazucazo que voló por los aires un vehículo de los muchos que bloqueaban el paso. Ratatatat. Pum pum. Intenso tiroteo sobre la hummer en llamas. Black black. Pum. Los conductores que no tenían que ver, los que no pudieron huir, se acomodaron en el piso de sus autos transpirando y rezando. El Chóper y el Diablo pusieron pie a tierra sin dejar de disparar, resguardándose tras las portezuelas. La balacera se incrementó de tal manera que pronto los blindajes de los vehículos cedieron. Vamos, señora, gritó el Diablo abriendo la portezuela trasera. Tenemos que borrarnos. Vayan la señora y tú, yo los cubro; el Chóper Tarriba disfrutaba rafagueando el amplio campo enemigo; el Diablo miró adentro y encontró que Samantha Valdés estaba herida y se estaba ahogando en su propia sangre. Ah, cabrón, pálida y temblorosa. Hirieron a la jefa, mi Chóper, desmadejada y religiosa. Voy a sacarla de aquí. El vestido manchado. Muévele que estos están bien cabrones.
  La cargó en brazos y corrió con ella mientras la camioneta le servía de escudo. Max, que vio la acción, ordenó fuego graneado y siguió al joven pistolero con su AK vomitando lumbre. Los autos que se detuvieron detrás de ellos se veían desocupados y algunos lo estaban. Fue hasta que bajaron el puente que encontraron uno que era posible sacar de la aglomeración. Apearon al aterrado conductor y se marcharon rápido. La balacera era incesante. La jefa sangraba por nariz y boca, maldecía y no había tiempo que perder. Max consiguió el número de la clínica Virgen Purísima y hacia allá se lanzaron.
  Todavía los persiguieron dos camionetas que salieron del panteón. Para su fortuna, el carro que habían tomado era del año y pronto las perdieron. Encontraron dos patrullas de la división de narcóticos que iban tendidas al lugar de los hechos. Sabían que las balaceras de este tipo les concernían.
  Al llegar los esperaba un médico alto y pelirrojo que acompañó a la herida hasta el quirófano. ¿Cómo la ve, doctor? El Diablo lo miró acucioso. Muy grave, no la garantizo. Samantha había perdido mucha sangre, estaba desmayada, el vestido hecho un asco y sin mascada. El Diablo tuvo ganas de amenazarlo pero la premura con que el doctor conducía a la paciente no le dio tiempo. Max fue atendido de una herida leve en un hombro. ¿Cómo se llama el pelirrojo? Doctor Jiménez, es el mejor, manifestó la enfermera que le hacía el trabajo. ¿Y sus hombres? Se aferró a la posibilidad de que hubieran salido poco afectados, cuando los dejó sólo había dos muertos. Desde luego que tres asuntos ocupaban su mente, ¿por qué no envió una vanguardia?, ¿por qué su camioneta no iba delante de la señora?, ¿quién estaba detrás de esto? Más le valía a Samantha Valdés salir con bien; su hijo estaba muy pequeño para ponerse al frente del negocio y les habían enviado un aviso difícil de ignorar.
  Al rato todo el cártel tenía la información de que la jefa estaba levemente herida, recibiendo primeros auxilios, conversando tranquilamente con su madre y con el médico que la atendía. Todo muy bien, pero en el fondo Max Garcés comprendía que había cometido un error, y que ahí se vislumbraba un enemigo, que por lo que intentó, nada tenía de pequeño.
  Meditaba en la calle, recargado en una ambulancia. Frente a él, circuló despacio una patrulla de la Policía Ministerial con las luces encendidas pero sin sirena. Acarició su pistola pero ellos siguieron de largo como si nada. Más les valía largarse, aún no llegaban a un acuerdo con las nuevas autoridades y eso complicaba las cosas. ¿A quién se le ocurrió esta madre? Lo voy a colgar de los huevos al cabrón. ¿Quién tiene o puede contratar tanta gente como para bloquear un puente? No muchos. En el quirófano, Jiménez sabía que sólo tenía una oportunidad.
  En la ciudad de México, en una oficina elegante por cuya ventana se veía un jardín iluminado por el atardecer de abril, un celular y un teléfono fijo sonaron a la vez. Una mano con tres dedos eligió.

  2


  Dentro del perímetro precintado, el zurdo Mendieta y Gris Toledo observaron brevemente el cuerpo desmadejado de un hombre joven. Tenía el tiro de gracia y cocido el pecho a balazos. Rictus horrible. Debió caer como una pinche marioneta loca, reflexionó el detective. Afeitado, vestido de azul rey, ropa de marca, camisa ensangrentada. Los técnicos trabajaban en un pequeño espacio del parque ecológico al lado del Centro de Ciencias de Sinaloa, sobre el zacate, entre árboles jóvenes y a la vera de una pista de curvas caprichosas que los corredores disfrutaban. Eran las siete y treinta y cuatro de la tarde y a principios de mayo la oscuridad es leve. Varias personas de todas las edades caminaban o corrían lo más lejos posible de donde laboraba la policía. ¿Por qué matan a tipos como él?, ¿cuál fue su culpa?, ¿quién se lo echó? No les interesó ocultar su obra, ¿en qué caso un asesino hace eso? Los periodistas tomaron fotos, datos y se marcharon a escribir su nota, menos Daniel Quiroz, a quien le gustaba provocar al Zurdo con agudos cuestionamientos. ¿Crees que esto sea un indicador de que la ciudad está condenada a sufrir violencia en los próximos años? ¿Por qué no consultas mis bolas? Son de cristal y ahí está todo, papá. Dame tu teoría, pues. Cagatinta, soy placa, no soy adivino y menos político. Gris observaba la escena con sumo cuidado, rumiando, haciendo fotos y dictándole a su celular: martes, veintiocho de abril, hay pequeñas plantas pisoteadas: quizá se resistió o son las huellas del asesino. Estoy seguro de que tienes una idea. Eso sí: por la forma, tantos balazos y eso, estoy entre que fue al Capone o Escobar Gaviria. Pinche Zurdo, si no fueras mi compa te despedazaba. Y yo te metía preso, te acusaba de estupro y te entregaba a los reclusos más jariosos. Te desprestigiaría machín. Y por si te gustaba, te pondría una habitación especial para que hicieras tus cochinadas. No te la ibas a acabar con la prensa encima, ya sabes cómo nos las gastamos cuando vamos sobre algún funcionario. Interrumpió Ortega con cara de agobio. Zurdo, su cartera contiene una credencial del IFE, se llama Leopoldo Gámez, treinta y seis años, mil ochocientos pesos en billetes de doscientos, un dólar de la suerte, una tarjeta de crédito, una de ahorro y un cachito de lotería; encontramos ocho cascajos, podría ser una Sig Sauer 9 mm. ¿Estás seguro? Tanto como que el comandante es el mejor policía del mundo. Sonrieron. Deja anotar la dirección, el detective sacó una pequeña libreta azul. Esa raza que anda caminando, ¿vería algo? No creo, y si a alguien le tocó seguro se quedará callado, la gente no quiere bronca. Anotó: celular no. Tiene entre dos y tres horas de muerto, expresó Montaño acercándose, el cuerpo aún es dúctil, una bala le atravesó la cabeza y catorce le destrozaron el tórax. O sea que andaba de suerte el bato. Al menos no sufrió. ¿Encontraste ocho cascajos? Quizá le pegaron siete en algún lugar y el resto aquí. No sabía que supieras contar. Queridos amigos, los tengo que dejar, hay un capullito esperándome, en cuanto a éste ya ordené que lo lleven a la Unidad, los muchachos le harán la autopsia y si no tienen inconveniente y aparecen los familiares, en la mañana entregamos el cuerpo. Vas a morir arriba, pinche Montaño. Mientras eso llega pienso disfrutar al máximo, me quedan unos treinta y nueve años de loco placer, después tendré que administrarme; agente Toledo, como siempre fue un gusto saludarla. Igualmente, doctor. Admiro la perfección de su cuerpo, su pelo tan hermoso. Deje de decir tonterías, doctor, y como ya hizo su trabajo, puede largarse por donde vino. El forense se alejó sonriendo, pensando: Vas a caer, palomita, ya verás, y te gustará tanto que te arrepentirás del tiempo perdido. Ortega dio las últimas instrucciones y se marchó, arguyó que necesitaba un abrazo de su mujer. Quiroz hizo unas fotos y se despidió; si encontraba a Pineda, a quien perseguía desde hacía tres horas, cuando ocurrió un tiroteo en el panteón Jardines del Humaya, podría tener la de ocho. Oye, Zurdo, ¿sabes algo sobre una balacera en el puente donde termina la Costerita? Nada. Levantaron el cadáver y tres minutos después sólo quedó el precintado amarillo, un poli que cuidaría que nadie violara la zona y los agentes Terminator y Camello, que observaban sin saber cómo comportarse.
  Gris, aquí tienes la dirección, manda a Termi y al Camello que notifiquen a la familia, que lo identifiquen ahora, aunque hasta mañana podrán recoger el cuerpo en el Semefo. ¿Les damos esa tarea? Para que se despabilen esos cabrones; ¿sabes por qué los prefiero al resto? Usted dirá. Por honrados. Es cierto: los consideran tontos pero no se les sabe nada. Aunque, como dicen, quién sabe quién sea más peligroso: un honrado o un corrupto. De los pendejos no hay duda, ¿verdad? Parece que no.
  A pocos metros, el Centro de Ciencias resplandecía; al otro extremo, el jardín botánico era una mancha oscura. Gris dio la orden y tomó un taxi a Forum, quería comprar un regalo para el día de las madres y ropa íntima para ella; el zurdo subió a su Jetta, encendió el estéreo y se escuchó Have You Ever Seen the Rain? Versión de Rod Stewart. Bajó el volumen, revisó sus notas, le marcó al comandante Briseño que no respondió y restableció el sonido.
  Veinte minutos después llegó a su casa. Mientras contemplaba la reja de su cochera sin moverse, escuchando Something Stupid con Nicole Kidman y Robbie Williams, pensó que debía electrificarla, que una mano de pintura no le vendría mal; pero eso le ocurría cada noche cuando le daba flojera bajar a abrir. ¿Por qué matar a un hombre como Gámez, aparentemente correcto?, ¿había una lección que dar a alguien o algo que recordarle? Hay quienes mandan mensajes con cadáveres; también tenemos gente que mata por matar pero, ¿así, con esa saña? Asesinar es protagónico, sin duda, ¿pero a ese grado? Debe haber un engendro detrás de esto. Advirtió que se acercaba un tipo por su izquierda, sacó la Walther P99 de la guantera y se la puso entre las piernas. ¿Qué onda? Recordó a su hermano, la lejana tarde en que se encontraron en su cuarto, cuando Enrique era un jovencito y él un niño. ¿Qué haces, morro? Aquí nomás, escuchando a los Beatles. Por un pelo y lo pilla con la Playboy.
  Eh, Zurdo, ¿te acuerdas de mí? Delgado y de baja estatura, gorra de los Tomateros, playera oscura, tenis, jeans holgados. Lo observó con la leve luz de la cochera. La verdad no. Soy Ignacio Daut. El Zurdo lo miró de pies a cabeza sin conectar. Pues sigo sin completarte, qué onda. Cabrón, soy el Piojo, hijo de doña Pina, de la Séptima, pinche calle ya ni se llama así. Mendieta lo contempló y lo recordó perfectamente. Pinche Piojo, estás cabrón, ¿cómo te voy a reconocer? Vienes disfrazado de gente decente. Apagó el carro y se bajó. Es lo que soy ahora, mi Zurdo, cubro mis impuestos, voy a misa los domingos y celebro el día de la Independencia por partida doble: el cuatro de julio por donde vivo y el dieciséis de septiembre por México lindo y querido. Se abrazaron. Eso quiere decir que los milagros existen. De que existen, existen, mi zurdo, a poco no. ¿Qué onda? El Foreman Castelo me dio tus señas. ¿Ese maricón? Hace más de un año que no lo wacho. Está bien, es gente decente también, te manda saludos. Órale. Aquí vivías de niño, ¿verdad? Iz barniz, mi Piojo, es mi cantón de toda la vida. ¿Llegas de la chamba? Si le puedo llamar así. Me dijo el Foreman que eras placa, pero ya lo sabía, hace como cuatro años me encontré a tu carnal en Oakland y me contó. Ese enrique es un pinche chismoso, y tú, ¿qué onda? A Mendieta le ganó la ansiedad, la última vez que vio al Piojo vestía botas de piel de avestruz y una camisa de seda. ¿Podemos platicar? Si no es mucha molestia. Claro que no, quieres aquí en la casa o te invito con el Meño. Esa taquería ya no existe, mi Piojo. Lástima, los de perro eran insuperables. ¿Habría de otros? Francamente, no.
  Fueron a los Tacos Sonora. El zurdo ordenó tres de carne asada, Daut, cuatro, dos vampiros y una quesadilla, además de una jarra de agua de cebada para los dos.
  En el camino le contó que tenía tres días en Culiacán, que había vivido diecisiete años en Los Ángeles donde seguía su familia: esposa y dos hijos, varón y mujer. A la gringa, mi Zurdo. Preguntó si sabía por qué había desaparecido del barrio. Mendieta lo tenía presente pero lo negó. Quiso saber si recordaba al Cacarizo Long. El Zurdo sabía que estaba muerto pero dijo que no. ¿Qué clase de poli eres, pinche Zurdo? Uno bien cabrón pero muy desmemoriado. Mendieta sabía además que Daut había matado al Cacarizo porque violó a su hermana de catorce años y que por eso había perdido la tierra. El Piojo le contó varias cosas intrascendentes hasta que llegaron al restaurante.
  Me va bien allá, mi zurdo, tenemos una fábrica de tortillas; mis hijos ya crecieron, no quisieron estudiar así que le entraron al negocio. El zurdo se acordó de Jason, tenían una semana sin hablarse. Mendieta sabía que lo había buscado para algo y no quiso esperar. ¿Estás de vacaciones? No, regresé a vivir aquí, y solo; mi familia se quedó en Los Ángeles. No entiendo, si estás tan bien, ¿por qué te viniste, cabrón?, ¿acaso no te echabas tus güilos con Pamela Anderson? Daut sonrió, terminó de masticar. Pronto voy a morir, mi zurdo. Qué novedad, pensó el detective, esperó un momento y preguntó. ¿Qué padeces? Nada, estoy muy sano. ¿Entonces? Me van a dar cran, y prefiero que sea aquí, en mi tierra. Ah, cabrón, ¿y se puede saber quién? La gente del Cacarizo, han madurado y por buena fuente sé que desde el año pasado están cobrando facturas; quizá sepas que yo le di pabajo al bato antes de largarme pal otro lado. Pasó un minuto. No comprendo por qué debía yo saber lo que te espera. Bueno, siempre me caíste bien y quería contártelo. ¿Quién lo hará? Quizá su hijo, ya cumplió diecinueve y es igual de chino que su pinche padre. ¿Vive aquí? No, pero vendrá a buscarme. Te le estás poniendo de pechito, ¿verdad? No, sólo quiero que sepa que no le tengo miedo y que va a matar a un hombre. Órale. Pensó que llegado el caso se lo comentaría a Pineda, que era el jefe de narcóticos, aunque estaba seguro de que de nada serviría. Si puedes, defiéndete. Mi Zurdo, gracias por la autorización, no esperaba menos de ti. Sonrieron. ¿Dejó varios hijos? Sólo ése, las demás son morritas y ellas, mientras no se casen no pintan en este enredo, ¿te echas otros dos? Estoy bien, gracias. Daut pagó, le pidió al Zurdo que lo dejara en el templo de la Santa Cruz, quería caminar, y quedaron de verse otro día. Mendieta no terminaba de entender por qué le había confiado lo del chino Long, que había sido gente cruel y sin escrúpulos, y la amenaza del hijo. Tenían diecisiete años sin verse y sólo quería conversar, ¿sería posible? Cambió el cedé: Brown Eyed Girls con Van Morrison. Quizá sí, a veces uno necesita sacar sus trapos al tendedero para no enloquecer.
  En su casa abrió rápidamente la cochera: con una cena era suficiente. Le marcó a Jason. Respondió somnoliento. Soy Edgar, ¿cómo estás? Papá, qué tal; bien, estuve haciendo un trabajo toda la tarde y me quedé dormido. Los ángeles también duermen, eh. Me hace falta un viaje a Culiacán para cargar la pila. En vacaciones de verano le caes, tengo ganas de verte; ¿arreglaste lo del maestro que te molestaba? ¿El señor Salinger? Renunció y se mudó a Boston. No dejes que te afecte y tampoco dejes cabos sueltos; si vas a ser poli aprende eso de una vez. Estoy entrenando de nuevo para correr la milla, en dos meses estaré a punto para una competencia entre academias de policías. Pobres cabrones, van a morder el polvo machín. También estoy escuchando tu música, nada mal, eh. Los buenos gustos ayudan a tener buena vida, mijo. Algunos menos cool pero agradables. A pesar de los años resisten críticas tan severas como la tuya. Bob Dylan es otra cosa. Canta feo, pero es jefe indiscutible. Charlaron de cantantes hasta despedirse. El Zurdo quedó con una sensación reconfortante: tenía a Jason y esa emoción no la cambiaba por nada. Pinche muchacho, es más cabrón que bonito, pensó marcarle a la madre, Susana Luján, mas desistió con un ligero temblor. Pinche vieja, no vuelvo a caer en sus garras ni aunque me vuelvan a parir, año y medio antes se habían comprometido y el Zurdo se enamoró de nuevo, pero ella se esfumó sin explicar nada. Bebió su whisky de una y se sirvió otro. Pues sí, ni modo que qué: hay heridas que nunca se curan. Se recostó en la cama, encendió la tele, pasaban Notting Hill, con Hugh Grant y Julia roberts, corría la escena de la librería, cuando ella le dice que no es más que una chica pidiéndole a un chico que la ame. Qué belleza, se clavó. Pasaron dos minutos de comerciales y justo al final, cuando Grant entra a la rueda de prensa, sonó el celular con el Séptimo de caballería. No, por favor. Respondió porque era Gris Toledo. Habla rápido o calla para siempre. Jefe, Leopoldo Gámez era adivino. ¿Y? Según los muchachos, su madre y un hermano lo reconocieron y les dijeron eso, ella soltó que fue víctima de un narquillo que apodan el Gavilán. Le llamaré a Pineda por la mañana, ahora debe andar muy ocupado con la balacera del sur, ¿escuchaste algo? Dicen que estuvo macabra. Quizá fueron más los vivos que los muertos; bueno, relájate que te veo algo tensa. Buenas noches, jefe, que sueñe con los angelitos. En la tele pasaban los créditos. Se levantó, se lavó los dientes, se bebió otro whisky doble y se fue a la cama. Empezó Back to the Future, pero se quedó dormido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

Un cuervo llamado Bertolino Fragmento Novela EL HACEDOR DE SOMBRAS

  Un cuervo llamado Bertolino A la semana exacta de heredar el anillo con la piedra púrpura, me dirigí a la Torre de los Cuervos. No lo hací...

Páginas