viernes, 28 de abril de 2017

PRINCIPIOS NOCTURNOS. J. Méndez - Limbrick. Pecado de la soberbia. Años de: 1963-1970.


(Fragmento. Inédito. Novela. . J. Méndez - Limbrick.
Pecado de la soberbia. Años de: 1963-1970.
Gloucestershire, Inglaterra. París, Francia.

(...)
Inglaterra había sido el punto de partida y se convertiría poco a poco en mi estancia natural. Además, mis sirvientes –siempre lo sospeché– tenían cierto apego a las tradiciones inglesas. En ningún tiempo manifestaron una inclinación abierta hacia la tierra de mis antepasados, pero bastaba no estar en suelo inglés y, si escuchaban que regresaríamos a la Rutland-Hall de Gloucestershire, el ambiente demoníaco se transmutaba a un orden divino de lo armónico. Se respiraba un ethos de quietud a nuestro alrededor.
 Quizá la flema británica seducía a la mayoría del séquito, y ¿por qué no? Los embargaba por ser un pueblo altamente propenso a las leyendas de brujas y aquelarres como de viejos demonios. Ninguna vez escuché queja alguna por los largos períodos en Gloucestershire, por el contrario, todo fluía en un ambiente avenido, rayando en lo soporífero, y a mí en lo particular me llenaba de una enorme satisfacción: no existían ruidos perturbadores que se filtraran por las gruesas paredes de la mansión. Y el clima, el clima –pienso– producía una melancolía y estado mórbido del alma que me hacía producir más.
Y por último: el cuidado que ejercían: nadie podía traspasar aquellos anillos concéntricos para llegar hasta mi persona. No fue impuesta –esa muralla infranqueable y celosa de mi privacidad–, se erigía con la mayor naturalidad. No se convino entre los Ahrimanes y yo. Igual supongo que mi equipo pensó, como parte de sus funciones, hacerme trabajar hasta el cansancio en mi obra.
Tampoco me afectó que la filosofía demoníaca, al menos en Belfegor, el vigilante de mi biblioteca y del orden en el scriptorium, me disciplinara y guiara en cierto modo mi creación literaria.
E igual sospeché que llevarme hasta el límite de mis fuerzas intelectuales y creadoras no le importaba a ninguno de mis fámulos, en especial a Belfegor –reitero– y el hacedor del scriptorium y mi biblioteca.

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