viernes, 25 de noviembre de 2016

BORGES PROFESOR. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires


Viernes 25 de noviembre de 1966.  Clase Nº 17

La época victoriana. Vida de Charles Dickens.
Novelas de Dickens. William Wilkie Collins.
The Mystery of Edwin Drood, de Dickens.


Si vemos la historia de la literatura francesa, comprobamos que es posible estudiarla tomando como referencia las fuentes de que se ha nutrido. Pero este sistema de estudio no es aplicable a In-glaterra, no concuerda con el carácter inglés. Como he dicho al-guna vez, "cada inglés es una isla". El inglés es especialmente in-dividualista.
La historia de la literatura que hacemos, y que hace la gran mayoría, recurre a un expediente, cómodo, que es la división de la historia literaria en épocas: dividir a los escritores, repartirlos en épocas. Y esto sí puede aplicarse a Inglaterra. Así que nosotros vamos ahora a ver uno de los períodos más notables que hay en la historia de Inglaterra, que es la época victoriana. Pero la carac-terización de ésta ofrece el inconveniente de ser muy extensa: Su duración va del año 1837 al año 1900, un largo reinado. Y además nos encontraríamos con que la definición es difícil y riesgosa. Nos costaría, por ejemplo, encuadrar a Carlyle, ateo que no creía ni en el Cielo ni en el Infierno. Parecería una época conservado-ra, pero el auge mayor del socialismo corresponde a esa época. Es también el momento de los grandes debates entre ciencia y reli-gión, entre los que sostenían la verdad de la Biblia contra los par-tidarios de Darwin. Debemos anotar que, sin embargo, hay [en-tre los defensores de] la Biblia grandes visiones del presente. La época victoriana se caracterizó por la gran reserva que mostró re-ferente a lo sensual o sexual. Sin embargo, Sir Richard Burton  traduce el libro árabe Perfumed Garden,  que llega a tener su al-ma. Es también por esa época, en 1855, que Walt Whitman escri-be su libro Leaves of Grass. Es el gran auge del Imperio Británi-co. A pesar de eso, varios escritores se mostraron y actuaron sin partidismos: Chesterton, Stevenson, etcétera.
La época victoriana fue una época de debates y discusiones. Su tendencia no fue tan marcadamente protestante. Hay, por ejemplo, un fuerte movimiento que nace en Oxford y que pro-pende al catolicismo. La unión de todos estos elementos con-trastantes es de difícil definición, pero de todas maneras existe. Todos los elementos son unidos por una atmósfera común pero cambiante, que abarca setenta y tantos años.
Y en ese período encuadramos a Charles Dickens. Nace en 1812 y muere en 1870. Es un hombre que surge del pueblo, de la clase media inferior. Su padre era empleado de comercio y mu-chas veces conoció la cárcel por deudas. El hijo fue un escritor comprometido, que dedicó buena parte de su obra a combatir en favor de ciertas reformas. No podemos decir que Dickens las ha-ya conseguido. Y quizás esto venga a explicarnos el que se haya perdido tanto en nuestro recuerdo esta calidad de reformador que poseía Dickens. Él también vivió con el temor de que un acreedor lo enviara a la cárcel por deudas, y abogó por la refor-ma de las escuelas, de las cárceles, de sistemas de trabajo. Pero si la reforma fracasa, la obra que desarrolla el reformador parece carecer de validez. Si tiene éxito, tiene necesariamente que per-der actualidad. Es decir, la idea de que un individuo tiene que vi-vir su vida, por ejemplo, cosa que ahora nos parece un lugar co-mún, fue en su momento una idea revolucionaria. Es el caso de Casa de muñecas de Ibsen.
Ahora, el peligro de la literatura social es que no tiene total aceptación. En el caso de Dickens, la parte social de su obra es evidente. Fue un revolucionario. Su infancia fue muy dura. Para esto debemos leer David Copperfield, donde él ha pintado el ca-rácter de su padre también. Dickens es un hombre que vive al borde de la ruina, es un deudor vitalicio que posee un extrava-gante optimismo acerca del porvenir. Su madre fue una mujer muy buena pero confusa y disparatada en sus acciones. Él tuvo que trabajar desde niño en un depósito. Luego fue reportero, ta-quígrafo. Hacía reseñas de los debates de la Cámara de los Co-munes pero con mucho mayor realismo que Johnson, que ya he-mos visto cómo lo hacía.
Dickens fue un habitante de Londres. En su libro Historia de dos ciudades, A Tale of Two Cities, basado en la Revolución Francesa, se ve que en realidad Dickens no podía escribir una historia de dos ciudades. Él fue habitante de una sola ciudad: Londres.
Empezó por el periodismo y llegó a la novela por ese cami-no. Y al estilo resultante fue fiel, se mantuvo en él durante toda su vida. Sus novelas se publicaban por entregas, en folletín, y su resonancia fue tal que los lectores seguían la suerte de sus perso-najes como si fueran verdaderos. Recibió una vez centenares de cartas, por ejemplo, en que se pedía que no muriera el protago-nista de la novela.
Ahora, a Dickens no le interesaba demasiado el argumento, sino más bien los personajes, el carácter de los personajes. El ar-gumento es casi un mero medio mecánico para que progrese la acción. No hay una real evolución de carácter en los personajes. Son los medios, los acontecimientos, los que modifican a los personajes, como ocurre en la realidad.  Los personajes que Dic-kens crea viven en un perpetuo éxtasis de ser ellos mismos. Sue-le diferenciarlos según dialectos: usa para unos un dialecto espe-cial. Esto es visible en la versión original en inglés.
Pero Dickens adolece de exceso de sentimentalismo. No es-cribe al margen de su obra. Se identifica con cada uno de sus per-sonajes. El primero de sus libros que logró una gran adhesión popular fue Los papeles póstumos del Club Pickwick,  que fue publicado por entregas. Al principio le sugirieron que utilizara ciertas ilustraciones, y a ellas Dickens iba acomodando el texto. Y a medida que escribía el libro iba imaginando caracteres, inti-maba con ellos. Sus personajes poco a poco adquirieron vida propia. Así pasa con Mr. Pickwick, que adquiere singular rele-vancia y es un caballero de carácter firme. Lo mismo ocurre con los otros personajes. El sirviente ve ciertas ridiculeces en su amor, pero llega a quererlo muchísimo.
Dickens había leído poco, pero entre sus primeras lecturas se contó la traducción del libro de Las Mil y Una Noches y los no-velistas ingleses de influencia cervantina, novela de camino, en la que el hecho de que los personajes se trasladen crea la acción, las aventuras saltan al encuentro de los personajes.  Pickwick pier-de un proceso, lo cree injusto y resuelve no juzgarlo y sufrir la condena. Su sirviente, Sam Weller, incurre en deudas que no quiere pagar y lo acompaña a la cárcel. Es notable la afición de Dickens por los nombres extravagantes: Pickwick, Twist, Chuzzlewit, Copperfield. Y se podrían mencionar muchos más. Llegó a hacer fortuna con la literatura, y la fama. Su único rival era Thackeray.  Pero aun a éste se cuenta que su hija le dijo una vez: "Papá, ¿por qué no escribe usted libros como el señor Dic-kens?" Thackeray era más bien un cínico, a pesar de que no fal-tan en sus obras momentos sentimentales. Dickens era incapaz de pintar un caballero, pero los hay en su obra. Conoció a la ba-ja y a la alta burguesía íntimamente, pero no así a la aristocracia, que raras veces aparece en su obra. Thackeray lo hace porque la conocía bien. Dickens porque se sentía plebeyo. Estas diferentes circunstancias las debemos hacer destacar: los diferencian.
Dickens recorrió Inglaterra haciendo lecturas públicas de su obra. Elegía capítulos dramáticos. Por ejemplo, la escena del proceso de Pickwick. Utilizaba una voz distinta para cada per-sonaje, y lo hacía con extraordinario talento dramático. Los oyentes lo aplaudieron extraordinariamente. Se dice que sacó el reloj, vio que disponía de una hora y cuarto, y que el tiempo de aplausos hizo perder parte de la lectura. Intentó repetir la expe-riencia de Inglaterra en los Estados Unidos, pero allí se hizo an-tipático. Primero, porque declaró que era abolicionista, y segun-do, porque defendió la causa de los derechos del autor. El se sin-tió perjudicado y ofendido porque le parecía absurdo que los editores norteamericanos se enriquecieran imprimiendo partes cortadas de sus obras. Los norteamericanos pensaron, por el contrario, que estaba muy mal que él protestara por ese proce-der. Así que al volver a Inglaterra publicó American Notes, pero pareció no darse cuenta de que Inglaterra estaba poblada de per-sonajes ridículos, mientras que los norteamericanos eran una na-ción nueva, y atacó [a estos últimos] acerbamente. Como he di-cho, Dickens gozó de gran popularidad, se hizo rico por su obra, y viajó a Francia, a Italia, pero sin tratar de comprender a esos países. Buscó continuamente episodios humorísticos que referir. Murió en 1870. Le interesaron muy poco las teorías literarias. Era un hombre genial, que se interesaba a lo más en la ejecución de sus obras.
La estructura de sus novelas hace que sus caracteres se divi-dan en buenos y malos, absurdos y queribles. Quería hacer un poco lo del Juicio Final en sus obras, y por eso muchos de sus fi-nales son artificiales, porque los malvados son castigados y los buenos reciben premios.
Hay dos rasgos para destacar. Dickens descubrió dos cosas importantes para la literatura posterior: la niñez, su soledad, sus temores. Esto se debe a su vida, a la vida a la que fue lanzado desde niño. En realidad, no se sabe de cierto sobre su niñez. Cuando Unamuno habla de la madre nos asombra. Por último, Groussac ha dicho que es absurdo que se dediquen capítulos a la infancia, que es para él una edad vacía, y que no se detenga en la juventud y en la adultez. Dickens es el primer novelista que ha-ce que la infancia de los personajes sea importante.
Dickens descubre además el paisaje de ciudad. Los paisajes eran de campos, de montañas, selvas, ríos. Dickens trata sobre Londres. Es uno de los primeros que descubre la poesía de los lugares menesterosos y sórdidos.
En segundo lugar, debemos destacar que le interesó el lado melodramático y trágico, junto con el caricaturesco. Sabemos por los biógrafos que esto influyó en Dostoievsky, en sus asesi-natos inolvidables. En la novela Martin Chuzzlewit,  los perso-najes hacen un viaje en una especie de diligencia, uno bajo el po-der del otro. Chuzzlewit ha tomado la decisión de matar a su compañero. El coche se vuelca. Hace lo posible para que los ca-ballos lo maten, pero se salva. Al llegar a la posada cierra la puer-ta [de su habitación y se duerme] pero sueña que lo mata. Atra-viesa el bosque y al salir está solo, no arrepentido: tiene temor de que al llegar a la casa lo esperará el asesinado. Dickens describe a Chuzzlewit, que sale solo del bosque. No está arrepentido de lo que ha hecho, pero tiene el temor, el absurdo temor, de que al llegar a la casa lo estará esperando el hombre que ha asesinado.
Y luego, en Oliver Twist, tenemos una pobre muchacha, Nancy, y a esa pobre muchacha la estrangula Bill Sikes, que es un rufián. Y luego tenemos la persecución de Bill Sikes. Bill Si-kes tiene un perro que lo quiere mucho, y Bill lo mata porque teme ser identificado por el perro que lo acompaña. Dickens era muy amigo de Wilkie Collins.  No sé si ustedes han leído La pie-dra lunar o La dama de blanco.  Dice Eliot que estas novelas son las más extensas de la literatura policial, y acaso las mejores. Dic-kens colabora con Wilkie Collins en unas piezas de teatro que se representan en casa de Dickens. Y dice Elliot que Dickens debe haber dado a los papeles —porque era un excelente actor— una individualidad que no poseen en la obra. Wilkie Collins era un maestro en el arte de entretejer argumentos muy complicados, pero nunca confusos. Es decir, las tramas tienen muchos hilos, pero el lector los tiene a mano. En cambio Dickens, en todas sus novelas anteriores, había entretejido arbitrariamente los argu-mentos. Dijo Andrew Lang  que si él tuviera que contar el ar-gumento de Oliver Twist y lo amenazaran con la pena de muer-te, él, que admiraba tanto a Oliver Twist, iría ciertamente a la horca.
Dickens, en su última novela, The Mystery of Edwin Drood,  El misterio de Edwin Drood, se propuso escribir una novela policial bien construida, a la manera de las que su amigo Wilkie Collins, maestro en el género, hacía. Y la novela ha que-dado inconclusa. Pero para la primera entrega —porque Dickens siempre fue fiel al sistema de los folletines; Dickens suele publi-car sus novelas en volumen cuando habían aparecido en folle-tín— dio una serie de instrucciones a su ilustrador. Y en una de ellas vemos a uno de los personajes en un capítulo que Dickens no alcanzó a escribir, y ese personaje no proyecta una sombra. Y algunos han conjeturado que no proyecta sombra porque es un espectro. En el primer capítulo, uno de los personajes ha fuma-do opio y tiene visiones. Y esa visión puede pertenecer a la obra. Y dice Chesterton que Dios fue generoso con Dickens, ya que le concedió un final dramático. En ninguna de las novelas de Dic-kens, dice Chesterton, importaba el argumento: importaban los personajes, con sus manías, su vestimenta siempre igual y su vo-cabulario especial. Pero al final Dickens resuelve escribir una novela de argumento importante, y casi en el momento en que Dickens está por denunciar al asesino, Dios ordena su muerte, y así nunca sabremos cuál fue el verdadero secreto, el oculto argu-mento de Edwin Drood —dice Chesterton—, salvo cuando nos encontremos con Dickens en el cielo. Y entonces —dice Ches-terton—, lo más probable es que Dickens ya no se acuerde y si-ga tan perplejo como nosotros. 
Yo, para concluir, quería decirles que Dickens es uno de los grandes bienhechores de la humanidad. No por las reformas por las cuales abogó y en las cuales logró éxito, sino porque ha crea-do una serie de personajes. Uno puede ahora tomar cualquier novela de Dickens, abrirla en cualquier página, con la certidum-bre de seguir leyéndola y deleitándose.
Quizá la mejor novela para trabar conocimiento con Dic-kens, ese conocimiento que puede ser precioso en nuestra vida, sea la novela autobiográfica David Copperfield, en la que hay tantas escenas de la infancia de Dickens. Y después Los papeles póstumos del Pickwick Club. Y luego, yo diría el Martin Chuzz-lewit, con sus descripciones deliberadamente injustas de Améri-ca y el asesinato de Jonas Chuzzlewit, pero la verdad es que ha-ber leído algunas páginas de Dickens, haberse resignado a ciertas malas costumbres suyas, su sentimentalismo, sus personajes me-lodramáticos, es haber encontrado un amigo para toda la vida.

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