miércoles, 3 de agosto de 2016

JORGE LUIS BORGES. FERVOR DE BUENOS AIRES. (1923).


SEGUNDA PARTE DEL POEMARIO: FERVOR DE BUENOS AIRES. (1923).

AFTERGLOW

  Siempre es conmovedor el ocaso
  por indigente o charro que sea,
  pero más conmovedor todavía
  es aquel brillo desesperado y final
  que herrumbra la llanura
  cuando el sol último se ha hundido.
  Nos duele sostener esa luz tirante y distinta,
  esa alucinación que impone al espacio
  el unánime miedo de la sombra
  y que cesa de golpe
  cuando notamos su falsía,
  como cesan los sueños
  cuando sabemos que soñamos.

  AMANECER

  En la honda noche universal
  que apenas contradicen los faroles
  una racha perdida
  ha ofendido las calles taciturnas
  como presentimiento tembloroso
  del amanecer horrible que ronda
  los arrabales desmantelados del mundo.
  Curioso de la sombra
  y acobardado por la amenaza del alba
  reviví la tremenda conjetura
  de Schopenhauer y de Berkeley
  que declara que el mundo
  es una actividad de la mente,
  un sueño de las almas,
  sin base ni propósito ni volumen.
  Y ya que las ideas
  no son eternas como el mármol
  sino inmortales como un bosque o un río,
  la doctrina anterior
  asumió otra forma en el alba
  y la superstición de esa hora
  cuando la luz como una enredadera
  va a implicar las paredes de la sombra,
  doblegó mi razón
  y trazó el capricho siguiente:
  Si están ajenas de sustancia las cosas
  y si esta numerosa Buenos Aires
  no es más que un sueño
  que erigen en compartida magia las almas,
  hay un instante
  en que peligra desaforadamente su ser
  y es el instante estremecido del alba,
  cuando son pocos los que sueñan el mundo
  y sólo algunos trasnochadores conservan,
  cenicienta y apenas bosquejada,
  la imagen de las calles
  que definirán después con los otros.
  ¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida
  corre peligro de quebranto,
  hora en que le sería fácil a Dios
  matar del todo Su obra!
  Pero de nuevo el mundo se ha salvado.
  La luz discurre inventando sucios colores
  y con algún remordimiento
  de mi complicidad en el resurgimiento del día
  solicito mi casa,
  atónica y glacial en la luz blanca,
  mientras un pájaro detiene el silencio
  y la noche gastada
  se ha quedado en los ojos de los ciegos.

  BENARÉS

  Falsa y tupida
  como un jardín calcado en un espejo,
  la imaginada urbe
  que no han visto nunca mis ojos
  entreteje distancias
  y repite sus casas inalcanzables.
  El brusco sol
  desgarra la compleja oscuridad
  de templos, muladares, cárceles, patios
  y escalará los muros
  y resplandecerá en un río sagrado.
  Jadeante
  la ciudad que oprimió un follaje de estrellas
  desborda el horizonte
  y en la mañana llena
  de pasos y de sueño
  la luz va abriendo como ramas las calles.
  Juntamente amanece
  en todas las persianas que miran al Oriente
  y la voz de un almuédano
  apesadumbra desde su alta torre
  el aire de este día
  y anuncia a la ciudad de los muchos dioses
  la soledad de Dios.
  (Y pensar
  que mientras juego con dudosas imágenes,
  la ciudad que canto, persiste
  en un lugar predestinado del mundo,
  con su topografía precisa,
  poblada como un sueño,
  con hospitales y cuarteles
  y lentas alamedas
  y hombres de labios podridos
  que sienten frío en los dientes.)

  AUSENCIA

  Habré de levantar la vasta vida
  que aún ahora es tu espejo:
  cada mañana habré de reconstruirla.
  Desde que te alejaste,
  cuántos lugares se han tornado vanos
  y sin sentido, iguales
  a luces en el día.
  Tardes que fueron nicho de tu imagen,
  músicas en que siempre me aguardabas,
  palabras de aquel tiempo,
  yo tendré que quebrarlas con mis manos.
  ¿En qué hondonada esconderé mi alma
  para que no vea tu ausencia
  que como un sol terrible, sin ocaso,
  brilla definitiva y despiadada?
  Tu ausencia me rodea
  como la cuerda a la garganta,
  el mar al que se hunde.

  LLANEZA

  A Haydée Lange

  Se abre la verja del jardín
  con la docilidad de la página
  que una frecuente devoción interroga
  y adentro las miradas
  no precisan fijarse en los objetos
  que ya están cabalmente en la memoria.
  Conozco las costumbres y las almas
  y ese dialecto de alusiones
  que toda agrupación humana va urdiendo.
  No necesito hablar
  ni mentir privilegios;
  bien me conocen quienes aquí me rodean,
  bien saben mis congojas y mi flaqueza.
  Eso es alcanzar lo más alto,
  lo que tal vez nos dará el Cielo:
  no admiraciones ni victorias
  sino sencillamente ser admitidos
  como parte de una Realidad innegable,
  como las piedras y los árboles.

  CAMINATA

  Olorosa como un mate curado
  la noche acerca agrestes lejanías
  y despeja las calles
  que acompañan mi soledad,
  hechas de vago miedo y de largas líneas.
  La brisa trae corazonadas de campo,
  dulzura de las quintas, memorias de los álamos,
  que harán temblar bajo rigideces de asfalto
  la detenida tierra viva
  que oprime el peso de las casas.
  En vano la furtiva noche felina
  inquieta los balcones cerrados
  que en la tarde mostraron
  la notoria esperanza de las niñas.
  También está el silencio en los zaguanes.
  En la cóncava sombra
  vierten un tiempo vasto y generoso
  los relojes de la medianoche magnífica,
  un tiempo caudaloso
  donde todo soñar halla cabida,
  tiempo de anchura de alma, distinto
  de los avaros términos que miden
  las tareas del día.
  Yo soy el único espectador de esta calle;
  si dejara de verla se moriría.
  (Advierto un largo paredón erizado
  de una agresión de aristas
  y un farol amarillo que aventura
  su indecisión de luz.
  También advierto estrellas vacilantes.)
  Grandiosa y viva
  como el plumaje oscuro de un Ángel
  cuyas alas tapan el día,
  la noche pierde las mediocres calles.

  LA NOCHE DE SAN JUAN

  El poniente implacable en esplendores
  quebró a filo de espada las distancias.
  Suave como un sauzal está la noche.
  Rojos chisporrotean
  los remolinos de las bruscas hogueras;
  leña sacrificada
  que se desangra en altas llamaradas,
  bandera viva y ciega travesura.
  La sombra es apacible como una lejanía;
  hoy las calles recuerdan
  que fueron campo un día.
  Toda la santa noche la soledad rezando
  su rosario de estrellas desparramadas.

  CERCANÍAS

  Los patios y su antigua certidumbre,
  los patios cimentados
  en la tierra y el cielo.
  Las ventanas con reja
  desde la cual la calle
  se vuelve familiar como una lámpara.
  Las alcobas profundas
  donde arde en quieta llama la caoba
  y el espejo de tenues resplandores
  es como un remanso en la sombra.
  Las encrucijadas oscuras
  que lancean cuatro infinitas distancias
  en arrabales de silencio.
  He nombrado los sitios
  donde se desparrama la ternura
  y estoy solo y conmigo.

  SÁBADOS

  A C.G.

  Afuera hay un ocaso, alhaja oscura
  engastada en el tiempo,
  y una honda ciudad ciega
  de hombres que no te vieron.
  La tarde calla o canta.
  Alguien descrucifica los anhelos
  clavados en el piano.
  Siempre, la multitud de tu hermosura.
  *

  A despecho de tu desamor
  tu hermosura
  prodiga su milagro por el tiempo.
  Está en ti la ventura
  como la primavera en la hoja nueva.
  Ya casi no soy nadie,
  soy tan sólo ese anhelo
  que se pierde en la tarde.
  En ti está la delicia
  como está la crueldad en las espadas.
  *

  Agravando la reja está la noche.
  En la sala severa
  se buscan como ciegos nuestras dos soledades.
  Sobrevive a la tarde
  la blancura gloriosa de tu carne.
  En nuestro amor hay una pena
  que se parece al alma.
  *

 
  que ayer sólo eras toda la hermosura
  eres también todo el amor, ahora.

  TROFEO

  Como quien recorre una costa
  maravillado de la muchedumbre del mar,
  albriciado de luz y pródigo espacio,
  yo fui el espectador de tu hermosura
  durante un largo día.
  Nos despedimos al anochecer
  y en gradual soledad
  al volver por la calle cuyos rostros aún te conocen,
  se oscureció mi dicha, pensando
  que de tan noble acopio de memorias
  perdurarían escasamente una o dos
  para ser decoro del alma
  en la inmortalidad de su andanza.

  ATARDECERES

  La clara muchedumbre de un poniente
  ha exaltado la calle,
  la calle abierta como un ancho sueño
  hacia cualquier azar.
  La límpida arboleda
  pierde el último pájaro, el oro último.
  La mano jironada de un mendigo
  agrava la tristeza de la tarde.
  El silencio que habita los espejos
  ha forzado su cárcel.
  La oscuridá es la sangre
  de las cosas heridas.
  En el incierto ocaso
  la tarde mutilada
  fue unos pobres colores.

  CAMPOS ATARDECIDOS

  El poniente de pie como un Arcángel
  tiranizó el camino.
  La soledad poblada como un sueño
  se ha remansado alrededor del pueblo.
  Los cencerros recogen la tristeza
  dispersa de la tarde. La luna nueva
  es una vocecita desde el cielo.
  Según va anocheciendo
  vuelve a ser campo el pueblo.
  El poniente que no se cicatriza
  aún le duele a la tarde.
  Los trémulos colores se guarecen
  en las entrañas de las cosas.
  En el dormitorio vacío
  la noche cerrará los espejos.

  DESPEDIDA

  Entre mi amor y yo han de levantarse
  trescientas noches como trescientas paredes
  y el mar será una magia entre nosotros.
  No habrá sino recuerdos.
  Oh tardes merecidas por la pena,
  noches esperanzadas de mirarte,
  campos de mi camino, firmamento
  que estoy viendo y perdiendo…
  Definitiva como un mármol
  entristecerá tu ausencia otras tardes.

  LÍNEAS QUE PUDE HABER
 ESCRITO Y PERDIDO HACIA 1922

  Silenciosas batallas del ocaso
  en arrabales últimos,
  siempre antiguas derrotas de una guerra en el cielo,
  albas ruinosas que nos llegan
  desde el fondo desierto del espacio
  como desde el fondo del tiempo,
  negros jardines de la lluvia, una esfinge en un libro
  que yo tenía miedo de abrir
  y cuya imagen vuelve en los sueños,
  la corrupción y el eco que seremos,
  la luna sobre el mármol,
  árboles que se elevan y perduran
  como divinidades tranquilas,
  la mutua noche y la esperada tarde,
  Walt Whitman, cuyo nombre es el universo,
  la espada valerosa de un rey
  en el silencioso lecho de un río,
  los sajones, los árabes y los godos
  que, sin saberlo, me engendraron,
  ¿soy yo esas cosas y las otras
  o son llaves secretas y arduas álgebras
  de lo que no sabremos nunca?

  *NOTAS

  *Calle desconocida. Es inexacta la noticia de los primeros versos. De Quincey (Writings, tercer volumen, pág. 293) anota que, según la nomenclatura judía, la penumbra del alba tiene el nombre de penumbra de la paloma; la del atardecer, del cuervo.
  *El truco. En esta página de dudoso valor asoma por primera vez una idea que me ha inquietado siempre. Su declaración más cabal está en «Nueva refutación del tiempo» (Otras inquisiciones, 1952).
  Su error, ya denunciado por Parménides y Zenón de Elea, es postular que el tiempo está hecho de instantes individuales, que es dable separar unos de otros, así como el espacio de puntos.
  *Rosas. Al escribir este poema, yo no ignoraba que un abuelo de mis abuelos era antepasado de Rosas. El hecho nada tiene de singular, si consideramos la escasez de la población y el carácter casi incestuoso de nuestra historia.
  Hacia 1922 nadie presentía el revisionismo. Este pasatiempo consiste en «revisar» la historia argentina, no para indagar la verdad sino para arribar a una conclusión de antemano resuelta: la justificación de Rosas o de cualquier otro déspota disponible. Sigo siendo, como se ve, un salvaje unitario.

 Fuente:
Esta edición fue originalmente publicada en España por Random House Mondadori, S. A., Barcelona, en 2011.

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