lunes, 30 de mayo de 2016

J.Méndez-Limbrick. Fragmento. Novela. Mariposas Negras para un Asesino.


Fragmento. Novela. Mariposas Negras para un asesino. Premio UNA-Palabra 2004. Cuarta Reimpresión 2015.
"Recuerdo desde los primeros años, corrijo: recuerdo desde el tercer año en que conocimos a don Julián allá por los años 60 que nuestro amigo tendría una transformación completa, sería irreconocible.
Durante los 5 años que estuvo fuera de Costa Rica sufririó una metamorfosis en cuerpo y alma, cambió a una persona diferente a la que se despidió de nosotros en el aeropuerto. Comenzó a mirarse como un ser excepcional desde que fue a Inglaterra. No solo su vestimenta cambió sino que físicamente se le notaría transformado. Hasta su timbre de voz sería más grave y cadencioso.
Si don Julián fue un hombre de tez blanca ahora lo sería mucho más. Surgiría en él una palidez acerada, el llamado blanco pálido que a mi madre siempre le pareció de gente distinguida y de buena cuna.
Nosotros siempre le agradecimos tanta confianza desde que nos conoció. Al marchar para Europa la primera vez, nos hizo prometer que le cuidaríamos la casa y así lo hicimos.
Debo aclarar que casi de toda la casa teníamos acceso menos de algunos cuartos. Dos o tres habitaciones permanecieron enllavados como todavía lo están según manifestaciones del mismo don Julián. Don Julián sentenció que así deben de permanecer.
Es inevitable que no recuerde aquellos acontecimientos ahora que han pasado décadas enteras. El tiempo ha transcurrido y nosotros seguimos siendo fieles a nuestro don Julián por muchas razones. La fundamental es que lo amamos y respetamos, para nosotros es más que un amigo, es un padre.
Decía que después de quinquenios de no visitar la mansión pasada la medianoche llegué a la casa de don Julián y ahí estaba mi amigo delante de mí. Como siempre elegante y de modales refinados hasta lo insospechado hizo gala esa noche. Su timbre de voz es la misma por teléfono que en persona, igual de grave, gutural y a la vez firme.
Su voz es cadenciosa, parece que todo lo inunda, que a cada frase suya oscurece o ilumina los rostros de los demás. Y aunque la conversación pueda ser irrelevante cada frase suya posee cierta connotación de viejo sabio. Existen hombres que con sus palabras delatan su yo interno, con don Julián no son sus palabras que denuncian su yo interno, es la entonación que le da a las frases y que por más pueriles que sean identifican al hombre.
Su voz es un látigo eléctrico que ilumina en la oscuridad cualquier conversación. En otras oportunidades su voz hiere de una gran quietud que doblega el intelecto, que lo hace a uno deambular de un lado a otro por caminos insospechados. Sus frases se van acumulando como una pira funeraria en donde el fuego adormece la razón de su interlocutor.
Como todas las cosas de la naturaleza no pueden vivir o subsistir en forma aislada, don Julián es un todo orgánico, sus ojos parecen anticipar en el vacío de la oscuridad o en la claridad de la luz difusa de su alcoba frases y pensamientos.
Así como el plumaje de las aves hablan de sus dueños, así también lo es con la vestimenta de don Julián. Regresó de Europa – y lo vuelvo a repetir como lo señalé líneas atrás- siempre de negro. Nunca ha variado. Tampoco hubo ningún comentario por parte de don Julián de su indumentaria de negro total. Juancho y yo sí hicimos algunas conjeturas, hipótesis. “Quizá más adelante tendremos alguna explicación de sus cambios” fue la frase que pronunciamos hace varios quinquenios, pero don Julián se niega a cambiar su vestimenta y –claro está- se niega a decirnos qué sucedió en Inglaterra.
Lo más maravilloso de todo – y en eso no solo coincidimos Juancho y yo, sino algunas personas que lo vieron aquellos años- fue su fisonomía, su rostro. Al regresar de Europa, en un perfecto juego de sombras y luces, a veces don Julián parecía un adolescente y en otras oportunidades su rostro proyectaba un hombre entrado en años.
En aquellas décadas y hasta ahora sigue siendo un comentario de las personas que lo han visto: sus ojos negros parecen que absorben todo a su paso, cualquier objeto, cosa, animal o persona no pasan desapercibidos a su pupila, es una especie de pupila totalizadora de la cual no escapa de sí ningún rayo de luz o de inteligencia que esté delante de ellos.
Decía que apenas don Julián me vio en el salón, me abrazó como un padre abraza a un hijo, se apoyó en mi hombro y comenzamos a caminar por varias galerías que posee la casa. Manifestó que ya era el momento de enseñarme parte de los pasadizos que nunca me había mostrado.
No me sorprendía porque nosotros sabemos que en la casa existen galerías, pasadizos que no conocíamos.
El más hermoso de todos es el túnel de los Césares: es un largo pasadizo púrpura que se extiende por varios cientos de metros, caracoleando hasta un enorme sótano. Se debe ir bajando muy lentamente porque las escalinatas tienen poca luz...
Fue una velada muy instructiva, hablamos de cosas que don Julián argumentó necesitaba decirme. Fue una reunión de varias horas, le murmuré a mi padre adoptivo que contara con todo lo que deseaba. Cuando me despedí, no pude evitarlo, me incliné y le besé sus hermosas manos...

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