viernes, 17 de abril de 2015

Un cuervo llamado Bertolino. (Fragmento. Novela inédita: "Bola Negra"). J.Méndez-Limbrick.


Un cuervo llamado Bertolino.

A la semana exacta de heredar el anillo con la piedra púrpura me dirigí a la Torre de los Cuervos. No lo hacía antes por tener  negocios pendientes con Francesco Rocco, Arthur Blackwood y el Lic. Iglesias: una serie de endosos y transacciones comerciales, traspasos de acciones, nuevos testaferros de confianza con los que, debíamos de conversar y, redactar documentos privados para protegernos de los mismos testaferros y frenteadores de nuestros negocios en la Bolsa Nacional de Valores y en la Bolsa de Londres.
Repito, a la semana exacta, me dirigí a la Torre, sin nadie para dar fe de donde me iba.  Ese sería el mejor o mi mejor secreto guardado: la Torre de los Cuervos.
La torre estaba en idénticas condiciones que la última vez: en el primer piso, unos bombillos de poca fuerza iluminaban la Torre de Esmeril así llamada por mí. Cientos de escombros, cientos de máquinas de escribir y utilería de oficina: archivadores de metal, sillas ejecutivas, mesas para salas de reuniones, pisapapeles, papel carbón nunca  utilizado, tinteros a medio usar, folders, clips, engrapadoras, estaban por todos lados… pasé bordeando un enorme escritorio hasta topar de frente con el ascensor.
En el último piso estaba el gran salón con la cúpula de cristal. En un flash me pareció ver el Maestro Oficiante pero no, se trataba que la luz de unos bombillos en la vía pública proyectaba con los objetos del salón una sombra simulando a una persona recostada en los sillones.      
El lugar me fascinó a partir de la primera reunión con el Maestro Oficiante. Existían dos lugares con el mismo efecto narcótico, un efecto que combinado con los opiáceos me llenaban de una paz y una tranquilidad sin parangón: la Torre de Francesco Rocco, poseedora en los meses de invierno de una vista incomparable con las puestas de Sol.
La otra, mi Torre Ave Fénix.  La Torre de  los Cuervos me producía un sentimiento diferente, me producía un sentimiento de prohibición y de egoísmo a la vez: nadie, a excepción de mi persona gozaba de su paisaje:  de los colores ámbares a la distancia,  con un Sol estático a perpetuidad, un Sol inmutable pero, en su inmutabilidad –lo sabía- se fraguaba una especie de rotación constante y nos acompañaba con la vulgaridad de nuestra cotidianidad y mezquina naturaleza humana.
Me recosté en el sillón acariciando el anillo con la piedra púrpura mirando el ocaso de un Sol moribundo, de una puesta de Sol condenada a la eternidad.
En medio de imágenes me dormí. Son esos  segundos que se pasa de la vigilia a un sueño profundo en una especie de encantamiento.
Recuperé la conciencia, observé  la cúpula de cristal donde en su exterior un enorme cuervo picoteaba una y otra vez el vidrio,  en una insistencia que me llamó la atención.
Me recordé de las palabras del Maestro Oficiante respecto de los cuervos y su comportamiento inteligente.
¿Será que el enorme cuervo quiere entrar? Me dije. Me incliné del sofá y miré el gran ventanal y,  se construía en una porción de la enorme vidriera una ventana lo suficiente grande por donde podría pasar el ave. No estaba muy convencido con lo que haría, yo don Julián Casasola Brown abriéndole una ventana a un pajarraco. Me pareció una locura  pero, lo hacía, caminé hasta la ventana y la abrí. Un aliento frío y de madrugada perforó mi nariz y sin poder tener una reacción, el cuervo ingresó al salón posándose en un columpio cerca del cieloraso.

-Pensé no me iba  dejar entrar, mi señor. Escuché una voz. El pajarraco se columpiaba. Volví a mirar en derredor. Aún  con la poca luz del salón se percibían los objetos y la mayoría de los muebles. No, el salón estaba vacío, al menos el único ser humano era yo.
Supuse, el cansancio y la tensión acumulada en los últimos días me hacían ver o percibir “cosas” y  el pajarraco no estaba columpiándose cerca de una columnata de mármol.
Y de nuevo escuché la misma voz… ¿Sucedía?
“Espero JC,  tengamos una buena relación de sirviente a Siré, igual a la tenida con mi anterior amo”. Dijo la voz tan claro que, innegable de lo escuchado.  Y volví a mirar en derredor, nada salido de lo normal: allí estaba el pajarraco en su columpio, allí estaban los claroscuros, ¿Qué sucedía? Pensé: “La mente me hace pasar por  una pésima broma”. Escuché la voz:
-“soy yo”.
- ¿Soy yo? Me dije.
- Sí, soy yo… Bertolino.
-¿Y quién es Bertolino? Repuse.
- Yo. ¡Acá ¡ Respondió la voz con cierto reproche por no poderla ubicar en el salón!
Por un segundo dirigí la vista en donde se ubicaba el cuervo, y escuché la voz.
- Sí, soy yo Bertolino, el cuervo. Y en los instantes de escuchar la frase, el ave extendió las alas en un intento de alzar vuelo pero, no lo hizo, las cerró y se me quedó mirando.
Bertolino no mueve el pico cuando habla y mi señor escucha. Mi señor escucha en su mente pero, soy yo,  Bertolino, el nuevo sirviente.
Así me llamó el primer amo y señor.
- ¿Y cuándo fue?  Dije, creyendo me estaba volviendo loco.
- Hace demasiado tiempo atrás. Cuando nació el Evento de Sucesos y la Zona Fantasma. Siempre he sido el emisario, Bertolino el Emisario. Y sí, sí, nací cuervo, no soy el alma condenada de un hombre en un cuervo… no, no… Bertolino ha sido cuervo desde su nacimiento. Cuervo de plumas negras y pico gigante. Bertolino, el cuervo.

En ese momento entendí las palabras del maestro oficiante al señalarme lo inteligente que son los cuervos.
“Bertolino de pico grande, Bertolino sirviente del nuevo amo, del nuevo Siré”. Dijo el ave y con su enorme pico golpeteaba la cadena del columpio.
“Bertolino será su emisario y los ojos de Bertolino serán sus ojos. Las ocasiones que mi siré cierre los ojos, Bertolino mirará por mi señor. En ocasiones no sucede. Aclaró el ave.
- Y, ¿de qué me sirve mirar lo mirado por un cuervo? Pregunté.
- Es incorrecta la pregunta hecha a Bertolino. No es lo visto por un cuervo es  lo que desea ver mi Siré. ¡Eso es diferente! Agregó.
- ¡Ahhh, también sos astuto con las palabras! Repuse mirando al ave y sus plumas  de un  negro azabache, de un negro metálico y,  cuando alzaba las alas los tonos del plumaje variaban tornasolados.
- Y también juego al ajedrez. Mi antiguo amo y señor me enseñó,  mi primer siré.
(Faltan varias páginas. Otras  páginas  están manchadas con tinta e ilegibles algunos pasajes).

(5)
(…) Bertolino  se hizo mi confidente, mi sombra.
Bertolino tenía razón: en ocasiones cerraba los ojos y me veía en el columpio, meciéndome… Ignoro del cómo y quién  educó el enorme pajarraco. También, ignoro para qué fines se educó. Supuse, los maestros oficiantes lo tenían para espiar a los cofrades, en los que no se confiaba. Ignoro si Bertolino no mentía en lo contado. A Bertolino, sí lo utilicé para espiar,  no a los cofrades, lo utilicé para espiar en un relato cruel y doloroso para mí.

En la historia a contar, Bertolino fue mi “yo” presente, los ojos de Bertolino fueron mis ojos y también mi relator de las últimas semanas de lo sucedido a Beatriz Muriel Nigroponte… aunque nunca lo supiera la abogada.
Bertolino conocía todas mis flaquezas humanas porque, hablar de virtudes, sería egolatría de mi parte.

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