viernes, 11 de febrero de 2011

MONTAIGNE-ENSAYOS. EDICIONES CRÍTICAS.



Montaigne uno de mis escritores filósofos preferidos. A las personas que deseen los ensayos con gusto se los enviaré en versión digital.
Advertencia del editor

El texto de los Ensayos de Montaigne, frecuentemente adulterado, tenía necesidad de ser hoy convertido de nuevo, mediante una crítica severa, a su primitiva pureza a mi entender no hay sino dos fuentes auténticas de este texto: la edición publicada en 1595, tres años después de la muerte del autor, por la señorita de Gournay, su hija adoptiva, en presencia de un ejemplar corregido que ésta había recibido de la confianza de la familia, y la de 1802, hecha con otro ejemplar corregido que pasó del castillo de Montaigne a los Bernardos, de Burdeos, y más tarde a la biblioteca pública de esta ciudad, edición, aunque reciente, original en parte, cuyo texto es el mismo que Montaigne había publicado en 1588 con adiciones manuscritas del ejemplar de Burdeos y numerosos pasajes de la edición de 1595, que no figuran ni en la de 1588 ni en los suplementos manuscritos que han llegado a nosotros.

Éstos son, a lo que yo he podido inferir, los solos fundamentos del texto completo. De las dos ediciones -LX- publicadas por el autor mismo, una, la de 1580 (Burdeos, 2 vol. en 4.º menor), no contiene sino los dos primeros libros, menos extensos de lo que en el día son, y con escasas citas; otra, la de 1588 (París, 1 vol. en folio), quinta edición, aumentada con un tercer libro y seiscientas adiciones a los dos primeros, fue ampliada todavía por Montaigne con gran número de observaciones y citas, escritas al margen o en hojas sueltas, durante los cuatro últimos años de su vida. Todos estos aumentos no se conocieron hasta que se dio a luz la edición póstuma de 1595, encontrada dice el título, después de la muerte del autor, revisada y aumentada por él mismo con una tercera parte más de materiales que las precedentes impresiones.

Los que me censuren por no haber incluido entre las autoridades sobre que se funda el texto de Montaigne la edición de 1635, que la mayor parte de los literatos y bibliógrafos han proclamado la mejor de todas, ignoran o no recuerdan que la señorita de Gournay, que tuvo también a su cargo el publicarla, ejecutó en ella muchos cambios arbitrarios con el designio de rejuvenecer el estilo y de hacer la obra más fácil de ser leída. Hizo variantes a pesar suyo, y sin duda las debió mirar como una profanación y como un sacrilegio, pues mostró en toda ocasión un respeto tan religioso hasta por las palabras más insignificantes de su padre adoptivo (y por las suyas también) que a la cabeza de la colección de sus propias obras, publicada en 1626, lanzó en consecuencia este anatema contra el audaz que osara modificarlas: «Si este libro me sobrevive, prohíbo a toda persona, cualquiera que sea, añadir, suprimir in cambiar jamás ninguna cosa, ya en la dicción, -LXI- ya en las ideas, bajo pena, a aquellos que lo intentaren, de ser considerados como detestables a los ojos de las gentes de honor, y como violadores de un sepulcro inocente... Las insolencias y hasta los acabamientos de reputaciones que yo veo todos los días practicarse en este siglo impertinente, me animan a lanzar esta imprecación.» Tan singular amenaza la repitió al fin de la segunda tirada de sus escritos, en 1634, y no obstante se apercibió desde entonces a modificar el texto de los Ensayos, la obra de su amigo, de su padre, por prestar obediencia a los libreros que a ello la habían obligado. En las últimas páginas de su prefacio de 1635 lo condesa, y es extraño que esto se haya hecho notar tan poco: la autora parece avergonzada de su condescendencia, trata de atenuar su falta cuanto la es dable, y remite al ejemplar viejo y auténtico, en folio (1595), a los que prefieran el verdadero texto, prohibiendo, aunque para ello careciera de autoridad, osadía semejante a los futuros editores: «Nadie después de mí tendrá derecho a poner aquí la mano con la intención que me animó, puesto que nadie podría emplear igual reverencia, como tampoco la aprobación del autor, ni celo igual al mío, ni acaso tan particular conocimiento del libro. ¡Precaución vana! ¡Cuántos editores han seguido el ejemplo que ella tuyo la desgracia de iniciar, queriendo hacer de Montaigne un escritor de sus siglos respectivos! Gracias a ellos, hubiera concluido por desaparecer por completo nuestro autor. Las mismas correcciones de la señorita de Gournay, aun cuando fuesen tan contadas como ella dice (lo cual no es exacto), aunque fueran más acertadas, serían siempre contrarias a la sana crítica. Así, la edición de, 1635, dedicada a Richelieu, -LXII- el cual fundó la Academia el mismo año, y cuyo purismo no fue ajeno sin duda a la voluntad de los libreros, puede todavía interesar como monumento en cuanto a las modificaciones del lenguaje, mas, como texto original de los Ensayos, apenas si merece atención alguna.

Todas las demás impresiones han sido hechas o conforme, a la de Burdeos, 1580, como las tres que la siguieron (París, 1580; Burdeos, 1582; París, 1587); o conforme a la de París, de 1595 (Lyon, 1595; París, 1593, 1600 y 1608; Leyden, 1609; París, 1611; íd. 1617; Ruan, 1617); o sobre la de 1635, que ha sido constantemente reproducida (París, 1640 y 1652; Amsterdam, 1653, etc.), hasta la primera edición que publicó Pedro Coste. Este erudito, tan digno de reconocimiento por sus dilatados estudios sobra el texto y las citas de Montaigne, vio con razón que el ejemplar de 1635 no debía tomarse ciegamente por modelo; pero se conformó todavía mucho con él, a pesar de haber recurrido a los otros textos. La edición de Coste, publicada en Londres en 1724, mereció reimpresiones frecuentes: París, 1725; La Haya, 1727; Londres, 1739 y 1745; París, 1754; Londres, 1759, etc. Coste, para fijar el texto de su edición, careció de recursos nuevos y se sirvió de materiales ya conocidos.

No pueden, por consiguiente, citarse más que dos ediciones completas que sean enteramente originales, la de 1595 y la de 1802. ¿Cuál de éstas es preferible? Para mí, no cabe duda que la primera.

La señorita de Gournay la publicó a su regreso de Guinea, donde había ido a consolar a la viuda y a la hija de Montaigne, quienes la entregaron los Ensayos tal y como el autor los preparaba para imprimirlos de nuevo. «La señora de Montaigne, dice aquélla en su breve prefacio de 1598, -LXIII- me los entregó para que salieran a luz, enriquecidos con los últimos rasgos que trazara la mano de su esposo.» Otro ejemplar de la edición de 1581, cargado también de notas, quedó en poder de la familia de Montaigne y fue luego depositado en el convento de los Bernardos de Burdeos como arriba queda dicho.

Éste es el que se hizo célebre a principios de siglo, y el que Naigeon cotejó para la edición de 1802. Yo creo que es muy inferior al que la familia de Montaigne confió a la señorita de Gournay. Aparte de un número considerable de expresiones que Montaigne fortificó después y de páginas enteras que perfeccionó, su texto ofrece lagunas de dos clases: las hojas sueltas que incluían adiciones más extensas, y que estaban indicadas por una llamada, fueron separadas probablemente para unirlas al ejemplar preferido; a veces faltan frases importantes, trozos muy extensos de que no se advierte ninguna huella en las márgenes. Puede juzgarse lo defectuoso de este texto por este solo ejemplo que escojo entre una multitud de otros análogos, para que no se diga que la señorita de Gournay es la que hizo hablar así a Montaigne, libro II, capítulo VIII: «¡Oh amigo mío! ¿valgo yo más por conservar la memoria de nuestra comunicación, o valgo menos? En verdad valgo mucho más; su sentimiento me consuela y me honra: ¿no es juntamente un oficio piadoso y grato de mi vida el practicar este culto para siempre?» ¿Hay placer alguno que equivalga a esta privación? «Bien se ve que es Montaigne el que así habla. El texto en que no aparecen estas líneas elocuentes no era, de fijo, el destinado a la impresión.

-LXIV-

El ejemplar de Burdeos no es, sin embargo, por eso menos interesante para la crítica; pues la parte manuscrita nos da testimonio fiel de la ortografía que el autor empleó, y que la señorita de Gournay respetó bien poco, ni siquiera en la edición de 1595; de algunas correcciones acertadas y de algunas frases cortas que no fueron hechas ni incluidas en el otro ejemplar. Aprovechémoslas, pero no desfiguremos la obra de Montaigne por el placer de seguir a la letra un texto que Montaigne mismo había abandonado.

En la firma de las notas, la letra C. indica las de Coste; N., las de Naigeon, que fueron publicadas en la edición de 1802; E. J., las de Eloy Johanneau, que vieron la luz en 1818, y A. D., las de Amaury Duvai, que aparecieron en 1820.

J. V. L.

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