sábado, 30 de noviembre de 2013

JULIO CORTÁZAR. LA SEÑORITA CORA. CUENTO.

 

 



 

  
 
 
 
La Señorita Cora
Una ficción vista desde la teoría de los actos de habla
 
 
Maritza Montaño González
 
 
L
a teoría de los actos lingüísticos de John R. Searle  encuentra en el relato La señorita Cora de Julio Cortázar, un escenario donde se hace visible gran parte de los elementos que la constituyen. El presente trabajo es un ejercicio de lectura que examina, de acuerdo con el alcance de la teoría, los elementos que hacen de esta pequeña obra una ficción, y descubre en el texto del escritor argentino una limitada variedad de actos lingüísticos, pertenecientes a las distintas clases propuestas por Searle, a la vez que señala algunos casos de indirección, entre los cuales se incluyen la metáfora y otras figuras literarias presentes en el lenguaje ordinario.
 
El tema de La señorita Cora es bastante simple. La narración nos cuenta la historia de un adolescente que es hospitalizado y que se enamora de una de las enfermeras que lo atienden. Esta historia no presenta mayores enredos a causa de las acciones de los personajes. Nada ocurre en el relato que sea sorprendente, dentro de los posibles eventos de la vida cotidiana de cualquier persona. Pero a este tema tan simple Julio Cortázar le aplica una técnica narrativa extraordinaria. La manera más aproximada de describir esta técnica sería decir que se trata de una sucesión de soliloquios de los personajes, pero no son exactamente soliloquios, porque en ocasiones las series de oraciones que presentan los pensamientos de cada personaje desembocan en enunciados que dan cuenta de una interacción con otro personaje, aunque sin convertirse necesariamente en un diálogo.
 
Conocemos la historia de Pablo, el adolescente hospitalizado, a través de los pensamientos de los distintos personajes que se relacionan con él y de los suyos propios. Cada personaje se convierte en un narrador, que desde su perspectiva va dando a conocer lo que ocurre con el muchacho. Pero algunas veces los pensamientos, discretos y silenciosos, se entrecruzan con hechos que están sucediendo y que ameritan una respuesta en voz alta del personaje que narra hacia un interlocutor. Lo que resulta más interesante de esta técnica narrativa es que el paso de un narrador a otro no siempre lleva la marca del punto aparte. Un largo párrafo puede empezar con un narrador y terminar con otro sin que haya en toda la serie de enunciados más que un punto seguido o una coma como único signo que haga explícito el cambio. Sólo en una ocasión la transición de un personaje a otro se da a través de la conjunción ‘y’. Asimismo una sola vez el pasaje de un personaje siguiente es antecedido por los puntos suspensivos. Depende de la capacidad interpretativa del lector determinar qué personaje se pone de relieve en cada momento de la historia. El autor hace fácil esta tarea para el lector, mediante el uso de un lenguaje muy simple, sin palabras rebuscadas ni llamativas variaciones sintácticas, en el cual prevalece el carácter denotativo de los enunciados.
 
De acuerdo con Searle, en Expression and Meaning (1979: 69), una historia de ficción es una representación simulada de un estado de cosas. El discurso de ficción usa el mismo lenguaje ordinario que se utiliza para realizar los actos lingüísticos en la cotidianidad, pero su uso se califica de ‘no serio’, puesto que no está respaldado por la intención de realizar el acto, es sólo enunciación, un acto a medias.  Así, en La señorita Cora, cada personaje enuncia grupos de oraciones que constituyen actos lingüísticos variados, pero que no son más que la construcción de un autor pretendiendo realizar dichos actos. Más aún, puesto que la narración pasa por la conciencia de cada personaje, los enunciados resultan ser la construcción del autor pretendiendo ser cada personaje que realiza los actos, uno tras otro[1].
 
Los protagonistas de esta ficción son Pablo Morán y, desde luego, la señorita Cora. Los personajes secundarios son la madre de Pablo, el  Dr. De Luisi, el Dr. Suárez y Marcial, médico residente de la institución, quien parece ser anestesista. Hay también unos personajes referenciales, que participan en la historia a fuerza de ser nombrados o referidos por otros personajes: el señor Morán, padre de Pablo y la enfermera María Luisa, quien hace turnos con la señorita Cora para atender a Pablo. Los dos primeros grupos de personajes constituyen a la vez el grupo de narradores de la historia.  
 
Al expresarse, estos personajes emiten enunciados que corresponden a actos ilocucionarios, normalmente del tipo de los aseverativos, que incluye: planteamientos, afirmaciones, descripciones, caracterizaciones, identificaciones, explicaciones, entre otros; aunque también pueden encontrarse directivos, compromisorios y expresivos. Si bien la historia se desarrolla en una clínica y se alude recurrentemente la autoridad del Dr. De Luisi en el ambiente institucional y además se  menciona la existencia de un director, por ningún lado aparece una declaración (ni la pretensión de una declaración) de acuerdo con las características sugeridas por Searle para la clase de las declaraciones, se supone la existencia de una institución extralingüística en la cual tanto el locutor como el interlocutor ocupan determinadas posiciones, pero las fórmulas, formalidades y la realización exitosa de actos que crean estados de cosas, simplemente no se dan. Identificar las clases de actos presentadas en el relato tiene, sin embargo, cierto grado de dificultad a causa de las características de la narración en primera persona, que en la mayoría de los casos reporta eventos pasados y mezcla tiempos verbales en una sola intervención.
 
El valor literario de esta ficción estriba en la variedad de narradores en primera persona, que de manera indirecta va mostrando con algún detalle los últimos días de vida del protagonista. Cada narrador, expresándose en primera persona va complementando lo que el anterior narrador contó, y lo hace cronológicamente. Las perspectivas de cada narrador, sus intuiciones, por ejemplo, se ven también complementadas o corroboradas por las afirmaciones de otro. La manera como se imbrican estas perspectivas en los enunciados da la sensación de que la historia se va desarrollando indirectamente. De hecho en las últimas líneas no es rotundamente explícito que Pablo muere, es deber del lector concluirlo. Muchas de las informaciones deben ser, efectivamente, inferidas por el lector y ésta es una característica de un buen autor de literatura: hacer partícipe de la construcción del relato al lector, dándole en qué pensar. Sin embargo el nivel de dificultad para la inferencia planteado por esta historia es muy bajo y no lo favorece la simpleza del lenguaje, necesitado de algunos adornos discursivos que hagan del relato algo más que una simple transcripción del lenguaje ordinario, por mucho que esa sencillez sea a menudo difícil de conseguir.
 
Esta narración ofrece un anclaje temporal y espacial amplio. No hay marcas textuales que indiquen una ciudad y una fecha específica. El uso del lenguaje y el vocabulario llevan a determinar el escenario de la ficción simplemente como la Argentina de la segunda mitad del s. XX. No hay referencias en esta historia a otras ficciones -en el sentido de invenciones-  como fantasmas, vampiros y otras entidades menos conocidas, que de hecho sí aparecen en otras narraciones del autor.[2] Tampoco hay referencia a otras ficciones en el sentido de escritos constituidos de actos de habla ilocucionarios.[3]
 
A continuación se transcribe la historia y se señalan algunos enunciados que expresan actos ilocucionarios de las clases ya mencionadas, que aparecen en la narración. Para efectos de este trabajo el texto ha sido editado de tal manera que aparecen tres columnas: en la primera va la ficción de La señorita Cora, en la segunda, para facilitar la lectura y también la identificación de los actos, se ha puesto el nombre del personaje que asume la narración en el transcurso de la historia. Las oraciones en las que aparecen los actos ilocucionarios y las figuras literarias se han puesto en cursiva y al lado de ellas, en la tercera columna, entre corchetes, aparece señalado el tipo de acto y la clase a la que pertenece o los comentarios del caso. Las figuras literarias, tanto en el texto como en los comentarios aparecen subrayadas. La selección no es muy abundante, porque es difícil extraer de esta narración, marcada por la interrupción, el momento en que se está reportando algo o cuando está ocurriendo. Necesariamente los actos deben tomarse de los eventos en curso y la pesca de actos en esos fragmentos de discurso es más restringida.

 

La Señorita Cora

We'll send your love to college, all for a year or two.
And then perhaps in time the boy will do for you.
The trees that grow so high
(Canción folklórica inglesa.)
No entiendo por que no me dejan pasar la noche en la clínica con el nene, al fin y al cabo soy su madre y el doctor De Luisi nos recomendó personalmente al director. Podrían traer un sofá cama y yo lo acompañaría para que se vaya acostumbrando, entró tan pálido el pobrecito como si fueran a operarlo enseguida, yo creo que es ese olor de las clínicas, su padre también estaba nervioso y no veía la hora de irse, pero yo estaba segura de que me dejarían con el nene. Después de todo tiene apenas quince años y nadie se los daría, siempre pegado a mí aunque ahora con los pantalones largos quiere disimular y hacerse el hombre grande.
 
La impresión que le habrá hecho cuando se dio cuenta de que no me dejaban quedarme, menos mal que su padre le dio charla, le hizo poner el piyama y meterse en la cama. Y todo por esa mocosa de enfermera, yo me pregunto si verdaderamente tiene órdenes de los médicos o si lo hace por pura maldad. Pero bien que se lo dije, bien que le pregunté si estaba segura  de que tenía que irme. No hay más que mirarla para darse cuenta de quién es, con esos aires de vampiresa y ese delantal ajustado, una chiquilina de porquería que se cree la directora de la clínica. Pero eso sí, no se la llevó de arriba, le dije lo que pensaba y eso que el nene no sabía dónde meterse de vergüenza y su padre se hacía el desentendido y de paso seguro que le miraba las piernas como de costumbre. Lo único que me consuela es que el ambiente es bueno, se nota que es una clínica para personas pudientes; el nene tiene un velador de lo más lindo para leer sus revistas, y por suerte su padre se acordó de traerle caramelos de menta que son los que más le gustan. Pero mañana por la mañana, eso sí, lo primero que hago es hablar con el doctor De Luisi para que la ponga en su lugar a esa mocosa presumida. Habrá que ver si la frazada lo abriga bien al nene, voy a pedir que por las dudas le dejen otra a mano. Pero sí, claro que me abriga, menos mal que se fueron de una vez, mamá cree que soy un chico y me hace hacer cada papelón. Seguro que la enfermera va a pensar que no soy capaz de pedir lo que necesito, me miró de una manera cuando mamá le estaba protestando... Está bien, si no la dejaban quedarse qué le vamos a hacer, ya soy bastante grande para dormir solo de noche, me parece. Y en esta cama se dormirá bien, a esta hora ya no se oye ningún ruido, a veces de lejos el zumbido del ascensor que me hace acordar a esa película de miedo que también pasaba en una clínica, cuando a medianoche se abría poco a poco la puerta y la mujer paralítica en la cama veía entrar al hombre de la mascara blanca...
 
La enfermera es bastante simpática, volvió a las seis y media con unos papeles y me empezó a preguntar mi nombre completo, la edad y esas cosas. Yo guardé la revista en seguida porque hubiera quedado mejor estar leyendo un libro de veras y no una fotonovela, y creo que ella se dio cuenta pero no dijo nada, seguro que todavía estaba enojada por lo que le había dicho mamá y pensaba que yo era igual que ella y que le iba a dar órdenes o algo así. Me preguntó si me dolía el apéndice y le dije que no, que esa noche estaba muy bien. "A ver el pulso", me dijo, y después de tomármelo anotó algo más en la planilla y la colgó a los pies de la cama. "¿Tenés hambre?", me preguntó, yo creo que me puse colorado porque me tomó de sorpresa que me tuteara, es tan joven que me hizo impresión. Le dije que no, aunque era mentira porque a esa hora siempre tengo hambre.
 
"Esta noche vas a cenar muy liviano", dijo ella, y cuando quise darme cuenta ya me había quitado el paquete de caramelos de menta y se iba. No sé si empecé a decirle algo, creo que no. Me daba una rabia que me hiciera eso como a un chico, bien podía haberme dicho que no tenía que comer caramelos, pero llevárselos... Seguro que estaba furiosa por lo de mamá y se desquitaba conmigo, de puro resentida; que sé yo, después que se fue se me pasó de golpe el fastidio, quería seguir enojado con ella pero no podía. Qué joven es, clavado que no tiene ni diecinueve años, debe haberse recibido de enfermera hace muy poco. A lo mejor viene para traerme la cena; le voy a preguntar cómo se llama, si va a ser mi enfermera tengo que darle un nombre. Pero en cambio vino otra, una señora muy amable vestida de azul que me trajo un caldo y bizcochos y me hizo tomar unas pastillas verdes. También ella me preguntó cómo me llamaba y si me sentía bien, y me dijo que en esta pieza dormiría tranquilo porque era una de las mejores de la clínica, y es verdad porque dormí hasta casi las ocho en que me despertó una enfermera chiquita y arrugada como un mono pero muy amable, que me dijo que podía levantarme y lavarme pero antes me dio un termómetro y me dijo que me lo pusiera como se hace en estas clínicas, y yo no entendí porque en casa se pone debajo del brazo, y entonces me explicó y se fue. Al rato vino mamá y qué alegría verlo tan bien, yo que me temía que hubiera pasado la noche en blanco el pobre querido, pero los chicos son así, en la casa tanto trabajo y después duermen a pierna suelta aunque estén lejos de su mamá que no ha cerrado los ojos la pobre.
 
 
El doctor De Luisi entró para revisar al nene y yo me fui un momento afuera porque ya está grandecito, y me hubiera gustado encontrármela a la enfermera de ayer para verle bien la cara y ponerla en su sitio nada más que mirándola de arriba a abajo, pero no había nadie en el pasillo. Casi en seguida salió el doctor De Luisi y me dijo que al nene iban a operarlo a la mañana siguiente, que estaba muy bien y en las mejores condiciones para la operación, a su edad una apendicitis es una tontería. Le agradecí mucho y aproveché para decirle que me había llamado la atención la impertinencia de la enfermera de la tarde, se lo decía porque no era cosa de que a mi hijo fuera a faltarle la atención necesaria. Después entré en la pieza para acompañar al nene que estaba leyendo sus revistas y ya sabía que lo iban a operar al otro día. Como si fuera el fin del mundo, me mira de un modo la pobre, pero si no me voy a morir, mamá, haceme un poco el favor. Al Cacho le sacaron el apéndice en el hospital y a los seis días ya estaba queriendo jugar al fútbol. Andáte tranquila que estoy muy bien y no me falta nada. Sí, mamá, sí, diez minutos queriendo saber si me duele aquí o más allá, menos mal que se tiene que ocupar de mi hermana en casa, al final se fue y yo pude terminar la fotonovela que había empezado anoche.
 
 
La enfermera de la tarde se llama la señorita Cora, se lo pregunté a la enfermera chiquita cuando me trajo el almuerzo; me dieron muy poco de comer y de nuevo pastillas verdes y unas gotas con gusto a menta; me parece que esas gotas hacen dormir porque se me caían las revistas de la mano y de golpe estaba soñando con el colegio y que íbamos a un picnic con las chicas del normal como el año pasado y bailábamos a la orilla de la pileta, era muy divertido. Me desperté a eso de las cuatro y media y empecé a pensar en la operación, no que tenga miedo, el doctor De Luisi dijo que no es nada, pero debe ser raro la anestesia y que te corten cuando estás dormido, el Cacho decía que lo peor es despertarse, que duele mucho y por ahí vomitás y tenés fiebre. El nene de mamá ya no está tan garifo como ayer, se le nota en la cara que tiene un poco de miedo, es tan chico que casi me da lástima. Se sentó de golpe en la cama y cuando me vio entrar escondió la revista debajo de la almohada. La pieza estaba un poco fría y fui a subir la calefacción, después traje el termómetro y se lo di. "¿Te lo sabés poner?", le pregunté, y las mejillas parecía que iban a reventársele de rojo que se puso. Dijo que sí con la cabeza y se estiró en la cama mientras yo bajaba las persianas y encendía el velador. Cuando me acerqué para que me diera el termómetro seguía tan ruborizado que estuve a punto de reírme, pero con los chicos de esa edad siempre pasa lo mismo, les cuesta acostumbrarse a esas cosas.
 
 
Y para peor me mira en los ojos, por que no le puedo aguantar esa mirada si al final no es más que una mujer, cuando saqué el termómetro de debajo de las frazadas y se lo alcancé, ella me miraba y yo creo que se sonreía un poco, se me debe notar tanto que me pongo colorado, es algo que no puedo evitar, es más fuerte que yo. Después anotó la temperatura en la hoja que está a los pies de la cama y se fue sin decir nada. Ya casi no me acuerdo de lo que hablé con papá y mamá cuando vinieron a verme a las seis. Se quedaron poco porque la señorita Cora les dijo que había que prepararme y que era mejor que estuviese tranquilo la noche antes. Pensé que mamá iba a soltarle alguna de las suyas pero la miró nomás de arriba abajo, y papá también pero yo al viejo le conozco las miradas, es algo muy diferente. Justo cuando se estaba yendo la oí a mamá que le decía a la señorita Cora: "Le agradeceré que lo atienda bien, es un niño que ha estado siempre muy rodeado por su familia", o alguna idiotez por el estilo, y me hubiera querido morir de rabia, ni siquiera escuché lo que le contestó la señorita Cora, pero estoy seguro de que no le gustó, a lo mejor piensa que me estuve quejando de ella o algo así.
 
 
Volvió a eso de las seis y media con una mesita de esas de ruedas llena de frascos y algodones, y no sé por qué de golpe me dio un poco de miedo, en realidad no era miedo pero empecé a mirar lo que había en la mesita, toda clase de frascos azules o rojos, tambores de gasa y también pinzas y tubos de goma, el pobre debía estar empezando a asustarse sin la mamá que parece un papagayo endomingado, le agradeceré que atienda bien al nene, mire que he hablado con el doctor De Luisi, pero sí, señora, se lo vamos a atender como a un príncipe. Es bonito su nene, señora, con esas mejillas que se le arrebolan apenas me ve entrar. Cuando le retiré las frazadas hizo un gesto como para volver a taparse, y creo que se dio cuenta de que me hacía gracia verlo tan pudoroso. "A ver, bajate el pantalón del piyama", le dije sin mirarlo en la cara. "¿El pantalón?", preguntó con una voz que se le quebró en un gallo. "Sí, claro, el pantalón", repetí, y empezó a soltar el cordón y a desabotonarse con unos dedos que no le obedecían. Le tuve que bajar yo misma el pantalón hasta la mitad de los muslos, y era como me lo había imaginado. "Ya sos un chico crecidito", le dije, preparando la brocha y el jabón aunque la verdad es que poco tenía para afeitar. "¿Cómo te llaman en tu casa?", le pregunté mientras lo enjabonaba. "Me llamo Pablo", me contestó con una voz que me dio lástima, tanta era la vergüenza. "Pero te darán algún sobrenombre", insistí, y fue todavía peor porque me pareció que se iba a poner a llorar mientras yo le afeitaba los pocos pelitos que andaban por ahí. "¿Así que no tenés ningún sobrenombre? Sos el nene solamente, claro." Terminé de afeitarlo y le hice una seña para que se tapara, pero él se adelantó y en un segundo estuvo cubierto hasta el pescuezo. "Pablo es un bonito nombre", le dije para consolarlo un poco; casi me daba pena verlo tan avergonzado, era la primera vez que me tocaba atender a un muchachito tan joven y tan tímido, pero me seguía fastidiando algo en él que a lo mejor le venía de la madre, algo más fuerte que su edad y que no me gustaba, y hasta me molestaba que fuera tan bonito y tan bien hecho para sus años, un mocoso que ya debía creerse un hombre y que a la primera de cambio sería capaz de soltarme un piropo.
 
 
 
Me quedé con los ojos cerrados, era la única manera de escapar un poco de todo eso, pero no servía de nada porque justamente en ese momento agrego: "¿Así que no tenés ningún sobrenombre. Sos el nene solamente, claro", y yo hubiera querido morirme, o agarrarla por la garganta y ahogarla, y cuando abrí los ojos le vi el pelo castaño casi pegado a mi cara porque se había agachado para sacarme un resto de jabón, y olía a shampoo de almendra como el que se pone la profesora de dibujo, o algún perfume de esos, y no supe qué decir y lo único que se me ocurrió fue preguntarle: "¿Usted se llama Cora, verdad?" Me miró con aire burlón, con esos ojos que ya me conocían y que me habían visto por todos lados, y dijo: "La señorita Cora." Lo dijo para castigarme, lo sé, igual que antes había dicho: "Ya sos un chico crecidito", nada más que para burlarse. Aunque me daba rabia tener la cara colorada, eso no lo puedo disimular nunca y es lo peor que me puede ocurrir, lo mismo me animé a decirle: "Usted es tan joven que... Bueno, Cora es un nombre muy lindo." No era eso, lo que yo había querido decirle era otra cosa y me parece que se dio cuenta y le molesté, ahora estoy seguro de que está resentida por culpa de mamá, yo solamente quería decirle que era tan joven que me hubiera gustado poder llamarla Cora a secas, pero cómo se lo iba a decir en ese momento cuando se había enojado y ya se iba con la mesita de ruedas y yo tenía unas ganas de llorar, esa es otra cosa que no puedo impedir, de golpe se me quiebra la voz y veo todo nublado, justo cuando necesitaría estar más tranquilo para decir lo que pienso. Ella iba a salir pero al llegar a la puerta se quedó un momento como para ver si no se olvidaba de alguna cosa, y yo quería decirle lo que estaba pensando pero no encontraba las palabras y lo único que se me ocurrió fue mostrarle la taza con el jabón, se había sentado en la cama y después de aclararse la voz dijo: "Se le olvida la taza con el jabón", muy seriamente y con un tono de hombre grande. Volví a buscar la taza y un poco para que se calmara le pasé la mano por la mejilla. "No te aflijas, Pablito", le dije. "Todo irá bien, es una operación de nada." Cuando lo toqué echó la cabeza atrás como ofendido, y después resbaló hasta esconder la boca en el borde de las frazadas. Desde ahí, ahogadamente, dijo: "Puedo llamarla Cora, ¿verdad?"
 
Soy demasiado buena, casi me dio lástima tanta vergüenza que buscaba desquitarse por otro lado, pero sabía que no era el caso de ceder porque después me resultaría difícil dominarlo, y a un enfermo hay que dominarlo o es lo de siempre, los líos de María Luisa en la pieza catorce o los retos del doctor De Luisi que tiene un olfato de perro para esas cosas. "Señorita Cora", me dijo tomando la taza y yéndose. Me dio una rabia, unas ganas de pegarle, de saltar de la cama y echarla a empujones, o de... Ni siquiera comprendo cómo pude decirle: "Si yo estuviera sano a lo mejor me trataría de otra manera." Se hizo la que no oía, ni siquiera dio vuelta la cabeza, y me quedé solo y sin ganas de leer, sin ganas de nada, en el fondo hubiera querido que me contestara enojada para poder pedirle disculpas porque en realidad no era lo que yo había pensado decirle, tenía la garganta tan cerrada que no sé cómo me habían salido las palabras, se lo había dicho de pura rabia pero no era eso, o a lo mejor sí pero de otra manera.
Y sí, son siempre lo mismo, una los acaricia, les dice una frase amable, y ahí nomás asoma el machito, no quieren convencerse de que todavía son unos mocosos. Esto tengo que contárselo a Marcial, se va a divertir y cuando mañana lo vea en la mesa de operaciones le va a hacer todavía más gracia, tan tiernito el pobre con esa carucha arrebolada, maldito calor que me sube por la piel, cómo podría hacer para que no me pase eso, a lo mejor respirando hondo antes de hablar, qué sé yo. Se debe haber ido furiosa, estoy seguro de que escuchó perfectamente, no sé cómo le dije eso, yo creo que cuando le pregunté si podía llamarla Cora no se enojó, me dijo lo de señorita porque es su obligación pero no estaba enojada, la prueba es que vino y me acarició la cara; pero no, eso fue antes, primero me acarició y entonces yo le dije lo de Cora y lo eché todo a perder. Ahora estamos peor que antes y no voy a poder dormir aunque me den un tubo de pastillas. La barriga me duele de a ratos, es raro pasarse la mano y sentirse tan liso, lo malo es que me vuelvo a acordar de todo y del perfume de almendras, la voz de Cora, tiene una voz muy grave para una chica tan joven y linda, una voz como de cantante de boleros, algo que acaricia aunque esté enojada. Cuando oí pasos en el corredor me acosté del todo y cerré los ojos, no quería verla, no me importaba verla, mejor que me dejara en paz, sentí que entraba y que encendía la luz del cielo raso, se hacía el dormido como un angelito, con una mano tapándose la cara, y no abrió los ojos hasta que llegué al lado de la cama. Cuando vio lo que traía se puso tan colorado que me volvió a dar lástima y un poco de risa, era demasiado idiota realmente. "A ver, m'hijito, bájese el pantalón y dese vuelta para el otro lado", y el pobre a punto de patalear como haría con la mamá cuando tenía cinco años, me imagino, a decir que no y a llorar y a meterse debajo de las cobijas y a chillar, pero el pobre no podía hacer nada de eso ahora, solamente se había quedado mirando el irrigador y después a mí que esperaba, y de golpe se dio vuelta y empezó a mover las manos debajo de las frazadas pero no atinaba a nada mientras yo colgaba el irrigador en la cabecera, tuve que bajarle las frazadas y ordenarle que levantara un poco el trasero para correrle mejor el pantalón y deslizarle una toalla. "A ver, subí un poco las piernas, así está bien, echate más de boca, te digo que te eches más de boca, así." Tan callado que era casi como si gritara, por una parte me hacía gracia estarle viendo el culito a mi joven admirador, pero de nuevo me daba un poco de lástima por él, era realmente como si lo estuviera castigando por lo que me había dicho. "Avisá si está muy caliente", le previne, pero no contestó nada, debía estar mordiéndose un puño y yo no quería verle la cara y por eso me senté al borde de la cama y esperé a que dijera algo, pero aunque era mucho líquido lo aguantó sin una palabra hasta el final, y cuando terminó le dije, y eso si se lo dije para cobrarme lo de antes: "Así me gusta, todo un hombrecito", y lo tapé mientras le recomendaba que aguantase lo más posible antes de ir al baño. "¿Querés que te apague la luz o te la dejo hasta que te levantes?", me preguntó desde la puerta. No sé cómo alcancé a decirle que era lo mismo, algo así, y escuché el ruido de la puerta al cerrarse y entonces me tapé la cabeza con las frazadas y qué le iba a hacer, a pesar de los cólicos me mordí las dos manos y lloré tanto que nadie, nadie puede imaginarse lo que lloré mientras la maldecía y la insultaba y le clavaba un cuchillo en el pecho cinco, diez, veinte veces, maldiciéndola cada vez y gozando de lo que sufría y de cómo me suplicaba que la perdonase por lo que me había hecho.
 
 
 
Es lo de siempre, che Suárez, uno corta y abre, y en una de esas la gran sorpresa. Claro que a la edad del pibe tiene todas las chances a su favor, pero lo mismo le voy hablar claro al padre, no sea cosa que en una de esas tengamos un lío. Lo más probable es que haya una buena reacción, pero ahí hay algo que falla, pensá en lo que pasó al comienzo de la anestesia: parece mentira en un pibe de esa edad. Lo fui a ver a las dos horas y lo encontré bastante bien si pensás en lo que duró la cosa. Cuando entró el doctor De Luisi yo estaba secándole la boca al pobre, no terminaba de vomitar y todavía le duraba la anestesia pero el doctor lo auscultó lo mismo y me pidió que no me moviera de su lado hasta que estuviera bien despierto. Los padres siguen en la otra pieza, la buena señora se ve que no está acostumbrada a estas cosas, de golpe se le acabaron las paradas, y el viejo parece un trapo. Vamos, Pablito, vomitá si tenés ganas y quejate todo lo que quieras, yo estoy aquí, si, claro que estoy aquí, el pobre sigue dormido pero me agarra la mano como si se estuviera ahogando. Debe creer que soy la mamá, todos creen eso, es monótono. Vamos, Pablo, no te muevas así, quieto que te va a doler más, no, dejá las manos tranquilas, ahí no te podes tocar. Al pobre le cuesta salir de la anestesia. Marcial me dijo que la operación había sido muy larga. Es raro, habrán encontrado alguna complicación: a veces el apéndice no esta tan a la vista, le voy a preguntar a Marcial esta noche. Pero sí, m'hijito, estoy aquí, quéjese todo lo que quiera pero no se mueva tanto, yo le voy a mojar los labios con este pedacito de hielo en una gasa, así se le va pasando la sed. Si, querido, vomitá más, aliviate todo lo que quieras. Qué fuerza tenés en las manos, me vas a llenar de moretones, sí, sí, llorá si tenés ganas, llorá, Pablito, eso alivia, llorá y quejate, total estás tan dormido y creés que soy tu mamá. Sos bien bonito, sabés, con esa nariz un poco respingona y esas pestañas como cortinas, parecés mayor ahora que estás tan pálido. Ya no te pondrías colorado por nada, verdad, mi pobrecito. Me duele, mamá, me duele aquí, dejame que me saque ese peso que me han puesto, tengo algo en la barriga que pesa tanto y me duele, mamá, decile a la enfermera que me saque eso. Si, m'hijito, ya se le va a pasar, quédese un poco quieto, por que tendrás tanta fuerza, voy a tener que llamar a María Luisa para que me ayude. Vamos, Pablo, me enojo si no te estás quieto, te va a doler mucho más si seguís moviéndote tanto. Ah, parece que empezás a darte cuenta, me duele aquí, señorita Cora, me duele tanto aquí, hágame algo por favor, me duele tanto aquí, suélteme las manos, no puedo más, señorita Cora, no puedo más.
 
 
Menos mal que se ha dormido el pobre querido, la enfermera me vino a buscar a las dos y media y me dijo que me quedara un rato con él que ya estaba mejor, pero lo veo tan pálido, ha debido perder tanta sangre, menos mal que el doctor De Luisi dijo que todo había salido bien. La enfermera estaba cansada de luchar con él, yo no entiendo por qué no me hizo entrar antes, en esta clínica son demasiado severos. Ya es casi de noche y el nene ha dormido todo el tiempo, se ve que está agotado, pero me parece que tiene mejor cara, un poco de color. Todavía se queja de a ratos pero ya no quiere tocarse el vendaje y respira tranquilo, creo que pasará bastante buena noche. Como si yo no supiera lo que tengo que hacer, pero era inevitable; apenas se le pasó el primer susto a la buena señora le salieron otra vez los desplantes de patrona, por favor que al nene no le vaya a faltar nada por la noche, señorita. Decí que te tengo lástima, vieja estúpida, si no ya ibas a ver cómo te trataba. Las conozco a éstas, creen que con una buena propina el último día lo arreglan todo. Y a veces la propina ni siquiera es buena, pero para qué seguir pensando, ya se mandó mudar y todo está tranquilo. Marcial, quedate un poco, no ves que el chico duerme, contame lo que pasó esta mañana. Bueno, si estas apurado lo dejamos para después. No, mirá que puede entrar María Luisa, aquí no, Marcial. Claro, el señor se sale con la suya, ya te he dicho que no quiero que me beses cuando estoy trabajando, no está bien. Parecería que no tenemos toda la noche para besamos, tonto. Andáte. Váyase le digo, o me enojo. Bobo, pajarraco. Si, querido, hasta luego. Claro que sí. Muchísmo.
 
 
Está muy oscuro pero es mejor, no tengo ni ganas de abrir los ojos. Casi no me duele, qué bueno estar así respirando despacio, sin esas náuseas. Todo está tan callado, ahora me acuerdo que vi a mamá, me dijo no sé qué, yo me sentía tan mal. Al viejo lo miré apenas, estaba a los pies de la cama y me guiñaba un ojo, el pobre siempre el mismo. Tengo un poco de frío, me gustaría otra frazada. Señorita Cora, me gustaría otra frazada. Pero si estaba ahí, apenas abrí los ojos la vi sentada al lado de la ventana leyendo una revista. Vino en seguida y me arropó, casi no tuve que decirle nada porque se dio cuenta enseguida. Ahora me acuerdo, yo creo que esta tarde la confundía con mamá y que ella me calmaba, o a lo mejor estuve soñando. ¿Estuve soñando, señorita Cora? Usted me sujetaba las manos, verdad? Yo decía tantas pavadas, pero es que me dolía mucho, y las náuseas... Discúlpeme, no debe ser nada lindo ser enfermera. Si, usted se ríe pero yo sé, a lo mejor la manché y todo. Bueno, no hablaré más. Estoy tan bien así, ya no tengo frío. No, no me duele mucho, un poquito solamente. ¿Es tarde, señorita Cora? Sh, usted se queda calladito ahora, ya le he dicho que no puede hablar mucho, alégrese de que no le duela y quédese bien quieto. No, no es tarde, apenas las siete. Cierre los ojos y duerma. Así. Duérmase ahora.
 
 
Sí, yo querría pero no es tan fácil. Por momentos me parece que me voy a dormir, pero de golpe la herida me pega un tirón o todo me da vueltas en la cabeza, y tengo que abrir los ojos y mirarla, está sentada al lado de la ventana y ha puesto la pantalla para leer sin que me moleste la luz. ¿Por qué se quedará aquí todo el tiempo? Tiene un pelo precioso, le brilla cuando mueve la cabeza. Y es tan joven, pensar que hoy la confundí con mamá, es increíble. Vaya a saber qué cosas le dije, se debe haber reído otra vez de mí. Pero me pasaba hielo por la boca, eso me aliviaba tanto, ahora me acuerdo, me puso agua colonia en la frente y en el pelo, y me sujetaba las manos para que no me arrancara el vendaje. Ya no está enojada conmigo, a lo mejor mamá le pidió disculpas o algo así, me miraba de otra manera cuando me dijo: "Cierre los ojos y duérmase." Me gusta que me mire así, parece mentira lo del primer día cuando me quitó los caramelos. Me gustaría decirle que es tan linda, que no tengo nada contra ella, al contrario, que me gusta que sea ella la que me cuida de noche y no la enfermera chiquita. Me gustaría que me pusiera otra vez agua colonia en el pelo. Me gustaría que me pidiera perdón, que me dijera que la puedo llamar Cora.
 
 
Se quedó dormido un buen rato, a las ocho calculé que el doctor De Luisi no tardaría y lo desperté para tomarle la temperatura. Tenía mejor cara y le había hecho bien dormir. Apenas vio el termómetro sacó una mano fuera de las cobijas, pero le dije que se estuviera quieto. No quería mirarlo en los ojos para que no sufriera pero lo mismo se puso colorado y empezó a decir que el podía muy bien solo. No le hice caso, claro, pero estaba tan tenso el pobre que no me quedó más remedio que decirle: "Vamos, Pablo, ya sos un hombrecito, no te vas a poner así cada vez, ¿verdad?" Es lo de siempre, con esa debilidad no pudo contener las lágrimas; haciéndome la que no me daba cuenta anoté la temperatura y me fui a prepararle la inyección. Cuando volvió yo me había secado los ojos con la sábana y tenía tanta rabia contra mí mismo que hubiera dado cualquier cosa por poder hablar, decirle que no me importaba, que en realidad no me importaba pero que no lo podía impedir. "Esto no duele nada", me dijo con la jeringa en la mano. "Es para que duermas bien toda la noche." Me destapé y otra vez sentí que me subía la sangre a la cara, pero ella se sonrió un poco y empezó a frotarme el muslo con un algodón mojado. "No duele nada", le dije porque algo tenía que decirle, no podía ser que me quedara así mientras ella me estaba mirando. "Ya ves", me dijo sacando la aguja y frotándome con el algodón. "Ya ves que no duele nada. Nada te tiene que doler, Pablito." Me tapó y me pasó la mano por la cara. Yo cerré los ojos y hubiera querido estar muerto, estar muerto y que ella, me pasara la mano por la cara, llorando.
 
 
Nunca entendí mucho a Cora pero esta vez se fue a la otra banda. La verdad que no me importa si no entiendo a las mujeres, lo único que vale la pena es que lo quieran a uno. Si están nerviosas, si se hacen problema por cualquier macana, bueno nena, ya está, déme un beso y se acabó. Se ve que todavía es tiernita, va a pasar un buen rato antes de que aprenda a vivir en este oficio maldito, la pobre apareció esta noche con una cara rara y me costó medía hora hacerle olvidar esas tonterías. Todavía no ha encontrado la manera de buscarle la vuelta a algunos enfermos, ya le pasó con la vieja del veintidós pero yo creía que desde entonces habría aprendido un poco, y ahora este pibe le vuelve a dar dolores de cabeza. Estuvimos tomando mate en mi cuarto a eso de las dos de la mañana, después fue a darle la inyección y cuando volvió estaba de mal humor, no quería saber nada conmigo. Le queda bien esa carucha de enojada, de tristona, de a poco se la fui cambiando, y al final se puso a reír y me contó, a esa hora me gusta tanto desvestirla y sentir que tiembla un poco como si tuviera frío. Debe ser muy tarde, Marcial. Ah, entonces puedo quedarme un rato todavía, la otra inyección le toca a las cinco y media, la galleguita no llega hasta las seis. Perdoname, Marcial, soy una boba, mira que preocuparme tanto por ese mocoso, al fin y al cabo lo tengo dominado pero de a ratos me da lástima, a esa edad son tan tontos, tan orgullosos, si pudiera le pediría al doctor Suárez que me cambiara, hay dos operados en el segundo piso, gente grande, uno les pregunta tranquilamente si han ido de cuerpo, les alcanza la chata, los limpia si hace falta, todo eso charlando del tiempo o de la política, es un ir y venir de cosas naturales, cada uno está en lo suyo, Marcial, no como aquí, comprendés. Sí, claro que hay que hacerse a todo, cuántas veces me van a tocar chicos de esa edad, es una cuestión de técnica como decís vos. Sí, querido, claro. Pero es que todo empezó mal por culpa de la madre, eso no se ha borrado, sabés, desde el primer minuto hubo como un malentendido, y el chico tiene su orgullo y le duele, sobre todo que al principio no se daba cuenta de todo lo que iba a venir y quiso hacerse el grande, mirarme como si fueras vos, como un hombre. Ahora ya ni le puedo preguntar si quiere hacer pis, lo malo es que sería capaz de aguantarse toda la noche si yo me quedara en la pieza. Me da risa cuando me acuerdo, quería decir que sí y no se animaba, entonces me fastidió tanta tontería y lo obligué para que aprendiera a hacer pis sin moverse, bien tendido de espaldas. Siempre cierra los ojos en esos momentos pero es casi peor, está a punto de llorar o de insultarme, está entre las dos cosas y no puede, es tan chico. Marcial, y esa buena señora que lo ha de haber criado como un tilinguito, el nene de aquí y el nene de allí, mucho sombrero y saco entallado pero en el fondo el bebé de siempre, el tesorito de mamá. Ah, y justamente le vengo a tocar yo, el alto voltaje como decís vos, cuando hubiera estado tan bien con María Luisa que es idéntica a su tía y que lo hubiera limpiado por todos lados sin que se le subieran los colores a la cara. No, la verdad, no tengo suerte. Marcial.
Estaba soñando con la clase de francés cuando encendió la luz del velador, lo primero que le veo es siempre el pelo, será porque se tiene que agachar para las inyecciones o lo que sea, el pelo cerca de mi cara, una vez me hizo cosquillas en la boca y huele tan bien, y siempre se sonríe un poco cuando me esta frotando con el algodón, me frotó un rato largo antes de pincharme y yo le miraba la mano tan segura que iba apretando de a poco la jeringa, el líquido amarillo que entraba despacio, haciéndome doler. "No, no me duele nada." Nunca le podré decir: "No me duele nada, Cora." Y no le voy a decir señorita Cora, no se lo voy a decir nunca. Le hablaré lo menos que pueda y no la pienso llamar señorita Cora aunque me lo pida de rodillas. No, no me duele nada. No, gracias, me siento bien, voy a seguir durmiendo. Gracias.
 
Por suerte ya tiene de nuevo sus colores pero todavía esta muy decaído, apenas si pudo darme un beso, y a tía Esther casi no la miró y eso que le había traído las revistas y una corbata preciosa para el día en que lo llevemos a casa. La enfermera de la mañana es un amor de mujer, tan humilde, con ella sí da gusto hablar, dice que el nene durmió hasta las ocho y que bebió un poco de leche, parece que ahora van a empezar a alimentarlo, tengo que decirle al doctor Suárez que el cacao le hace mal, o a lo mejor su padre ya se lo dijo porque estuvieron hablando un rato. Si quiere salir un momento, señora, vamos a ver cómo anda este hombre. Usted quédese, señor Morán, es que a la mamá le puede hacer impresión tanto vendaje. Vamos a ver un poco, compañero. ¿Ahí duele? Claro, es natural. Y ahí, decime si ahí te duele o solamente está sensible. Bueno, vamos muy bien, amiguito. Y así cinco minutos, si me duele aquí, si estoy sensible más acá, y el viejo mirándome la barriga como si me la viera por primera vez. Es raro pero no me siento tranquilo hasta que se van, pobres viejos tan afligidos pero qué le voy a hacer, me molestan, dicen siempre lo que no hay que decir, sobre todo mamá, y menos mal que la enfermera chiquita parece sorda y le aguanta todo con esa cara de esperar propina que tiene la pobre. Mirá que venir a jorobar con lo del cacao, ni que yo fuese un niño de pecho. Me dan unas ganas de dormir cinco días seguidos sin ver a nadie, sobre todo sin ver a Cora, y despertarme justo cuando me vengan a buscar para ir a casa. A lo mejor habrá que esperar unos días más, señor Morán, ya sabrá por De Luisi que la operación fue más complicada de lo previsto, a veces hay pequeñas sorpresas. Claro que con la constitución de ese chico yo creo que no habrá problema, pero mejor dígale a su señora que no va a ser cosa de una semana como se pensó al principio. Ah, claro, bueno, de eso usted hablará con el administrador, son cosas internas. Ahora vos fijate si no es mala suerte, Marcial, anoche te lo anuncié, esto va a durar mucho más de lo que pensábamos. Sí, ya sé que no importa pero podrías ser un poco más comprensivo, sabés muy bien que no me hace feliz atender a ese chico, y a él todavía menos, pobrecito. No me mirés así, por qué no le voy a tener lástima. No me mirés así.
Nadie me prohibió que leyera pero se me caen las revistas de la mano, y eso que tengo dos episodios por terminar y todo lo que me trajo tía Esther. Me arde la cara, debo de tener fiebre o es que hace mucho calor en esta pieza, le voy a pedir a Cora que entorne un poco la ventana o que me saque una frazada. Quisiera dormir, es lo que más me gustaría, que ella estuviese allí sentada leyendo una revista y yo durmiendo sin verla, sin saber que está allí, pero ahora no se va a quedar más de noche, ya pasó lo peor y me dejarán solo. De tres a cuatro creo que dormí un rato, a las cinco justas vino con un remedio nuevo, unas gotas muy amargas. Siempre parece que se acaba de bañar y cambiar, esta tan fresca y huele a talco perfumado, a lavanda. "Este remedio es muy feo, ya sé", me dijo, y se sonreía para animarme. "No, es un poco amargo, nada más", le dije. "¿Cómo pasaste el día?", me preguntó, sacudiendo el termómetro. Le dije que bien, que durmiendo, que el doctor Suárez me había encontrado mejor, que no me dolía mucho. "Bueno, entonces podés trabajar un poco" me dijo dándome el termómetro. Yo no supe qué contestarle y ella se fue a cerrar las persianas y arregló los frascos en la mesita mientras yo me tomaba la temperatura. Hasta tuve tiempo de echarle un vistazo al termómetro antes de que viniera a buscarlo. "Pero tengo muchísima fiebre", me dijo como asustado. Era fatal, siempre seré la misma estúpida, por evitarle el mal momento le doy el termómetro y naturalmente el muy chiquilín no pierde tiempo en enterarse de que está volando de fiebre. "Siempre es así los primeros cuatro días, y además nadie te mandó que miraras", le dije, más furiosa contra mi que contra él. Le pregunté si había movido el vientre y me dijo que no. Le sudaba la cara, se la sequé y le puse un poco de agua colonia; había cerrado los ojos antes de contestarme y no los abrió mientras yo lo peinaba un poco para que no le molestara el pelo en la frente. Treinta y nueve y nueve era mucha fiebre, realmente. "Tratá de dormir un rato", le dije, calculando a qué hora podría avisarle al doctor Suárez. Sin abrir los ojos hizo un gesto como de fastidio, y articulando cada palabra me dijo: "Usted es mala conmigo, Cora." No atiné a contestarle nada, me quedé a su lado hasta que abrió los ojos y me miró con toda su fiebre y toda su tristeza. Casi sin darme cuenta estiré la mano y quise hacerle una caricia en la frente, pero me rechazó de un manotón y algo debió tironearle en la herida porque se crispó de dolor. Antes de que pudiera reaccionar me dijo en voz muy baja: "Usted no sería así conmigo si me hubiera conocido en otra parte." Estuve al borde de soltar una carcajada, pero era tan ridículo que me dijera eso mientras se le llenaban los ojos de lágrimas que me pasó lo de siempre, me dio rabia y casi miedo, me sentí de golpe como desamparada delante de ese chiquilín pretencioso. Conseguí dominarme (eso se lo debo a Marcial, me ha enseñado a controlarme y cada vez lo hago mejor), y me enderecé como si no hubiera sucedido nada, puse la toalla en la percha y tapé el frasco de agua colonia. En fin, ahora sabíamos a qué atenernos, en el fondo era mucho mejor así. Enfermera, enfermo, y pare de contar. Que el agua colonia se la pusiera la madre, yo tenía otras cosas que hacerle y se las haría sin más contemplaciones. No sé por qué me quedé más de lo necesario. Marcial me dijo cuando se lo conté que había querido darle la oportunidad de disculparse, de pedir perdón. No sé, a lo mejor fue eso o algo distinto, a lo mejor me quedé para que siguiera insultándome, para ver hasta dónde era capaz de llegar. Pero seguía con los ojos cerrados y el sudor le empapaba la frente y las mejillas, era como si me hubieran metido en agua hirviendo, veía manchas violeta y rojas cuando apretaba los ojos para no mirarla sabiendo que todavía estaba allí, y hubiera dado cualquier cosa para que se agachara y volviera a secarme la frente como si yo no le hubiera dicho eso, pero ya era imposible, se iba a ir sin hacer nada, sin decirme nada, y yo abriría los ojos y encontraría la noche, el velador, la pieza vacía, un poco de perfume todavía, y me repetiría diez veces, cien veces, que había hecho bien en decirle lo que le había dicho, para que aprendiera, para que no me tratara como a un chico, para que me dejara en paz, para que no se fuera.
Empiezan siempre a la misma hora, entre seis y siete de la mañana, debe ser una pareja que anida en las cornisas del patio, un palomo que arrulla y la paloma que le contesta, al rato se cansan, se lo dije a la enfermera chiquita que viene a lavarme y a darme el desayuno, se encogió de hombros y dijo que ya otros enfermos se habían quejado de las palomas pero que el director no quería que las echaran. Ya ni sé cuánto hace que las oigo, las primeras mañanas estaba demasiado dormido o dolorido para fijarme, pero desde hace tres días escucho a las palomas y me entristecen, quisiera estar en casa oyendo ladrar a Milord, oyendo a tía Esther que a esta hora se levanta para ir a misa. Maldita fiebre que no quiere bajar, me van a tener aquí hasta quién sabe cuándo, se lo voy a preguntar al doctor Suárez esta misma mañana, al fin y al cabo podría estar lo más bien en casa. Mire, señor Morán, quiero ser franco con usted, el cuadro no es nada sencillo. No, señorita Cora, prefiero que usted siga atendiendo a ese enfermo, y le voy a decir por qué. Pero entonces. Marcial... Vení, te voy a hacer un café bien fuerte, mira que sos potrilla todavía, parece mentira. Escucha, vieja, he estado hablando con el doctor Suárez, y parece que el pibe...
 
Por suerte después se callan, a lo mejor se van volando por ahí, por toda la ciudad, tienen suerte las palomas. Qué mañana interminable, me alegré cuando se fueron los viejos, ahora les da por venir más seguido desde que tengo tanta fiebre. Bueno, si me tengo que quedar cuatro o cinco días más aquí, qué importa. En casa sería mejor, claro, pero lo mismo tendría fiebre y me sentiría tan mal de a ratos. Pensar que no puedo ni mirar una revista, es una debilidad como si no me quedara sangre. Pero todo es por la fiebre, me lo dijo anoche el doctor De Luisi y el doctor Suárez me lo repitió esta mañana, ellos saben. Duermo mucho pero lo mismo es como si no pasara el tiempo, siempre es antes de las tres como si a mi me importaran las tres o las cinco Al contrario, a las tres se va la enfermera chiquita y es una lástima porque con ella estoy tan bien. Si me pudiera dormir de un tirón hasta la medianoche sería mucho mejor. Pablo, soy yo, la señorita Cora. Tu enfermera de la noche que te hace doler con las inyecciones. Ya sé que no te duele, tonto, es una broma. Seguí durmiendo si querés, ya está. Me dijo: "Gracias" sin abrir los ojos, pero hubiera podido abrirlos, sé que con la galleguita estuvo charlando a mediodía aunque le han prohibido que hable mucho. Antes de salir me di vuelta de golpe y me estaba mirando, sentí que todo el tiempo me había estado mirando de espaldas. Volví y me senté al lado de la cama, le tomé el pulso, le arreglé las sábanas que arrugaba con sus manos de fiebre. Me miraba el pelo, después bajaba la vista y evitaba mis ojos. Fui a buscar lo necesario para prepararlo y me dejó hacer sin una palabra, con los ojos fijos en la ventana, ignorándome. Vendrían a buscarlo a las cinco y medía en punto, todavía le quedaba un rato para dormir, los padres esperaban en la planta baja porque le hubiera hecho impresión verlos a esa hora. El doctor Suárez iba a venir un rato antes para explicarle que tenían que completar la operación, cualquier cosa que no lo inquietara demasiado. Pero en cambio mandaron a Marcial, me tomó de sorpresa verlo entrar así pero me hizo una seña para que no me moviera y se quedó a los pies de la cama leyendo la hoja de temperatura hasta que Pablo se acostumbrara a su presencia. Le empezó a hablar un poco en broma, armó la conversación como él sabe hacerlo, el frío en la calle, lo bien que se estaba en ese cuarto, él lo miraba sin decir nada, como esperando, mientras yo me sentía tan rara, hubiera querido que Marcial se fuera y me dejara sola con él, yo hubiera podido decírselo mejor que nadie, aunque quizá no, probablemente no. Pero si ya lo sé, doctor, me van a operar de nuevo, usted es el que me dio la anestesia la otra vez, y bueno, mejor eso que seguir en esta cama y con esta fiebre. Yo sabía que al final tendrían que hacer algo, por qué me duele tanto desde ayer, un dolor diferente, desde más adentro. Y usted, ahí sentada, no ponga esa cara, no se sonría como si me viniera a invitar al cine. Váyase con él y béselo en el pasillo, tan dormido no estaba la otra tarde cuando usted se enojó con él porque la había besado aquí. Váyanse los dos, déjenme dormir, durmiendo no me duele tanto.
 
Y bueno, pibe, ahora vamos a liquidar este asunto de una vez por todas, hasta cuándo nos vas a estar ocupando una cama, che. Contá despacito, uno, dos, tres. Así va bien, vos seguí contando y dentro de una semana estás comiendo un bife jugoso en casa. Un cuarto de hora a gatas, nena, y vuelta a coser. Había que verle la cara a De Luisi, uno no se acostumbra nunca del todo a estas cosas. Mirá, aproveché para pedirle a Suárez que te relevaran como vos querías, le dije que estás muy cansada con un caso tan grave; a lo mejor te pasan al segundo piso si vos también le hablás. Está bien, hacé como quieras, tanto quejarte la otra noche y ahora te sale la samaritana. No te enojés conmigo, lo hice por vos. Sí, claro que lo hizo por mí pero perdió el tiempo, me voy a quedar con él esta noche y todas las noches. Empezó a despertarse a las ocho y media, los padres se fueron enseguida porque era mejor que no los viera con la cara que tenían los pobres, y cuando llegó el doctor Suárez me preguntó en voz baja si quería que me relevara María Luisa, pero le hice una seña de que me quedaba y se fue. María Luisa me acompañó un rato porque tuvimos que sujetarlo y calmarlo, después se tranquilizó de golpe y casi no tuvo vómitos; está tan débil que se volvió a dormir sin quejarse mucho hasta las diez. Son las palomas, vas a ver, mamá, ya están arrullando como todas las mañanas, no sé por qué no las echan, que se vuelen a otro árbol. Dame la mano, mamá, tengo tanto frío. Ah, entonces estuve soñando, me parecía que ya era de mañana y que estaban las palomas. Perdóneme, la confundí con mamá. Otra vez desviaba la mirada, se volvía a su encono, otra vez me echaba a mí toda la culpa. Lo atendí como si no me diera cuenta de que seguía enojado, me senté junto a él y le mojé los labios con hielo. Cuando me miró, después que le puse agua colonia en las manos y la frente, me acerqué más y le sonreí. "Llamame Cora", le dije. "Yo sé que no nos entendimos al principio, pero vamos a ser tan buenos amigos. Pablo." Me miraba callado. "Decime: Sí, Cora." Me miraba, siempre. "Señorita Cora", dijo después, y cerró los ojos. "No, Pablo, no", le pedí, besándolo en la mejilla, muy cerca de la boca. "Yo voy a ser Cora para vos, solamente para vos. Tuve que echarme atrás, pero lo mismo me salpicó la cara. Lo sequé, le sostuve la cabeza para que se enjuagara la boca, lo volví a besar hablándole al oído. "Discúlpeme", dijo con un hilo de voz, "no lo pude contener". Le dije que no fuera tonto, que para eso estaba yo cuidándolo, que vomitara todo lo que quisiera para aliviarse. "Me gustaría que viniera mamá", me dijo, mirando a otro lado con los ojos vacíos. Todavía le acaricié un poco el pelo, le arreglé las frazadas esperando que me dijera algo, pero estaba muy lejos y sentí que lo hacía sufrir todavía más si me quedaba. En la puerta me volví y esperé; tenía los ojos muy abiertos, fijos en el cielo raso. "Pablito", le dije. "Por favor, Pablito. Por favor, querido." Volví hasta la cama, me agaché para besarlo; olía a frío, detrás del agua colonia estaba el vómito, la anestesia. Si me quedo un segundo más me pongo a llorar delante de él, por él. Lo besé otra vez y salí corriendo, bajé a buscar a la madre y a María Luisa; no quería volver mientras la madre estuviera allí, por lo menos esa noche no quería volver y después sabía demasiado bien que no tendría ninguna necesidad de volver a ese cuarto, que Marcial y María Luisa se ocuparían de todo hasta que el cuarto quedara otra vez libre.
 
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Mamá
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Mamá
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cora
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cora
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cora
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cora
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cora
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Dr. De Luisi
 
 
 
 
 
 
Cora
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
Cora
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
Mamá
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cora
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cora
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cora
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Marcial
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cora
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Mamá
 
 
 
 
 
 
 
 
Dr. Suárez
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Dr. Suárez
 
 
 
 
 
 
Cora
 
 
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cora
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Dr. Suárez
 
Cora
Marcial
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cora
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Marcial
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cora
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Pablo
 
 
 
 
Cora
 
 
 
 
 
 
[acto: afirmar; clase: aseverativo]
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[afirmar: aseverativo, también puede ser expresivo]
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[afirmar: aseverativo]
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[Hay una metáfora en el sentido de analogía simplificada, los dedos responden a los estímulos cerebrales como un hombre obedece a quien le ordena algo.]
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[indirección.
Pablo hace una pregunta absoluta, pero en vez de un sí o no por  respuesta, recibe el nombre que debe usar para llamar a la enfermera, que es una manera de asentir, pero también algo más.]
[describir; aseverativo]
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[metáfora para hablar de la sensibilidad del doctor hacia su oficio. Sin embargo como no hay una manera más corta para expresar esta idea en el lenguaje cotidiano, se puede considerar como una catacresis]
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[caracterizar; aseverativo]
[sinestesia: la voz que es audible, se presenta aquí como táctil]
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
juzgar:  aseverativo]
 
 
 
 
[ironía, Cora no tiene a la señora Morán en tan buen concepto]
 
[advertir: directivo]
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[solicitar: directivo]
 
[advertir, prevenir: directivo]
 
[rogar, directivo]
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[insultar: expresivo. Es un acto a medias, porque Cora no está enfrentando a la señora Morán]
 
 
 
[insultar: preformativo primario. No requiere un verbo para realizarse]
 
 
[indirección: Pablo hace una solicitud mediante una afirmación]
 
 
[pedir disculpas: expresivo]
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[pedir perdón: directivo y performativo explícito, se pide perdón con este verbo]
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[Una forma de ironía, Pablo dice lo contrario de lo que siente.]
[dar las gracias: expresivo, aunque aquí  sólo sea una formalidad.]
 
 
 
 
 
indirección: se le pide a la Sra. Morán dejar la habitación preguntándole si ella quiere hacerlo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[hipérbole: quiere decir que tiene mucha fiebre  o que está muy alta.]
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[metáfora: con potrilla Marcial se refiere a la juventud de Cora y a su poca experiencia en las circunstancias  de su oficio]
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[metáfora cuya paráfrasis sería  “manos calientes por la fiebre”. Como tropo en el que se intercambian el efecto y la causa es una metonimia]
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[Combinación entre ordenar: directivo y burlar (?): expresivo]
[Hay una suerte de orden irónica]
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
[pedir perdón: expresivo, seguido de justificar: aseverativo]
 
 
 
 
 
[prometer: compromisorio]
 
 
 
Bibliografía
 
  • Austin, John L. How to do things with words. Oxford: Oxford University Press, 1975
  • Cortázar, Julio. “La señorita Cora”, en: Cuentos completos, Tomo 1. Bogotá: Alfaguara, 2004.
  • Cortázar, Julio. La señorita Cora, en:
  •  http://www.juliocortazar.com.ar/cuentos/cora.htm
  • Gómez Giraldo, Adolfo León. Filosofía analítica y lenguaje cotidiano. Introdución a la filosofía  del lenguaje de J. L. Austin y sus desarrollos posteriores. Bogotá: Universidad Santo Tomás, 1988
  • _________. Seis lecciones sobre teoría de la argumentación. Cali: Alego, 2006.
  • Perelman, Chaïm. El imperio retórico. Retórica y argumentación. (Trad. Adolfo León Gómez). Bogotá: Norma, 2004.
  • Searle, John R. Actos de habla. Ensayo de filosofía del lenguaje. Madrid: Cátedra, 1990
  • __________. Expression and Meaning. Studies in the Theory of Speech Acts. New York: Cambridge University Press, 1979.



[1] Lo que es, según Searle (1979: 69), el caso de la narración que  se da en primera persona.
[2] Para ejemplo, baste mencionar “Silvia”, en El último Round y “El hijo del vampiro”, en La otra orilla de Julio Cortázar.
[3] O lo que se llamaría intertextualidad, en un lenguaje ajeno a la teoría de los actos de habla.
 
 
 
 
   

jueves, 28 de noviembre de 2013

Eduardo Berti


Eduardo Berti
Cronología
1964
Nace en la ciudad de Buenos Aires.
1983
Comienza a colaborar en el suplemento Cerdos y Peces de la revista El Porteño.
1984
Realiza colaboraciones para la revista El Porteño.
1987
Empieza a trabajar como periodista en Página/12. La vinculación con el diario se prolongará hasta 1992.
"Estuve cinco años en un diario y me dí cuenta de que no era ésa mi vocación, que no tengo la sangre del periodista que está ‘al pie del cañón’ como se dice en la redacción. Hay gente que la tiene y es admirable, pero a mi me gusta más el periodismo más libre, más atemporal que se toca más para la cultura, la sociedad...
Cuando edité mi primer libro de cuentos y mi primera novela para mucha gente la sorpresa fue: no hay rock. Claro, es muy fácil de poner una etiqueta a alguien, es lógico. Entré al diario y casi todos tenían diez años más que yo, entonces claro ¿que hace el joven? – o hace fútbol o hace rock. Entonces terminé especializarme más que quería en el tema del rock. Razón por la cual, cuando saqué mis primeros libros, esperaban encontrar rock. Pero la verdad es que no me interesaba eso. Me gusta la literatura que imagine que inventa, me parece mucho más interesante escribir justamente sobre lo que no conocía que sobre lo que conozco", explica Berti en una entrevista de Hedda Dunker, website caiman.de, enero de 2003.
1988
La editorial AC, de Buenos Aires, publica su libro de ensayo "Spinetta, Crónicas e iluminaciones."
Comienza a trabajar en la radio libre "El bulo de Merlín".
1990
Aparece, en Buenos Aires, su libro de ensayo "Rockología. Documentos de los '80", publicado por la editorial Beas.
1992
Hasta 1995, trabajará como guionista y realizador de los documentales sobre la historia del rock argentino "La Cueva" y "Rocanrol"
1994
Se publica su libro de relatos "Los pájaros" (editorial Beas).
"Hace ya muchos años quise releer ‘La gallina degollada’. Me impulsaba la nostalgia aunque también la intriga de averiguar si, frente al libro, hallaría al mismo niño-lector lleno de terror. Descubrí entonces que no tenía el libro y fui en busca de una nueva copia. Además de la vieja edición de Losada había otra en la librería, una edición de origen mexicano, y al verla sentí un tonto alivio… Sólo al llegar a casa vi que el libro estaba fallado. Un bloque de páginas (‘un pliego’, diría un imprentero) se repetía en reemplazo de otras tantas páginas. El cuento más perjudicado por este defecto no era otro que ‘La gallina degollada’. Pero lo que más atrajo mi atención fue la primera página del libro. Había allí una firma y una fecha: 16/11, o sea, el día de mi cumpleaños. Se trataba de una pequeña estafa, ya que me habían vendido como nuevo un libro usado… A partir de allí empezó, por algún tiempo, lo que he dado en llamar el ‘síndrome del libro fallado’. De cada veinte o treinta libros que adquiría, uno tenía algún error. Mientras ocurría todo esto, mi amigo insistía con que tenía que escribir un cuento sobre libros fallados. Si desoía sus sugerencias era, entre varios motivos, porque me parecía presuntuoso imaginar que Quiroga se había tomado la celestial molestia de averiguar la fecha de mi cumpleaños. Casi me había olvidado del libro de Quiroga y del ‘síndrome’ cuando en el suplemento cultural del diario Clarín, de Buenos Aires, tropecé con un texto de Elvio Gandolfo sobre su libro ‘Dos mujeres’, y descubrí que cierto personaje se llamaba Berti. No sé por qué me vino a la memoria, de pronto, el libro de Quiroga. Lo busqué en mi biblioteca, le pegué una rápida hojeada y me fui a dormir. Al despertar, tenía todo un cuento nuevo en la cabeza. Nunca me sucedió algo así. No sé si soñé con el cuento y ya despierto lo rememoraba, o si el cuento estaba naciendo en ese instante y por suerte me pescaba despierto, para atraparlo. El cuento se llama ‘El definitivo Benincasa’ e integra este libro, ‘Los pájaros’, junto a once relatos cuya historia secreta es aún más aburrida", escribió Berti en el Epílogo, de la reedición del libro de cuentos ‘Los pájaros’, Editorial Páginas de Espuma, Madrid, España, 2003.
1995
Escribe el guión y realiza un video documental sobre Roberto Goyeneche.
Hasta 1998, trabajará como guionista y realizador de los documentales sobre la historia del tango "Mano a Mano" y "Volvertango".
1996
Escribe el guión y realiza un video documental sobre Enrique Cadícamo.
1997
La editorial Tusquets, de Barcelona, publica la novela "Agua".
"La historia y la aventura son las dos experiencias narrativas que se disputan los espacios de ‘Agua’, la primera novela de Eduardo Berti. Luis Agua, un gestor de una empresa de energía, intenta que los habitantes de un pequeño pueblo portugués instalen la luz artificial. Su arribo, celebrado por los vecinos burgueses –el bando ‘iluminista’–, será la gran oportunidad para la aldea de sumergirse en la corriente del progreso, de ingresar a la historia del siglo que comienza. Tan al margen de los nuevos tiempos como los ‘oscurantistas’ –campesinos y artesanos devotos de la iglesia, que ven en la luz eléctrica un invento demoníaco–, se encuentra el castillo medieval que domina la comarca, habitado por los Antunes Coelho, una familia de terratenientes moribunda. Cuando el apellido desaparece con la muerte del último de los Antunes, cuando la sucesión de generaciones se interrumpe, sobreviene el tiempo de la aventura: un tiempo afuera del tiempo, donde las jerarquías se reordenan, el poder se redistribuye, la herencia se reparte, la propiedad se discute. Hay aventura cuando un nombre propio -piedra fundamental de la identidad- se desprende de su portador y se pone a circular como una moneda, de mano en mano, de boca en boca. En la novela, los nombres propios se intercambian, se falsean, se duplican, se devuelven. Y no sólo circulan nombres: los personajes intercambian dinero, objetos, trabajo, títulos, servicios, alojamiento, historias, rumores, enfermedades. Esta sustitución desenfrenada tiene límites precisos: funciona dentro de espacios cerrados, la zona de exclusión impuesta por una peste o las habitaciones prohibidas de la fortaleza. Como la luz artificial que
progresivamente va revelando los secretos del castillo, la novela de aventuras es un artificio, una invención que brilla con luz propia entre las cuatro paredes del lenguaje", escribió Fermín Rodríguez, en Los Inrockuptibles, Buenos Aires, junio de 1997.
1998
Se radica en París.
"Me fui de la Argentina a fines de 1998, todavía con Menem en el poder. Ya se veían las grietas en el decorado pero no me fui por razones económicas, como está ocurriendo en líneas generales con la última oleada. En mi caso, hacía bastante que planeaba vivir por lo menos un tiempo en el extranjero, en busca de una experiencia que podría tildarse de educativa: contra la estrechez de miras del provincialismo. El hecho de estar creando lejos de mi país ha producido, además, una especie de efecto liberador que no es tan asombroso en sí pero que, en lo que a mí respecta, resulta nuevo. Nunca me interesó la literatura hiper-realista que pretende -o acaba siendo- un documento sociológico. Siempre he buscado en mis libros una cierta distancia frente al costumbrismo, ya sea por intermedio de la fantasía o la imaginación como del extrañamiento. Dos de las cualidades argentinas que más echo en falta son la calidez del trato humano y el culto de la amistad. Soy muy crítico de las relaciones humanas en Europa; y ni hablemos de París, donde reina una profunda soledad y un gravísimo individualismo. A esas cosas las extraño en mi vida cotidiana, del mismo modo que añoro -por ejemplo- el sol de los inviernos porteños. Pero no creo que esto afecte de forma especial mi proceso creativo", respondió Berti a Christian Kupchik, de la revista Elle de Buenos Aires, mayo de 2003.
1999
Aparece su novela "La mujer de Wakefield", publicada por la editorial Tusquets (Buenos Aires y Barcelona).
"Nathaniel Hawthorne escribió un relato, Wakefield, la ‘historia conjetural’ de un desterrado, considerado unánimemente, es decir, por Borges, como el más grande y perfecto artilugio narrativo de la historia, antecesor directo de los relatos de Melville y Franz Kafka… lo verdaderamente mágico, lo que por definición debía seguir siendo inexplicable, sigue en pie: ¿qué llevó a Wakefield a abandonar su casa? Nunca lo sabremos. Y si en el relato de Hawthorne el narrador abandonaba a su suerte al personaje una vez que, veinte años después, volvía a atravesar el umbral de su casa para refugiarse al lado de su mujer, junto al fuego, sin hacer referencia a su destino ulterior (Hawthorne deja adivinar que, en cierto sentido, cuando Wakefield vuelve a su casa ya está muerto) en la novela de Berti éste seguirá siendo el poseedor de un secreto que llevará consigo a la tumba. Berti se toma la libertad (¿y para qué sirve la literatura sino para tomarse libertades?) de dotar a la sumisa actriz secundaria del relato original de un papel protagónico y de modificar drástica, magistralmente, el final de la historia. Borges decía que Wakefield prefiguraba a Kafka. Si Kafka hubiera escrito esta historia, Wakefield no hubiera conseguido, jamás, volver a su casa. Hawthorne le permitía volver. Berti, discípulo declarado de los dos, también, pero su vuelta es mucho más atroz que su larga e inexplicable ausencia", escribió Guillermo Piro, en Clarín, Suplemento Cultura y Nación, Buenos Aires, domingo 8 de agosto de 1999.
2000
"La mujer de Wakefield" es considerada por el Times Literary Supplement de Inglaterra como uno de los mejores libros del año 2000.
2001
Recibe una nominación al premio francés Prix Fémina Etranger, a la Mejor Novela Extranjera por "La mujer de Wakefield".
2002
La editorial Emecé, de Barcelona, publica el libro de relatos "La vida imposible", dentro de la Colección Cruz del Sur.
"Acertadamente cita el texto de la contratapa, como antecedentes, o antepasados de este libro de Eduardo Berti, a Silvina Ocampo, Cortázar, Wilcock. Con ellos, comparte la curiosidad por la compleja trama de nuestras vidas y el abandono de la ilusión racional: por inconcebibles que parezcan algunos de sus relatos, nadie podría asegurar que en alguna parte, en algún momento, no se concreten. Y Berti consigue hacerlos verosímiles, gracias a la destreza en el manejo de un lenguaje que, sin ser del todo coloquial, se asegura, por su engañosa sencillez y su acento veraz, la complicidad del lector. (También Oscar Wilde pasó por aquí, con sus deliciosos apólogos.) Hay un reiterado mecanismo que, bajo distintas formas, produce similares resultados, las más de las veces asombrosos y casi siempre cómicos. No una comicidad explícita, estentórea, sino de una sutileza fuera de lo común, como en ‘Bovary’, o ‘Un artista y su falsario’. Este humor, no del todo negro pero sí bastante oscuro, no oculta las vetas de melancolía y de crueldad que recorren el conjunto: nada es lo que parecer ser, sospecha Berti, y la llamada realidad enmascara -bajo las apariencias del mundo de las cosas concretas- la atroz certeza de que el papel del hombre en la mecánica del universo no es de los más importantes. A la vez, el hombre es capaz de aportar a ese proceso inexorable, un ingrediente inesperado: la dimensión moral. La que no está ausente de estos cuentos, apólogos, parábolas, o como quiera denominárselos: textos a menudo mínimos pero casi siempre densos de significado", escribió Ernesto Schoo, en La Nación, Buenos Aires, 22 de mayo de 2002.
2003
"Los pájaros" es reeditado en Madrid por la Editorial Páginas de Espuma.
2004
Su novela "Todos los Funes" es finalista del Premio Herralde otorgado por la editorial Anagrama.
"Eduardo Berti va impregnando el relato de un ambiente onírico por medio de sutiles toques orientados hacia el absurdo y presenta situaciones que, sin marcar una ruptura con la realidad, sugieren la idea de un sueño. Con un asunto tan literario, en algunos pasajes la narración cede al ensayo. A los Funes de los libros se les suman otros dos bastante fantasmagóricos: un médico y un abogado que visitan al profesor en el cuarto de su hotel de Lyon. ¿Qué significan tantas coincidencias? La trama, que al principio se despliega como un road story, en esencia cuenta la vida de Funes a través de las conversaciones que éste mantiene con distintos interlocutores que le salen al paso: una pianista compañera de asiento en el tren, un cicerone ciego y una poeta chilena invitada al congreso, entre otros. Del relato de Borges se desprende el tema de la memoria y se establecen dos conjuntos opuestos entre memoria-vigilia-vida-luz-permanencia y olvido-sueño-muerte-tinieblas-fugacidad. Sin embargo, se trata de conceptos relativos porque, como advierte una frase garabateada en el bastón del ciego, ‘La bruma se torna realidad, basta con cerrar los ojos’… ‘Todos los Funes’ ofrece un final abierto que confundirá a algunos lectores deseosos de un desenlace lógico. Sin embargo, incitará a otros a releer sus páginas en busca de las claves que ayuden a su interpretación en un plano simbólico, porque ellas se dirigen más a las intuiciones del corazón que a las definiciones del cerebro" (Felipe Fernández, diario La Nación, Buenos Aires, 6 de febrero de 2005).
2005
Escribe el guión de "Nordeste", primer largometraje de Juan Solanas.
2006
Regresa a vivir a Buenos Aires.
http://www.buenosaires.gob.ar/areas/com_social/audiovideoteca/literatura/berti_bio2_es.php

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Belgrano Rawson, Eduardo

 

Belgrano Rawson, Eduardo (ss. XX-XXI).

Narrador, guionista y periodista argentino, nacido en la provincia de San Luis en la segunda mitad del siglo XX. Educado desde su primera infancia con una sólida formación humanística -su padre era profesor de filosofía-, desarrolló muy pronto una acusada inclinación hacia la lectura y la escritura, hasta el extremo de convertirse, con tan sólo diez años de edad -y como irónicamente apunta él mismo- en "nada menos que presidente de la Biblioteca Infantil Sarmiento".

Al margen de esta visión tierna e irónica de esos primeros pasos en el mundo de las Letras, lo cierto es que el joven Eduardo Belgrano Rawson adquirió pronto un vivo interés humanístico que, erróneamente encauzado por sus maestros durante sus estudios de enseñanza secundaria en la escuela de su lugar natal, le condujo en los primeros compases de su juventud hasta la Facultad de Leyes de la Universidad de Buenos Aires, donde inició sin demasiada convicción una carrera de Derecho que interrumpió definitivamente cuando ya llevaba cursados la mitad de estos estudios superiores, para consagrarse de lleno a otras actividades más creativas. Fue así como se inició en el trasiego de las colaboraciones periodísticas, que le abrieron las puertas necesarias para empezar a escribir y publicar en las célebres revistas de la Editorial Columba (como El Tony, D'Artagnan o Intervalo) los guiones de algunas historietas que gozaron de gran aceptación entre los jóvenes lectores de la época. Firmados con pseudónimo, estos guiones de escaso interés literario no le granjearon ningún prestigio como escritor, pero sí le permitieron adentrarse en un espacio fecundo -el de los medios de comunicación- que le puso en contacto con otros escritores y le relacionó también con algunos personajes destacados en el ámbito del cine, modalidad artística que, a la sazón, había pasado a ocupar la mayor parte de su tiempo (llegó, incluso, a tomar clases para convertirse en director y guionista del Séptimo Arte).
Hacia mediados de la década de los años setenta, ya plenamente convencido de su falta de vocación para ejercer la abogacía, se dio a conocer como escritor por medio de la novela titulada No se turbe vuestro corazón (1974), una interesante opera prima que no pasó inadvertida para la crítica de la época, gratamente sorprendida por la personalidad apuntada por una voz nueva que sobresalía por su frescura y originalidad. Al año siguiente, el inquieto escritor dio rienda suelta a su talante aventurero y emprendió una serie de expediciones por la Tierra del Fuego que habrían de prolongarse hasta 1987, y así se convirtió en uno de los argentinos que mejor conocimiento tenían acerca de esta alejada región, cuya zona menos accesible (la Península de Mitre) llegó a recorrer a pie y a caballo, en el transcurso de uno de esos viajes, acompañando a una expedición de biólogos de su propio país. Fruto de las experiencias acumuladas a lo largo de estas intrépidas aventuras australes fue la novela que habría de granjearle su mayor reconocimiento literario, publicada a comienzos de los años noventa bajo el significativo título de Fuegia (Buenos Aires: Sudamericana, 1991). En las páginas de este bello relato, Eduardo Belgrano Rawson recrea la historia de una familia de fueguinos de comienzos del siglo XX, descendientes de los indios nativos y dedicados a ejercer como canoeros entre las frías costas del lugar.
Entre su primera narración extensa y esta incursión novelesca en la Tierra de Fuego, Belgrano Rawson dio a la imprenta una segunda novela que, publicada bajo el título de El náufrago de las estrellas (1979), le granjeó el prestigioso premio otorgado por el Club de los Trece y le consagró definitivamente como una de las voces más sólidas de la nueva narrativa argentina de finales del siglo XX. El resto de su obra de ficción se completa con una cuarta entrega novelesca titulada Noticias secretas de América (Buenos Aires: Planeta, 1998).
JRF.

Autor


Ironía sobre las versiones oficiales del pasado
La Historia también es un relato

NOTICIAS SECRETAS DE AMERICA
Por Eduardo Belgrano Rawson
(Planeta)-449 páginas-($ 20)
 
HASTA el más arduo tratadista debe apelar a ciertas artes -aunque mínimas- de narrador. Lo inverso, el narrador que se nutre del trabajo de los historiadores, también vale.
Ahora bien, este apasionante libro de Eduardo Belgrano Rawson no es historia novelada, ni es novela histórica en el sentido usual de la expresión. Noticias secretas de América carece de unidad temática, salvo que se considere como tal a la Historia misma en su riqueza, diversidad y multiplicidad de puntos de vista. No obstante, Belgrano Rawson se propuso una novela, sin lugar a dudas.
Con un estilo muy elaborado y por momentos deslumbrante, alguien que no se sabe bien quién es relata una serie virtualmente infinita de episodios a un interlocutor indefinible. Diríase que el autor teje una trama con hilos que animan cada uno la historia -verdadera, obstinadamente verdadera- que le toca, pero que no se conjugan para demostrar un sentido tal vez oculto, sino para sugerir un nuevo sentido. Además, como cada fragmento es tributario de su tiempo y toma contacto con fragmentos de otras épocas, el entramado provoca un efecto de anacronismo que ubica al discurso, de por sí, en las antípodas de la historia oficial. Para el autor de No se turbe vuestro corazón (1975), El náufrago de las estrellas (1979) y Fuegia (1991), la verdad no necesariamente demanda la revisión de lo dicho (esto es, la revisión de lo mismo) sino la dilucidación artística de todo aquello capaz de maravillar al único contemporáneo del texto, al lector.
Resultado de una investigación ardua, trabajosa y exhaustiva, esta novela es también una suerte de aluvión de relatos que tienen que ver con la gestación de una mentalidad (por eso arranca con la escuela y los horrores de una pedagogía dura, sin anestesia) y con los desenlaces y fracasos omitidos o piadosamente edulcorados. Si hubo una batalla, Belgrano Rawson se pregunta con humor y desparpajo cómo murieron los soldados que no pronunciaron palabras inolvidables. Si un general demente dejó el centro del escenario donde lo bañaron las luces de la Historia -cualquiera sabe cuándo sus actos están destinados a la posteridad-, Belgrano Rawson lo persigue para saber qué hizo después, de qué trabajó, en qué espantosa soledad y rodeado de memorias en fuga se despidió del mundo.
Desde el fusilamiento de Martín de çlzaga frente a los colegiales, que debieron estallar en aplausos luego de la descarga, o las iniciativas pedagógicas de Belgrano, de Rivadavia y de San Martín (el narrador, al evocar parcialmente los reglamentos disciplinarios del Ejército de los Andes, llega a la conclusión de que "para el propio Libertador, la brecha entre lo escolar y lo castrense no debe haber sido muy ancha"), desfilan la mayor parte de los grandes próceres de la historia argentina, además de una legión de personajes incidentales y pequeños. Y como un viento feroz la ironía los despeina.
En la novela de Belgrano Rawson se conjugan Baden Powell, el inventor de los boy-scouts, con José Martí, o el cacique Yanquetruz en una noche de ópera en el Colón con las heridas memorables del general Necochea (tal vez el militar mejor herido de la historia). Aparecen de perfil Carlos María de Alvear y la pluma insidiosa del manco Paz. Las peripecias asombrosas de Brown o de Bouchard y de otros profesionales de la guerra dan cuenta de la crisis de ese particular mercado laboral, que obligaba a transitar caminos insólitos. Y sirve de ejemplo la vida de Benigno Villanueva, que de jugar a la pelota en la calle de los Mandingas terminó como mariscal ruso y con el nombre cambiado, Benigno Villanokoff.
Novela de finales y abandonos, todo parece llegar necesariamente al recuerdo de San Martín en el exilio, a la memoria del Indio que recoge varios hilos de la trama y se deja transitar, a su vez, por la evocación de algunos episodios propicios para el amor. Pero el libro es mucho más. Es una novela de momentos fugaces, amena y compleja, que se inscribe en un proyecto literario tan original y ambicioso como logrado en su realización. Esta entrega de Eduardo Belgrano Rawson es una sólida respuesta a los principales interrogantes de la ficción actual, y abre un camino promisorio que vale la pena transitar.
Jorge Landaburu
http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/BRawson/brcriln.html

martes, 26 de noviembre de 2013

Battista, Vicente

 

Battista, Vicente (1940-VVVV).

  Narrador y periodista argentino, nacido en Buenos Aires en 1940. Destacado animador cultural tanto en su lugar de origen como en España (país al que se trasladó en 1973 y en el que residió durante más de diez años), fue uno de los integrantes de la redacción de la revista literaria El escarabajo de oro, una de las publicaciones culturales más prestigiosas del hemisferio austral, que sirvió de guía y referente a varias generaciones de autores hispanoamericanos de la segunda mitad del siglo XX. Consagrado, a través de las páginas de esta revista, como una de las jóvenes promesas de la cultura argentina contemporánea, acrecentó aún más su prestigio e influencia a raíz de su intervención directa en la fundación -al lado de Mario Goloboff- de Nuevos Aires, una espléndida revista de ficción, análisis crítico y pensamiento filosófico cuya dirección asumió el propio Vicente Battista. Ya era sobradamente conocido en su faceta de escritor en Argentina cuando, en 1973, cruzó el Atlántico y se afincó en España, primero en Barcelona y posteriormente en las Islas Canarias. En 1984 regresó a su país natal, donde continuó ejerciendo una poderosa influencia en los medios literarios por vía de sus colaboraciones permanentes en la sección cultural del rotativo Clarín.En dicha faceta de escritor, Vicente Battista se dio a conocer como narrador a mediados de los años sesenta con una colección de cuentos presentada bajo el título de Los muertos (1967), opera prima que, galardonada con premios tan prestigiosos en el ámbito hispanoamericano como los que conceden la Casa de las Américas (en Cuba) y el Fondo Nacional de las Artes (en Argentina), le consagró de inmediato como una de las grandes revelaciones en el cultivo del complejo género de la narrativa breve. A partir de entonces, Vicente Battista siguió escribiendo numerosos relatos que vinieron a confirmar la grata impresión causada por su primera recopilación, y dio a conocer la mayor parte de ellos en otras colecciones presentadas bajo los títulos de Esta noche reunión en casa (1973), Como tanta gente que anda por ahí (1975) y El final de la calle (1992), esta última distinguida también con un galardón de notable repercusión en el panorama literario argentino, el Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires.
Al margen de estos relatos, la prosa creativa del escritor bonaerense se adentró también en los vastos dominios de la narración extensa, donde recibió los elogios unánimes de críticos y lectores por algunas novelas tan sobresalientes como El libro de todos los engaños (1984) y Siroco (1985). Pero su mayor éxito como novelista le llegó a mediados de los años noventa, en plena madurez creativa, cuando un jurado compuesto por algunos colegas tan exigentes como Abelardo Castillo, Antonio Dal Masetto, José Pablo Feinmann, Juan Forn y Vlady Kociancich otorgó la edición argentina del Premio Planeta de 1995 a su espléndida novela titulada Sucesos Argentinos. Algunas de sus obras (como la ya mencionada novela Siroco) han sido traducidas al francés.
JRF.
http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=battista-vicente
Leemos un cuento policial negro.


 
Un día después
de Vicente Battista


    Miré una vez más la foto: un rostro juvenil, de ojos grandes, labios sensuales y pelo agresivamente negro. Era una belleza insolente, a mitad de camino entre la inocencia y la perversidad.
    - ­Se llama Mercedes Gasset y va a estar en el hotel Los Faraones, el sábado, al mediodía.
    Asentí con un movimiento de cabeza. Me entregaron el cincuenta por ciento de lo pactado y el pasaje de ida y vuelta. Dijeron que confiaban en mi, que el resto lo recibiría al final del trabajo. Asentí otra vez y pregunté si habían pensado en un sitio en especial. Uno de ellos dijo que la Cueva de los Verdes podría ser el lugar adecuado y agregó que no me costaría mucho llevarla hasta ahí. Realmente me tenían confianza. Supe que era hora de despedirse. En un par de días tendría que volar a Lanzarote para encontrarme con Mercedes Gasset.
    El vuelo fue tranquilo, debí soportar un compañero de asiento que había resuelto mitigar su soledad, o el miedo a las alturas, contándome el encanto de las Islas Canarias. Le concedí un par de aprobaciones y simulé un sueño reparador. No me interesaban las islas y jamás había estado en Lanzarote, sólo tenía una vaga referencia por un cuento, o cierto capítulo de novela, en donde un hombre se encontraba con una mujer joven, para disfrutar del fin de semana. También yo iba a encontrarme con una mujer joven, pero no iba a disfrutar del fin de semana; iba a matarla.
    La vi en el lobby del hotel. Se paseaba de un lado a otro, indecisa; aunque no parecía buscar a nadie. Finalmente se acercó a la barra y pidió un vaso de leche fría. El azabache de su pelo resultaba más inquietante que en la fotografía.
   -  ­No es el mejor modo de combatir la ansiedad ­dije.
    Me miró; sonrió levemente.
    ­- ¿Quién le ha dicho que estoy ansiosa?
     - ­No hay más que verte.
    ­- ¿Psicólogo?
     - ­Curioso.
    Habíamos roto las barreras. Dijo que se llamaba Patricia; por alguna razón ocultaba su nombre, debía cuidarme. Dijo que era madrileña.
    ­Uruguayo­mentí.
    Establecidas las reglas del juego, entretuvimos la tarde hablando tonterías.
    ­- Si me prometés cambiar la leche por un Rioja digno de nosotros -dije-, esta noche cenamos juntos.
     - ­¿Y si no?­- preguntó.
     - ­Nos encontraríamos para el café.
    ­ -Ya no tengo ansiedad ­dijo y volvió a sonreír­. A las nueve, aquí mismo.
    La vi marcharse. Esa muchacha me gustaba más de la cuenta; mi oficio prohíbe ese tipo de gustos. Pensé que un whisky doble expulsaría el mal sentimiento, lo bebí de un trago, pero la muchacha me seguía gustando. Miré la hora, faltaban unos minutos para las siete. Acaso dormir ayudaría. Pedí la llave de mi habitación y ordené que me llamaran a las ocho y media.
    Fue puntual, virtud infrecuente en las mujeres jóvenes y bonitas. Caminaba con estudiada despreocupación, usaba un vestido de tela liviana que le acentuaba las formas. Tuve la fantasía de que algunas horas después se lo iba a quitar.
    ­- Magnífica­ - dije por todo saludo y llamé al barman. Dijo que no iba a beber. Le recordé la promesa; agregó que sólo bebería vino, durante la comida. Parecía una niña obediente; fuimos hacia la mesa.
    Elegimos una exquisita carne de ternera, rociada con salsa de champiñones y acompañada de arroz blanco. Supe que en la bodega del hotel había Vega Sicilia y no vacilé: iba a ser su última cena; merecía el mejor de los vinos. Lo gozamos hasta la última gota y sirvió para recrear nuestras mentiras. Dijo que estaba en la isla con el propósito de recoger material para un futuro trabajo acerca de la identidad canaria. Quiso saber de mí. Me inventé una profesión liberal y un desengaño amoroso, dije que no quería hablar ni de una cosa ni de la otra. A la hora del café y el coñac, le confesé que me gustaba más de la cuenta y por primera vez, a lo largo de la noche, estaba diciendo la verdad.
    Decidimos que fuese en mi cuarto. Estábamos de pie, junto a la cama y sólo nos iluminaba la luna; se oía el ruido del mar, pero ni la luna ni el mar me importaron: toda mi atención estaba en ese cuerpo magnífico, sin una sola mentira. La comencé a desnudar, con la devoción que se pone en los grandes ritos. Me detuve en sus pechos, pequeños y armoniosos, y los besé lentamente; un imperceptible quejido y el minúsculo vibrar de su piel me hicieron comprender que no había errado el camino. Ahí me quedé. Buscó mi sexo y al rato estábamos desnudos sobre la cama. Cada vez me gustaba más y ella se encargaba de fomentarlo: se acostó sobre mí y me cubrió con una ternura indescriptible, hasta que llegó el momento de las palabras entrecortadas y los pequeños gritos. Era una pena quitar al mundo a una muchacha así; la abracé casi con cariño. Se quedó dormida de inmediato. Estuve mucho tiempo mirando el techo y pensando en esas desarmonías, ajenas a uno, que lamentablemente no tienen arreglo. Recordé a De Quincey: "Si alguien empieza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente".
    Un par de horas más tarde ella abrió los ojos y me dijo algunas cosas que ahora prefiero olvidar. Le pregunté si conocía la Cueva de los Verdes y le propuse una excursión a la mañana siguiente. Dijo que sí. No sabía que estaba firmando su sentencia de muerte.
    Un simple estuche de máquina fotográfica fue el refugio ideal para la Beretta 7,65, con silenciador incluido. Tomé un café sin azúcar, de camino a la cueva de los verdes. Habíamos decidido encontrarnos ahí a las diez de la mañana. La descubrí mezclada con un contingente turístico. Seguimos al guía y nos enteramos de que estábamos ingresando en una cueva que, trescientos años atrás, había construido la lava volcánica. Era un túnel que se prolongaba por kilómetros y kilómetros y del que apenas se habían explorado algunos miles de metros.
    -  ­Alguna vez fue refugio de los guanches -­ dijo Mercedes  a media voz.
    ­- ¿Los guanches?
    ­- Los primeros habitantes de la isla-­ completó.
    "Y ahora será tu tumba", pensé, con dolor. Conseguí que cerrásemos la marcha de los entusiasmados turistas y así anduvimos entre las tinieblas. Algunos temas de Pink Floyd y unas pocas luces de colores, astutamente distribuidas, le daban el toque fantasmagórico que el sitio precisaba. Los hijos de puta de mis clientes habían sabido elegir el lugar: un cadáver podría permanecer ahí por largo tiempo, hasta que el mal olor de su putrefacción lo delatase. Pensé que ese cadáver iba a ser el de Mercedes y sentí un ligero malestar. Decidí terminar el trabajo de una vez por todas y me detuve, con la excusa de ver algo. El contingente siguió su marcha, ignorándonos. Abrí el estuche fotográfico.
    ­ -Aquí no se pueden sacar fotos -­bromeó.
     - ­No pienso sacar fotos - ­dije.
    La Beretta en mi mano obvió cualquier otro comentario.
     - ­No entiendo- ­dijo y había  espanto en su sorprensa.
    ­- No es necesario que entiendas -­dije y alcé el arma.
    ­- Hay un error ­-dijo, casi suplicante­-. Tiene que haber un error.
    Dije que en estos casos nunca hay errores y apreté el gatillo. Se oyó un sonido corto y seco. Mercedes intentó decir algo, pero todo quedó reducido a un gesto de dolor y desconcierto. En mitad de su frente, casi a la altura de sus cejas, comenzó a bajar un hilo de sangre. Di un paso atrás y vi cómo su bello cuerpo se derrumbaba para siempre. Con ternura la llevé hasta el rincón más escondido de la cueva y la cubrí con cenizas de lava. Me sacudí las manos y la ropa, comprobé que no había señales delatorias y caminé rápido hacia donde estaba el contingente. Habían pasado menos de diez minutos. Nadie reparó en su ausencia: estaban encantados jugando con el eco, una de las maravillas de esa cueva de la muerte.
    Los pasos siguientes serían de pura rutina: debía desprenderme del arma y de la documentación fraguada. En Barcelona tendría tiempo de afeitar mi barba tirar a la basura los anteojos de falso documento. Entré en el hotel pensando en una ducha fría. Iba a pedir la llave de mi cuarto, cuando una voz femenina, sus palabras, me enmudecieron.
     - ­Me llamo Mercedes Gasset - dijo-­, hay una reserva a mi nombre. Tenía que haber llegado ayer.
    Giré la cabeza y la vi. Ojos grandes, labios sensuales y pelo agresivamente negro: era mi víctima, la real, que llegaba con un día de atraso. Pidió un whisky. Pensé en Patricia, sola en la Cueva de los Verdes, cubierta de ceniza de lava; sentí un odio feroz por esta impostora e imaginé para ella un final innoble e inmediato. Diga lo que diga De Quincey, no hay que dejar las cosas para el día siguiente. Me acerqué y le dije que ése no era el mejor modo de combatir la ansiedad. Sonrió.


del libro "El final de la calle", de Vicente Battista. © 1992 Emecé

domingo, 24 de noviembre de 2013

Juan-Jacobo Bajarlía


Juan-Jacobo Bajarlía es poeta, cuentista, ensayista, novelista y dramaturgo. Nació en Buenos Aires el 5 de octubre de 1914, pero por un error en las anotaciones del Registro Civil aparece como nacido el 5 de octubre de 1912-2005.
A los 9 años le dio por la poesía, y los 14, siendo estudiante secundario escribió un novelón de capa y espada con el título de La cruz de la espada, que un falso editor se llevó para publicar, y nunca más se supo del original. Fue el mayor de 5 hermanos, hijo de padres de gran posición económica, venidos a menos, a raíz de lo cual, el niño que entonces tenía 12 años, vendió medias por los bares para contribuir al sustento de la casa. A los 17 años ingresó en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, y luego se trasladó a La Plata donde completó sus estudios.
   Fue uno de los introductores del vanguardismo en la Argentina. Entre 1948 y 1956 dirigió la revista Contemporánea y formó parte, en 1944, del Movimiento de Arte Concreto-Invención, junto con Gyula Kosice, Edgar Bayley, Carmelo Arden Quin y Tomás Maldonado, entre otros. También, en 1983, dirigió la revista Referente/el Ojo que mira.
   Sus primeros libros que datan de los años 40, Prohombres de la argentinidad y Romances de la guerra, fueron excluidos de su bibliografía.
   Obtuvo la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores el mismo año en el que se la adjudicaron a Adolfo Bioy Casares (1962). Luego se sucedieron los grandes premios: el del Instituto del Nuevo Mundo de la Facultad de Filosofía y Humanidades de Córdoba, dirigida por Juan Larrea acerca de César Vallejo (1963), el Mystery Magazine Ellery Queen's (1964), el Konex de Platino (1984), el Premio Municipal de Teatro (1962), el Premio del Fondo Nacional de las Artes (1962), Premio Municipal de Narrativa (1969), Premio Boris Vian (1996), Premio Leopoldo Alas ("Clarín") (1971).
   Sus cuentos, una estructura en la que se mezclan lo fantástico, la ciencia-ficción y la metafísica, integran varias antologías.
   Como dramaturgo escribió y estrenó La Esfinge en el Teatro Mariano Moreno, en 1955; Pierrot, en La Plata, en 1956; Las troyanas, sobre el texto de Eurípides, en el Teatro de la Reconquista, en 1956; La billetera del Diablo, en el Teatro LYF, en 1969; Telésfora en Radio Nacional, en 1972. Su drama Monteagudo (1962) obtuvo cuatro distinciones: el de la Selección Municipal para las Jornadas de Teatro Leído, el Premio Municipal a la mejor obra no representada, el del Fondo Nacional de las Artes, y la Faja de Honor de la SADE.
    Realizó numerosas traducciones del francés, italiano e inglés, incluyendo autores como el Aretino, el marqués de Sade, Kandinsky y Jean Tardieu, entre otros. También tradujo La lección, de Ionesco, que Francisco Javier puso en el Festival de Arte Dramático de Mar del Plata, en 1956. En 1963 fue leído, en el Teatro Los Andes, su drama de ciencia-ficción Los robots, en un acto auspiciado por la Municipalidad (Secretaría de Acción Cultural). Este drama, tragedia mecánica, como lo llama el autor, data de 1955.
    Escribe novelas policiales con el seudónimo de John J. Batharly, entre las que debemos mencionar Los números de la muerte (1972), reeditada con nombre propio en 1978. Esta última y El endemoniado Sr. Rosetti, también se publicaron en México con los títulos de Vudú, secta asesina, y Hombre Lobo: El endemoniado Sr. Rosetti.
    Entre sus antologías publicadas, Cuentos de crimen y misterio (1964), posee un estudio preliminar sobre lo fantástico y policíaco en las literaturas universal y argentina.
    Considerado en su calidad de narrador, Leopoldo Marechal llamó a Bajarlía "zoólogo de la monstruosidad". Hopkins, desde Berkeley, dijo que "sus máquinas del tiempo dejan de ser instrumentos mecánicos para convertirse en dimensiones metafísicas". Antonio de Undurraga consideró que la dimensión metafísica de Bajarlía introducía en el cuento fantástico una línea mas allá de "lo metafísico, lo fantástico y la ciencia-ficción".
    Dentro de su obra poética, su libro La Gorgona (1953) fue traducido al alemán por Ilse Lustig, en 1953, sobre cuya traducción Esteban Eitler compuso Música Dodecafónica, cuyo estreno se realizó en Bruselas, en 1954.
    Entre sus numerosos ensayos, La polémica Reverdy-Huidobro/El origen del ultraísmo (1964) fue publicada previamente en francés por el Centre International d’Etudes Poétiques (Bruselas, 1962), con prólogo de Fernanad Verhesen; y Existencialismo y abstracción de César Vallejo (1967), se publicó en Córdoba en 1967 en tres volúmenes de Aula Vallejo (5, 6 y 7).
    Fue colaborador del diario Clarín y director interino de suplementos literarios. Actualmente colabora en La Nación, La Gaceta de Tucumán, La Prensa y otros diarios de la Argentina.
    Fue pionero en la investigación parapsicológica en la Argentina, participando de las primeras experiencias en parapsicología científica. Sus conocimientos en fenómenos paranormales lo llevaron a presidir varios congresos y dar cátedra en diferentes instituciones. Además es asesor en temas afines.
    Es vicepresidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). También forma parte de la Asociación de Artistas Premiados Argentinos "Alfonsina Storni" (APA), de cuya revista es redactor exclusivo.

Roberto Arlt: un escritor actual.

 
Vigencia de R. Arlt

Roberto Arlt: un escritor actual

Por Rita Gnutzmann
Roberto Arlt, por Jaime NietoRoberto Arlt, por Jaime Nieto
Roberto Arlt nace el 26 de abril de 1900 en Buenos Aires (barrio de Flores), hijo del inmigrante alemán Karl Arlt y de la triestina Ekatherine Iobstraibitzer, familia de recursos precarios.
Es un niño imaginativo que sueña con ser pirata e inventor (Aguafuerte del 20 de julio de 1930) y que pronto se convierte en fervoroso lector (al igual que el joven personaje Silvio Astier de su primera novela, El juguete rabioso), cuyos autores favoritos son Baudelaire, Dostoievski, Baroja y todos los escritores de novelas de aventuras, al estilo de Rocambole. Deja la escuela después de haber cursado quinto grado y, en 1916, abandona la casa paterna por las disputas con su padre, empleándose a continuación en diversos oficios: dependiente de librería, aprendiz de mecánico, hojalatero, corredor de mercancía, etc.
En 1918 publica su primer cuento, Jehová y, acto seguido, comienza la escritura de El juguete rabioso, novela que termina y publica en 1926 bajo los auspicios del poeta y novelista Ricardo Güiraldes. En ella retrata la vida de un adolescente, desde los catorce a los diecisiete años, cuyas experiencias lo llevan al fracaso en vez de a la integración social como solía ocurrir en la novela de aprendizaje tradicional. En 1920 aparece su ensayo «Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires» (en Tribuna Libre) y el joven escritor se traslada a Córdoba (1921) para cumplir el servicio militar, servicio que al parecer no fue muy duro «por virtud y gracia de algunas recomendaciones», puesto que «tomaba mate con el sargento», mientras que los pobres reclutas «se deslomaban bajo el sol». En Córdoba conoce a Carmen Antinucci con la que se casa al año siguiente; en esa ciudad, además, nace su única hija, Mirta. De vuelta en Buenos Aires, publica en la revista Proa (1925) dos capítulos de El juguete rabioso y, al año siguiente, inicia su colaboración en la revista humorística Don Goyo, cuyo director era su amigo Conrado Nalé Roxlo. En 1927 comienza a trabajar para Crítica, diario de masas al estilo de la prensa norteamericana de Hearst, dirigido por Natalio Botana; Arlt se encarga de la columna policíaca o «nota carnicera y truculenta» como la llamaba el propio autor, todo por «necesidad del puchero» (Aguafuertes porteñas, 1950).
Al año siguiente, en mayo de 1928, ingresa como columnista de las Aguafuertes porteñas en el diario El Mundo, periódico propiedad de Alberto Haynes, en el que colabora hasta su muerte y donde aparecerán varios de sus cuentos, como el primero «Insolente jorobadito» que daría el título a la antología El jorobadito (1933).
En 1929 publica su segunda novela, considerada la más importante, Los siete locos y, dos años más tarde, la continuación de ésta, Los lanzallamas.
El Coloso. Avenida Corrientes (detalle). 1937El Coloso. Avenida Corrientes (detalle). 1937
El argumento de ambas novelas es sencillo: el cobrador de una empresa azucarera, Remo Erdosain, es acusado de estafa. Para devolver el dinero sustraído acude al farmacéutico loco Ergueta y al chulo Haffner (el «Rufián Melancólico») y entra en la Sociedad Secreta del Astrólogo Alberto Lezin, quien proyecta fundar una nueva sociedad, basada en la subyugación de la mayoría.
Erdosain estará encargado de destruir la vieja sociedad mediante gases letales y el chulo Haffner de financiar la nueva mediante la explotación de prostíbulos. Erdosain, angustiado y abandonado por su mujer Elsa, se traslada a una pensión sucia, donde entabla relación con la hija de la patrona, la Bizca. Termina la novela con la huida del Astrólogo con la mujer del loco Ergueta —la prostituta Hipólita—, el incendio de la quinta donde se tramaba la revolución, el asesinato de la Bizca por parte de Erdosain y el posterior suicidio de éste. Como los críticos han mostrado, la novela contiene ingredientes de la situación socio-política tanto argentina como internacional: los fascismos y el comunismo, las aspiraciones revolucionarias y el poder capitalista, la amenaza de las dictaduras militares, el Ku-Klux-Klan, la angustia de entreguerras («la zona de la angustia»)… Sin embargo, a pesar de que el argumento esté repleto de acciones, al autor le interesaba sobre todo la «vida interior dislocada, intensa, angustiosa» (Obra completa, 1981:11, 255) de sus personajes y, en una lectura profunda, se descubre una temática existencialista: ¿qué sentido tiene la vida? ¿son posibles el amor y la comunicación? ¿no está el hombre condenado eternamente al fracaso? Erdosain es el hombre «que sufre, soñando, con el cuerpo hundido hasta los sobacos en el barro» (Los lanzallamas) y que se «revuelca en la porquería con anhelo de pureza» (El amor brujo). El crítico Masotta (1982:49) ve a los personajes arltianos como «apestados» que testimonian «una sociedad putrefacta».
Banquete de la editorial Claridad, 1925 Banquete de la editorial Claridad, 1925

viernes, 22 de noviembre de 2013

Carlos O. Antognazzi


Carlos O. Antognazzi nació en Santa Fe (Argentina) el 14 de mayo de 1963.

Publicó los libros Historias de hombres solos (Cuentos, 1983), Punto muerto (Cuentos, 1987), Ciudad (Novela, 1988), El décimo círculo (Cuentos, 1991), Llanura azul (Novela, 1992), Narradores santafesinos (Ensayo, 1994), Apuntes de literatura (Ensayos y entrevistas, 1995), Cinco historias (Relatos, 1996), Mare nostrum (Cuentos, 1997), Zig zag (Cuentos, 1997), Road movie (Cuentos, 1998), Inside (Poesías, 1998); Al sol (Cuentos, 2002); Arte mayor (Poesías, 2003), Los puertos grises (Novela, 2003); riverrun (Poesías, 2005); Señas mortales (Novela; Castalia, Madrid, 2005).
Obtuvo los primeros premios «Diego Oxley» 1984; «Mateo Booz» 1985; «Nacional de cuento» 1986; Nacional de cuento inédito «Más Allá» 1987; «Anual de novela» 1987; «Trayectoria destacada» 1988; provincial trienal «Alcides Greca» 1992; internacional «Felisberto Hernández» 1993; «Los destacados» 1994; «Santo Tomás de Aquino» 1997; nacional «Juana Manuela Gorriti» 1997; «Instituto Argentino de la Excelencia, IADE» 1997; nacional «Olegario Víctor Andrade» 2000; provincial «Mutual de los integrantes del Poder Judicial de Santa Fe» 2001, ASDE-Lux 2002; «Instituto Argentino de la Excelencia, IADE» 2003; XII Premio «Ciudad de Huelva» (España, 2003); VII Premio «Tiflos» Novela (España, 2004); Premio SATO 2005 (Rotary Club).

Fue finalista del Premio Nacional de Literatura de la Secretaría de Cultura de la Nación, promoción 1993-1996, por Narradores santafesinos, rubro “Ensayo Literario y Crítica Literaria”, y del premio de novela fantástica “Tristana” (Ayuntamiento de Santander, España, 2004). Obtuvo, además, numerosas menciones.

En 2004 fue declarado «Santafesino Destacado» por el Honorable Concejo Municipal de la ciudad de Santa Fe.

Fue becario del Fondo Nacional de las Artes (1988, beca interna), la Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Fe (1991/’93/’95/’96), del Gobierno de España (CEULAJ 1993, para asistir al Primer Encuentro Iberoamericano de Escritores Jóvenes, en Mollina, Málaga) y del Gobierno de Venezuela (CONAC 1994, para asistir al Primer Taller Internacional de Jóvenes Escritores Latinoamericanos, en Barquisimeto). En 1997 obtuvo, también por concurso, el “Subsidio a la Creación Artística”, de la Fundación Antorchas, para editar Road movie.

Cuentos suyos fueron traducidos al italiano y al inglés. Algunos circulan en Internet. Integra antologías en España, Estados Unidos, Italia, México y Argentina. Ha dado conferencias y presentado ponencias en congresos y encuentros de escritores.

Es coordinador de talleres literarios en Santo Tomé, y de la librería Mauro Yardin (Santa Fe). Es columnista del mensuario “El Tábano” (Rafaela, Santa Fe). Sus artículos se editan en el portal de «Mundo Cultural Hispano» en Internet, y en los portales de «Isla negra» y «Argentina Transparente».

En 1997 fue incluido en la Site de «Literatura Argentina Contemporánea» que preparan la Universidad de Minnesota (Estados Unidos), la Ludwig Maximilians Universität München (Alemania) y la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.

En 2005 fue invitado a participar como conferencista al Congreso de Literatura "Ana Arenas Saavedra" organizado por la Universidad del Zulia (Maracaibo, Venezuela).
FUENTE:

jueves, 21 de noviembre de 2013

Federico Andahazi


Federico Andahazi es hijo de Béla Andahazi, poeta y psicoanalista húngaro radicado en la Argentina, y de Juana Merlín.
Nació el 6 de junio de 1963 en Buenos Aires, Argentina, en el céntrico barrio de Congreso. Durante su adolescencia comenzó a leer los clásicos argentinos y universales. Se escapaba del colegio y se reunía con amigos de su edad en librerías y bares de la avenida Corrientes, calle emblemática de la cultura porteña. Fue en esta época cuando incursionó en la escritura de los primeros relatos propios.
Obtuvo la licenciatura en Psicología en la Universidad de Buenos Aires. Ejerció como psicoanalista algunos años, mientras trabajaba en sus cuentos.
En 1989 terminó su primera novela, obra que permanece inédita por voluntad del autor.
En el año 1996 ganó el Primer Premio de Cuentos de la Segunda Bienal de Arte Joven de Buenos Aires con su relato Almas misericordiosas.
Ese mismo año recibió el Primer Premio del Concurso Anual Literario Desde la Gente por su cuento El sueño de los justos. Hacia fines del ’96 fue distinguido con el Premio CAMED por su cuento Por encargo.
En 1996, a la vez que era finalista del Premio Planeta, su novela El anatomista ganó el Primer Premio de la Fundación Fortabat. Sin embargo, la mentora del concurso, Amalia Lacroze de Fortabat, dio a conocer su disconformidad con dicho premio, a través de una solicitada publicada en todos los diarios de Buenos Aires, en la cual expresaba que la obra “no contribuye a exaltar los más altos valores del espíritu humano”.
Finalmente, El anatomista fue publicada por la editorial Planeta en 1997, traducido a más de treinta idiomas y ha vendido millones de ejemplares en todo el mundo.

El anatomista de Federico Andahazi:

El héroe de esta novela es Mateo Colón, un anatomista del Renacimiento que al enamorarse de una prostituta veneciana, Mona Sofía, emprende la búsqueda de algún tipo de pócima que le permita conseguir su amor. El anatomista da comienzo así, nada más ni nada menos, a la ardua exploración de la misteriosa naturaleza de las mujeres. Es nuestro héroe un hombre avanzado a su tiempo, y en su audacia decide experimentar con prostitutas y, algo totalmente prohibido en la época, con la disección de cadáveres. Lo que descubre Mateo Colón en pleno siglo XVI es, tal como lo fuera América para su homónimo, una *dulce tierra hallada+: el Amor Veneris, equivalente anatómico del kleitoris, hasta entonces desconocido en Occidente. Pero al intentar hacerlo público, Colón debe hacer frente al despiadado poder de la Inquisición, lo cual le supone verse envuelto en un proceso vertiginoso. Federico Andahazi ha construido una novela apasionante y ha recreado la época renacentista no sólo en sus costumbres sino en su sistema de pensamiento. El autor le imprime un ritmo sostenido al relato así como al impecable manejo de la intriga --sin soslayar el humor y la ironía-- que convierten a El anatomista, y a su autor, en una impactante revelación.
Fuente: Lecturalia.

Obras

Es uno de los autores argentinos cuyas obras fueron traducidas a mayor número de idiomas en todo el mundo.
Listado de sus obras:
  • 1997: El anatomista
  • 1997: Las piadosas
  • 2000: El príncipe
  • 2002: El secreto de los flamencos
  • 2004: Errante en la sombra
  • 2005: La ciudad de los herejes
  • 2006: El conquistador
  • 2008: Pecar como Dios manda. Historia sexual de los argentinos
  • 2009: Argentina con Pecado Concebida. Historia sexual de los argentinos 2
  • 2010: Pecadores y pecadoras
  • http://www.elresumen.com/biografias/federico_andahazi.htm 

 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

César Aira

 
Entrevista a César Aira
Por Ernesto Escobar Ulloa
César Aira es posiblemente el escritor argentino más importante de su generación. Autor de una treintena de novelas, además de cuentos, ensayos y obras de teatro, y traductor de Jan Potocki o Saint-Exupéry, entre otros.
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Las noches de Flores (Mondadori, 2004)
Véase la reseña
Su obra le ha merecido el reconocimiento del público dentro y fuera de su país. La crítica le ha dedicado diversos adjetivos a lo largo de su carrera: inteligente, original, descreído, chocante, divertido, imprevisible.
Lo cierto es que su estilo es inconfundible. Nunca le hubiera preguntado a nadie qué es la novela excepto a este escritor que, a sus cincuenta y pico años, descubre que se le multiplican los lectores tanto como las ediciones de sus libros.
 
CA: Nunca me ha preocupado mucho la cuestión de los géneros. Lo mío es la narración, y trato de llegar a una extensión que permita hacer un libro, eso es todo. No me gusta que haya más de una historia en un libro, no sé bien por qué. Mis historias se han ido haciendo más breves con el tiempo; ya me cuesta pasar de las cien páginas, y me da trabajo convencer a los editores de que hagan un libro con eso. Me resisto a las recopilaciones que me proponen. No entiendo qué tiene de malo un libro de pocas páginas. Como lector, son mis favoritos.
TBR: Cierto que tus libros son de pocas páginas pero en ellos se cuentan a veces varias historias, El Bautismo, por ejemplo, las historias son como un pretexto para reflexionar sobre infinidad de cosas.
CA: Yo no hablaría de pretexto, sino de un juego de transformaciones, que es lo que hace la dimensión temporal del trabajo de la novela. Por breve que sea, una novela lleva un tiempo para ser escrita, y las huellas visibles de ese lapso son esos cambios de nivel entre lo escrito y su escritura. Me gusta dejar bien visibles esas huellas, y de ahí debe de venir la mala fama que me he hecho de autor de "metaficciones" y todo eso. Una huella principal del tiempo es el desvarío de las intenciones originales. El Bautismo salió de una anécdota que me contó un cura, como hecho real: un colega suyo se negó a bautizar a un recién nacido por encontrarlo demasiado poco humano. El modo de hacer un libro con esa anécdota era olvidarla, para fecundar la historia con su olvido. Y el cura mismo, en la segunda parte de la novela, la ha olvidado. Y ahora que pienso en el olvido, me acuerdo de una cosa. Yo conocía al recién nacido protagonista de la historia, era un compañero de estudios, al que después perdí de vista. Pues bien, hace poco abrí el diario y lo vi: es obispo, y jerarca principalísimo del Opus Dei. Si eso no es desviarse de las intenciones originales...
TBR: ¿Prefieres la literatura que se deja llevar por la improvisación que aquella que lo tiene todo previsto, medido y estudiado? CA: Quizás las dos opciones no son excluyentes. Yo siempre creí practicar la improvisación más descarada e irresponsable, cercana a la escritura automática. Pero siempre mantuve una saludable desconfianza hacia ese "fondo salvaje" del pensamiento, del que al fin de cuentas no pueden salir más que los trillados lugares comunes que nos dictan las determinaciones sociales, históricas y familiares que nos han formado. Así que trato de que la improvisación corra por vías trazadas por la inteligencia.
TBR: ¿Esa "escritura automática"bretoniana te convierte también en un escritor prolífico? Por la frecuencia con que se publican tus libros se diría que escribes mucho.
CA: Ya se me ha vuelto un hábito aclarar que no escribo mucho sino poco, y hasta poquísimo. Nunca paso de una página por día, negociada muy lentamente y con toda clase de preparativos. Y no todos los días. Es cierto que publico dos novelas por año, pero son novelitas de menos de cien páginas. Y es cierto que vengo haciéndolo así desde hace treinta años. El surrealismo era algo muy vivo y estimulante en la Argentina de los años sesenta, los años de mi formación, que sucedió entre poetas. Todos mis amigos y maestros fueron poetas, incluidos de un modo u otro en la estela del surrealismo. De ellos tomé el procedimiento y los gestos. Nunca fui de esos novelistas que se sientan a la máquina de escribir y escriben en extenso. Lo mío fue, y sigue siendo, el dibujo laborioso de una escena, y al día siguiente otra, como los collages de Max Ernst o las cajas de Joseph Cornell.
TBR: ¿Esto te lo permite más la novela que otros géneros?
CA:La palabra "novela" ha ampliado tanto su significación que es ideal en términos de libertad. Ni se me ocurre escribir otra cosa. El cuento no me gusta porque depende demasiado de la calidad; si no es bueno, no funciona. De la novela en cambio pueden apreciarse otras cosas además del virtuosismo del autor; es un formato más relajado, que permite cambios de idea, arrepentimientos, asimetrías, y unos recorridos sinuosos que creo que se adaptan más a mi imaginación. La poesía nunca la he intentado, porque no tengo el sentimiento de la materialidad de la lengua. Las piezas de teatro que he escrito son experimentos de novelita dialogada. Y en cuanto a ensayos o artículos, me he obligado a escribirlos para alivianar un poco a mis novelas de una carga reflexiva que amenazaba con crecer. Me da trabajo escribirlos porque siento todo el tiempo a un guardián de la verdad vigilando sobre mi hombro. Pero tienen la ventaja de que cuando termino uno, con indescriptible alivio, disfruto más la vuelta a la novela.
TBR: ¿De qué manera plasmas en la novela tu visión de la realidad?
CA: Por algún motivo, siempre he sentido que la realidad es algo que hacen los otros y que yo estoy condenado a ver desde afuera. Supongo que esa distancia debe darle un tono especial a lo que escribo, quizás un matiz de extrañeza, quizás (ojalá) de libertad. Pero debo decir que a mis libros, más que como reflejo o representación, los pienso como instrumentos o herramientas, para operar sobre la realidad, precisamente.

''Lo mío fue, y sigue siendo, el dibujo laborioso de una escena, y al día siguiente otra, como los collages de Max Ernst o las cajas de Joseph Cornell"

TBR: ¿Dónde entran el lector y los personajes?
CA: Me temo que ni el personaje ni el lector son prioridades para mí. Me ocupo más bien del verosímil, de la visibilidad de las escenas, de la continuidad. Por supuesto que el lector debe de estar presente en algún rincón de mi conciencia, pero creo que cumple una función más bien instrumental, de "control de calidad". Y respecto de los personajes, prefiero los estereotipos o marionetas, sin psicología ni profundidad. El personaje es un mal necesario para la clase de novelista que soy.
TBR: Tienes atracción por personajes que no son precisamente estereotipos, enanos, monjas, curas, ignorantes, travestidos, delincuentes de poca monta.
CA: Me parece que estamos usando definiciones distintas de la palabra "estereotipo". Para mí, no hay nada más estereotipado que un enano, una monja, un travesti o un asesino serial. La literatura popular, la televisión, la imaginación colectiva, se han encargado de tipificarlos hasta la caricatura, y ahí es donde los tomo yo. Todos los mitos de la profundidad y la psicología se concentran en el hombre común, cuyos misterios insondables me asustan y desalientan.
TBR: En la literatura latinoamericana no abundan tales estereotipos, quizás pensaba yo en esos, en el personaje escritor, el revolucionario, el dictador, el cacique, el indio, el señorito.
CA: Depende de la literatura latinoamericana que uno lea. No hay revolucionarios ni caciques en los libros de Borges o de Felisberto Hernández o de Elena Garro o de Adolfo Couve o de Machado de Assis. Reducir lo latinoamericano a Rulfo y Ciro Alegría es difamatorio.
TBR: Ahora que dices esto, recuerdo que Ignacio Echevarría dijo algo así como que el efecto del Realismo Mágico había sido tan invasivo, que de Rulfo se podían reclamar deudores"desde Sergio Pitol hasta César Aira".
CA: Contextualizar está bien, pero hay que tener en cuenta que una parte importante del trabajo del novelista es descontextualizar. Por lo pronto, se descontextualiza a sí mismo; su educación casi no es otra cosa. Que uno sea latinoamericano no significa que sus lecturas o influencias sean necesariamente latinoamericanas.
TBR: ¿En todo caso qué te permiten los estereotipos?
CA: Llego más rápido al relato, y puedo hacerlo marchar más rápido, sin el lastre de la causalidad psicológica. Puedo permitirme otras causalidades, las de la fábula.
TBR: "Imaginativo, sorprendente, no llega a convencer, tal vez por una excesiva pretenciosidad y cierto descuido formal barojiano, aunque no lo haya leído, como cabe suponer." Comentario de Joaquín Marco sobre Las noches de flores.
CA: Le doy la razón, y creo que se queda corto. Las reseñas negativas siempre me parecen provenir de una lectura más inteligente y más atenta que las positivas. De hecho, siempre que me elogian tengo la sospecha de que no han leído el libro.
TBR: Qué piensas de que muchos escritores jóvenes te consideren una de sus principales influencias.
CA: No creo que sean muchos. No creo que ningún escritor joven se proponga escribir libros como los míos, y por cierto que no se lo deseo. En cambio, sí me gustaría llegar a ser un buen ejemplo de vocación, de compromiso con la literatura, y de empeño en la busca de libertad.
© The Barcelona Review, 2004.
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BIO: César Aira (Coronel Pringles, 1949): Entre sus últimos libros publicados en España se encuentran Emma, la cautiva (Mondadori, 1997), Cómo me hice monja (Mondadori, 1998), La mendiga (Mondadori, 2002), Canto castrado (mondadori, 2003), Una novela china (DeBolsillo, 2004), El bautismo (DeBolsillo, 2004) y Las noches de Flores (Mondadori, 2004).
Fuente:http://www.barcelonareview.com/44/s_ca.htm

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