Los despojos
Charles Baudelaire
Los despojos
La puesta de sol romántica
¡Cuan hermoso es el sol cuando fresco se
levanta,
Como una explosión dándonos su buendía!
—¡Dichoso aquél que puede con amor
Saludar su ocaso más glorioso que un
ensueño!
¡Yo lo recuerdo!… Lo vi todo, flor,
fuente, surco;
Desfallecer bajo su mirada como corazón
que palpita…
—¡Acudamos hacia el horizonte, ya es
tarde, corramos pronto,
Para alcanzar, al menos, un oblicuo
rayo!
Mas, yo persigo en vano al Dios que se
retira;
La irresistible Noche establece su
imperio,
Negra, húmeda, funesta y llena de
escalofríos;
Un olor sepulcral en las tinieblas flota,
Y mi pie miedoso roza, al borde del
lodazal,
Sapos imprevistos y fríos caracoles.
Piezas
condenadas extraídas de Las flores del mal
Lesbos
Madre de los juegos latinos
y de las voluptuosidades griegas,
Lesbos, en la que los besos, lánguidos o
gozosos,
Cálidos como soles, frescos como
sandías,
Constituyen el ornato de noches y días
gloriosos;
Madre de los juegos latinos y de las
voluptuosidades griegas,
Lesbos, donde los besos son como
cascadas
Que se vuelcan sin temor en los abismos
insondables,
Y corren, sollozantes y cacareantes, a
borbotones,
Tempestuosos y secretos, hormigueantes y
profundos;
¡Lesbos, donde los besos son como las
cascadas!
Lesbos, donde las Frinés una a la otra
se atraen,
Donde jamás un suspiro queda sin eco,
Al igual de Pafos las estrellas te
admiran,
¡Y Venus tiene justo derecho para celar
a Safo!
Lesbos, donde las Frinés una a la otra
se atraen,
¡Lesbos, tierra de noches cálidas y
lánguidas,
Que reflejan en sus espejos, estéril
voluptuosidad!
Donde las muchachas de mirar profundo en
sus cuerpos amorosos,
Acarician los frutos maduros de su
nubilidad;
Lesbos, tierra de noches cálidas y
lánguidas,
Deja del viejo Platón fruncirse el ceño
austero;
Tú logras tu perdón con el exceso de los
besos,
Reina del dulce imperio, amable y noble
tierra,
Y de los refinamientos siempre
inagotables.
Deja del viejo Platón fruncirse el ceño
austero.
¡Tú logras tu perdón del eterno
martirio,
Infligido sin cesar a los corazones
ambiciosos,
Que aleja de nosotros la radiante
sonrisa
Entrevista vagamente al borde de otros
cielos!
¡Tú logras tu perdón del eterno
martirio!
¿Quién entre los Dioses osará, Lesbos,
ser tu juez
Y condenar tu frente palidecida en las
empresas,
Si sus balanzas de oro no han pesado el
diluvio
De lágrimas que al mar han vertido tus
arroyos?
¿Quién entre los dioses osará, Lesbos,
ser tu juez?
¿Qué quieren de nosotros las leyes de lo
justo y de lo injusto?
¡Vírgenes de corazón sublime, honor del
archipiélago,
Vuestra religión como otra cualquiera es
augusta,
Y el amor se reirá del Infierno y del
Cielo!
¿Qué quieren de nosotros las leyes de lo
justo y de lo injusto?
Porque Lesbos, entre todos, me ha
escogido sobre la tierra
Para cantar el secreto de sus vírgenes en
flor,
Y fui desde la infancia admitido en el
negro misterio
De las risas desenfrenadas mezcladas a
las sombrías lágrimas;
Porque Lesbos, entre todos, me ha
escogido sobre la tierra
Y desde entonces vigilo en la cima del
Leucates,
Como un centinela de mirar penetrante y
seguro,
Que acecha noche y día, brick, tartana o
fragata,
Cuyas formas a lo lejos se estremecen en
el azur;
Y desde entonces vigilo en la cima del
Leucates
Para saber si la mar es indulgente y
buena,
Y entre los sollozos que en la roca
repercuten
Una tarde volverá hacia Lesbos, que
perdona,
El cadáver adorado de Safo, que partió
¡Para saber si la mar es indulgente y
buena!
¡De la máscula Safo, que fue amante y
poeta,
Más hermosa que Venus por sus sombrías
palideces!
—La mirada de azur vencida es por ojos
negros que manchan
El círculo tenebroso trazado por los
dolores
De la máscula Safo, que fue amante y
poeta!
—Más hermosa que Venus, irguiéndose
sobre el mundo
Y derramando los tesoros de su serenidad
Y el centellear de su blonda juventud
Sobre el viejo Océano de su hija
encantada;
¡Más hermosa que Venus, irguiéndose
sobre el mundo!
—De Safo que murió el día de su
blasfemia,
Cuando, insultando el rito y el culto
inventado,
Hizo de su bello cuerpo el pasto supremo
De una bestia cuyo orgullo castigó la
impiedad
De aquella que murió el día de su
blasfemia.
¡Y es desde entonces que Lesbos se
lamenta,
Y, malgrado los honores que le rinde el
universo,
Se embriaga cada noche con el grito de
la tormenta
Que lanzan hacia los cielos sus riberas
desiertas!
¡Y es desde entonces que Lesbos se
lamenta!
Mujeres
condenadas
Delfina e Hipólita
A la pálida claridad de las lámparas
mortecinas,
Sobre profundos cojines impregnados de
perfume,
Hipólita evocaba las caricias intensas
Que levantaran la cortina de su juvenil
candor.
Ella buscaba, con mirada aún turbada por
la tempestad,
De su ingenuidad el cielo ya lejano,
Así como un viajero que vuelve la cabeza
Hacia los horizontes azules transpuestos
en la mañana.
Sus ojos apagados, las perezosas
lágrimas,
El aire quebrantado, el estupor, la
mohína voluptuosidad,
Sus brazos vencidos, abandonados cual
vanas armas,
Todo contribuía, todo mostraba su frágil
beldad.
Tendida a sus pies, tranquila y llena de
gozo,
Delfina la cobijaba con ardientes
miradas,
Como una bestia fuerte vigilando su
presa,
Luego de haberla, desde luego, marcado
con sus dientes.
Beldad fuerte prosternada ante la
belleza frágil,
Soberbia, ella trasuntaba
voluptuosamente
El vino de su triunfo, y se alargaba
hacia ella,
Como para recoger un dulce
agradecimiento.
Buscaba en la mirada de su pálida
víctima
La canción muda que entona el placer,
Y esa gratitud infinita y sublime
Que brota de los párpados cual
prolongado suspiro.
—"Hipólita, corazón amado, ¿qué
dices de estas cosas?
Comprendes ahora que no hay que ofrendar
El holocausto sagrado de tus primeras
rosas
A los soplos violentos que pudieran
marchitarlas?
Mis besos son leves como esas efímeras
Que acarician en la noche los lagos
transparentes,
Y los de tu amante enterrarían sus
huellas
Como los carretones o los arados
desgarrantes;
Pasarán sobre ti como una pesada yunta
De caballos y de bueyes con cascos sin
piedad…
Hipólita, ¡oh, hermana mía! vuelve,
pues, tu rostro,
Tú, mi alma y mi corazón, mi todo y mi
mitad,
¡Vuelve hacia mí tus ojos llenos de azur
y de estrellas!
Por una sola de esas miradas
encantadoras, bálsamo divino,
De placeres más oscuros yo levantaré los
velos
¡Y te adormeceré en un sueño sin
fin!"
Mas Hipólita, entonces, levantando su
juvenil cabeza:
—"Yo no soy nada ingrata y no me
arrepiento,
Mi Delfina, sufro y me siento inquieta,
Como después de una nocturna y terrible
comida.
Siento fundirse sobre mí pesados
terrores
Y negros batallones de fantasmas
esparcidos,
Que quieren conducirme por caminos
movedizos
Que un horizonte sangriento cierra por
doquier
¿Hemos perpetrado, entonces, un acto
extraño?
Explica, si tú puedes, mi turbación y mi
espanto:
Tiemblo de miedo cuando me dices:
"¡Mi ángel!"
Y, empero, yo siento mi boca acudir
hacia ti.
¡No me mires así, tú, mi pensamiento!
¡Tú a la que yo amo eternamente, mi
hermana dilecta,
Aunque tú fueras una acechanza
predispuesta
Y el comienzo de mi perdición!"
Delfina, sacudiendo su melena trágica,
Y como pisoteando sobre el trípode de
hierro,
La mirada fatal, respondió con voz
despótica:
—"Entonces, ¿quién, ante el amor,
osa hablar del infierno?
¡Maldito sea para siempre el soñador
inútil
Que quiso, el primero, en su estupidez,
Apasionándose por un problema insoluble
y estéril,
A las cosas del amor mezclar la
honestidad!
¡Aquel que quiera unir en un acuerdo
místico
La sombra con el ardor, la noche con el
día,
Jamás caldeará su cuerpo paralítico
Bajo este rojo sol que llamamos amor!
Ve tú, si quieres, en busca de un navío
estúpido;
Corre a ofrendar un corazón virgen a sus
crueles besos;
Y, llena de remordimientos y de horror,
y lívida,
Volverás a mí con tus pechos
estigmatizados…
¡No se puede aquí abajo contentar más
que a un solo amo!"
Pero, la criatura, desahogándose en
inmenso dolor,
Exclamó de súbito: —Yo siento
ensancharse en mi ser
Un abismo abierto; ¡este abismo es mi
corazón!
¡Ardiente cual un volcán, profundo como
el vacío!
Nada saciará este monstruo gimiente
Y no refrescará la sed de la Euménide
Que, antorcha en la mano, le quema hasta
la sangre.
¡Que nuestras cortinas corridas nos
separen del mundo,
Y que la laxitud conduzca al reposo!
Yo anhelo aniquilarme en tu garganta
profunda
Y encontrar sobre tu seno el frescor de
las tumbas!"
—¡Descended, descended, lamentables
víctimas,
Descended el camino del infierno eterno!
Hundios hasta lo más profundo del
abismo, allí donde todos los crímenes,
Flagelados por un viento que no llega
del cielo,
Barbotean entremezclados con un ruido de
huracán.
Sombras locas, acudid al cabo de
vuestros deseos;
Jamás lograréis saciar vuestra furia,
Y vuestro castigo nacerá de vuestros
placeres.
Jamás un rayo fugaz iluminará vuestras
cavernas;
Por las grietas de los muros las miasmas
febricentes
Fíltranse inflamándose cual linternas
Y saturan vuestros cuerpos con sus
perfumes horrendos.
La áspera esterilidad de vuestro gozo
Altera vuestra sed y enerva vuestra
piel,
Y el viento furibundo de la
concupiscencia
Hace claquear vuestras carnes como una
vieja bandera.
¡Lejos de los pueblos vivientes,
errantes, condenadas,
A través de los desiertos, acudid como
los lobos;
Cumplid vuestro destino, almas
desordenadas,
Y huid del infinito que lleváis en
vosotras!
El
leteo
Ven sobre mi corazón, alma cruel y sorda,
Tigre adorado, monstruo de aires
indolentes;
Quiero, por largo rato sumergir mis
dedos temblorosos
En el espesor de tu melena densa;
En tus enaguas saturadas de tu perfume
Sepultar mi cabeza dolorida,
Y aspirar, como una flor marchita,
El dulce relente de mi amor difunto.
¡Quiero dormir! ¡Dormir antes que vivir!
En un sueño tan dulce como la muerte,
Yo derramaré mis besos sin
remordimiento,
Sobre tu hermoso cuerpo pulido como el
cobre.
Para absorber mis sollozos sosegados
Nada equiparable al abismo de tu lecho;
El olvido poderoso mora sobre tu boca,
Y el Leteo corre en tus besos.
A mi destino, en lo sucesivo, mi
delicia,
Yo obedeceré como un predestinado;
Mártir dócil, inocente condenado,
Del cual el fervor atiza el suplicio,
Yo absorberé, para ahogar mi tormento,
El nepente y la buena cicuta,
En los pezones encantadores de ese pecho
agudo
Que jamás aprisionó un corazón.
Para aquella que es muy alegre
Tu cabeza, tu gesto, tu aire
Son hermosos como un bello paisaje;
La risa juega en tu rostro
Como una brisa fresca en un cielo claro.
Al pasajero disgusto que rozas
Lo diluye la salud
Que brota cual un destello
De tus brazos y de tus hombros.
Los refulgentes colores
Con que salpicas tus vestidos
Vuelcan en el espíritu de los poetas
La imagen de una danza de flores.
Esos trajes locos son el emblema
De tu espíritu abigarrado;
Loco como yo estoy,
¡Te odio tanto como te amo!
A veces en un hermoso jardín
Donde arrastraba mi atonía,
He sentido, como una ironía,
Al sol desgarrar mi pecho;
Y la primavera y el verdor
Tanto han humillado mi corazón,
Que he purgado sobre una flor
La insolencia de la Natura.
Así yo quisiera, una noche,
Cuando la hora de las voluptuosidades
suena,
Hacia los tesoros de tu persona,
Como un cobarde, deslizarme sin ruido,
Para castigar tu carne gozosa,
Para magullar tu seno perdonado,
Y hacerle a tu vientre asombrado
Una herida ancha y profunda,
Y, ¡vertiginosa dulzura!
A través de esos labios recientes,
Más deslumbrantes y más bellos,
Infundirte mi veneno, ¡hermana mía!
Las
joyas
La muy querida estaba desnuda, y, conociendo
mi corazón,
No había conservado más que sus joyas
sonoras,
De las que el rico conjunto le daba el
aspecto vencedor
Que tienen en sus días felices las
esclavas de los moros.
Cuando arroja danzando su ruido vivaz y
burlón,
Este mundo deslumbrante de metal y de piedra
Me encanta extasiándome, y amo con furor
Las cosas en que el sonido se mezcla con
la luz.
Así ella estaba, acostada, y dejándose
amar,
Y desde lo alto del diván sonreía
complacida
A mi amor profundo y dulce como el mar,
Que hasta ella subía como hacia su
acantilado
Los ojos fijos en mí, cual un tigre
domado,
Con un aire vago y soñador ella ensayaba
poses,
Y el candor unido a la lubricidad
Daba un encanto nuevo a sus
metamorfosis.
Y su brazo y su pierna y su muslo y sus
riñones,
Pulidos, como aceitados, ondulantes como
un cisne,
Pasaban ante mis ojos clarividentes y
serenos;
Y su vientre y sus senos, esos racimos
de mi viña,
Adelantábanse, más mimosos que los
ángeles del mal,
Para turbar el reposo en que yacía mi
alma,
Y para apartarla de la roca de cristal
En que, serena y solitaria, ella se
había asentado.
Yo creí ver unidas por un nuevo diseño
Las ancas del Antíope al busto de un
imberbe,
¡Tanto su talle hacía resaltar su
pelvis!
¡Sobre su tez leonada y parda el afeite
estaba soberbio!,
—Y habiéndose la lámpara resignado a
morir,
Como el hogar sólo iluminaba la
estancia,
Cada vez que exhalaba un resplandeciente
suspiro,
¡Inundaba de sangre aquella piel
colorida de ámbar!
La
metamorfosis del vampiro
La mujer, entretanto, de su boca de fresa,
Retorciéndose cual una serpiente sobre
las brasas,
Y estrujando sus pechos en la cárcel de
su corsé,
Dejó correr estas palabras impregnadas
de almizcle:
—"Yo, yo tengo los labios húmedos,
y conozco la ciencia
De perder en el fondo de un lecho la
antigua conciencia.
Yo enjugo todas las lágrimas sobre mis
senos triunfantes,
Y hago reír a los viejos con risa de
niños.
¡Reemplazo, para el que me ve desnuda, y
sin velos,
La luna, el sol, el cielo y las estrellas!
Yo soy, mi sabio querido, tan docta en
voluptuosidades,
Cuando ahogo un hombre entre mis brazos
temidos,
O cuando abandono a sus mordeduras mi
busto,
Tímida y libertina, y frágil y robusta,
¡Que sobre estos acolchados,
desmayándose de emoción,
Los ángeles impotentes por mí se
condenarían!"
Cuando hubo de mis huesos succionado
toda la médula,
Y yo lánguidamente me volví hacia ella,
Para devolverle un beso de amor, ya no
vi más
Que un odre con los flancos viscosos,
¡todo lleno de pus!
Cerré los dos ojos, en mi frío espanto,
Y cuando los reabrí a la claridad
viviente,
A mi vera, en lugar del maniquí pujante
Que parecía haber hecho provisión de
sangre,
Temblaban tan confusamente restos de
esqueleto,
Que ellos mismos producían el sonido de
una veleta
O de una muestra, al extremo del vástago
de hierro,
Que balancea el viento durante las
noches de invierno.
Galanterías
El surtidor
¡Tus hermosos ojos están fatigados, pobre
amante!
Quédate mucho tiempo, sin volverlos a abrir,
En esa postura indolente
En que te sorprendió el placer.
En el patio el surtidor que brota
Y no se calla ni de noche ni de día,
Entretiene dulcemente el éxtasis
En que, en esta tarde me sumió el amor.
El haz desparramado
En mil flores,
Donde Febo gozoso
Pone sus colores,
Cae cual una lluvia
De prolongadas lágrimas.
Así tu alma que enciende
El ardiente rayo de las voluptuosidades
Se arroja, rápida y atrevida,
Hacia la amplitud de los cielos
encantados.
Luego, ella se derrama moribunda,
En una oleada de triste languidez,
Que por una invisible pendiente
Desciende hasta el fondo de mi corazón.
El haz desparramado
En mil flores,
Donde Febo gozoso
Pone sus colores,
Cae cual una lluvia
De prolongadas lágrimas.
¡Oh tú a quien la noche torna tan bella,
Qué dulce me es, inclinando sobre tus
senos,
Escuchar la queja eterna
Que solloza en las fuentes!
Luna, agua sonora, noche bendita,
Árboles que tembláis alrededor,
Vuestra pura melancolía
Es el espejo de mi amor.
El haz desparramado
En mil flores,
Donde Febo gozoso
Pone sus colores
Cae como una lluvia
De prolongadas lágrimas.
Los
ojos de Berta
Puedes despreciar los ojos más célebres,
¡Bellos ojos de mi niña, por donde se
filtra y huye
Yo no se qué de bueno, de suave como la
noche!
¡Bellos ojos, volcad sobre mí vuestras
deliciosas tinieblas!
¡Grandes ojos de mi niña, arcanos
adorados,
Os parecéis mucho a esas grutas mágicas
Donde, detrás del montón de sombras
letárgicas,
Centellean vagamente tesoros ignorados!
¡Mi niña tiene ojos oscuros, profundos y
enormes,
Como tú, Noche inmensa, iluminados como
tú!
Los fuegos son estos pensamientos de
Amor, mezclados de Fe,
Que chispean en el fondo, voluptuosos o
castos.
Himno
A la amadísima, a la muy hermosa
Que colma mi corazón de claridad,
Al ángel, al ídolo inmortal,
¡Salve en la inmortalidad!
Ella se derrama en mi vida
Como un soplo impregnado de sal,
Y en mi alma insaciable
Vierte el sabor de lo Eterno.
Sachet siempre fresco que perfuma
La atmósfera de un caro refugio,
Incensario siempre lleno que humea
En secreto a través de la noche,
¿Cómo, amor incorruptible,
Expresarte con veracidad?
¡Grano de almizcle que yaces, invisible,
En el fondo de mi eternidad!
A la buenísima a la muy hermosa,
Que me infunde alegría y salud,
Al ángel, al ídolo inmortal
¡Salve en la inmortalidad!
Las
promesas de un rostro
(A mademoiselle A… )
Yo amo, ¡oh, pálida beldad!, tus
pestañas entornadas,
De las que parecen derramarse las
tinieblas;
Tus ojos, bien que renegridos, me
inspiran ideas
Que no son del todo fúnebres.
Tus ojos, que concuerdan con tus negros
cabellos,
Con tu melena elástica,
Tus ojos, lánguidamente, me dicen:
"Si tú quieres,
Amante de la musa plástica,
Seguir la esperanza que en ti hemos
excitado,
Y todos los gustos que tú profesas,
Podrás comprobar nuestra veracidad
Desde el ombligo hasta las nalgas;
Encontrarás en la punta de ambos senos
bien abundantes,
Dos grandes medallones de bronce,
Y bajo un vientre terso, suave como de
terciopelo,
Bistre como en la piel de un bonzo,
Un abundante vellón que, verdaderamente,
es hermano
De esta enorme cabellera,
Suave y rizada, y que te iguala en
espesor,
Noche sin estrellas, ¡Noche
oscura!"
El monstruo o el paraninfo de una ninfa
macabra
I
En verdad, tú no eres, mi bienamada,
Lo que Veuillot denomina una chiquilla.
El juego, el amor, la buena comida,
Hierven en ti, ¡viejo caldero!
Ya no eres más fresca, amada mía,
¡Mi vieja infanta! Y, empero,
Tus correrías insensatas
Te han dado este brillo abundante
De las cosas que, muy gastadas,
Todavía seducen.
Yo no encuentro monótono
El verdor de tus cuarenta años;
¡Prefiero tus frutos, Otoño,
A las flores banales de la Primavera!
¡No! ¡Jamás eres monótona!
Tu osamenta tiene atractivos
Y gracias particulares;
Yo encuentro extrañas especias
En la cavidad de tus dos saleros;
¡Tu osamenta tiene atractivos!
¡Befa de amantes ridículos
Del melón y de la calabaza!
Yo prefiero tus clavículas
A las del rey Salomón,
¡Y compadezco a esa gente ridícula!
Tus cabellos, como un casco azul,
Sombrean tu frente de guerrera,
Que no piensa ni se abochorna mucho,
Y además se escapan por detrás,
Cual las crines de un casco azul.
Tus ojos, que parecen lodo
Donde brilla algún fanal,
Reavivados con el colorete de tu
mejilla,
¡Lanzan un destello infernal!
¡Tus ojos son negros como el lodo!
Por su lujuria y su desdén
Tu labio amargo nos provoca;
Este labio, es un Edén
Que nos atrae y que nos choca.
¡Qué lujuria! ¡y cuánto desdén!
Tu pierna musculosa y seca
Sabe trepar hasta lo alto de los
volcanes,
Y, malgrado la nieve y los desechos,
Bailar los más fogosos cancanes.
Tu pierna es musculosa y seca;
Tu piel ardiente y áspera,
Como la de los viejos gendarmes,
No conoce más el sudor
Así como tus ojos ignoran las lágrimas.
(¡Y, empero, tiene su suavidad!)
II
¡Tonta! ¡Te vas directamente al Diablo!
De buen grado yo iría contigo,
Si esa velocidad espantosa
No me causara cierta emoción.
¡Vete, pues, sola, al Diablo!
Mi riñón, mi pulmón, mi corva
No me permiten más rendir homenaje
A este Señor, como convendría.
"¡Ay de mí! ¡Realmente es una
lástima!"
Dicen mi riñón y mi corva.
¡Oh! Sinceramente yo siento
No concurrir a los sabats,
Para ver, cuando pedorrea el azufre,
¡Cómo tú le besas su culo!
¡Oh! ¡Sinceramente yo sufro!
Estoy endiabladamente afligido
De no ser tu antorcha,
Y de pedirte licencia,
¡Llama infernal! Juzga, querida mía,
Cuánto he de estar afligido,
Pues que, desde largo tiempo yo te amo,
¡Siendo tan lógico! En efecto,
Queriendo del Mal buscar la crema
Y no amar sino un monstruo perfecto,
¡Verdaderamente, sí! Viejo monstruo, ¡yo
te amo!
Alabanzas de mi Francisca
Yo te cantaré sobre cuerdas nuevas,
¡Oh, mi pequeña corza que te complaces
En la soledad de mi corazón!
Que te engalanen las guirnaldas,
¡Oh, mujer delicada
Que de los pecados nos redimes!
Como de un bienhechor Leteo,
Yo extraeré besos tuyos,
Que están impregnados de amor.
Cuando la tempestad de los vicios
Turbaba todos los caminos,
Tú apareciste, Deidad,
Como estrella salvadora
En los naufragios amargos…
—¡Yo ofrendaré mi corazón en tus
altares!
Piscina desbordante de virtud,
Fuente eterna de Juvencio,
¡Vuélveles la voz a mis labios mudos!
Lo que era vil, tú lo has quemado;
Ruda, tú lo has allanado,
Débil, tú lo has afirmado.
En el hambre mi albergue,
En la noche mi lámpara,
Guíame siempre como es debido.
Agrega ahora fuerzas a mis fuerzas.
¡Dulce baño perfumado
Por los más suaves aromas!
Brilla alrededor de mis riñones
¡Oh, cinturón de castidad,
Templado en agua seráfica!;
Patera centelleante de gemas,
Pan realzado de sal, manjar delicado,
Vino divino, ¡Francisca!
Epígrafes
Versos para el retrato de Monsieur Honoré
Daumier
Este del cual te ofrendamos la imagen,
Y cuyo arte, sutil entre todos,
Nos enseña a reír,
Este, lector, es un sabio.
Es un satírico, un burlón;
Pero, la energía con la cual
El pinta el Mal y su secuela,
Prueba la belleza de su corazón.
Su risa no es la mueca
De Melmoth o de Mefisto
Bajo la tea viviente de Alecto
Que nos desgarra, pero que nos hiela.
Su risa, ¡ah! de la alegría
No es más que la dolorosa carga;
¡La suya brilla, franca y amplia,
Cual un signo de su bondad!
Lola de Valencia
Inscripción
para un cuadro de Manet
Entre tantas beldades como por todas partes
puédense ver,
Yo comprendo bien, amigos, que el deseo
vacile;
Pero sí se ve brillar en Lola de
Valencia
El encanto inesperado de una joya rosada
y negra.
Sobre "Tasso en la prisión"
De Eugenio Delacroix''
El poeta en el calabozo, mal vestido, mal
calzado,
Desgarrando compulsivo bajo su pie un
manuscrito,
Mide con una mirada que la demencia
inflama
La escalera vertiginosa donde se abisma
su alma.
Las risas embriagadoras que colman la
prisión
Hacia lo extraño y lo absurdo incitan su
razón;
La Duda lo rodea, y el Miedo ridículo,
Horroroso y multiforme, alrededor de él
circula.
Genio encerrado en un cuchitril malsano,
Estas muecas, esos gritos, esos
espectros de los que el enjambre
Revolotea cual torbellino, amotinado
detrás de su oreja,
Este soñador que el horror de su yacija
despierta,
¡He aquí tu emblema, Alma de los sueños
oscuros,
Que la Realidad ahoga entre sus cuatro
muros!
Piezas diversas
La voz
Mi cuna se adosaba a la biblioteca,
Babel sombría, donde novela, ciencia,
romance,
Todo, la ceniza latina y el polvo
griego,
Se mezclaban. Yo era alto como un
infolio.
Dos voces me hablaban. La una, insidiosa
y firme,
Decía: "La Tierra es un pastel
colmado de dulzura;
Yo puedo (¡Y tu placer entonces no
tendrá término!)
Procurarte un apetito de igual
grosor."
Y la otra: "¡Ven! ¡oh! ven viajero
en los sueños,
Más allá de lo posible, más allá de lo
conocido!"
Y ésta cantaba como el viento de las
plazas,
Fantasma gemebundo, no se sabe de dónde
venido,
Que acaricia el oído y empero lo
espanta.
Yo respondí: "¡Sí! ¡Dulce
voz!" Es desde entonces
Que data lo que se puede, ¡ah! llamar mi
llaga
Y mi fatalidad. Detrás de las
decoraciones
De la existencia inmensa, en lo más
negro del abismo,
Veo distintamente mundos singulares,
Y, de mi clarividencia, extática
víctima,
Arrastro serpientes que muerden mis
zapatos.
Y es desde entonces que, semejante a los
profetas,
Amo tan tiernamente el desierto y la
mar;
Que río en los duelos y lloro en los
festejos,
Y encuentro un gusto suave al vino más
amargo;
Que tomo con frecuencia los hechos por
mentiras,
Y que, los ojos hacia el cielo, caigo en
los agujeros.
Pero, la voz me consuela y dice:
"Guarda tus sueños;
¡Los sabios no los tienen tan hermosos
como los locos!"
Lo
imprevisto
Harpagón, que velaba a su padre agonizante
Se dice, soñador, ante esos labios ya
blanquecinos:
"¿Tenemos en el granero una
cantidad suficiente,
Me parece, de viejos tablones?"
Celimena, arrullante, dice: "Mi
corazón es bueno,
Y naturalmente, Dios me ha hecho muy
bella".
—¡Su corazón! ¡Corazón endurecido,
ahumado como un jamón,
Recocido en la llama eterna!
¡Un gacetillero fumista, que se cree una
antorcha,
Dice al pobre, al cual ha sumido en las
tinieblas:
"¿Dónde, pues, percibes tú, a ese
creador de Belleza,
Este Desfacedor de entuertos que tú
celebras?"
Mejor que todos, conozco cierto
voluptuoso
Que bosteza noche y día y se lamenta y
llora,
Repitiendo, impotente y fatuo: "¡Sí,
yo quiero
Ser virtuoso, dentro de una hora!"
El reloj, a su turno, dice en voz baja:
"¡Está maduro
El condenado! Yo no advertí en vano la
carne infecta.
El hombre está ciego, sordo, frágil como
un muro
Que habita y que roe un insecto!"
Y por otra parte, Alguien que parece,
habían todos negado,
Y que les dijo, burlón y fiero: "En
mi copón,
¿No habéis, creo, con exceso comulgado,
En la jovialidad de la Misa negra?
Cada uno de vosotros me ha erigido un
templo en su corazón;
¡Habéis, en secreto, besado mi trasero
inmundo!
¡Reconoced a Satán en su risa vencedor,
Enorme y feo como el mundo!
¿Habéis, pues, creído, hipócritas
sorprendidos,
Que se hace befa del amo, y que con él
se trampea,
Y que es natural recibir dos premios,
Ir al Cielo y ser rico?
Es preciso que la caza se pague el viejo
cazador
Que se aburrió largo tiempo acechando la
presa.
Yo voy a conduciros a través de la
espesura,
Camaradas de mi triste júbilo,
A través del espesor de la tierra y de
la roca,
A través del montón confuso de vuestra
ceniza,
Hasta un palacio tan grande como yo, de
un solo bloque,
Y que no es de piedra deleznable,
Porque ha sido erigido con el universal
Pecado,
Y contiene mi orgullo, mi dolor y mi
gloria!"
—Entretanto, en lo más alto del
universo, encumbrado
Un ángel proclama la victoria
De aquellos cuyo corazón dice:
"¡Que bendito sea tu látigo,
Señor! ¡Que el dolor, oh, Padre, sea
bendito!
Mi alma entre tus manos no es un vano
juguete,
Y tu prudencia es infinita."
El son de la trompeta es tan delicioso,
En las tardes solemnes de celestiales
vendimias,
Que se infiltra como un éxtasis en todos
aquellos
De quienes ella entona las alabanzas.
El
rescate
El hombre tiene, para pagar su rescate,
Dos campos de toba profundos y ricos,
Que es preciso que remueva y desmonte
Con el hierro de la razón;
Para obtener la menor rosa,
Para arrancar algunas espinas,
Lágrimas amargas de su frente gris
Sin cesar es preciso que riegue;
Uno es el Arte, y el otro el Amor.
—Para rendir el juicio propicio,
Cuando de la estricta justicia
Aparezca el día terrible día,
Será preciso mostrarle granjas
Repletas de mieses, y de flores
Cuyas formas y colores
Ganen el sufragio de los Ángeles.
A
una malabaresa
Tus pies son tan finos como tus manos, y tu
cadera
Es amplia como para dar envidia a la más
bella blanca;
Para el artista indolente tu cuerpo es
suave y caro;
Tus grandes ojos aterciopelados son más
negros que tu carne.
En las tierras cálidas y azules donde tu
Dios te ha hecho carne,
Tu tarea es la de encender la pipa de tu
amo,
Colmar los frascos de aguas frescas y de
perfumes,
Arrojar lejos del lecho los mosquitos
vagabundos,
Y, en cuanto la mañana hace cantar los
plátanos,
Comprar en el bazar ananás y bananas.
Todo el día, donde quieres, llevas tus
pies desnudos
Y canturreas muy bajo viejas canciones
desconocidas;
Y cuando cae la tarde con su manto
escarlata,
Posas suavemente tu cuerpo sobre una
estera,
Donde tus sueños flotantes están llenos
de colibríes,
Y siempre, como tú, son graciosos y
floridos.
¿Para qué, niña afortunada, quieres ver
nuestra Francia,
Este país pobladísimo al que siega el
sufrimiento,
Y, confiando tu vida a los brazos
fuertes de los marineros.
Te despides para siempre de tus queridos
tamarindos?
Tú, vestida a medias por muselinas
frágiles,
Temblorosa allá, bajo la nieve y el
granizo,
¡Cómo llorarías tus ocios dulces y
francos,
Si, el corsé brutal aprisionando tus
flancos,
Tuvieras que espigar tu cena en nuestros
fangos,
Y vender el perfume de tus encantos
extraños,
Indolente la mirada, y siguiendo, en
nuestras sucias neblinas,
De los cocoteros amados los fantasmas
dispersos!
Amor de lo ignoto, jugo de la antigua
manzana,
Ancestral perdición de la mujer y del
hombre,
¡Oh, curiosidad! siempre les harás
Desertar como hacen los pájaros, esos
ingratos,
Del techo que han perfumado los ataúdes
de sus padres,
Hacia un lejano espejismo y cielos menos
propicios.
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