Recuerdo de una moda
[Enero de 1912]
Las grandes tempestades, cúmulos de energía, descargas de tensión entrelazadas,
los encantamientos, pero también enmarañamientos del alma, irremediablemente
imposibles de desbrozar, se esconden tras el horizonte de la realidad,
que oscura y atontada por la inutilidad de su propio peso muertp, recibe su
luz de segunda mano reflejada en un adorable hatajo de tiérnas córderitas que
andan triscando por ahí, en las nubes1. Altas esferas de las que desciende hasta
que se da en este mundo: en París, como sonrisa condescendiente, pero
también como el equívoco de que sólo se trataba, otra vez, de uno de esos
vellones tornasolados que transforman cada año la epidermis sentimental de
Europa, y que risibles o no, más o menos elegantes, siguen siendo sólo una
ligera ondulación ajena al alma; en Viena, como es natural, se dio’ la rotunda
explicación de que el buen gusto de las vienesas ya se cuidaría, de tales
extravíos ridículos; y aquí y allá en Europa, acaeció que fue apedreada alguna
de las que llevaban pantalones. Pero en Berlín sin embargo, en la Tauentzienstrasse,
la gente se amontonaba frente a un escaparate tras el que se exhibía una
modelo viva. No se tiró ni una piedra, ni un sólo Rowdie ni un padre de
familia que refunfuñara2. ¿Es que Europa va a poder esperar algo de Berlín? ¿Se
podría esperar de esta ciudad, cuya misión consistió hasta la fecha en hacer
imposible cualquier moda merced a su ciego entusiasmo, se podría esperar que
esta vez se quedara parada e indecisa? Los ideales son productos de descomposición;
indiscernibles de la vulgaridad restante en sus encarnaciones terrenas, a
causa de lo mucho que se les hubo de añadir para que cuajaran como realidad,
sólo se vuelven anhelos a través de un proceso de derrumbamiento y otro
paralelo, casi astral, de erosión del alma. Pero allí la falda pantalón fué materia
ética y, lo que ésta incluye, psicológica3. Había en Berlín, y aún hay cada año,
algo que se podría llamar el baile de las transformadas. Una institución
1 «Nockerlweich«: lit., «no cke rl», especie de albóndiga, en argot, muchachita fantasiosa; y
«weich», tierno, suave, blando. [N . del T .]
2 «Rowdye «: anglicismo; bribón, gamberro. [N . del T .]
3 Se juega con «eingeschlossen Iiegen«- «lo que e sto implica» o también «lo que lleva dentro».
[N . del T .]
ridicula, como casi todo entretenimiento humano que sea algo más que tonos
intermedios o armónicos surgidos con cualquier motivo sin haberlo previsto,
pero que baña un cierto rincón durante toda la noche con los arcos luminosos
de una rara felicidad. No autorizado para hombres, con mujeres hasta en los
papeles de bailarín y camarero, y en el traje, moderno o de época, relleno con
pueril minuciosidad el hueco delator entre muslos, cintura y vientre. Allí lo
anímico aparecía deforme, con lamparones, desmesuradamente recalentado,
antinatural, con los pies bien puestos en una realidad tribádica y alcoholizada
de camareras de taberna, y sin embargo, sí se daba aquí o allá esa felicidad
cuando alguna bostezaba y se olvidaba de sí misma, cuando otra rebullía
empezando a adormilarse, cuando una tercera se espabilaba y se quedaba
colgada mirando fijamente. Lo más notable es el efecto retroactivo de la
indumentaria sobre la cara. Pensadas como varón, inmediatamente ganan algo
fascinante las mujeres sin encanto, o envejecidas, incluso las gordas. Al varón
que por un instante las ha visto como sus iguales, y vuelve luego a unir a la
imagen sexual normal esa expresión percibida en ellas por primera vez
—rectificando así su imagen, libre ya de toda convención accesoria— le
tendrían que abrir un campo gigantesco de nuevos matices eróticos. La fuerza
del efecto depende, como es natural, justamente de la diferencia de atavío que
hoy aún subsiste fuera de estas ocasiones, de la.extrañeza ante mujeres que
parecen hombres. Más adelante, ésta tendrá que debilitarse. Pero incluso si se
mira a la mujer, no ya disfrazada, sino simplemente sin las pretensiones que
impone la costumbre, desde un punto de vista puramente formal, aún sigue
sacando ventaja. Pues comparada con el hombre, hasta la mujer más descangallada
tiene bellezas sorprendentes.
De haber triunfado esa moda, las mayores pérdidas se habrían sufrido entre
esas mujeres grandes, pesadas y algo perezosas de cerebro que pasean por ahí,
esas buenazas cuyos lechos aparecen molidos por las mañanas —no sé cómo se
habría tenido que sustituir algo así, quizás con un hálito de comicidad un poco
opalescente a su alrededor, quizás con que algunos hombres se habrían pasado
entonces a la falda con más gracia para llevarla' que los clérigos. Ya no se
habría "tenido que expresar nunca más en los vestidos la impersonal diferencia
sexual, sino esa diferencia entre personalidades que multiplica por mil el sexo.
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