sábado, 3 de febrero de 2024

Recuerdo de una moda [Enero de 1912] ROBERT MUSIL





Recuerdo de una moda

[Enero de 1912]

Las grandes tempestades, cúmulos de energía, descargas de tensión entrelazadas,

los encantamientos, pero también enmarañamientos del alma, irremediablemente

imposibles de desbrozar, se esconden tras el horizonte de la realidad,

que oscura y atontada por la inutilidad de su propio peso muertp, recibe su

luz de segunda mano reflejada en un adorable hatajo de tiérnas córderitas que

andan triscando por ahí, en las nubes1. Altas esferas de las que desciende hasta

que se da en este mundo: en París, como sonrisa condescendiente, pero

también como el equívoco de que sólo se trataba, otra vez, de uno de esos

vellones tornasolados que transforman cada año la epidermis sentimental de

Europa, y que risibles o no, más o menos elegantes, siguen siendo sólo una

ligera ondulación ajena al alma; en Viena, como es natural, se dio’ la rotunda

explicación de que el buen gusto de las vienesas ya se cuidaría, de tales

extravíos ridículos; y aquí y allá en Europa, acaeció que fue apedreada alguna

de las que llevaban pantalones. Pero en Berlín sin embargo, en la Tauentzienstrasse,

la gente se amontonaba frente a un escaparate tras el que se exhibía una

modelo viva. No se tiró ni una piedra, ni un sólo Rowdie ni un padre de

familia que refunfuñara2. ¿Es que Europa va a poder esperar algo de Berlín? ¿Se

podría esperar de esta ciudad, cuya misión consistió hasta la fecha en hacer

imposible cualquier moda merced a su ciego entusiasmo, se podría esperar que

esta vez se quedara parada e indecisa? Los ideales son productos de descomposición;

indiscernibles de la vulgaridad restante en sus encarnaciones terrenas, a

causa de lo mucho que se les hubo de añadir para que cuajaran como realidad,

sólo se vuelven anhelos a través de un proceso de derrumbamiento y otro

paralelo, casi astral, de erosión del alma. Pero allí la falda pantalón fué materia

ética y, lo que ésta incluye, psicológica3. Había en Berlín, y aún hay cada año,

algo que se podría llamar el baile de las transformadas. Una institución

1 «Nockerlweich«: lit., «no cke rl», especie de albóndiga, en argot, muchachita fantasiosa; y

«weich», tierno, suave, blando. [N . del T .]

2 «Rowdye «: anglicismo; bribón, gamberro. [N . del T .]

3 Se juega con «eingeschlossen Iiegen«- «lo que e sto implica» o también «lo que lleva dentro».

[N . del T .]

ridicula, como casi todo entretenimiento humano que sea algo más que tonos

intermedios o armónicos surgidos con cualquier motivo sin haberlo previsto,

pero que baña un cierto rincón durante toda la noche con los arcos luminosos

de una rara felicidad. No autorizado para hombres, con mujeres hasta en los

papeles de bailarín y camarero, y en el traje, moderno o de época, relleno con

pueril minuciosidad el hueco delator entre muslos, cintura y vientre. Allí lo

anímico aparecía deforme, con lamparones, desmesuradamente recalentado,

antinatural, con los pies bien puestos en una realidad tribádica y alcoholizada

de camareras de taberna, y sin embargo, sí se daba aquí o allá esa felicidad

cuando alguna bostezaba y se olvidaba de sí misma, cuando otra rebullía

empezando a adormilarse, cuando una tercera se espabilaba y se quedaba

colgada mirando fijamente. Lo más notable es el efecto retroactivo de la

indumentaria sobre la cara. Pensadas como varón, inmediatamente ganan algo

fascinante las mujeres sin encanto, o envejecidas, incluso las gordas. Al varón

que por un instante las ha visto como sus iguales, y vuelve luego a unir a la

imagen sexual normal esa expresión percibida en ellas por primera vez

—rectificando así su imagen, libre ya de toda convención accesoria— le

tendrían que abrir un campo gigantesco de nuevos matices eróticos. La fuerza

del efecto depende, como es natural, justamente de la diferencia de atavío que

hoy aún subsiste fuera de estas ocasiones, de la.extrañeza ante mujeres que

parecen hombres. Más adelante, ésta tendrá que debilitarse. Pero incluso si se

mira a la mujer, no ya disfrazada, sino simplemente sin las pretensiones que

impone la costumbre, desde un punto de vista puramente formal, aún sigue

sacando ventaja. Pues comparada con el hombre, hasta la mujer más descangallada

tiene bellezas sorprendentes.

De haber triunfado esa moda, las mayores pérdidas se habrían sufrido entre

esas mujeres grandes, pesadas y algo perezosas de cerebro que pasean por ahí,

esas buenazas cuyos lechos aparecen molidos por las mañanas —no sé cómo se

habría tenido que sustituir algo así, quizás con un hálito de comicidad un poco

opalescente a su alrededor, quizás con que algunos hombres se habrían pasado

entonces a la falda con más gracia para llevarla' que los clérigos. Ya no se

habría "tenido que expresar nunca más en los vestidos la impersonal diferencia

sexual, sino esa diferencia entre personalidades que multiplica por mil el sexo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

Un cuervo llamado Bertolino Fragmento Novela EL HACEDOR DE SOMBRAS

  Un cuervo llamado Bertolino A la semana exacta de heredar el anillo con la piedra púrpura, me dirigí a la Torre de los Cuervos. No lo hací...

Páginas