domingo, 7 de enero de 2024

Max Stimer Selección, traducción, prólogo y notas de Luis Andrés Bredlow FRAGMENTO





Max Stimer

Selección, traducción, prólogo

y notas de Luis Andrés Bredlow

Los «libres». Dibujo de Fríedrich Cngels de (842. De izquierda

a derecha: Ruge. Btihl Neuwerfc. Bruno Bauer, Wigand. Edgar

Baucr. Stimer. Meyer, dos desconocidos y Kftppen

Prólogo

Max St i b n e k , a u to r de El Único y su propiedad, acaso

no haya sido, como el apóstol, todo para todos: pero

ha sido ya demasiado para demasiados como para que

pueda sospecharse una comprensión siquiera elemental

de su obra: el negador más temible de toda moral

y de toda sociedad: el defensor más implacable de la

moral y de la sociedad dominantes; el precursor del

anarquismo, del materialismo histórico, del nietzscheanismo,

del existencialismo, del nazismo, de la democracia

liberal, del postestructuralismo; el apologista del

incesto y del asesinato, o de la moral pequeñoburguesa

del funcionario arribista: juicios que, a fuerza de divulgados.

se han hecho, como dijo Stimer de los de sus

primeros críticos, «evidentes para cualquiera que no

haya leído su libro».

Schopenhauer, su contemporáneo, observó que

la verdad está siempre destinada a solo gozar de un

7

efímero triunfo que media entre un largo periodo en

que se la condena por paradójica y otro en que se la

desprecia por trivial (0 mundo como voluntad y representación.

Prólogo a la primera edición); la obra de Stirner

pasó de lo uno a lo otro sin más mediación que e!

olvido. Cuando Der Einzigc und san Eigenthum salió de

las prensas por primera vez, en 1844, en la Alemania

romántica imbuida de sentimentalismo, en aquel «Estado

de amor» (Liebesstaat. dice Stimer) donde los conservadores

profesaban el amor de Dios y del Rey. los

progresistas el amor de la Patria y los, muy escasos, comunistas

el amor de la Humanidad, el «egoísmo» que

Stimer propugnaba debía parecer una extraña paradoja

o una blasfemia; resucitado medio siglo después, a los

lectores de Spencer, Darwin y Nietzsche se arriesgaba

a parecerles ya demasiado familiar para que pudieran

entenderlo o siquiera prestarle mucha atención.

Las circunstancias históricas y algunas vanidades

personales determinaron que la fama, ya póstuma.

de Stimer naciera en la estela de la de Nietzsche

(que nunca lo cita) y del hoy olvidado Eduard von

Hartmann. Este, en su Filosofía del inconsciente (1869),

declaraba haber «superado definitivamente el punto

de vista de Stimer, al que es preciso haber pertenecido

totalmente alguna vez para sentir la magnitud del

8

progreso».1 Nietzsche, en la segunda parte de las Con«

sideraciones intempestivas (1874), cubrió de escarnio

esa obra, muy leída por entonces. Hartmann, filósofo

de moda del momento, respondió con digno silencio

a los vituperios del joven casi desconocido; años después,

cuando el nombre de Nietzsche ya empezaba a

eclipsar el suyo, pasó al contraataque, denunciando la

«nueva moral» nietzscheana como un mero plagio del

libro de Stimer.* la acusación enfureció a los amigos

de Nietzsche y suscitó una apasionada controversia,

que acabó beneficiando a Stimer. para cerrarla defini*

tivamente, el nietzscheano Paul Lauterbach publicó y

prologó en 1893. en la prestigiosa editorial Redam de

1 E. von Hartmann. Philoscphie des UnbcwussUn. Spcculative

Resultóle nach induaiv^umñssoixhajilLrher Mtthode, 6.* ed,

Dunckers. Berlín. 1874. pig. 733 («...der Stimer «che Stand*

punci endgühig Qberwundcn, dem man etnmal gara angebórt

haben muss, um die Grosse cirt Fortschrittrs *u fohlen»).

2 E. von Hartmann. «Nietzsches *neue Moral'*, Pmeusnsche Jahrbüdter

67. n.* 5 (1891), pág?. 501*511; ampliado en E. von Hartmann.

Ethisdte Studvn. Haacke. leipzig. 1898. pigs. 34*69.

la influencia de Stimer sobre el pensamiento de Nietzsche,

tan fervientemente afirmada por unos como negada por otros,

nunca ha sido definitivamente demostrada ni desmentida. Un

pormenorizado resumen de la controversia (y algunas conte*

turas nuevas) ofrece B. A. taska, «Nietzsche's initial crisis».

Ccnnanic Nota and Rtvitwj 33, n.*2 (200a). págs. >09*133.

9

Leipzig, una nueva edición de El Único y su propiedad,

la tercera (la segunda, de 1882, había pasado casi desapercibida),

que vio numerosas reimpresiones y propició

las traducciones a otras lenguas.

Cinco años después, John Henry Mackay dio a

las prensas una biografía, fervorosa pero honrada, de

Stimer (al parecer, la única que se ha hecho)1 y una colección

de sus Escritos menores;♦ una segunda edición,

considerablemente ampliada, vio la luz en 1914. Mackay,

escocés de nacimiento y familia paterna, pero de

madre y de lengua alemanas, conocido en su tiempo

como autor de novelas, relatos y poemas (de los que

algunos sobreviven musicados por Richard Strauss).

fue, además, divulgador infatigable del «anarquismo

individualista» norteamericano (cuyo propagandista

Benjamín R. Tucker dio al público, en 1907, la primera

versión inglesa de The Ego and His Oiwt, en traducción

de Steven Byington). Desde entonces, el nombre

3 J. H. Mackay. Max Stimer. San Leben und snn Werk, edición

drl autor, Berlín. 1898; a,* ed. 1910: y edición 1914; reimpresión

Mackay »Cesellsdiaft. Friburgo, 2977.

4 ]. H. Mackay {ed.), Max Shnwr'í Ktnnerv Schñfien und \ánc

Entgegnungen auf dxt Krilik sones Weriu$: mDcr Einzige und

tein Eigcnthum». Berlín, 1898; 2 / edición revisada y ampliada.

Bernhard Zack. Treptow (Berlín), 1914 (reimpresión Frommann-

Hotzboog, Stuttgart Bad Cannstan. 1976).

10

de Stimer ha quedado asociado, sin que Stimer tuviera

mucha culpa n¡ mérito en ello, a ese rótulo del «individualismo

», y como tai su pensamiento se lúe luego

divulgando por el mundo, al punto que las palabras

«individuo» e «individualismo», que Stimer emplea

más bien pocas veces, suelen menudear en algunas

traducciones:1 así de difícil es, por lo visto, prestar oídos

a esa clara y sencilla negación, sin apenas contraparte

positiva, de Dios y de sus sustitutos (el Estado,

la Humanidad, el Trabajo, el Derecho, los ideales que

sean) que Stimer nos ofrece; las escasas formulaciones

positivas en que a veces, a pesar de todo, incurre

(la «propiedad», el «propietario», la «voluntad») son

—como suelen ser— lo más endeble de su pensamiento,

lo que más se ha prestado a la reducción a

doctrina y la asimilación a las ideas dominantes.

Nadie ignora que el autor de & Único y su propiedad

fue, como pocos, hombre de un solo libro. Fuera

de su obra capital, la producción de Stimer se limitó

a la correspondencia periodística, un panfleto de ocasión,

dos o tres artículos en revistas, una réplica a los

recensores de su libro y una Historio de la reacción en

5 Por ejemplo, en b castelbna de Pedro González Blanco (Senv

pere. Valencia. 1905, con numerosas reediciones), que sigue

siendo la más difundida en nuestra lengua.

11

dos tomos (1852), obra compilatoria en la que, como

anota Mackay, «desgraciadamente solo la menor parte

es de su pluma». Ninguno de esos escritos (con excepción

tal vez de «tos recensores de Stimer») iguala

la penetración y la hondura del desengaño de El Único:

sin embargo, ese solo libro de alguna manera los

justifica. Algunas de esas páginas conservan aún el

vigor y la frescura del mero sentido común, tan poco

corriente hoy como entonces.

No es menos notorio que la fama de escritor maldito

y escandaloso que fatalmente acompaña a Stimer

se asemeja poco a la vida morigerada y mediocre del

profesor de instituto retirado johann Caspar Schmidt.

que firmaba con el seudónimo «Max Stimer», hombre

afable, modesto y retraído, ajeno a toda grosería y

a toda estridencia. Nacido en Bayreuth en 1806, hijo

de un fabricante de flautas que falleció poco después,

Schmidt cursó estudios de filosofía, teología y filología

clásica en Erlangen y Berlín, donde oyó a Hegel y

a Schleiermacher en 1835, se habilitó como profesor

de enseñanza secundaria. Ejerció de profesor de un liceo

privado de señoritas de Berlin, de corresponsal de

prensa, de empresario lechero, con resultado ruinoso,

de traductor (vertió al alemán los tratados de economía

de). B. Say y de Adam Smith) y de comisionista

12

mercantii; murió en 1856 en Berlín, a los cincuenta

años, solitario, indigente y olvidado.

Entre 1841 y 1845, el profesor Schmidt había

frecuentado los cenáculos filosóficos de la llamada

izquierda hegelíana: la aventura pública de Stimer se

circunscribe a esos pocos años y al espacio de unas pocas

tabernas de Berlín, donde aquel puñado de jóvenes

exaltados se juntaba por las noches para discutir, beber,

jugar y maldecir todo lo «establecido». Esos jóvenes

universitarios, que se denominaban los «Libres»,

presumían, no sin cierta razón, de ser lo más radical

que había en el país; hoy, ese radicalismo ha de pare*

cemos más bien modesto. En la Alemania de 1840,

las disputas literarias, filosóficas y. sobre todo, teológicas

eran la casi sola pasión política que el gobierno y

las circunstancias toleraban. En 1835, el teólogo David

Friedrich Strauss, discípulo de Hegel. había publicado

su Vida de Jesús, en la que negaba, para escándalo

de los creyentes, algunos artículos de fe y la veracidad

histórica de algunos detalles importantes de los evangelios:

Dios —razonaba— no podía revelarse a si mismo

en un solo individuo; el hombre jesús no era más

que el representante simbólico de la encamación de

Dios en el género humano. Otro teólogo, discípulo de

Hegel también, el joven profesor Bruno Bauer, le res•

3

pondió en nombre de la ortodoxia luterana, con una

reseña en la Evangdische Kirchcn-Zeilung, luego, irisa*

tísfecho con esa condena sumaría, consagró algunos

años y una serie de gruesos y doctos volúmenes (lo

religión dd Antiguo Testamento, 1838; Crítica dd Evangelio

según san Juan, 1840; Crítica de los evangelios sinópticos.

1841-1842) a la refutación minuciosa de Strauss y

la demostración científica de la verdad de la Escritura.

Varios años de ahincado estudio histórico y filológico

le hacen vacilar en la fe y, finalmente, perderla del

todo; cuando da cima a la obra, sus conclusiones son

aun más demoledoras que las de Strauss: el hombre

llamado jesús jamás existió, los evangelios son meras

ficciones literarias, expresión de una etapa del espíritu

hoy superada: después de Hegel, la religión debe

ceder a la razón; Dios no era más que una proyección

ilusoria de la conciencia humana. En octubre de 1841.

Bauer es destituido de su cátedra de teología; en marzo

del año siguiente, el ministerio le retira la liccntia doccndi.

El affaire Bauer levanta considerable revuelo en

la prensa; Bauer y sus amigos, los «Libres» de Berlín,

atizan la controversia, prodigan libros, artículos y pan*

fletos, proclaman el ateísmo y atacan violentamente a

los adversarios y aun a los defensores demasiado

bios del maestro. (Uno de esos escritos, redactado por

un estudiante ruso llamado Mijail Bakunin, conduye

observando que «la pasión de destruir es también

una pasión creadora»). Embriagados de un apocalipsis

sin Dios, se aprestan para la batalla final: la critica

del profesor Bauer había arrasado los cimientos de la

fe; bastaba difundir ese hecho definitivo para que el

imperio de la religión se derrumbara de una vez por

siempre, «la catástrofe será pavorosa, será necesariamente

grande, y me atrevería a decir que será mayor y

más monstruosa que la que acompañó la entrada del

cristianismo en la escena del mundo», escribe Bauer

a su antiguo alumno y, por entonces, colaborador más

intimo, el joven Karl Marx, con quien planea la edición

de una revista, Archiv des Atheismus, que nunca llegará

a aparecer.

A ese fervor pertenece la transfiguración del tímido

y comedido profesor Schmidt en el aguerrido panfletista

Stimer. Una de sus primeras publicaciones es

una entusiasmada reseña de un libro de Bauer en el

Tdegraph Jür Dcutschland de Hamburgo, de enero de

1842; otra, del mismo mes, un panfleto anónimo de

veintidós páginas, Réplica de un parroquiano de Berlín al

escrito de los cincuenta y siete clérigos berlineses «La celebración

cristiana del domingo», inmediatamente prohibido,

en el que invita a los «hermanos y hermanas» a reconocer

la verdadera enseñanza de Cristo en la «religión de

!5

la humanidad» (palabras que delatan el influjo del libro

de Ludwig Feuerbach. La esencia del cristianismo, apa*

recido en abril del año anterior). De marzo a octubre,

Stimer colabora asiduamente en la Rheinische Zcitung

de Colonia, diario progresista fundado a principios del

mismo año y dirigido por entonces por Rutenberg. uno

de los «Libres» de Berlín: en sus páginas aparecen los

ensayos B falso principio de nuestra educación, que recomienda

una pedagogía «personalista», y Arte y rdigión

(cuya tesis —4a religión como obra de arte— proviene

de Bauer) y la breve nota La libertad de oír.

Entre esas labores de corresponsalía puede in*

duirse también el texto Sobre ta obligación de los riudadanos

de pertenecer a alguna confesión religiosa. descubierto

en un manuscrito anónimo y atribuido a

Stimer (con bastante verosimilitud, pese a las dudas

de Mackay) por Gustav Meyer en 1913. El manuscrito.

fechado el 4 de julio de 1842 en Berlín, lleva una

nota del censor que prohíbe la publicación; los argumentos

de) autor son. en lo esencial, los mismos que

Stimer esgrime, con menos brío, en el artículo Pie

Freien («Los Libres»), publicado el 14 de julio de 1842

en la Leipziger Allgemeine Zeitung (la orientadón más

moderada de este periódico liberal da razón sufíden*

te de la diferenda de tono). No ha de sorprendemos

16

tampoco la apasionada y, a) parecer, sincera defensa

del Estado con que concluye el escrito: en aquel momento,

los jóvenes hegelianos no combatían al Estado

(para Bauer. «la más alta manifestación de la libertad

y de la humanidad»), sino que aspiraban a depurarlo

de la religión de Estado, aún vigente, y del sofocante

influjo clerical; su ídolo seguía siendo el rey librepen*

sador Federico II. y las demandas de democracia y régimen

constitucional eran lo más extremado a que. en

materia propiamente política, llegaban.

Solo cuando, a principios de 1843. el gobierno

prusiano prohíbe la Rheinische Zeitung y todos los demás

periódicos abiertos a los disidentes, sin dejarles

más resquicio que las publicaciones desde el extranjero

(Suiza, luego Francia), cunde entre ellos el desengaño

del Estado mismo y de todo el orden social dominante.

Por entonces. Marx descubre el error de su

maestro Bauer al «someter a critica solamente al "Estado

cristiano", no al Estado en cuanto tal» (Sobre la

cuestión judía, 1844); pocos meses después declara que

«la existencia del Estado y la existencia de la esclavitud

son inseparables» {Glosas marginales al artículo *E1 rey

de Prusia y la reforma social», 1844). Poco antes había

aparecido en Suiza el libro de Edgar Bauer (el hermano

del teólogo), La pugna de la crítica contra la Iglesia

*7

y el Estado, que proclama la «oposición crítica contra

el Estado en general», observa que «mientras exista la

propiedad privada, la libertad es impensable», preconiza

la revolución de los desheredados y «la anarquía,

que es el i nido de todas las cosas buenas».*

Por las mismas fechas, Stimer está redactando

su libro; no tenemos otros escritos suyos de ese período

decisivo, salvo dos artículos publicados en 1844

en la Bcriincr Monatsschrift de su amigo Ludwig Buhl:

una reseña de la novela Los misterios de París, de Eugéne

Sue (tomada como representativa de toda moral

burguesa y de sus derivaciones en sentimentalismo

filantrópico y reformador), y los Apuntes provisionales

sobre el Estado de amor, donde anota, casi de pasada,

que este es «la forma más perfecta y la última del Estado

». A finales de octubre de 1844, aparece El Único y

su propiedad; el libro es inmediatamente prohibido en

algunos Estados alemanes, tolerado en otros.

6 E. Bauer, tkr Sirtit der Kritik mil Kirche und Staaí. Jennl, Berna.

1844, págs. 255.259. Para Custav landauer. fue Edgar

Bauer quien «propiamente fundó el anarquismo en Alemania

». Conoció la cárceL la revolución, el exilia; en la década

de 1850. fue confidente de b policía danesa; luego volvió a

Alemania y terminó su* dias como propagandista de b reacción

clerical que de joven había combatido.

18

Entre tanto, el movimiento de los jóvenes hegelianos

se ha escindido y dispersado, empezando por

la ruptura, ya en 1843, entre los «Libres» de Berlín y

los revolucionarios militantes del entorno de Ruge y

Herwegh, discípulos de Feuerbach en filosofía y demócratas

radicales en poli tica; algunos de ellos (Hess.

Engels, luego Marx) se consideran ya comunistas. Por

su parte, los hermanos Bauer, una vez desvanecida la

esperanza de la revolución inminente, se refugian en

la «critica pura» y el desprecio de la «masa», que siem*

pre estropea los perfectos ideales de los pensadores:

los viejos amigos del circulo de los «Libres» ya no los

acompañan. Stimer, en su libro, ataca a unos y a otros:

a los comunistas, en un breve capítulo («El liberalismo

social»), a la «critica pura», en el siguiente, más bien

prolijo («El liberalismo humanitario»), Unos y otros

le responden públicamente (Hess por los comunistas.

Szeliga por los críticos puros); Feuerbach, cuya religión

de la Humanidad era acaso el blanco más conspicuo

de la crítica stimeriana, discute el libro en un breve

artículo anónimo; Stimer les responde concienzudamente

en un largo ensayo. los recensores de Stimer.

(Solo podemos lamentar que nunca llegara a conocer

el ataque más minucioso y más violento contra su libro,

el de Marx y Engels en La ideología alemana, que

permaneció inédito hasta 1932).

*9

La réplica de Stimer a sus críticos sigue siendo

aún iluminadora, visto que los primeros recensores

de B Único habían incurrido ya en casi todos los mal*

entendidos y en casi todas las tergiversaciones que

otros han venido repitiendo hasta nuestros días. Stirner

aclara pacientemente que el «egoismo», tal como

él lo entiende, no excluye la amistad, ni el amor, ni

la generosidad y la abnegación, ni siquiera el socialismo,

ni se confunde con el egoísmo burgués (que

para él no es más que un egoísmo iluso y pobre): aclara

también que no habla del Yo ni del Individuo, que

son meras abstracciones metafísicas, sino de Mi (y,

por tanto, de Ti), a quien los nombres no nombran ni

concepto alguno define.7

En 1848. año de las revoluciones europeas, Stirner

vuelve brevemente al periodismo, colaborando en

7 Otras dos criticas de B Único ¿parecieron en vida de Stirucr:

la del teólogo protestante Kart Schmidt (Oía VcnUuvUsthum

und das tndividuum. Wigand, Leipzig, 1846) y otra de! filósofo

Runo Fbchcr («Modeme Sophisten», Uipxigcr Ron*. 1847):

contra h segunda, apareció una réplica («Die phitosophischen

Reactionlrc». en la revista Dv üpigonen. n * 4.18 4 7).filmada

por «C. Edward» y atribuid) por muchos a Stimer (asi por

Mackay. quien la incluye en su edidón), hipótesis que parece,

sin embargo, refutada por las investigaciones más recientes:

véase f. Ujhizy. «Max Stimer und G. Edward», Der Einzigc n •

4 (1000). págs. 44-48.

20

un periódico liberal de Trieste, el Journal des OsUnd*

chischen Lioyd. En ocho notas de desigual extensión,

discute el problema demográfico, augura, sin más precisión,

un «nuevo sistema económico», insiste (acaso

más de lo justo) en la diferencia entre Imperio y Estado,

recomienda el mandato revocable de los representantes

políticos, la creación de una marina de guerra alemana.

de una federación de Estados centroeuropeos,

de un depósito central de comercio. El breve ensayo

B mandato revocable formula una denuncia elemental

de) sistema parlamentario, tan vigente hoy como en su

momento; los otros, tal vez ligeramente decepcionantes,

tienen acaso la sola virtud de hacernos dudar de

dos imaginaciones que pasan por incuestionables: la

de Stimer. revolucionario anarquista consecuente, y la

de Stimer, individualista despreocupado de las cuestiones

políticas. El cauteloso urdidor de reformas levemente

quiméricas que esas páginas revelan se arriesga

a no satisfacer a los admiradores de Stimer ni a sus

detractores; lo ilícito, lo imposible, es ignorarlo.

FUENTE:

 Brcdlow

Pepitas de calabaza ed.

Apartado de cornos n.é 40

26080 Logroño (La Rioja. Spain)

pepitas® pcpitas.net

umfw.pepitas.net

© De la edición: Pepitas de calabaza ed.

is ín : 978-84-940296-9-1

Dep. legal: 1**55*2013

Selección, traducción, prólogo

y notas de Luis Andrés Bredlow

Grañsmo: Julián Lacalle

Imagen de portada: Max Messer

Primera edición, abril de aoi)

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