Antología poética
Francisco de Quevedo
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El tiempo no ha sido benévolo y justo con don Francisco de Quevedo; para su fama
-ese rumor común del mundo- ha recogido sólo la chispeante y desfatigosa nota juvenil
de su obra, dejando en sombra y olvido lo más denso y humano de su pensamiento.
Quevedo, así, aparenta ser apenas el Quevedo de burlas, despiadado y quemante; el
Quevedo de la política y la aventura, el de la intriga por dentro; un Quevedo a flor de
ola, que ignora dónde le arrastra el mundo y sus contingencias, que pasará la muerte
como un trago inesperado y sencillo. Esta es la cara corriente que la moneda de la fama
nos da del pintor del Licenciado Cabra. El busto que fue esculpido en ella presenta
aquellas gafas de cristal grueso, que separan los ojos del contacto directo con las cosas,
y quizá las deforma y las enturbia. Pero, como toda moneda, tiene también el sello que
atestigua el valor, y que, hurtándonos la figura, nos da el otro sentido real de su
importancia. Toda moneda tiene su cruz. Este reverso, en Quevedo -velado por su fácil
fama y puesto casi en olvido-, es el de su humanidad, el de su cruz, el de la antiburla:
Unamuno diría el de su agonía. En los escritores satíricos se da, con ira o melancolía,
este conocimiento de la dualidad del mundo: luz y sombra, vida y muerte, imagen de su
propio ser. Es fácil advertir en la luz de sus risas, aquella -12- vaga tristeza que «fiso
ser rudo trovador» al socarrón Arcipreste de Hita; no deja tampoco de mostrarse en lo
sombrío, la
fatiga dulce y inquietud preciosa,
que les mueve cuando quieren resolver en sí mismos aquella dualidad originaria,
unificando las vivencias contrarias -vida y muerte- en una tensión angustiosa de su
alma, en un paroxismo: nace en ellos, con este intento, la conciencia de la imposibilidad
de expresar en el tiempo y en las palabras su deseo, y las voces usadas se mueven entre
límites conceptismo un juego retórico fácil -«pajaritos de plumas de tintero» dijo el
propio Quevedo-, atento sólo al brillo de la imagen: esta posición crítica, poco
humanista, peca justamente por cegarse ante la forma, ignorando la hondura inesperada
que alcanza respecto al ser, un poeta como Quevedo. Las formas sensibles y extremas
en que se mueve la lírica del Siglo de Oro español, apartando la mecánica difícil, pero
clarificada por estudios como los de Dámaso Alonso, de Góngora, son las que
representan fray Luis de León y Quevedo: la soledad apacible y deseada por la razón,
con que el autor de Los nombres de Cristo, esquiva el mundo en busca de la paz:
traspasaré la vida
en gozo, en paz, en luz no corrompida,
(y que podría tener como lema otro verso, del mismo poeta: «huye, que sólo aquel que
huye escapa»); frente a la entrega total de Quevedo, a la violenta vida,
descolorida paz, preciosa guerra.
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Fray Luis huye, y por ello escapa del tiempo, buscando la eternidad, creando su
estilo bajo una luz no corrompida de sombras. Quevedo se agita, quiere aunar la luz y la
tiniebla, hacer una la vida y el morir, resolviendo aquella íntima antinomia,
amando la vida con saber que es muerte.
Para el autor de la explanación del Cantar de los Cantares, la perfección está en el
«ver sin movimiento», en la impasibilidad ardiente del conocer angélico; para el autor
de La cuna y la sepultura, en el hacer con la vida, en el tiempo, la estatua de su
inmortalidad, «cavar en mi vivir mi monumento», no ignorando que de sus actos se
levanta la propia eternidad:
solamente
lo fugitivo permanece y dura.
No se trata, pues, de diferencias críticas entre clasicismo y romanticismo, pues
ambos buscan el mismo tono humano de su perfección poética, ambos conforman lo
externo formal al contenido de ideas que lleva su poesía, sino de temperamento vital, en
el ansia totalitaria de existir. Quevedo vive con desesperadas raíces en la tierra: «la vida
es mi prisión, y no lo creo» dice, y soñando la libertad y el amor, se desengaña cuando
busca abrazar enardecido la figura ajena:
aire abrazo, agua aprieto,
quedando en aquella soledad que le revela a él -esclavo de las ansias y el suspiro-, que
apenas es ceniza que sobró a la llama, inerte seña de su vida, viva muerte. Humana es
toda la poesía de Quevedo, Y como tal, infatigable a la visión del mundo, amplia de
vuelo, aunque no siempre de sostenida intensidad.
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En esta selección de las nueve musas del Parnaso Español, de Quevedo, se ha
pretendido resucitar -sin eliminar el otro- el aspecto desdeñado de su grandeza,
basándose en aquello que no puede morir porque es eterno, como el hombre: su
angustia, su humanidad, y aquella guerra entre la muerte y la vida, que es toda agonía:
Y así es verdad, Inarda, cuando escribo,
que yo soy y no soy, y muero y vivo.
Roque Esteban Scarpa
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Sonetos
Con ejemplos muestra a Flora la brevedad de
la hermosura, para no malograrla
La mocedad del año, la ambiciosa
vergüenza del jardín, el encarnado
oloroso rubí, tiro abreviado,
también del año presunción hermosa:
la ostentación lozana de la rosa, 5
deidad del campo, estrella del cercado,
el almendro en su propria flor nevado,
que anticiparse a los calores osa:
reprensiones son, ¡oh Flora!, mudas
de la hermosura y la soberbia humana, 10
que a las leyes de flor está sujeta.
Tu edad se pasará mientras lo dudas,
de ayer te habrás de arrepentir mañana,
y tarde, y con dolor, serás discreta.
Compara el discurso de su amor con el de un
arroyo
Torcido, desigual, blando y sonoro,
te resbalas secreto entre las flores,
hurtando la corriente a los calores,
cano en la espuma, y rubio como el oro.
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En cristales dispensas tu tesoro, 5
líquido plectro a rústicos amores,
y templando por cuerdas ruiseñores,
te ríes de crecer, con lo que lloro.
De vidro en las lisonjas divertido,
gozoso vas al monte, y despeñado 10
espumoso encaneces con gemido.
No de otro modo el corazón cuitado,
a la prisión, al llanto se ha venido,
alegre, inadvertido y confiado.
Amante que hace lección para aprender a amar
de maestros irracionales
Músico llanto en lágrimas sonoras
llora monte doblado en cueva fría,
y destilando líquida armonía,
hace las peñas cítaras canoras.
Ameno y escondido a todas horas, 5
en mucha sombra alberga poco día:
no admite su silencio compañía,
sólo a ti, solitario, cuando lloras.
Son tu nombre, color, y voz doliente,
señas más que de pájaro, de amante: 10
puede aprender dolor de ti un ausente.
Estudia en tu lamento y tu semblante
gemidos este monte y esta frente:
y tienes mi dolor por estudiante.
-17-
Amante desesperado del premio y obstinado en
amar
Qué perezosos pies, que entretenidos
pasos lleva la muerte por mis daños;
el camino me alargan los engaños
y en mí se escandalizan los perdidos.
Mis ojos no se dan por entendidos, 5
y por descaminar mis desengaños,
me disimulan la verdad los años
y les guardan el sueño a los sentidos.
Del vientre a la prisión vine en naciendo,
de la prisión iré al sepulcro amando, 10
y siempre en el sepulcro estaré ardiendo.
Cuantos plazos la muerte me va dando
prolijidades son, que va creciendo,
porque no acabe de morir penando.
Exhorta a los que amaren, que no sigan los
pasos por donde ha hecho su viaje
Cargado voy de mí, veo delante
muerte, que me amenaza la jornada:
ir porfiando por la senda errada
más de necio será que de constante.
Si por su mal me sigue necio amante 5
(que nunca es sola suerte desdichada),
¡ay!, vuelva en sí, y atrás, no dé pisada
donde la dio tan ciego caminante.
-18-
Ved cuán errado mi camino ha sido;
cuán solo y triste y cuán desordenado, 10
que nunca ansí le anduvo pie perdido:
pues por no desandar lo caminado,
viendo delante y cerca fin temido,
con pasos, que otros huyen, le he buscado.
A una dama que apago una bujía, y la volvió a
encender en el humo soplando
La lumbre, que murió de convencida
con la luz de tus ojos, y apagada,
por si en el humo se mostró enlutada,
exequias de tu llama ennegrecida.
Bien pudo blasonar su corta vida, 5
que la venció beldad tan alentada,
que con el firmamento en estacada
rubrica en cada rayo una herida.
Tú, que la diste muerte, ya piadosa
de tu rigor, con ademán travieso 10
la restituyes vida más hermosa.
Resucitola un soplo tuyo impreso
en humo, que en tu boca es milagrosa,
aura que nace con facción de beso.
Afectos varios de su corazón, fluctuando en las
ondas de los cabellos de Lisi
En crespa tempestad del oro undoso
nada golfos de luz ardiente y pura
mi corazón, sediento de hermosura,
si el cabello deslazas generoso.
-19-
Leandro en mar de fuego proceloso 5
su amor ostenta, su vivir apura;
Ícaro en senda de oro mal segura
arde sus alas por morir glorioso.
Con pretensión de fénix encendidas
sus esperanzas, que difuntas lloro, 10
intenta que su muerte engendre vidas.
Avaro y rico, y pobre en el tesoro,
el castigo y la hambre imita a Midas,
Tántalo en fugitiva fuente de oro.
Conoce las fuerzas del tiempo, y el ser ejecutivo
cobrador de la muerte
¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!
Feroz de tierra el débil muro escalas, 5
en quien lozana juventud se fía;
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo, sin mirar las alas.
¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte!
¡Que no puedo querer vivir mañana, 10
sin la pensión de procurar mi muerte!
¡Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.
-20-
A Aminta, que teniendo un clavel en la boca,
por morderle se mordió los labios, y salió
sangre
Bastábale al clavel verse vencido
del labio en que se vio, cuando esforzado
con su propia vergüenza lo encarnado,
a tu rubí se vio más parecido.
Sin que en tu boca hermosa dividido 5
fuese de blancas perlas granizado,
pues tu enojo, con él equivocado,
el labio por clavel dejó mordido.
Si no cuidado de la sangre fuese,
para que a presumir de tiria grana, 10
de tu púrpura líquida aprendiese.
Sangre vertió tu boca soberana,
porque roja victoria amaneciese,
llanto al clavel, y risa a la mañana.
Amor que, sin detenerse en el afecto sensitivo,
pasa al intelectual
Mandome, ¡ay Fabio!, que la amase Flora
y que no la quisiese, y mi cuidado
obediente, y confuso, y mancillado,
sin desearla, su belleza adora.
Lo que el humano afecto siente, y llora, 5
goza el entendimiento amartelado
del espíritu eterno, encarcelado
en el claustro mortal que le atesora.
-21-
Amar es conocer virtud ardiente;
querer es voluntad interesada, 10
grosera, y descortés caducamente.
El cuerpo es tierra, y lo será, y fue nada;
de Dios procede a eternidad la mente,
eterno amante soy de eterna amada.
En vano busca la tranquilidad en el amor
A fugitivas sombras doy abrazos,
en los sueños se cansa el alma mía;
paso luchando a solas noche y día,
con un trasgo que traigo entre mis brazos.
Cuando le quiero más ceñir con lazos, 5
y viendo mi sudor se me desvía,
vuelvo con nueva fuerza a mi porfía,
y temas con amor me hacen pedazos.
Voyme a vengar en una imagen vana,
que no se aparta de los ojos míos; 10
búrlame, y de burlarme corre ufana.
Empiézola a seguir, fáltanme bríos,
y como de alcanzarla tengo gana,
hago correr tras ella el llanto en ríos.
Definiendo el amor
Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida, que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.
-22-
Es un descuido, que nos da cuidado, 5
un cobarde, con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.
Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero parasismo, 10
enfermedad que crece si es curada.
Este es el niño Amor, este es tu abismo:
mirad cuál amistad tendrá con nada,
el que en todo es contrario de sí mismo.
A la edad de las mujeres
De quince a veinte es niña; buena moza
de veinte a veinticinco, y por la cuenta
gentil mujer de veinticinco a treinta.
¡Dichoso aquel que en tal edad la goza!
De treinta a treinta y cinco no alboroza; 5
mas puédese comer con sal pimienta;
pero de treinta y cinco hasta cuarenta
anda en vísperas ya de una coroza.
A los cuarenta y cinco es bachillera,
ganguea, pide y juega del vocablo; 10
y cumplidos los cincuenta, da en santera,
y a los cincuenta y cinco echa el retablo.
Niña, moza, mujer, vieja, hechicera,
bruja y santera, se la lleva el diablo.
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