Francisco
de Quevedo
La hora de todos
y
A don Álvaro de Monsalve,
canónigo de
Este libro tiene parentesco con vuesa merced, por tener su
origen de una palabra que le oí. A Vuesa Merced debe el nacimiento, a mí el crecer.
Su comunicación es estudio para el bien atento, pues con pocas letras que
pronuncia, ocasiona discursos. Tal es la genealogía déste. Doyle lo que es suyo
en la sustancia, y lo que es mío en la estatura y bulto. Su título es: La hora
de Todos, y
El tratadillo, burla burlando, es de veras. Tiene cosas de
las cosquillas, pues hace reír con enfado y desesperación. Extravagante reloj, que
dando una hora sola, no hay cosa que no señale con la mano. Bien sé que le han
de leer unos para otros, y nadie para sí. Hagan lo que mandaren, y reciban unos
y otros mi buena voluntad. Si no agradare lo que digo, bien se le puede
perdonar a un hombre ser necio una hora, cuando hay tantos que no lo dejan de
ser una hora en toda su vida. Vuesa merced, señor don Álvaro, sabe
empeñarse-por los amigos y desempeñarlos. Encárguese desta defensa, que no será
la primera que le deberé.
Guarde Dios a Vuesa Merced, como deseo.
Hoy 12 de marzo de 1636.
Prólogo
Júpiter, hecho de hieles, se desgañifaba poniendo los
gritos en la tierra; porque ponerlos en el cielo, donde asiste, no era
encarecimiento a propósito. Mandó que luego a consejo viniesen todos los dioses
trompicando. Marte, don Quijote de las deidades, entró con sus armas y
capacete, y la insignia de viñadero enristrada, echando chuzos, y a su lado, el
panarra de los dioses, Baco, con su cabellera de pámpanos, remostada la vista,
y en la boca lagar y vendimias de retorno derramadas, la palabra bebida, el
paso trastornado, y todo el celebro en poder de las uvas. Por otra parte asomó
con pies descabalados Saturno, el dios marimanta, comeniños, engulléndose sus
hijos a bocados. Con él llegó, hecho una sopa, Neptuno, el dios aguanoso, con
su quijada de vieja por cetro (que eso es tres dientes en romance), lleno de
cazcarrias y devanado en ovas, y oliendo a viernes y vigilias, haciendo lodos
con sus vertientes en el cisco de Plutón, que venía en su seguimiento; dios dado
a los diablos, con una cara afeitada con hollín y pez, bien zahumado con
alcrebite y pólvora, vestido de cultos tan obscuros que no le amanecía todo el
buchorno del Sol, que venía en su seguimiento, con su cara de azófar y sus
barbas de oropel; planeta bermejo y andante, devanador de vidas, dios dado a la
barbería, muy preciado de guitarrilla y pasacalles, ocupado en ensartar un día
tras otro, y en engazar años y siglos, mancomunado con las cenas y los pesares
para fabricar calaveras. Entró Venus haciendo rechinar los coluros con el ruedo
del guardainfante, empalagando de faldas a las cinco zonas, a medio afeitar la jeta,
y el moño, que la encorozaba de pelambre la cholla, no bien encasquetado por la
prisa. Venía tras ella
El cual, con su varita de jugador de manos y sus zancajos
pajarillos y su sombrerillo hecho a horma de hongo, en un santiamén y en volandas
se le puso delante. Júpiter le dijo: «Dios virote, dispárate al mundo! Tráeme
aquí en un abrir y cerrar de ojos a
Luego el chisme del Olimpo, calzándose dos cernícalos por
acicates, se despareció, que ni fue visto ni oído, con tal velocidad, que verle
partir y volver fue una mesma acción de la vista. Volvió hecho mozo de ciego y
lazarillo adestrando a
Echábasele de ver en las manos que vivía de fregar y barrer
y vaciar los arcaduces que
-Por tener los ojos acostados y la vista a buenas noches,
no atisbo quién sois los que asistís a este acto, empero, seáis quien fuéredes,
con todos hablo, y primero contigo, oh Jove, que acompañas las toses de las
nubes con gargajo trisulco. Dime, ¿qué se te antojó ahora de llamarme, habiendo
tantos siglos que de mí no te acuerdas? Puede ser que se te haya olvidado a ti
y a esotro vulgo de diosecillos lo que yo puedo, y que así he jugado contigo y
con ellos como con los hombres.
Júpiter, muy prepotente, la respondió:
-Borracha, tus locuras, tus disparates y tus maldades son
tales que persuades a la gente mortal que, pues no te vamos a la mano, que no hay
dioses, y que el cielo está vacío, y que yo soy un dios de mala muerte.
Quéjanse que das a los delitos lo que se debe a los méritos, y los premios de
la virtud al pecado; que encaramas en los tribunales a los que habías de subir
a la horca, que das las dignidades a los que habías de quitar las orejas, y que
empobreces y abates a quien debieras enriquecer.
-Yo soy cuerda, y sé lo que hago, y en todas mis acciones
ando pie con bola. Tú, que me llamas inconsiderada y borracha, acuérdate que
hablaste por boca de ganso en Leda, que te derramaste en lluvia de bolsa por
Dánae, que bramaste y fuiste Inde toro pater por Europa, que has hecho otras
cien mil picardías y locuras, y que todos esos y esas que están contigo han
sido avechuchos, urracas y grajos, cosas que no se dirán de mí. Si hay
beneméritos arrinconados y virtuosos sin premios, no toda la culpa es mía: a
muchos se los ofrezco que los desprecian, y de su templanza fabricáis mi culpa.
Otros, por no alargar la mano a tomar lo que les doy, lo dejan pasar; otros me
lo arrebatan sin dárselo yo; más son los que me hacen fuerza que los que yo
hago ricos; más son los que me hurtan lo que les niego que los que tienen lo
que les doy. Muchos reciben de mí lo que no saben conservar: piérdenlo ellos y
dicen que yo se lo quito. Muchos me acusan por mal dado en otros lo que
estuviera peor en ellos. No hay dichoso sin invidia de muchos, no hay
desdichado sin desprecio de todos. Esta criada me ha servido perpetuamente y no
he dado paso sin ella: su nombre es
Y desatando la tarabilla
-Yo soy una hembra que me ofrezco a todos: muchos me
hallan, pocos me gozan. Soy Sansona femenina, que tengo la fuerza en el cabello;
quien sabe asirse a mis crines, sabe defenderse de los corcovos de mi ama. Yo
la dispongo, yo la reparto, y de lo que los hombres no saben recoger ni gozar,
me acusan. Tiene repartidas la necedad por los hombres estas infernales
cláusulas: «Quién dijera; no pensaba; no miré en ello; no sabía; bien está; qué
importa; qué va ni viene; mañana se hará; tiempo hay; no faltará ocasión;
descuidéme; yo me entiendo; no soy bobo; déjese deso; yo me lo pasaré; ríase de
todo; no lo crea; salir tengo con la mía; no faltará; Dios lo ha de proveer;
más días hay que longanizas; donde una puerta se cierra, otra se abre; bueno
está eso; qué le va a él; paréceme a mí, no es posible; no me diga nada; ya
estoy al cabo; ello dirá; ande el mundo; una muerte debo a Dios; bonito soy yo
para eso; sí por cierto; diga quien dijere; preso por mil, preso por mil y
quinientos; no es posible; todo se me alcanza; mi alma en mi palma; ver veamos;
dizque»; y «pero» y «quizás». Y el tema de los porfiados «De dónde diere».
Estas necedades hacen a los hombres presumidos, perezosos y
descuidados. Éstas son el hielo en que yo me deslizo, en éstas se trastorna la
rueda de mi ama, y trompica la bola que la sirve de chapín.
Pues si los tontos me dejan pasar ¿qué culpa tengo yo de
haber pasado? Si a la rueda de mi ama son tropezones y barrancos, ¿por qué se
quejan de sus vaivenes? Si saben que es rueda y que sube y baja, y que por esta
razón baja para subir y sube para bajar, ¿para qué se devanan en ella? El Sol
se ha parado, la rueda de
-
-Malas nuevas tengas de cuanto deseas -dijo el Sol-, que
con tan insolentes palabras blasfemas de nuestro poder. Si me fuera lícito,
pues soy el Sol, te friyera en caniculares, y te asara en buchornos, y te
desatinara a modorras.
-Vete a enjugar lozadales -dijo
-Fortuna, en muchas cosas de las que tú y esa picarona que
te sirve habéis dicho, tenéis razón; empero para satisfación de las gentes está
decretado inviolablemente que en el mundo, en un día y en una propria hora, se
hallen de repente todos los hombres con lo que cada uno merece. Esto ha de ser:
señala hora y día.
-Lo que se ha de hacer ¿de qué sirve dilatarlo? Hágase hoy.
Sepamos qué hora es.
El Sol, jefe de relojeros, respondió:
-Hoy son veinte de junio, y la hora, las tres de la tarde,
tres cuartos y diez minutos. Pues en dando las cuatro, veréis lo que pasa en la
tierra.
Y diciendo y haciendo empezó a untar el eje de su rueda y
encajar manijas y mudar clavos y enredar cuerdas, aflojar unas y estirar otras,
cuando el Sol, dando un grito, dijo:
-Las cuatro son, ni más ni menos: que ahora acabo de dorar
la cuarta sombra posmeridiana de las narices de los relojes de sol.
En diciendo estas palabras,
-Ande la rueda, y coz con ella.
I
En aquel proprio instante, yéndose a ojeo de calenturas
paso entre paso un médico en su mula, le cogió
II
Por la mesma calle, poco detrás, venía un azotado, con la
palabra del verdugo delante chillando, y con las mariposas del sepancuantos detrás,
y el susodicho en un borrico, desnudo de medio arriba, como nadador de
rebenque. Cogióle
III
Atravesaban por otra calle unos chirriones de basura, y
llegando enfrente de una botica, los cogió
Los basureros ayudaban con escobas y palas, traspalando en
los chirriones mujeres afeitadas, y gangosos, y teñidos, sin poder nadie remediarlo.
IV
Había hecho un bellaco una casa de grande ostentación con
resabios de palacio y portada sobrescrita de grandes genealogías de piedra.
Su dueño era un ladrón que, por debajo de su oficio, había
hurtado el caudal con que la edificó. Estaba dentro y tenía cédula a la puerta
para alquilar tres cuartos. Cogióle
«Quien quisiere alquilar este ladrón, que está vacío de su
casa, entre sin llamar, pues la casa no lo estorba.»
V
Vivía enfrente déste un mohatrero que prestaba sobre
prendas, y viendo afufarse la casa de su vecino, quiso prevenirse, diciendo:
«¿Las casas se mudan de los dueños? ¡Mala invención!»
Y por presto que quiso ponerse en salvo, cogido de
Y diciendo esto se zampó en un bodegón, donde el hidalgo
estaba disimulando ganas de comer, con el estómago de rebozo, acechando unas
tajadas que so el poder de otras muelas rechinaban.
VI
Un hablador plenario, que de lo que le sobra de palabras a
dos leguas pueden moler otros diez habladores, estaba anegando en prosa su barrio,
desatada la tarabilla en diluvios de conversación. Cogióle
VII
Estaban unos senadores votando un pleito. Uno dellos, de
puro maldito, estaba pensando cómo podría condenar a entreambas partes. Otro,
incapaz , que no entendía la justicia de ninguno de los dos litigantes, estaba
determinando su voto por aquellos dos textos de los idiotas: «Dios se la depare
buena» y «dé donde diere». Otro, caduco, que se había dormido en la relación,
discípulo de la mujer de Pilatos en alegar sueño, estaba trazando a cuál de sus
compañeros seguiría, sentenciando a trochemoche. Otro, que era doto y virtuoso
juez, estaba como vendido al lado de otro que estaba como comprado, senador brujo
untado. Este alegó leyes torcidas, que pudieran arder en un candil, y trujo a
su voto al dormido y al tonto y al malvado. Y habiendo hecho sentencia, al
pronunciarla les cogió
Y al instante se les volvieron las togas pellejos de culebras,
y arremetiendo los unos con los otros, se trataban de monederos falsos de la
verdad. Y de tal suerte se repelaron, que las barbas de los unos se veían en
las manos de los otros, quedando las caras lampiñas y las uñas barbadas, en
señal de que juzgaban con ellas y para ellas, por lo cual las competía la zalea
jurisconsulta.
VIII
Un casamentero estaba emponzoñando el juicio de un buen
hombre que, no sabiendo qué se hacer de su sosiego, hacienda y quietud, trataba
de casarse. Proponíale una picarona y guisábasela con prosa eficaz, diciéndole:
«Señor, la nobleza, no digo nada, porque, gloria a Dios, a Vuesa Merced le
sobra para prestar; hacienda, Vuesa Merced no la ha menester; hermosura, en las
mujeres proprias, antes se debe huir por peligro; entendimiento, Vuesa Merced
la ha de gobernar, y no la quiere para letrado; condición, no la tiene; los
años que tiene son pocos (y decía entre sí «por vivir»); lo demás es a pedir de
boca.» El pobre hombre estaba furioso, diciendo: «Demonio ¿qué será lo demás? Si
ni es noble ni rica ni hermosa ni discreta, lo que tiene sólo es lo que no
tiene, que es condición.»
En esto los cogió
IX
Estaba un poeta en un corrillo leyendo una canción
cultísima, tan atestada de latines y tapida de jerigonzas, tan zabucada de
cláusulas y cortada de paréntesis, que el auditorio pudiera comulgar de puro en
ayunas que estaba. Cogióle
Llegóse uno tanto con un cabo de vela al poeta (noche de
invierno, de las que llaman boca de lobo), que se encendió el papel por en medio.
Dábase el autor a los diablos de ver quemada su obra, cuando el que la pegó
fuego le dijo: «Estos versos no pueden ser claros y tener luz si no los queman:
más resplandecen luminaria que canción.»
X
Salía de su casa una buscona piramidal, habiendo hecho
sudar la gota tan gorda a su portada, dando paso a un inmenso contorno de faldas,
y tan abultada que pudiera ir por debajo rellena de ganapanes, como la tarasca.
Arrempujaba con el ruedo las dos aceras de una plazuela. Cogióla
Ahogárase en la caterva que concurrió si no sucediera que,
viniendo por la calle rebosando Narcisos uno con pantorrillas postizas y tres
dientes, y dos teñidos, y tres calvos con sus cabelleras, los cogió
XI
Era muy favorecido de un señor un criado suyo: este le
engañaba hasta el sueño, y a éste un criado que tenía, y a este criado un mozo suyo,
y a este mozo un amigo, y a este su amigo su amiga, y a ésta el diablo. Pues
cógelos
Y como el demonio llegó a él destilado por puta y rufián, y
mozo de mozo de criado de señor, endemoniado por pasadizo y hecho un infierno,
embistió con su siervo, éste con su criado, y el criado con su mozo, el mozo
con su amigo, el amigo con su amiga, esta con todos; y chocando los arcaduces
del diablo, unos con otros se hicieron pedazos, se deshizo la sarta de
embustes, y Satanás, que enflautado en la cotorrera se paseaba sin ser sentido,
rezumándose de mano en mano, los cobró a todos de contado.
XII
Estábase afeitando una mujer casada y rica. Cubría con
hopalandas de solimán unas arrugas jaspeadas de pecas; jalbegaba, como puerta
de alojería, lo rancio de la tez; estábase guisando las cejas con humo, como
chorizos; acompañaba lo mortecino de los labios con munición de lanternas, a
poder de cerillas; iluminábase con vergüenza postiza, con dedadas de salserilla
de color. Asistíala, como asesor de cachivaches, una dueña, calavera confitada
en untos. Estaba de rodillas sobre sus chapines, con un moñazo imperial en las
dos manos, y a su lado una doncellita, platicanta de botes, con unas costillas
de borrenes, para que su ama lanaplenase las concavidades que la resultaban de
un par de jibas que la trompicaban el talle.
Estándose, pues, la tal señora dando pesadumbre y asco a su
espejo, cogida de
XIII
Un gran señor fue a visitar la cárcel de su Corte, que le
dijeron servía de heredad y bolsa a los que tenían a su cargo, que de los
delitos hacían mercancía y de los delincuentes tienda, trocando los ladrones en
oro y los homicidas en buena moneda. Mandó que sacasen a visita los encarcelados,
y halló que los habían preso por los delitos que habían cometido y que los
tenían presos por los que su codicia cometía con ellos. Supo que a los unos
contaban lo que habían hurtado y podido hurtar, y a otros lo que tenían y
podían tener, y que duraba la causa todo el tiempo que duraba el caudal, y que
precisamente el día del postrero maravedí era el día del castigo, y que los
prendían por el mal que habían hecho, y los justiciaban porque ya no tenían.
Saliéronse a visitar dos que habían de ahorcar al otro día;
al uno, porque le había perdonado la parte, le tenían como libre; al otro por hurtos
ahorcaban, habiendo tres años que estaba preso, en los cuales le habían comido
los hurtos, y su hacienda, y la de su padre y su mujer, en quien tenía dos
hijos. Cogió
-«A este que libráis porque perdonó la parte, ahorcaréis
mañana; porque, si esto se hace, es instituir mercado público de vidas y hacer que,
por el dinero del concierto con que se compra el perdón, sea mercancía la vida
del marido para la mujer, y la del padre para el hijo, y la del hijo para el
padre; y en poniéndose los perdones de muerte en venta, las vidas de todos
están en almoneda pública, y el dinero inhibe en la justicia el escarmiento,
por ser muy fácil de persuadir a las partes que les serán más útil mil escudos,
o quinientos, que un ahorcado. Dos partes hay en todas las culpas públicas: la
ofendida y la justicia; y es tan conveniente que ésta castigue lo que le
pertenece, como que aquélla perdone lo que le toca. Este ladrón, que después de
tres años de prisión queréis ahorcar, echaréis a galeras; porque como tres años
ha estuviera justamente ahorcado, hoy será injusticia muy cruel, pues será ahorcar,
con el que pecó, a su padre, a sus hijos y a su mujer, que son inocentes, a
quien habéis vosotros comido y hurtado con la dilación las haciendas. Acuérdome
del cuento del que, enfadado de que los ratones te roían papelillos, y mendrugos
de pan, y cortezas de queso, y los zapatos viejos, trujo gatos que le cazasen
los ratones; y viendo que los gatos se comían los ratones, y juntamente un día
le sacaban la carne de la olla, otro se la desensartaban del asador, que ya le
cogían una paloma, ya una pierna de carnero, mató los gatos y dijo: 'Vuelvan
los ratones'. Aplicad vosotros este chiste, pues como gatazos, en lugar de limpiar
la república, cazáis y coméis los ladrones ratoncillos que cortan una bolsa,
agarran un pañizuelo, quitan una capa y corren un sombrero, y juntamente os
engullís el reino, robáis las haciendas y asoláis las familias. ¡Infames!
ratones quiero, y no gatos.»
Diciendo esto, mandó soltar todos los presos, y prender
todos los ministros de la cárcel. Armóse una herrería y confusión espantosa: trocaban
unos con otros quejas y alaridos; los que tenían los grillos y las cadenas se
las echaban a los que se las mandaron echar y se las echaron.
XIV
Iban diferentes mujeres por la calle; las unas a pie, y
aunque algunas dellas se tomaban ya de los años, iban gorjeándose de andadura y
desviviéndose de ponleví, y naguas; otras iban embolsadas en coches, desantañándose
de navidades, con melindres y manoteado de cortinas; otras, tocadas de
gorgoritas y vestidas de noli me tangere iban en figura de camarines en una
alacena de cristal con resabios de hornos de vidrio, romanadas por dos moros, o
cuando mejor, por dos pícaros; llevaban las tales trasparentes los ojos en muy
estrecha vecindad con las nalgas del mozo delantero, y las narices molestadas
del zumo de sus pies, que como no pasa por escarpines, se perfuma de Fregenal.
Unas y otras iban reciennaciéndose, arrulladas de galas, y con niña postiza callando
la vieja como la caca, pasando a la perspectiva o arismética de los ojos los
ataúdes por las cunas.
Cogiólas
No hay comentarios:
Publicar un comentario