Max Stirner
El Único
y su propiedad
El único y su propiedad
Título original: Der Einzige und sein Eigenthum
Traducción del alemán: Pedro González Blanco -Juan
Pablos Editor S.A., México D.F., 1976-
Revisión: Martín Aldao*
*Nota sobre la revisión:
La presente edición se basa, fundamentalmente, en la
traducción de P. González Blanco (de 1905, para la casa
Sempere), editada en México por la editorial Juan Pablos (1976).
Se realizaron, no obstante, algunos cambios (se agregaron
faltantes, se modifi caron los párrafos para que coincidieran
con el original y se adecuó la redacción al lector argentino
cambiando, por ejemplo, la segunda persona del plural por
la tercera y reemplazando inversiones del tipo entendíase,
sábese por se entendía, se sabe etc.) a partir de la edición
electrónica de la versión inglesa de B. Tucker (1907), y de la
edición electrónica del original alemán (1845). La traducción
de las numerosas referencias bíblicas se uniformó utilizando la
“Antigua versión de Casiodoro de Reina (1569), revisada por
Cipriano de Valera (1602)”. Por último, se agregaron algunas
notas que se creyó podían resultar de algún interés para el lector
de Stirner contemporáneo.
Para una mejor comprensión de la inserción de la obra de
Stirner en el pensamiento anarquista puede ser de interés la lectura
del texto El stirnerismo, de E. Armand, publicado en El
anarquismo individualista: lo que es, lo que puede y lo que vale,
en esta misma colección.
INTRODUCCIÓN
He fundado mi causa en nada 3
¿Qué causa es la que debo defender? Antes que nada la buena
causa, la causa de Dios, de la verdad, de la libertad, de la
humanidad, de la justicia; luego la de mi pueblo, la de mi gobernante,
la de mi patria; más tarde será la del Espíritu 4 y miles más
después. Únicamente mi causa no puede ser nunca mi causa.
“Vergüenza del egoísta que no piensa más que en sí mismo”.
¿Pero esos cuyos intereses son sagrados, esos por quienes debemos?
trabajar, sacrificarnos y entusiasmarnos, ¿cómo entienden su causa?
Ustedes que saben de Dios tantas y tan profundas cosas; ustedes
que durante siglos “exploraron las profundidades de la divinidad”
y penetraron con sus miradas hasta lo profundo de su
corazón, ¿pueden decirme cómo entiende Dios la “causa divina”
que debemos servir nosotros? Y ya que tampoco nos ocultan los
designios del Señor. ¿Qué quiere? ¿Qué persigue? ¿Abrazó, como?
a nosotros se nos pide, una causa ajena y se ha hecho el campeón
de la verdad y del amor? Este absurdo indigna; nos enseñan que
siendo Dios todo amor y toda verdad, las causas del amor y de la
verdad se confunden con la suya y le son consustanciales. Les repugna
admitir que Dios pueda, como nosotros, hacer suya la causa
de otro. “¿Pero abrazaría Dios la causa de la verdad si no fuera
la suya?” Dios no se ocupa más que de su causa, porque al ser él
todo en todo, todo es su causa. Pero nosotros no somos todo en
todo, y nuestra causa es bien mezquina, bien despreciable; por
eso debemos servir a una “causa superior”. Más claro: Dios no se
preocupa más que de lo suyo, no se ocupa más que de sí mismo,
no piensa en nadie más que en sí mismo y no se fi ja más que en sí
mismo; ¡pobre del que contradiga sus mandatos! No sirve a nada
superior y no trata más que de satisfacerse. La causa que defi ende
es únicamente la suya. Dios es un ególatra.
3 Primer verso del poema de Goethe Vanitas! Vanitatum Vanitas! (N.R.)
4 Espíritu es la traducción más aceptable del término alemán Geist, que refi ere
a la noción de Idea o Idea Absoluta y que es tomada por Stirner de la fi losofía
de Hegel. En este libro es utilizada para referirse a la razón, la racionalidad,
las ideas, etc. y se enfrenta tanto a la noción de mundo “material” o “natural”
como a la de “Único” o “Yo” (N.R.).
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¿Y la humanidad, cuyos intereses debemos defender como
nuestros, qué causa defi ende? ¿La de otro? ¿Una superior? No.
La humanidad no se ve más que a sí misma, la humanidad no
tiene otro objeto que la humanidad; su causa es ella misma. Con
tal que ella se desarrolle no le importa que mueran los individuos
y los pueblos; saca de ellos lo que puede sacar, y cuando
han cumplido la tarea que les reclamaba, los echa al cesto de
papeles inservibles de la historia. ¿La causa que defiende la humanidad,
no es puramente egoísta?
Es inútil que siga y demuestre cómo cada una de esas cosas,
Dios, Humanidad, etc., se preocupan sólo de su bien y no del
nuestro. Revisen a los demás y vean por ustedes mismos si la
Verdad, la Libertad, la Justicia, etc., se preocupan de ustedes para
otra cosa que no sea pedirles su entusiasmo y sus servicios.
Que sean servidores dedicados, que les rindan homenaje,
eso es todo lo que les piden. Miren a un pueblo redimido por
nobles patriotas; los patriotas caen en la batalla o revientan
de hambre y de miseria; ¿qué dice el pueblo? ¡Abonado con
sus cadáveres se hace “floreciente”!. Mueren los individuos
“por la gran causa del pueblo”, que se conforma con dedicarles
alguna que otra lamentable frase de reconocimiento y se
guarda para sí todo el provecho. Eso me parece un egoísmo
demasiado lucrativo.
Pero vean al sultán que cuida tan tiernamente a “los suyos”.
¿No es la imagen de la más pura abnegación, y no es su
vida un constante sacrificio? ¡Sí, por “los suyos”! ¿Se quiere
hacer un ensayo? Qué se muestre que no se es “el suyo”, sino
“el tuyo”, que se rechace su egoísmo y será uno perseguido,
encarcelado, torturado. El sultán no basa su causa más que en
sí mismo; es todo en todo, es el único, y no tolera a nadie que
no sea uno de “los suyos”.
¿No les dicen nada estos ejemplos? ¿No les hacen pensar
que un egoísta tiene razón? Yo, al menos, aprendo de ellos, y en
vez de continuar sirviendo con desinterés a esos grandes egoístas,
seré yo mismo el egoísta.
Dios y la humanidad no basaron su causa sobre nada, sobre
nada más que ellos mismos. Yo basaré, entonces, mi causa sobre
mí; soy, como Dios, la negación de todo lo demás, soy todo
para mí, soy el único.
Si Dios y la Humanidad son poderosos con lo que contienen,
hasta el punto de que para ellos mismos todo está en todo, yo advierto
que me falta a mi mucho menos todavía, y que no tengo que
quejarme de mi “futilidad”. Yo no soy nada en el sentido de vacío,
pero soy la nada creadora, la nada de la que saco todo.
¡Fuera entonces toda causa que no sea entera y exclusivamente
la mía! Mi causa, me dirán, debería ser, al menos, la
“buena causa”. ¿Qué es lo bueno, qué es lo malo? Yo mismo
soy mi causa, y no soy ni bueno ni malo; esas no son, para mí,
más que palabras.
Lo divino mira a Dios, lo humano mira al hombre. Mi causa
no es divina ni humana, no es ni lo verdadero, ni lo bueno, ni
lo justo, ni lo libre, es lo mío, no es general, sino única, como
yo soy único.
Nada está por encima de mí.
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