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[Manuscrita]
[Madrid, 3 de agosto de 1932]
¿Te vas acostumbrando ya a mi escritura, a esta terrible letra
mía? ¡Pobrecita! Tú que has aprendido tantas cosas, latín, alemán,
francés, ¡qué sé yo!, tener ahora que aprender a leer. Enredarte
en estos garabatos con que yo intento expresarme por escrito.
¿Crees tú que se pueden escribir cosas bonitas con esta letra? Yo
no. Por lo visto mi destino es estar siempre dándote las gracias,
porque al final de cada carta digo, aunque tú no lo digas, «gra-
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cías, gracias», por haber llegado al final de esta carrera de obstáculos.
Katherine, ya te lo he dicho: soy un carácter difícil, pero
acaso más que en nada en mi letra. ¿Tendrás paciencia, no te cansarás
de leerme nunca? Y te advierto que je te soigne. Mi auténtica,
mi verdadera letra es mucho peor que ésta, sí. Pero quiero
darte facilidades, no asustarte demasiado. Y si vieras cómo me
aplico a escribir con cuidado, separando bien las letras y las palabras,
muy atento, como cuando tenía ocho años y en el colegio
hacía ejercicios de caligrafía. Tenía que examinarme, ¿sabes?, de
ese horrible arte de la caligrafía. Escribía hermosas planas que no
decían nada, planas abstractas, gratuitas, inútiles, con nombres de
países, de ríos, etc. Muy bonito, mira: «Europa... Danubio... Canadá...
Tajo... Gran Bretaña...». Y el maestro me dijo una vez con
aire de desolación: «Tú no tendrás nunca buena letra». Yo entonces
me desesperaba, quería triunfar. Pero no pude. Luego más
tarde me lo he explicado. Es por la eterna lucha de instinto y razón.
Mi letra la hago con mi pulso, con mi ritmo, con el ritmo de
mi sangre. Y el maestro quería imponer a ese profundo ritmo
mío, la regla, el orden, la razón. No, no ha sido posible, Katherine.
Aquí me tienes hoy, escribiéndote, como a los ocho años,
con el ritmo de mi sangre, con el pulso mío, con ese impulso que
no viene de lo racional, de lo impuesto, de lo aprendido, sino de
lo espontáneo, de lo primitivo, de lo último y más profundo. ¿Entenderás
esta letra? ¿Ésta, pura, elemental, no dominada por los
años ni por la experiencia, no vencida por el uso, esta letra bárbara,
original, la primera mía? Porque esta letra apasionada, turbulenta,
loca, con que te escribo, es la mía, la más mía. Ojalá la
comprendas y quieras comprenderla siempre.
Pedro
Recibí tu postal.
¡Qué deliciosa! ¡Lo b-a-r-r-o-c-o! ¡Qué bien te acordaba! Dearest,
dearest!
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