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¡Sí, Katherine, qué terrible, la salida de la clase, ayer, yo solo!
Había un cielo maravilloso de esos cielos de Madrid, que son como
la única ternura que se permite el paisaje austero. Indecisión de luces
y sombras. La misma hora en que bajamos la escalerilla, entre
el día y la noche, en ese momento que tanto me conmueve. ¿Sabes
por qué? Porque es una hora en que parece que todo va a dejar
de ser lo que es. Las formas de la naturaleza, árboles, masas, líneas,
pierden su contorno exacto, se desdibujan, se revisten de
apariencias nuevas. La noción de las distancias y de los tamaños se
altera. Y todo parece estar escapando de lo que fue de día, de la
obligación de ser como se es. Así, Katherine, dos seres humanos
en esa hora dejaban también de ser lo que eran, se hundían en lo
indeciso de la noche, perdían la idea de las distancias, de las realidades,
inventaban una realidad nueva. Los deberes del día, los
nombres, los quehaceres, todo quedaba atrás, borrado, perdido
como las líneas de la montaña, en la gran vaguedad nocturna. Ya
no tenían esos dos seres nombres ni oficio, ni deberes, ni historia.
Ya no estaban encerrados en sus límites infranqueables. Por esa
escalerilla, en esa hora se salía del mundo de «lo todo posible».
¡Entrada al milagro! Todo en ese momento descansa, se liberta de
su jornada. Permiso para la fantasía, todo puede ser verdad. Como
no se ve nada claro con la luz de fuera se encienden todas las luminarias
exteriores, los grandes faros del alma. Tú sabes, mejor
que yo, lo que es caminar de noche, con las propias luces. Sin
ayuda, sin colaboración de la luz de fuera, siendo nosotros mismos
los que nos alumbramos. ¡Qué ilusión, creerse que el mundo no es
más que lo que nosotros cogemos en nuestra luz, que a derecha e
izquierda no hay mundo, que vivimos de lo que alumbramos! Pero,
¿como ilusión? No, no, verdad. Vivimos de lo que alumbramos, no
de otra cosa. Vivimos de la luz que nosotros mismos echamos por
delante, para que nos invite a avanzar. ¿No es así, Katherine? Sí,
Katherine, sí. Vive, vive de tu luz, no de la exterior. Vive de lo que
tú misma iluminas con tu espléndida alma. ¡Qué gozo si yo puedo
[Manuscrita]
[Madrid, 7 de agosto de 1932J6
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