Las reflexiones de Giuseppe Tomasi di Lampedusa sobre Stendhal
son fruto del ejercicio exigente y apasionado de la lectura. Este
breve y bellísimo ensayo nos proporciona el placer de ahondar en
los secretos de la obra de Stendhal, en una aproximación que
destaca los valores estéticos que emergen de la anécdota literaria.
Nos permite además contemplar a contraluz cómo la prosa límpida
de Lampedusa revela los acentos y los gestos, el sentido de la
elipsis, la penetración y la sutileza en el análisis de una escritura en
la que él mismo se reconoce, formulando así de paso la poética de
su propia obra.
PARA todos los amigos de Stendhal, las páginas que siguen serán
un verdadero deleite. Por un lado, encontraremos en ellas cuanto de
placentero y esencial probamos en este escritor a la vez desaliñado
y genial. Por otro lado, veremos clarificados magistralmente todos
aquellos aspectos de sus libros que nos resultaban oscuros, que no
acertábamos a comprender. Pero si además el que confirma y
clarifica nuestra pasión por la obra de Stendhal es otro escritor que
también se cuenta entre nuestros predilectos, miel sobre hojuelas.
Stendhal y Lampedusa pertenecen a esa raza de escritores
fidelísimos a su propia voz, casi secretos en su tiempo (recordemos
el prólogo de Giorgio Bassani a II Gatopardo, en el que se nos
recuerda que la intelectualidad italiana descubre casualmente a
Lampedusa en 1954, durante un encuentro de escritores en San
Pellegrino Terme); escritores que van a contracorriente porque al
expresar en soledad cuanto sus ánimos sienten no están «a tono»
con sus coetáneos, con la literatura que se hace en su tiempo. Ellos
viven intensamente, hacen Arte y lo expresan, pero no saben (o no
quieren saber) que el gusto literario se guía a su alrededor por
criterios de moda, por directrices impuestas.
Es también significativo que escriba sobre Stendhal —uno de los
más ciegos y apasionados amigos de Italia— un italiano; un italiano
de ese sur que (por expresarlo con las irónicas palabras del propio
Stendhal) c’est l’Empire des Tures, ese sur en el que l’ltalie est finie.
Es significativo que un escritor que amaba el estilo del Código Civil y
que pretendía odiara la poesía y a los poetas, sea iluminado por la
palabra de un lector del sur, por el autor de II Gattopardo.
Lampedusa se ha acercado a la obra de Stendhal con
reverencia, pero también con la altivez del que se sabe digno.
Lampedusa sabe que él no es Stendhal, que a veces no se explica
con genio en sus «lecciones», pero también sabe sacar a la luz, sin
compasión, las tretas y el cinismo de que el autor de Le Rouge et le
Noir se sirve para entramar sus deliciosas páginas. Lampedusa es
la antítesis del pedante erudito de turno, mas sabe dejarnos entrever
su cultura excepcional. En ningún caso se aproximará a los textos
de Stendhal para aburrirnos; sólo lo hará como un simple lector que
goza enormemente con las lecturas y relecturas de su escritor
favorito. Quizá Lampedusa no recuerda con certeza la página o el
capítulo que comenta, algo que naturalmente le perdonamos. Nos
basta, por el contrario, con que nos demuestre que es un
excepcional conocedor de la novela del siglo XIX (por subrayar uno
de sus más certeros saberes) o que sepa citar puntualmente a
Goethe o a Freud en alemán cuando el caso lo requiere. «Stendhal
—nos dice el escritor siciliano— ha logrado resumir una noche de
amor en un punto y coma». Y, luego, nos pone el ejemplo. ¿Cabe
una más preciosa y amorosa muestra de acierto y originalidad
crítica? Lampedusa nos devuelve con extremada sencillez el goce
de leer y de apreciar los libros en cuanto éstos tienen de placentero.
No hay en su exposición criterios dogmáticos, aunque en ningún
momento renuncié a sus propias razones de gusto. Poco le importa
al crítico que el autor haya entrado a saco en algunos de los autores
que le precedieron. (¿No lo hizo ya antes Shakespeare con
Plutarco?).
En consecuencia, lo importante es la transmutación (il felice
sortilegio) que se opera en sus textos y que es consustancial a todo
creador de genio. No es la armazón del libro, ni su tema, ni su
desarrollo, lo más importante; el genio se revela en ese halo peculiar
que tienen sus obras, en esa sensación de placer que despiertan
sus tramas y, en concreto, en La Cartuja de Parma, cuando
precisamente se nos habla en ella de cosas terribles; esa avidez
que se adueña de la mente del lector; ese mundo realísimo
transmutado por el sueño del poeta (sí, del poeta, diga lo que diga
Stendhal desde su tumba) que lo recrea.
Leyendo las páginas que siguen, no sólo conoceremos (y
amaremos) mejor la obra del francés. También podremos tener una
nueva visión de la propia y reducida obra de Lampedusa. Ahora
sabemos mejor por qué se decanta en II Gattopardo una obra
genial, un clásico de nuestros días; veremos por qué brota el áspero
tono de sus frases, la emocionada sobriedad de sus ambientes, el
certero e inolvidable perfil de sus personajes. El genio no brota de la
nada: sabemos muy bien de qué conocimientos y fidelidades nace
una obra maestra como la de Lampedusa.
En su afán de reflejar con gracia el genio de Stendhal,
Lampedusa ha escrito su libro con una libérrima y difícil agilidad. El
traductor leyó el texto, hizo su versión y, al releer ésta una y otra
vez, se encontró con que (como de costumbre) había sido un poco
«traidor». De aquí nace también la originalidad del libro. Hemos
trasladado el mensaje de Lampedusa, pero no hemos tenido más
remedio que revolotear sobre algunas de sus más aladas
expresiones. La lengua que se traduce no es la misma —ni lo será
nunca— que resulta de la traducción. Por eso, nos ceñimos a
parafrasear a Lampedusa para decir que tampoco nosotros
disponemos de su genio. (Él tiene el buen gusto y la pillería de citar
siempre a Stendhal en francés). Estamos, pues, ante un libro
inteligente y delicioso, tan alejado —como todos los libros
inteligentes y deliciosos que en la historia de la literatura universal
han sido— del dogmatismo de los géneros, como de las férreas
imposiciones del gusto. Un sabio y apasionado lector toma allá en el
secreto sur de Sicilia uno de sus libros favoritos del estante de su
biblioteca y lo entreabre al azar. Luego, toma dos o tres notas
ligeras, inconscientemente, atendiendo a lo que sólo conmueve su
ánimo. Más tarde, lo deja y escoge otro libro. Está sintonizando, sin
más, con el escritor. Está captando toda la vida que hay en el sueño
de unas páginas, está imantando todo el sueño que hay en la vida
de un autor irrepetible.
ANTONIO COLINAS
Septiembre de 1988
NOTA A LA PRESENTE EDICIÓN
SÓLO unas palabras para mostrar la satisfacción que me produce
ver reeditado el libro que Lampedusa escribiera sobre Stendhal. Las
traducciones nos producen siempre preocupación y desasosiego,
pero de algunas de ellas nos sentimos especialmente satisfechos.
Así ocurre con la presente, la cual, más allá de sus posibles
imperfecciones, ha despertado en el que la hizo una triple
satisfacción. En primer lugar, porque el traductor (que también es
lector y, a veces, tiene sus predilecciones) se ha ocupado, en este
caso, de Lampedusa y de Stendhal, dos de los escritores que más
admira y que más unidos van a su sensibilidad. Como el autor de La
Chartreuse, me tengo modestamente por milanese de adopción y
algunos de los muchos parajes que él evocara (Milán y sus calles,
los lagos de los prealpi, la ruta hacia Bérgamo, aquella que según él
cruzaba entonces «la región más bella del mundo»), están muy
cerca de mis vivencias.
Luego, porque, releído una y otra vez este libro, muestra el genio
y la originalidad de su autor, tan alejados ambos de la pedantería, el
aburrimiento o la vana erudición. Comprendo también ahora que
quizás esta obra hubiese necesitado de un complemento de notas o
informaciones secundarias, pero hemos preferido entregarlo tal
como su autor lo concibió, con su bella, vivaz y provocadora
desnudez. En fin, me satisface también ver la buena acogida que
esta versión ha tenido entre los lectores. Se cierra con ello para mí
ese triángulo de satisfacciones que, a veces, quizás muy pocas
veces, nos permiten gozar de una obra literaria en toda su plenitud.
A. C.
Agosto de 1996
STENDHAL
TODAS las obras de Stendhal tienen un carácter de máximo interés
y son de primera categoría. Incluso las menores están impregnadas
de su originalísima personalidad, que penetra poderosamente los
esquemas más rancios y, a simple vista, más infecundos. Los
Promenades dans Rome, por ejemplo, son la única «guía de viaje»
que tiene el rango de obra literaria maestra, y el De l’amour revela,
tras su lectura, su cualidad de alta literatura que lo sitúa muy por
encima de ese cúmulo de anécdotas y de reflexiones sobre el amor
que hubiera podido ser, y de las innumerables «physiologies» que
en aquellos años inundaron el mercado librero y a cuyas necedades
ni siquiera el genio de Balzac había podido reaccionar
convenientemente. Cuanto he dicho para estas dos obras vale
también para las consideradas como menores, que no nombro,
todas las cuales poseen un personalísimo acento y todas son,
humana y literariamente, valiosas.
Sin embargo, las dos obras maestras de Stendhal poseen
además una característica más: su carácter poliédrico, es decir, la
posibilidad de ser consideradas desde varios puntos de vista; señal
esta de las obras de absoluta primera categoría, que están
ensambladas de tal forma que logran presentarnos largas y variadas
perspectivas espirituales desde cualquier punto de vista que sean
observadas.
Le Rouge et le Noir y La Chartreuse pueden ser consideradas
como novelas históricas; quiero decir, se entiende, como novelas
que han llegado a ser históricas para nosotros, es decir, como la
completa objetivación de una época que sí, fue la contemporánea
del autor, pero que para nosotros se ha convertido en remota y sólo
perceptible a través del arte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario