jueves, 18 de mayo de 2023

GIUSEPPE TOMASI DI LAMPEDUSA STENDHAL. FRAGMENTO.




 Las reflexiones de Giuseppe Tomasi di Lampedusa sobre Stendhal

son fruto del ejercicio exigente y apasionado de la lectura. Este

breve y bellísimo ensayo nos proporciona el placer de ahondar en

los secretos de la obra de Stendhal, en una aproximación que

destaca los valores estéticos que emergen de la anécdota literaria.

Nos permite además contemplar a contraluz cómo la prosa límpida

de Lampedusa revela los acentos y los gestos, el sentido de la

elipsis, la penetración y la sutileza en el análisis de una escritura en

la que él mismo se reconoce, formulando así de paso la poética de

su propia obra.

PARA todos los amigos de Stendhal, las páginas que siguen serán

un verdadero deleite. Por un lado, encontraremos en ellas cuanto de

placentero y esencial probamos en este escritor a la vez desaliñado

y genial. Por otro lado, veremos clarificados magistralmente todos

aquellos aspectos de sus libros que nos resultaban oscuros, que no

acertábamos a comprender. Pero si además el que confirma y

clarifica nuestra pasión por la obra de Stendhal es otro escritor que

también se cuenta entre nuestros predilectos, miel sobre hojuelas.

Stendhal y Lampedusa pertenecen a esa raza de escritores

fidelísimos a su propia voz, casi secretos en su tiempo (recordemos

el prólogo de Giorgio Bassani a II Gatopardo, en el que se nos

recuerda que la intelectualidad italiana descubre casualmente a

Lampedusa en 1954, durante un encuentro de escritores en San

Pellegrino Terme); escritores que van a contracorriente porque al

expresar en soledad cuanto sus ánimos sienten no están «a tono»

con sus coetáneos, con la literatura que se hace en su tiempo. Ellos

viven intensamente, hacen Arte y lo expresan, pero no saben (o no

quieren saber) que el gusto literario se guía a su alrededor por

criterios de moda, por directrices impuestas.

Es también significativo que escriba sobre Stendhal —uno de los

más ciegos y apasionados amigos de Italia— un italiano; un italiano

de ese sur que (por expresarlo con las irónicas palabras del propio

Stendhal) c’est l’Empire des Tures, ese sur en el que l’ltalie est finie.

Es significativo que un escritor que amaba el estilo del Código Civil y

que pretendía odiara la poesía y a los poetas, sea iluminado por la

palabra de un lector del sur, por el autor de II Gattopardo.

Lampedusa se ha acercado a la obra de Stendhal con

reverencia, pero también con la altivez del que se sabe digno.

Lampedusa sabe que él no es Stendhal, que a veces no se explica

con genio en sus «lecciones», pero también sabe sacar a la luz, sin

compasión, las tretas y el cinismo de que el autor de Le Rouge et le

Noir se sirve para entramar sus deliciosas páginas. Lampedusa es

la antítesis del pedante erudito de turno, mas sabe dejarnos entrever

su cultura excepcional. En ningún caso se aproximará a los textos

de Stendhal para aburrirnos; sólo lo hará como un simple lector que

goza enormemente con las lecturas y relecturas de su escritor

favorito. Quizá Lampedusa no recuerda con certeza la página o el

capítulo que comenta, algo que naturalmente le perdonamos. Nos

basta, por el contrario, con que nos demuestre que es un

excepcional conocedor de la novela del siglo XIX (por subrayar uno

de sus más certeros saberes) o que sepa citar puntualmente a

Goethe o a Freud en alemán cuando el caso lo requiere. «Stendhal

—nos dice el escritor siciliano— ha logrado resumir una noche de

amor en un punto y coma». Y, luego, nos pone el ejemplo. ¿Cabe

una más preciosa y amorosa muestra de acierto y originalidad

crítica? Lampedusa nos devuelve con extremada sencillez el goce

de leer y de apreciar los libros en cuanto éstos tienen de placentero.

No hay en su exposición criterios dogmáticos, aunque en ningún

momento renuncié a sus propias razones de gusto. Poco le importa

al crítico que el autor haya entrado a saco en algunos de los autores

que le precedieron. (¿No lo hizo ya antes Shakespeare con

Plutarco?).

En consecuencia, lo importante es la transmutación (il felice

sortilegio) que se opera en sus textos y que es consustancial a todo

creador de genio. No es la armazón del libro, ni su tema, ni su

desarrollo, lo más importante; el genio se revela en ese halo peculiar

que tienen sus obras, en esa sensación de placer que despiertan

sus tramas y, en concreto, en La Cartuja de Parma, cuando

precisamente se nos habla en ella de cosas terribles; esa avidez

que se adueña de la mente del lector; ese mundo realísimo

transmutado por el sueño del poeta (sí, del poeta, diga lo que diga

Stendhal desde su tumba) que lo recrea.

Leyendo las páginas que siguen, no sólo conoceremos (y

amaremos) mejor la obra del francés. También podremos tener una

nueva visión de la propia y reducida obra de Lampedusa. Ahora

sabemos mejor por qué se decanta en II Gattopardo una obra

genial, un clásico de nuestros días; veremos por qué brota el áspero

tono de sus frases, la emocionada sobriedad de sus ambientes, el

certero e inolvidable perfil de sus personajes. El genio no brota de la

nada: sabemos muy bien de qué conocimientos y fidelidades nace

una obra maestra como la de Lampedusa.

En su afán de reflejar con gracia el genio de Stendhal,

Lampedusa ha escrito su libro con una libérrima y difícil agilidad. El

traductor leyó el texto, hizo su versión y, al releer ésta una y otra

vez, se encontró con que (como de costumbre) había sido un poco

«traidor». De aquí nace también la originalidad del libro. Hemos

trasladado el mensaje de Lampedusa, pero no hemos tenido más

remedio que revolotear sobre algunas de sus más aladas

expresiones. La lengua que se traduce no es la misma —ni lo será

nunca— que resulta de la traducción. Por eso, nos ceñimos a

parafrasear a Lampedusa para decir que tampoco nosotros

disponemos de su genio. (Él tiene el buen gusto y la pillería de citar

siempre a Stendhal en francés). Estamos, pues, ante un libro

inteligente y delicioso, tan alejado —como todos los libros

inteligentes y deliciosos que en la historia de la literatura universal

han sido— del dogmatismo de los géneros, como de las férreas

imposiciones del gusto. Un sabio y apasionado lector toma allá en el

secreto sur de Sicilia uno de sus libros favoritos del estante de su

biblioteca y lo entreabre al azar. Luego, toma dos o tres notas

ligeras, inconscientemente, atendiendo a lo que sólo conmueve su

ánimo. Más tarde, lo deja y escoge otro libro. Está sintonizando, sin

más, con el escritor. Está captando toda la vida que hay en el sueño

de unas páginas, está imantando todo el sueño que hay en la vida

de un autor irrepetible.

ANTONIO COLINAS

Septiembre de 1988

NOTA A LA PRESENTE EDICIÓN

SÓLO unas palabras para mostrar la satisfacción que me produce

ver reeditado el libro que Lampedusa escribiera sobre Stendhal. Las

traducciones nos producen siempre preocupación y desasosiego,

pero de algunas de ellas nos sentimos especialmente satisfechos.

Así ocurre con la presente, la cual, más allá de sus posibles

imperfecciones, ha despertado en el que la hizo una triple

satisfacción. En primer lugar, porque el traductor (que también es

lector y, a veces, tiene sus predilecciones) se ha ocupado, en este

caso, de Lampedusa y de Stendhal, dos de los escritores que más

admira y que más unidos van a su sensibilidad. Como el autor de La

Chartreuse, me tengo modestamente por milanese de adopción y

algunos de los muchos parajes que él evocara (Milán y sus calles,

los lagos de los prealpi, la ruta hacia Bérgamo, aquella que según él

cruzaba entonces «la región más bella del mundo»), están muy

cerca de mis vivencias.

Luego, porque, releído una y otra vez este libro, muestra el genio

y la originalidad de su autor, tan alejados ambos de la pedantería, el

aburrimiento o la vana erudición. Comprendo también ahora que

quizás esta obra hubiese necesitado de un complemento de notas o

informaciones secundarias, pero hemos preferido entregarlo tal

como su autor lo concibió, con su bella, vivaz y provocadora

desnudez. En fin, me satisface también ver la buena acogida que

esta versión ha tenido entre los lectores. Se cierra con ello para mí

ese triángulo de satisfacciones que, a veces, quizás muy pocas

veces, nos permiten gozar de una obra literaria en toda su plenitud.

A. C.

Agosto de 1996

STENDHAL

TODAS las obras de Stendhal tienen un carácter de máximo interés

y son de primera categoría. Incluso las menores están impregnadas

de su originalísima personalidad, que penetra poderosamente los

esquemas más rancios y, a simple vista, más infecundos. Los

Promenades dans Rome, por ejemplo, son la única «guía de viaje»

que tiene el rango de obra literaria maestra, y el De l’amour revela,

tras su lectura, su cualidad de alta literatura que lo sitúa muy por

encima de ese cúmulo de anécdotas y de reflexiones sobre el amor

que hubiera podido ser, y de las innumerables «physiologies» que

en aquellos años inundaron el mercado librero y a cuyas necedades

ni siquiera el genio de Balzac había podido reaccionar

convenientemente. Cuanto he dicho para estas dos obras vale

también para las consideradas como menores, que no nombro,

todas las cuales poseen un personalísimo acento y todas son,

humana y literariamente, valiosas.

Sin embargo, las dos obras maestras de Stendhal poseen

además una característica más: su carácter poliédrico, es decir, la

posibilidad de ser consideradas desde varios puntos de vista; señal

esta de las obras de absoluta primera categoría, que están

ensambladas de tal forma que logran presentarnos largas y variadas

perspectivas espirituales desde cualquier punto de vista que sean

observadas.

Le Rouge et le Noir y La Chartreuse pueden ser consideradas

como novelas históricas; quiero decir, se entiende, como novelas

que han llegado a ser históricas para nosotros, es decir, como la

completa objetivación de una época que sí, fue la contemporánea

del autor, pero que para nosotros se ha convertido en remota y sólo

perceptible a través del arte.

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