jueves, 27 de abril de 2023

Juan Perucho Las Aventuras del Caballero Kosmas

 



Juan Perucho

Las Aventuras

del

Caballero Kosmas

1 Ju a n P e r u cho - La s Av e n t u r a s de l Cab a l l e r o Ko sma s

Primera Parte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4

Segunda Parte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24

Tercera Parte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46

Cuarta Parte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66

Ju a n P e r u cho - La s Av e n t u r a s de l Cab a l l e r o Ko sma s 2

Título Original:

“Les Aventures del

Cavaller Kosmas”

Premi Ramon Llull 1981

A la memoria de Álvaro Cunqueiro

Me ocupaba de las finanzas públicas.

Cronografía

MIGUEL PSELLOS

Somos unos locos. Nos creemos

indestructibles, pero la Muerte se acerca en

silencio.

Epistolario

SAN BRAULIO DE ZARAGOZA

Fuerza de coraje y lealtad tienen parentesco.

Libro de mil proverbios

RAMÓN LLULL

3 Ju a n P e r u cho - La s Av e n t u r a s de l Cab a l l e r o Ko sma s

Primera Parte

I

Kosmas era uno de los bizantinos llegados últimamente desde Mallorca con las naves

militares de Liberio. Desde la ventana veía las calles repletas de gente y, más allá, la plaza de los

Oradores invadida en aquella hora de la mañana por los tenderetes del mercado de especias

singularmente interesante por el nuevo mecanismo tributario y la rápida exacción que permitía,

incluso desde las inseguras fronteras de los godos. Cartagena (o «Cartago Nova», como decían

todavía las lápidas de las puertas de Oriente, a pesar de la restauración de Liberio) se derramaba

con morosidad hacia el puerto, de un valor estratégico incalculable, según afirmación de los

entendidos. Las naves surcaban el agua azul de la mar y las gaviotas chillaban obstinadamente.

Contempló con atención unos geranios florecidos en unos tiestos de la terraza, y que apenas

ahora cambiaban (una mutación silenciosa) de color y de tamaño ya que del violento rojo

primigenio pasaban, con brusca graduación, a un amarillo desvaído mientras crecían de manera

perceptible. La mutación era rápida pero no tanto como la que, años atrás, siendo funcionario

cualificado en Hipona, población tan estrechamente ligada a san Agustín, pudo contemplar en la

oficina de recaudación de impuestos en cuyo jardín mutaban simultánea y vertiginosamente

extensas gamas florales que iban de la rosa al ciclamen y de la hortensia a la exótica orquídea.

Recordó unas frases agustinianas que aprendió de memoria en su infancia, cuando Florentina, la

dulce niñera copta, se las enseñaba bajo el magnolio del huerto paterno, después de repasar la

Didakhé. San Agustín decía: «Vuestro es Señor todo aquello que es bueno. Vos mandáis que os

amemos. Dadnos lo que nos enviáis y enviadnos lo que os plazca.» O como proclamaba la

liturgia romana de la misa: «Suscepimus, Deus, misericordiam tuam in medio templi tui;

secundum nomen tuum Deus» («Introito», Domingo 8.º después de Pentecostés).

Detrás de él se produjo un chirrido y, al girarse, Kosmas vio como Macario, el autómata que

llevaba la contabilidad, se inclinaba peligrosamente sobre el escritorio. Lo enderezó con mucho

cuidado y le puso unas gotas de aceite de girasol en las junturas de los codos, que era por donde

más se estropeaba a causa del continuo roce que debía soportar. Echó una ojeada a las

operaciones numéricas y a las diversas partidas de los asientos y comprobó la regularidad de las

sumas y de las restas. Eran correctas.

Más hacia el fondo, Arquímedes I, de mecanismo menos complicado, se afanaba

distribuyendo en largos pupitres de ónice, montones de monedas según fuesen de oro, de plata o

de cobre y, también, según fuesen únicamente de curso local o provincial, o válidas para todos

los territorios del Imperio. En el primer caso, al que correspondían la mayoría de las monedas,

además de los signos cristianos llevaban grabada la inscripción «Spania». En caso de duda, se

golpeaban las monedas sobre el ónice para comprobar el sonido. Arquímedes I acercaba

delicadamente la oreja y, después de contadas, eran guardadas en bolsitas por Arquímedes II,

autómata de rango inferior, aunque extremadamente amable y servicial, que cuidaba de las

arcas. Los autómatas eran prudentes. No obstante su responsabilidad no estaba resuelta y era un

enigma tanto desde el punto de vista civil como penal. Las Pandectas o Digesto no decían

absolutamente nada sobre el tema.

Kosmas recaudaba todos los tributos de la provincia, que era extensa, a pesar de los

continuos ataques del reino visigodo. El sistema impositivo era idéntico, tanto para los

contribuyentes de ascendencia germánica como para los de origen romano, o sea

hispanorromanos. En esto se ceñía estrictamente a las instrucciones de su tío Basilio, gran

estratega del Imperio, le había dado en Constantinopla y que habían sido corroboradas más tarde

por el logoteta del Tesoro Público, el cual, después de comer un opulento higo de la bandeja que

Ju a n P e r u cho - La s Av e n t u r a s de l Cab a l l e r o Ko sma s 4

tenía enfrente, le expuso el plan general de la recaudación elaborado para el país donde lo

enviaban, con la seguridad de que dicho plan sería, desarrollado con inteligencia y eficacia por

Kosmas, distinguido especialista en finanzas y hábil depredador de saqueables patrimonios

particulares. El ministro eructó ampliamente y, después de tragarse otro higo de la bandeja, le

recomendó displicentemente que fuera al fondo de la cuestión (la cuestión del cobro) ya que

podía tener completa seguridad en la ayuda de la organización administrativa y en la impunidad

que le otorgaba el aparato jurídico. Mientras decía estas palabras, se filtraban por debajo de la

puerta las melodías de los flautistas y la cadencia de las bailarinas hebreas.

Al llegar a este punto, el recaudador bizantino hizo sonar una campanilla a cuyo sonido

apareció un gracioso sirviente adolescente, hijo de la portera principal, llamado Ugernum. Venía

acompañado por un buitre amaestrado, ya en plena domesticidad. El buitre cantó una tonada

griega, aquella que fue la preferida de la princesa Lyscaris, prima y compañera de Kosmas:

Ten, amor, el arco quedo,

que soy niña y tengo miedo.

Dicen que amor ha vencido

a las deidades mayores,

y que de sus pasadores

cielo y tierra está ofendido;

y habiendo aquesto sabido,

no es mucho temer su enredo,

que soy niña y tengo miedo.

Unos dicen el estrago

que en Tisbe y Píramo hiciste;

otros cuán ingrato fuiste

con la reina de Cartago;

y viendo que das tal pago

atemorizada quedo,

que soy niña y tengo miedo.

Kosmas, un poco emocionado, asintió satisfecho y, en aquel momento, con voz educada dijo:

–Hablemos ahora de las delaciones (caso de que las haya) de los herejes y traidores

principales. Que entre Midas.

Entró un sofista vestido de negro, luciendo un pectoral de bronce con la cruz esvástica y se

inclinó ceremoniosamente, con reverencia.

–Afortunadamente, hoy no hay delaciones, señor porque la policía del magister (lo digo

empleando la fórmula romana) ha obrado y sigue obrando con astuta diligencia en todo lo que se

refiere naturalmente a espías y traidores del fisco. En cuanto a la herejía, ésta es más insidiosa y

se esconde en los documentos, como vos sabéis perfectamente. Parece que, aparte de los

arrianos, hay algún brote de las nefastas doctrinas de aquel loco llamado Prisciliano que fue, en

su momento, debidamente decapitado. Os traigo la fórmula de una bendición a los fieles que

acabo de descubrir.

El sofista entregó a Kosmas el siguiente documento: «Padre Santo Dios todopoderoso que

constituyendo el templo de tu gracia multiforme y el tabernáculo de la iglesia creada sobre Ti

extendiendo las medidas de gloria inmensurable enseñaste por medio de Cristo que sólo en Ti se

asienta la plenitud del invisible porque el Padre debe al hijo en la obra del Espíritu Santo.»

Se hizo una pausa. Midas miraba a Kosmas.

–Efectivamente –dijo éste–. He ahí un fragmento del Tratado Noveno de Prisciliano sin

puntuar. Realmente abominable. Herético.

Los autómatas se detuvieron atónitos, en silencio. Por la ventana subió un aroma de incienso

o de sarmientos quemados.

Ju a n P e r u cho - La s Av e n t u r a s de 5 l Cab a l l e r o Ko sma s



LAS AVENTURAS DEL CABALLERO KOSMAS Tapa blanda – 1 enero 1981

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