jueves, 15 de diciembre de 2022

Paprika Johnson Y Otros Relatos. BARNES DJUNA. PRÓLOGO.




Djuna Barnes, a pesar de ser admirada por autores de la talla de

James Joyce, T. S. Eliot, Carson McCullers o Anaïs Nin, cayó en el

olvido al ser opacada por los hombres de su generación, «la

generación perdida». Sin embargo, el paso del tiempo ha puesto de

manifiesto no solo su imprescindible contribución a la literatura

modernista, sino también al feminismo, la sexualidad y la moralidad

de un país cambiante que Barnes tuvo que dejar atrás para lograr la

libertad que tanto ansiaba en su vida y en su creación artística.

Barnes desafió las convenciones literarias y sociales, como

muestran los relatos de esta antología, muchos de los cuales tienen

como protagonistas a distintas mujeres que encarnan un nuevo

mundo femenino. Su estilo característico y el brillante ingenio para la

metáfora que protagonizaron su obra a lo largo de su vida están ya

presentes en estos relatos de juventud que retratan la bohemia de

Greenwich Village de principios del siglo XX y que Barnes publicó

por primera vez en distintas revistas y periódicos. En este libro

pueden sentirse las ganas de vivir de una joven dispuesta a

comerse al mundo, al mismo tiempo que lo observa con

detenimiento desde una mentalidad de otro siglo, desde el futuro.

Greenwich Village, kilómetro cero

«No dejaremos de explorar

y el _n de nuestra exploración

será encontrar el punto de partida y

conocer el lugar por primera vez».

Cuatro cuartetos, T. S. ELIOT

En una época el nombre de Djuna Barnes era sinónimo de París,

literatura descarnada, amores tempestuosos y noches eternas de

jazz y alcohol. Pero Barnes no nació en la Rive Gauche, sino que

creció en Long Island educada por su abuela, escritora y sufragista,

y por su padre, un artista fracasado defensor acérrimo de la

poligamia que había decidido aislarse de un mundo que no parecía

reconocer su valía. Sin embargo, a Djuna no le hizo falta recorrer

demasiados kilómetros para encontrar una nueva vida alejada de

ese pequeño pueblo que la asfixiaba y en el que sufrió uno de los

capítulos más terribles de su existencia, su violación por parte de un

vecino, afirma la rumorología, sin que su propio padre se opusiera.

En Nueva York, tomó contacto con el Pratt Institute de Brooklyn y

con The Art Students League de Manhattan y, sobre todo, formó

parte del colectivo de artistas Provincetown Players, que era

considerada la compañía más innovadora del teatro

estadounidense, que impulsó la carrera de dramaturgos como

Eugene O’Neill y Susan Glaspell. Allí Djuna Barnes encontró un

espacio único en el que se valoraba la producción artística de las

mujeres y se desafiaba el status quo de Broadway. En la temporada

1919-1920, denominada como «la temporada de la juventud»,

Barnes estrenó tres de sus obras junto a autores como el mismo

O’Neill, Edna St. Vincent Millay y Wallace Stevens. Por entonces, ya

era conocida por sus artículos en The Brooklyn Daily Eagle, que

contaban con ilustraciones suyas, y que le abrieron las puertas de

otras muchas publicaciones como The New York Press, The World y

McCall’s. En sus artículos de esa época puede encontrarse una voz

ya experimental y desafiante.

En 1915 publicó su primera obra, El libro de las mujeres

repulsivas, una antología de ocho poemas decadentistas, en la que,

a través de un marcado sarcasmo llevado al absurdo, incluyó un

innovador discurso feminista y descripciones exhaustivas sobre el

cuerpo y la sexualidad de la mujer. A pesar de su importancia,

Barnes acabó renegando de este libro llegando a quemar

numerosos ejemplares.

Los relatos de este libro forman parte de esa primera época de

emancipación y experimentación, y tal vez debido a esa deuda vital

pasó en esas mismas calles del Village la última etapa de su vida.

No existe una Djuna neoyorquina y una Djuna parisina. En Paprika

Johnson y otros relatos también está el rastro de la autora de El

bosque de la noche. En sus páginas podemos encontrar Greenwich

Village pero también tiene lugar un regreso al campo en el que

creció, un reencuentro con seres absolutamente primarios alejados

de la sofisticación neoyorquina o europea. Personajes con instintos

casi animales que buscan el olor de la tierra. Ella misma nació en

una pequeña choza en la ladera de una montaña. Esta también es

Djuna Barnes.

Los relatos aquí reunidos están protagonizados por mujeres

fuertes, como Paprika Johnson, Madame o las hermanas Una y

Lena, mujeres que, como ella, eran juzgadas de manera implacable

por la moralidad imperante. Pero hay también espacio para los

hombres, y sorprende la agudeza con la que Barnes puede retratar

el dolor de un padre o de un amante. Estos cuentos son a su

manera la guía de juventud de Djuna para sobrevivir en un mundo

«moderno», una guía en la que no duda en colocar a sus personajes

al borde del abismo, donde ella se encontraría tantas veces.

Muchos han querido ver en Djuna una suerte de Virginia Woolf,

pero no podían ser más distintas. No se puede entender a Virginia

Woolf sin la influencia del grupo Bloomsbury o el apoyo de su

marido, Leonard. Sin embargo, Djuna fue siempre un ser solitario, a

pesar de sus grandes pasiones. Woolf suavizó las tramas sexuales,

mientras que Barnes fue una de las primeras en narrar sin matices

ni autocensuras una pasión lésbica.

Greenwich Village, el corazón de la bohemia estadounidense, se

puso a los pies de esa joven extraña llegada de Cornwall-on-

Hudson. Pero los sueños de Djuna pronto viajaron lejos de Nueva

York. París ya era entonces la capital del modernismo en el arte y la

literatura, y allí se habían desplazado pintores, fotógrafos y

escritores en busca de una libertad creativa y personal hasta

entonces desconocida. Es cierto que Greenwich Village era un oasis

en un país temeroso de dios y de la opinión del prójimo, pero Djuna

había crecido en un ambiente que defendía el amor libre, y su

familia conocía su bisexualidad desde el final de su adolescencia.

Finalmente, el Village se convirtió en un nuevo pueblo en el que

todos la juzgaban con mayor o menor acierto.

En 1920 fue enviada a París por la revista McCall’s con el

encargo de entrevistar a miembros de la «generación perdida», de

la que ella misma formó parte más adelante. Allí conoció a uno de

sus grandes amigos, James Joyce, quien la reafirmó en su deseo de

experimentar con el lenguaje, la metáfora y el subconsciente. Tras

leer Ulises, Barnes afirmó que nunca más se vería capacitada de

escribir una línea. Sin embargo, el foco de su narrativa difería. Joyce

buscaba convertir en extraordinario lo común, lo anodino; mientras

Barnes, derivado de su constante atracción por el abismo, buscaba

lo opaco, lo grotesco incluso.

En 1928, además de su aclamada novela Ryder, publicó El

almanaque de las mujeres, un roman à clef que describía un círculo

social lésbico que tomaba como centro el salón literario de Natalie

Clifford Barney. De nuevo, Barnes dio rienda suelta a la sátira a

través de un lenguaje oscuro. En dicho libro se pueden reconocer a

personajes claves del París de aquellos años como Alice Toklas o

Gertrude Stein. Tal vez por lo descarnado de su retrato, en un

principio publicó el libro de forma anónima, aunque se jactaba al

final de su vida de haber vendido ejemplares «pateando las calles

parisinas». Solo años después reconoció lo que era un secreto a

voces, tras esa obra irreverente estaba, cómo no, la pluma mordaz e

implacable de Djuna Barnes.

París le dio a Djuna sus mejores años, allí se creó el mito de la

que, como ella misma decía, era «la escritora desconocida más

famosa del mundo», y también le dio la mayor pasión de su vida, la

escultora Thelma Wood, protagonista de su gran novela, El bosque

de la noche, que contó con prólogo de T. S. Eliot, quien, además,

ayudó a Barnes a acortar el texto para que pudiera ser aprobado por

la censura. En su prólogo, Eliot afirmaba que pretendía «dejar al

lector en disposición de descubrir la excelencia de un estilo, la

belleza de la frase, la brillantez del ingenio y de la caracterización y

un sentido del horror y de la fatalidad digno de la tragedia

isabelina».

La constante innovación en su estilo en El bosque de la noche va

acompañada de una inmersión dolorosa en sus personajes. Eliot

afirmaba: «Las penas que sufren las personas por sus particulares

anormalidades de temperamento son visibles en la superficie: el

significado más profundo es que la desgracia y la esclavitud

humanas son universales». Dylan Thomas, admirador de la prosa

de Barnes, repetía que esta no era una prosa fatua «porque trata de

lo que algunos seres humanos sienten, piensan y hacen». Djuna

trazó en ese libro un mapa hacia un oscuro bosque lleno de dolor y,

aunque no lo pareciera, de profundo realismo, no apto para todos

los lectores.

A pesar de las alabanzas de la crítica y de otros escritores, la

obra no encontró el favor del público. Este fracaso comercial

agudizó su alcoholismo y las crisis depresivas que sufría tras su

ruptura con Thelma Wood, a pesar de que a ojos de todos seguía

disfrutando de la electrizante vida parisina, acompañada de artistas

como Charles Chaplin, Marcel Duchamp y un joven Samuel Beckett,

de las fiestas en la mansión inglesa de Peggy Guggenheim y de sus

viajes al norte de África. Tras un intento de suicidio en un hotel

londinense en 1939, su gran amiga y protectora, Peggy

Guggenheim, la embarcó rumbo a Nueva York. Al llegar a la ciudad

veinte años después, Barnes regresó al Village, y allí durante cuatro

décadas abandonó el alcohol y se entregó a la poesía. Sin embargo,

su producción literaria pareció haberse detenido en el viejo

continente. En su pequeño apartamento la rodeaban infinitos

papeles, piezas inconclusas en recibos, tarjetas de visitas, viejos

periódicos.

Djuna Barnes se sintió opacada por los hombres de su

generación, «la generación perdida». De nada sirvieron las súplicas

de admiradoras como Carson McCullers o Anaïs Nin, a quienes

nunca quiso recibir, ni de nada tampoco sirvieron los pequeños

homenajes de los neoyorquinos. Llegó incluso a exigir bajo

amenazas que retiraran su nombre a una pequeña librería.

Las décadas pasan por Nueva York, pero su leyenda sigue

siendo la misma. Una ciudad implacable con sus habitantes, a los

que abandona en la soledad y en la locura. Muchos dicen recordar a

Djuna Barnes gritándose a sí misma a través de las ventanas de su

casa.

Tras su muerte, en 1982, T. S. Eliot siguió velando por su

memoria, y consiguió que se publicara su última obra, la pieza

teatral La antífona, en la que Barnes relata su propia violación. Solo

el paso del tiempo ha recompensado a Djuna como merecía

reconociendo no solo su imprescindible contribución a la literatura

modernista, sino también al feminismo, la sexualidad y la moralidad

de un país cambiante que Barnes tuvo que dejar atrás para lograr la

libertad que tanto ansiaba en su vida y en su creación artística.

Qué habría dicho la Barnes («The Barnes», como a ella le

gustaba que la llamaran), que tanto luchó contra las convenciones

sociales, al ver que su obituario en The New York Times sobre todo

resaltaba que vivía sola en un minúsculo apartamento de una

habitación en Greenwich Village y que la sobrevivían, no su obra,

sino tan solo «un hermano, Saxton, de Bethlehem, Pennsilvania, y

dos hermanastros, Duane y Muriel, ambos de Philadelphia».

Pero ningún obituario anticuado puede borrar el alma de la

verdadera Djuna Barnes. En este libro podemos sentir las ganas de

vivir de una joven dispuesta a comerse al mundo, al mismo tiempo

que lo observa con detenimiento desde una mentalidad de otro

siglo, desde el futuro. Aun así, veinte años después de su exilio,

como anunciaba T. S. Eliot, Djuna regresó «al punto de partida y a

conocer el lugar por primera vez». Regresó al territorio de estos

relatos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

Disminuido en mi cuerpo... Fragmento. Novela. Inédita. LA CONFESIÓN.

  " Disminuido en mi cuerpo y ayudado por el chófer y mi segundo doctor me introduzco  de nuevo – y como lo hice 5 días atrás – en el R...

Páginas