viernes, 9 de diciembre de 2022

Dominique Urvoy Averroes Las ambiciones de un intelectual musulmán. (FRAGMENTO)




 Dominique Urvoy

Averroes

Las ambiciones

de un intelectual musulmán

El libro de bolsillo

Historia

Alianza Editorial

T ítulo orig ina l; Averroes,

T r a d u c t o r : Delfina Serrano Ruano

Diseño de cubierta; Alianza Editorial

Ilustración: Averroes. Capilla de los españoles (detalle). Iglesia de Santa

María Nóvella. Florencia (Italia),

Fotografía: ORONOZ .

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley,

que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones

por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren

o comunicaren públicamente, en lodo o en parte, una obra literaria, artística

o científico, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en

cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio,.sin la preceptiva

autorización.

© Flammarlon, 1998

© De la traducción; Delfina Serrano Ruano, 1998

© Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1998

Calle Juan Ignacio Lucade Tena, 15;

2S027 Madrid; teléfono 91 393 88 88

ISBN: 84-206-3522-7 ■

Depósito legal: M. 45.744-1998

Impreso en Closas-Orcoyen S. L.

Pol. Ind. Igarsa. Paracuellos de Jarama, (Madrid)

Printed in Spain

Uxori dilectissimae

Para la mayor parte de los personajes y términos específicos se dan

referencias en el texto. Sin embargo, algunos de ellos remiten a un

panorama demasiado amplio como para poder darles en la narración

el desarrollo que merecen; por ello, han sido objeto de una

nota en el glosario situado al final del libro.

Prefacio

Una figura mítica y desconocida

Pocos autores han visto su personalidad tan ignorada en beneficio

de sus escritos como Averroes. Sin duda, el papel de

comentador de los autores griegos, que él desempeñó con

convicción, ha influido en este sentido. En el mundo árabe,

los escasos escritores antiguos que le citan como pensador

sólo le conocían -con una excepción mu y notable' - bajo ese

aspecto. En el mundo occidental, por el contrario, su renombre

como filósofo es tal, que se creó el neologismo «averrofstas

» para designar no solamente a aquellos que reconocen

seguirle, sino también a los autores que se contentan con servirse

de él. En este último caso, sin embargo, la consecuencia

no ha sido distinta: ia de que el personaje haya sido relegado

a un pasado indeterminado.

En efecto, durante mucho tiempo, Averroes y Aristóteles

fueron clasificados con la misma etiqueta de «antiguos», sin

tener en cuenta ni los dieciséis siglos que separan el siglo iv

a. C. del xii d. C-, ni la gran diferencia existente entre la civilización

de la Grecia antigua y la de la España musulmana

{llamada ai-Andalus en árabe). Por otra parte, tal confusión

no ha desaparecido totalmente. La imagen de un Averroes

«redescubridor de Aristóteles» que cultivan periodistas y cineastas

da la impresión de una brusca compresión del tiempo,

donde las distancias cronológicas y culturales quedan

como encerradas entre paréntesis por esta exhumación

de un texto olvidado. Ahora bien, eso no tiene sentido,

pues Aristóteles era ya muy conocido por los árabes en el

siglo viii y se había convertido rápidamente en «el primer

maestro» de una escuela que, bajo la denominación de fabafa,

no hacía más que retomar, arabizándolo, el nombre griego

de philosophia. Averroes no «redescubrió» a Aristóteles,

sino que lo enfocó de forma completamente diferente a

como lo habían hecho sus predecesores.

Es, por tanto, el espíritu particular con que nuestro autor

andalusí consideró a los pensadores griegos lo que debe llamar

la atención; lo que nos remite a sus opciones intelectuales,

a sus motivaciones ideológicas y a lo que, en el contexto

de su tiempo, pudo influir sobre ellas.

Pero no es solamente contra el espíritu antihistórico de la

Edad Media y de ios inicios de la Época Moderna contra lo

que hay que reaccionar. El siglo xix, que situó la disciplina

de la Historia en el centro de sus preocupaciones, no se encuentra

por ello exento de errores graves. En esa época, en

efecto, al mismo tiempo que se reemplazó el término «averroísta

» por otro neologismo, el de «averroismo», que supone

la existencia de una unidad de perspectiva entre todos los

considerados averroístas -lo cual se halla lejos de estar probado-

se confinó a nuestro autor árabe en un debate, presentado

como un combate, entre filosofía y religión. En la

primera versión de su tesis, Averroes et Vaverroisme, publicada

en 1852, Ernest Renán, sin conocer más que las obras

aristotélicas de Averroes, basó su análisis en un corpits limitado,

constituido por textos tradicionalmente estudiados en

Occidente. Por esto, el «averroismo», movimiento propio de

tas universidades europeas de la Baja Edad Media y del Renacimiento,

constituyó, más que su epónimo -el pensador

árabe-, el objeto de su interés y Renán se vio tentado de proyectar

sobre la civilización de este último los juicios que formuló

sobre la historia intelectual de Occidente.

Poco después, el arabista alemán Müller publicó los textos

teológicos personales de Averroes, y otro semitista,

Munk, aportó las indicaciones históricas que permitieron

proyectar nueva luz sobre los escritos de Averroes. En la segunda

versión de su libro Renán mencionó esos trabajos,

pero no modificó en nada sus conclusiones iniciales.

Más tarde, se llevó a cabo un enorme trabajo de publicación

de textos en lengua original -en la medida de lo posible-

o al menos en traducciones fiables, y de trabajos con

perspectiva histórica, pese a lo cual la figura de Averroes

sigue siendo objeto de discusiones y reivindicaciones partidistas.

Aún hoy en día, subsisten defensores del Averroescomentador

que se lamentan de que se haya concedido demasiada

importancia a los textos teológicos de este autor, e

islamólogos que sólo examinan estos uhimos y que se preguntan

cándidamente si «Averroes era verdaderamente musulmán

», por no hablar de las múltiples afiliaciones que tienen

lugar en el seno de tal o cual clan ideológico dei islam

contemporáneo.

De la biografía como empresa arquitectónica

«La biografía es como un andamiaje levantado para la construcción

de un monumento. Una vez culminado éste, se retira

el andamiaje y solamente queda lo que es interesante; a

saber, la obra», decía Geoiges Dumézil- Más que un andamiaje

destinado a ser suprimido, ¿no se sitúa la biografía entre

los parámetros que el arquitecto debe tener en cuenta:

objetivo del encargo, consistencia de los materiales disponibles,

resistencia del suelo, capacidad del propio arquitecto,

etc.? Tenerlos en cuenta no suple la contemplación del edificio,

sino que permite comprender la naturaleza y la organización

del mismo.

Es a la biografía intelectual a la que han sido consagradas

las páginas que siguen. La vida misma de Averroes sólo se

conoce por fragmentos, y lo que se sabe no resulta en modo

alguno pintoresco. Por otra parte, sería ilusorio creer que un

autor musulmán ha de ser necesariamente «exótico». Las

peripecias de su vida no fueron en absoluto novelescas ni invitan

a la evasión soñadora. Las referencias sobre las que llamaremos

la atención se hal Ian desprovistas de todo carácter

romántico. No puede hablarse de Averroes como Washington

Irving o Chateaubriand hablaron de las últimas dinastías

de la Granada islámica.

En nuestro caso, hemos pretendido enriquecer las escasas

indicaciones de los biógrafos y de los cronistas con todos los

complementos exteriores de los que disponíamos: la descripción

de la época, de las vicisitudes políticas y de las tensiones

ideológicas, de las características de los medios sociales,

profesionales o políticos en los que evolucionó nuestro

personaje; en fin, de los movimientos de ideas a los que se

adhirió o que, por el contrario, combatió. Para ello, de vez en

cuando tendremos necesariamente que retroceder en el

tiempo, pues en el islam el peso del pasado, y más exactamente

de los orígenes, es mucho mayor que en Occidente.

Por todas estas razones he elegido denominar a Averroes

un intelectual musulmán. Por supuesto, el término «intelectual

» es una noción occidental, forjada recientemente, ya

que su acepción sociológica aparece con el affaire D rey fus.

Pero por su «contenido combativo» tiene la ventaja de definir

no tanto una categoría existente cuanto un grupo que aspira

a hacerse reconocer. En un libro célebre, Jacques Le Goff

parecía pensar que la Edad Media latina había concedido ya

un estatuto social al intelectual. Si él escogió este término,

decía, «no era el resultado de una elección arbitraria. Entre

tantos nombres: sabios, doctos, clérigos, pensadores [la terminología

del mundo del pensamiento siempre ha sido

vaga], el término intelectual designa un medio de contornos

bien delimitados: el de los maestros de las escuelas. Se anunció

en la alta Edad Media, se desarrolló en las escuelas urbanas

del siglo xii y se extendió a partir del xin en las universidades,

englobando a aquellos que tienen el oficio de pensar y

de enseñar su pensamiento»2. Pero reconoció enseguida que

fue a posteriori cuando esta clase se distinguió y cuando los

que pertenecían a ella tuvieron dificultades para ponerse de

acuerdo en una denominación que fijara claramente su

orientación. De forma significativa, Le Goff se detiene en el

término elegido por el primer gran «averroísta», Siger de

Brabante, philosophus, que el historiador declaró preferir al

de «clérigo», generalmente admitido entonces, pero no obstante

«equivocado». ¿No es cierto que llegó a afirmar que

«fue en el medio averroísta de la Facultad de Artes [de París]

donde se elaboró el ideal más riguroso del intelectual?3»

Silos averroístas latinos, que constituyen la mejor ilustración

del intelectual, difícilmente son reconocidos como tales,

la dificultad se incrementa aún más si nos referimos al

entorno musulmán de Averroes. Incluso la lengua árabe

moderna no dispone de un vocablo para designar exactamente

al intelectual. En el mejor de los casos, se habla de la

clase cultivada (al-tabaqa al-mutaqqafa). Pero si se quiere

pasar del adjetivo al sustantivo se retoma la fórmula de la

lengua clásica: el letrado (adib). Ahora bien, tal expresión no

conviene a nuestro autor, que experimentó por ella la misma

aversión que Siger de Brabante por «clérigo». A menudo,

Averroes, para referirse colectivamente a la categoría de la

gente cultivada, de la que esperaba un esfuerzo filosófico,

empleó el término corriente de sabio (h u k am á sing.

hakím), que sería ei más próximo al philosophus de Siger.

Pero eso no le parecía suficientemente explícito y, según los

contextos, recurrió a otros vocablos.

La fórmula más próxima a «sabios» sería «gente de la

prueba» (ahí al-burhán). Sin embargo, sigue siendo ambigua

» pues puede designar tanto a los que son capaces de buscar

la prueba a través de la argumentación, a lo cual aspiraba

Averroes, como a los que pretenden disponer de la prueba absoluta,

establecida por el Corán (XII, 24) en la «manifestación

» de Dios, lo cual designaría entonces a sus enemigos

teológicos. Asimismo, buscó otras expresiones, pero fue

como salir de Málaga para entrar en Malagón; sólo en la

obra conocida como su manifiesto doctrinal, El discurso decisivo

sobre el acuerdo entre la religión y la filosofía, vemos

aparecer varios términos que tienen todos el inconveniente

de haberse cargado, a lo largo de la historia del islam, de un

sentido religioso, incluso místico, cuando no sectario: la

«gente de la verdad» (ahí al-haqq), «el que sabe» {al-carif), el

«gnóstico» (al-‘árifbi-Lláh)...*

Averroes cayó, por tanto, en la trampa del lenguaje y sus

convenciones. Sus esfuerzos por definir al grupo de personas

que, a la vez, saben de una cierta ciencia, de orden divino,

pero que proceden por argumentación, pecan de fórmula

ambigua y estereotipada, no satisfaciéndole ni a él ni a sus

interlocutores. De todas formas, tales esfuerzos fueron innegables

y, en la medida en que prepararon una aportación

cultural considerable para la modernidad, nos corresponde

tratar de sacarlos a la luz.

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