viernes, 25 de noviembre de 2022

Thomas Ligotti La conspiración contra la especie humana Un artificio de horror. (FRAGMENTO).

 


           

Considerado unánimemente como uno de los autores más relevantes dentro de la literatura de terror contemporánea, heredero y renovador de la obra de los grandes maestros del género, E. A. Poe y H. P. Lovecraft, Thomas Ligotti sorprendió a críticos y lectores con la publicación en 2010 de su primer ensayo, que llevaba el impactante título de La conspiración contra la especie humana, título de un libro imaginario que se menciona en su relato The Shadow, The Darkness.

«Esta obra plantea lo que acaso sea el reto más firme lanzado hasta la fecha contra el chantaje intelectual que quiere obligarnos a estar eternamente agradecidos por un don que nunca solicitamos: la vida», comenta Ray Brassier en el prólogo. Thomas Ligotti rinde homenaje en esta obra lúcida e inclasificable al olvidado filósofo pesimista y antinatalista noruego Peter Wessel Zapffe, y rememora además las aportaciones a esta corriente filosófica de pensadores como Schopenhauer, Nietzsche, Mainländer, Bahnsen, Brashear y otros, sin olvidar la influencia que esta visión del mundo ha tenido en la historia de la literatura de horror, muy especialmente en la obra de su querido y admirado maestro H. P. Lovecraft. Abundan en estas páginas, que no dejarán indiferente a ningún lector, frases lapidarias que brillan como faros que penetran la oscuridad reinante, que sacuden las conciencias, como golpes a la puerta de Macbeth. Un par de ejemplos: «Se ha descubierto el pastel: somos biorobots copiadores de genes que viven a la intemperie en un planeta solitario en un universo físico frío y vacío…» o «Es mejor inmunizar tu consciencia contra cualquier pensamiento alarmante y horrendo para que todos podamos seguir conspirando con el fin de sobrevivir y reproducirnos como seres paradójicos: marionetas que pueden andar y hablar por sí solas… juguetes humanos que mantienen mutuamente la ilusión de ser reales».


 Thomas Ligotti

 La conspiración contra la especie humana

Un artificio de horror


Título original: The Conspiracy against the Human Race

Thomas Ligotti, 2010

Traducción: Juan Antonio Santos

Ilustración de cubierta: Cartel de «Dead Silence»

Editor digital: orhi

ePub base r1.2


EN MEMORIA DE PETER WESSEL ZAPFFE


AGRADECIMIENTOS

Me gustaría expresar mi agradecimiento a Tim Jeski y Scott Wetherby por aportarme materiales esenciales para la escritura de esta obra; a los miembros de Thomas Ligotti Online y a su administrador, Brian Edward Poe, por participar en un foro de comentarios sobre una versión anterior de La conspiración contra la especie humana; a Robert Ligotti por su disponibilidad como sujeto de prueba cada vez que he necesitado una respuesta alerta de una mente afín a la mía; y a Jennifer Gariepy por los ánimos e ideas perspicaces que me ha proporcionado durante muchos años. Asimismo, sería más que negligente por mi parte no agradecer los consejos y los trabajos de S. T. Joshi, David E. Schultz y Jonathan Padgett, con un reconocimiento especial para Nicole Ariana Seary, que puso a mi disposición su talento y experiencia durante las fases más cruciales de la composición de este libro. Finalmente, como todos los devotos del pesimismo filosófico que no conocen la lengua danesa-noruega, tengo una deuda de gratitud con Gisle R. Tangenes por sus traducciones de y escritos sobre las obras de Peter Wessel Zapffe. La responsabilidad por el uso que se hace de estas valiosas contribuciones incumbe enteramente al autor.


 INTRODUCCIÓN:

DEL PESIMISMO Y LAS PARADOJAS

En su estudio La naturaleza del mal (1931), Radoslav A. Tsanoff cita una lacónica reflexión expuesta por el filósofo alemán Julius Bahnsen en 1847, cuando tenía diecisiete años. «El hombre es una Nada consciente de sí», escribió Bahnsen. Tanto si estas palabras se consideran inmaduras o precoces, pertenecen a una antigua tradición de desdén por nuestra especie y sus aspiraciones. En todo caso, los sentimientos dominantes sobre la empresa humana oscilan entre la aprobación matizada y la jactancia vocinglera. Por regla general, quien desee conseguir un público, o incluso un lugar en la sociedad, podrá sacar partido del siguiente lema: «Si no puedes decir algo positivo sobre la humanidad, di algo equívoco».

Volviendo a Bahnsen, maduró hasta convertirse en un filósofo que no sólo no tenía nada positivo o equívoco que decir sobre la humanidad, sino que además hizo una severa valoración de toda la existencia. Como muchos que se han iniciado en la metafísica, Bahnsen declaró que, a pesar de las apariencias, toda realidad es la expresión de una fuerza unificada e imperturbable: un movimiento cósmico que diversos filósofos han caracterizado de diversas maneras. Para Bahnsen, esta fuerza y su movimiento eran esencialmente monstruosos, lo que tenía como consecuencia un universo de brutalidad indiscriminada y matanza mutua entre sus partes individuales. Por lo demás, el «universo según Bahnsen» nunca ha dado el menor indicio de propósito o dirección. Desde el principio fue una obra teatral sin argumento ni actores que fueran algo más que partes de un impulso rector de automutilación gratuita. En la filosofía de Bahnsen todo participa en una fantasía desordenada de masacre. Todo intenta desgarrar todo lo demás… por siempre jamás. Sin embargo, toda esta conmoción en la nada pasa desapercibida para casi todo lo que interviene en ella. En el mundo de la naturaleza, por ejemplo, nada sabe que vive enredado en un festival de matanzas. Sólo la Nada consciente de sí de Bahnsen puede saber lo que ocurre y estremecerse por los temblores del caos celebrando su festín.

Como ocurre con todas las filosofías pesimistas, la interpretación de Bahnsen de la existencia como algo extraño y horrible fue mal recibida por las nadas conscientes de sí cuya validación perseguía. Para bien o para mal, el pesimismo sin compromiso carece de atractivo público. En definitiva, los pocos que se han tomado la molestia de abogar por una hosca apreciación de la vida podrían perfectamente no haber nacido. Como confirma la historia, la gente termina cambiando de opinión sobre casi todo, desde el dios que adoran hasta el peinado que utilizan. Pero cuando se trata de juicios existenciales, los seres humanos tienen por lo general una buena opinión inquebrantable de sí mismos y de su condición en este mundo, y están firmemente convencidos de que no son un conjunto de nadas conscientes de sí.

Entonces, ¿es preciso renunciar a toda reprobación de la complacencia de nuestra especie consigo misma? Esa sería la brillante decisión y regla número uno para los que se desvían de la norma. Regla número dos: si abres la boca, evita ante todo el debate. Puede que el dinero y el amor hagan girar el mundo, pero discutir con ese mundo no le hará cambiar de opinión si no está dispuesto a hacerlo. En ese sentido se expresa el autor británico y apologista cristiano G. K. Chesterton: «Sólo puedes encontrar la verdad con la lógica si ya la has encontrado sin ella». Lo que quiere decir Chesterton con esto es que la lógica es irrelevante para la verdad, porque si puedes encontrar la verdad sin la lógica entonces la lógica resulta superflua para cualquier esfuerzo de búsqueda de la verdad. En realidad, el único motivo para incluir la lógica en su formulación es burlarse de quienes consideran la lógica totalmente relevante para encontrar la verdad, aunque no el tipo de verdad que era fundamental para la moral de Chesterton como cristiano.

Conocido por exponer sus convicciones en forma de paradojas, Chesterton, como cualquiera que tenga algo positivo o equívoco que decir sobre la especie humana, ocupa un lugar destacado en la cruzada por la verdad. (No hay nada paradójico en ello.) Por lo tanto, si acaso tu verdad contradice la de los individuos que idean o aplauden paradojas que refuerzan el statu quo, sería muy aconsejable que cogieras tus argumentos, los hicieras trizas y los tiraras en algún cubo de basura ajeno.

No obstante, está claro que la discusión fútil tiene sus atractivos y puede servir de divertido complemento del gozo amargo de lanzar vituperios viscerales, idolatrías personales y dogmatismos incontrolados. Para absolver esa utilización indisciplinada de lo racional y lo irracional (que no siempre pueden separarse), el presente «artificio de horror» se ha anclado en las tesis de un filósofo que tenía ideas inquietantes sobre lo que supone ser miembro de la especie humana. Pero no es aconsejable telegrafiar demasiado en este preludio a la abyección. Baste de momento con decir que el filósofo en cuestión se explayó largamente sobre la existencia humana como una tragedia que no tendría que haber ocurrido si no hubiera sido por la intervención en nuestras vidas de un único hecho calamitoso: la evolución de la consciencia, madre de todos los horrores. Asimismo retrató a la humanidad como una especie de seres contradictorios cuya pervivencia sólo empeora su grave situación, que es la de unos mutantes que encarnan la lógica retorcida de una paradoja: una paradoja de la vida real, y no un epigrama fallido.

Incluso un examen informal del asunto muestra que no todas las paradojas se parecen. Algunas son meramente retóricas, una contradicción aparente de la lógica que, con unos buenos malabarismos, puede resolverse inteligiblemente dentro de un contexto específico. Más intrigantes son las paradojas que torturan nuestras nociones de la realidad. En la literatura de horror sobrenatural, un argumento familiar es el de un personaje que encuentra una paradoja en carne y hueso, por así decirlo, y debe afrontarla o desplomarse horrorizado ante esa perversión ontológica: algo que no debería ser, pero es. Los ejemplares más legendarios de una paradoja viva son los «muertos vivientes», esos cadáveres ambulantes ansiosos de una presencia eterna sobre la tierra. Pero no viene a cuento, por lo que respecta a nuestro asunto, saber si su existencia debería prolongarse interminablemente o cortarse en seco con una estaca en el corazón. Lo que resulta muy significativo es el horror sobrenatural de que tales seres puedan existir un solo instante a su modo imposible. Otros ejemplos de paradoja y horror sobrenatural fundidos en uno son las cosas inanimadas culpables de infracciones contra su naturaleza. Quizá la muestra más destacada de este fenómeno es una marioneta que se libera de sus hilos y se vuelve autónoma.

Meditemos un momento sobre algunas cuestiones interesantes relativas a las marionetas. Los fabricantes de marionetas las hacen tal como son y la voluntad del marionetista las manipula para que se comporten de formas determinadas. Las marionetas de las que hablamos aquí son las que se hacen a nuestra imagen, aunque nunca con tal meticulosidad que podamos confundirlas con seres humanos. Si las crearan así, su parecido con nuestras blandas formas sería algo extraño y horrible, demasiado extraño y horrible, en realidad, para que las aceptáramos sin alarmarnos. Dado que alarmar a la gente tiene poco que ver con la comercialización de marionetas, no se crean tan meticulosamente a nuestra imagen como para que podamos confundirlas con seres humanos, salvo quizá en la penumbra de un sótano húmedo o de un desván lleno de trastos. Necesitamos saber que las marionetas son marionetas. Sin embargo, todavía pueden alarmarnos. Porque si miramos a una marioneta de determinada manera, a veces podemos sentir que nos está devolviendo la mirada, no como mira un ser humano sino como lo hace una marioneta. Incluso puede parecer que está a punto de cobrar vida. En tales momentos de leve desorientación hace eclosión un conflicto psicológico, una disonancia en la percepción que estremece nuestro ser con una convulsión de horror sobrenatural.

Un término afín al de horror sobrenatural es el de lo «siniestro». Ambos términos son pertinentes para referirnos a formas no humanas que presentan cualidades humanas. Ambos pueden referirse también a formas aparentemente inanimadas que no son lo que parecen, como ocurre con los «muertos vivientes»: monstruosidades paradójicas, cosas que no son una cosa ni la otra, o de forma más siniestra, y más horrendamente sobrenatural, cosas que resultan ser dos cosas a la vez. Sean o no sean en realidad manifestaciones de lo sobrenatural, nos horrorizan conceptualmente, puesto que creemos vivir en un mundo natural, que puede ser un festival de matanzas pero sólo en sentido físico, más que metafísico. Ésta es la razón por la que solemos equiparar lo sobrenatural con el horror. Y una marioneta dotada de vida ejemplificaría precisamente ese tipo de horror, porque negaría todas las concepciones de un fisicalismo natural y afirmaría una metafísica del caos y la pesadilla. Seguiría siendo una marioneta, pero una marioneta con mente y voluntad, una marioneta humana: una paradoja más perturbadora de la cordura que los muertos vivientes. Pero no es así como ellas lo verían. Las marionetas humanas no podrían concebirse a sí mismas en absoluto como marionetas, no si estuvieran dotadas de una consciencia que provocara en ellas el sentimiento inquebrantable de ser distintas de todos los demás objetos de la creación. Una vez que empiezas a sentir que sales adelante por tu cuenta, que haces movimientos y tienes ideas que parecen haber surgido dentro de ti, ya no puedes creer que seas otra cosa que tu propio dueño y señor.

Como efigies de nosotros mismos, las marionetas no están en el mundo en pie de igualdad con nosotros. Son actores en un mundo suyo propio, que existe dentro del nuestro y se refleja en él. ¿Qué vemos en ese reflejo? Sólo lo que queremos ver, lo que podemos soportar ver. Mediante la profiláctica del autoengaño mantenemos oculto lo que no queremos dejar entrar en nuestra cabeza, como si fuéramos a revelarnos a nosotros mismos un secreto demasiado terrible para saberlo. Nuestras vidas están llenas de preguntas desconcertantes a las que algunos intentan responder y otros dejamos pasar en silencio. Podemos creer que somos monos desnudos o ángeles reencarnados, pero no marionetas humanas. En una esfera superior a la de estas imitadoras de nuestra especie, nos movemos libremente de un lado a otro y podemos hablar cuando nos apetece. Creemos que estamos saliendo adelante por nuestra cuenta, y a quienquiera que contradiga esta creencia se le tomará por un loco o alguien que intenta sumir a los demás en un artificio de horror. ¿Cómo tomar en serio a un marionetista que se ha pasado al otro lado?

Cuando las marionetas terminan su obra vuelven a sus cajas. No se sientan en un sillón a leer un libro, sus ojos rodando como canicas sobre las palabras. Sólo son objetos, como un muerto en un ataúd. Si alguna vez llegaran a cobrar vida, nuestro mundo sería una paradoja y un horror en el que todo sería inseguro, incluido si somos o no meras marionetas humanas.

Todo horror sobrenatural se rige por lo que creemos que debería ser y no debería ser. Como han atestiguado tantos filósofos, científicos y figuras espirituales, nuestras cabezas están llenas de ilusiones; las cosas, incluidas las cosas humanas, no son a ciencia cierta lo que parecen. Pero de algo estamos seguros: la diferencia entre lo que es natural y lo que no lo es. Otra cosa que sabemos es que la naturaleza no comete pifias tan desafortunadas como para permitir que las cosas, incluidas las cosas humanas, viren hacia lo sobrenatural. Si cometiera tal metedura de pata, haríamos todo lo que pudiéramos para enterrar ese conocimiento. Pero no necesitamos recurrir a tales medidas, siendo tan naturales como somos. Nadie puede demostrar que nuestra vida en este mundo sea un horror sobrenatural, ni hacernos sospechar que podría serlo. Nadie puede decirte eso, y menos que nadie un artífice de libros que tienen como premisa que lo sobrenatural, lo siniestro y lo espantosamente paradójico son esenciales a nuestra naturaleza.

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